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El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1842)/Tomo I/IX

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CAPÍTULO IX.

Donde se concluye y da fin á la estupenda batalla que el gallardo vizcaino y el valiente manchego tuvieron.


D

ejamos en la primera parte desta historia al valeroso vizcaino y al famoso Don Quijote con las espadas altas y desnudas, en guisa de descargar dos furibundos fendientes[1], tales que si en lleno se acertaban, por lo menos se dividirian y fenderian de arriba abajo, y abririan como una granada: y que en aquel punto tan dudoso paró y quedó destroncada tan sabrosa historia, sin que nos diese noticia su autor dónde se podria hallar lo que della faltaba. Causóme esto mucha pesadumbre, porque el gusto de haber leido tan poco, se volvia en disgusto de pensar el mal camino que se ofrecia para hallar lo mucho que á mi parecer faltaba de tan sabroso cuento. Parecióme cosa imposible y fuera de toda buena costumbre, que á tan buen caballero le hubiese faltado algun sabio, que tomara á cargo el escribir sus nunca vistas hazañas, cosa que no faltó á ninguno de los caballeros andantes de los que dicen las gentes que van á sus aventuras, porque cada uno dellos tenia uno ó dos sabios, como de molde, que no solamente escribian sus hechos, sino que pintaban sus mas mínimos pensamientos y niñerías, por mas escondidas que fuesen: y no habia de ser tan desdichado tan buen caballero, que le faltase á él lo que sobró á Platir y á otros semejantes: y así no podia inclinarme á creer que tan gallarda historia hubiese quedado manca y estropeada, y echaba la culpa á la malignidad del tiempo, devorador y consumidor de todas las cosas, el cual ó la tenia oculta ó consumida. Por otra parte me parecia, que pues entre sus libros se habian hallado tan modernos, como Desengaños de Celos, y Ninfas y Pastores de Henares, que tambien su historia debia de ser moderna, y que ya que no estuviese escrita, estaria en la memoria de la gente de su aldea, y de las á ella circunvecinas. Esta imaginacion me traia confuso y deseoso de saber real y verdaderamente toda la vida y milagros de nuestro famoso español Don Quijote de la Mancha, luz y espejo de la caballería manchega, y el primero que en nuestra edad y en estos tan calamitosos tiempos se puso al trabajo y ejercicio de las andantes armas, y al de desfacer agravios, socorrer viudas, amparar doncellas, de aquellas que andaban con sus azotes y palafrenes, y con toda su virginidad á cuestas de monte en monte y de valle en valle: que si no era que algun follon, ó algun villano de hacha y capellina, ó algun descomunal gigante las forzaba, doncella hubo en los pasados tiempos, que al cabo de ochenta años (que en todos ellos no durmió un dia debajo de tejado) se fué tan entera á la sepultura, como la madre que la habia parido. Digo pues, que por estos y otros muchos respetos es digno nuestro gallardo Don Quijote de continuas y memorables alabanzas, y aun á mí no se me deben negar por el trabajo y diligencia que puse en buscar el fin desta agradable historia; aunque bien sé que si el cielo, el caso y la fortuna no me ayudaran, el mundo quedara falto y sin el pasatiempo y gusto que bien casi dos horas podrá tener el que con atencion la leyere. Pasó pues el hallarla en esta manera.

Estando yo un dia en el Alcana de Toledo, llegó un muchacho á vender unos cartapacios y papeles viejos á un sedero: y como soy aficionado á leer aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinacion, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendia, víle con caracteres que conocí ser arábigos; y puesto que aunque los conocia, no los sabia leer, anduve mirando si parecia por allí algun morisco aljamiado[2] que los leyese, y no fué muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues aunque le buscara de otra mejor y mas antigua lengua, le hallara. En fin, la suerte me deparó uno, que diciéndole mi deseo, y poniéndole el libro en las manos, le abrió por medio, y leyendo un poco en él, se comenzó á reir. Preguntéle que de qué se reia: y respondióme que de una cosa que tenia aquel libro escrita en el márgen por anotacion. Díjele que me la dijese. Y él sin dejar la risa, dijo: Está como he dicho, aquí en el márgen escrito esto: ‟Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos, que otra muger de toda la Mancha.” Cuando yo oí decir Dulcinea del Toboso, quedé atónito y suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios contenian la historia de Don Quijote. Con esta imaginacion le dí priesa que leyese el principio, y haciéndolo así, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decia: ‟Historia de Don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo.” Mucha discrecion fué menester para disimular el contento que recebí cuando llegó á mis oidos el título del libro, y salteándosele al sedero, compré al muchacho todos los papeles y cartapacios por medio real: que si él tuviera discrecion, y supiera lo que yo los deseaba, bien se pudiera prometer y llevar mas de seis reales de la compra. Apartéme luego con el morisco por el claustro de la iglesia mayor, y roguéle me volviese aquellos cartapacios, todos los que trataban de Don Quijote, en lengua castellana, sin quitarles ni añadirles nada, ofreciéndole la paga que él quisiese. Contentóse con dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo, y prometió de traducirlos bien y fielmente, y con mucha brevedad. Pero yo por facilitar mas el negocio, y por no dejar de la mano tan buen hallazgo, le truje á mi casa, donde en poco mas de mes y medio la tradujo toda del mesmo modo que aquí se refiere. Estaba en el primero cartapacio pintada muy al natural la batalla de Don Quijote con el vizcaino, puestos en la mesma postura que la historia cuenta, levantadas las espadas, el uno cubierto de su rodela, el otro de la almohada, y la mula del vizcaino tan al vivo, que estaba mostrando ser de alquiler á tiro de ballesta. Tenia á los piés escrito el vizcaino un título que decia: Don Sancho de Azpeytia, que sin duda debia de ser su nombre; y á los piés de Rocinante estaba otro que decia: Don Quijote. Estaba Rocinante maravillosamente pintado, tan largo y tendido, tan atenuado y flaco, con tanto espinazo, tan ético confirmado, que mostraba bien al descubierto con cuánta advertencia y propiedad se le habia puesto el nombre de Rocinante. Junto á él estaba Sancho Panza, que tenia del cabestro á su asno, á los piés del cual estaba otro rétulo que decia: Sancho Zancas, y debia de ser que tenia, á lo que mostraba la pintura, la barriga grande, el talle corto, y las zancas largas; y por esto se le debió de poner nombre de Panza y de Zancas, que con estos dos sobrenombres le llama algunas veces la historia[3]. Otras algunas menudencias habia que advertir, pero todas son de poca importancia, y que no hacen al caso á la verdadera relacion de la historia, que ninguna es mala, como sea verdadera. Si á esta se le puede poner alguna objecion cerca de su verdad, no podrá ser otra sino haber sido su autor arábigo, siendo muy propio de los de aquella nacion ser mentirosos; aunque por ser tan nuestros enemigos, antes se puede entender haber quedado falto en ella, que demasiado, y así me parece á mí; pues cuando pudiera y debiera estender la pluma en las alabanzas de tan buen caballero, parece que de industria las pasa en silencio: cosa mal hecha y peor pensada, habiendo y debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos, y no nada apasionados, y que ni el interes, ni el miedo, el rancor, ni la aficion no les haga torcer del camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir. En esta sé que se hallará todo lo que se acertare á desear en la mas apacible; y si algo bueno en ella faltare, para mí tengo que fué por culpa del galgo de su autor antes que por falta del sujeto. En fin, su segunda parte, siguiendo la traducion, comenzaba desta manera.

