Ir al contenido

El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1842)/Tomo I/LII

De Wikisource, la biblioteca libre.

CAPÍTULO LII.

De la pendencia que Don Quijote tuvo con el cabrero, con la rara aventura de los
diciplinantes, á quien dió felice fin á costa de su sudor.


G

eneral gusto causó el cuento del cabrero á todos los que escuchádole habian, especialmente le recibió el Canónigo, que con estraña curiosidad notó la manera con que le habia contado, tan lejos de parecer rústico cabrero, cuan cerca de mostrarse discreto cortesano: y así dijo, que habia dicho muy bien el Cura, en decir que los montes criaban letrados. Todos se ofrecieron á Eugenio, pero el que mas se mostró liberal en esto, fué Don Quijote, que le dijo:—Por cierto, hermano cabrero, que si yo me hallara posibilitado de poder comenzar alguna aventura, que luego luego me pusiera en camino, porque vos la tuviérades buena, que yo sacara del monasterio (donde sin duda alguna debe de estar contra su voluntad) á Leandra, á pesar del abadesa y de cuantos quisieran estorbarlo, y os la pusiera en vuestras manos, para que hiciérades della á toda vuestra voluntad y talante, guardando pero las leyes de caballería que mandan, que á ninguna doncella se le sea fecho desaguisado alguno: aunque yo espero en Dios nuestro Señor, que no ha de poder tanto la fuerza de un encantador malicioso, que no pueda mas la de otro encantador mejor intencionado, y para entonces os prometo mi favor y ayuda, como me obliga mi profesion, que no es otra sino de favorecer á los desvalidos y menesterosos. Miróle el cabrero, y como vió á Don Quijote de tan mal pelage y catadura, admiróse y preguntó al Barbero que cerca de sí tenia: Señor, ¿quién es este hombre, que tal talle tiene, y de tal manera habla? —Quién ha de ser, respondió el Barbero, sino el muy famoso Don Quijote de la Mancha, desfacedor de agravios y enderezador de tuertos, el amparo de las doncellas, el asombro de los gigantes y el vencedor de las batallas. —Eso me semeja, respondió el cabrero, á lo que se lee en los libros de caballeros andantes que hacian todo eso, que de este hombre vuestra merced dice, puesto que para mi tengo, ó que vuestra merced se burla, ó que este gentil hombre debe de tener vacios los aposentos de la cabeza. —Sois un grandísimo bellaco, dijo á esta sazón Don Quijote, y vos sois el vacío y el menguado, que yo estoy mas lleno que jamas lo estuvo la muy hideputa, puta que os parió: y diciendo y hablando[1] arrebató de un pan que junto á sí tenia, y dió con él al cabrero en todo el rostro, con tanta furia, que le remachó las narices; mas el cabrero, que no sabia de burlas, viendo con cuantas veras le maltrataban, sin tener respeto á la alhombra ni á los manteles, ni á todos aquellos que comiendo estaban, saltó sobre Don Quijote, y asiéndole del cuello con entrambas manos, no dudara de ahogarle, si Sancho Panza no llegara en aquel punto, y le asiera por las espaldas, y diera con él encima de la mesa, quebrando platos y rompiendo tazas, y derramando y esparciendo cuanto en ella estaba. Don Quijote que se vió libre acudió á subir sobre el cabrero, el cual lleno de sangre el rostro, molido á coces de Sancho, andaba buscando á gatas algun cuchillo de la mesa para hacer alguna sanguinolenta venganza; pero estorbábanselo el Canónigo y el Cura; mas el Barbero hizo de suerte, que el cabrero cogió debajo de si á Don Quijote, sobre el cual llovió tanto número de mogicones, que del rostro del pobre caballero llovia tanta sangre como del suyo. Reventaban de risa el Canónigo y el Cura, saltaban los cuadrilleros de gozo, zuzaban los unos y los otros, como hacen á los perros cuando en pendencia están trabados: solo Sancho Panza se desesperaba, porque no se podia desasir de un criado del Canónigo, que le estorbaba que á su amo no ayudase. En resolucion, estando todos en regocijo y fiesta, sino los dos aporreantes que se carpian, oyeron el son de una trompeta tan triste, que los hizo volver los rostros ácia donde les pareció que sonaba; pero el que mas se alborotó de oirle fué Don Quijote, el cual, aunque estaba debajo del cabrero harto contra su voluntad, y mas que medianamente molido, le dijo: Hermano demonio, que no es posible que dejes de serlo, pues has tenido valor y fuerzas para sujetar las mias, ruégote que hagamos treguas, no mas de por una hora, porque el doloroso son de aquella trompeta, que á nuestros oidos llega, me parece que á alguna nueva aventura me llama. El cabrero, que ya estaba can sado de moler y ser molido, le dejó luego, y Don Quijote se puso en pié volviendo asimismo el