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El lacayo fingido/Acto II

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Acto I
El lacayo fingido
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Sale el REY, LEONARDO y SANCHO.
REY:

Yo no me hallo en la corte.

LEONARDO:

No andes tú con ella corto,
sino olvida el campo.

REY:

¿Corto?
Mil gustos hallo a mi corte.

LEONARDO:

   Con todo, señor, no veo,
aunque el campo haces corte,
que entre los dados das corte
que sea justo a tu deseo.
   No veo que tu Rosarda
acude a tu pretensión.

REY:

Inmortal es el tesón
que en darme desdenes guarda.
   Es, mi Leonardo, de modo,
que persuadiéndola he puesto
de cuidado todo el resto,
y he perdido el resto todo.
   Ya yo no tengo qué espere.

LEONARDO:

¿Posible es que fuerzas tantas
no bastan?

SANCHO:

¿De qué te espantas,
si Rosarda al Rey no quiere
   y a ti te quiere?

LEONARDO:

¡No hay tal!

REY:

¿Cómo? ¿Que quiere a Leonardo?

SANCHO:

Pues, ¿no aguardas?

REY:

Ya aguardo.

SANCHO:

Digo que le quiere mal.

REY:

   ¿Cómo en el «quiere» te quedas?

SANCHO:

No has de hablar a ocasión
que me partas la razón,
para que entender bien puedas.
   (Pena, que entenderás mal.)

REY:

Menester es que se espere
cuando se dijere el «quiere»
que se junte al querer mal.

LEONARDO:

   (¡Sin sangre me había quedado!)
¡Demonio Sancho, o rapaz,
tengamos la fiesta en paz!

SANCHO:

(Pues aún no hemos comenzado.)

REY:

   En fin, ¿que quiere a Leonardo
mal?

SANCHO:

Y declaradamente.
Dice que el ser él valiente,
el ser discreto y gallardo
   le tiene a ella en el extremo
en que al presente se halla.

LEONARDO:

(¡Habla el diablo en este!) ¡Calla!
(¡Vive el cielo que le temo!)

REY:

   No entendí eso: ¿de qué modo
la tiene el ser él valiente
en el extremo presente?

LEONARDO:

Este confúndelo todo.
   Sin duda lo que Rosarda
en esas razones siente
cuando me llama valiente
y de persona gallarda,
   es, según parecer mío,
decir que el tener yo pecho
con que arrojarme de hecho
por ella en casa del tío
   es lo que la tiene a ella
en el extremo en que está.

REY:

Sí, sin duda eso será
lo que puede decir ella.

SANCHO:

   Pues eso digo que dice.

LEONARDO:

(¡Yo digo que te encomiendo
a Barrabás!)

SANCHO:

Y en diciendo,
cuanto ha dicho contradice.

LEONARDO:

   (¡Que no baste que lo ataje!
¡Otra habremos de tener!)

REY:

¡Un demonio es la mujer!

LEONARDO:

¡Mayor demonio es el paje!

REY:

   ¿Pues en qué se contradice?

SANCHO:

Ahora dice que Leonardo
es valiente y es gallardo,
y al momento se desdice.
   Y dice que de haber sido
Leonardo tan para poco,
tímido, cobarde y loco,
todo su mal ha nacido.
   Que si ella está en tu poder...

LEONARDO:

¡Todo vaya con el diablo!
¿Qué hablas, hombre?

SANCHO:

Lo que hablo.

LEONARDO:

¿Hay tan galano entender?
   No sabe mucho ni poco
lo que dice; si no, aguarde:
¿No me llama ella cobarde,
infame, gallina y loco?

SANCHO:

   Y otras mil cosas encima
no buenas de referir.

LEONARDO:

Pues lo mismo es que decir
que hazaña fue de estima,
   ni que valentía fue
el robar una mujer
sin resistencia y poder.
¿No dice esto?

SANCHO:

Sí.

LEONARDO:

Sí, a fe,
   que esto es de lo que me río.
¿Qué importa que ella me llame
cobarde, gallina, infame,
hombre sin valor ni brío,
   porque contra una mujer,
emprendí lo que emprendí
a lo que tú hablas aquí,
sin saber darte a entender?

SANCHO:

   ¿Luego a entenderme no he dado?

REY:

Sí has dado, pero no bien,
aun si quisieras también
ser en esto porfiado...

SANCHO:

   ¿Ahora esto no es cosa brava?
Dijo más; de que por ti
quiere mal al Rey.

REY:

¿A mí,
por él?

LEONARDO:

(¡Peor está que estaba!
   Este tiene de hacer
que yo me pierda aquí hoy.)

REY:

¡Cómo! ¿Aborrecido soy
por él?

LEONARDO:

Haslo de entender.
   Decir que por causa mía
Rosarda a ti te aborrece
de toda duda carece,
no es tan claro el sol del día.
   Dice que por lo que hice
yo por ti a disgusto suyo,
no acude Rosarda al tuyo.
¿Esto no dice?

SANCHO:

Eso dice.

REY:

   ¿Pues no lo dirás de suerte
que lo entendamos, amigo?

SANCHO:

¿Pues bien claro no lo digo?

LEONARDO:

(¡Mejor mueras mala muerte!)

SANCHO:

   Ahora, señor, no sé más
que solamente Rosarda,
de su prisión, de su guarda,
de su agravio y lo demás
   dice que tuya es la culpa,
que tú eres quien su mal causa,
y que nadie tan sin causa
ni nadie tan sin disculpa.
   De nadie sino de ti
al viento derrama quejas,
que ablandarán las orejas
de un áspid.

LEONARDO:

Digo que sí.
   Lo mismo que yo te digo
dice él, más dícelo mal:
no está Rosarda tan mal
contigo como conmigo,
   por roballa de su casa
y entregalla en tu poder.

SANCHO:

¿Eso no sabe entender?
¿Quién no entiende que así pasa?

LEONARDO:

   ¡Pasado mueras, ladrón!
¿Ahora acudes con eso?

