Perfil de Lavalleja
Recopilado en "Estudios Históricos e Internacionales", de Felipe Ferreiro, Edición del Ministerio de Relaciones Exteriores, Montevideo, 1989
- “Sin miedo y sin tacha”. Como Bayardo: así fue Lavalleja
Otros Orientales de su tiempo sin tener los méritos personales suyos alcanzaron en vida más rápidamente, más largamente, honores y posiciones. Si Lavalleja no hubiera encabezado la “Cruzada de los Treinta y Tres” – lance de heroísmo que dejó absortos de admiración a los contemporáneos y que sólo tiene par en el proceso de la disgregación de América Indiana en la invasión a Venezuela de los 44 que condujo Mariño desde el islote de Chacachacare a Guiría el 12 de enero de 1813 – es muy posible – para mí es seguro – que los hijos de los hijos de los testigos de sus trabajos y luchas apenas sabríamos borrosamente que fue un buen soldado en el sentido de “peleador” incansable y valeroso. Faltábanle a Lavalleja muchas de las condiciones indispensables – positivas y negativas – que el hombre necesita poseer por lo general para ser bien visto y bien oído por los demás.
No sabía crear intereses que valga la desoladora sentencia del personaje benaventiano: es la más eficaz manera de ganar afectos. Era de físico poco atractivo y garboso; su gallardía la llevaba en el corazón. No le gustaba el exhibicionismo, calidad importante, ayer como hoy, para alcanzar renombre y popularidad. Era impetuoso y poco flexible; hería las dificultades siempre de frente y con rapidez que descartaba toda meditación. Estando en Colonia de Comandante de Plaza en junio de 1816, en salvaguardia de nuestro honor nacional, le tocó intervenir en un conflicto entre comerciantes británicos que otro Jefe de carácter menos celoso y más tranzador teniendo en vista la situación de angustia y apremio porque entonces atravesaba el País invadido y depredado por los luso-brasileños, de seguro, habría eludido afrontar directamente.
El caso – relatado en apretada síntesis – fue así. En Buenos Aires, el Capitán del mercante “Luisa” don Hugo Mattison había contratado anteriormente con la firma Gordon MacMurray de Colonia una compraventa de carne salada que el primero debía pagar al segundo al precio estipulado una vez que la mercadería quedase a bordo de su buque.
Se había convenido por otra parte en el contrato que cualquier diferencia que pudiera surgir entre los obligados sería resuelta por sentencia arbitral ineludible – dice el contrato – “como si fuera dada por cualquiera Tribunal de Leyes o Corte de Justicia”.
Lo que esto significa en último término no es difícil de comprender. Los británicos entre ellos, planteaban y resolvían entonces sus negocios y discrepancias eventuales por encima o por afuera de lo que estuviese dispuesto en nuestras costumbres y nuestras leyes que – si es que existían – prácticamente no les interesaban. Ahora bien: a fines de junio de 1816, como ya se dijo anteriormente, arribó a Colonia en su bergantín “Luisa” a objeto de efectuar su contrato con Gordon MacMurray, el otro pactante don Hugo Mattison. El negocio comenzó a cumplirse enseguida, pero sucede que a cierta altura sobrevinieron dificultades no esperadas ni previstas y, en consecuencia, planteóse entre las partes un diferendo que ellas se prometían resolver a su manera o sin tener para nada en cuenta a la Justicia y a la Autoridad Orientales.
Pero Lavalleja estaba presente en Colonia y allí ejercía el mando y tenía la responsabilidad del mismo que - entre otras cosas – para él comportaba la obligación de hacer respetar el País y a sus leyes en todo momento, sin posibilismos, a pesar de cualquier circunstancia y fuera quien fuese el infractor.
Resueltamente, pues, “manu militare”, terció en la contienda de los británicos. Informado que el contratante Mattison, pretextando un incumplimiento de parte de Gordon MacMurray, se disponía de levar anclas en la “Luisa” todavía a medio cargar, Lavalleja sin demora – con la energía lindera a la audacia que lo caracterizaba – mandó aprehender al inglés en su propio barco y someter su caso a la decisión de nuestra justicia hasta allí despectivamente sobrepasada.