rostro adonde el son se oia, y vió á deshora que por un recuesto bajaban muchos hombres vestidos de blanco á modo de diciplinantes. Era el caso, que aquel año habian las nubes negado su rocío á la tierra, y por todos los lugares de aquella comarca se hacian procesiones, rogativas y diciplinas, pidiendo á Dios abriese las manos de su misericordia y les lloviese y para este efecto la gente de una aldea que allí junto estaba, venia en procesion á una devota ermita, que en un recuesto de aquel valle habia. Don Quijote que vió los estraños trages de los diciplinantes, sin pasarle por la memoria las muchas veces que los habian de haber visto, se imaginó que era cosa de aventura, y que á él solo tocaba, como á caballero andante, el acometerla: y confirmóle mas esta imaginacion, pensar que una imágen que traian cubierta de luto, fuese alguna principal señora, que llevaban por fuerza aquellos follones y descomedidos malandrines: y como esto le cayó en las mientes, con gran ligereza arremetió á Rocinante que paciendo andaba, quitándole del arzon el freno y el adarga, y en un punto le enfrenó, y pidiendo á Sancho su espada, subió sobre Rocinante y embrazó su adarga, y dijo en alta voz á todos los que presentes estaban: —Agora, valerosa compañía, verédes cuanto importa que haya en el mundo caballeros que profesen la orden de la andante caballería: agora digo, que verédes en la libertad de aquella buena señora que allí va cautiva, si se han de estimar los caballeros andantes: y en diciendo esto apretó los muslos á Rocinante, porque espuelas no las tenia, y á todo galope (porque carrera tirada no se lee en toda esta verdadera historia que jamas la diese Rocinante) se fué á encontrar con los diciplinantes: bien que fueron el Cura y el Canónigo y Barbero á detenerle, mas no les fué posible, ni menos le detuvieron las voces que Sancho le daba, diciendo: —¿Adonde va, señor Don Quijote, qué demonios lleva en el pecho que le incitan á ir contra nuestra fe católica? Advierta, mal haya yo, que aquella es procesion de diciplinantes, y que aquella Señora que llevan sobre la peana, es la imagen benditísima de la Virgen sin mancilla: mire, señor lo que hace, que por esta vez se puede decir, que no es lo que sabe. Fatigóse en vano Sancho, porque su amo iba tan puesto en llegar á los ensabanados y en librar á la señora enlutada, que no oyó palabra, y aunque la oyera, no volviera si el rey se lo mandara. Llegó pues á la procesión, y paró á Rocinante, que ya llevaba deseo de quietarse un poco, y con turbada y ronca voz dijo: —Vosotros, que quizá por no ser buenos os encubris los rostros, atended y escuchad lo que deciros quiero. Los primeros que se detuvieron fueron los que la imágen llevaban; y uno de los cuatro clérigos que cantaban las letanías, viendo la estraña catadura de Don Quijote, la flaqueza de Rocinante y otras circunstancias de risa que notó y descubrió en Don Quijote, le respondió diciendo: —Señor hermano, si nos quiere decir algo, dígalo presto, porque se van estos hermanos abriendo las carnes, y no podemos, ni es razon que nos detengamos á oir cosa alguna, si ya no es tan breve, que en dos palabras se diga. —En una lo diré, replicó Don Quijote, y es esta, que luego al punto dejeis libre á esa hermosa señora, cuyas lágrimas y triste semblante dan claras muestras que la llevais contra su voluntad, y que algun notorio desaguisado le habédes fecho, y yo que nací en el mundo para desfacer semejantes agravios, no consentiré que un solo paso adelante pase, sin darle la deseada libertad que merece. En estas razones cayeron todos los que las oyeron, que Don Quijote debia de ser algun hombre loco, y tornáronse á reir muy de gana, cuya risa fué poner pólvora á la cólera de Don Quijote, porque sin decir mas palabra, sacando la espada arremetió á las andas. Uno de aquellos que las llevaban, dejando la carga á sus compañeros, salió al encuentro de Don Quijote enarbolando una horquilla, ó baston con que sustentaba las andas en tanto que descansaba, y recibiendo en ella una gran cuchillada que le tiró Don Quijote con que se la hizo dos partes, con el último tercio que le quedó en la mano, dió tal golpe á Don Quijote encima de un hombro por el mismo lado de la espada, que no pudo cubrir el adarga contra villana fuerza, que el pobre Don Quijote vino al suelo muy mal parado. Sancho Panza, que jadeando le iba á los alcances, viéndole caido, dio voces á su moledor, que no le diese otro palo, porque era un pobre caballero encantado que no habia hecho mal á nadie en todos los dias de su vida; mas lo que detuvo al villano, no fueron las