El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha (1842)/Tomo I/XXX
CAPÍTULO XXX.
Que trata de la discrecion de la hermosa Dorotea, con otras cosas de mucho gusto
y pasatiempo.
y pasatiempo.
N
o hubo bien acabado el cura, cuando Sancho dijo: Pues, mia fe, señor licenciado, el que hizo esa fasaña fué mi amo, y no porque yo no le dije antes y le avisé que mirase lo que hacia, y que era pecado darles libertad, porque todos iban allí por grandísimos bellacos. —Majadero, dijo á esta sazon Don Quijote, á los caballeros andantes no les toca ni atañe averiguar si los afligidos, encadenados y opresos que encuentran por los caminos, van de aquella manera, ó están en aquella angustia por sus culpas ó por sus gracias; solo les toca ayudarles como menesterosos, poniendo los ojos en sus penas y no en sus bellaquerías: yo topé un rosario y sarta de gente mohina y desdichada, y hice con ellos lo que mi religion me pide, y lo demas allá se avenga: y á quien mal le ha parecido, salvo la santa dignidad del señor licenciado y su honrada persona, digo que sabe poco de achaque de cababallería, y que miente como un hideputa y mal nacido, y esto le haré conocer con mi espada, donde mas largamente se contiene: y esto dijo, afirmándose en los estribos y calándose el morrion, porque la bacía de barbero, que á su cuenta era el yelmo de Mambrino, llevaba colgada del arzon delantero, hasta adobarla del mal tratamiento que la hicieron los galeotes. Dorotea, que era discreta y de gran donaire, como quien ya sabia el menguado humor de Don Quijote, y que todos hacian burla dél, sino Sancho Panza, no quiso ser para menos, y viéndole tan enojado, le dijo: Señor caballero, miémbresele á vuestra merced el don que me tiene prometido, y que conforme á él no puede entremeterse en otra aventura por urgente que sea: sosiegue vuestra merced el pecho, que si el señor licenciado supiera que por ese invicto brazo habian sido librados los galeotes, él se diera tres puntos en la boca, y aun se mordiera tres veces la lengua, antes que haber dicho palabra que en despecho de vuestra merced redundara. —Eso juro yo bien, dijo el cura, y aun me hubiera quitado un bigote. —Yo callaré, señora mia, dijo Don Quijote, y reprimiré la justa cólera que ya en mi pecho se habia levantado, y iré quieto y pacífico hasta tanto que os cumpla el don prometido; pero en pago deste buen deseo os suplico me digais, si no se os hace de mal, ¿cuál es la vuestra cuita, y cuántas, quiénes y cuáles son las personas de quien os tengo de dar debida, satisfecha y entera venganza? —Eso haré yo de gana, respondió Dorotea, si es que no os enfada oir lástimas y desgracias.—No enfadará, señora mia, respondió Don Quijote. —A lo que respondió Dorotea, pues así es, esténme vuestras mercedes atentos. No hubo ella dicho esto, cuando Cardenio y el barbero se le pusieron al lado, deseosos de ver como fingia su historia la discreta Dorotea, y lo mismo hizo Sancho, que tan engañado iba con ella como su amo: y ella, después de haberse puesto bien en la silla, y prevenídose con toser y hacer otros ademanes, con mucho donaire comenzó á decir desta manera.Primeramente quiero que vuestras mercedes sepan, señores mios, que á mí me llaman.... y detúvose aquí un poco, porque se le olvidó el nombre que el cura le habia puesto; pero él acudió al remedio, porque entendió en lo que reparaba, y dijo: No es maravilla, señora mia, que la vuestra grandeza se turbe y empache contando sus desventuras, que ellas suelen ser tales, que muchas veces quitan la memoria á los que maltratan, de tal manera que aun de sus mesmos nombres no se les acuerda, como han hecho con vuestra gran señoría, que se ha olvidado que se llama la princesa Micomicona, legítima heredera del gran reino Micomicon: y con este apuntamiento puede la vuestra grandeza reducir ahora fácilmente á su lastimada memoria todo aquello que contar quisiere. —Así es la verdad, respondió la doncella, y desde aquí adelanté creo que no será menester apuntarme nada, que yo saldré á buen puerto con mi verdadera historia: la cual es, que el rey mi padre, que se llamaba Tinacrio el Sabidor, fué muy docto en esto que llaman el Arte mágica, y alcanzó por su ciencia que mi