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El lacayo fingido/Acto III

De Wikisource, la biblioteca libre.
El lacayo fingido
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen dos GUARDAS.
GUARDA 1.º:

A buena cuenta, el paso que ocupamos
es el paso preciso de su vuelta.

GUARDA 2.º:

Y esta es, según razón, la hora que dijo
Sanchuelo que el alcaide volvería.

GUARDA 1.º:

Y por si se tardare, ¿qué recaudo
dejastes en la puerta de la torre?

GUARDA 2.º:

¿No es suficiente el número que queda?
Cuando faltemos dos, ¿no hay cincuenta
que la guarden y ronden por sus postas,
y si fuere importante, la defiendan
del poderoso ejército de Jerjes?
Pero, ¿si se quedase allá esta noche?

GUARDA 1.º:

¿Cómo, si acá le esperan con la purga?

GUARDA 2.º:

Deseámoslo tanto, que tememos.
¿Vienen las medias máscaras a punto?

GUARDA 1.º:

A punto vienen, y es razón ponerlas,
que ya es la hora, poco más o menos,
que viene por ahí como una posta.

GUARDA 2.º:

Y creo que a pie ha de ser.

GUARDA 1.º:

¿Pues qué, a caballo?
Como nació del vientre de su madre...

(Sale el ALCAIDE con botas de camino y un quitasol en una mano y un vaso en la otra; y un villano y gorra, cantando: «Ensíllenme el potro rucio».)
GUARDA 1.º:

¡Ojo; pidiendo viene el potro rucio!

GUARDA 2.º:

Pues hace mal, viniendo a pie el cuitado.

GUARDA 1.º:

¿De noche y quitasol?

GUARDA 2.º:

Por el sereno.

GUARDA 1.º:

Aviente el uno al mozo a espaldarazos.

GUARDA 2.º:

Yo le haré que vuele la ribera.

MOZO:

¡Ay, justicia de Dios! ¡Ay! ¡Ay!

GUARDA 2.º:

¡Camine!
(Quítanle la espada al ALCAIDE.)

GUARDA 1.º:

¡Deje esta espada o rueca, pusilánime!

GUARDA 2.º:

¿Que pide que le ensillen el decrépito?
¿Caballo rucio pide un asno rústico?

GUARDA 1.º:

No dice mal: ¡ensíllenle un cuadrúpedo!,
que es noche y viene a pie sobre estos lapides,
por ahorrar un alquiler, el mísero.

ALCAIDE:

¿Dónde se aparecieron? ¿Son espíritus
del otro mundo, díganme?

GUARDA 1.º:

Y diabólicos.

ALCAIDE:

A no ser malos, ¡qué dispuestos ángeles!

GUARDA 1.º:

Pues hácennos bonitos las carátulas,
que sin ellas tenemos gestos fúnebres.

GUARDA 2.º:

¿Para qué espada llevas, di, murciélago,
sin poderla regir tus fuerzas frágiles?
¿No era mejor con purga traer espátula,
que sirve al desatar la cañafístola?

ALCAIDE:

Si ha sido burla, pasa ya de límite.
De noche, y en camino y entre árboles,
burlarse con el hombre ¿es cosa lícita?
¡Venga la espada, que ése no es buen término!

GUARDA 1.º:

¡Oigan, que espada pide el muy flemático!
Antes fallamos que por el escándalo
que su espada ha causado en nuestros ánimos,
debemos condenalle, y como unánimes,
le condenamos todos los del cónclave
a que beba esta purga salutífera.

ALCAIDE:

¡No, no, que me ha de hacer mal al estómago!

GUARDA 1.º:

Pues hala de beber si fuese Hércules,
o harémosle llorar como a Demócrito.

ALCAIDE:

Si fuera de ruibarbo contra cólera,
recibiérala yo, que soy colérico;
mas lleva confección de hermodátiles,
con sen, catalicón, hermes y agárico,
cosas impertinentes a mi estómago.

GUARDA 2.º:

¡Acabe, beba el puto viejo el récipe,
o quedará de un golpe paralítico!

ALCAIDE:

¿Qué, en fin, he de beber, señores médicos?

GUARDA 1.º:

No ha de quedar de aquesta purga pénitus.

ALCAIDE:

¡Si posibile est, fratres charisimi,
transeat a me aqueste calice!

GUARDA 2.º:

¡O beba, o abrirle he medio capite!

ALCAIDE:

¿No me dan antes, siquiera de lástima,
o aceituna, o limón, o algo odorífero
con que pase sin husmo el triste antídoto?

GUARDA 1.º:

¡Acabe, beba el viejo sin escrúpulo!

ALCAIDE:

Ya lo beben, señor, refrene el ímpetu.
¡Recíbote a ojos ciegos, in Dei nomine!
¡Santo Dios, qué mal tufo!

GUARDA 1.º:

Es aromático.

ALCAIDE:

He aquí un hombre purgado sobre céspedes,
que aun purgándose uno entre las sábanas
suele, si el aposento es algo húmedo,
morirse sin pensar, de un pasmo súpito.

GUARDA 2.º:

¡Mejor lo quiera Dios! ¡Amigo, vámonos!
¡A Dios, patrón!

ALCAIDE:

¡Fratelos salubérrimos,
por las llagas de Dios y del Seráfico,
que ya que se han holgado a beneplácito,
se sepulte esto aquí!

GUARDA 2.º:

Sobre este artículo,
serán las lenguas de los dos inmóviles.

ALCAIDE:

Temo, ya que ha caído en mí esta mácula,
no lo sepa Sanchuelo, que en sabiéndolo....

(Vanse, y entra el MOZO con el lío de ropa.)
MOZO:

¡Ah, señor!, ¿cómo está?

ALCAIDE:

Cerca del tránsito.
Mozo, toma el dinero. Ve y di al médico
que recete otra purga en otra cédula,
porque se vertió esta otra en el viático.

MOZO:

¿Pues, la purga?

ALCAIDE:

¡Vertiose, mozo incrédulo!
No siento tanto el haber bebídola,
que es para purgar solo el ventrículo;
pero purgar también la bolsa... ¡Oh, pese a...!

MOZO:

¿Voyme, señor?

ALCAIDE:

¡Volando, mozo rígido!
Yo quiero, antes que las vías purgátiles
se desaten, ni queden los justísimos,
por causa de los flujos, hechos probática,
irme, por no ver el caso puesto en plática.)

(Éntranse. Y salen SANCHO y LEONARDO.)
SANCHO:

¡Famosa cosa!

LEONARDO:

¡Famosa!

SANCHO:

¡Brava tela!