REY:

¿Quejas tiene? De más peso
mis quejas, Leonardo, son.
   Yo la he llevado por bien
y la he llevado por mal,
y, finalmente, está tal,
que no es mía a mal ni bien.
   Yo me he valido de fuegos,
de rigores y amenazas,
yo me he valido de trazas,
de regalos y de ruegos.
   Yo he seguido cuantos modos
hay de llevar la mujer,
todos con buen proceder
y con mal suceso todos.
   Si dice que con violencia
quebranté su antigua casa,
yo confieso que así pasa
y que fue mucha licencia.

REY:

   Pero concédame luego,
si quiere decir verdad,
que aunque fue gran libertad,
la tiene ella por mi fuego.
   ¿Yo no sé?, y sábelo el mundo,
que tuviera a mejor suerte
haberse dado la muerte
que la mano a Rosimundo.
   Pues si yo di la ocasión
de estorbar su casamiento,
hecho, aunque a su descontento,
con tanta resolución,
   ¿por qué me paga tan mal,
que tiene en poco mi gusto?
Ahora, Leonardo, yo gusto
de dar aquí mal por mal.
   Yo sé de su proceder
de esta ingrata ya conmigo,
que la pretensión que sigo
efeto no ha de tener.

REY:

   Yo sé que no hay en el mundo
ocasión que se le ofrezca
que más ella ahora aborrezca
que gozarla Rosimundo.
   Pues si estoy tan ofendido
como estoy sin esperanza,
¿puede haber mayor venganza
que dársele por marido?
   Su tío la anda buscando
y Rosimundo también:
mi venganza entra aquí bien
la dama manifestando.
   Quiero dar noticia de ella
y hacer que con él se case.

SANCHO:

(¡Vive Dios que tal no pase!
Si los casa, me degüella.)

LEONARDO:

   (¡No me faltaba ya más
que el casamiento se hiciese!)

SANCHO:

(Yo moriré si tal viese.)
¡Fuera vergüenza!

LEONARDO:

Y aún más.
   ¡Fuera afrenta, vive Dios,
rendirte así a una mujer!

SANCHO:

(Y cosa, si llega a ser,
que mal nos está a los dos.

LEONARDO:

   ¿Pues a mí me está mal esto?

SANCHO:

Como a mí, ¿qué haces extremos?
¿Por lo menos no perdemos
el trabajo que hemos puesto?

LEONARDO:

   ¡Alto, esto es por demás,
cuanto dice es por enigmas!).
Digo que en poco te estimas
si no te estimas en más.
   ¡Bueno será que se diga
que una mujer te venció!

SANCHO:

Señor, ¿no estoy vivo yo?
Pues tu empresa se prosiga.
   Que yo Sancho no seré,
o te la pondré en la mano.

REY:

Cansaraste, Sancho, en vano,
y yo no descansaré.

LEONARDO:

   Mi parecer no ha de ser,
pues, que aflojes por ahora,
que es mujer, y cada hora
están de su parecer.

REY:

   Ahora quiérome seguir,
Leonardo, esta vez por vos.

(Entran la REINA, el DUQUE y el MARQUÉS.)
REINA:

Pésame que estéis los dos
tan malos de convenir.

REY:

   ¿Quién viene?

LEONARDO:

La Reina viene.

REY:

¡Oh, señora!

REINA:

¿A novedad
tendrá vuestra Majestad
visitalle?

REY:

Alguna tiene.

REINA:

   No que no haya deseo harto
en mí; pero no hay lugar,
que en el campo habéis de estar
o apartado en vuestro cuarto.

REY:

   Ya yo pensaba ir a veros;
de mano me habéis ganado.

REINA:

Siempre me veis de pensado.

REY:

¿Pues qué se hace, caballeros?

DUQUE:

   Yo vengo a besar las manos
a tu Majestad, señor.

MARQUÉS:

Yo a defender el honor,
señor, que pongo en tus manos.

REINA:

   Y yo vengo a interceder
por ellos, señor, con vos;
sino que tienen los dos
pleito malo que absolver.

REY:

   Ya tengo de él yo noticia.
Digan ahora qué es
lo que el Duque y el Marqués
piden; proveeré justicia.

DUQUE:

   Yo, señor, y el Marqués, tío
de Rosarda, concertamos,
cual consta, pues lo firmamos
del concierto suyo y mío,
   que me daría a Rosarda,
su sobrina, por mujer,
y ahora no hace el deber,
pues la ha alzado, esconde y guarda.
   Y pido esto y la palabra
que ella dio y él firmó.

(Empuña la espada el DUQUE.)
MARQUÉS:

La verdad...

DUQUE:

La he dicho yo.

REY:

Nadie más los labios abra.
   Pues el Duque informó ya,
informe ahora el Marqués,
que la justicia después
por justicia se verá.

MARQUÉS:

   Yo digo, señor, que hice
con el Duque ese concierto;
pero digo que no es cierto
lo que en mi deshonra dice.
Que bien sabe, que me falta
mi sobrina de mi casa,
y sabe bien lo que pasa
él acerca de su falta,
   pues fue él quien la robó,
y yo no soy quien la escondo.

DUQUE:

Yo pleiteo y no respondo.

MARQUÉS:

Uno y otro sé hacer yo.

REY:

   Estando en litispendencia
el negocio como está,
solo la probanza da
en pro o contra la sentencia.
   Y los que tienen coronas
y un pleito han de decidir
no se tienen de regir
por afición de personas.
   El Duque alega una cosa,
y el Marqués lo mismo alega,
y competencia tan ciega
requiere prueba forzosa.
   La relación habéis hecho,
visto el caso se os da a prueba:
veamos quién mejor prueba,
que ese tendrá más derecho.
Y con esto, vámonos,
señora, hacia nuestro cuarto.

REINA:

En verdad que deseo harto
la concordia de los dos.

(Vanse todos, y quedan LEONARDO y SANCHO.)
SANCHO:

   Ya se fue el Rey.

LEONARDO:

Ya se fue.

SANCHO:

¿Y qué piensa hacer, Leonardo?

LEONARDO:

Pienso irme, porque tardo.

SANCHO:

¿Luego hay adónde?

LEONARDO:

Y a qué.

SANCHO:

   Esta vez la sangre ha estado
en los pies.

