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El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1842)/Tomo I/XLI

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CAPÍTULO XLI.

Donde todavia prosigue el cautivo su suceso.


N

o se pasaron quince dias, cuando ya nuestro renegado tenia comprada una muy buena barca capaz de mas de treinta personas: y para asegurar su hecho y dalle color, quiso hacer, como hizo, un viage á un lugar que se llamaba Sargel[1], que está treinta leguas de Argel ácia la parte de Oran, en el cual hay mucha contratacion de higos pasos. Dos ó tres veces hizo este viage en compañía del tagarino que había dicho. Tagarinos llaman en Berbería á los moros de Aragon, y á los de Granada mudéjares[2]: y en el reino de Fez llaman á los mudéjares, elches, los cuales son la gente de quien aquel rey mas se sirve en la guerra. Digo pues, que cada vez que pasaba con su barca daba fondo en una caleta que estaba no dos tiros de ballesta del jardin donde Zorayda esperaba, y allí muy de propósito se ponia el renegado con los morillos que bogaban el remo, ó ya á hacer la zalá, ó á como por ensayarse de burlas, á lo que pensaba hacer de veras, y así se iba al jardin de Zorayda y le pedia fruta, y su padre se la daba sin conocelle: y aunque él quisiera hablar á Zorayda, como él despues me dijo, y decille, que él era el que por órden mia la habia de llevar á tierra de cristianos, que estuviese contenta y segura, nunca le fué posible, porque las moras no se dejan ver de ningun moro ni turco, si no es que su marido, ó su padre se lo manden: de cristianos cautivos se dejan tratar y comunicar, aun mas de aquello que seria razonable: y á mí me hubiera pesado que él la hubiera hablado
hablado, que quizá la alborotara, viendo que su negocio andaba en boca de renegados; pero Dios que lo ordenaba de otra manera, no dió lugar al buen deseo que nuestro renegado tenia, el cual viendo cuan seguramente iba y venia á Sargel, y que daba fondo cuando y como, y adonde queria, y que el tagarino su compañero no tenia mas voluntad de lo que la suya ordenaba, y que yo estaba ya rescatado, y que solo faltaba buscar algunos cristianos que bogasen el remo, me dijo que mirase yo cuales queria traer conmigo, fuera de los rescatados, y que los tuviese hablados para el primer viérnes, donde tenia determinado que fuese nuestra partida. Viendo esto, hablé á doce españoles, todos valientes hombres de remo, y de aquellos que mas libremente podian salir de la ciudad: y no fué poco hallar tantos en aquella coyuntura, porque estaban veinte bajeles en corso, y se habian llevado toda la gente de remo, y estos no se hallaran, si no fuera que su amo se quedó aquel verano sin ir en corso á acabar una galeota que tenia en astillero: á los cuales no les dije otra cosa, sino que el primer viérnes en la tarde se saliesen uno á uno disimuladamente y se fuesen á la vuelta del jardin de Agimorato, y que allí me aguardasen hasta que yo fuese. A cada uno dí este aviso de por sí , con órden que aunque allí viesen otros cristianos, no les dijesen, sino que yo les habia mandado esperar en aquel lugar. Hecha esta diligencia, me faltaba hacer otra que era la que mas me convenia, y era la de avisar á Zorayda en el punto que estaban los negocios, para que estuviese apercibida y sobre aviso, que no se sobresaltase, si de improviso la asaltásemos antes del tiempo que ella podia imaginar, que la barca de cristianos podia volver y así determiné de ir al jardín y ver si podia hablarla, y con ocasion de coger algunas yerbas, un dia antes de mi partida fui allá, y la primera persona con quien encontré fué con su padre, el cual me dijo en lengua que en toda la Berbería y aun en Constantinopla se habla entre cautivos y moros, que ni es morisca, ni castellana, ni de otra nacion alguna, sino una mezcla de todas las lenguas, con la cual todos nos entendemos. Digo pues, que en esta manera de lenguage me preguntó que qué buscaba en aquel su jardin, y de quien era. Respondíle, que era esclavo de Arnaute Mamí[3],

y esto porque sabia yo por muy cierto, que era un grandísimo amigo suyo, y que buscaba de todas yerbas para hacer ensalada. Preguntóme por el consiguiente, si era hombre de rescate ó no, y que cuánto pedia mi amo por mí. Estando en todas estas preguntas y respuestas, salió de la casa del jardin la bella Zorayda, la cual ya habia mucho que me habia visto, y como las moras en ninguna manera hacen melindre de mostrarse á los cristianos, ni tampoco se esquivan, como ya he dicho, no se le dió nada de venir adonde su padre conmigo estaba; antes luego cuando su padre vió que venia y de espacio, la llamó y mandó que llegase. Demasiada cosa seria decir yo ahora la mucha hermosura, la gentileza, el gallardo y rico adorno con que mi querida Zorayda se mostró á mis ojos: solo diré, que mas perlas pendian de su hermosísimo cuello, orejas y cabellos, que cabellos tenia en la cabeza. En las gargantas de sus piés, que descubiertas á su usanza traia, traia dos carcajes (que así se llaman las manillas ó ajorcas de los piés en morisco), de purísimo oro, con tantos diamantes engastados, que ella me dijo despues, que su padre los estimaba en diez mil doblas, y las que traia en las muñecas de las manos valian otro tanto. Las perlas eran en gran cantidad y muy buenas, porque la mayor gala y bizarria de las moras es, adornarse de ricas perlas y aljófar: y así hay mas perlas y aljófar entre moros, que entre todas las demas naciones, y el padre de Zorayda tenia fama de tener muchas y