LEONARDO:

¡La mejor
que he visto! ¡Y vive el Señor,
que yo no he visto tal cosa!

SANCHO:

   Voy por otro o otros dos
que la vean.
(Vase.)

LEONARDO:

Ve en buen hora.
Si tienen lo que yo ahora,
verán viento. ¡Vive Dios!
   No es bueno que me han llevado
a ver tela sin habella,
y que la he visto, sin vella!
¡Como a un indio me han tratado!
   No se puede averiguar
esto de yerbas y estrellas
y decir que uno por ellas
la mágica puede usar;
   si me refiero a lo antiguo,
de Circes y de Medeas,
son fantasías de ideas;
por ahí poco averiguo.
   Son las fábulas y cuentos
de las yerbas de Tesalia;
también dicen que en Italia
hay familiares a cientos.

LEONARDO:

   Pero aunque siempre de este arte
he oído toda mi vida
que es usada y conocida,
nunca por quién ni en qué parte.
   Todos dicen «yo lo oí»,
y ninguno «yo lo he visto».
No sé yo. Yo creo en Cristo,
¿quién me mete en más a mí?
   Yo sé lo que un caballero
de capa y espada sabe;
lo demás, ni ello en mí cabe,
ni yo especulallo quiero.
   Lleváronme a ver la tela:
juro a Dios que no la vi;
pero díjeles que sí,
y díjelo de cautela.
   He aquí, aunque no lo creo,
que ni sé si hay tela o no.
¿El primero he de ser yo
que diga que no la veo?

LEONARDO:

   Séalo otro. Yo no dudo
que realmente es embeleco;
pero, ¿qué sé yo si peco
también, y todo de agudo?
   Si fuere risa, sea risa;
si fuere verdad, verdad.
No soy solo en la ciudad
que harta gente la pisa;
   en mí no ha de dar, por Dios;
dé en otro primero el rayo.

(Entra SANCHO con el MARQUÉS y el DUQUE.)
LEONARDO:

¿Qué hay, Sancho, traes más?

SANCHO:

Traigo.

LEONARDO:

¿Cuántos vienen?

SANCHO:

Otros dos.

DUQUE:

¡Pues brava tela, Leonardo!

LEONARDO:

¡Lucida, a fe!

MARQUÉS:

¡Véamosla!

LEONARDO:

Yo, que él os la enseñará,
que a la salida os aguardo.

(Éntranse.)
LEONARDO:

Si ellos ven lo que yo vi,
Sanchuelo a todos nos burla.
Y si es burla, ella es la burla
mejor que en mi vida vi.
   Paréceme que los miro
gastando la vista al aire.
Pues, Sancho ¡con qué donaire,
si es tiro, nos hace tiro!
   ¡Qué de vueltas que da al viento!
¡Qué de ademanes que hace!

(Salen el MARQUÉS y el DUQUE.)
MARQUÉS:

¡Bien luce!

DUQUE:

¡Bien satisface!

MARQUÉS:

(¡Y bien finjo!)

DUQUE:

(¡Muy bien miento!)

MARQUÉS:

(¿Que este la vio y no la vi?)

DUQUE:

(¿Que no la vi y él la vio?)

MARQUÉS:

(No osaré decir que no.)

DUQUE:

(Por fuerza dije que sí.)

LEONARDO:

¿Pues no es buena?

DUQUE:

¡Buena, a fe!

MARQUÉS:

¡La mejor es que yo he visto!

LEONARDO:

(¿Visto la han? ¡Válgame Cristo,
peor está que pensé!)

DUQUE:

¿Qué aguardamos? Vámonos.

LEONARDO:

Sancho, ¿también tú te vas?

SANCHO:

Señor, voy por más.

LEONARDO:

¿Por más?

SANCHO:

No más de por otros dos.)

(Vanse, y queda LEONARDO.)
LEONARDO:

Con semblante sosegado
dijeron que la habían visto.
Digo que apenas resisto
la turbación que me ha dado.
   ¿No vella yo y vella ellos?
Aunque aqueso sería el diablo...
¿Qué digo? ¿Sé lo que hablo?
Pero sí, que bastó vellos.
   Si a ver la tela vinieron
y habella visto afirmaron,
pues, bueno, a fe me dejaron,
pues yo no la vi, ¿y la vieron?
   ¡Válate el diablo por tela!
¿Que la vieron es posible?

(Entran con SANCHO un CONDE y un GENERAL.)
CONDE:

¿Que es invisible?

SANCHO:

Invisible.

CONDE:

He de verla.

GENERAL:

Yo verela.
   ¿Habeisla visto, Leonardo?

LEONARDO:

Vila.

GENERAL:

¿Y es buena?

LEONARDO:

¡Famosa!

GENERAL:

Ahora veamos esta cosa.

CONDE:

Vamos, que por mí ya tardo.

(Éntranse, y queda LEONARDO.)
LEONARDO:

Solo falta que lo afirmen
el Conde y el General,
para que, si pasa tal,
todos mi temor confirmen.
   ¡Alto! Ellos se detienen,
y es que la deben de ver;
y si no tienen que hacer
más que yo, ¿cómo no vienen?
   Porque allí no hay más que entrar
y tornar luego a salir.
No sé yo si lo reír,
ni sé yo si lo llorar.

(Salen.)
CONDE:

(No vi cosa.)

GENERAL:

(Nada he visto.)

CONDE:

¡Vistosa tela!

GENERAL:

¡Vistosa!

(Vanse.)
LEONARDO:

¿No dije yo? ¡Es milagrosa!
(¡Viéronla, por Jesucristo!)

SANCHO:

Ea, labor hay cortada
en que entrar hasta los codos.

LEONARDO:

¿Vais por más, Sancho?

SANCHO:

Por todos.

LEONARDO:

¿Por todos?

SANCHO:

En camarada.
(Vase.)

LEONARDO:

   ¡Basta que todos los que entran
ven la tela sino es yo...!
¿Venla, digo? ¡Quizá no!
Quizá conmigo se encuentran.
   ¿No podremos haber dado
todos en un pensamiento?
Pero no: mucho mal siento
del sosiego que han mostrado.
   ¿Cómo, Leonardo, qué es esto?
¿No os dio el duque Arlando al mundo?
¿No sois hermano segundo,
en Francia, del duque Arnesto?
   ¿Si se descuidó mi madre
y dio en otras fantasías?
¡Más si al cabo de mis días
fuese hijo de otro padre!

(Entra un golpe de caballeros con el REY.)
REY:

¿Qué tan vistosa salió?
Pues, Leonardo, ¿qué hay de tela?

