El mayor monstruo del mundo/Acto III

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​El mayor monstruo del mundo​ de Pedro Calderón de la Barca
Acto III

Acto III

Cuadro I


Suenan instrumentos músicos en una parte y, en habiendo representado y cantado sus versos, suenan en otra cajas destempladas y dice dentro MARIENE los suyos. Y luego, en medio, suenan algunos tiros y chirimías y salen al tablado OCTAVIANO, CAPITÁN y SOLDADOS.
VOCES:

¡Viva Octaviano!

MÚSICA:

¡Viva!

VOCES:

Y en los campos de Oriente...

MÚSICA:

Y en los campos de Oriente...

VOCES:

...ciñan su augusta frente...

MÚSICA:

...ciñan su augusta frente...

VOCES:

...sacro el laurel, pacífica la oliva.

MÚSICA:

...sacro el laurel, pacífica la oliva.

(La caja.)
MARIENE:

La aclamación festiva,
convertida en lamento
de mísero concento,
diga de otra manera
que muera yo donde mi esposo muera.

OTROS:

[Dentro.]
¡A tierra, a tierra!

(La salva.)
CAPITÁN:

Marche,
herido el bronce y castigado el parche,
a la ciudad en orden nuestra gente.

(La salva y salen OCTAVIANO, CAPITÁN y SOLDADOS.)
OCTAVIANO:

¡Salve, oh tú, gran metrópoli de Oriente,
Jerusalén divina!
¡Salve, oh tú, emperatriz de Palestina
y del Asia señora,
que en el rosado imperio del aurora,
con luciente voz muda
el sol en su primera edad saluda!
¡Salve otra vez, y admite
tu César, cuyo nombre, que compite
al tiempo y al olvido,
dos veces al laurel restituido,
pisa tu arena: una
a favor del valor y la fortuna;
y otra, por más blasones,
a pesar de traidoras sediciones;
pues cuando presumías
que del romano yugo sacudías
la cerviz, con haber hoy enviado
a Aristóbolo en tanto leño alado
a librar tu Tetrarca,

OCTAVIANO:

yo como, en fin, caudillo de la Parca,
habiéndole encontrado en el camino,
y a fuerza del destino
dejádole su armada
en las costas de Jafa derrotada,
llego a ti, donde intento
que el primer escarmiento
que tu muralla vea,
de tu Tetrarca la cabeza sea;
a cuyo fin, por más infeliz suerte,
su vida dilaté porque su muerte
le dé terror más fiero,
y más al filo de este infausto acero,
 (Trae ceñido el puñal.)
desagraviando de camino aquélla
que profanó, difunta beldad bella.

OCTAVIANO:

De ese, pues, bajel, donde
más le sepulta el buque que le esconde,
a tierra le sacad con el criado,
que también, por haberme a mí engañado,
ha de morir.
 (Vanse los SOLDADOS. La música y las cajas.)
Mas ¿qué confuso ruido
de músicas en una
parte se escucha cuando, en otra, alguna
sedición cajas toca destempladas,
repitiendo encontradas,
allí con voz altiva...

MÚSICA Y VOCES:

¡Viva Octaviano, viva!

OCTAVIANO:

...y allí con voz severa...?

MARIENE:

Y muera yo donde mi esposo muera.

CAPITÁN:

De la ciudad abiertas
a tu salva, señor, miro dos puertas
que de aquí se divisan,
y varias de un extremo en otro avisan;
que por una de hombres el festivo
vulgo, aclamando tu renombre altivo,
a recibirte sale;
y, porque el llanto al regocijo iguale,
por otra, negros lutos arrastrando,
y haciendo las mujeres otro bando,
salen también, diciendo
en ambos coros uno y otro estruendo...

(Música.)
TODOS Y MÚSICA:

¡Viva Octaviano, viva!
Y en los campos de Oriente
ciñan su augusta frente
sacro el laurel, pacífica la oliva!
(Cajas.)

MARIENE:

La aclamación festiva,
convertida en lamento
de mísero concento,
diga de otra manera
que muera yo donde mi esposo muera.

(Con esta repetición salen al tablado, por una parte los MÚSICOS, y TOLOMEO con una fuente, y en ella unas llaves, y FILIPO con otra, y en ella un laurel; y por la otra parte, MARIENE, vestida de luto, con un velo en el rostro, y las MUJERES que puedan.)
TOLOMEO:

Pues más defensa la ciudad no tiene
que ofrecerse rendida, hacer conviene
virtud la fuerza.

FILIPO:

Llega
como su capitán y haz tú la entrega.

TOLOMEO:

En parabién, señor, de glorias tantas,
la gran Jerusalén, puesta a tus plantas,
sus llaves rinde.

FILIPO:

Y su laurel, y oliva.

LOS DOS:

Diciendo a voces...

TODOS:

¡Octaviano viva!

MARIENE:

A tus pies infelice
llega también quien afligida dice,
bien que en cláusula menos lisonjera,
que muera yo donde mi esposo muera.