de las mejores que en Argel habia, y de tener asimesmo mas de docientos mil escudos españoles, de todo lo cual era señora esta que ahora lo es mia. Si con todo este adorno podia venir entonces hermosa, ó no, por las reliquias que le han quedado en tantos trabajos, se podrá conjeturar, cual debia de ser en las prosperidades, porque ya se sabe que la hermosura de algunas mugeres tiene dias y sazones, y requiere accidentes para diminuirse ó acrecentarse: y es natural cosa que las pasiones del ánimo la levanten ó bajen, puesto que las mas veces la destruyen. Digo en fin, que entonces llegó en todo estremo aderezada y en todo estremo hermosa, ó á lo menos á mí me pareció serlo la mas que hasta entonces habia visto: y con esto viendo las obligaciones en que me habia puesto, me parecia que tenía delante de mí una deidad del cielo, venida á la tierra para mi gusto y para mi remedio. Así como ella llegó, le dijo su padre en su lengua, como yo era cautivo de su amigo Arnaute Mamí, y que venia á buscar ensalada. Ella tomó la mano, y en aquella mezcla de lenguas que tengo dicho, me preguntó ¿si era caballero, y qué era la causa que no me rescataba? —Yo le respondí, que ya estaba rescatado, y que en el precio podia echar de ver en lo que mi amo me estimaba, pues habia dado por mí mil y quinientos zoltamis: á lo cual ella respondió: En verdad que si tú fueras de mi padre, que yo hiciera, que no te diera él por otros dos tantos, porque vosotros cristianos, siempre mentis en cuanto decis, y os haceis pobres por engañar á los moros. —Bien podria ser eso, señora le respondí, mas en verdad que yo la he tratado con mi amo, y la trato, y la trataré con cuantas personas hay en el mundo. —¿Y cuándo te vas? dijo Zorayda. —Mañana, creo yo, dije, porque está aquí un bajel de Francia, que se hace mañana á la vela, y pienso irme con él. —¿No es mejor, replicó Zorayda, esperar á que vengan bajeles de España, y irte con ellos, que no con los de Francia, que no son vuestros amigos? —No, respondí yo, aunque si como hay nuevas que viene ya un bajel de España, es verdad, todavía yo le aguardaré, puesto que es mas cierto el partirme mañana, porque el deseo que tengo de verme en mi tierra, y con las personas que bien quiero, es tanto que no me dejará esperar otra comodidad, si se tarda, por mejor que sea. —¿Debes de ser sin duda casado en tu tierra, dijo Zorayda, y por eso deseas ir á verte con tu muger. — No soy, respondí yo, casado, mas tengo dada la palabra de casarme en llegando allá. —¿Y es hermosa la dama á quien se la diste? dijo Zorayda. —Tan hermosa es, respondí yo, que para encarecella y decirte la verdad, se parece á tí mucho. Desto se rió muy de veras su padre, y dijo: Guala[4] cristiano, que debe ser muy hermosa, si se parece á mi hija, que es la mas hermosa de todo este reino: si no mírala bien, y verás como te digo verdad. Servíanos de intérprete á las mas destas palabras y razones el padre de Zorayda como mas ladino[5], que aunque ella hablaba la bastarda lengua, que como he dicho, allí se usa, mas declaraba su intencion por señas, que por palabras. Estando en estas y otras muchas razones, llegó un moro corriendo, y dijo á grandes voces, que por las bardas ó paredes del jardin habian saltado cuatro turcos, y andaban cogiendo la fruta, aunque no estaba madura. Sobresaltóse el viejo, y lo mesmo hizo Zorayda, porque es comun y casi natural el miedo que los moros á los turcos tienen, especialmente á los soldados, los cuales son tan insolentes, y tienen tanto imperio sobre los moros que á ellos están sujetos, que los tratan peor que si fuesen esclavos suyos. Digo pues, que dijo su padre á Zorayda: Hija, retírate á la casa y enciérrate, en tanto que yo voy á hablar á estos canes, y tú, cristiano, busca tus yerbas, y vete en buena hora, y llévete Alá con bien á tu tierra. Yo me incliné, y él se fué á buscar los turcos, dejándome solo con Zorayda, que comenzó á dar muestras de irse donde su padre la habia mandado: pero apenas él se encubrió con los árboles del jardín, cuando ella volviéndose á mí, llenos los ojos de lágrimas, me dijo: ¿ Amexí cristiano, amexí? que quiere decir: ¿vaste, cristiano, vaste? —Yo la respondí: Señora, sí, pero no en ninguna manera sin tí: el primevo Juma[6] me aguarda, y no te sobraltes cuando nos veas, que sin duda alguna iremos á tierra de cristianos. Yo le dije esto de manera, que ella me entendió muy bien á todas las razones que entrambos pasamos, y echándome un brazo al cuello, con desmayados pasos comenzó á caminar ácia la casa, y quiso la suerte que pudiera ser muy mala, si el cielo no lo ordenara de otra manera, que yendo los dos de la manera y postura que os he contado con un brazo al cuello, su padre que ya volvia de hacer ir á los turcos, nos vió de la suerte y maneta que íbamos, y nosotros vimos que él nos habia visto; pero Zorayda advertida y discreta, no quiso quitar el brazo de mi cuello, antes se llegó mas á mí y puso su cabeza sobre mi pecho, doblando un poco las rodillas, dando claras señales y muestras que se desmayaba, y yo ansimesmo dí á entender, que la sostenia contra mi voluntad. Su padre llegó corriendo á donde estábamos, y viendo á su hija de aquella manera, le preguntó que qué tenia; pero como ella no le respondiese, dijo su padre: Sin duda alguna, que con el sobresalto de la entrada de estos canes se ha desmayado, y quitándola del mio, la arrimó á su pecho, y ella dando un suspiro, y aun no enjutos los ojos de lágrimas, volvió á decir, amexí cristiano, amexí[7]: vete, cristiano, vete. A lo