LEONARDO:

¡Señor, extremada! ¡Vela!
Dirás lo que digo yo.

REY:

¡Alto! Pues, siendo tan buena,
¿no la vemos? ¿Qué aguardamos?

DUQUE:

Ya todos con gusto estamos.
(Éntranse.)

LEONARDO:

¡Solo yo quedo con pena!
   ¿Pues estoy en mí? Yo hallo
por gran necedad sentirlo;
sino, si es burla, reírlo;
si verdad, disimulallo.
   Por Dios, que me he de seguir
por lo que todos hicieren,
que contra lo que mil quieren
mal puede uno solo ir.

(Van saliendo uno a uno y hablando.)
DUQUE:

   ¡La tela es buena en extremo!

MARQUÉS:

¡Maravillosa, realmente!

GENERAL:

¡Por mi fe, es excelente!

CONDE:

Saber alaballa temo.

REY:

   Si buscase muchos modos
de loalla, no sabré.

LEONARDO:

¡Maravillosa es, a fe!
(¡Por Dios, que me he de ir con todos!)

DUQUE:

(Ni hay tela, ni sé qué hablo!)

MARQUÉS:

(¡Ni hay tela, ni yo tal creo!)

CONDE:

(¡Si hay tela, yo no la veo!)

GENERAL:

(¡Si hay tela, me lleve el diablo!)

REY:

(Yo no la vi, pero llegue
otro a negalla primero.
Todos lo afirman, no quiero
ser el primero que niegue.)

(Entra la REINA.)
REINA:

Basta, señor, que me afirman
que han traído a vuestra corte
de una tela extremo corte.

REY:

Cuantos lo ven lo confirman.

REINA:

¿Luego venla?

REY:

El reino todo.

LEONARDO:

Menos más de dos gallardos.

REINA:

Dícenme que los bastardos
no la ven.

REY:

De ningún modo.

REINA:

   ¿No la veré?

REY:

Sí, si quieres.

REINA:

Sí, sí, deséolo harto.
¡Hola!, llevadla a mi cuarto,
y veranla las mujeres.

DUQUE:

   (¿Esta es verdad o novela?)

MARQUÉS:

¡Yo qué sé de esto!

CONDE:

Yo, menos.

GENERAL:

¡Pues, por Dios, que queden buenos
los que no vieren la tela!

LEONARDO:

(¡Por Dios que veo más de un triste;
y no soy, a lo que creo,
solo yo el que no la veo!)

DUQUE:

(Si me diesen en el chiste,
   yo estoy tal, ¿que podría ser,
que ruin mujer fue mi madre?)

(Vase.)
MARQUÉS:

(¡Qué tonto que fue mi padre,
que lo engañó su mujer!)

(Vase.)
CONDE:

(Padre, ¿que me criaste vos
y otro me hizo? ¡Loco voy!)
(Vase.)

GENERAL:

(¿Qué hijo de puta soy?
¡No pensé tal, juro a Dios!)
(Vase.)

REY:

Solos hemos quedado.

REINA:

No muy solos, que aquí está
Leonardo.

LEONARDO:

También se irá.

REINA:

Nunca vos estáis sobrado.
   No os vais vos, que el Rey no gusta,
Leonardo, de que os vais vos,
que hay no sé qué entre los dos,
que los dos gustos ajusta.

REY:

El ser Leonardo quien es,
y en todo tener buen gusto,
lo ajusta a mí.

REINA:

Luego justo
es, Leonardo, que te estés.
   No te vayas, que también
gusto yo de que te quedes.

LEONARDO:

Nada que tú mandar puedes
puede no estarme a mí bien.

REY:

¿Pues qué se ofrece, señora,
de pleitos? ¿Que ya no es
pleito el Duque y el Marqués?
¿O no sois la intercesora?
   ¿Cómo está ya muerto aquello,
que de ello no me tratáis?

REINA:

Pero, ¿cómo os acordáis
todavía, señor, de ello?

REY:

Como os vi tan cuidadosa
y os veo ya tan sin cuidado
del pleito, habéismele dado.

REINA:

Dámele a mí cualquier cosa.
   No se le diera a otro más
del que se me ha dado a mí.

REY:

¿Cuidado del pleito?

REINA:

Sí.

REY:

¡No me le dio a mí jamás!

REINA:

Basta que se le haya dado
y tanto al Duque y Marqués.

REY:

¿Cómo no tratan de él, pues?

LEONARDO:

(Cuando habla, habla doblado.)

REINA:

Como le mandastes dar
del caso a los dos probanza,
han perdido la esperanza
de poderlo averiguar,
   porque no juró un testigo
solo que hay.

REY:

¿Por qué?

REINA:

No quiso,
y estase el pleito indeciso.

LEONARDO:

(Ahora hablará conmigo.)

REY:

   ¡Saber quién es, y obligalle
a ese testigo que jure!

LEONARDO:

Déjelo, no lo procure,
que quizás podrá dañalle.

REY:

Eso no se les ofrece,
o les está así mejor.
¿Queréis que os diga, señor,
qué es lo que a mí me parece?
   Que ni alzó el Marqués la moza,
ni el Duque se la robó;
sino que de cuña entró
otro.

LEONARDO:

(¡Cuán bien lo arreboza!)

REINA:

Algún hombre principal,
que usando de su poder
tiene oculta la mujer.

REY:

¿Y sabéis quién?

REINA:

No sé tal.
   Si yo alcanzara a saber
este caso sin segundo,
¿el Marqués y Rosimundo
pleito habían de traer?
¿Una traición como esa
no había de averiguar?
¿Tal de mí se ha de pensar?
De que se sepa me pesa.
Pensallo yo o presumillo,
sí; más, ¿de saberlo había?

REY:

Y aun por eso lo decía,
que era mal hecho encubrillo.

REINA:

Eso no, ¡buena era yo
para tenello encubierto!

LEONARDO:

(Así lo sabe ella cierto,
como soy Leonardo yo.)

REINA:

Ahora, lo que en esto hallo
es que los dos lo dilatan:
pues si ellos de ello no tratan,
¿quién me mete a mí en tratallo?
   De ese parecer no estoy.
Dios guarde a tu Majestad.

(Vase.)
SANCHO:

Tiempo pierdo en la ciudad;
yo también, señor, me voy.

REY:

Espera, Sancho, detente:
¿pues de esa suerte te vas?

SANCHO:

¿Pues cuándo me importa más
que ahora ser diligente,
   que la Reina y su sospecha
te tiene puesto en aprieto?

