El judío y el dia de fiesta
Un judio de la Sinagoga de Toledo, en aquellos tiempos en que habia en Toledo sinagogas y judíos, habia reñido con su mujer en el dia del sábado, y temiendo infringir la ley si le sacudia el polvo en un dia en que le estaba prohibido trabajar, tomó su bastón y se fue á paseo. Debia ser joven ú odiar mucho á su mujer, porque anduvo dos leguas en hora y media; y debia estar muy distraído, porque no mirando dónde ponia los pies, dio con su cabeza en lo profundo de un pozo.
Tenia mucha agua y no se hizo daño; pero esta no fue suficiente razón para que dejara de alborotar el monte gritando como un desesperado.
Un pastor, cristiano viejo, que guardaba su ganado por aquellas inmediaciones, oyó los lamentos del judio y acudió en su auxilio.
¿Quién es el que pide socorro? dijo el pastor asomándose al pozo. — Soy yo, Jeremías, el ropavejero de la plaza,
— ¿Puedes salir solo?
— No.
— ¿Quieres que te ayude?
— Yo te diré, he tenido alguna desazón con Raquel, mi mujer, y no quisiera volver esta noche á casa.
— Eso nada importa, dijo el pastor, ahí tienes el cabo de una cuerda, yo tiraré y te ayudaré á subir, y luego podrás pasar la noche en mi cabana; que los cristianos, para hacer bien, no miramos las opiniones.
— Dices bien; pero á los judíos nos está prohibido trabajar en sábado y no me decido á salir hasta mañana.
Al dia siguiente volvió el pastor al pozo, y dijo al judío:
— ¿Has salido. Jeremías?
— No; aquí estoy helado y medio muerto de humedad y de frió.
— Tú tienes la culpa.
— Es cierto, cristiano, pero ahora me ayudarás á salir y me calentaré en tu cabana.
— Estás engañado, Jeremías, porque si á vosotros os está prohibido trabajar en sábado, á nosotros nos está prohibido trabajar en domingo. Conque, adiós.