que su padre respondió: No importa, hija, que al cristiano se vaya, que ningún mal te ha hecho, y los turcos ya son idos: no te sobresalte cosa alguna, pues ninguna hay que pueda darte pesadumbre, pues como ya te he dicho, los turcos á mi ruego se volvieron por donde entraron. Ellos, señor, la sobresaltaron como has dicho, dije yo á su padre; mas pues ella dice que yo me vaya, no la quiero dar pesadumbre: quédate en paz, y con tu licencia volveré si fuere menester por yerbas á este jardin, que segun dice mi amo, en ninguno las hay mejores para ensalada que en él. Todas las que quisieres, podrás volver, respondió Agimorato, que mi hija no dice esto, porque tú, ni ninguno de los cristianos la enojaban, sino que por decir que los turcos se fuesen, dijo que tú te fueses, ó porque ya era hora de que buscases tus yerbas. Con esto me despedí al punto de entrambos, y ella arrancándosele el alma, al parecer, se fué con su padre, y yo con achaque de buscar las yerbas, rodeé muy bien y á mi placer todo el jardin: miré bien las entradas y salidas, y la fortaleza de la casa, y la comodidad que se podia ofrecer para facilitar todo nuestro negocio. Hecho esto me vine, y dí cuenta de cuanto habia pasado al renegado y á mis compañeros, y ya no veia la hora de verme gozar sin sobresalto del bien que en la hermosa y bella Zorayda la suerte me ofrecia. En fin, el tiempo se pasó, y se llegó el dia y plazo de nosotros tan deseado, y siguiendo todos el órden y parecer, que con discreta consideracion y largo discurso muchas veces habiamos dado, tuvimos el buen suceso que deseábamos, porque el viérnes que se siguió al dia que yo con Zorayda hablé en el jardin, el renegado al anochecer dió fondo con la barca casi frontero de donde la hermosísima Zorayda estaba. Ya los cristianos que hablan de bogar al remo, estaban prevenidos y escondidos por diversas partes de todos aquellos alrededores. Todos estaban suspensos y alborozados, aguardándome, deseosos ya de embestir con el bajel que á los ojos tenian, porque ellos no sabian el concierto del renegado, sino que pensaban que á fuerza de brazos habian de haber y ganar la libertad, quitando la vida á los moros que dentro de la barca estaban. Sucedió pues, que así como yo me mostré y mis compañeros, todos los demas escondidos que nos vieron se vinieron llegando á nosotros. Esto ya á tiempo que la ciudad estaba ya cerrada, y por toda aquella campaña ninguna persona parecia. Como estuvimos juntos, dudamos si seria mejor, ir primero por Zorayda, ó rendir primero á los moros tagarinos, que bogaban el remo en la barca: y estando en esta duda, llegó á nosotros nuestro renegado, diciéndonos que en qué nos deteniamos, que ya era hora, y que todos sus moros estaban descuidados, y los mas de ellos durmiendo. Dígímosle en lo que reparábamos, y él dijo, que lo que mas importaba era rendir primero el bajel, que se podia hacer con grandísima facilidad y sin peligro alguno, y que luego podiamos ir por Zorayda. Pareciónos bien á todos lo que decia, y así sin deternos mas, haciendo él la guia, llegamos al bajel, y saltando él dentro primero, metió mano al alfange, y dijo en morisco: Ninguno de vosotros se mueva de aquí, si no quiere que le cueste la vida. Ya á este tiempo habian entrado dentro casi todos los cristianos. Los moros que eran de poco ánimo, viendo hablar de aquella manera á su arraez, quedáronse espantados, y sin ninguno de todos ellos echar mano á las armas, que pocas ó casi ningunas tenian, se dejaron, sin hablar alguna palabra, maniatar de los cristianos, los cuales con mucha presteza lo hicieron, amenazando á los moros, que si alzaban por alguna via, ó manera la voz, que luego al punto los pasarian todos á cuchillo. Hecho ya esto, quedándose en guarda dellos la mitad de los nuestros, los que quedábamos, haciéndonos así mismo el renegado la guia, fuimos al jardin de Agimorato, y quiso la buena suerte, que llegando á abrir la puerta, se abrió con tanta facilidad como si cerrada no estuviera, y así con gran quietud y silencio, llegamos á la casa sin ser sentidos de nadie. Estaba la bellísima Zorayda aguardándonos á una ventana, á así como sintió gente, preguntó con voz baja, si éramos Nizarani, como si dijera ó preguntara, si éramos cristianos. Yo le respondí que sí, y que bajase. Cuando ella me conoció no se detuvo un punto, porque sin responderme palabra bajó en un instante, abrió la puerta, y mostróse á todos tan hermosa y ricamente vestida, que no lo acierto á encarecer. Luego que yo la vi, le tomé una mano, y la comencé á besar, y el renegado hizo lo mesmo y mis dos camaradas, y los demas que el caso no sabian, hicieron lo que vieron que nosotros haciamos, que no parecia sino que le dábamos las gracias, y la reconociamos por señora de nuestra libertad. El renegado le dijo en lengua morisca ¿si estaba su padre en el jardin? —Ella respondió que sí, y que dormía. —Pues será menester despertalle, replicó el renegado, y llevárnosle con nosotros, y todo aquello que tiene de valor en este hermoso jardin. —No, dijo ella, á mi padre no se le ha de tocar en ningun modo, y en esta casa no hay otra cosa que lo que yo llevo, que es tanto, que bien habrá para que todos quedeis ricos y contentos, y esperaos un poco y lo veréis. Y diciendo esto se volvió á entrar, diciendo que muy presto volveria, que nos estuviésemos quedos sin hacer ningun ruido. Pregúntele al renegado lo que con ella había pasado, el cual me lo contó, á quien yo dije que en ninguna cosa se habia de hacer mas de lo que Zorayda quisiese: la