REY:

Aun bien que eres tú discreto,
de la ocasión te aprovecha;
   y pues que lo prometiste,
dame a Rosarda en la mano:
haz presto aquel risco llano.

SANCHO:

¿Lo que te dije no hiciste?

REY:

Ya, primero que se fuera,
advertí al alcaide todo
lo que ordenaste del modo
que dijiste que lo hiciera.

SANCHO:

¿Qué le mandaste?

REY:

Que hiciese
cuanto mandase Rosarda,
sin que estorbase la guarda
nada que ella le pidiese.

SANCHO:

Basta con eso. Me voy,
y mañana allá te espero.

LEONARDO:

(Sancho mío, ¿vivo o muero?

SANCHO:

Yo te daré vida hoy.)

(Vase.)
REY:

Leonardo, ¿no oíste la Reina?
¿No viste aquella preñez
de cosas?

LEONARDO:

Algún doblez
sin duda, en su pecho reina.

REY:

Pues no sabe lo que pasa.

LEONARDO:

Por lo menos lo presume,
porque aunque no lo resume,
muestra que en celos se abrasa.

REY:

Pues de hecho no lo sabe,
porque si ella lo supiera,
tanto valor no cupiera
en mujer, que en pocas cabe.
   Yo, que la conozco bien,
sé que no lo sabe, no.

LEONARDO:

Y lo mismo digo yo,
porque lo muestra ahora bien,
   y creo yo que lo ignora.
(No creo, ni lo deseo,
que si lo sabe, yo creo
que mi suerte se mejora.)

REY:

¿Qué dices?

LEONARDO:

No lo ha sabido,
sino que sospecha solo.

REY:

Leonardo, a Sanchillo solo
mi gusto está remitido,
   si él hace con brevedad
lo que prometido tiene.

LEONARDO:

Eso es lo que más conviene
ahora a tu Majestad;
   apretar con la ocasión,
porque la presa esté hecha,
primero que su sospecha
estorbe tu pretensión.

REY:

Pues yo pienso amanecer,
si te parece, en la quinta.

(Salen el MARQUÉS y el DUQUE.)
MARQUÉS:

Si ello no se nos despinta,
muy bien ha de suceder.

REY:

¿Quién entra?

LEONARDO:

El Duque y Marqués.

REY:

Pues entren, y vámonos.
¿Pues dónde bueno los dos?

MARQUÉS:

Señor, a besar tus pies.

REY:

¿Ofrécese alguna cosa
en que poder acudir?

MARQUÉS:

Ambos hemos de servir,
que es obligación forzosa.

(Vanse el REY y LEONARDO.)
MARQUÉS:

   No le osé decir palabra
porque prometí secreto
a la Reina.

DUQUE:

Ese respeto
hace que el labio no abra.

MARQUÉS:

¿Qué dirá el Rey de nosotros,
ayer contrarios y hoy juntos?

DUQUE:

Que no reparéis en puntos:
dirá lo que dicen otros.
   Ya prometimos secreto
y habémosle de guardar;
mas llegue el tiempo de hablar;
que cuando se llegue a efeto
   cada uno hablará
lo que le estuviere bien.

(Entra la REINA.)
REINA:

Estéis, señores, tan bien,
como el hablaros me está.

MARQUÉS:

Los dos besamos, señora,
a tu Majestad los pies.

REINA:

¿Es hora de vernos?

MARQUÉS:

Es,
y a que nos mandes ahora...

DUQUE:

...acerca de nuestro pleito,
que tenemos negociado.

REINA:

Téngolo en tan buen estado,
que en pensarlo me deleito.
   Y, en fin, pues yo prometí
que a los dos daría gusto,
fuera de parecer justo,
y cumplir lo que ofrecí,
   mañana, como que vais
así a otra cosa distinta,
amaneced en la quinta;
que con que allí amanezcáis,
   y yo allí también me halle,
que pienso allí amanecer,
lo que ofrecí podré hacer,
con que todo el mundo calle.
   Dejad que el negocio corra
por donde yo he de guiallo.

DUQUE:

Mudo soy.

MARQUÉS:

Agora callo.
De prevenciones ahorra.

REINA:

Pues voyme. Allá nos veremos
a la misma hora y puesto.

MARQUÉS:

A la hora y en el puesto
que nos mandas estaremos.

(Vanse. Y sale SANCHO y ROSARDA.)
SANCHO:

¿Has enviado a llamar
al alcaide?

ROSARDA:

Ya envié.

SANCHO:

Mientras viene te diré
cómo Leonardo ha de entrar,
   que el entrar él en la torre
es donde está todo el toque;
yo haré lo que a mí me toque
hasta esto, que por ti corre.
   Solo tengo que avisarte
que, para que dé el sí el viejo,
en tan buen punto lo dejo,
que el sí no puede faltarte.
   Que el mismo Rey le ha mandado
que tu mandato obedezca;
pero porque no parezca
que ha sido caso pensado,
   es bien que entres con recato,
y no arrojándote luego,
como que parezca ruego
y no parezca mandato.
Entretenlo así primero,
que es el viejo de palacio.

ROSARDA:

Yo le hablaré despacio.

SANCHO:

Eso solo es lo que quiero,
   que en su vida ha estado él
tan de prisa como ahora.
El viejo viene, señora;
voyme, y quédate con él.

(Vase SANCHO, y entra el ALCAIDE.)
ALCAIDE:

Pues, mi señora, ¿en qué puede
este criado serviros?

ROSARDA:

Merced me haréis de cubriros,
y eso de servir se quede.
   Yo soy la que espero hoy
de vos merced y regalo.

ALCAIDE:

¿Yo, merced? ¡No está esto malo!

ROSARDA:

Cubríos.

ALCAIDE:

Muy bueno estoy.

ROSARDA:

Yo no quiero que así estéis;
atención quiero, no más.

ALCAIDE:

Eso y todo lo demás
haré que vos me mandéis.
   (Si pudiere, que, por Dios,
que no sé si me ha de dar
la negra purga lugar
de que hablemos los dos.)

ROSARDA:

De libres padres nací:
pluguiera a Dios no naciera,
pues naciendo al mundo libre,
contra razón estoy presa.
Poderosos, aunque a mí
pudieron darme a la tierra
vida larga, no pudieron
evitar su muerte presta.
Por muerte suya quedé
en el amparo y tutela
de Arnasto, marqués, mi tío,
de quien hoy soy heredera,
que el estado del Marqués
y de mi padre la hacienda
por muerte se han hecho un cuerpo,
y de este soy la cabeza.

ALCAIDE:

Acordaos dónde quedamos,
que al momento doy la vuelta.