voces de Sancho, sino el ver que Don Quijote no bullia pié ni mano, y así creyendo que le habia muerto, con priesa se alzó la túnica á la cinta, y dió á huir por la campaña como un gamo. Ya en esto llegaron todos los de la compañía de Don Quijote adonde él estaba, mas los de la procesion, que los vieron venir corriendo, y con ellos los cuadrilleros con sus ballestas, temieron algun mal suceso, y hiciéronse todos un remolino al rededor de la imágen, y alzados los capirotes, empuñando las diciplinas, y los clérigos los ciriales, esperaban el asalto con determinacion de defenderse, y aun ofender si pudiesen á sus acometedores; pero la fortuna lo hizo mejor que se pensaba, porque Sancho no hizo otra cosa que arrojarse sobre el cuerpo de su señor, haciendo sobre él el mas doloroso y risueño llanto del mundo, creyendo que estaba muerto. El Cura fué conocido de otro Cura, que en la procesion venia, cuyo conocimiento puso en sosiego el concebido temor de los dos escuadrones. El primer Cura dió al segundo las dos razones cuenta de quien era Don Quijote, y así él como toda la turba de los diciplinantes fueron á ver si estaba muerto el pobre caballero, y oyeron que Sancho Panza con lágrimas en los ojos decia: ¡O flor de la caballería, que con solo un garrotazo acabaste la carrera de tus tan bien gastados años! ¡ó honra de tu linage, honor y gloria de toda la Mancha, y aun de todo el mundo, el cual faltando tú en él, quedará lleno de malhechores, sin temor de ser castigados de sus malas fechorías! ¡ó liberal sobre todos los Alejandros, pues por solos ocho meses de servicio me tenias dada la mejor ínsula que el mar ciñe y rodea! ¡ó humilde con los soberbios y arrogante con los humildes, acometedor de peligros, sufridor de afrentas, enamorado sin causa, imitador de los buenos, azote de los malos, enemigo de los ruines, en fin, caballero andante, que es todo lo que decir se puede! Con las voces y gemidos de Sancho revivió Don Quijote, y la primera palabra que dijo, fué:—El que de vos vive ausente, dulcísima Dulcinea, á mayores miserias que estas está sujeto. Ayúdame, Sancho amigo, á ponerme sobre el carro encantado, que no estoy para oprimir la silla de Rocinante, porque tengo todo este hombro hecho pedazos. —Eso haré yo de muy buena gana, señor mio, respondió Sancho, y volvamos á mi aldea en compañía destos señores que su bien desean, y allí daremos órden de hacer otra salida, que nos sea de mas provecho y fama. — Bien decis, Sancho, respondió Don Quijote, y será gran prudencia dejar pasar el mal influjo de las estrellas que agora corre[2]. —El Canónigo y el Cura y Barbero le dijeron, que haria muy bien en hacer lo que decia: y así habiendo recebido grande gusto de las simplicidades de Sancho Panza, pusieron á Don Quijote en el carro, como antes venia: la procesion volvió á ordenarse y á proseguir su camino: el cabrero se despidió de todos, los cuadrilleros no quisieron pasar adelante, y el Cura les pagó lo que se les debia: el Canónigo pidió al Cura le avisase el suceso de Don Quijote, si sanaba de su locura, ó si proseguía en ella, y con esto tomó licencia para seguir su viage. En fin todos se dividieron y apartaron, quedando solos el Cura y Barbero, Don Quijote y Panza y el bueno de Rocinante, que á todo lo que habia visto estaba con tanta paciencia como su amo. El boyero unció sus bueyes y acomodó á Don Quijote sobre un haz de heno, y con su acostumbrada flema siguió el camino, que el Cura quiso, y acabo de seis dias llegaron á la aldea de Don Quijote, adonde entraron en la mitad del dia, que acertó á ser Domingo, y la gente estaba toda en la plaza, por mitad de la cual atravesó el carro de Don Quijote. Acudieron todos á ver lo que en el carro venia, y cuando conocieron á su compatrioto, quedaron maravillados, y un muchacho acudió corriendo á dar las nuevas á su Ama y á su Sobrina, de que su tio y su señor venia flaco y amarillo y tendido sobre un monton de heno y sobre un carro de bueyes. Cosa de lástima fué oir los gritos que las dos buenas señoras alzaron, las bofetadas que se dieron, las maldiciones que de nuevo echaron á los malditos libros de caballerías, todo lo cual se renovó cuando vieron entrar á Don Quijote por sus puertas. A las nuevas de esta venida de Don Quijote acudió la muger de Sancho Panza, que ya habia sabido que habia ido con él sirviéndole de escudero, y así como vio á Sancho, lo primero que le preguntó, fué, que si venia bueno el asno. —Sancho respondió, que venia mejor que su amo. —Gracias sean dadas á Dios, replicó ella, que tanto bien me ha hecho; pero contadme agora, amigo, ¿qué bien habeis sacado de vuestras escuderías? ¿qué saboyana[3] me traeis á mí? ¿qué zapaticos á vuestros hijos? —No traigo nada deso, dijo Sancho, muger mia, aunque traigo otras cosas de mas momento y consideracion.