cual ya volvia cargada con un cofrecillo lleno de escudos de oro, tantos que apenas los podia sustentar. Quiso la mala suerte, que su padre despertase en el ínterin, y sintiese el ruido que andaba en el jardin, y asomándose á la ventana, luego conoció que todos los que en él estaban eran cristianos, y dando muchas, grandes y desaforadas voces, comenzó á decir en arábigo: Cristianos, cristianos, ladrones, ladrones, por los cuales gritos nos vimos todos puestos en grandísima y temerosa confusion; pero el renegado viendo el peligro en que estábamos, y lo mucho que le importaba salir con aquella empresa antes de ser sentido, con grandísima presteza subió donde Agimorato estaba, y juntamente con él fueron algunos de nosotros, que yo no osé desamparar á la Zorayda, que como desmayada se habia dejado caer en mis brazos. En resolucion, los que subieron se dieron tan buena maña, que en un momento bajaron con Agimorato, trayéndole atadas las manos y puesto un pañizuelo en la boca, que no le dejaba hablar palabra, amenazándole, que el hablarla le habia de costar la vida. Cuando su hija le vió, se cubrió los ojos por no verle, y su padre quedó espantado, ignorando cuán de su voluntad se habia puesto en nuestras manos; mas entonces siendo mas necesarios los piés, con diligencia y presteza nos pusimos en la barca, que ya los que en ella habian quedado nos esperaban, temerosos de algun mal suceso nuestro. Apenas serian dos horas pasadas de la noche, cuando ya estábamos todos en la barca, en la cual se le quitó al padre de Zorayda la atadura de las manos y el paño de la boca; pero tornole á decir el renegado que no hablase palabra, que le quitarian la vida. El como vió allí á su hija comenzó á suspirar ternísimamente, y mas cuando vió que yo estrechamente la tenia abrazada, y que ella sin defenderse, quejarse, ni esquivarse, se estaba queda, pero con todo esto callaba, porque no pusiesen en efecto las muchas amenazas que el renegado le hacia. Viéndose pues Zorayda ya en la barca, y que queriamos dar los remos á la agua, y viendo allí á su padre y á los demas moros que atados estaban, le dijo al renegado, que me dijese le hiciese merced de soltar á aquellos moros, y dar libertad á su padre, porque antes se arrojaria en la mar, que ver delante de sus ojos y por causa suya llevar cautivo á un padre que tanto le habia querido. El renegado me lo dijo, y yo respondí que era muy contento, pero él respondió, que no convenia, á causa que si allí los dejaban, apellidarían luego la tierra, y alborotarian la ciudad, y serian causa de que saliesen á buscallos con algunas fragatas ligeras, y les tomasen la tierra y la mar, de manera que no pudiésemos escaparnos, que lo que se podria hacer, era darles libertad en llegando á la primera tierra de cristianos. En este parecer venimos todos y Zorayda, á quien se le dió cuenta, con las causas que nos movian á no hacer luego lo que queria, tambien se satisfizo, y luego con regocijado silencio y alegre diligencia, cada uno de nuestros valientes remeros tomó su remo, y comenzamos, encomendándonos á Dios de todo corazón, á navegar la vuelta de las islas de Mallorca, que es la tierra de cristianos mas cerca; pero á causa de soplar un poco el viento tramontana, y estar la mar algo picada, no fué posible seguir la derrota de Mallorca, y fuénos forzoso dejarnos ir tierra á tierra la vuelta de Oran, no sin mucha pesadumbre nuestra, por no ser descubiertos del lugar de Sargel, que en aquella costa cae sesenta millas de Argel, y asimismo temiamos encontrar por aquel parage alguna galeota de las que de ordinario venian con mercancía de Tetuan, aunque cada uno por sí, y por todos juntos presumiamos, de que si se encontraba galeota de mercancía, como no fuese de las que andan en corso, que no solo no nos perderiamos[8], mas que tomariamos bajel, donde con mas seguridad pudiesemos acabar nuestro viage. Iba Zorayda en tanto que se navegaba, puesta la cabeza entre mis manos, por no ver á su padre y sentia yo que iba llamando á Lela Márien que nos ayudase. Bien habriamos navegado treinta millas, cuando nos amaneció, como tres tiros de arcabuz desviados de tierra, toda la cual vimos desierta, y sin nadie que nos descubriese, pero con todo eso nos fuimos á fuerza de brazos entrando un poco en la mar, que ya estaba algo mas sosegada, y habiendo entrado casi dos leguas, dióse órden que se bogase á cuarteles en tanto que comiamos algo, que iba bien proveida la barca, puesto que los que bogaban, dijeron, que no era aquel tiempo de tomar reposo alguno, que les diesen de comer á los que no bogaban, que ellos no querian soltar los remos de las manos en manera alguna. Hízose ansí, y en esto comenzó á soplar un viento largo, que nos obligó á hacer luego vela, y á dejar el remo y enderezar á Oran, por no ser posible poder hacer otro viage. Todo se hizo con mucha presteza, y así á la vela navegamos por mas de ocho millas por hora, sin llevar otro temor alguno, sino el de encontrar con bajel que de corso fuese. Dimos de comer á los moros tagarinos, y el renegado les consoló, diciéndoles como no iban cautivos, que en la primera ocasion les darian libertad. Lo mismo se le dijo al padre de Zorayda, el cual respondió: Cualquiera otra cosa pudiera yo esperar y creer de vuestra liberalidad y buen término, ó cristianos, mas el darme libertad, no me tengáis por tan simple que lo imagine, que nunca os pusistes vosotros al peligro de quitármela para volverla tan liberalmente, especialmente sabiendo quien soy yo, y el interese que se os puede