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El manuscrito de Mitre sobre Artigas

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Estudios históricos e internacionales
El manuscrito de Mitre sobre Artigas (1952)
EL MANUSCRITO DE MITRE SOBRE ARTIGAS

Recopilado en "Estudios Históricos e Internacionales", de Felipe Ferreiro, Edición del Ministerio de Relaciones Exteriores, Montevideo, 1989

A los veinte años de edad y cuando ya llevaba vividos cuatro de producción intelectual sino consagratoria intensa y variada, puesto que abarcaba desde el verso en todos sus géneros hasta el drama y el ensayo de crítica literaria y política, Mitre (don Bartolomé) que – diríase – venía buscando, ambicioso y precoz, la mayor veta explotable dentro de la rica cantera de sus talentos, resolvió – se impuso el deber a sí mismo – de formarse historiador: adquirir primero una noción exacta, en lo posible, del pasado y luego verter en libros atractivos y docentes su comprensiva y fiel reconstrucción.

Era en 1841. Dos años más tarde, en la “Introducción” puesta a su ejemplar “Diario de Juventud” iniciado como se sabe el 26 de setiembre de 1843, Mitre escribía la página que leeremos enseguida reveladora de su insatisfacción con la propia obra de historiador hasta entonces realizada (pero aún no entregada a la divulgación) y de las razones – por cierto que de alta probidad – que habían venido determinándolo a permanecer en el silencio, a la postergación sin plazo de su público debut.

Decía Mitre: “Mis apuntes tenderán en preferencia a la historia de estos países y muy especialmente de su inmortal revolución. Hace tiempo que me ocupo de este trabajo. He escrito ya mucho, tengo muchas notas pero para prepararse a esta tarea es necesario que proceda a un estudio detenido de la historia, estudio que consignaré en estas páginas, blancas aún, y que creo que me servirán para la formación de mi obra. Cada día miro descorrerse un velo ante mis ojos cuando abro un documento contemporáneo. Muchas veces las ideas del autor componen el libro en su totalidad. Al comparar muchos de mis escritos históricos, conozco que he sabido estar en contradicción conmigo mismo, sin advertirlo. Para fijar mis ideas necesito templarme en la meditación. Si al pasar por alto mis ideas han llegado a un estado de madurez entonces me ocuparé en borrar lo que he escrito y colocar bajo la salvaguardia de una fórmula completa todas mis ideas. Entonces, y solo entonces, me creeré capaz de escribir la historia de mi patria, del modo que lo he imaginado en un largo discurso, que tengo escrito, pero que espero reformar en algunas partes”.

Tenemos pues, y lo acabamos de adquirir por la vía para el caso irrecusable, de una información que vale no solamente por el hecho de emanar de su propia pluma, sino también porque esta misma la trazó sobre papel destinado a ser depositario de secretos y confidencias, una comprobación de lo mucho – la palabra es suya – que durante el bienio ya tenía escrito Mitre sobre materia histórica y de lo poco satisfecho que estaba sin embargo con esa labor.

Y viene la pregunta lógica: ¿Qué motivos del pasado habían empeñado – hasta fatigar – la pluma del novel escritor? El mismo “Diario de Juventud” recién aprovechado proporciona – como ha de verse enseguida – algunas luces claras sobre dicho particular.

En la anotación correspondiente al 27 de setiembre de 1843, esto es la siguiente al día de su iniciación, Mitre escribió allí lo que sigue: “No hace muchos días que leí dos obras notables, una titulada “Précis de l´Histoire Moderne” de Michelet; otra, “Histoire de Cromwel” por Willemain, esta segunda con el objeto de hacer un estudio del modo de escribir la Historia de un hombre representante de toda una época. Acababa de leer la historia de Carlos V, por Robertson, la que me había ofrecido muy pocas vistas nuevas, pero lo de Willemain me sorprendió por su verdad y por haber coincidido con el modo que adopté para escribir la biografía de Artigas, dejando hablar siempre a los documentos e intercalándolos, siempre que viniese al caso, sin extractarlos y hacerles perder su color, como hacen los actuarios en un elocuente discurso. Thiers había visto un modo de proceder semejante, pero nunca con la verdad y la oportunidad de Willemain. Este libro tiene algunas ideas profundas”.

A Artigas pues – queda el hecho en transparencia – había dedicado Mitre parte de sus primeras jornadas de estudioso y escritor de historia y puede además advertirse que si aquél no estaba satisfecho con esta obra realizada (puesto que la confundió en el núcleo de sus “muchos escritos históricos” indefinidos en la Introducción del “Diario”) ello no era por haberla considerado indocumentada o fantasiosa.

¿Cuál sería pues, entonces, la causa de su desapego o falta visible de consideración? Todavía va a ser aquel interesante documento quien suministra el dato clave para podernos explicar lo ocurrido.

En una anotación allí estampada sin fecha cierta, pero correspondiente de todos modos al mes de enero de 1844, Mitre se expresó así: “Si yo tuviera datos sobre las campañas de Bolívar emprendería con gusto este trabajo. Belgrano, Rondeau, Alvear, Bolívar, Sucre, San Martín, Quiroga, López, Paz, Ramírez, Rivera y Artigas, darían una idea muy completa de la historia militar de la independencia, de la guerra especial que se hace en América, de la altura a que han llegado entre nosotros las combinaciones estratégicas y sería un curso completo donde el joven podría beber el entusiasmo de la patria y de la gloria, educarse bajo la influencia de las máximas virtudes de una sociedad democrática y aprendiendo a conocer los recursos y la topografía de su país, estudiar el arte de la defensa nacional, que no es otro que los principios de la guerra aplicados a las localidades y desiertos de un pueblo. Eso podría servir de introducción”.