(Vase.)
ROSARDA:

Si la pasión me dejara,
a la risa rienda diera.
¡No es bueno que me dejó
y se fue! ¿Quién esto hiciera?
Pero sí, bien pudo hacello
un necio con una necia,
que harto lo he sido yo
en dar de mi vida cuenta
a quien de mí no la ha hecho;
pero es forzoso, ¡paciencia!

(Vuelve.)
ALCAIDE:

Quedamos en que quedastes
sin padres y con tutela.

ROSARDA:

Puesta en casa del Marqués,
viérades a mis pies puestas
del esfera y del Arabia
de oro y plata largas venas;
las piedras que saca el indio
y perlas que el negro pesca
me servía a mí mi tío
y no me tenía contenta;
y en este golfo de bienes,
que no hay golfo sin tormenta,
la fortuna, que no en balde
sobre una bola se asienta,
de la bola resbale,
rodó el mundo, y mudose ella.

ALCAIDE:

¡Y yo, a mi pesar también,
me mudo! Ya vuelvo, espera.
(Vase.)

ROSARDA:

¿Qué me trajo mi ventura
a este tiempo? ¿Hay tal afrenta?
¡Oh, necesidad infame!
¡Oh, ignominiosa paciencia,
que a este extremo habéis traído
a una mujer de mis prendas!
Sin duda lo hace de industria,
porque el sufrimiento pierda,
como he perdido el sentido,
pues hallo industria en las bestias.
¿Enojareme o reireme?

(Vuelve el ALCAIDE.)
ALCAIDE:

(La purga me trae de vela.)
Y, como decís, señora,
volvió fortuna la rueda.

ROSARDA:

Mudose, pues, mi fortuna,
alcaide, en mala de buena,
y quiso mudase estado
mi tío: ¡nunca quisiera!
Buscome un marido rico,
como si yo pobre fuera,
sin ver que faltas de gusto
se suplen mal con riqueza.
Ya del día de las bodas
se prevenían las fiestas,
cuando una noche me vi
robada y en prisión puesta.

ALCAIDE:

(¡A Satanás doy la purga!)

ROSARDA:

Yo quisiera...

ALCAIDE:

Y yo quisiera
acabarte de oír de un golpe,
pero hasme de dar licencia.

(Vase.)
ROSARDA:

¿Ya de qué sirve sentirlo,
si se ha de sufrir por fuerza?
Él no siente lo que hace,
y supuesto que lo sienta,
ya lo lleva por chacota
llevarlo como él lo lleva.
Pues no me hallo en estado
de que lleve en la cabeza:
haga él lo que yo quiero,
y hágase como él lo quiera,
que ya no quiero enojarme.

(Vuelve.)
ALCAIDE:

En efeto, tú quisieras...

ROSARDA:

Quisiera yo, si es posible,
hacer cierta diligencia;
tan cierta, que será cierto
el salir de aquí con ella,
y esta, padre, está en tu mano
y en la entrada de esta puerta.
Solo en que dejes entrar
hoy mi ventura por ella,
que entrará con que entrar dejes
a...

ALCAIDE:

Primero que entre, espera
antes que salga de mí
alguna cosa que hieda.
(Vase.)

ROSARDA:

Sin duda es, o yo me engaño,
el alcaide anda de priesa,
porque en el salir y entrar
y en sus ansias tan inquietas
parece que está de parto
o los dolores le aprietan.
¿Si le ha burlado Sanchillo
con alguna estratagema?
Que no sin misterio dijo
él que despacio me fuera;
y si es la burla que pienso,
por mi fe, que ha sido buena.

(Vuelve.)
ALCAIDE:

(¡Basta, que doy más caminos
que da al año una estafeta!)
Señora, en resolución,
todo este ruego y oferta,
toda esta exageración,
el preámbulo y arenga,
¿es pedir que deje entrar
a alguno por esta puerta?

ROSARDA:

A Leonardo, que me importa
la vida.

ALCAIDE:

Entre enhorabuena,
y no me lo agradezcáis,
que por vos no lo hiciera.
Hágolo porque el Rey manda
que hoy en todo os obedezca:
llegue él a mí cuando él mande,
que la puerta tendré abierta.

(Entra SANCHO.)
SANCHO:

¡Oh, señora!

ROSARDA:

¡Oh, Sancho amigo!

ALCAIDE:

¿Acá entráis vos, buena pieza?

SANCHO:

¿Pues por qué no? ¿Hay entredicho?
¡Pu! ¡Mal huele por aquí!

ALCAIDE:

¡Ah, ladrón, ya te lo han dicho!
   A Dios, señora, a más ver.

ROSARDA:

No os vais; mirad.

ALCAIDE:

No hay lugar.

SANCHO:

Dejaldo ir a reposar,
que a fe que lo ha menester,
   que cuando un hombre es de purga,
no está el pararse en su mano.

ALCAIDE:

¡Credo in Deum como cristiano,
que sabe lo de la purga!
Mi vida pongo en tu mano.
(Vase.)

ROSARDA:

Ya Leonardo puede entrar
en la torre. ¿Ahora qué resta?

SANCHO:

Que de aquí a la hora puesta,
retirarse y aguardar,
   que tu remedio está llano
en viéndoos allí los dos.

ROSARDA:

Voyme, pues, mi Sancho, a Dios;
mi vida pongo en tu mano.

(Vase.)
SANCHO:

¡Cielos!, ¿la danza no guío?
Pues el duque Rosimundo,
a pesar de todo el mundo,
ha de ser esta vez mío.

(Entra el REY y LEONARDO.)
REY:

Sancho, enhorabuena estéis.

SANCHO:

El cielo, señor, te guarde.

REY:

¿Hemos venido muy tarde?

SANCHO:

No, señor, buena hora es.

REY:

Mientras en corte me engolfo,
mi gusto tormento corre;
pero en llegando a la torre
de mi bien, no temo el golfo.
   Luego que a esta puerta llego,
descansa, Leonardo, el alma,
porque la tormenta calma.

LEONARDO:

(¡Yo me turbo, temo y ciego!)

(Entra ELEANDRO.)
ELEANDRO:

Aumente el cielo los años
de tu Majestad, señor.

REY:

¡Oh, artífice vencedor
de naturales y extraños!
   Por esta vuestra, ¿a qué bueno
ha sido vuestra venida?
[...ida]
[...ueno]

ELEANDRO:

¿No es tiempo ya de que acuda?
Trátese, pues, del aprecio,
   que en estando hecho el precio,
que os entregará, sin duda.