seguir de dármela, el cual interese, si le quereis poner nombre, desde aquí os ofrezco todo aquello que quisiéredes por mi y por esa desdichada hija mía, ó si no por ella sola, que es la mayor y la mejor parte de mi alma. En diciendo esto comenzó á llorar tan amargamente, que á todos nos movió á compasión, y forzó á Zorayda que le mirase, la cual viéndole llorar, así se enterneció, que se levantó de mis piés y fué á abrazar á su padre, y juntando su rostro con el suyo, comenzaron los dos tan tierno llanto, que muchos de los que allí íbamos le acompañamos en él. Pero cuando su padre la vió adornada de fiesta y con tantas joyas sobre sí, le dijo en su lengua: ¿Qué es esto hija, que ayer al anocher, antes que nos sucediese esta terrible desgracia en que nos vemos, te ví con tus ordinarios y caseros vestidos, y agora, sin que hayas tenido tiempo de vestirte, y sin haberte dado alguna nueva alegre de solemnizarla con adornarte y pulirte, te veo compuesta con los mejores vestidos que yo supe y pude darte, cuando nos fué la ventura mas favorable? Respóndeme á esto que me tiene mas suspenso y admirado, que la misma desgracia en que me hallo. Todo lo que el moro decia á su hija, nos lo declaraba el renegado, y ella no le respondia palabra. Pero cuando él vió á un lado de la barca el cofrecillo donde ella solia tener sus joyas, el cual sabia él bien que le habia dejado en Argel, y no traídole al jardin, quedó mas confuso y preguntóle, que cómo aquel cofre habia venido á nuestras manos, y qué era lo que venia dentro. A lo cual el renegado, sin aguardar que Zorayda le respondiese, le respondió: No te canses, señor, en preguntar á Zorayda tu hija tantas cosas, porque con una que yo te responda, te satisfaré á todas, y así quiero que sepas, que ella es cristiana, y es la que ha sido la lima de nuestras cadenas y la libertad de nuestro cautiverio: ella va aquí de su voluntad tan contenta, á lo que yo imagino, de verse en este estado, como el que sale de las tinieblas á la luz, de la muerte á la vida, y de la pena á la gloria. ¿Es verdad lo que este dice, hija? dijo el moro. —Así es, respondió Zorayda. —¿Qué en efecto, replicó al viejo, tú eres cristiana, y la que te reciben, y otro tiempo te recibieron cuando la fortuna quiso que pudiese llamarte mia. A estas razones puso Luscinda en Cardenio los ojos, y habiendo comenzado á conocerle primero por la voz, y asegurándose que él era con la vista, casi fuera de sentido y sin tener cuenta á ningun honesto respeto le echó los brazos al cuello, y juntando su rostro con el de Cardenio, le dijo: Vos sí, señor mio, sois el verdadero dueño desta vuestra captiva, aunque mas lo impida la contraria suerte, y aunque mas amenazas le hagan á esta vida que en la vuestra se sustenta. Estraño espectáculo fué este para Don Fernando y para todos los circunstantes, admirándose de tan no visto suceso. Parecióle á Dorotea que Don Fernando habia perdido la color del rostro, y que hacia ademan de querer vengarse de Cardenio, porque le vió encaminar la mano á ponella en la espada; y así como lo pensó, con no vista presteza se abrazó con él por las rodillas, besándoselas y teniéndole apretado que no le dejaba mover, y sin cesar un punto de sus lágrimas, le decia: ¿Qué es lo que piensas hacer, único refugio mio, en este tan impensado trance? tú tienes á tus piés á tu esposa, y la que quieres que lo sea, está en los brazos de su marido: mira si te estará bien ó te será posible deshacer lo que el cielo ha hecho, ó si te convendrá querer levantar á igual á tí mismo á la que, pospuesto todo inconveniente, confirmada en su verdad y firmeza delante de tus ojos tiene los suyos, bañados de licor amoroso el rostro y pecho de su verdadero esposo. Por quien Dios es te ruego, y por quien tú eres te suplico, que este tan notorio desengaño no solo no acreciente tu ira, sino que la mengüe en tal manera, que con quietud y sosiego permitas que estos dos amantes le tengan sin impedimento tuyo todo el tiempo que el cielo quisiere concedérsele, y en esto mostrarás la generosidad de tu ilustre y noble pecho, y verá el mundo que tiene contigo mas fuerza la razon que el apetito. En tanto que esto decia Dorotea, aunque Cardenio tenia abrazada á Luscinda, no quitaba los ojos de Don Fernando, con determinacion de que si le viese hacer algun movimiento en su perjuicio, procurar defenderse y ofender como mejor pudiese á todos aquellos que en su daño se mostrasen, aunque le costase la vida. Pero á esta sazon acudieron los amigos de Don Fernando, y el cura y el barbero, que á todo habian estado presentes, sin que faltase el bueno de Sancho Panza, y todos rodeaban á Don Fernando, suplicándole tuviese por bien de mirar las lágrimas de Dorotea, y que siendo verdad, como sin duda ellos creian que lo era, lo que en sus razones habia dicho, que no permitiese quedase defraudada en sus tan justas esperanzas: que considerase que no acaso como parecia, sino con particular providencia del cielo, se habian todos juntado en lugar donde menos ninguno pensaba: y que advirtiese, dijo el cura, que sola la muerte podia apartar á Luscinda de Cardenio, y aunque los dividiesen filos de alguna espada, ellos tendrian por felicísima su muerte, y que en los casos inremediables era suma cordura, forzándose y venciendose á sí mismo, mostrar un generoso pecho, permitiendo que por sola su voluntad los dos gozasen el bien que el cielo ya les habia concedido: que pusiese los ojos ansimesmo en la beldad de Dorotea, y verla que pocas ó ninguna se podian igualar, cuanto mas