Y bien, quienes hayan leído la biografía de Artigas que Mitre debió terminar en los primeros meses de 1842 y cuya divulgación – sea dicho de pasada – recién se operó en 1937 por feliz iniciativa de su deudo el prestigioso publicista porteño, D. Mariano de Vedia y Mitre, al conocer los puntos de vista fijados por aquél en reflexión íntima, en enero de 1844, sobre el importante valor didáctico que podrían proporcionar a los futuros militares americanos ciertas biografías (y, entre ellas, desde luego, la de Artigas) desarrolladas con la especial preocupación del examen y comentario de los trabajos y luchas de cada uno de los elegidos, comprenderán con nosotros, fácilmente, el secreto porqué del desvío desdeñoso de Mitre por aquel trabajo suyo ya realizado y que según se ha visto lo satisfacía plenamente en su aspecto documental.

Dijimos antes – no ha mucho – que esta biografía debió ser terminada por su autor en los primeros meses del año 1842 y ahora para probarlo agregaremos que en una de sus páginas finales se hace referencia expresa a la Misión de Albín y Plá enviada por Rivera al Paraguay en diciembre de 1841 a gestionar de los Cónsules sustitutos de Francia las necesarias franquicias para que pudiesen regresar “a su pueblo” los orientales del Uruguay confinados desde 1821 y particular o especialmente el ya entonces viejo Artigas.

Pero hay más; allí se establece – lo que es definitivo a favor de dicho acierto – que Artigas se había negado “a ver a los emisarios” enviados a negociar su regreso a la patria y respondiendo a quien le llevó a Curuguaytí, el alejado lugar de su residencia, la noticia de sus gestiones y propósitos, la manifestación de que (textual en la biografía de Mitre) quería “acabar sus días en el asilo de su desgracia”.

Ahora bien; por carta de Rivera a su esposa de fecha 19 de enero de 1842 se puede establecer que los comisionados en referencia llegaron a su Cuartel General en marcha por el litoral norte recién el día anterior, ante lo que no nos parece posible la difusión en Montevideo de la noticia de su retorno y fracaso, recogidos en el trabajo de Mitre, sino muchos días después.

II

Ni en 1843 ni durante 1844 Mitre publicó página alguna (a lo menos firmada) de motivo o tema histórico. Ello no quiere decir que su pluma siempre extraordinariamente laboriosa estuviera entonces enmoheciéndose. Se sabe en efecto – a ciencia cierta – que mucho después de concluida la Biografía de Artigas, Mitre escribió otro trabajo con miras de darlo oportunamente a luz.

Fue una “Memoria” acerca de la batalla y sus antecedentes de Cagancha (diciembre de 1839) en todo lo cual el historiador podía hablar como actor o testigo de los sucesos. En anotación correspondiente al 12 de enero de 1844 de su “Diario de Juventud” se acusa este hecho con su causa ocasional determinante y las razones de alta jerarquía moral que luego de terminarla privaron al autor de su intensión publicitaria.

Dice el texto referido: “En estos días he escrito en cuarenta páginas en folio una breve historia de la campaña de Cagancha con el objeto de impugnar un artículo de Indarte (se refiere naturalmente a José Rivera Indarte) publicado en “El Nacional” , pero como lo he hecho completamente de memoria y sin documento ninguno a la vista no estoy satisfecho de ello, por muy completa y exacta que sea”.

Sin embargo de la ausencia de publicaciones a que nos referimos y a pesar – por otra parte – de que Mitre durante estos mismos años colaboró sucesivamente en “El Nacional”, “El Constitucional” y “Nueva Era” con sendas manifestaciones expresivas de su porfiada lira, es lo cierto que habíase difundido hasta la notoriedad en el ambiente montevideano su dedicación preferente y cuidadosa a los estudios sobre el pasado.

Un solo hecho significativo ocurrido en 1844 lo comprueba ampliamente. Creado entonces el primer Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay con ocho miembros designados por el Gobierno y la facultad otorgada a éstos de designar en votación secreta otros ocho, resultó que su nombre contóse entre los seleccionados habiendo alcanzado la preferencia de siete sufragantes.

Y es de agregar que precisamente en los mismos días, Mitre obtenía su más legítimo – para nosotros – laurel de poeta con su conocido canto “Al 25 de Mayo” cuya lectura hecho por el autor en resonante certamen público aplaudía fervoroso un cronista de “El Nacional” del día 27 expresando en su entusiasta elogio – perdonémosle tanta exageración – este era “un joven que maneja con igual fortuna, la lira, la espada y la pluma del historiador”. Mitre, en efecto, - ya se ha visto – aún no había publicado nunca nada como estudioso del pasado aunque también es verdad, según se ha comprobado, que para entonces guardaba en su gaveta de escritor algunos inéditos.

Fue recién en las postrimerías de 1845 cuando Mitre expuso por primera vez ante el juicio general de propios y extraños sus valores y condiciones de historiador. Su obra de entonces que debió ser forzosamente improvisada publicóse inicialmente en las columnas de “El Nacional” de Montevideo y se fechó por el mismo autor así: “Línea de fortificación, setiembre de 1845” .

