El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1842)/Tomo I/XXVI
CAPÍTULO XXVI.
Donde se prosiguen las finezas que de enamorado hizo Don Quijote en Sierra Morena.
Árboles, yerbas y plantas,
Que en aqueste sitio estais,
Tan altos, verdes y tantas,
Si de mi mal no os holgais,
Escuchad mis quejas santas.
Mi dolor no os alborote,
Aunque mas terrible sea,
Pues por pagaros escote
Aquí lloró Don Quijote
Ausencias de Dulcinea
Del Toboso.
Es aquí el lugar adonde
El amador mas leal
De su señora se esconde,
Y ha venido á tanto mal
Sin saber cómo ó por donde.
Tráele amor al estricote,
Que es de muy mala ralea:
Y así hasta henchir un pipote
Aquí lloró Don Quijote
Ausencias de Dulcinea
Del Toboso.
Buscando las aventuras
Por entre las duras peñas,
Maldiciendo entrañas duras,
Que entre riscos y entre breñas
Halla el triste desventuras.
Hirióle amor con su azote,
No con su blanda correa:
Y en tocándole el cogote,
Aquí lloró Don Quijote
Ausencias de Dulcinea
Del Toboso.
No causó poca risa en los que hallaron los versos referidos el añadidura del Toboso al nombre de Dulcinea, porque imaginaron que debió de imaginar Don Quijote que si en nombrando á Dulcinea, no decia tambien el Toboso, no se podria entender la copla: y así fué la verdad, como él despues confesó. Otros muchos escribió; pero como se ha dicho, no se pudieron sacar en limpio ni enteros mas de estas tres coplas. En esto y en suspirar, y en llamar á los Faunos y Silvanos de aquellos bosques, á las Ninfas de los rios, á la dolorosa y húmida Eco que le respondiesen, consolasen y escuchasen, se entretenia, y en buscar algunas yerbas con que sustentarse en tanto que Sancho volvia: que si como tardó tres dias, tardara tres semanas, el caballero de la Triste Figura quedara tan desfigurado, que no le conociera la madre que lo parió.
Y será bien dejalle envuelto entre sus suspiros y versos, por contar lo que le avino á Sancho Panza en su mandaderia: y fué que, en saliendo al camino real, se puso en busca del Toboso, y otro dia llegó á la venta donde le habia sucedido la desgracia de la manta; y no la hubo bien visto cuando le pareció que otra vez andaba en los aires, y no quiso entrar dentro, aunque llegó á hora que lo pudiera y debiera hacer por ser la del comer, y llevar en deseo de gustar algo caliente, que habia grandes dias que todo era fiambre: esta necesidad le forzó á que llegase junto á la venta, todavía dudoso si entraria ó no. Y estando en esto, salieron de la venta dos personas que luego le conocieron, y dijo el uno al otro:—Dígame, señor licenciado, ¿aquel del caballo no es Sancho Panza, el que dijo el amo de nuestro aventurero que habia salido con su señor por escudero?—Sí es, dijo el licenciado, y aquel es el caballo de nuestro Don Quijote: y conociéronle tan bien, como aquellos que eran el cura y el barbero de su mismo lugar, y los que hicieron el escrutinio y acto general de los libros: los cuales así como acabaron de conocer á Sancho Panza y á Rocinante, deseosos de saber de Don Quijote, se fueron á él, y el cura le llamó por su nombre, diciéndole: Amigo Sancho Panza, ¿adónde queda vuestro amo? Conociólos luego Sancho Panza, y determinó de encubrir el lugar, y la suerte donde, y como su amo quedaba: y así les respondió que su amo quedaba ocupado en cierta parte, y en cierta cosa que le era de mucha importancia, la cual él no podia descubrir por los ojos que en la cara tenia.—No, no, dijo el barbero, Sancho Panza, si vos no decis donde queda, imaginaremos, como ya imaginamos, que vos le habeis muerto y robado, pues venis encima de su caballo: en verdad, que nos habeis de dar el dueño del rocin, ó sobre eso morena.