hacerle ventaja: y que juntase á su hermostira su humildad y el estremo del amor que le tenia: y sobre todo advirtiese, que si se preciaba de caballero y de cristiano, que no podia hacer otra cosa que cumplille la palabra dada, y que cumpliéndosela, cumpliria con Dios y satisfaria á las gentes discretas, las cuales saben y conocen que es prerogativa de la hermosura, aunque esté en sugeto humilde, como se acompañe con la honestidad, poder levantarse é igualarse á cualquiera alteza, sin nota de menoscabo del que la levanta é iguala á sí mismo: y cuando se cumplen las fuertes leyes del gusto, como en ello no intervenga pecado, no debe de ser culpado el que las sigue. En efeto, a estas razones añadieron todos otras tales y tantas, que el valeroso pecho de Don Fernando, en fin como alimentado con ilustre sangre, se ablandó y se dejó vencer de la verdad, que él no pudiera negar aunque quisiera; y la señal que dió de haberse rendido y entregado al buen parecer que se le habia propuesto, fué abajarse y abrazar á Dorotea, diciéndole: Levantaos, señora mia, que no es justo que esté arrodillada á mis piés la que yo tengo en mi alma; y si hasta aquí no he dado muestras de lo que digo, quizá ha sido por órden del cielo, para que viendo yo en vos la fe con que me amais, os sepa estimar en lo que mereceis: lo que os ruego es, que no me reprendais mi mál término, y mi mucho descuido, pues la misma ocasion y fuerza que me movió para acetaros por mia, esta misma me impelió para procurar no ser vuestro: y que esto sea verdad, volved y mirad los ojos de la ya contenta Luscinda, y en ellos hallareis disculpa de todos mis yerros; y pues ella halló y alcanzó lo que deseaba, y yo he hallado en vos lo que me cumple, viva ella segura y contenta luengos y felices años con su Cardenio, que yo rogaré al cielo que me los deje vivir con mi Dorotea. Y diciendo esto, la tornó á abrazar y juntar su rostro zá las maldiciones que el moro á su hija habia echado, que siempre se han de temer de cualquier padre que sean, quiso digo, que estando ya engolfados, y siendo ya casi pasadas tres horas de la noche, yendo con la vela tendida de alto abajo, frenillados los remos, porque el próspero viento nos quitaba del trabajo de haberlos menester, con la luz de la luna que claramente resplandecia, vimos cerca de nosotros un bajel redondo que con todas las velas tendidas, llevando un poco á orza el timon, delante de nosotros atravesaba, y esto tan cerca, que nos fué forzoso amainar por no embestirle, y ellos asimesmo hicieron fuerza de timon para darnos lugar que pasásemos. Habiánse puesto á bordo del bajel á preguntarnos quien éramos, y adonde navegábamos, y de donde veniamos; pero por preguntamos esto en lengua francesa, dijo nuestro renegado: Ninguno responda, porque estos sin duda son cosarios franceses que hacen á toda ropa. Por este advertimiento ninguno respondió palabra, y habiendo pasado un poco delante, que ya el bajel quedaba á sotavento, de improviso soltaron dos piezas de artillería, y á lo que parecia, ambas venian con cadenas, porque con una cortaron nuestro árbol por el medio, y dieron con él y con la vela en la mar, y al momento disparando otra pieza, vino á dar la bala en mitad de nuestra barca de modo que la abrió toda, sin hacer otro mal alguno; pero como nosotros nos vimos ir á fondo, comenzamos todos á grandes voces á pedir socorro, y á rogar á los del bajel que nos acogiesen porque nos anegábamos. Amainaron entonces, y echando el esquife, ó barca á la mar, entraron en él hasta doce franceses bien armados con sus arcabuces y cuerdas encendidas, y así llegaron junto al nuestro, y viendo cuan pocos éramos, y como el bajel se hundia, nos recogieron, diciendo que por haber usado la descortesía de no respondelles, nos habia sucedido aquello. Nuestro renegado tomó el cofre de las riquezas de Zorayda, y dió con él en la mar, sin que ninguno echase de ver en lo que hacia. En resolucion, todos pasamos con los franceses, los cuales despues de haberse informado de todo aquello que de nosotros saber quisieron, como si fueran nuestros capitales enemigos nos despojaron de todo cuanto teniamos, y á Zorayda le quitaron hasta los carcajes que traia en los piés; pero no me daba á mí tanta pesadumbre la que á Zorayda daban, como me la daba el temor que tenia, de que habían de pasar del quitar de las riquísimas y preciosas joyas, al quitar de la joya que mas valia y ella mas estimaba; pero los deseos de aquella gente no se estienden á mas que al dinero, y desto jamas se vé harta su codicia, la cual entonces llegó á tanto, que aun hasta los vestidos de cautivos nos quitaran, si de algun provecho les fueran: y hubo parecer entre ellos, de que á todos nos arrojasen á la mar envueltos en una vela, porque tenian intencion de tratar en algunos puertos de España, con nombre de que eran bretones, y si nos llevaban vivos serian castigados, siendo descubierto su hurto; mas el capitan, que era el que habia despojado á mi querida Zorayda, dijo que él se contentaba con la presa que tenia, y que no queria tocar en ningún puerto de España, sino pasar el estrecho de Gibraltar de noche, ó como pudiese, y irse á la Rochela, de donde habia salido, y así tomaron por acuerdo de darnos el esquife de su navío, y todo lo necesario para la corta navegacion que nos quedaba, como lo hicieron otro día ya á vista de tierra de España, con la cual vista todas nuestras pesadumbres y pobrezas se nos olvidaron de todo punto, como si no hubieran pasado por nosotros: tanto es el gusto de alcanzar