—Deso recibo yo mucho gusto, respondió la muger: mostradme esas cosas de mas consideracion y mas momento, amigo mio, que las quiero ver, para que se me alegre este corazon, que tan triste y descontento ha estado en todos los siglos de vuestra ausencia. —En casa os las mostraré, muger, dijo Panza, y por agora estad contenta, que siendo Dios servido de que otra vez salgamos en viage á buscar aventuras, vos me vereis presto conde ó gobernador de una ínsula, y no de las de por ahí, sino lo mejor que pueda hallarse. —Quiéralo así el cielo, marido mio, que bien lo habe
mos menester. Mas decidme, ¿qué es eso de ínsulas? que no lo entiendo. —No es la miel para la boca del asno, respondió Sancho; á su tiempo lo verás, muger, y aun te admirarás de oirte llamar Señoría de todos tus vasallos. —¿Qué es lo que decis, Sancho, de Señorías, ínsulas y vasallos? respondió Juana Panza, que así se llamaba la muger de Sancho, aunque no eran parientes, sino porque se usa en la Mancha tomar las mugeres el apellido de sus maridos[4]. —No te acucies, Juana, por saber todo esto tan apriesa, basta que te digo verdad y cose la boca: solo te sabré decir así de paso, que no hay cosa mas gustosa en el mundo, que ser un hombre honrado escudero de un caballero andante buscador de aventuras. Bien es verdad, que las mas que se hallan, no salen tan á gusto como el hombre querria, porque de ciento que se encuentran, las noventa y nueve suelen salir aviesas y torcidas. Sélo yo de esperiencia, porque de algunas he salido manteado y de otras molido; pero con todo eso es linda cosa esperar los sucesos, atravesando montes, escudriñando selvas, pisando peñas, visitando castillos, alojando en ventas á toda discreción sin pagar ofrecido sea al diablo el maravedí. Todas estas pláticas pasaron entre Sancho Panza y Juana Panza su muger, en tanto que el Ama y Sobrina de Don Quijote le recibieron, y le desnudaron, y le tendieron en su antiguo lecho. Mirábalas él con ojos atravesados, y no acababa de entender en qué parte estaba. El Cura encargó á la Sobrina tuviese gran cuenta con regalar á su tio, y que estuviesen alerta de que otra vez no se les escapase, contando lo que habia sido menester para traelle á su casa. Aquí alzaron las dos de nuevo los gritos al cielo, allí se renovaron las maldiciones de los libros de caballerías, allí pidieron al cielo, que confundiese en el centro del abismo á los autores de tantas mentiras y disparates. Finalmente, ellas quedaron confusas y temerosas, de que se habian de ver sin su amo y tio en el mesmo punto que tuviese alguna mejoría, y así fué como ellas se lo imaginaron. Pero el autor desta historia, puesto que con curiosidad y diligencia ha buscado los hechos que Don Quijote hizo en su tercera salida, no ha podido hallar noticia dellos, á lo menos por escrituras auténticas; solo la fama ha guardado en las memorias de la Mancha, que Don Quijote la tercera vez que salió de su casa fué á Zaragoza, donde se halló en unas famosas justas que en aqudla ciuiad hicieron, y allí le pasaron cosas dignas de su valor y buen entendimiento. Ni de su fin y acabamiento pudo alcanzar cosa alguna, ni la alcanzara, ni supiera, si la buena suerte no le deparara un antiguo médico que tenia en su poder una caja de plomo, que segun él dijo, se había hallado en los cimientos derribados de una antigua ermita que se renovaba: en la cual caja se habian hallado unos pergaminos escritos con letras góticas, pero en versos castellanos, que contenian muchas de sus hazañas, y daban noticia de la hermosura de Dulcinea del Toboso, de la figura de Rocinante, de la fidelidad de Sancho Panza, y de la sepultura del mesmo Don Quijote, con diferentes epitafios y elogios de su vida y costumbres: y los que se pudieron leer y sacar en limpio, fueron los que aquí pone el fidedigno autor desta nueva y jamas vista historia. El cual autor no pide á los que la leyeren, en premio del inmenso trabajo que le costó inquirir y buscar todos los archivos manchegos por sacarla á luz, sino que le den el mesmo crédito, que suelen dar los discretos á los libros de caballerías que tan validos andan en el mundo, que con esto so tendrá por bien pagado y satisfecho, y se animará á sacar y buscar otras, si no tan verdaderas, á lo menos de tanta invencion y pasatiempo. Las palabras primeras que estaban escritas en el pergamino que se halló en la caja de plomo, eran estas:

LOS ACADEMICOS DE LA ARGAMASILLA, LUGAR DE LA MANCHA, EN VIDA Y

MUERTE DEL VALEROSO DON QUIJOTE DE LA MANCHA

HOC SCRIPSERUNT.

EL MONICONGO, ACADEMICO DE LA ARGAMASILLA A LA SEPULTURA DE DON QUIJOTE.


Epitafio.

El calvatrueno[5] que adornó á la Mancha
De mas despojos que Jason de Creta,
El juicio que tuvo la veleta,
Aguda, donde fuera mejor ancha.

El brazo que su fuerza tanto ensancha,
Que llegó del Catay hasta Gaeta,
La Musa mas horrenda y mas discreta,
Que grabó versos en broncinea plancha:
El que á cola dejó los Amadises,
Y en muy poquito á Galaores tuvo,
Estribando en su amor y bizarría:
El que hizo callar los Belianises:
Aquel, que en Rocinante errando anduvo,
Yace debajo desta losa fria.


DEL PANIAGUADO[6], ACADEMICO D£ LA ARGAMASILLA


IN LAUDEN DULCINEA DEL TOBOSO.

Soneto.

Esta que veis de rostro amondongado,
Alta de pechos y ademan brioso,
Es Dulcinea, Reina del Toboso,
De quien fué el gran Quijote aficionado.
Pisó por ella el uno y otro lado
De la gran Sierra Negra, y el famoso
Campo de Montiel, hasta el herboso
Llano de Aranjuez, á pié y cansado:
Culpa de Rocinante. ¡O dura estrella!
Que esta Manchega dama, y este invito
Andante caballero, en tiernos años,
Ella dejó muriendo de ser bella,
Y él, aunque queda en mármoles escrito,
No pudo huir de amor, iras y engaños.

DEL CAPRICHOSO, DISCRETISIMO ACADEMICO DE LA ARGAMASILLA EN LOOR
DE ROCINANTE, CABALLO DE DON QUIJOTE DE LA MANCHA.

Soneto.

En el soberbio tronco diamantino,
Que con sangrientas plantas huella Marte,
Frenético el Manchego su estandarte
Tremola con esfuerzo peregrino.