(Entra el DUQUE, el MARQUÉS, el GENERAL y el CONDE.)
MARQUÉS:

¿Mándanos, tu Majestad
algo en que servir?

REY:

¡Marqués!
¡Duque Rosimundo! Pues,
¿a qué bueno? ¿Hay novedad?

MARQUÉS:

Acompañamos la Reina,
que se acaba de apear.

REY:

¿La Reina, y sin avisar?

MARQUÉS:

¡Sin avisar!

REY:

Puede, es Reina.
   (¿Si la trae algún recelo?

LEONARDO:

No, sino deseo de verte.

REY:

¡No la trae sino mi muerte!

LEONARDO:

No la trajo sino el cielo.

REY:

Leonardo, gran riesgo corre
con su venida mi bien.

LEONARDO:

En la quinta la entretén,
que ha riesgo si entra en la torre.

REY:

No pasará de la quinta,
que nunca pasa de allí.)

LEONARDO:

(Hoy hace el cielo por mí
si tus intentos despinta.)

REY:

Mientras yo a su vista asisto
de la Reina y vuelvo a veros,
vos y aquestos caballeros,
Leonardo, pues lo habéis visto,
   podréis apreciar la tela,
que por el aprecio paso,
y páguenle en todo caso
al momento.

(Vase.)
LEONARDO:

Apreciarela.
   Pues, ¿qué pedís vos de corte,
maestro?

ELEANDRO:

Mil doblas pido.

LEONARDO:

¿Mil doblas?

ELEANDRO:

No ha sido
mucho.

LEONARDO:

Sí, fue; de ahí se acorte.

ELEANDRO:

No he pedido más ni menos
de lo que se me ha de dar;
y aun bien, que hay en el lugar
apreciadores y buenos.

CONDE:

Dénsele, que bien los vale
si el verla el precio señala.

(Vase.)
GENERAL:

(Yo no la vi, más valdralo.)
En bien bajo precio sale.
(Vase.)

MARQUÉS:

Por mí, súbanla diez codos.

(Vase.)
DUQUE:

Por mí, ni es bajo ni es alto.

(Vase.)
LEONARDO:

(Pues todos lo dicen, ¡alto!:
quiero decir lo que todos.
   ¡Por Dios no vi lo que aprecio,
pero haréselo contar!)
Vamos, señor, hareos dar
de contado todo el precio.

ELEANDRO:

A contar voy el dinero
luego doy la vuelta, hijo.

SANCHO:

Yo aquí, con el regocijo
debido al caso, te espero.

(Vanse, y queda solo SANCHO.)
SANCHO:

Mirar debo con cuidado
por lo que hoy traigo entre manos,
que no es bien que salgan vanos
tantos pasos como he dado;
   que el caso que emprendo es grave
y no sin razón le temo,
y esta reducción a extremo,
que hoy se le ha de echar la llave.
   Ayuda, fortuna amiga,
que en tu nombre me aventuro.

(Vase, y sale el REY.)
REY:

Por mi real corona juro
que no sé lo que me diga.
¿Que hicieron el aprecio
sin tela? Mas, ¿si la habría?
Yo por burla lo tenía;
mas de veras pago el precio.

(Entra SANCHO.)
REY:

¡Sancho!

SANCHO:

Señor, ¿qué hay de celos?
¿Viene la Reina celosa?

REY:

No, Sancho, no sabe cosa:
mil gracias doy a los cielos.
   Sancho, ¿dices que hoy, en fin,
a Rosarda gozaré?

SANCHO:

Hoy.

REY:

¿Iré a la torre?

SANCHO:

Ve,
que a las tres tendrá eso fin.
(Vase el REY.)

SANCHO:

   ¡Qué contento el pobre va!
Piensa que la Reina ignora
su amor, y es esta la hora
que aquí por mi orden está;
   y en su venida le fundo
al necio el tiro mejor
que se le ha hecho a señor
después que este mundo es mundo.

(Entra LEONARDO.)
LEONARDO:

¿Es donaire o no es donaire?
Las mil doblas se han llevado,
uno sobre otro contado,
y la partida fue aire.
   ¡Oh, mi Sancho! ¿Qué se hace?
¿Qué se ha hecho por allá?
Al alcaide hablé ya.

SANCHO:

¿Y qué dice?

LEONARDO:

Que le place;
   que él me franqueará la torre.

SANCHO:

Pues casaraste esta vez;
espérame allí a las diez.

LEONARDO:

¡Tiempo perezoso, corre!

(Vase. Y salen el DUQUE y MARQUÉS.)
DUQUE:

¡Válelo muy bien la tela!

MARQUÉS:

¡Muchas veces bien valido!

DUQUE:

(¡No vi aire más bien vendido!)

MARQUÉS:

(¡No vi más cara novela!)

DUQUE:

¡Oh, Sancho!

SANCHO:

Señores, ¿dónde?

DUQUE:

Buscándoos.

SANCHO:

¡Por vida mía!

DUQUE:

La Reina a vos nos envía;
quiere decir que responde,
   que es un caso que los dos
con Su Majestad tratamos,
os busquemos y sigamos
el orden que daréis vos.
   Venimos a que nos deis
el que habemos de tener.

SANCHO:

Pues el que habéis de tener
es que al momento os tornéis,
   y estéis a las diez en punto
en la torre que con guarda
tiene el Rey puesta a Rosarda,
y que el Duque vaya a punto,
   como desposado, en fin,
muy galán y acompañado,
y apenas habrá llegado
cuando consiga su fin.

DUQUE:

Iré a las diez, puntualmente.

SANCHO:

O un cuarto de hora después.

DUQUE:

A Dios. Vámonos, Marqués.

MARQUÉS:

Vamos a convidar gente.

(Vanse.)
SANCHO:

Andad, que vais muy contentos,
que allá veréis lo que pasa.
Hoy ve el Rey vuelta su casa
desde almenas a cimientos.

(Entra el ALCAIDE.)
ALCAIDE:

¿Dos mil vizcancios? ¡Por Dios,
que no se la dan de balde!

SANCHO:

¡Miran qué sorna! Buscalde.

ALCAIDE:

¿A quién buscáis?

SANCHO:

Busco a vos.

ALCAIDE:

¿Y qué es lo que me queréis?

SANCHO:

¿Pasó ya aquella tormenta?

ALCAIDE:

No toda, que a buena cuenta
habrá algo que paséis.

SANCHO:

¡No, no, pasaldo vos todo,
y hágaos muy buen provecho!
¿Qué es de vos? ¿Qué os habéis hecho?