la libertad perdida. Cerca de medio dia podria ser, cuando nos echaron en la barca, dándonos dos barriles de agua y algun bizcocho, y el capitan movido no sé de qué misericordia, al embarcarse la hermosísima Zorayda, le dió hasta cuarenta escudos de oro, y no consintió que le quitasen sus soldados estos mesmos vestidos que ahora tiene puestos. Entramos en el bajel, dímosle las gracias por el bien que nos hacian, mostrándonos mas agradecidos que quejosos: ellos se hicieron á lo largo siguiendo la derrota del estrecho, nosotros sin mirar á otro norte que á la tierra que se nos mostraba delante, nos dimos tanta priesa á bogar, que al poner del sol estábamos tan cerca, que bien pudiéramos, á nuestro parecer, llegar antes que fuera muy de noche, pero por no parecer en aquella noche la luna, y el cielo mostrarse escuro, y por ignorar el parage en que estábamos, no nos pareció cosa segura embestir en tierra, como á muchos de nosotros les parecia, diciendo que diésemos en ella, aunque fuese en unas peñas y lejos de poblado, porque así asegurariamos el temor que de razon se debia tener, que por allí anduviesen bajeles de cosarios de Tetuan, los cuales anochecen en Berbería y amanecen en las costas de España, y hacen de ordinario presa, y se vuelven á dormir á sus casas; pero de los contrarios pareceres, el que se tomó fué, que nos llegásemos poco á poco, y que si el sosiego del mar lo concediése, desembarcásemos donde pudiésemos. Hízose así, y poco antes de la media noche seria, cuando llegamos al pié de una disformísima y alta montaña, no tan junto al mar, que no concediese un poco de espacio para poder desembarcar cómodamente. Embestimos en la arena, salimos todos á tierra, y besamos el suelo, y con lágrimas de muy alegrísimo contento, dimos todos gracias á Dios Señor nuestro, por el bien tan incomparable que nos habia hecho en nuestro viage: sacamos de la barca los bastimentos que tenia, y tirámosla en tierra, y subimos un grandísimo trecho en la montaña, porque aun allí estábamos, y aun no podiamos asegurar el pecho, ni acabábamos de creer, que era tierra de cristianos la que ya nos sostenia. Amaneció mas tarde, á mi parecer, de lo que quisiéramos: acabamos de subir toda la montaña por ver si desde allí algún poblado se descubria, ó algunas cabañas de pastores; pero aunque mas tendimos la vista, ni poblado, ni persona, ni senda, ni camino descubrimos. Con todo esto, determinamos de entrarnos la tierra adentro, pues no podria ser menos, sino que presto descubriésemos quien nos diese noticia della, pero lo que á mí mas me fatigaba, era el ver ir á pié á Zorayda por aquellas asperezas, que puesto que alguna vez la puse sobre mis hombros, mas le cansaba á ella mi cansancio, que la reposaba su reposo, y así nunca mas quiso que yo aquel trabajo tomase: y con mucha paciencia y muestras de alegría, llevándola yo siempre de la mano, poco menos de un cuarto de legua debiamos de haber andado, cuando llegó á nuestros oidos el son de una pequeña esquila, señal clara que por allí cerca habia ganado, y mirando todos con atencion, si alguno se parecia, vimos al pié de un alcornoque un pastor mozo, que con grande reposo y descuido estaba labrando un palo con un cuchillo. Dimos voces, y él alzando la cabeza se puso ligeramente en pié, y á lo qué después supimos, los primeros que á la vista se le ofrecieron fueron el renegado y Zorayda, y como él los vió en habito de moros, pensó que todos los de la Berbería estaban sobre él, y metiéndose con estraña ligereza por el bosque adelante comenzó á dar los mayores gritos del mundo, diciendo: Moros, moros hay en la tierra: moros, moros, arma, arma. Con estas voces quedamos todos confusos, y no sabiamos que hacemos, pero considerando que las voces del pastor habian de alborotar la tierra, y que la caballería de la costa habia de venir luego á ver lo que era, acordamos que el renegado se desnudase las ropas de turco, y se vistiese un gilecuelco ó casaca de cautivo, que uno de nosotros le dió luego, aunque se quedó en camisa, y así encomendándonos á Dios, fuimos por el mismo camino que vimos que el pastor llevaba, esperando siempre cuando habia de dar sobre nosotros la caballería de la costa: y no nos engañó nuestro pensamiento, porque aun no habrian pasado dos horas, cuando habiendo ya salido de aquellas malezas á un llano, descubrimos hasta cincuenta caballeros, que con gran ligereza corriendo á media rienda á nosotros se venian: y así como los vimos nos estuvimos quedos aguardándolos, pero como ellos llegaron y vieron en lugar de los moros que busmeaban, tanto pobre cristiano, quedaron confusos, y uno dellos nos preguntó, si eramos nosotros acaso la ocasion porque un pastor habia apellidado al arma. Sí, dije yo, y queriendo comenzar á decirle mi suceso, y de donde veniamos, y quién éramos, uno de los cristianos que con nosotros venian, conoció al ginete que nos había hecho la pregunta, y dijo, sin dejarme á mí decir mas palabra: Gracias sean dadas á Dios, señores, que á tan buena parte nos ha conducido, porque si yo no me engaño, la tierra que pisamos es la de Vélez Málaga, si ya los años de mi cautiverio no me han quitado de la memoria el acordarme que vos, señor, que nos preguntais quien somos, sois Pedro de Bustamante tio mio. Apenas hubo dicho esto el cristiano cautivo, cuando el ginete se arrojo del caballo y vino á abrazar al mozo diciéndole: Sobrino de mi alma y de mi vida, ya te conozco, y ya te he llorado por muerto yo y mi hermana tu madre, y todos los tuyos que aun viven, y Dios ha