—No hay para qué conmigo amenazas, que yo no soy hombre que robo ni mato á nadie, á cada uno mate su ventura, ó Dios que le hizo: mi amo queda haciendo penitencia en la mitad desta montaña muy á su sabor: y luego de corrida y sin parar les contó de la suerte que quedaba, las aventuras que le habian sucedido, y como llevaba la carta á la señora Dulcinea del Toboso, que era la hija de Lorenzo Corchuelo, de quien estaba enamorado hasta los hígados. Quedaron admirados los dos de lo que Sancho Panza les contaba, y aunque ya sabian la locura de Don Quijote y el género della, siempre que la oian se admiraban de nuevo: pidiéronle á Sancho Panza que les enseñase la carta que llevaba á la señora Dulcinea del Toboso. El dijo que iba escrita en un libro de memoria, y que era órden de su señor que la hiciese trasladar en papel en el primer lugar que llegase. A lo cual dijo el cura que se la mostrase, que él la trasladaria de muy buena letra. Metió la mano en el seno Sancho Panza buscando el librillo; pero no le halló, ni le podia hallar si se le buscara hasta ahora, porque se habia quedado Don Quijote con él, y no se le habia dado, ni á él se le acordó de pedírsele. Cuando Sancho vió que no hallaba el libro, fuésele parando mortal el rostro, y tornándose á tentar todo el cuerpo muy apriesa, tornó á echar de ver que no le hallaba, y sin mas ni mas se echó entrambos puños á las barbas y se arrancó la mitad dellas, y luego apriesa y sin cesar se dió media docena de puñadas en el rostro y en las narices, que se las bañó todas en sangre. Visto lo cual por el cura y el barbero, le dijeron que ¿qué le habia sucedido que tan mal se paraba?—Qué me ha de suceder, respondió Sancho, sino el haber perdido de una mano á otra en un estante tres pollinos, que cada uno era como un castillo.—Cómo es eso, replicó el barbero.—He perdido el libro de memoria, respondió Sancho, donde venia la carta para Dulcinea, y una cédula firmada de mi señor, por la cual mandaba que su sobrina me diese tres pollinos de cuatro ó cinco que estaban en casa, y con esto les contó la pérdida del rucio. Consolóle el cura, y díjole que en hallando á su señor, él le haria revalidar la manda, y que tornase á hacer la libranza en papel, como era uso y costumbre, porque las que se hacian en libros de memoria jamas se aceptaban ni cumplian. Con esto se consoló Sancho, y dijo que como aquello fuese así, que no le daba mucha pena la pérdida de la carta de Dulcinea, porque él la sabia casi de memoria, de la cual se podria trasladar donde y cuando quisiesen.—Decilda, Sancho, pues, dijo el barbero, que despues la trasladarémos. Paróse Sancho Panza á rascar la cabeza para traer á la memoria la carta, y ya se ponia sobre un pié, y ya sobre otro, unas veces miraba al suelo, otras al cielo, y al cabo de haberse roido la mitad de la yema de un dedo, teniendo suspensos á los que esperaban que ya la dijese, dijo al cabo de grandísimo rato: Por Dios, señor licenciado, que los diablos lleven la cosa que de la carta se me acuerda, aunque en el principio decia: Alta y sobajada señora.—No dirá, dijo el barbero, sobajada, sino sobrehumana, ó soberana señora.—Así es, dijo Sancho: luego, si mal no me acuerdo, proseguia.... si mal no me acuerdo.... el llagado y falto de sueño, y el ferido besa á vuesa merced las manos, ingrata y muy desconocida hermosa: y no sé que decia de salud y de enfermedad que le enviaba, y por aquí iba escurriendo, hasta que acababa en: Vuestro hasta la muerte, el caballero de la Triste Figura. No poco gustaron los dos de ver la buena memoria de Sancho Panza, y alabáronsela mucho, y le pidieron que dijese la carta otras dos veces, para que ellos ansimesmo la tomasen de memoria, y para trasladalla á su tiempo. Tornóla á decir Sancho otras tres veces, y otras tantas volvió á decir otros tres mil disparates. Tras esto contó asimesmo las cosas de su amo; pero no habló palabra acerca del manteamiento que le habia sucedido en aquella venta, en la cual rehusaba entrar. Dijo tambien como su señor, en trayendo que le trujese buen despacho de la señora Dulcinea del Toboso, se habia de poner en camino á procurar como ser emperador, ó por lo menos monarca, que así lo tenian concertado entre los dos, y era cosa muy fácil venir á serlo, segun era el valor de su persona y la fuerza de su brazo; y que en siéndolo, le habia de