De inmediato – era obvio – se iniciaron por la vía judicial correspondiente las instrucciones sumariales mientras los cañones de la “Luisa” seguían apuntando amenazantes a la ciudad. Terminado el proceso en el que bajo garantías del caso ambas partes hablaron libremente y fueron oídas con toda atención que merecían, sus actuaciones fueron elevadas para “Resolución” a Artigas. Con ellas y para ilustrarlas en cierto modo, Lavalleja mandó agregar al “Expediente” las respuestas concordantes – en lo sustancial – de los veintiún vecinos principales de la ciudad a quienes había dirigido el siguiente interrogatorio:
“Beneméritos Avitantes de esta Plaza, aproximándosenos los momentos de presentarnos ante la Superioridad del Sor. Cap. Gral. D.n José Artigas, para dar una cuenta exacta, de los motivos que hemos tenido Yo, el Sor Com.te D.n Juan Ant.o Lavalleja, en consorcio del Sor Ministro de Hac.da D.n Thomas Franc.o Guerra para proceder y aprehender a la Persona del Cap.n Inglés del Bergantín Luisa, pedimos a nombre de la patria, que cada uno de Ustedes, presten su firma en este que se les presenta, diciendo si es berdad o no lo que abajo se expone:
1º Se obserbaron u oyeron tirar un cañonazo con vala con dirección a la Baiya o Pueblo, de a bordo del Bergantín Inglés, q.e se halla fondeado en este Puerto, el día 6, Jueves a la tarde.
2º Si supieron u oyeron decir que el Sor Com.te mandó en un bote tropa a bordo de la Chalupa de D.n Jacobo Gordon, entre diez a doze de la noche a aprehender al Piloto, y cuatro marineros, que habían benido a robar la otra Chalupa, para llevarla a su costado, para transbordar las carnes sin orden ni conocimiento de nadie.
3º Si supieron u oyeron decir que el día siete Viernes por la mañana se embarcó el Capitán del otro Bergantín, y se vino con dirección a la Chalupa de D.n Jacobo, y de allí se dirigió a la Goletilla de la fragata inglesa, que se hallaba fondeada en este Puerto, y mandó llamar al oficial que se hallaba en tierra, en el muelle el que inmediatamente se fue a bordo de su Buque, después de haber conbersado, un largo rato, el oficial, y el capitán se volvieron a embarcar en sus Botes, y el Cap.n sin hacer caso de las autoridades de este Pueblo, se dirijió a bordo de su buque y el Oficial se vino a tierra, a el que se le preguntó a qué había benido el Capitán, o que decía respondió que incontinentemente hiba a dar a la vela sin haber berificado el pagar el cargamento que tenía a su bordo, ni algunos gastos que tenía hecho en casa de algunos vecinos, nimenos lo que adeudaba al Estado; los interesados que oyeron la respuesta del Oficial, y vieron las medidas q.e empezó a tomar luego q.e llegó a bordo de su buque, que fue ponerse el mismo en persona en mangas de camisa con el resto de su tripulación adarle con los expeques al molinete, para levar la ancla; me pidieron auxilio, el que se los franqueé al momento, franqueándoles la Balandra el Bombo, con tropa suficiente, capaz de cualesquier empresa.
4º Si supieron, vieron, u oyeron decir que dho. Cap.n luego que vio las determinaciones y providencias que se tomaban por mí el Com.te para hacer respetar las Autoridades de n.tra Provincia, así q.e vio q.e era imposible lebar la ancla ni moberse de adonde estaba fondeado, procedió a cargar tres cañones del costado que miraba a tierra, y hecha esta operación arboló la Bandera de su nación, a Popa; y yo tomé la providencia a pesar de ver las determinaciones del otro Cap.n de mandarlo buscar preso el q.e existe, y existirá hasta presentarlo en presencia del Sor. Cap.n Gral de la Provincia”.
Artigas no demoró en dictar su fallo en este asunto que, está visto nos había colocado al borde de un conflicto internacional por lo menos desagradable. A fines de Junio llegaron a Colonia sus decisiones y en el correr de julio y agosto todo quedó zanjeado felizmente y comprobado que la Soberanía Oriental sabía hacerse respetar aún por los más fuertes y todavía en sus peores días de lucha desigual y sombría.
Fue también característica resaltante de la personalidad de Lavalleja su excepcional comprensión, su rápida, su fácil, su generosa comprensión para subordinar su interés particular y propio a lo que entendía ser de interés nacional.
Multitud de ejemplos comprobatorios de lo expresado podrían enumerarse en seguida, pero nos vamos a referir a uno sólo de ellos porque en nuestro concepto está nutrido de la más deslumbrante elocuencia persuasiva.
Se conocen generalmente los inicios “de hecho” de la Revolución de 1832 con sus diversos focos acusadores a ojos vista de un plan anteriormente acordado. Se sabe igualmente que, a raíz del estallido en Durazno y cuando Montevideo parecía dominado por los alzados, Lavalleja apareció en la Campaña ostentando la categoría de Jefe Supremo del movimiento. No se ignora por otra parte que, durante las largas ausencias de Rivera de la Capital, la administración puesta a cargo de “doctores” que ni habían gozado ni sufrido con los triunfos y las derrotas de “la Patria”, mostraba cada vez mayor desajuste.