madre, que se llamaba la reina Xaramilla, habia de morir primero que él, y que de allí á poco tiempo él también habia de pasar desta vida, y yo habia de quedar huérfana de padre y madre; pero decia él que no le fatigaba tanto esto, cuanto le ponia en confusión saber por cosa muy cierta que un descomunal gigante, señor de una grande ínsula que casi alinda con nuestro reino, llamado Pandafilando de la Fosca Vista (porque es cosa averiguada que, aunque tiene los ojos en su lugar y derechos, siempre mira al reves como si fuese vizco, y esto lo hace él de maligno, y por poner miedo y espanto á los que mira): digo que supo que este gigante, en sabiendo mi orfandad, habia de pasar con gran poderío sobre mi reino, y me lo habia de quitar todo sin dejarme una pequeña aldea donde me recogiese; pero que podia escusar toda esta ruina y desgracia, si yo me quisiese casar con él; mas á lo que él entendia, jamas pensaba que me vendria á mí en voluntad de hacer tan desigual casamiento: y dijo en esto la pura verdad, porque jamas me ha pasado por el pensamiento casarme con aquel gigante, pero ni con otro alguno, por grande y desaforado que fuese. Dijo tambien mi padre, que despues que él fuese muerto y viese yo que Pandafilando comenzaba á pasar sobre mi reino, que no aguardase á ponerme en defensa, porque seria destruirme, sino que libremente le dejase desembarazado el reino, si queria escusar la muerte y total destruicion de mis buenos y leales vasallos, porque no habia de ser posible defenderme de la endiablada fuerza del gigante; sino que luego con algunos de los mios me pusiese en camino de las Españas, donde hallaria el remedio de mis males, hallando á un caballero andante, cuya fama en este tiempo se estenderia por todo este reino, el cual se habia de llamar, si mal no me acuerdo, Don Azote, ó Don Gigote. —Don Quijote diria, señora, dijo á esta sazon Sancho Panza, ó por otro nombre el caballero de la Triste Figura. —Así es la verdad, dijo Dorotea. Dijo mas, que habia de ser alto de cuerpo, seco de rostro, y que en el lado derecho debajo del hombro izquierdo, ó por allí junto, habia de tener un lunar pardo con ciertos cabellos á manera de cerdas. —En oyendo esto Don Quijote, dijo á su escudero: Ten aquí, Sancho hijo, ayúdame á desnudar, que quiero ver si soy el caballero que aquel sabio rey dejó profetizado. —¿Pues para qué quiere vuestra merced desnudarse? dijo Dorotea. —Para ver si tengo ese lunar que vuestro padre dijo, respondió Don Quijote. —No hay para qué desnudarse, dijo Sancho, que yo sé que tiene vuestra merced un lunar de esas señas en la mitad del espinazo, que es señal de ser hombre fuerte. —Eso basta, dijo Dorotea, porque con los amigos no se ha de mirar en pocas cosas, y que esté en el hombro ó que esté en el espinazo, importa poco, basta que haya lunar, y esté donde estuviere, pues todo es una mesma carne: y sin duda acertó mi buen padre en todo, y yo he acertado en encomendarme al señor Don Quijote, que él es por quien mi padre dijo, pues las señales del rostro vienen con las de la buena fama, que este caballero tiene no solo en España, pero en toda la Mancha. Pues apenas me hube desembarcado en Osuna, cuando oí decir tantas hazañas suyas, que luego me dió el alma que era el mesmo que venia á buscar.—Pues ¿cómo se desembarcó vuestra merced en Osuna, señora mia, preguntó Don Quijote, si no es puerto de mar? Mas antes que Dorotea respondiese, tomó el cura la mano, y dijo: Debe de querer decir la señora princesa, que despues que desembarcó en Málaga, la primera parte donde oyó nuevas de vuestra merced fué en Osuna. —Eso quise decir, dijo Dorotea. —Y esto lleva camino, dijo el cura, y prosiga vuestra magestad adelante.