LEONARDO:

¿Por qué en los pies?

SANCHO:

¡Valentías, y después
no hablará de turbado!

LEONARDO:

   No hay quien haga que yo calle
desde Levante a Poniente.

SANCHO:

Sino Sancho solamente.

LEONARDO:

¿Tú?

SANCHO:

Yo.

LEONARDO:

¡Dalle!

SANCHO:

¡Pues sí, dalle!

LEONARDO:

   Sancho amigo, no os entiendo.

SANCHO:

¿No me entiende? Mire bien.

LEONARDO:

Por la fe de hombre de bien,
no sé lo que estás diciendo.

SANCHO:

   ¿No? Pues diga: ¿hubo picón
de lo que ante el Rey le hice?;
que si aquí la verdad dice,
¿no le picó el corazón?
   Más ¿que me quiere negar
que le tuvo tamañito?

LEONARDO:

Yo, pues, ¿en qué he hecho delito,
que se me pueda imputar?

SANCHO:

   No delito, que no fue
por tal jamás reputado
el amor.

LEONARDO:

¿Yo cuándo he amado?

SANCHO:

Has amado y amas.

LEONARDO:

¿Qué?

SANCHO:

   ¡Ea, que todo se sabe!
¿Que te nos haces de nuevas?

LEONARDO:

¡Si es que mi paciencia pruebas,
Sancho...!

SANCHO:

Todo lo sé, acabe;
   que ella me lo ha dicho todo.
Cuándo comenzó a querella,
y cuánto ha hecho por ella,
el dónde, el cuándo y el modo.

LEONARDO:

   Pues miente ella, señor Sancho,
que no lo hay, ni lo hubo antes.

SANCHO:

¡Que no se haga de guantes,
que en verdad que le viene ancho!

LEONARDO:

   ¡Digo que ya andas pesado!
No tratemos de esto más.

SANCHO:

¿Qué, en fin, dices que jamás
a Rosarda no has amado?

LEONARDO:

   ¿Sabes, Sancho, lo que dices?
¿Yo amar mujer, y a Rosarda,
siendo prenda del Rey? ¡Guarda!

SANCHO:

¡Bien, bien, no te escandalices!
   Pase por burla y donaire:
yo entendí mal, soy un necio,
pues en verdad que me precio
de que las mato en el aire.
   Mejor está de esta suerte
que de la que yo pensaba,
que en mi alma que me pesaba;
que es pesadumbre de muerte,
   pensar que era contra ti
lo que tengo que hacer.

LEONARDO:

¿Y qué es lo que has de hacer?

SANCHO:

Haré lo que prometí.

(Hace que se va.)
LEONARDO:

   ¿Y qué has prometido? ¡Aguarda,
dime eso!

SANCHO:

Que será suya
antes de mil horas.

LEONARDO:

¿Cuya?

SANCHO:

De nuestro Rey.

LEONARDO:

¿Quién?

SANCHO:

Rosarda.

LEONARDO:

   ¿Y lo has de hacer así?

SANCHO:

Téngoselo prometido.

LEONARDO:

(Pues doy al Rey por querido
si él la llega a persuadir.)
   Sancho, y quien viene de buenos...

SANCHO:

¡Oh! ¿Ya tenemos sermones?

LEONARDO:

¿No es bien que huiga de ocasiones?

SANCHO:

No puede esta vez ser menos.
Prometilo, y es un Rey
a quien se lo prometí.
¿Y qué hay que mirar aquí
a bondad, razón y ley?

LEONARDO:

   (Alto, cogido me ha vivo
en esta treta en extremo.
Es mujer Rosarda, y temo
no tome nuevo motivo.)
   Sancho, el punto llegó
ya de desnudar verdades.
Yo amo.

SANCHO:

¡Ea, necedades!
¿No era el pesado yo
   y él quien ni amó jamás,
y el que enfadado dijo,
teniéndome por prolijo:
«Ni tratemos de esto más»?
   Toda aquella barahúnda
en sumisión ha parado:
como un león desatado
viene, humilde, a mi coyunda.

LEONARDO:

   Pues si no a la tuya, ¿a cuál?
Mi Sancho, yo amo a Rosarda;
no hay que negarte ya.

SANCHO:

Aguarda
ya sé tu cuento, y no mal.

LEONARDO:

   ¿Cómo?

SANCHO:

De su misma boca
de tu Rosarda hermosa,
sin faltar en todo cosa.

LEONARDO:

¿Y está firme?

SANCHO:

Más que roca.
   Y envíate a asegurar
de su firmeza conmigo,
y me hables en su lugar.

LEONARDO:

¿Que mis penas te contó?

SANCHO:

   Todas, grandes y pequeñas,
tu Rosarda me contó;
y me dijo, por más señas,
una que te diré yo:
   que porque estés confiado
de lo que por ti he de hacer,
un papel que en tu poder
de tu nombre está firmado,
   en que juras y prometes
que serás marido suyo,
que por yerro a poder tuyo
fue envuelto entre otros billetes,
   porque ahora en su aflición
defenderse con él piensa,
porque es la mayor defensa
que tiene en esta ocasión,
   conmigo por su consuelo
al momento se lo envíes.
Y como de mí le fíes
dándomelo, llevarelo.
   Solo es el mal que de bobo
no lo acertaré a llevar.

(Saca el papel LEONARDO.)
LEONARDO:

Yo se lo pensé enviar
un día antes de su robo.
   Y como han ido las cosas
después acá tan de salto,
me hallé de ocasiones falto:
toma, llévale, si osas.
   Pero recelo un encuentro
que un gran azar nos promete.

SANCHO:

Si va al infierno el billete
y lo llevo, ha de entrar dentro.

LEONARDO:

   Mira, mi Sancho, que fío
de ti la vida, y no menos.

SANCHO:

(No me va a mí mucho menos,
que en tu bien procuro el mío.)
   Ahora, mi Leonardo, a Dios;
fía en él, que al campo parto.
 [Vase.]