ALCAIDE:

He andado puesto del lodo.
   ¿Y para qué me buscáis?

SANCHO:

Hase la tela acabado.

ALCAIDE:

Así dicen.

SANCHO:

Y ha mandado
el Rey que de ella os vistáis
   y parezcáis en las bodas
de Rosarda, que hoy se casa,
y aunque hay mil galas en casa,
ninguna como ella en todas.
   ¿Qué más gala que salir
visto de unos y otros no?
¡Ojalá saliera yo!

ALCAIDE:

Será, por Dios, de reír.
¿Y ha de ser mío el vestido?

SANCHO:

Bueno era pensar menos.
¿No son dos mil muertos buenos?

ALCAIDE:

Ya quisiera estar vestido.

SANCHO:

Idos, pues, que en siendo tiempo,
haré que mi padre os vista.

ALCAIDE:

Sancho, ¿la tela es de vista?

SANCHO:

De vista y de pasatiempo.

(Vase el ALCAIDE.)
SANCHO:

   Paréceme que se va
esto poniendo en buen punto.

(Entra ELEANDRO, y su hijo, en traje de caballeros.)
ELEANDRO:

Aquí quedó en este punto;
adonde le dejé está.

SANCHO:

Pues, mi Eleandro, ¿has cobrado?

ELEANDRO:

Todo, sin faltar ceotí.

HIJO:

(¡Cielo! ¿Es posible que vi
un día tan deseado?)
   Dale, señora, las manos
a este humilde criado tuyo.

SANCHO:

Mal quien te hizo hermano suyo
las dará. Somos ya hermanos.
   Levanta, Partenio caro,
y vengas muy en buen hora.
¿Cómo vienes?

HIJO:

Bien, señora.

SANCHO:

Di el señora no tan claro.
   porque aquí no soy señor,
sino Sancho solamente;
tratarasme entre esta gente
como a tu hermano el menor.
   ¿Qué me dices de mi madre?

HIJO:

Muere por saber de ti.

SANCHO:

Sabrá muy presto de mí.
Yo he menester a tu padre.
   Ven, que a lo largo podré
darte cuenta de mi vida.

HIJO:

En todo serás servida
de mi lealtad y mi fe.

(Vanse y sale ROSARDA.)
ROSARDA:

Ya el plazo puesto es llegado
y mi Leonardo no llega;
ni el alma triste sosiega,
llena de amor y cuidado.
   ¿Es posible que he de ver
hoy el bien que ver deseo?
En fe de ser bueno creo
que me puede suceder.
   ¡Tantos son, cielos, los males
que hechos me tiene amor!

(Entra LEONARDO.)
LEONARDO:

Con recato y con temor
atravieso estos umbrales.
   No porque nadie me impide,
que franca tengo la puerta,
ni porque gloria tan cierta
es temida, y feudo pide.
   Mas porque un alma que adora
siempre padece recelos.

ROSARDA:

¿No es este Leonardo, cielos?
¡Mi Leonardo!

LEONARDO:

¡Mi señora!
   No sé por dónde comience
a celebrar mi placer,
porque temo no saber;
que el miedo a la causa vence.
   El alma, que en verte calma,
tiene anudada la lengua,
y así caerá en grande mengua;
pero hablando está al alma.

ROSARDA:

¿Es posible que nos vemos?
No es posible, aunque lo gozo.

(Entra SANCHO.)
SANCHO:

Señor, tu gozo en el pozo.

LEONARDO:

¿Cómo, Sancho, qué tenemos?

SANCHO:

Viene el Rey sobre vosotros.

LEONARDO:

¿El Rey?

SANCHO:

Sí.

LEONARDO:

Pues, ¿qué remedio?

SANCHO:

No sé que haya humano medio
porque está ya con nosotros.

(Entra el REY.)
REY:

Era ya tiempo, señora...
Pero, ¿qué es esto? Leonardo,
¿qué hacéis aquí?

LEONARDO:

Que aguardo.

(Túrbase.)
LEONARDO:

He llegado antes de ahora.

REY:

¿De qué te turbas?

LEONARDO:

No turbo,
pregúntaselo a las guardas.

REY:

De modo que a mí me aguardas,
mas creo que te perturbas.
   ¿Que he venido a perturbar
con mi venida tu gusto,
si se puede decir justo?
¡Hallarte en este lugar!
   Pues, ¿conmigo trato doble?
¿De ti fié mi secreto,
de ti? ¿Yo soy el discreto?
Y tú, ¿tú eres el noble?
   ¿A mí me aguardas, Leonardo?
¿Cuándo te dije yo a ti
que me aguardases aquí?
Pero no, ¿qué más aguardo?
   ¡Vive el cielo, que hoy el suelo
en ti enemigo ha de ver!

SANCHO:

Señor, ¿qué hemos de hacer
que se cae sobre ti el cielo?

REY:

¿Qué hay?

SANCHO:

La Reina, mi señora,
viene, señor, sobre ti.

REY:

Pues, ¿la Reina viene aquí?

SANCHO:

Aquí.

REY:

¿Ahora?

SANCHO:

Ahora.

REY:

Pues ¿cómo le huiré el cuerpo,
porque no dé aquí conmigo?

SANCHO:

¿Cómo, si está ya contigo
en batalla cuerpo a cuerpo?

(Entra la REINA.)
REINA:

Pues, señor, ¿tan encerrado
aquí os había de hallar?
¿Cómo tendré yo lugar,
si estáis tan bien ocupado?
   ¿Cómo, no me respondéis?
Mas, ¿qué habéis de responder?
¿Pues cómo un Rey con mujer,
y la mujer que tenéis,
   se viene al campo a encerrar
a hurtadas con una dama?
¡Grave empresa! ¡Buena fama!
¡Buena empresa! ¡Buen vagar!
   ¿Juntas de noche y de día
con Sancho, Leonardo y vos?
¡Lindo uno, bueno dos:
virtuosa compañía!

SANCHO:

   ¿Tu Majestad da en callar?
¿Por qué no habla? Acabe ahora;
da a la Reina, mi señora,
con eso que sospechar.
   Pensará que hace de veras
lo que de industria está haciendo.

REINA:

¿Qué es lo que estás tú diciendo?
¿Tú, quimeras?

SANCHO:

No hay quimeras.
No hay sino verdades finas,
que si el Rey a este aposento
vino, ha venido a otro intento
muy fuera del que imaginas.
Habíanse los dos dado
la palabra de casarse;
quisieron hoy desposarse
y vino hoy el desposado.

REINA:

¿Palabras se tenían dadas?

SANCHO:

Cuando menos por escrito:
a sus firmas me remito.