sido servido de darles vida para que gocen el placer de verte: ya sabiamos que estabas en Argel, y por las señales y muestras de tus vestidos, y la de todos los desta compañía comprendo, que habeis tenido milagrosa libertad. —Así es, respondió el mozo, y tiempo nos quedará para contároslo todo. Luego que los ginetes entendieron que éramos cristianos cautivos, se apearon de sus caballos, y cada uno nos convidaba con el suyo para llevarnos á la ciudad de Vélez Málaga, que legua y media de allí estaba. Algunos dellos volvieron á llevar la barca á la ciudad, diciéndoles donde la habiamos dejado, otros nos subieron á las ancas, y Zorayda fué en las del caballo del tio del cristiano. Saliónos á recebir todo el pueblo, que ya de alguno que se habia adelantado sabian la nueva de nuestra venida. No se admiraban de ver cautivos libres, ni moros cautivos, porque toda la gente de aquella costa está hecha á ver á los unos y á los otros, pero admirábanse de la hermosura de Zorayda, la cual en aquel instante y sazon estaba en su punto, ansí con el cansancio del camino, como con la alegria de verse ya en tierra de cristianos sin sobresalto de perderse, y esto le habia sacado al rostro tales colores, que si no es que la aficion entonces me engañaba, osara decir, que mas hermosa criatura no habia en el mundo, á lo menos que yo la hubiese visto. Fuimos derechos á la iglesia á dar gracias á Dios por la merced recebida, y así como en ella entró Zorayda, dijo que allí habia rostros que se parecian á los de Lela Márien. Dijímosle que eran imágenes suyas, y como mejor se pudo le dió el renegado á entender lo que significaban, para que ella las adorase, como si verdaderamente fueran cada una de ellas la misma Lela Márien, que la habia hablado. Ella que tiene buen entendimiento, y un natural fácil y claro, entendió luego cuanto acerca de las imágenes se le dijo. Desde allí nos llevaron y repartieron á todos en diferentes casas del pueblo; pero al renegado, Zorayda y á mí, nos llevó el cristiano que vino con nosotros en casa de sus padres, que medianamente eran acomodados de los bienes de fortuna, y nos regalaron con tanto amor como á su mismo hijo. Seis dias estuvimos en Vélez, al cabo de los cuales el renegado, hecha su informacion de cuanto le convenia, se fué á la ciudad de Granada á reducirse por medio de la santa inquisicion al gremio santísimo de la Iglesia: los demas cristianos libertados se fueron cada uno donde mejor le pareció: solos quedamos Zorayda y yo, con solo los escudos que la cortesía del frances le dió á Zorayda, de los cuales compré este animal en que ella viene, y sirviéndola yo hasta agora de padre y escudero, y no de esposo; vamos con intencion de ver si mi padre es vivo, ó si alguno de mis hermanos ha tenido mas próspera ventura que la mia, puesto que por haberme hecho el cielo compañero de Zorayda, me parece que ninguna otra suerte me pudiera venir por buena que fuera, que mas la estimara. La paciencia con que Zorayda lleva las incomodidades que la pobreza trae consigo, y el deseo que muestra tener de verse ya cristiana, es tanto y tal que me admira, y me mueve á servirla todo el tiempo de mi vida, puesto que el gusto que tengo de verme suyo y de que ella sea mia, me le turba y deshace, no saber, si hallaré en mi tierra algun rincón donde recogella, y si habrán hecho el tiempo y la muerte tal mudanza en la hacienda y vida de mi padre y hermanos, que apenas halle quien me conozca, si ellos faltan. No tengo mas, señores, que deciros de mi historia, la cual si es agradable y peregrina, júzguenlo vuestros buenos entendimientos, que de mi sé decir, que quisiera habérosla contado mas brevemente, puesto que el temor de enfadaros, mas de cuatro circunstancias me ha quitado de la lengua.

  1. En otro tiempo fué ciudad muy principal (dice el P. Haedo), y estando los años pasados despoblada casi del todo, los moriscos que de Granada, Valencia y Aragon se han posado á Berbería, viendo su fertilidad y hermosura de campo, lo han poblado de manera, que habia como mil casas de ellos. (Historia de Argel: fol. 156.)
  2. Llamábanse tambien mudéjares ó mudejéres, aun en España los del reino de Murcia y especialmente los del reino de valle del Ricote, que por estar muy emparentados y unidos con los cristianos viejos, fueron esceptuados en los primeros bandos de la espulsion; pero fueron comprendidos finalmente en el de 19 de Octubre de 1618.
  3. Este corsario fué el que cautivó á Cervantes, y era (dice el P. Haedo), tan cruel bestia, que tenia su casa y bajeles llenos de orejas y narices cortadas á pobres cautivos cristianos por ligerísimas causas. (Topografia, ó Historia de Argel: fol. 122.)
  4. Palabra morisca, que consta de la parícula gue, en castellano y, y del nombre Alá, Dios, que junta con ella es una fórmula de juramento, que entre los moros equivale al de Por Dios entre los cristianos.
  5. Esto es, que hablaba castellano.
  6. El dia viérnes, como ya dijo al autor.
  7. Dos veces se dice tambien arriba amexí en todas las ediciones, y en ambas da á entender nuestro autor que esta voz es una misma, pues dice que Zorayda la volvió á decir; pero es distinta: y así la primera vez debe escribirse tamexí, que es segunda persona del presente de indicativo, que significa tú te vas, ó vete? y la segunda, ó en este lugar, debe escribirse amexí, que significa vete, por ser segunda persona de imperativo. (Así lo dice Fr. Pedro de Alcalá en su Vocabulista, ó Arte para saber la lengua arábiga: art. 1.)
  8. Esto es, seriamos cautivados.