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El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1842)/Tomo I/I

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DON QUIJOTE DE LA MANCHA.

PRIMERA PARTE.—CAPITULO I.

Que trata de la condicion y ejercicio del famoso hidalgo Don Quijote de la Mancha.


E

n un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme[1] no ha mucho tiempo que vivia un hidalgo de los de lanza en astillero[2], adarga antigua, rocin flaco y galgo corredor. Una olla de algo mas vaca que carnero, salpicon las mas noches, duelos y quebrantos[3] los sábados, lantejas los viérnes, algun palomino de añadidura los domingos, consumian las tres partes de su hacienda. El resto de ella concluian sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mesmo, y los dias de entre semana se honraba con su vellorí de lo mas fino. Tenia en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba á los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocin, como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años: era de complecsion recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador, y amigo de la caza. Quieren decir que tenia el sobrenombre de Quijada ó Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los autores que de este caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quijana; pero esto importa poco á nuestro cuento: basta que en la narracion de él no se salga un punto de la verdad. Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los mas del año) se daba á leer libros de caballerías con tanta aficion y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administracion de su hacienda; y llegó á tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura para comprar libros de caballerías en que leer; y así llevó á su casa todos cuantos pudo haber de ellos: y de todos, ningunos le parecian tan bien, como los que compuso el famoso Feliciano de Silva: porque la claridad de su prosa, y aquellas intrincadas razones suyas le parecian de perlas; y mas cuando llegaba á leer aquellos requiebros y cartas de desafios, donde en muchas partes hallaba escrito: La razon de la sinrazon que á mi razón se hace, de tal manera mi razon enflaquece, que con razon me quejo de la vuestra fermosura. Y tambien cuando leia.... Los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas os fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece
la vuestra grandeza[4]. Con estas y semejantes razones perdia el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para solo ello. No estaba muy bien con las heridas que D. Belianis daba y recibia, porque se imaginaba que por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaria de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales; pero con todo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma, y dalle fin al pié de la letra como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar (que era hombre docto, graduado en Sigüenza) sobre cuál habia sido mejor caballero, Palmerin de Inglaterra, ó Amadis de Gaula; mas Maese Nicolas, barbero del mesmo pueblo, decia que ninguno llegaba al caballero del Febo, y que si alguno se le podia comparar, era D. Galaor, hermano de Amadis de Gaula, porque tenia muy acomodada condicion para todo: que no era caballero melindroso, ni tan lloron como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en saga. En resolucion, él se enfrascó tanto con su letura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los dias de turbio en turbio; y así del poco dormir y del mucho leer se le secó el celebro de manera, que vino á perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leia en los libros, así de encantamentos, como de pendencias, batallas, desafios, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; y asentósele de tal modo en la imaginacion que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leia, que para él no habia otra historia mas cierta en el mundo. Decia él que el Cid Rui Diaz habia sido muy buen caballero; pero que no tenia que ver con el caballero de la Ardiente Espada, que de solo un reves habia partido por medio dos fieros y descomunales gigantes: mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalles habia muerto á Roldan el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó á Anteon el hijo de la Tierra entre los brazos. Decia mucho bien del gigante Morgante, porque con ser de aquella generacion gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado; pero sobre todos estaba bien con Reinaldos de Montalvan, y mas cuando le veia salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en Allende robó aquel ídolo de Mahoma, que era todo de oro, segun dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalon, al ama que tenia, y aun á su sobrina de añadidura.

En efecto, rematado ya su juicio, vino á dar en el mas estraño pensamiento que jamas dió loco en el mundo; y fué que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con sus armas y caballo á buscar las aventuras, y á ejercitarse en todo aquello que él habia leido que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos, cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo por lo menos del imperio de Trapisonda; y así con estos tan agradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentia, se dió priesa á poner en efeto lo que deseaba. Y lo primero que hizo, fué limpiar unas armas, que habian sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orin y llenas de moho, luengos siglos habia que estaban puestas y olvidadas en un rincon. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vió que tenian una gran falta, y era que no tenia celada de encage, sino morrion simple; mas á esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que encajada con el morrion hacia una apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte, y podia estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada y le dió dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que habia hecho en una semana; y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la habia hecho pedazos, y por asegurarse deste peligro la tornó á hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza, y sin querer hacer nueva esperiencia della, la diputó y tuvo por celada finísima de encage. Fué luego á ver á su rocin, y aunque tenia mas cuartos que un real[5], y mas tachas que el caballo de Gonela (que tantum pellis, et ossa fuit), le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro, ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro dias se le pasaron en imaginar qué nombre le pondria: porque, segun se decia él á sí mismo, no era razon que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y así procuraba acomodársele de manera, que declarase quien habia sido antes que fuese de caballero andante, y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razon que mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y le cobrase famoso y de estruendo, como convenia á la nueva órden y al nuevo ejercicio que ya profesaba: y así despues de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo, y tornó á hacer en su memoria é imaginacion, al fin le vino á llamar rocinante: nombre á su parecer, alto, sonoro y significativo de lo que habia sido cuando fué rocin, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo. Puesto nombre y tan á su gusto, á su caballo, quiso ponérsele á sí mismo, y en este pensamiento duró otros ocho dias, y al cabo se vino á llamar don quijote: de donde, como queda dicho, tomaron ocasion los autores desta tan verdadera historia, que sin duda se debia llamar Quijada, y no Quesada, como otros quisieron decir. Pero acordándose que el valeroso Amadis no solo se habia contentado con llamarse Amadis á secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó Amadis de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya, y llamarse don quijote de la mancha, con que á su parecer declaraba muy al vivo su linage y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.