Puestas y levantadas en alto las cortadoras espadas de los dos valerosos y enojados combatientes, no parecia sino que estaban amenazando al cielo, á la tierra y al abismo: tal era el denuedo y continente que tenian. Y el primero que fué á descargar el golpe, fué el colérico vizcaino, el cual fué dado con tanta fuerza y tanta furia, que á no volvérsele la espada en el camino, aquel solo golpe fuera bastante para dar fin á su rigurosa contienda y á todas las aventuras de nuestro caballero; mas la buena suerte, que para mayores cosas le tenia guardado, torció la espada de su contrario, de modo que aunque le acertó en el hombro izquierdo, no le hizo otro daño que desarmarle todo aquel lado, llevándole de camino gran parte de la celada con la mitad de la oreja, que todo ello con espantosa ruina vino al suelo, dejándole muy mal trecho. ¡Válame Dios, y quién será aquel que buenamente pueda contar ahora la rabia que entró en el corazon de nuestro Manchego, viéndose parar de aquella manera! No se diga mas, sino que fué de manera, que se alzó de nuevo en los estribos, y apretando mas la espada en las dos manos, con tal furia descargó sobre el vizcaino, acertándole de lleno sobre la almohada y sobre la cabeza, que sin ser parte tan buena defensa, como si cayera sobre él una montaña, comenzó á echar sangre por las narices y por la boca, y por los oidos, y á dar muestras de caer de la mula abajo, de donde cayera sin duda si no se abrazara con el cuello; pero con todo eso sacó los piés de los estribos, y luego soltó los brazos, y la mula espantada del terrible golpe, dió á correr por el campo, y á pocos corcovos dió con su dueño en tierra. Estábaselo con mucho sosiego mirando Don Quijote, y como lo vió caer, saltó de su caballo, y con mucha ligereza se llegó á él, y poniéndole la punta de la espada en los ojos, le dijo que se rindiese, si no, que le cortaria la cabeza. Estaba el vizcaino tan turbado, que no podia responder palabra, y él lo pasara mal, segun estaba ciego Don Quijote, si las señoras del coche, que hasta entonces con gran desmayo habian mirado la pendencia, no fueran adonde estaba, y le pidieran con mucho encarecimiento, les hiciese tan gran merced y favor de perdonar la vida á aquel su escudero; á lo cual Don Quijote respondió con mucho entono y gravedad: Por cierto, fermosas señoras, yo soy muy contento de hacer lo que me pedis; mas ha de ser con una condicion y concierto, y es que este caballero me ha de prometer de ir al lugar del Toboso, y presentarse de mi parte ante la sin par Doña Dulcinea, para que ella haga dél lo que mas fuere de su voluntad. Las temerosas y desconsoladas señoras, sin entrar en cuenta de lo que Don Quijote pedia, y sin preguntar quién Dulcinea fuese, le prometieron que el escudero haria todo aquello que de su parte le fuese mandado. Pues en fe de esa palabra, yo no le haré mas daño, puesto que me lo tenia bien merecido.


  1. El sustantivo de estos dos adjetivos es golpes: lenguage usado en los libros de caballerías. Así se lee en Amadis: fendióle fasta la oreja.
  2. Los árabes, al modo de los griegos y romanos, llamaron bárbaras á casi todas las demas naciones, y bárbara su lengua, ó su aljamia, y al moro ó morisco que sabia alguna dellas, aljamiado.
  3. En ninguna ocasion sin embargo sino en esta da la historia á Sancho el sobrenombre de Zancas.