OCTAVIANO:

[A los hombres.]
En extremos tan raros
-que agradeceros tengo y estimaros
a vosotros;
[A MARIENE.]
mas no que agradeceros
ni estimaros a vos, llegando a veros
con señas tan funestas
de mis aplausos perturbar las fiestas-,
  [A los SOLDADOS.]
marche el campo.
 (Volviéndola las espaldas y ella le detiene.)

MARIENE:

Primero
me has de escuchar.

OCTAVIANO:

Si enternecer no espero
mis iras, ¿para qué con ellas luchas?

MARIENE:

¿Para qué tú gobiernas si no escuchas?

OCTAVIANO:

Dices bien, oírte debo; mas no ignoro
que tampoco es respeto ni decoro
que tapada escucharte haya, sin verte.

MARIENE:

También tú dices bien. Ahora advierte.
(Descúbrese.)

OCTAVIANO:

[Aparte.]
¡Cielos! ¿Qué es lo que veo?
¿De cuándo acá cuerpo cobró el deseo?

MARIENE:

[Aparte.]
¡Cielos! ¿De qué me admiro?
Que toda el alma al corazón retiro
al verle, en su presencia descubierta.

OCTAVIANO:

[Aparte.]
¿No es esta la beldad que adoré muerta?

MARIENE:

[Aparte.]
Muda y suspensa quedo.

OCTAVIANO:

[Aparte.]
Al mirarla, ni creer ni dudar puedo.

TOLOMEO:

[Aparte.]
¿Qué extremo es este? ¡Ay infeliz! Sin duda
viene a que el César a vengarla acuda
de aquel rigor. ¿No basta, pena mía,
presa a Libia tener desde aquel día,
sino querer ahora
descubrir su secreto?

FILIPO:

[Aparte.]
Pues ignora
a qué fue mi venida,
¿qué hay que temer? Segura está mi vida.

MARIENE:

[Aparte.]
Mal, cobarde, me aliento.

OCTAVIANO:

[Aparte.]
Mal, osado, me animo.

MARIENE:

[Aparte.]
Mas, ¿por qué me reprimo?

OCTAVIANO:

[Aparte.]
Pero, ¿por qué lo que he de estimar siento?
Mujer, ¿qué quieres?

MARIENE:

Que me estés atento.

OCTAVIANO:

¿Qué aguardas, pues?

MARIENE:

Escucha.
[Aparte.]
Mucha es mi turbación.

OCTAVIANO:

Mi pena es mucha,
pues la muerta ceniza es viva llama.

MARIENE:

Ínclito César, cuya heroica fama...

SOLDADO 1º:

Con el criado, aquí el Tetrarca viene.
(Salen los SOLDADOS y el TETRARCA y POLIDORO presos.)

TETRARCA:

[Aparte.]
¡Qué miro! ¿Con el César Mariene?
¿Pues no bastaba, ¡cielos!,
ir a morir, sino a morir de celos?

POLIDORO:

[Aparte.]
¿Qué son celos? ¡Al dios Baco pluguiera
que celos para mí también hubiera
y no hubiera un garrote
que anda desde la nuez hasta el cogote
ya haciéndome cosquillas!

OCTAVIANO:

Su castigo
diré después. Prosigue.

MARIENE:

Ya prosigo.
Ínclito César, cuya heroica fama
al alcázar se eleva de la luna,
cuando con labios de metal te aclama
su Júpiter y dios de la fortuna:
si, cuando él a relámpagos se inflama,
el iris le serena, en mi importuna
suerte, que eres mi Júpiter se vea,
y el iris de mi paz tu laurel sea.

MARIENE:

Y pues tu nombre en láminas se escribe,
que el tiempo que más vuela, que más corre,
ni con las torpes alas le derribe,
ni con las plantas trágicas le borre.
Vive piadoso, generoso vive
y, del sol coronada, la alta torre
que al águila de Roma le dio nido,
verás triunfar del tiempo y del olvido.
Yo soy la desdichada Mariene...
dijera bien la desdichada esposa
de ése contra quien ya tu ceño tiene
blandida la cuchilla rigurosa.
Si una línea de púrpura detiene
del más noble animal la más furiosa
acción, detén tú el paso a tus enojos,
pues son líneas de púrpura mis ojos.

MARIENE:

Mas, ¡ay!, que en vano a tus piedades pido
la vida que has de darme generoso;
que eres rey y has de ser compadecido;
que eres valiente y has de ser piadoso;
que eres discreto y ser has reducido;
que eres tú y has de ser tan victorioso
que conozcas que alcanza menos gloria
el que con sangre mancha la victoria.
No, pues, el que te espera heroico asiento
en cadalso construyas duro y fuerte,
no el triunfal carro en triste monumento,
no el fausto en ceremonias de la muerte,
no la música en mísero lamento,
no la felicidad en triste suerte,
la gala en luto, en pena la alegría.
No eches a mal tan venturoso día.
Entra triunfando, pero no venciendo;
entra venciendo, pero no vengando;
que más aplauso has de ganar, entiendo,
perdonando, señor, que castigando.