Cuelga las armas y el acero fina,
Con que destroza, azuela, raja y parte:
Nuevas proezas; pero inventa el arte
Un nuevo estilo al nuevo Paladino.
Y si de su Amadis se precia Gaula,
Por cuyos bravos descendientes Grecia
Triunfó mil veces, y su fama ensancha,
Hoy á Quijote le corona el Aula
Do Belona preside, y dél se precia
Mas que Grecia ni Gaula, la alta Mancha.
Nunca sus glorias el olvido mancha
Pues hasta Rocinante, en ser gallardo,
Escede á Brilladoro y á Bayardo.


DEL BURLADOR ACADEMICO ARGAMASILLESCO, A SANCHO PANZA.
Soneto.

Sancho Panza es aqueste en cuerpo chico;
Pero grande en valor. ¡Milagro estraño!
Escudero el mas simple y sin engaño,
Que tuvo el mundo, os juro y certifico.
De ser Conde no estuvo en un tantico,
Si no se conjuraran en su daño
Insolencias y agravios del tacaño
Siglo, que aun no perdonan á un borrico.
Sobre él anduvo (con perdon se miente)
Este manso escudero, tras el manso
Caballo Rocinante y tras su dueño.
¡O vanas esperanzas de la gente,
Cómo pasais con prometer descanso,
Y al fin parais en sombra, en humo, en sueño!


DEL CACHIDIABLO, ACADEMICO DE LA ARGAMASILLA, EN LA SEPULTURA
DE DON QUIJOTE.
Epitafio.

Aquí yace el Caballero
Bien molido y mal andante,
A quien llevó Rocinante
Por ano y otro sendero.

Sancho Panza el majadero
Yace tambien junto á él,
Escudero el mas fiel,
Que vió el trato de escudero.

DEL TIQUITOC, ACADEMICO DE LA ARGAMASILLA, EN LA SEPULTURA DE
DULCINEA DEL TOBOSO.

Epitafio.

Reposa aquí Dulcinea,
Y aunque de carnes rolliza,
La volvió en polvo y ceniza
La muerte espantable y fea.
Fué de castiza ralea,
Y tuvo asomos de dama,
Del gran Quijote fué llama,
Y fué gloria de su aldea.

Estos fueron los versos que se pudieron leer: los demas, por estar carcomida la letra, se entregaron á un Académico, para que por conjeturas los declarase. Tiénese noticia, que lo ha hecho á costa de muchas vigilias y mucho trabajo, y que tiene intencion de sacallos á luz, con esperanza de la tercera salida de Don Quijote.

Forsi altro canterá con miglior plettro[7].



  1. Diciendo y haciendo deberia decir, por ser esta una errata de imprenta conocida, pues este modismo de la lengua es invariable; y así en la P. I. cap. XXII, p. 149 dijo el mismo Cervantes: y diciendo y haciendo.
  2. En esta resolucion se conforma Don Quijote con la costumbre de otros caballeros andantes, como son Amadis de Gaula, y Esplandian, á quienes juntamente con sus señoras, tenia por su bien encantados en la Insula Firme su amiga, la maga ó bruja Urganda, hasta que pasase el mal influjo de las estrellas. (Amadis de Gaula: lib. 6, cap. 18.)
  3. Era una gala de muger, introducida de Saboya en España.
  4. Esta costumbre de la Mancha se usaba tambien en Francia, de donde volvió y se adoptó modernamente por algunas en España, segun la reprendia un poeta de nuestros tiempos, entre otras costumbres que las españolas habian adoptado de las francesas.

    Amaneció contenta con su doña.
    Y acostóse madama de Borgoña;
    Pues, aunque su apellido es de Velasco,
    Comenzó á causarle asco
    Cuando supo que en Francia las casadas
    Están acostumbradas
    A dejar para siempre su apellido,
    Por casarse aun así con su marido, etc.

  5. Se dice del que tiene la cabeza atronada, y es vocingiero y alocado.
  6. Significa la persona á quien se da de comer, por ser el pan y agua los dos artículos mas esenciales del alimento} y por estension indica el cliente.— (Clemencin.)
  7. Este verso está tomado del Orlando del Ludovico Ariosto (can. XXX, estancia ú octava 16); pero no está copiado fielmente, pues en su testo original se lee así:
    Forse altri canterá con miglior plettro.

    Al fin del cap. I, de la parte II, vuelve á citar Cervantes este mismo pasage del Ariosto, diciendo:

    Y como del Catay recibió el cetro
    Quizá otro cantará con mejor plectro.