LEONARDO:

¡Sabe él si quisiera harto
que partiéramos los dos!
   No me estuviera a mí mal
que este ignorara que quiero;
sábelo, y llevallo quiero
más por bien que no por mal.
   ¡Qué ingenio tuvo el rapaz!
Y si él, como ha mostrado,
de mi bien se ha apasionado,
bien lo hará, que es sagaz.

(Entra el DUQUE ROSIMUNDO.)

DUQUE:

   ¡Mi Leonardo!

LEONARDO:

¡Oh, Rosimundo!
¿Cómo va de pleito?

DUQUE:

Bien,
porque el peso de mi bien
todo en tu amistad lo fundo.

LEONARDO:

   ¿Todo en mi amistad? ¿Pues cómo?

DUQUE:

Porque el peso de una empresa
que saber que tanto pesa
como la que a cargo tomo,
   solo lo que tú me has dicho
por su fundamento lleva
y dándose el pleito a prueba,
mi prueba estriba en tu dicho.
   Quiero que siendo testigo
digas qué sabes en eso.

LEONARDO:

Pues no hay empresa ni peso,
y esto es lo que siempre digo.
   ¿Pues esa es la fe y palabra
que al dar el aviso distes?

DUQUE:

¿Cuándo?

LEONARDO:

Cuando me dijistes
que no diríades palabra.
Yo, fiándome de vos,
os di el aviso que os di:
lo que dije, yo lo vi,
esto para entre los dos.
   Y en queriendo que lo diga
ante el juez por testigo,
no vi cosa, y esto digo.

DUQUE:

Di la palabra y me obliga,
   que soy, en fin, caballero,
y la he de cumplir; más vos,
esto para entre los dos,
no andáis... Pero callar quiero.
   Que no digáis vuestro dicho
no importa; pero quisiera
que hablar y hacer valiera.
Y voyme: lo dicho, dicho.
(Vase.)

LEONARDO:

   Puestos ya en el punto estos,
los dos, aunque triunfo cueste,
no hay camino sino este
para evadirme yo de estos.
(Entra el MARQUÉS.)

LEONARDO:

   ¡Señor!

MARQUÉS:

¡Oh, Leonardo, amigo!

LEONARDO:

¿Qué hay de pleito?

MARQUÉS:

Está de modo,
que eres tú, Leonardo, el todo
en la pretensión que sigo.

LEONARDO:

   ¿Yo el todo? ¿Pues de qué suerte?

MARQUÉS:

Púsele al Duque demanda,
y el Rey dar probanza manda,
y está en ti mi vida o muerte.
   Porque más mi acción no es
que la que tú viste, acaso,
y así tú solo en el caso
eres mis manos y pies.
   De modo que serán vanos
sin tu dicho los demás.

LEONARDO:

Pues haz cuenta, si no hay más,
que estás sin pies y sin manos.
   ¿Pues das la palabra y fe
que me diste de avisarte
de que nadie por tu parte
sabría que te avisé,
   y quieres que jure yo?
La pasión te tiene ciego:
lo que te avisé, vi, y luego
que lo vi se me olvidó.
Solo lo vi para ti,
pero no para jurallo.

MARQUÉS:

Dite mi palabra, y callo;
pero poco haces por mí.

LEONARDO:

   No tengo de decir dicho;
el cansarte es por demás.

MARQUÉS:

Bien pudieras hacer más;
pero, en fin, lo dicho, dicho.
(Vase.)

LEONARDO:

   Yo con esto concluí;
quiébrense ellos las cabezas,
que cuando estén hechas piezas,
no se me da un clavo a mí.
(Éntrase. Y salen SANCHO y ELEANDRO.)

SANCHO:

   ¿Qué hay de España?

ELEANDRO:

Bravas cosas
tuvo en Valencia sus bodas
el Rey; vio las fiestas todas
mi hijo.

SANCHO:

¿Grandes?

ELEANDRO:

Famosas.
   Escribe que se halló allí,
y de allí se vendrá acá
y las contará.

SANCHO:

¿Y vendrá?

ELEANDRO:

A diez y seis.

SANCHO:

¿De este?

ELEANDRO:

Sí.

SANCHO:

   Y de mi madre, ¿qué escribe?

ELEANDRO:

Que hace diligencias grandes
por saber adónde andes.

SANCHO:

¿Y está...?

ELEANDRO:

Tristísima vive;
   pero que con esperanza
de que has de parecer.

SANCHO:

Por fuerza había de ser,
aunque haya de haber tardanza.

ELEANDRO:

   ¿No preguntas cómo va
de tela?

SANCHO:

¿Habrasla acabado?

ELEANDRO:

Eso no, ni aun empezado,
y estará acabada ya.
   El decir si se acabó
es, por Dios, un gran donaire:
como ello todo era aire,
en el aire se tejió.

SANCHO:

   Sin duda estarás molido
de tejer.

ELEANDRO:

Antes, señora,
temo no me muela ahora
el Rey, quizá, de corrido.

SANCHO:

   ¡Lindo eres, por mi vida!
Si el Rey la enviare a pedir,
¿qué tienes más que decir
más de que está ya tejida?

ELEANDRO:

   ¿Qué tejido ni qué tela,
si hebra no se ha tejido?

SANCHO:

Aún tú no me has entendido.
¿Sabes mi pretensión?

ELEANDRO:

Sela.
   Cómo hemos de salir de ella
es lo que deseo saber.

SANCHO:

La tela que hay que tejer,
aquesa yo he de tejella.
   Vete, y espérame en corte,
aunque tarde algún espacio;
y en entrando di en palacio
que llevas tejido un corte.
   Que esto es lo que a ti te toca,
y déjame lo demás.

ELEANDRO:

De esto y de todo lo más,
no desplegaré mi boca.
(Vase.)

SANCHO:

   Tengo tanto a que acudir,
que no sé por dó comience;
pero el ánimo es quien vence:
con todo quiero embestir.
(Entra el ALCAIDE.)

SANCHO:

   ¡Señor alcaide!

ALCAIDE:

¡Jesú!

SANCHO:

¿Dónde, sin Dios y sin ley?

ALCAIDE:

Domine, memento mei.

SANCHO:

¿Qué habéis visto?

ALCAIDE:

¡A Bercebú!
   ¿Pues no basta haberos visto?