MARIENE:

Halle piedad la que lloró pidiendo;
halle piedad la que pidió llorando;
y pues son dos, siquiera una reciba,
o que yo muera o que mi esposo viva.

TETRARCA:

[Aparte.]
¿Quién de dos muertes sitiada
vio su vida tan a un tiempo
que, negada o concedida,
de cualquiera suerte muero?

POLIDORO:

[Aparte.]
¿Hay tal infamia? ¡Que llore
por su marido, pudiendo
llorar por mí, que a estas horas
más de sentenciado tengo
la cara que él!

OCTAVIANO:

[Aparte.]
(Bien se deja
ver que Aristóbolo, al trueco
del criado, cuando estaba
yo en el retrato suspenso,
fingiendo ser muerta, quiso
desvanecer mis afectos.
Por ella, por mí y por él
importa que satisfecho
viva, pues ha de vivir.
¿Adónde hallará el ingenio
disculpas para un marido,
que es plática de tal riesgo
que aun satisfaciendo agravia?
Mas, no hablando con él, puedo
darle a él satisfacciones.)

OCTAVIANO:

 [A MARIENE.]
Alzad, señora, del suelo.
Una vida me pedís
y, aunque es verdad que lo siento,
enmiende el pesar de oíros
el gusto de obedeceros.
Mas no me lo agradezcáis,
que si una vida os ofrezco,
es porque os debo una vida,
sin saber a quién la debo.
Vuestro hermano, entre otras joyas,
perdió este retrato vuestro,
y sin saber cúyo fuese
-de que hago testigo al cielo
y a cuantos dioses adoro-
sólo por ser tan perfecto,
mandé a un pintor que me hiciese
de él una imagen de Venus.

OCTAVIANO:

Ésta, pues, constituida
ya una vez en deidad, viendo
un peligro en que me hallaba
(decir cuál fuese no quiero,
porque olvidaré el perdón
si del peligro me acuerdo),
de él me libró; de manera
que, aunque Venus fuese el dueño
del acaso, fuisteis vos
del acaso el instrumento.
Y así, en términos pagando
el haberos interpuesto
entre otro acero y mi vida,
he de hacer con vos lo mesmo
el día en que os interponéis
entre otra vida y mi acero.
Viva vuestro esposo, y no
solamente viva, pero
a su honor restituido.

OCTAVIANO:

Y por no poner a riesgo
vuestros ojos de que lloren
otra vez, ni oíros ni veros
en mi vida (la voz miente,
no el alma), perdón concedo
a Aristóbolo y a cuantos
en este levantamiento
cómplices fueron; y, en fin,
porque ni al llanto ni al ruego
les quede por hacer nada,
aun vuestro retrato os vuelvo.
Tomad, pues.

MARIENE:

¡Vivas los siglos
del fénix!

TETRARCA:

Y tan eternos
como deseará esta vida,
que ya como tuya ofrezco,
porque el ser dádiva tuya
la crezca el merecimiento
a la que, ejemplo de amor,
como de piedad ejemplo,
la sacrifico.

MARIENE:

¡Felice,
dulce esposo, amado dueño,
el día que vuelvo a verte
en mis brazos! Quien en ellos...
[Aparte.]
(Mas no, que el de mi decoro,
no es el de mi sentimiento.)

TETRARCA:

[Aparte.]
¡Qué dichosos desengaños
haber sabido, el primero,
los acasos del retrato,
y el segundo, que encubierto
-supuesto que a Mariene
tantas lágrimas la debo-
halle el furor que fíe
de Filipo y Tolomeo!

TOLOMEO:

[Aparte.]
Ya no tengo que temer.
Pues anda tan fina, es cierto
que tener quiere su agravio
en la cárcel del silencio.
¡Luego dirán que no hay
mujer que guarde secreto!
Así me sucedan bien
los medios que dejo puestos
en la libertad de Libia,
de que avisada la tengo
con Astolfo, que ha ofrecido
dejarme hoy el paso abierto.

OCTAVIANO:

[Aparte.]
No sé qué tienen acciones
nobles en heroicos pechos
que, aunque se sienta el hacerlas,
se estima el haberlas hecho;
Pero esto no es para aquí.
Mi tienda armad; que no quiero
entrar en Jerusalén
hasta que el recibimiento
de imperial triunfo aperciba.
 [Aparte.]
(Hermoso prodigio bello,
¿qué me sirve haberte hallado,
si cuando te hallo te pierdo?)

MARIENE:

Hasta dejarle en su tienda,
vamos todos.

TETRARCA:

Sea diciendo:
¡Viva Octaviano!

TODOS Y MÚSICA:

¡Viva!
Y en los campos de Oriente
ciñan su augusta frente
sacro el laurel, pacífica la oliva.
¡Viva, Octaviano, viva!
Vanse. [Se quedan los SOLDADOS y POLIDORO.]

SOLDADO 1º:

¿Por qué vos, pues perdonado
estáis, en su seguimiento
no vais dándole con todos
las gracias?

