El huérfano
Ir a la navegación
Ir a la búsqueda
Mientras el crudo diciembre Arroja nieve y granizo, Y de palacio las puertas Conmueve el ábrego impío, A su amparo en noche oscura Se acoge a un mísero niño, Que abandonaron sus padres Y no hallan en el mundo asilo: Ambas manos junto al pecho, Tiembla de susto y de frío; Y hasta el aliento le falta Para demandar auxilio... ¡Jamás tuvo el inocente Quien oyera sus suspiros, Quien le llamara su hijo! En el hueco de unas rocas Le hallaron recién nacido, Sin más protector que el cielo, Ni más padre que Dios mismo; Sólo Dios, que abre su mano Para el tierno pajarillo, Y hasta en el aura derrama Las semillas y el rocío. Huérfano desventurado, No llores tan afligido; Y llama a la misma puerta, Que hora te sirve de arrimo: Llama otra vez, que su dueño En blando lecho a dormido, En sueños ve los tesoros Que conducen sus navíos; Y no ha de ser tan cruel, Que al escuchar tus gemidos, Te niegue un pobre sustento, Te niegue un mísero abrigo. “¡Amparad piadoso A un niño infeliz; Y Dios os lo premie Mil veces y mil! Solo y desvalido ¡Ay triste! nací; Que mi propia madre Me alejó de sí... Si madre tuvisteis, A Dios bendecir; ¡Y en memoria suya Doleos de mi! Nunca una palabra Cariñosa oí; Llanto de mis ojos Por leche bebí... Por Dios y su Madre Piadosos abrid; Si no, a vuestra puerta, Me veréis morir Apenas estas palabras Sollozaba el huerfanito, Cuando dentro del palacio Sonó de un can el ladrido; Cien esclavos acudieron; Y amenazaron al niño, Si en mal hora el dueño adusto Despertaba a sus gemidos.