Aludimos, como ya se habrá advertido, a la “Biografía” de su casi contemporáneo José Rivera Indarte, fallecido en Santa Catalina (Brasil) el 19 de agosto de ese año. Mitre realizó este apresurado trabajo por encargo expreso del Gobierno de la Defensa y la favorable impresión que el mismo causó se acusa en el hecho de que poco después de publicado fue reimpreso en Valparaíso, bien que en edición restringida, por la imprenta de “El Mercurio”.

Con motivo de la crisis política de abril de 1846, Mitre debió alejarse de Montevideo y aún más resignarse a abandonar – quien sabe si para siempre – los proyectos literarios que acariciaba, sus libros, sus papeles, el auspicioso ambiente del hogar.

Pasó primeramente a Corrientes a fin de incorporarse a las filas del ejército que comandaba el general Paz. Ocurrido muy poco después del fracaso de éste, Mitre retornó por algunas horas a Montevideo donde había dejado de ser persona grata, al igual que todos los unitarios recientemente vencidos por la reacción orientalista del riverismo adueñado del gobierno. De aquí partió entonces para Río de Janeiro iniciando con este viaje las rudas jornadas del emigrado…

Cinco años duró su alejamiento del Río de la Plata. Durante este lapso, Mitre recorrió todo el ámbito de la propiamente llamada por los antiguos, América del Sur. Estuvo en Chile primero, de allí pasó a Bolivia donde con el apoyo de nuestro compatriota Wenceslao Paunero (cuñado del Presidente Ballivian) obtuvo, además del comando de la Escuela Militar de la Paz – de reciente creación – la dirección del diario “La Época”.

Caído el régimen en que había colaborado como soldado y periodista, pasó al Perú en cuyo estado se detuvo inactivo alrededor de cuatro meses merced a la generosa protección del residente argentino Don Jorge de Tezanos Pinto.

Finalmente trasladóse otra vez a Chile y se estableció en Valparaíso donde, con la ayuda pecuniaria del citado amigo, adquirió el periódico “El Comercio” (anteriormente dirigido por Alberdi) y pudo así recuperar nuevamente su paz y holgura relativas.

Tan satisfecho con su nueva suerte; tan “hallado” en el acogedor medio porteño en donde diariamente podía alternar con decenas y decenas de también emigrados argentinos, encontróse bien pronto Mitre que, escribiendo a Don Andrés Lamas en Junio 28 de 1848, expresábale: “Le diré que mi posición aquí es muy ventajosa y mejora de día en día, y que si no me fuera posible regresar al Río de la Plata, tal vez más adelante hiciese traer a Delfina” (su esposa que aún seguía residiendo con los demás familiares en Montevideo).

Hasta mediados de 1851, Mitre permaneció en Chile incorporado cada más estrechamente a su vida intelectual, social y política. En los primeros meses de 1850 actuó en Santiago al frente de “El Progreso”, periódico que también redactó Sarmiento. Vuelto a Valparaíso y ya dueño exclusivo del “El Comercio”, se lanzó a una campaña de oposición que quedó dramáticamente truncada en 1851 por la clausura del periódico y el extrañamiento de su director dispuestos por el gobierno.

Mitre trasladóse entonces al Perú y habiendo sido poco después autorizado a regresar a Valparaíso, emprendió rápidamente su retorno, pero ya para no demorar mucho tiempo en aquel puerto que le había sido tan cordial y hospitalario. Su arribo coincidía, en efecto, con la llegada por otras vías de la noticia del alzamiento de Urquiza y de la alianza de éste con Montevideo y el Brasil.

La emigración que se alojaba en Chile estaba soliviantada. Era la hora – al fin – de volver a vestir la casaquilla militar y regresar a las caras tierras del Plata.

En la segunda quincena de agosto de 1851 Mitre, después de arreglar sumariamente sus negocios y compromisos en Valparaíso, embarcóse en el navío “Medici” con rumbo a Montevideo juntamente con Wenceslao Paunero, Sarmiento y el coronel Aquino.

El 1º de noviembre, después de cinco años de ausencia – sin duda alargados por su penosa motivación – Mitre volvió a estar entre los suyos y en esta ciudad escenario de sus primeros triunfos y derrotas.

III

Durante su quinquenio de “emigrado”, Mitre solo una vez y ésta misma – al parecer – por compromiso de orden comercial hizo prueba documentaria de que mantenía su anterior interés por los estudios de materia histórica. El caso de excepción a que referimos se constituye con los breves, pero conceptuosas y galanas páginas de presentación con que los editores de la “Memoria Histórica sobre la Revolución de Chile” de Fray Melchor Martínez, acompañaron esa obra impresa en Valparaíso en 1848. Mitre no firmó ese preliminar que aparece bajo el título de “Prefacio de los Editores” y está hecho en efecto suscrito por la razón social Esquerra y Cía.

Pero a su pluma puede atribuírsele sin embargo, no solamente porque así lo establece uno de sus últimos bibliografistas, Don Manuel Conde Montero, sino también porque se da el hecho – para el caso no indiferente – que dichos señores eran los dueños de la Imprenta que publicaba el periódico “El Comercio” que entonces, según ya dijimos, dirigía Mitre en sustitución de Alberdi.

La explicación del largo silencio que se acaba de señalar y que sorprende sin duda si se piensa que durante su emigración Mitre no se apartó jamás de la actividad intelectual no es, sin embargo, difícil. Él había cifrado desde un principio sus miras de futuro autor en la realización de una historia de la Revolución Rioplatense escrita en base a determinadas biografías que en su opinión – ya vertida como se ha visto en el “Diario de Juventud” – podrían ser representativas de los ideales y tendencias entonces actuantes. De intentarlo, no hubiera sido posible cumplir ni mediatamente en el Pacífico ese ambicioso programa. Por ello fue pues que – con toda certeza – la pluma de Mitre historiador permaneció allí virtualmente inactiva.