SANCHO:

¿Y a un ángel hacéis la cruz?

ALCAIDE:

Ángel con pies de avestruz,
como aquel que tentó a Cristo.

SANCHO:

   ¿Pues cómo está la parida?

ALCAIDE:

Para irse su camino;
después que movió el pollino,
siempre está como movida.

SANCHO:

   ¿Tal está?

ALCAIDE:

En solo el dibujo
la tenéis.

SANCHO:

¿Yo? ¿Pues qué he hecho?

ALCAIDE:

Por Dios, que no es de provecho
después que acá el diablo os trujo.
Teníala yo que apenas
el aire no la tocaba:
ella es podrida y brava,
púsela cepo y cadenas.
   Está la pobre...

SANCHO:

No dudo
que muera de esta.

ALCAIDE:

Sin duda.

SANCHO:

¿Y si ella se ve viuda
antes que os vieseis vos viudo?

ALCAIDE:

   Dios lo puede hacer todo;
pero, por Dios, mala está.

SANCHO:

¡A Dios!

ALCAIDE:

¿Qué es? ¿Hay cuento ya?

SANCHO:

¡Y mal cuento!

ALCAIDE:

¿De qué modo?
   ¿Tenemos otra preñada?

SANCHO:

Y que, por Dios, que si pare,
cuando en mucho bien pare...

ALCAIDE:

Vendrá ello a parar en nada.
   ¿Y es la preñada?

SANCHO:

La Reina.

ALCAIDE:

¿Y es quizá de otro pollino?

SANCHO:

¿Todo ha de ir por un camino?
Pues yo os...¡Vive Dios y reina,
   que si no abrís bien el ojo,
que os cueste el caso nonada!

ALCAIDE:

¿Ella, al fin, no está preñada?

SANCHO:

Preñada, pero de enojo.
   Yo hablo veras, y vos
hacéis el corazón ancho.

ALCAIDE:

¿De enojo, a fe? ¿Y con quién, Sancho?

SANCHO:

¿Con quién? Con vos.

ALCAIDE:

¡Más por Dios!

SANCHO:

   No son siempre unos los tiempos,
haylos de muchas maneras;
sabed que yo sé de veras,
y que sé de pasatiempos.
   Vos estáis de regodeo;
yo vuestro bien procurando.
¿Y es porque no juro? Juro...

ALCAIDE:

No, no juréis, yo lo creo.

SANCHO:

   ¿Pues sabéis vos lo que hacéis
en darme el crédito o no?
O vivir, o morir.

ALCAIDE:

¿Yo?

SANCHO:

¡No, sino yo! ¿No entendéis?

ALCAIDE:

Vení acá, Sancho, por Dios,
y decidme eso despacio.

SANCHO:

Digo que se arde palacio
con chismes y contra vos.

ALCAIDE:

   ¿Contra mí? ¿Y de qué manera?

SANCHO:

Sabed que la Reina sabe...
No sé en qué corazón cabe
el hacer que un hombre muera.

ALCAIDE:

Acabaldo de decir,
ya que lo habéis empezado.

SANCHO:

A la Reina le han contado
todo, y esto es concluir.

ALCAIDE:

   ¿Qué?

SANCHO:

Que el Rey tiene a Rosarda
encerrada en esta torre,
y más, que no solo corre
por mano vuestra su guarda,
   sino que por vuestra mano
la hubo el rey a las manos.
Mirad los malos cristianos
que han dicho tal de un cristiano.
   Está de modo la Reina
con vos, que jura y perjura
que os ha de ver la asadura;
y podralo hacer, que es Reina.

ALCAIDE:

   ¿Que el asadura ha de verme?

SANCHO:

Y de una escarpia colgada.

ALCAIDE:

¿Y de quién será informada?

SANCHO:

Del diablo, que nunca duerme.

ALCAIDE:

   ¿Yo, yo del rey alcahuete?

SANCHO:

Ahí verás la maldad,
que sabiendo la verdad,
echen la culpa a un pobrete.
   No la echarían, yo fío,
al traidor que la vendió.

ALCAIDE:

Por Dios, eso no sé yo.
¿Quién la vendió al Rey?

SANCHO:

Su tío.
   Aquel ladrón del Marqués,
traidor, sin Dios y sin ley,
por estar bien con el Rey.

ALCAIDE:

¿El Marqués?

SANCHO:

El Marqués, pues.
   Sin gustar jamás de ello
ella.

ALCAIDE:

Eso sé yo bien,
que siempre hizo de él desdén,
y que nunca pudo vello.
   ¡Pues lleve el diablo al Marqués
y al padre que lo engendró!
Si él lo hizo, ¿es bien que yo
pague el pato acá después?

SANCHO:

   Hombre sois, por vos mirad,
que no hay a quien más le importe.

ALCAIDE:

¡Juro a Dios de ir a la corte,
y dilatar la verdad!

SANCHO:

   Yo de ese parecer soy,
aunque mozo; vos sois viejo,
no habéis menester consejo,

ALCAIDE:

A Dios, Sancho, a corte voy.
   ¡Asadura de mi alma,
en escarpia, verbum caro!
Todo tiene de ir más claro
y más llano que esta palma.
(Vase.)

SANCHO:

   ¿Viose nunca tan buen paso?
El viejo se va a la Reina,
en quien ni aun sospecha reina,
y le cuenta todo el caso.
   ¡Lindo cuento para el viejo
cuando se halle burlado!
Quédese ahora en este estado,
que en lindo punto lo dejo.
   Quise que la Reina entienda
cómo el Rey tiene a Rosarda
en una torre con guarda,
no tanto porque se ofenda,
   como porque no seamos
ofendidos de él acaso
aquellos que en este caso
nuestra parte interesamos.

SANCHO:

   Ya quiso el Rey que Rosarda
se manifestara al mundo
y dársela a Rosimundo
por vengarse; pero guarda,
   que fuera el hacello así
quitar al Rey del poder
a Leonardo su mujer
y a mi Rosimundo a mí.
   Sépase ahora por entero,
que cuando ahora se supiere,
se sabrá, no como quiere
el Rey, mas como yo quiero.
   A Rosarda quiero hablar,
que aunque es su prisión la torre,
este zaguán pisa y corre
cuando se sale a espaciar.
   Que aunque he descubierto el puesto
de la guarda, está guardado,
y solo a Sancho le es dado
llegar donde ahora fui puesto.
   Quiero por buena razón
darle un poco de lisonja.
Ya sale al torno mi monja.