Limpias pues sus armas, hecho del morrion celada, puesto nombre á su rocin, y confirmándose á sí mismo, se dió á entender que no le faltaba otra cosa, sino buscar una dama de quien enamorarse; porque el caballero andante sin amores era árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma. Decíase él: Si yo por malos de mis pecados ó por mi buena suerte me encuentro por ahí con algun gigante, como de ordinario les acontece á los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, ó le parto por mitad del cuerpo, ó finalmente le venzo y le rindo, ¿no será bien tener á quien enviarle presentado, y que entre, y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendida: Yo, señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, á quien venció en singular batalla el jamas como se debe alabado caballero Don Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante la vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí á su talante? ¡O cómo se holgó nuestro buen caballero cuando hubo hecho este discurso, y mas cuando halló á quien dar nombre de su dama! Y fué, á lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo habia una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque segun se entiende ella jamas lo supo ni se dió cata dello: llamábase Aldonza Lorenzo, y á esta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos: y buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino á llamarla dulcinea del toboso, porque era natural del Toboso: nombre á su parecer músico y peregrino, y significativo, como todos los demas que á él y á sus cosas habia puesto.



  1. Presúmese que este lugar, patria de Don Quijote, es Argamasilla de Alba. A lo menos el licenciado Alonso Fernandez de Avellaneda (á quien se debe suponer informado de la opinion que andaria en su tiempo) lo afirma absolutamente en la segunda parte de su Don Quijote. Preténdese asimismo que el autor lo significase por medio de los versos que se leen al fin de la parte primera en nombre de los académicos de la Argamasilla, donde caracteriza como por despique el genio de algunos vecinos de ella con los epítetos del monicongo, del paniaguado, del caprichoso, del burlador, del cachidiablo, del tiquitoc: y parece que el mismo Cervantes lo indica tambien, cuando supone que Don Quijote, así como salió de su lugar, caminaba por el campo de Montiel hácia el puerto Lapiche, y que luego le sucedió la aventura de los molinos de viento, cuyo sitio señala el Itinerario de la real academia española cerca de Villarta.
  2. O lancera, que era un estante, en donde los hidalgos ponian las lanzas en el patio ó soportal de sus casas. Cobarruvias. (Tesoro.)
  3. Era costumbre en algunos lugares de la Mancha traer los pastores á casa de sus amos las reses que entre semana se morian, ó que de cualquier otro modo se desgraciaban, de cuya carne deshuesada y acecinada se hacian y hacen salones. De estos huesos quebrantados y de los estremos de las mismas reses se componia la olla, en tiempo en que no se permitia en los reinos de Castilla comer los sábados de las demas partes de ellas, ni grosura, cuya costumbre derogó Benedicto XIV el año de 1748. Esta comida se llamaba duelos y quebrantos, con alusion al sentimiento y duelo que causaba, como es regular, á los dueños el menoscabo de su ganado, y el quebrantamiento de los huesos.
  4. Los libros que tan bien parecian á Don Quijote, se intitulan: La Corónica de los muy valientes caballeros D. Florisel de Niquea, y el fuerte Anaxártes.... Emendada del estilo antiguo segun que la escribió Zirfea, reina de Argines, por el noble caballero Feliciano de Silva. Zaragoza 1584. fol.
  5. Cuarto no es aquí nombre de moneda, sino de albeitería, y significa cierta enfermedad que da á los caballos en los cascos, y con este equívoco se da á entender que Rocinante tenia mas alifafes, que un real cuartos.