IV

La hora de realizar; de poder soplar el polvo de los archivos y el de las bibliotecas en busca de viejas verdades útiles y de antemano anheladas, llególe – al fin - a Mitre a poco de instalarse en Buenos Aires después de Caseros. Es claro que ese trabajo de cimentación oscura y sin gloria no podía ser efectuado por él entonces con asidua y provechosa constancia. Otras tareas absorbentes del presente obligábanlo a largas pausas. Mitre era dirigente político en creciente auge; soldado en actividad, legislador, periodista al propio tiempo muy discutido y muy aplaudido por la personal orientación que había impreso a “Los Debates”. Sin embargo de esos entorpecimientos y acaso restando al descanso sus mejores horas, Mitre ya no dejaba de trabajar en historia. Diriase que ansiaba recuperar el tiempo perdido en la esterilidad del Pacífico.

¿Y hacia qué rumbo determinado o principal se dirigían sus lecturas y pesquisas de investigador? ¿A qué personaje representativo de algún aspecto de la Revolución rioplatense miraba especialmente su intención inquisitiva de entonces?

El fragmento de una carta de Don Andrés Lamas, su amigo entrañable de adolescencia y juventud, fechada en Río de Janeiro el 24 de marzo de 1854 y que corresponde a otra suya desconocida del 4 del mismo mes, permite hacer luz plenísima sobre el motivo que le preocupaba.

Dice así dicho texto: “Ya tiene Vd noticia por Sarmiento de la extensión que ha tomado mi libro sobre Belgrano: no extrañará, pues, que ponga el mayor empeño en completarlo, y en documentar bien todos mis juicios. Esto es urgente para mí, pues tengo una negociación pendiente para la impresión de ese libro, desearía pués que me haga tomar copia de todos los documentos relativos a Belgrano, que juzgue útiles a mi propósito. La experiencia que he adquirido en mi trabajo sobre Belgrano me hace rogarle que no precipite (nótese bien: no se precipite) la publicación del suyo sobre Artigas”.

Este dato final es terminante. Sin excitación se puede afirmar después de haberlo registrado que Mitre, al reanudar su labor de estudioso del pasado rioplatense después de larga y dramática pausa, volvió, como si nada hubiese pasado, al tema de sus anteriores y truncadas pesquisas. Entonces, en verdad, bien pudo haber exclamado Mitre, repitiendo a Fray Luis: “Como decíamos Ayer”.

V

Mitre – lo demuestran los hechos – no precisaba recibir un ruego como el de Lamas, cargado de intención amistosa, para demorar la terminación de esa obra que al fin de cuentas le resultaría inacabable…

Laborioso y entusiasta por entonces, al tiempo que revisaba personalmente la “papelería” aún intocada por otro cualesquiera del Archivo de Buenos Aires, por medio de corresponsales oficiosos, atentos y diligentes situados en otros lugares, realizaba rastreos más o menos eficaces.

Estando en Montevideo en 1856 nuestro compatriota, el después ilustre Internacionalista al servicio de la Argentina, Don Carlos de Calvo, Mitre en carta fechada a 21 de Octubre, le encargó una serie de averiguaciones y trabajos – de especial interés para su obra en preparación.

Con referencia a esa carta cuyo texto no conocemos decíale Calvo en su respuesta de Noviembre 1º; “Tengo que acusar recibo de su muy interesante y estimada carta fecha 21 del ppdo., cuya contestación he demorado con la esperanza de poderle transmitir algunos de los datos que necesita, porque así me lo había hecho creer el Dr. Requena, Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores de la República, facilitándome los medios de hacer una detenida investigación en el archivo general; pero el estado de ese departamento es tan deplorable que en el desorden en que se encuentra, es toda una empresa de largo tiempo la revisación de los escasos legajos que existen; además parece que no se encuentran en él las actas capitulares, habiéndoseme indicado que ellas deben formar parte del archivo del Senado”.

Agregábale el doctor Calvo, más adelante: “Aún no he podido averiguar de un “modo positivo” quién es el autor de la “memoria sobre los sucesos de armas,” etc., “pero lo que puedo decirle es que el manuscrito de que he hecho tomar la copia que le he remitido, perteneció al señor Lasota, y que la persona que me lo dio me asegura que esa memoria también era trabajo del mencionado Lasota; no obstante, yo lo dudo.

Y casi al final, decíale: “Es entendido que no olvidaré referir al Dr. Vilardebó lo de la “caja de lata” que debió quedar en poder del Dr. Silvestre Blanco”.

Poco más tarde de recibida la comunicación que hemos extractado del Dr. Calvo y como prueba – en cierto modo – de su diligencia, el veterano D. Ramón de Cáceres – su amigo con fecha 16 de Diciembre le escribía directamente desde Montevideo en estos términos: “En la semana pasada llegué de Salto, y el Señor Calvo me hizo presente que usted le encargaba me pidiese algunas explicaciones sobre la época de Artigas, y al efecto, me mandó hace tres días un interrogatorio, que ansioso de complacer a usted, he contestado a toda prisa, más con toda la claridad posible”.