(Sale ROSARDA.)

ROSARDA:

Sancho, ¿a tan buena ocasión?
   ¿Qué hay, mi Sancho, vivo o muero?
¿Cánsase el rey o porfía?

SANCHO:

Hoy peor que el primer día.

ROSARDA:

¿Peor hoy que el día primero?

SANCHO:

   De la nueva con que vengo
se echa de ver, y no mal.

ROSARDA:

¿Tal es, Sancho, amigo?

SANCHO:

Tal,
que miedo de darla tengo.
   Aunque mal lo hago, cierto
que de cansado me cierro,
y no sé si acaso yerro,
por donde pienso que acierto.

ROSARDA:

   Ya de retórico pasas.
¿En qué yerras o en qué aciertas?
Las nuevas, Sancho, ¿son ciertas?

SANCHO:

Ciertas.

ROSARDA:

¿De qué?

SANCHO:

Que te casas.
   Y hacellas malas, pasa
ya de quererte ofender,
que basta que a una mujer
se le diga que se casa,
   para que tenga por buena
la nueva, aunque le esté mal.

ROSARDA:

¿Y que el casamiento es tal
que me tiene de dar pena?

SANCHO:

   Mucha.

ROSARDA:

Ya sé lo primero;
saber quiero lo segundo.
¿Con quién es?

SANCHO:

Con Rosimundo.

ROSARDA:

¿Con Rosimundo? ¡Primero...!

SANCHO:

   ¿Primero qué?

ROSARDA:

¡Mala muerte
morirá el que tal aguarda!

SANCHO:

Que no hay remedio, Rosarda,
que está ya echada la suerte.
   Que primero ni postrero
hay donde el Rey interviene,
y si él gusta, de ser tiene.

ROSARDA:

¿Qué hay porque no le quiero?

SANCHO:

   Porque no le quieres, pues,
te quiere manifestar,
y hacer que a tu pesar
al Duque la mano des.

ROSARDA:

   ¿Y a eso qué dice Leonardo?

SANCHO:

¿Qué ha de decir? Como es cuerdo,
ha tomado nuevo acuerdo.

ROSARDA:

Dilo, acaba.

SANCHO:

¿Tanto tardo?
   Como ve que Rosimundo
por fuerza te ha de entregarse,
determina de casarse,
que no es más que eso este mundo.

ROSARDA:

   Pues si él de casarse acuerda,
ni a él mujer le ha de faltar
ni a mí parte en que hallar
una viga y una cuerda;
   que vigas hay en la torre
y cintas en mi cabello.

SANCHO:

(¡Vive Dios, que va a hacello!)
¿Pues vaste?

ROSARDA:

A ahorcarme.

SANCHO:

Corre.

ROSARDA:

   Voy. ¿Pues piensas que es donaire?

SANCHO:

Vuelve, mujer, ¿dónde vas?
Pues ¿cómo? ¿No hay más?

ROSARDA:

No hay más.

SANCHO:

¿Ahorcarse es cosa de aire?
   ¡Vuelve, vuelve, pese a mí!,
que ahí tienes a tu Leonardo,
tan tu amante y tan gallardo
como ha estado hasta aquí.
   Verdad es que el Rey quería,
porque a él no le has querido,
darte al Duque por marido;
mas mudose, a instancia mía.
   Que le prometí acabar
contigo, que le harás rostro,
y así, aunque el Rey te dé en rostro,
te importa disimular.

SANCHO:

   Hagamos ahora a tu salvo
de su enfado pasatiempo,
que yo os pondré, en siendo tiempo,
a ti y a Leonardo en salvo.
   Y para poderlo hacer,
te traigo aquí el papel suyo,
y vengo por aquel tuyo
que tienes en tu poder,
   en que le das la palabra
que él en este te da a ti.

ROSARDA:

No sé si me enoje o si
al perdón las puertas abra.
   Mas por el gusto del fin,
el sobresalto perdono.

SANCHO:

¿Qué quieres? Nada sazono
si no es con hacerte ruin.

ROSARDA:

   Toma, ves aquí el papel
y dásele a mi Leonardo.
Y así tu promesa aguardo
como su firmeza de él.

SANCHO:

Voyme, pues, y fía de mí,
Rosarda, que he de ayudarte,
porque en defender tu parte
me va también parte a mí.
(Vanse. Salen el REY y LEONARDO.)

REY:

   ¿Sanchuelo?

LEONARDO:

En el campo está.

REY:

¡Extremado es el rapaz!

LEONARDO:

Tiene el ingenio vivaz,
cuanto quisiere hará.

REY:

   No haría por mí poco
si su promesa cumpliese
y con blandura venciese.

LEONARDO:

Mostraba tenerle en poco;
   él es de muy claro juicio,
entremetido y sutil,
y tiene otras partes mil
de las que pide el oficio.
   A fe que él ponga a Rosarda
de la suerte que conviene.
No sé cómo ya no viene.

REY:

Para mí un siglo tarda.
(Entra un PAJE.)

PAJE:

   Un extranjero, señor,
dice que hablarte quiere,
que importa.

REY:

Dile qué quiere.

PAJE:

Dice que es un tejedor.

REY:

   ¿Un tejedor?

PAJE:

Que en tu corte
no cabe de gozo y ancho.

LEONARDO:

Este es el padre de Sancho.

REY:

Entre. Sin duda trae el corte.
(Entra ELEANDRO.)

ELEANDRO:

   A Vuestra Majestad beso
los pies.

REY:

Seáis bien venido.

ELEANDRO:

Un corte traigo tejido
de mi tela.

REY:

Huelgo de eso.
   Veamos.

ELEANDRO:

Harelo traer,
que cosa de tanta estima
verase mal aquí; encima
de una mesa se ha de ver.
   Manda darme un aposento
donde se vea despacio.