POLIDORO:

Porque no quiero;
que tan gran superchería
como conmigo se ha hecho
no se hiciera, ¡vive Apolo!,
no digo yo con un negro,
pero ni con un enano,
que es tan muchísimo menos
cuanto va desde ser hombre
a sólo empezar a serlo.

SOLDADO 1º:

¿Qué superchería?

POLIDORO:

¿No fuisteis
vos quien me dijo, viniendo,
que a ser ahorcado venía?

SOLDADO 1º:

Yo lo dije.

POLIDORO:

Pues, ¿qué es de ello?
¿Es bueno hacerme caer
en falta con todo un pueblo
que estaba ya convidado
al plato de mi pescuezo?
¿A mí perdonarme? ¿Acaso
es juego de niños esto?
«¡Venga usted a ser ahorcado!»
«¡Vaya usted, que ya está absuelto!»
¿Qué ha de decirse de mí,
sino que soy un grosero
y que para ahorcado no
valgo cuatro cuartos, viendo
que se los vale cualquiera
ladroncillo cicatero?

POLIDORO:

La costa que tenía hecha
de más de veinte mil gestos,
para escoger los que había
de ir por el camino haciendo,
¿qué he de hacer de ella? Y después,
¿qué he de hacer sin el consuelo
de ser como un pino de oro,
en el plañido lamento
de todas las verduleras?
¿Cualquier ahorcado? ¿Está el tiempo
para no ser pino de oro,
siquiera por un momento?
¿Dejaré de mí la fama,
de un garrotillo muriendo,
que dejare de morir
de un garrote todo entero?
Pues luego, ¿es bobo el delito,
sino oír al pregonero:
«¡esta es la justicia a este hombre
por príncipe contrahecho!»?

LOS DOS:

Vamos de aquí, que está loco.

POLIDORO:

Han de ahorcarme o, sobre eso,
para dar satisfacción
hoy a todo el universo
de que no queda por mí,
a voces iré diciendo:
«¡Esta es la justicia a este hombre,
por príncipe contrahecho!»
(Vanse.)

Salen con acompañamiento el TETRARCA y MARIENE.

TETRARCA:

Desde que en su tienda el César
dejamos, pálido el rostro,
torciendo las blancas manos
y humedeciendo los ojos,
a la sala hemos llegado
que divide un cuarto de otro;
Y, no queriendo parar
en el más principal, noto,
no sin cuidado, que guías
al más oscuro y más hondo
del palacio; esto, sin verme
ni hablarme. Mi cielo hermoso,
dulce esposa, amado dueño
mira que es rigor impropio
dar la vida con finezas
y quitarla con enojos.

MARIENE:

¿Está el cuarto como dije?

SIRENE:

Sí, señora.

MARIENE:

¿Está del modo
que mandé, de aquella cuadra
que hoy es triste calabozo
de Libia, ya asegurada
la puerta que vuelve a esotro
del Tetrarca?

SIRENE:

Sí estará,
pues se lo encargaste a Astolfo
que la cierre y la asegure.

MARIENE:

Salíos allá fuera todos.
(Vanse.)
Tú, en entrado yo, esa puerta
cierra en el instante propio.

SIRENE:

De mí fía.
(Vase.)

TETRARCA:

¿Qué misterios
son éstos?

MARIENE:

¿Estamos solos?

TETRARCA:

Sí, ¿qué miras?

MARIENE:

El puñal
que del reloj presuroso
de mi vida fue el volante.

TETRARCA:

En peligro bien notorio
le perdí.

MARIENE:

¿No está contigo?

TETRARCA:

No.

MARIENE:

Pues oye ahora.

TETRARCA:

Ya oigo.

MARIENE:

Bien pensarás, o fingido
amante o tirano esposo,
aleve, cruel, sangriento,
bárbaro, atrevido y loco,
bien pensarás que el pedir
a aquel monarca famoso,
a aquel valiente romano,
a aquel capitán heroico,
tu vida, comprada a precio
de gemidos y sozollos,
ha sido piedad y amor
de mi pecho generoso;
pues no, ni amor ni piedad
ha sido; afecto oneroso
sí, de mis quejas, porque
no hay otro estilo, no hay otro
camino de castigar
un ingrato pecho como
correrle con beneficios
cuando ofende con enojos;
que merced hecha a un tirano,
más que merced es oprobio.

MARIENE:

Y no me diera venganza
verte morir cuando noto
que es la muerte en las desdichas
el postrer último coto.
Verte vivir, sí, ofendido,
aborrecido y quejoso,
por creer que hallar no pude
castigo más riguroso
para un ingrato que verse
olvidado de lo propio
que se vio amado. El que llega
a esto, ¿cómo vive, cómo?

MARIENE:

Demás de que, por mí misma,
por mi honor, por mi decoro,
pedí tu vida, encubriendo
la causa de mis ahogos,
que saben todos quién soy,
y quién eres, uno solo;
y no por ganar con uno,
había de perder con todos.
Tu vida, en fin, pedí, no
porque vivas, ni tampoco
porque mueras consolado
de que dejaste, alevoso,
quien me matare, sino
porque sepas que no ignoro
que has vivido en esta ausencia
de mi muerte deseoso.
Este papel, esta firma
te convenzan. ¡Con qué asombro
le miras, quedando al verle
confuso, helado y absorto!