Y más adelante: “Estoy persuadido que usted escribirá la historia con la imparcialidad que se requiere, y aunque estoy muy pobre de documentos, porque todos los papeles de mi padre se perdieron entre curas y sacristanes, sin embargo, entregué al señor Calvo un documento con algunas apuntaciones que pueden interesar”.

En febrero 24 de 1857 vuelve el Dr. Calvo a escribir a Mitre en los siguientes términos: “La última carta que tuve el honor de dirigirle acompañada de algunos documentos fue con fecha 4 de diciembre pasado y por mano del señor don Ignacio de las Carreras; aunque no he recibido desde entonces ninguna de usted, no puedo dudar que habrá llegado a su poder.

Hoy aprovecho la partida de mi cuñado don Juan J. Soto, para enviar a usted un paquete de diarios conteniendo todas las publicaciones hechas últimamente con motivo de los funerales del general Artigas. Tengo casi prontas las copias siguientes que irán en otra oportunidad y tan pronto como estén terminadas”.

“Documentos históricos sobre la desavenencias entre la Banda Oriental y el Gobierno de Buenos Aires en 1812”.

“Algunos apuntes sobre la misma época”.

“Carta del señor Aguiar (D.J.J.) explicando algunos de los hechos más remarcables del sitio de Montevideo – en el año de 1813 – y especialmente el suceso de las pistolas del Señor Sarratea que aquél entregó a Otorgués”.

“Preguntas sobre Artigas, remitidas por usted. De éstas están prontas las contestaciones del Coronel Cáceres, pero faltan las de Don Juan José Aguiar, Don Mateo de Zúñiga y el coronel Echandia”. Y cierra: “Cuente usted con éstos y otros documentos que remitiré en breve tiempo”.

VI

Sin desistir ni por asomo de su ya entonces vieja aspiración de escribir la “Historia de Artigas” desde fines de 1857 hasta fines de 1858, Mitre, por culpa de “una mala inteligencia” – la explicación es suya – del editor de la “Galería de las Celebridades Argentinas” que comenzaba a publicarse debió mantener en suspenso sus actividades de investigador y autor presunto con relación al tema que notoriamente venía preocupándolo.

En ese lapso, Mitre vióse en el caso de obligado de consagrar toda su atención y su pluma a una nunca hasta allí pensada historia de Belgrano.

Podemos expresarnos al respecto en la forma categórica que ha sido hecha en base a informaciones del propio Mitre quien, en efecto, en el ya anteriormente citado “Prefacio” de su obra consigna con mayor detalle las siguientes puntualizaciones: 1º Que desde 1843 su más antiguo cófrade y amigo en materia de trabajos de historia, Don Andrés Lamas, venía reuniendo antecedentes sobre Belgrano y debía de tener ya casi lista para su publicación una obra acerca del mismo. 2º Que las investigaciones y estudios que había venido realizando personalmente en el Archivo de la Nación desde 1852 acerca de la vida y actuación de aquel patricio eminente tenían por móvil no su interés o particular deseo de poder situarlo cabalmente alguna vez en la historia, sino el de servir al referido propósito de Lamas con patriótica eficacia. 3º y último: Que de haber estimado que podía eludir el compromiso en que lo colocó ante los demás, el editor de la “Galería de Celebridades”, etc., Mitre no hubiera escrito, al menos en el tiempo en que lo hizo, su “Historia de Belgrano” que vino en cierto modo a frustrar – la que – con su importante y acaso decisivo concurso – se disponía a publicar Don Andrés Lamas.

Esta obra de Mitre que en su primera edición llega – como es sabido – en la relación de hechos hasta 1816, alude naturalmente a Artigas en muchas ocasiones.

Se pueden extraer de ella, pues, elementos seguros para una valoración del juicio que por entonces merecían al historiador la figura y la actividad revolucionaria de aquél.

Tres lustros largos habían ya transcurrido desde que Mitre puso el anhelado punto final a su primera y luego muy desdeñada biografía de Artigas. En todo ese tiempo y sobre todo después de 1852 el laborioso investigador había acopiado un material documentario ingente y en general aún inédito, para servir de cimiento a su futura obra. Aquél y no como en el pasado los relatos simples y a todas luces tendenciosos de su suegro Don Nicolás de Vedia y de su Padrino D. José Rondeau, debía ser lógicamente el fundamento principal de sus opiniones de ahora; el proyector de las luces de su nuevo y definitivo enfoque de Artigas: acerca de su personalidad y sobre su actuación pública.

Y bien; leyendo esta “Historia de Belgrano” que Mitre comenzó a trazar – según él mismo lo afirma – “sin la intención de formar un libro - escribiendo en la noche lo que debía imprimirse al día siguiente y con la misma precipitación con que se redactan artículos de periódicos”, uno se encuentra a cada instante ante las demostraciones más palmarias de la inquina del autor hacia Artigas y del poco y ningún fruto que aquél había extraído hasta allí a su respecto en las ya largas y esforzadas jornadas de estudioso e investigador.

Confundidos y perplejos dejan tales comprobaciones. Lo menos que podía esperarse dado el constante y diligente interés que Mitre había venido demostrando por la figura de nuestro gran caudillo, era su inocultable antipatía y mala voluntad.

En vez de aprovechar la coyuntura para realzarlo hasta la altura de sus méritos que entonces pocos como él conocían con fidelidad histórica, Mitre servíase de la ocasión para procurar desconceptuarlo desde los puntos de vista intelectual, moral y patriótico.