Pues bien; en esos momentos cuando – ya se ha dicho – Lavalleja aún estaba fuerte y todavía no era posible prever el sesgo de los sucesos que terminarían con su fracaso, Ignacio Oribe, por comisión de Rivera, se acercó a su campo de “Antonio Herrera” a pedirle bases para una negociación de paz y he aquí las que entonces le entregó:
“Artículo 1º El Señor General don Fructuoso Rivera ocupará la silla del Gobierno regresando a la Capital. – Art. 2º Desempeñarán los Ministerios los individuos nombrados después del movimiento de 3 de julio por el señor Vicepresidente. – Art. 3º El Coronel don Servando Gómez se hará cargo de la fuerza armada en el punto donde se halle y que se halla a la inmediatas órdenes del señor General. Art. 4º El Señor General don Juan Antonio Lavalleja permanecerá en su Cuartel General a la cabeza de las fuerzas que hicieron los movimientos de 29 de junio en el Durazno y 3 de julio en Montevideo incorporándosele. – Art.5º Serán residenciados los funcionarios públicos que tienen responsabilidad por la ley y los Ministros de las varias épocas de la administración constitucional por una Comisión nombrada del seno de la Asamblea General, de individuos de conocido patriotismo y luces con exclusión de los señores don Julián Álvarez y don Nicolás Herrera. – Art. 6º La seguridad individual del señor Presidente de la República queda garantida en la palabra de honor de los señores general Don Juan Antonio Lavalleja y coronel Ignacio Oribe. – Art. 7º Ambos señores se comprometen con su influencia, haciendo valer con sus conciudadanos su patriotismo y decisión por el orden, a hacer efectivo el fallo de la Comisión, cualesquiera que sea. Art. 8º Se reunirán las Cámaras al efecto de nombrar dicha Comisión y llenar el término de la ley que quedó en suspenso. - Art. 9º Ambas fuerzas serán asistidas en igualdad, del Erario Nacional, en su equipo mantención y pago. - Antonio Herrera 24 de julio de 1832.
Tal la proposición de Lavalleja, enteramente extraña, como acaba de verse, a todo posible reclamo de su interés particular. Es lástima – pensamos nosotros – que haya sido desoída.
No vulneraba ningún postulado constitucional. No exigía lo que no se puede reclamar en ejercicio del derecho de peticiones, lo que estaba habilitado para resolver cualquiera de las Cámaras en representación de la Soberanía. Y si el Gobierno hubiera accedido a semejantes proposiciones, justificables o no, pero desde luego limpias y ajenas a todo interés individual o de facción: ¿No es evidente acaso que otro – y mucho mejor – habría sido el curso de la historia política de la República en sus vacilantes primeros años?
En materia de cultura pensamos que Lavalleja no pasó nunca más allá del nivel medio del hombre de su época nacido y criado en la Campaña. De niño se sabe que concurrió en Minas a la modesta escuelita local regenteada entonces por don Romualdo Ximenez. Mayor de edad y no teniendo pruebas en contrario es de suponer que nunca le dejaron tiempo libre – y paciencia – para el cultivo de su intelecto, primero: las duras faenas rurales a que se consagró hasta los comienzos de la “Revolución” y después las aún más activas y peligrosas de la guerra que lo suscitaron soldado.
Puede ser – eso sí – que a raíz de la brusca y dolorosa terminación que tuvo aquélla para él – es una hipótesis bien lógica – Lavalleja, hombre experimentado y endurecido por la vida y por ende preocupado de elevar la suya, haya retornado entonces a los estudios que había abandonado de niño o adolescente sintiendo – sin duda – los goces del “liberado”.
Así, por de pronto, podía dar utilidad al tiempo que para él pasaba inútil. ¿Cómo colmar sino las horas interminables y parejas del largo cautiverio en “Das Cobras” sin acudir de vez en vez – o alguna vez – a la pulcra y consoladora convivencia con los libros que sin pedirnos nada todo lo dan?
Repetimos: “Sin miedo y sin tacha”; valiente entre los valientes y puro de conciencia; así fue, así hemos visto nosotros a Lavalleja. Su insigne cuñado, el Padre Monterroso, refiriéndose en alguna ocasión a sus trabajos y luchas en carta íntima escrita a la entrañable doña Ana que al parecer mostrábase quejosa o desalentada, díjole:
“Defiende siempre a tu marido. El que lo acrimine sin conocerlo puede disculparse, pero el que lo conozca y lo acrimine es un malvado”.
Conferencia en el Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay el 5/11/1953