REY:

¡Hola!, dalde en mi palacio
una cámara al momento.
   Y traído el corte, quiero
que tú el primero, Leonardo,
le veas.

LEONARDO:

(¡Cuento gallardo!)
¿Yo el primero?

REY:

Tú, el primero.

LEONARDO:

   ¿En fin, que el primero soy
de quien hacer prueba quieres?

REY:

Por tenerla de quién eres,
el primer lugar te doy.

LEONARDO:

   En fin, ¿tú lo quieres?

REY:

Quiero.

LEONARDO:

Pues si tú gustas, verela.
Id y haced traer la tela,
que yo la veré el primero.

(Entra la REINA.)

REY:

   ¿Es la Reina la que entra?

LEONARDO:

La Reina.

REINA:

(¡Válgame Dios,
y qué apareados los dos!)

REY:

¡A mal tiempo nos encuentra,
   que quiere conversación
y yo no estoy para ella!

LEONARDO:

(Él tiene el gusto en aquella
que le tiene el corazón.)

REINA:

   ¿Qué hace Vuestra Majestad?
¿Estará de pasatiempo?

REY:

Antes venís a mal tiempo.

REINA:

¿A mal tiempo?

REY:

Sí, en verdad.
   Porque vamos yo y Leonardo
a un negocio de importancia.

REINA:

¿No os detendréis a mi instancia?

REY:

Digo que importa, y ya tardo.

LEONARDO:

   Sí, señora; es ya muy tarde,
no podremos detenernos.
¿Cuándo tenemos de vernos
en esta tela?

REY:

Esta tarde.

(Vanse todos, y queda la REINA.)

REINA:

   ¿Que no pudo estar aquí
el Rey en viéndome entrar?
¡Para todos hay lugar,
y nunca le hay para mí!
   No sé, a fe, lo que me sienta
del poco gusto del Rey.
(Éntrase el ALCAIDE, y quédase la REINA pensando.)

ALCAIDE:

La verdad a toda ley,
y no sufrir una afrenta.
   ¿Mi asadura en una escarpia
sin culpa? ¿Hay más crueldad?
¡Yo contaré la verdad,
y veremos quién se escarpia!
   Tráeme el caso sin sentido.
¿Yo, alcahuete de Rosarda?

(Entra SANCHO quedito y ásele del brazo.)

SANCHO:

Aquí está un ángel de guarda.

ALCAIDE:

¿Y es de aquellos que han caído?
   ¡No digo yo que este es trasgo!
¿De qué nublado has caído?

SANCHO:

En vuestro alcance he venido;
pero quedo, punto y rasgo.
   La Reina es la que está aquí.

ALCAIDE:

¿La Reina? Pues llegar quiero;
mas no, llegad vos primero.

SANCHO:

Dejadme llegar a mí.

REINA:

   Quizá no es lo que imagino;
por ventura me he engañado.

SANCHO:

Aquí tenéis un criado
que viene ahora de camino.

REINA:

   ¡Oh, Sancho, de verte gusto!
Pues, ¿de dónde?

SANCHO:

De tu quinta.

ALCAIDE:

¡Demonio es: todo lo pinta
este Sanchuelo a su gusto!

REINA:

   Pues, alcaide, ¿también vos?
¿Cómo no llegáis?

ALCAIDE:

Ahora...

REINA:

Llegad sin temor.

ALCAIDE:

Señora...
(De rodillas.)

ALCAIDE:

¡Misericordia, por Dios!
   Verme de hinojos puesto,
obligue a tu Majestad
a escucharme la verdad.

REINA:

¿Cómo la verdad? ¿Qué es esto?

ALCAIDE:

   Que el ladrón que de mi nombre
se acordó para mentir,
muy bien lo puede él decir;
pero...

REINA:

¿Qué dice este hombre?

ALCAIDE:

   Bueno es eso, en buena fe,
pues ha jurado escarpiarme.
¿Quiere ahora asegurarme?

REINA:

(Misterio tiene esto, a fe.
   Disimular quiero aquí.)

ALCAIDE:

Mire, así viva mil años,
que han sido chismes y engaños
cuanto le han dicho de mí.
   Pues dígame: ¿hombre era yo
que al Rey le había de traer
a Rosarda a su poder?
¿Alcahuete yo? ¡Eso no!
   Del bellaco de su tío,
de ese Marqués, o que se es,
que lo que siendo el Marqués...
(Túrbase.)

ALCAIDE:

Fue el delito, que no mío.
Ese al Rey se la vendió
por caer en gracia suya,
contra su voluntad.

REINA:

¿Cuya?

ALCAIDE:

De ella, que ella no gustó,
   que en buena fe que es honrada,
y como tal se resiste;
sino que es mujer la triste
y está allí muy acosada.

REINA:

   ¿Dónde?

ALCAIDE:

En mi torre, con guarda.
Y si la tengo en mi torre
por cuenta mía no corre,
sino del Rey, que la guarda.

SANCHO:

   (¡Qué bien, qué suavemente,
sin tormento ha confesado!)

ALCAIDE:

Yo siempre estoy obligado
a mi Rey como teniente.
   Si el Rey por sí es tan ruin
y me encarga una mujer,
¿secreto no he de tener?

REINA:

Sí, que sois alcaide al fin,
   y honrado.

ALCAIDE:

Por su virtud.

REINA:

Guardáis muy bien un secreto.

ALCAIDE:

Eso yo se lo prometo.

REINA:

No tengáis vos más salud.
   ¡Miren de qué modo quiso
Dios, estando yo ignorante,
porque no fuese adelante
tal maldad, tuviese aviso!
   Así, Rey, ¿que aquesto había
donde en la torre, con guarda,
tenéis a vuestra Rosarda?

ALCAIDE:

Oiga, ¿que no lo sabía?

REINA:

   ¿Yo? Como que nunca fue.

ALCAIDE:

¡Válgate el diablo por Sancho!
¿No hay un árbol, no hay un gancho
de donde me ahorcaré?
   ¿No digo yo que este tiene
de dar fin a mi vejez,
primera y segunda vez?

REINA:

¿Quién viene? ¡Hola!