¿Cómo explicarse esa postura sorprendente? ¿Es que Mitre en el fondo no le había importado nunca la averiguación de la verdad por sí misma con respecto a Artigas, sino que todo lo que buscó y sólo quería era poder personificar en él documentalmente un aspecto – el del desorden – dentro de la revolución rioplatense?

Quede – por ahora – sin respuesta semejante pregunta. Mejor es que pasemos de una vez a leer algunos fragmentos de Mitre.

He aquí su relato acerca del alzamiento de “Capilla Negra” y comienzo – de hecho – en consecuencia de la Revolución Libertadora del Uruguay.

Leo: “Al mismo tiempo que el armamento naval de la Junta era deshecho en las aguas del Paraná, una parte de la campaña de la Banda Oriental se insurreccionaba espontáneamente levantando la bandera de la revolución. La humilde Capilla de Mercedes dio el primer grito, pronunciándose el 28 de Marzo y levantando tropas que se pusieron inmediatamente a las órdenes de la Junta”.

“Su ejemplo fue seguido por todos los pueblos situados sobre la margen izquierda del Uruguay, obligando a los españoles a encerrarse dentro de los muros de la Colonia. El instituto popular dirigía aquellas masas conmovidas por el propio revolucionario y de su seno surgían caudillos que se disputaban la supremacía sin tener ninguno de ellos la capacidad, ni la energía suficiente para dominarlas. Belgrano era el hombre indicado para capitanear aquel movimiento. La firmeza en el mando y el espíritu de orden, calidades que poseía en alto grado, lo hacían a propósito para subordinar las inquietas ambiciones de aquellos oscuros caudillos, que presagiaban ya la anarquía que más tarde debía brotar en su seno”.

Y poco más adelante: “Belgrano llegó el 9 de abril a la Villa de la Concepción del Uruguay con los restos de su ejército. Este punto acababa de ser el teatro de escenas de violencia y de sangre, provocadas por la codicia de los nuevos caudillos de la democracia bárbara y su presencia le restituyó el orden y la seguridad de que tanto necesitaba. La vanguardia de la columna de Galain había ocupado ya a Soriano a las órdenes del Mayor D. Miguel Estanislao Soler, quien en unión con las milicias del país había rechazado victoriosamente un desembarco de los marinos españoles. El Comandante D. José Rondeau, nombrado segundo jefe del ejército venía en marcha con el resto de los refuerzos. D. José Artigas, Jefe de las Milicias Orientales (ésta es la primera vez que Mitre lo nombra en su obra) ocupaba la Capilla de Mercedes con 150 Patricios de Buenos Aires y algunas milicias del país, en desacuerdo con Soler, asumía ya (nótese) el carácter de protector de la localidad”.

“D. Venancio Benavídez, que había sido uno de los principales promotores de la insurrección, miraba de reojo la actitud de Artigas, mientras sus jefes subalternos, a los cuales se había sobrepuesto, continuaban entre sí sus reyertas sobre el puesto que les correspondía, según los méritos y servicios que cada cual se atribuía. Todos estos Jefes comunicaban directamente con la Junta acusándose los unos a los otros con un encono que hacía presagiar una guerra civil inminente”. La correspondencia de todos estos caudillos, que el original se conserva en el archivo de Buenos Aires, es digna de estudiarse bajo este punto de vista. Más adelante, después de referirse al hecho de que Belgrano, ya establecido su Cuartel General en Mercedes, dispuso que su Ayudante de la Campaña del Paraguay pasara a insurreccionar a la parte Norte de la “Banda” y que a D. José Artigas (nótese) le “encomendó” una columna de 500 hombres de las tres armas para que efectuase “el alzamiento del Centro de modo de estrechar gradualmente a Montevideo con una línea de insurrección organizada” y luego de relatar la asonada del 5 y 6 de abril en Buenos Aires y aludir a las consecuencias de la misma con respecto a Belgrano, dice Mitre a manera de comentario fundamental al proceso que se le formó por su campaña del Paraguay:

“Este proceso fue la ocasión de un verdadero triunfo para Belgrano, mientras que la revolución que lo había sentado en el banco de los acusados era el blanco de las inculpaciones severas de la opinión pública que le atribuía todos los desastres que habían tenido lugar en el intervalo transcurrido. La Batalla de las Piedras preparada por las operaciones de Belgrano y ganada (¿por quién? Mitre ni eso dice) quince días después de entregar el mando del ejército de la Banda Oriental coronó con la palma del triunfo a la administración nacida del movimiento del 5 y 6 de abril”.

Por segunda vez en el trayecto de su “Historia de Belgrano”, Mitre siente la indefectible obligación de hablar de la Banda Oriental y consiguientemente de Artigas recién con motivo del posible segundo sitio a Montevideo que iba a determinar una notable disminución de auxilios por parte de Buenos Aires al ejército del Norte ya comandado por Belgrano.

Pues bien; he aquí lo que expresa en ese momento olvidando por lo demás que él había sido precedido por el ejemplar episodio de la emigración a Ayuy y las heroicas luchas que lo siguieron:

“Resuelto el Gobierno Patriota (está hablando Mitre) a hacer un esfuerzo supremo sobre Montevideo, había puesto sobre la costa occidental del Uruguay un ejército de seis mil hombres, de los cuales apenas tres mil podían reputarse soldados. El resto pertenecía a las bandas indisciplinadas y mal armadas que acaudillaba D. José Artigas, celebra ya por algunos hechos de armas y por su prestigio entre las masas populares.