MARIENE:

En mi mano está. No tienes
que discurrir estudioso
cómo a ella vino, que al fin
la tierra, viendo el adorno
y la hermosura que debe
a ese cristalino globo
que parte la luna a giros,
que el sol ilumina a tornos,
le prometió no tenerle
nada oculto en su contorno,
que aun los cielos, con ser cielos,
dan los favores a logro.
¿Tú eres (¡aquí, de mi aliento
me desmayo al primer soplo,
con mis lágrimas me anego,
con mis suspiros me ahogo!)
de Jerusalén Tetrarca?

MARIENE:

Mas ¡ay! que no es grande abono
del mérito el conseguir
puestos, que bien reconozco
que es el puesto el desdichado
cuando el hombre es el dichoso.
Tú lo digas, pues que siendo
bastarda rama del tronco
de Judá, un ascalonita,
en cuyo nombre no toco
por no escandalizar, basten
las señas con que te nombro;
pues que siendo un idumeo,
otra vez a decir torno,
y habiendo por tus fortunas
llegado a tan alto solio
como merecer mi mano,
que fue de todos el colmo,
no por aqueso dejaste
los resabios afrentosos
de forajida nación,
baldón de nuestro abolorio,
pues, hidrópico de sangre,
no te bastó que en arroyos
de inocentes vidas vieses
hecha la ciudad un golfo,
sino dejar en tu muerte
legado tan afrentoso.
¿Quién sino tú vinculó
la muerte por patrimonio?

MARIENE:

¿Qué fiera la más sañuda,
qué bruto el más riguroso,
qué pájaro el más aleve,
qué bárbaro el más ignoto
mató muriendo, pues antes
de hombre, fieras y aves oigo
que mueren dando la vida?
Dígalo en gemidos roncos
la víbora que, royendo
sus entrañas, poco a poco
se revienta por sacar
muchas vidas de un aborto.

MARIENE:

Dígalo el ave que muestra
el pecho a su pico roto
y, por darles vida, yace
desangrada entre sus pollos.
Dígalo el escita, pues
al tiro más peligroso
expuesto el pecho, a la espalda
pone a su esposa y piadoso
se hace escudo de su vida
contra la pluma y el plomo.
Mas tú, más que todos fiero,
mas tú, más bruto que todos,
mas tú, más barbaro, en fin,
no sólo amparas, no sólo
favoreces lo que amas,
pero, avaro de los gozos,
aun muriendo no los dejas.

MARIENE:

Bien como el que codicioso,
amante de sus riquezas,
porque no las goce otro,
manda que, después de muerto,
le entierren con su tesoro.
Supongo que fue fineza
este despecho, supongo
que fueron celos, que nada
quiero dejar en tu abono.
¿Qué hazaña de amor es esta,
ni qué celos son tampoco,
los que sin ser culpa mía
son imaginado antojo
de bajo espíritu que,
neciamente escrupuloso,
no estimando a su mujer,
se desestima a sí propio?

MARIENE:

Y pues tan a costa mía
examino, miro y toco
que podrá vivir mi pecho
más seguro y más dichoso
aborrecido que amado,
desde aquí a mi cargo tomo
el hacer que me aborrezcas;
que, aunque pudiera con otros
medios huir de ti y vivir
en el clima más remoto
-donde el sol avaramente
dispensa sus rayos rojos
o donde pródigo abrasa
doradas arenas de oro-
no lo he de hacer, que no tengo
de dar con nuestro divorcio
que decir al mundo; y pues,
sin llegar a escandaloso
este apartamiento, puede
quedarse esto entre nosotros,
vivamos a morir juntos,
mas teniendo por forzoso
que en tu vida ni en mi vida
me has de mirar sin enojos,
me has de hablar sin sentimientos,
me has de escuchar sin oprobios,
ver sin suspiros los labios
ni sin lágrimas los ojos.

MARIENE:

Y este negro velo, puesto
siempre delante del rostro,
hará que ni el sol me vea,
siendo mis reales adornos
eternamente este luto.
Y pues fue, tirano, todo
tu deseo que yo muera,
del asesino, el soborno
te he de ahorrar, siendo este cuarto
de mi vida el mausoleo
en que nunca a entrar te atrevas;
que por el gran Dios que adoro,
que de la más alta almena
me arroje al sepulcro undoso
del mar, donde, despeñada,
dé número en breves trozos
a los átomos que son
jeroglíficos del ocio.

MARIENE:

Porque con tanto temor
te miro, con tanto asombro,
que creo que ya se cumple
de aquel judiciario docto
el hado; pues si él predijo
que tu acero prodigioso
o un monstruo me han de dar muerte,
huyendo del uno al otro,
o me ha de matar tu acero,
o el mar, que es el mayor monstruo.
(Vase y cierran por de dentro la puerta.)