REINA:

¿Luego hay cédulas firmadas?

SANCHO:

¿Luego no? ¡De eso me río!
Dé cada uno su papel:
él el de ella, y ella el de él.

LEONARDO:

He aquí el mío.

ROSARDA:

He aquí el mío.

REINA:

Perdone tu Majestad,
que cierto que callo ahora.

REY:

¡Que sois terrible, señora!
¡No hay quien os sufra, en verdad!
   (¡Por Dios, que me han hecho tiro!
Dios me saque de él con bien,
y de este aprieto también,
porque otras mil cosas miro.)

(Dicen de dentro.)
MARQUÉS:

¡Fuera! ¡Lugar! ¡A una parte!

REY:

¿Quién?

SANCHO:

Un acompañamiento
es de cierto casamiento.

REY:

¿Casamiento, y en tal parte?

(Entra una GUARDA.)
GUARDA:

La puerta piden, ¿darela?

REY:

Muy bien se la puedes dar.

(Entran todos los que pudieren de acompañamiento, y el DUQUE vestido de ropas de boda, y el MARQUÉS, y el ALCAIDE en calzas de lienzo y en camisa, con espada en su talabarte.)
SANCHO:

¡Afuera! ¡Hagan lugar,
no le ajen esta tela!
   ¿Vuestra Majestad no sabe
cómo al alcaide vestí?

REY:

¿De qué? ¿De mi tela?

SANCHO:

Sí.
¡Qué ancho viene, en sí no cabe!
   ¿No está muy bueno el vestido?
¿Qué dice Su Majestad?

REY:

¡Está famoso, en verdad!

ALCAIDE:

Señores, ¿yo estoy vestido?

REINA:

¡Famoso! (¡Qué he de decir!
Digamos todos lo mismo.)

LEONARDO:

¡Muy bueno! (¿Hay tal barbarismo,
que hemos todos de mentir?)

DUQUE:

¡No pensé saliera tal!

MARQUÉS:

¡Admirablemente sale!

ALCAIDE:

¿Vale mucho?

MARQUÉS:

¡Y cómo vale!

ALCAIDE:

¡Pues, por Dios, que abriga mal!

DUQUE:

Basta que parezca bien.

ALCAIDE:

¡Y tan bien como parece!

REINA:

¡Bien lo que costó merece!

ALCAIDE:

(¿Qué es de esta tela que veo?
   ¡El día que los muchachos
me tiran piedras es hoy!
¡Vive Dios que yo lo estoy,
o todos están borrachos!
   Este ladrón es quien anda
quitando a todos el seso.
¡Pues no pasaré por eso,
si todo el mundo lo manda!
   ¡No es tiempo de callar más,
que esto pasa ya de raya:
poco se pierde que haya
un hijo de puta más!)
   Señores, yo juro a Dios
que yo la tela no veo,
y así confiesan y creo
que no la ven más de dos.

LEONARDO:

   (Ahora bien, no supo el mundo
quién mi madre pudo ser,
ya no tengo qué perder,
porque soy hijo segundo.)
   O sea o no sea bastardo,
digo que no veo la tela.

DUQUE:

¿Va a decir verdad? Direla.
Yo digo lo que Leonardo.

REINA:

Pues, si mi voto se toma,
yo también que hay tela niego.

MARQUÉS:

Yo la veo como un ciego.

DUQUE:

Yo como aquel que está en Roma.

ALCAIDE:

Pues decid, hijo de puta,
¿todos son hijos de putas?

REY:

La burla es de las astutas
que he visto.

REINA:

¡Leve y astuta!

SANCHO:

¿No me negarán que he hecho
a algunos tragar saliva?

REY:

Pues, Duque, ¿dónde se iba?

DUQUE:

Vengo a casarme derecho.

REY:

¿A casaros? Pues, ¿con quién?

DUQUE:

¿Cómo con quién? Con Rosarda.

REY:

Torna a decir eso; aguarda.
¿Con quién?

DUQUE:

Con Rosarda.

REY:

Bien.
   ¿Con quién?

DUQUE:

Con Rosarda, digo.

REY:

Con Leonardo está casada.

MARQUÉS:

¿Cómo?

ALCAIDE:

No se le dé nada:
¿no se casará conmigo?
   Podrá decir, con verdad,
que me ha llevado en camisa.

MARQUÉS:

¡No hagamos cosas de risa
las cosas de calidad!
   Sancho, ¿no dijistes vos
que la Reina, mi señora,
mandaba que aquesta hora
estuviésemos los dos,
   porque le tenía tratado
al Duque este casamiento?

REINA:

Marqués, yo teníaese intento,
pero habíame engañado,
   porque Rosarda y Leonardo
palabra se tienen dada.

DUQUE:

¿Y está ya con él casada?

REY:

Por mi mano.

DUQUE:

Pues, ¿qué aguardo?

MARQUÉS:

¿Casados sin gusto mío?

SANCHO:

Cada uno tiene un papel
con las firmas de ella y de él.

LEONARDO:

He aquí el mío.

ROSARDA:

He aquí el mío.

REY:

Ellos están desposados,
y yo de que lo estén, gusto.

MARQUÉS:

Pues como a ti te dé gusto,
Dios los haga bien casados.

SANCHO:

Duque, ¿fuera buena ahora
Leonora la despreciada,
la sinrazón olvidada?

DUQUE:

¿Que conocéis a Leonora?
   Quizá, Sancho, ahora pago
lo mal que lo hice; más...

SANCHO:

No es tarde, que a tiempo estás
de poderla dar buen pago.

DUQUE:

¿Eres mi Leonora acaso?

SANCHO:

Sí, Duque, Leonora soy.

DUQUE:

¡De contento en mí no estoy!
Señor, yo también me caso;
   que quien a aquesto se ha puesto
por mí, muy bien lo merece.

REINA:

Y es deuda, según parece,
por lo que ella aquí ha propuesto.

REY:

¿Qué es Leonora?

DUQUE:

Heredera,
señor, de un Duque español.

REINA:

¡Y no fea!

REY:

¡Es como el sol!
Y amando de esa manera,
justo es que vos la paguéis
honrándola su afición.

ALCAIDE:

Sancho, ¿que, en resolución,
sois hembra?

SANCHO:

¿Y no lo creéis?

ALCAIDE:

No me parece que estoy
para no poder creeros.

REY:

Tarde se hace, caballeros,
porque se celebre hoy.
   En mi cuarto celebremos
un caso de tanta gloria.

LEONARDO:

Dando fin a aquesta historia,
que es justo que ya le demos.