—No hay que proseguir, respondió Dorotea; sino que finalmente mi suerte ha sido tan buena en hallar al señor Don Quijote, que ya me cuento y tengo por reina y señora de todo mi reino, pues él por su cortesía y magnificencia me ha prometido el don de irse conmigo donde quiera que yo le llevare, que no será á otra parte, que á ponerle delante de Pandafilando de la Fosca Vista, para que le mate y me restituya lo que tan contra razon me tiene usurpado: que todo esto ha de suceder á pedir de boca, pues así lo dejó profetizado Tinacrio el Sabidor mi buen padre: el cual también dejó dicho y escrito en letras caldeas ó griegas, que yo no las sé leer, que si este caballero de la profecía, después de haber degollado al gigante, quisiese casarse conmigo, que yo me otorgase luego sin réplica alguna por su legítima esposa, y le diese la posesión de mi reino junto con la de mi persona. —¿Qué te parece, Sancho amigo? dijo á este punto Don Quijote: ¿no oyes lo que pasa? ¿no te lo dije yo? mira si tenemos ya reino que mandar y reina con quien casar. —Eso juro yo, dijo Sancho, para el puto que no se casare en abriendo el gasnatico al señor Pandahilado. ¡Pues monta que es mala la reina! así se me vuelvan las pulgas de la cama: y diciendo esto dió dos zapatetas en el aire con muestras de grandísimo contento: y luego fué á tomar las riendas de la mula de Dorotea, y haciéndola detener, se hincó de rodillas ante ella, suplicándole le diese las manos para besárselas en señal que la recibia por su reina y señora. ¿Quién no habia de reir de los circunstantes, viendo la locura del amo y la simplicidad del criado? En efeto Dorotea se las dió, y le prometió de hacerle gran señor en su reino, cuando el cielo le hiciese tanto bien, que se lo dejase cobrar y gozar. Agradecióselo Sancho con tales palabras, que renovó la risa en todos. —Esta, señores, prosiguió Dorotea, es mi historia; solo resta por deciros, que de cuanta gente de acompañamiento saqué de mi reino, no me ha quedado sino solo este buen barbado escudero, porque todos se anegaron en una gran borrasca que tuvimos á vista del puerto: y él y yo salimos en tablas á tierra como por milagro, y así es todo milagro y misterio el discurso de mi vida, como lo habeis notado; y si en alguna cosa he andado demasiada, ó no tan acertada como debiera, echad la culpa á lo que el señor licenciado dijo al principio de mi cuento, que los trabajos continuos y estraordinarios quitan la memoria al que los padece.—Esa no me quitará á mí, ó alta y valerosa señora, dijo Don Quijote, cuantos yo pasare en serviros, por grandes y no vistos que sean: y así de nuevo confirmo el don que os he prometido, y juro de ir con vos al cabo del mundo, hasta verme con el fiero enemigo vuestro, á quien pienso con el ayuda de Dios y de mi brazo tajar la cabeza soberbia con los filos desta, no quiero decir buena, espada, merced á Gines de Pasamonte que me llevó la mia. Esto dijo entre dientes, y prosiguió diciendo: y después de habérsela tajado y puéstoos en pacífica posesión de vuestro estado, quedará á vuestra voluntad hacer de vuestra persona lo que mas en talante os viniere, porque mientras que yo tuviere ocupada la memoria, y cautiva la voluntad, perdido el entendimiento por aquella. ... y no digo mas, no es posible que yo arrostre ni por pienso el casarme, aunque fuese con el ave Fénix. Parecióle tan mal á Sancho lo que últimamente su amo dijo acerca de no querer casarse, que con grande enojo, alzando la voz, dijo: Voto á mí, y juro á mí, que no tiene vuestra merced, señor Don Quijote, cabal juicio: ¿pues cómo? ¿es posible que pone vuestra merced en duda el casarse con tan alta princesa como aquesta? ¿piensa que le ha de ofrecer la fortuna tras cada cantillo semejante ventura, como la que ahora se le ofrece? ¿es por dicha mas hermosa mi señora Dulcinea? no por cierto, ni aun con la mitad, y aun estoy por decir que no llega á su zapato de la que está delante: así noramala alcanzaré yo el condado que espero, si vuestra merced se anda á pedir cotufas en el golfo: cásese, cásese luego, encomiéndele yo á Satanás, y tome ese reino que se le viene á las manos de vobis vobis, y en siendo rey, hágame marques, ó adelantado, y luego siquiera se lo lleve el diablo todo. Don Quijote, que tales blasfemias oyó decir contra su señora Dulcinea, no lo pudo sufrir, y alzando el lanzon, sin hablalle palabra á Sancho y sin decirle esta boca es mia, le dio tales dos palos, que dió con él en tierra, y si no fuera porque Dorotea le dio voces que no le diera mas, sin duda le quitara allí la vida. —¿Pensareis, le dijo á cabo de rato, villano ruin, que ha de haber lugar siempre para ponerme la mano en la horcajadura, y que todo ha de ser errar