TETRARCA:

Oye, aguarda, escucha, espera.
Mas (¡ay infeliz!) qué pronto
el impulso estaba a darme
con el postigo en los ojos!
Caiga, pues, al suelo. Pero
mal acuerdo (¡ay de mí!) tomo
en valerme de la fuerza,
que es preciso el alboroto
haga pública la causa
si con violencia le rompo.
Mejor es, ya que Filipo
tan traidor tan alevoso,
la dio el papel que traía
-mal la cólera reporto-
para Tolomeo, llevar
sus despechos de otro modo
y, acudiendo al rendimiento,
al halago, al desenojo,
valerme de la común
disculpa de los celosos,
que es que nunca están más cuerdos
que cuando se ven más locos.

TETRARCA:

¿Qué pasión, ¡cielos!, es ésta,
de amor hija y madre de odio,
que es cuando más la padezco
cuando menos la conozco?
Pues si los celos definir hubiera,
en un camaleón los retratara,
que del aire no más se alimentara
y a cada luz nuevo color tuviera.
Ojos de basilisco le pusiera,
que, con ser visto o ver, siempre matara;
pies de topo, que en todo tropezara;
y alas de halcón, que todo lo corriera.
De la sirena, le añadiera el canto;
del áspid, las cautelas, los desvelos
del lince; y de la hiena, en fin, el llanto.
Mas ¿dónde vais? Parad, parad, recelos;
no forméis un compuesto de horror tanto
que el mayor monstruo hayan de ser los celos.

TETRARCA:

Y pues con aquel acuerdo
y este discurso propongo
apelar, como ya dije,
al rendimiento, en apoyo
de que hay quien califique
por finezas los arrojos,
apele de ésta a la puerta
(aquesta puerta alboroto:
el palacio a aquélla acuda),
que cae deste cuarto a esotro,
que, estando más retirada,
con más secreto es forzoso
que pueda sin ruido abrirla.
 (Llega a la otra puerta que estará como dicen los versos y él hace las acciones que significan.)
Mas no haré si reconozco
cuánto defendida está
de candados y cerrojos
por esta parte. Y ¿quién duda
por esotra sea lo propio?

TETRARCA:

¡Quién, sin fiarse de nadie,
pues cualquiera es sospechoso
el día que lo fue Filipo,
romperlos pudiera solo!
Mas ¿cómo ha de ser posible
sin que entre aparte el escoplo
con lo sutil del barreno
o de la lima lo sordo?
A fuerza, ¿quién bastará,
ni a mano...? Pero, piadosos
cielos, ¿qué es esto? Las llaves
echadas en falso topo.
Abierta están, si no es
que, enternecido a mi lloro,
un hierro en otro se ablanda.

(Abre la puerta y sale como a hurto LIBIA.)

LIBIA:

Pues ya por de fuera oigo
ruido en los pestillos, quite
los que por de dentro rotos
dejó Astolfo. ¿Es Tolomeo?

TETRARCA:

No es Tolomeo.

LIBIA:

¡Qué ahogo!
¡Vuelva a encerrarme!

TETRARCA:

¡Detente,
aguarda!

LIBIA:

¿Qué miro? ¿Cómo,
señor, tú aquí, si yo cuando...?

TETRARCA:

Pues ¿de qué es, Libia, el asombro?
¿Puedes ignorar que puedo
estar aquí cuando todos
saben que he vuelto a palacio?

LIBIA:

Como esas cosas ignoro,
pues aun no sé de mí misma
si viva o muerta me nombro
desde que esta oscura cárcel
habito, donde Favonio
a entrar no se atreve en vientos
como ni en luces Apolo.

TETRARCA:

Cobra el aliento. ¿Tú presa,
Libia, aquí?

LIBIA:

De ello te informo,
porque la verdad te mueva
a estar conmigo piadoso.

TETRARCA:

Pues ¿qué ha habido?

LIBIA:

Tolomeo
-¡qué mal las razones formo!
mas ¿qué mucho, si las pierdo
cuando pienso que las cobro?-
Tolomeo (¡ay de mí triste!)
me servía para esposo.
Nuestro amor Mariene supo,
no importa que sepas cómo,
pues basta que no le falten
aun al más lícito estorbos;
a él desterró de palacio;
y en mí, que en efecto somos
más culpadas las mujeres
de su ofendido decoro,
vengó la saña, encerrada
aquí donde me ve sólo
una esclava que me trae
lo que bebo y lo que como.

LIBIA:

Astolfo que de este alcázar,
alcaide hizo, o por piadoso
o por deudo, o por amigo,
o por granjeado, o por todo,
viniendo a doblar las llaves,
no sé a qué fin, cuidadoso
hoy más que otros días, me dijo:
«Libia, librarte dispongo;
está advertida de que
Tolomeo...»
(Dentro ruido.)

TETRARCA:

Pasos oigo.
Vuelve Libia a retirarte
-que verte aquí es sospechoso
y más conmigo-, segura
que no sólo te perdono,
mas te agradezco el delito
de tu amor.

LIBIA:

A tus pies pongo
mi vida y mi honor.