Recién encuentra ocasión de ocuparse de Artigas por tercera vez el historiador de Belgrano al ocuparse del desarrollo del proceso revolucionario en 1814, período crítico, comenzado como se sabe con la creación del Directorio de Posadas y la extinción de hecho de la “Soberana Asamblea” inaugurada en 1813.

Aquí Mitre ya tiene el respaldo de elementos de juicio que lo capacitaban para fundar el suyo ampliamente sin que nadie de su tiempo pudiera tacharlo de urgido o extemporáneo.

Aunque por cierto malamente se conocía con generalidad ya entonces el hecho de la expulsión de Sarratea, la Asamblea y el Congreso de Tres Cruces, el Gobierno Económico de Canelones, el Congreso de Capilla Maciel y finalmente la grave actitud asumida por Artigas al abandonar el Sitio de Montevideo.

Mitre ya tenía – en verdad – ocasión oportuna para poderlo juzgar a sus anchas sin que nadie creyese que lo hacía duramente por sistema.

Véase lo que entonces escribe: “Después de la rendición de Montevideo, las tropas argentinas (¿?) que ocupaban la plaza tuvieron que luchar con otro enemigo más temible que el que habían vencido: contra los malos elementos internos en pugna con el orden; contra las masas semibárbaras de la campaña en pugna con los grandes objetos de la revolución. El famoso D. José Artigas, caudillo de la democracia bárbara, que se había separado dl sitio de Montevideo desconociendo la autoridad nacional, que mientras los patriotas estrechaban aquel baluarte de la dominación española, tenían con él sangrientos combates por su espalda; había conseguido insurreccionar contra el gobierno general de los territorios de Entre Ríos y Corrientes, elevados ya al rango de Provincias. Desmoralizadas con el mal ejemplo del Paraguay y halagadas con las ideas de una mala entendida federación, que estimulando poderosamente las ambiciones locales, les prometía las ventajas de la independencia, sin los sacrificios que ella exigía, aquellas provincias se habían puesto bajo la protección de Artigas. Santa Fe y Córdoba estaban próximas a seguir el ejemplo. Las demás provincias profundamente conmovidas por el odio a Buenos Aires y al gobierno central cooperaban indirectamente a los progresos del terrible caudillo, cebando así a la fiera que debía devorarlos. No era una revolución social – continúa Mitre – era una disolución sin plan, sin objeto, operada por los instintos brutales de las multitudes, reunidas bajo el pendón de la guerra civil, armados de la espada de Caín y de la tea de la discordia”.

Y más adelante, después de caracterizar a esta nueva entidad que se levantaba “enemiga igualmente – dice – de los realistas y de los patriotas”, estas consideraciones y su cierre “Al frente de este elemento se pusieron caudillos oscuros caracteres viriles fortalecidos en la fatiga campestre, acostumbrados al desorden y a la sangre, sin nociones morales, rebeldes a la disciplina de la vida civil, que acaudillaron aquellos instintos enérgicos y brutales que rayaban en el fanatismo. Artigas fue su encarnación: imagen y semejanza de la democracia bárbara, el pueblo adoró en él su propia hechura y muchas inteligencias se prostituyeron a la barbarie”.

Durante la década 1860 – 1870, Mitre debió – lógicamente – vivir alejado de las tareas y preocupaciones, evidentemente ya muy caras para él, de historiador. Primeramente su elección para la máxima jerarquía del poder público en su patria y muy luego las especiales y nuevas obligaciones del cargo impuestas sucesivamente por las guerras del Uruguay con Brasil y Paraguay con la “Triple Alianza”, no podían darle tiempo útil disponible para sus particulares estudios.

Todo lo que en ese lapso realizó Mitre para el público en materia de historia consistió en el breve y afortunado relato de “El Crucero de la Argentina” editado en Valparaíso en 1860 y sin duda escrito años antes y en un mediocre trabajo sobre “Belgrano y Güemes”, derivación de su historia ya citada que apareció en Buenos Aires en 1864.

En ese tiempo – pensamos – no sin envidia de clase – lo que hizo Mitre sin mayor esfuerzo fue agrandar su ya valioso archivo histórico personal y la magnífica biblioteca particular que habían venido formando en su “negruzca” casa histórica de la calle San Martín.

Sin embargo, es de tenerlo ahora presente y dándole todo el relieve que sea posible, Mitre, llegado vencedor a Asunción, no olvidó que allí en los archivos sellados por Francia podrían hallarse muchos “papeles” de singular interés para la apreciación más ajustada de la actuación de Artigas.

Ocurrió entonces que los brasileños se adueñaron con anterioridad de esta documentación que obviamente interesaba a Mitre en forma especial y por ello recién en 1876 – tómese buena nota del dato – la misma llegó enteramente a su poder gracias a los diligentes y buenos oficios de su simpre amigo D. Andrés Lamas. Del hecho dejó constancia expresa el propio Mitre al anotar de su puño y letra en el primer pliego de la copia que se ha conservado en su archivo esta aclaración textual: “Copiado bajo mi inspección de los originales provenientes del archivo de Asunción tomados durante la guerra del Paraguay que se encuentran en el archivo de D. Andrés Lamas. Buenos Aires, diciembre de 1876 – B. Mitre”.

Terminado su período presidencial y concluida por otra parte – además – la Guerra de la Triple Alianza con el Paraguay, Mitre debió, en buena lógica, atenerse al goce de poder pensar exclusivamente en sus personales aficiones y sus compromisos antiguos y truncados por el deber partidario y cívico inexorable.