casar á él, porque ya seria viudo, que no podia ser menos, y le habia de dar por muger una doncella de la emperatriz, heredera de un rico y grande estado de Tierrafirme, sin ínsulos ni ínsulas, que ya no las queria. Decia esto Sancho con tanto reposo, limpiándose de cuando en cuando las narices, y con tan poco juicio, que los dos se admiraron de nuevo, considerando cuán vehemente habia sido la locura de Don Quijote, pues habia llevado tras sí el juicio de aquel pobre hombre. No quisieron cansarse en sacarle del error en que estaba, pareciéndoles que, pues no le dañaba nada la conciencia, mejor era dejarle en él, y á ellos les seria de mas gusto oir sus necedades: y así le dijeron que rogase á Dios por la salud de su señor, que cosa contingente y muy agible, era venir con el discurso del tiempo á ser emperador, como él decia, ó por lo menos arzobispo, ó otra dignidad equivalente. A lo cual respondió Sancho:—Señores, si la fortuna rodease las cosas de manera, que á mi amo le viniese en voluntad de no ser emperador, sino de ser arzobispo, querria yo saber ahora qué suelen dar los arzobispos andantes á sus escuderos.—Suélenles dar, respondió el cura, algun beneficio simple, ó curado, ó alguna sacristanía que les vale mucho de renta rentada, amen del pié de altar, que se suele estimar en otro tanto.—Para eso será menester, replicó Sancho, que el escudero no sea casado y que sepa ayudar á misa por lo menos; y si esto es así, desdichado de yo, que soy casado y no sé la primera letra del A. B. C. ¿Qué será de mí si á mi amo le da antojo de ser arzobispo y no emperador, como es uso y costumbre de los caballeros andantes?—No tengais pena, Sancho amigo, dijo el barbero, que aquí rogarémos á vuestro amo, y se lo aconsejarémos, y aun se lo pondrémos en caso de conciencia, que sea emperador y no arzobispo, porque le será mas fácil, á causa de que él es mas valiente que estudiante.—Así me ha parecido á mí, respondió Sancho, aunque sé decir que para todo tiene habilidad: lo que yo pienso hacer de mi parte es, rogarle á nuestro Señor que le eche aquellas partes donde él mas se sirva, y á donde á mí mas mercedes me haga.—Vos lo decis como discreto, dijo el cura, y lo haréis como buen cristiano; mas lo que ahora se ha de hacer, es dar órden como sacar á vuestro amo de aquella inútil penitencia que decis que queda haciendo: y para pensar el modo que hemos de tener, y para comer, que ya es hora, será bien nos entremos en esta venta. Sancho dijo que entrasen ellos, que él esperaria allí fuera, y que despues les diria la causa porque no entraba ni le convenia entrar en ella; mas que les rogaba que le sacasen allí algo de comer, que fuese cosa caliente, y asimismo cebada para Rocinante. Ellos se entraron y le dejaron, y de allí á poco el barbero le sacó de comer. Despues habiendo bien pensado entre los dos el modo que tendrian para conseguir lo que deseaban, vino el cura en un pensamiento muy acomodado al gusto de Don Quijote, y para lo que ellos querian; y fué que dijo el barbero, que lo que habia pensado era, que él se vestiria en hábito de doncella andante, y que él procurase ponerse lo mejor que pudiese, como escudero, y que así irian adonde Don Quijote estaba, fingiendo ser ella una doncella afligida y menesterosa, y le pediria un don, el cual él no podria dejársele de otorgar como valeroso caballero andante, y que el don que le pensaba pedir era, que se viniese con ella donde ella le llevase á desfacelle un agravio que un mal caballero le tenia fecho, y que le suplicaba ansimesmo que no le mandase quitar su antifaz, ni la demandase cosa de su facienda, fasta que la hubiese fecho derecho de aquel mal caballero; y que creyese sin duda que Don Quijote vendria en todo cuanto le pidiese por este término, y que desta manera le sacarian de allí y le llevarian á su lugar, donde procurarian ver si tenia algun remedio su estraña locura.
- ↑ Alusion á Faetonte, que rigiendo los caballos del Sol su padre, se precipitó. (Ovid. Metamorph lib. 11.)