TETRARCA:

Palabra
te doy de poner en cobro
tu honor y vida.

LIBIA:

[Aparte.]
Fortuna,
¿hasta cuándo tus antojos
han de traer mis desdichas
a dar de un peligro en otro?
(Vase.)

TETRARCA:

Veré quién es; que, después
que vuelva a quedarme solo,
entraré donde a la esclava
espere. Con el socorro,
ya más mío que de Libia,
hoy lograré el desenojo
de Mariene, si es
que con lágrimas le compro;

(Sale TOLOMEO.)

TOLOMEO:

[Aparte.]
Veré si Astolfo ha cumplido
la palabra que me da.
Pero aquí el Tetrarca está.
¡Cielos!, ¿qué habrá sucedido?
¿Mariene haberse escondido?
¿Él haberse retirado?
¿Yo, la ocasión mal logrado?
Disimule.

TETRARCA:

Tolomeo.

TOLOMEO:

Señor.

TETRARCA:

¿Dónde está, deseo
saber, Filipo?

(Sale FILIPO.)

FILIPO:

Postrado
a tus pies donde, señor,
en albricias de tu vida...

TETRARCA:

.... verás la tuya perdida
a manos de mi furor.
(Pónese en medio TOLOMEO.)

FILIPO:

¿En qué te ofendí?

TETRARCA:

¡Traidor!
¡Poco leal, menos fiel!

TOLOMEO:

¡Tente!

TETRARCA:

¿Qué hiciste un papel
que te di?

TOLOMEO:

Mis penas creo.

FILIPO:

¿No era para Tolomeo?

TETRARCA:

Sí.

FILIPO:

Pues él te dirá de él.

TOLOMEO:

[Aparte.]
¡Qué poco duró, ay de mí,
el secreto en la mujer!

TETRARCA:

¿Diótele a ti?

TOLOMEO:

[Aparte.]
(¿Qué he de hacer?)
Sí, señor.

TETRARCA:

¿Qué hiciste, di,
de el tú?

TOLOMEO:

[Aparte.]
(La verdad aquí
es la disculpa mejor.)
Una dama...

TETRARCA:

[A TOLOMEO.]
Di.

TOLOMEO:

[Aparte.]
¡Qué horror!)
... a quien sirvo para esposa...

TETRARCA:

Ya lo sé.

TOLOMEO:

...de mí celosa
-necios delitos de amor-
me le quitó de la mano
a cuyo tiempo llegó
tu esposa.

TETRARCA:

¡Castigue yo...

FILIPO:

¡Tente, señor!
(Ponése en medio FILIPO. Vase huyendo TOLOMEO, el TETRARCA tras él y vuelven por la otra parte.)

TETRARCA:

...tan tirano yerro!

TOLOMEO:

[Aparte.]
Esperar es en vano.
La fuga mi vida guarde.
(Vase.)

FILIPO:

¡Huye, Tolomeo!

TETRARCA:

¡Cobarde!
Si al mismo cielo te subes,
las murallas de sus nubes
te ampararán mal o tarde.
(Sale TOLOMEO atravesando el tablado.)

TOLOMEO:

[Aparte.]
¿Adónde estaré seguro
si furioso me ha seguido?
Habiendo hasta el mar salido
por la surtida del muro,
de aquella tienda procuro
valerme.
(Vase.)

FILIPO:

En la tienda ha entrado
del César.

TETRARCA:

Ese sagrado
y otro empeño aún más cruel
me fuerzan a volver de él,
ofendido y no vengado.
(Vase.)

Vuelve TOLOMEO a salir por otra parte, retirándose de OCTAVIANO. Sale OCTAVIANO.

OCTAVIANO:

Hombre que tan atrevido,
robado el color y puesta
la mano en la espada, osas
haber entrado en mi tienda
-cuando he mandado que todos
solo me dejen en ella
con mis pesares-, si acaso
alguna traición intentas,
buena ocasión has hallado.
¿Qué aguardas?

TOLOMEO:

Detente, espera;
que es lealtad, y no traición,
la que a este trance me fuerza.

OCTAVIANO:

¿Quién eres?

TOLOMEO:

Soy un soldado,
hijo infeliz de la guerra,
que llegué por mis servicios
a ser capitán en ella
de las guardias del Tetrarca,
y de Sión, en su ausencia,
gobernador.

OCTAVIANO:

¿Qué pretendes?

TOLOMEO:

No mi vida, aunque pudiera;
la de Mariene, sí;
que es mi señora y mi reina.

OCTAVIANO:

Buenas cartas de favor
traes. Di y lo que fuere sea.

TOLOMEO:

[Aparte.]
(¡Oh, Libia, cuánto el empeño
de tu libertad me arriesga,
pues, por ti, de una verdad
he de hacer una cautela!)
El Tetrarca, enamorado
tanto de su esposa bella
vivió, que intentó pasar
a la práctica experiencia
de que amores y privanzas,
cuando a sumo aumento llegan,
es de su felicidad
declinación la tragedia.

