El incrédulo y la medicina
Vivia en Salamanca un catedrático de fama, llamado el comendador griego, hombre prudente y esperimentado, que murió de mucha edad, aunque nunca se curaba por parecer de médico. Estaba enfermo en cierta ocasión, y tan importunado fue por sus amigos para que llamase uno, que por no aparecer terco y pertinaz, consintió en que lo visitase. Hecha la relación de su enfermedad, el médico le miró la lengua, le tomó el pulso, vio la orina y dispuso que tomase unos jarabes que recetó. El criado trajo su botella, pero nuestro catedrático, en vez de tomar la medicina, la mandó echar en el servicio, disponiendo que cada dia se hiciese lo mismo, conservándolo todo hasta que ordenase otra cosa.
Pasados algunos dias, el médico creyó que nuestro catedrático estaba bien preparado, y le mandó tomar una purga, que fue también al mismo sitio á hacer compañía á los jarabes. La enfermedad seguía su curso, combatida por la naturaleza.
El mismo dia de la purga lo visitó el médico por la tarde, y le dijo:
— Vamos, señor licenciado, ¿se ha purgado V.?
El enfermo, por toda respuesta, llamó al criado y le mandó presentar los jarabes y la purga.
— ¿Qué le parece á V.? dijo el médico mirando con orgullo al enfermo. ¡Ah! ¿y una cosa tan mala tenia V. en su cuerpo? ¡Válgame Dios! si no fuera por la medicina, allí se quedara sin salir.
— No, contestó el enfermo, porque por ser ello tan malo, no he querido yo que entrase.