Según ya lo hemos visto, él venía estudiando desde mucho tiempo atrás y sabíase que se empeñaba en completar y publicar de inmediato una “Historia de Artigas”.

Sin duda ya era hora de cumplir ese compromiso viejo. Tenemos la prueba indubitable de que así lo sentía él mismo. Podemos afirmar en efecto, - en base a sus propios dichos – que en 1875 ya – al fin – su Historia de Artigas estaba enteramente trazada en borrador o bosquejo. La prueba correspondiente se halla en una carta que, con fecha de octubre 20 de aquel año, dirigió él mismo al colega y viejo amigo chileno Don Diego Barros Arana en la cual refiriéndose a sus propósitos y actividades de historiador dice textualmente: “En el plan de mis trabajos históricos había pensado prescindir en la “Historia de Belgrano” del período de la guerra civil comprendida entre 1816 y 1820 para hacerla entrar en otro libro que tengo en borrador y cuyo título es Artigas. He visto después, estudiando los documentos, que ese período puede y debe complementarse en ambos libros. Así, según lo que expongo, el libro de Artigas será la historia revolucionaria interna y de la descomposición social y del régimen colonial, simbolizada por el caudillaje y explicada por la anarquía y la guerra civil, desde 1810, en que las masas se despiertan al soplo revolucionario hasta que el sistema colonial se descompone y se disuelve, siendo reemplazado por una república orgánica en embrión, con las fuerzas sociales casi aniquiladas, en que el instinto popular, obedeciendo a su ídolo, resuelve de hecho los problemas políticos con más aciertos que los sabios, aunque comprometiendo en otro sentido la existencia de la comunidad, mientras que la revolución americana – es decir, la Independencia – triunfa por las armas y por las ideas en otro campo y en otros medios.

“Será (continúa) un libro nuevo, y aún pienso que también original por su significado y su alcance, estando fundado en documentos completamente inéditos, estudiados a la luz del criterio histórico que he indicado en mis “Estudios sobre la revolución argentina”.

Y cierra: “Antes de emprenderla con Artigas es mi ánimo terminar la “Historia del general San Martín”. Es cuestión de tiempo y de redacción, pues tengo el plan de ésta bosquejado, los estudios escritos están hechos según ese plan y los documentos clasificados en el orden en que sucesivamente los he de usar”.

Mitre terminó, en efecto, “como era su ánimo” en 1875 – la “Historia de San Martín” que para nosotros, sin duda alguna, debe considerarse su más relevante y sesuda publicación. Terminó igualmente en 1876 una nueva edición ampliada en diez y ocho capítulos de su “Historia de Belgrano” en los cuales quedó incluido el relato de los sucesos cursados en el cuatrienio 1816 – 1820 que antes no trató por entender – con razón – que pertenecían a tiempo ulteriores a su tránsito por la vida pública.

Terminó y entregó a la divulgación, antes de llegar a la edición de su ya citada obra fundamental que recién saldría a la luz en 1887, una serie de trabajos menores entre los cuales se han de señalar como más destacables sus “Comprobaciones” y “Nuevas Comprobaciones Históricas” publicadas en 1882. Pero lo que no llegó a realizar nunca, lo que para siempre iba a dejar en “borrador” o en los bosquejos a pesar de ser la obra de sus más antiguas y constantes preocupaciones fue la “Historia de Artigas”, tema inicial de sus inquietudes y estudios cuando habían pasado apenas los veinte años de su edad.

¿Y por qué no llegó Mitre a esta realización? ¿Por qué fue siempre posponiendo en el tiempo este hacer que nunca dejaba de preocuparles a otros cuya atracción solamente sentía como de pasada?

No nos parece imposible, ni siquiera difícil, poder hallar la explicación satisfactoria y correcta de tal misterio.

El propio Mitre nos proporciona en efecto las claves indispensables para develarlo. En la primera edición de su historia de Belgrano – ya se ha visto anteriormente – él presentó a sus lectores una versión de Artigas que si entonces aún – aunque falsa – podía ser de recibo porque pocos o nadie en aquella época habían estudiado todavía con sinceridad y libertad su período de actuación, treinta años después, cuando ya Clemente Fregeiro había publicado sus “Documentos Justificativos” y Carlos María Ramírez sostenido su aleccionadora polémica de “La Razón” con “El Sudamérica”, no era ya para ninguno admisible.

Para Mitre, o mejor dicho para su buena reputación de historiador, habría sido ligereza terrible someter desde la mitad del 80 en adelante a la consideración pública su tan pensada “Historia de Artigas”.

Nadie entonces podía creerla; nadie la conceptuaría sino como expresión de verdad y de labor sino a la manera de desahogo de un viejo combatiente unitario, rencoroso y enconado, contra el más eminente y desinteresado sostenedor de la organización federal (al fin triunfante) en el Río de la Plata.

Por lo demás, parecería – y terminamos – que a esa altura del tiempo en la conciencia del mismo Mitre despuntaba una luz que iluminando la figura de Artigas mostrábale aristas nunca advertidas antes.

Sentimos esa impresión al leer que en 1881, esto es, después de haberlo pensado por más de cuarenta años, recién escribió acerca de él esta conclusión que en cierto modo suena – así se nos antoja – con tonos de “mea culpa”: “Artigas es hoy una especie de mito del que todos hablan y ninguno conoce y cuyo significado histórico es más complejo de lo que a primera vista parece”.

He dicho.



Conferencia en el Instituto Histórico y Geográfico el 8/5/1952