SANCHO:

El Marqués viene.
(Entra el MARQUÉS.)

MARQUÉS:

Deme, vuestra Majestad,
aquesas manos reales.

REINA:

A los hombres principales,
Marqués, y de vuestra edad,
   siempre suelo yo negarlas,
pero ahora ya no dejo
de dárosla por ser viejo,
sino por no querer darlas.

REINA:

   Pues, ¿cómo Marqués, es bueno
que por esperanzas vanas,
un hombre lleno de canas
y de obligaciones lleno,
   un hombre que tiene llenos
de sus vitorias los templos
y hombre por cuyos ejemplos
en mi reino hay tantos buenos,
   un hombre cuyo consejo
hace raya en mis consejos,
mozo y valiente entre viejos,
y en seso entre mozos viejo,
   ahora, al cabo de sus años,
por caer del Rey en gracia,
sin advertir mi desgracia,
ni advertir sus propios daños,
   al Rey vendiese a Rosarda,
a su sangre, a su sobrina?

REINA:

Empresa al fin peregrina,
hazaña, cierto, gallarda,
   entregar a una doncella,
cuya honra riesgo corre,
para que el Rey en su torre
la encierre y se esté con ella.
   A no ser ella quien es,
bueno anduviera su honor.
Mal lo pensaste, señor.

MARQUÉS:

Beso esos reales pies,
   que sola tu Majestad
por tan discreto camino
pudiera ser la que vino
a descubrir la verdad.
   Y verdad que ha tantos días
que deseo yo saber.

REINA:

No lo acabo de entender,
¿luego tú no lo sabías?

MARQUÉS:

Yo, Reina, ¿pues qué razón
hay de que se haya creído
de mí tal?

REINA:

Perdón te pido.

ALCAIDE:

(Milagros de Sancho son.
   De esta hecha sí me empala
el Rey en sabiendo el cuento).

(Entra el DUQUE ROSIMUNDO.)

DUQUE:

Aunque sea atrevimiento
hacer esto en esta sala,
   perdone tu Majestad,
que para que en él prosiga,
el honor solo me obliga,
pero no la voluntad;
   porque por donde se lleva
mal el negocio en mi pleito,
quiero que en aqueste pleito
estéis, Marqués, a la prueba.
   Vos, ante el Rey prometéis
probar que a Rosarda tengo,
y yo solo a probar vengo
que encubierta la tenéis.
   Y así porque yo me fío
en la verdad que sustento,
dentro el real aposento
sobre el caso os desafío.
   Y digo que os probaré
solo en batalla aplazada
que vos la tenéis alzada
y que yo no la robé.
   Y hablen allí las espadas
y callen aquí las plumas.

MARQUÉS:

Porque de mí no presumas
cosas de mí no intentadas,
   no en fe de lo que yo hice,
sino en fe de que no hay hombre
que con mis prendas y nombre
haga lo que aquí se dice,
   el campo pedido aceto
y en él te daré a entender
que yo tal no pude hacer.

DUQUE:

El no poder es defeto:
   que no lo hiciste, eso sí,
no que no pudiste hacello.

REINA:

Duque, sábese ya ello
que por eso habla así.
Sábese ya de Rosarda.

DUQUE:

¡Por mi vida!

REINA:

Y por mi vida.

DUQUE:

¿Y quién la tiene escondida?

REINA:

El Rey.

DUQUE:

¿El Rey?

REINA:

Y con guarda.

DUQUE:

Marqués y señor, yo pido
perdón de mi grave culpa.

MARQUÉS:

Bien tenéis, Duque, disculpa.

DUQUE:

Y aun por eso te la pido.
   Dame las manos, por Dios,
que el amor me tenía ciego.
(Danse las manos.)

REINA:

Y dadas las manos, luego
pido yo un ruego a los dos.

MARQUÉS:

¿Qué es lo que mandarnos puede
tu Majestad que no hagamos?

REINA:

Que entre los tres que aquí estamos
este secreto se quede.

DUQUE:

¿Mi Rosarda está con honra?

REINA:

¿Pues, no basta conocella,
para que donde esté ella
se crea que no hay deshonra?
Rosarda está con su honor,
y este negocio en mi mano,
y estando en ella, está llano,
que nadie lo hará mejor.
   Por lo que en él me va a mí
y por lo que os va a los dos,
idos, señores, con Dios,
y quédese esto ahora así,
   que yo lo pondré de modo
que a todos nos esté bien.

MARQUÉS:

Tus pies beso.

DUQUE:

Yo también.

REINA:

Pues irme quiero yo y todo.

(Vanse, y queda el ALCAIDE y SANCHO mirándose un rato sin hablar.)

SANCHO:

   ¿No habláis, Alcaide? Hablemos.
¿Qué decís o qué habéis visto?

ALCAIDE:

¿Yo? Que ruego a Jesucristo,
que me saque en paz de vos.
   ¿Qué os parece, Sancho, de esta
en que me tenéis metido?

SANCHO:

¿Esta, pues, tan mala ha sido?
¿Pues, hasta ahora qué os cuesta?
   Acabad, no seáis cobarde.
¿No vivo yo? No temáis.
Lo que importa es que os partáis
porque se hace ya tarde.
Ea, a Dios.
(Vase y vuelve.)

SANCHO:

Miren mi acuerdo:
díjome vuestra mujer
que os acordase al volver
de aquella...

ALCAIDE:

¿Qué? No me acuerdo.

SANCHO:

Pues, ¿no tenéis de compralle...?

ALCAIDE:

¿Qué?

SANCHO:

Para su enfermedad...

ALCAIDE:

Así, así: decís verdad.
Una purga he de llevalle
   Y no sé qué otras cosillas.

SANCHO:

Pues, no os olvidéis. A Dios.
(Vase.)

ALCAIDE:

Él me defienda de vos.
¡Válgate el diablo, hurguillas!
   ¡Todo lo busca y lo hurga,
no he visto cosa más brava!
Solamente le faltaba
saber también de la purga.
   Mala purga mal bebida
te mate de mal ruibarbo,
que yo tu vida no escarbo
y tú me escarbas la mía.