vos, y perdonaros yo? pues no lo penseis bellaco, descomulgado, que sin duda lo estás, pues has puesto lengua en la sin par Dulcinea: ¿y no sabéis vos, gañan, faquin[1], belitre[2], que si no fuese por el valor que ella infunde en mi brazo, que no le tendria yo para matar una pulga? decid, socarron de lengua viperina, ¿y quién pensáis que ha ganado este reino, y cortado la cabeza á este gigante, y héchoos á vos marques (que todo esto doy ya por hecho, y por cosa pasada en cosa juzgada) sino es el valor de Dulcinea, tomando á mi brazo por instrumento de sus hazañas? ella pelea en mí y vence en mí, y yo vivo y respiro en ella, y tengo vida y ser: ¡ó hideputa bellaco, y como sois desagradecido que os veis levantado del polvo de la tierra á ser señor de título, y correspondeis á tan buena obra con decir mal de quien os la hizo! No estaba tan mal trecho Sancho, que no oyese todo cuanto su amo le decia, y levantándose con un poco de presteza, se fué á poner detras del palafren de Dorotea, y desde allí dijo á su amo: Dígame, señor, si vuestra merced tiene determinado de no casarse con esta gran princesa, claro está que no será el reino suyo, y no siéndolo, ¿qué mercedes me puede hacer? esto es de lo que yo me quejo: cásese vuestra merced una por una con esta reina, ahora que la tenemos aquí como llovida del cielo, y después puede volverse con mi señora Dulcinea, que reyes debe de haber habido en el mundo que hayan sido amancebados: en lo de la hermosura no me entremeto, que en verdad, si va á decirla, que entrambas me parecen bien, puesto que yo nunca he visto á la señora Dulcinea, —¿Cómo no la has visto, traidor, blasfemo? dijo Don Quijote; ¿pues no acabas de traerme ahora un recado de su parte?
Digo que no la he visto tan despacio, dijo Sancho, que pueda haber notado particularmente su hermosura y sus buenas partes punto por punto; pero así á bulto me parece bien. —Ahora te disculpo, dijo Don Quijote, y perdóname el enojo que te he dado, que los primeros movimientos no son en manos de los hombres. —Ya yo lo veo, respondió Sancho, y así en mí la gana de hablar siempre es primero movimiento, y no puedo dejar de decir por una vez siquiera lo que me viene á la lengua. —Con todo eso, dijo Don Quijoto, mira Sancho lo que hablas, porque tantas veces va el cantarillo cantarillo á la fuente. . . . y no te digo mas. —Ahora bien, respondióSancho, Dios está en el cielo, que ve las trampas, y será juez de quien hace mas mal, yo en no hablar bien, ó vuestra merced en obrallo. —No haya mas, dijo Dorotea, corred Sancho, y besad la mano á vuestro señor, y pedilde perdon, y de aquí adelante andad mas atentado en vuestras alabanzas y vituperios, y no digais mal de aquella señora Tobosa, á quien yo no conozco si no es para servilla, y tened confianza en Dios, que no os ha de faltar un estado donde vivais como un príncipe. Fué Sancho cabizbajo, y pidió la mano á su señor, y él se la dio con reposado continente, y despues que se la hubo besado, le echó la bendición; y dijo á Sancho que se adelantasen un poco, que tenia que preguntalle, y que departir con él cosas de mucha importancia. Hízolo así Sancho, y apartáronse los dos algo adelante, y díjole Don Quijote: Despues que veniste, no he tenido lugar ni espacio para preguntarte muchas cosas de particularidad acerca de la embajada que llevaste y de la respuesta que trujiste, y ahora, pues la fortuna nos ha concedido tiempo y lugar, no me niegues tú la ventura que puedes darme con tan buenas nuevas. —Pregunte vuestra merced lo que quisiere, respondió Sancho, que á todo daré tan buena salida, como tuve la entrada; pero suplico á vuestra merced, señor mio, que no sea de aquí adelante tan vengativo. —¿Por qué lo dices, Sancho? dijo Don Quijote. —Dígolo, respondió, porque estos palos de agora mas fueron por la pendencia que entre los dos trabó el diablo la otra noche, que por lo que dije contra mi señora Dulcinea, á quien amo y reverencio como á una reliquia, aunque en ella no la haya, solo por ser cosa de vuestra merced. —No tornes á esas pláticas, Sancho, por tu vida, dijo Don Quijote, que me dan pesadumbre: ya te perdoné entonces, y bien sabes tú que suele decirse: A pecado nuevo penitencia nueva.
Mientras esto pasaba, vieron venir por el camino donde ellos iban á un hombre caballero sobre un jumento, y cuando llegó cerca les pareció que era gitano; pero Sancho Panza, que do quiera que via asnos, se le iban los ojos y el alma, apenas hubo visto al hombre, cuando conoció que era Gines de Pasamente, y por el hilo del gitano sacó el ovillo de su asno, como era la verdad, pues era el rucio sobre que Pasamonte venia: el cual por no ser conocido y por vender el asno, se habia puesto en trage de gitano, cuya lengua y otras muchas sabia muy bien hablar como si fueran naturales suyas. Vióle Sancho y conocióle, y apenas le hubo visto y conocido, cuando á grandes voces le dijo: Ah ladron, Ginesillo, deja mi prenda, suelta mi vida, no te empaches con mi descanso, deja mi asno, deja mi regalo, huye, puto, auséntate, ladron, y desampara lo que no es tuyo. No fueron menester tantas palabras ni baldones, porque á la primera saltó Gines, y tomando un trote que parecia carrera, en un punto se ausentó y alejó de todos. Sancho llegó á su rucio, y abrazándole le dijo: ¿Cómo has estado, bien mio, rucio de mis ojos, compañero mio? y con esto le besaba y acariciaba como si fuera persona. El asno callaba, y se dejaba besar y acariciar de Sancho sin responderle palabra alguna. Llegaron todos y diéronle el parabien del hallazgo del rucio, especialmente Don Quijote, el cual le dijo que no por eso anulaba la póliza de los tres pollinos. Sancho se lo agradeció. En tanto que los dos iban en estas pláticas, dijo el cura á Dorotea, que habia andado muy discreta, así en el cuento, como en la brevedad dél, y en la similitud que tuvo con los de los libros de caballerías. Ella dijo que muchos ratos se habia entretenido en leellos; pero que no sabia ella donde eran las provincias ni puertos de mar, y que así habia dicho á tiento que se habia desembarcado en Osuna. —Yo lo entendí así, dijo el cura, y por eso acudí luego á decir lo que dije, con que se acomodó todo; ¿pero no es cosa estraña ver con cuanta facilidad cree este desventurado hidalgo todas estas invenciones y mentiras, solo porque llevan el estilo y modo de las necedades de sus libros? —Sí es, dijo Cardenio, y tan rara y nunca vista, que yo no sé si queriendo inventarla y fabricarla mentirosamente, hubiera tan agudo ingenio que pudiera dar en ella. —Pues otra cosa hay en ello, dijo el cura, que fuera de las simplicidades que este buen hidalgo dice tocantes á su locura, si le tratan de otras cosas, discurre con bonísimas razones, y muestra tener un entendimiento claro y apacible en todo, de manera que como no le toquen en sus caballerías, no habrá nadie que le juzgue sino por de muy buen entendimiento. En tanto que ellos iban en esta conversacion, prosiguió Don Quijote con la suya, y dijo á Sancho. Echemos, Panza amigo, pelillos á la mar en esto de nuestras pendencias, y dime ahora, sin tener cuenta con enojo ni rencor alguno: ¿dónde, cómo y cuándo hallaste á Dulcinea? ¿qué hacia? ¿qué le dijiste? ¿qué te respondió? ¿qué rostro hizo cuando leia mi carta? ¿quién te la trasladó? y todo aquello que vieres que en este caso es digno de saberse, de preguntarse y satisfacerse, sin que añadas ó mientas por darme gusto, ni menos te acortes por no quitármele. —Señor, respondió Sancho, si va á decir la verdad, la carta no me la trasladó nadie, porque yo no llevé carta alguna.—Así es como tú dices, dijo Don Quijote, porque el librillo de memoria, donde yo la escribí, le hallé en mi poder á cabo de dos dias de tu partida, lo cual me causó grandísima pena, por no saber lo que habias tú de hacer cuando te vieses sin carta, y creí siempre que te volvieras desde el lugar donde la echaras menos.—Así fuera, respondió Sancho, si no la hubiera yo tomado en la memoria, cuando vuestra merced me la leyó, de manera, que se la dije á un sacristan, que me la trasladó del entendimiento tan punto por punto, que dijo que en todos los dias de su vida, aunque habia leido muchas cartas de descomunion, no había visto ni leido tan linda carta como aquella. —¿Y tiénesla todavía en la memoria, Sancho? dijo Don Quijote.—No señor, respondió Sancho, porque despues que la dí, como ví que no habia de ser de mas provecho, dí en olvidalla: y si algo se me acuerda, es aquello del Sobajada, digo del Soberana Señora, y lo último: Vuestro hasta la muerte el caballero de la Triste Figura: y en medio destas dos cosas le puse mas de trecientas almas, y vidas, y ojos mios.