TOLOMEO:

Viendo, pues, que de su muerte
declarada la sentencia
estaba; y viendo que tú,
enamorado de verla
en un retrato la amabas
-que todo aquesto me cuenta
quien trajo una carta-, aleve
dispuso mandarme en ella
que yo, como quien aquí
la asistía de más cerca,
la atosigase a un veneno;
cuyos celos de manera,
al verla hoy viva y contigo,
crecieron con la sospecha
de que por ella habías dado
a Jerusalén la vuelta
que, en vez de que agradecido
de que su vida pidiera
con tantas ansias, llegó
con ella a palacio apenas
cuando en un oscuro cuarto
la encerró; y con saña fiera
conmigo embistió a matarme,
por no haberla hallado muerta.

TOLOMEO:

De él es de quien vengo huyendo
a darte la infeliz nueva
de que Mariene está
por ti en tanto riesgo puesta
que no tiene de su vida
seguridad; pues es fuerza,
quien en ausencia lo manda,
que lo ejecute en presencia.
Pues eres César, señor,
y tan generoso César
que, para victorias tuyas,
faltan plumas, faltan lenguas,
del poder deste tirano
la saca, porque te deba
el sol su mejor aurora,
la aurora su mejor perla,
la tierra su mejor flor,
el cielo su...

OCTAVIANO:

Cesa, cesa,
no prosigas, no prosigas;
no en la persuasión me ofendas.
¿Expuesta Mariene, (¡cielos!)
y por mi ocasión expuesta
a tanto riesgo? ¿Qué aguardo?
 [Aparte.]
(Pero con más advertencia
lo he de mirar, que no es bien
que la información primera
me lleve tras sí; y más cuando
no es cobarde la sospecha
de todos estos.) Soldado,
mira si verdad me cuentas.

TOLOMEO:

Tanto, que a la misma torre
adonde encerrada, presa
y afligida está, señor,
te llevaré a que la veas,
luego que baje la noche
de pardas sombras cubierta.

OCTAVIANO:

¿A la misma torre?

TOLOMEO:

Sí,
porque yo tengo...

OCTAVIANO:

Di apriesa.

TOLOMEO:

[Aparte.]
(¡Para qué de cosas hoy
sirvió mi amor!)... llave maestra
de sus jardines. Si acaso
de mi lealtad te recelas,
lleva tus guardas contigo
para que, llegando a verla,
como he dicho, en su socorro
asegures tus defensas.
 [Aparte.]
(Y yo la vida de Libia,
pues que no dudo que, fuera
del palacio Mariene,
podré mejor socorrerla.)

OCTAVIANO:

Tan a los reparos sales,
que ya nada dudo. Y sea
lealtad o traición, por sólo
verte iré, Mariene bella;
y si es a darte la vida,
quiera amor que lo agradezcas.
[Vanse.]

Sale SIRENE con luces y las DAMAS que puedan con azafates y luego MARIENE.

MARIENE:

¡Dejadme morir!

SIRENE:

Advierte
que esa pena, ese dolor,
más que tristeza es furor;
y más que furor es muerte.

MARIENE:

Es tan fuerte
mi mal que, por riguroso,
no mata de puro fiel;
sin ver él
que, ser conmigo piadoso,
no es dejar de ser cruel.

DAMA 1ª:

Ya que, aborreciendo el lecho,
en el jardín has estado
hasta ahora, dé el cuidado
blandas treguas al despecho.

MARIENE:

Mal sospecho
que pueda el sueño aliviar
mi pesar;
pero, porque no paguéis
la culpa que no tenéis,
empezadme a destocar.
(Van recogiendo en los azafates los más adornos que pueda quitarse.)

SIRENE:

¿Quieres, mientras desafía
al sol esplendor tan bello,
desmarañando el cabello
de las prisiones del día,
la voz mía
algo te divierta?

MARIENE:

No,
porque yo
no juzgo que me mejore
quien cante sino quien llore.

SIRENE:

Filósofo hubo, que dio
causa en la naturaleza,
para aumentar la armonía,
al alegre la alegría
como al triste la tristeza.

MARIENE:

Pues empieza,
con condición que al dolor
hagas mayor.

SIRENE:

Con una letra será,
que, aunque es antigua, podrá
aconsejar lo mejor.
(Cantan.)
Si te quisiera matar
algún enemigo fiero,
madruga y mata primero.

MARIENE:

¡Ay de quien ha de esperar
a morir y no matar!
Y más cuando considero
cuánto se acerca el severo
hado, contra quien no sé
en mi defensa qué haré.

SIRENE:

(Canta.)
Madruga y mata primero.
(Salen TOLOMEO y OCTAVIANO.)

TOLOMEO:

Pisando las negras sombras
en el silencio nocturno,
el jardín has penetrado
a tiempo que al cuarto suyo
se va retirando ella.

OCTAVIANO:

[Aparte a TOLOMEO.]
Ya tus verdades no dudo,
ni su aflicción; pues tan sola
está y vestida de luto
todavía. Tú a esa puerta,
pues menos ruido hará uno,
me espera.

TOLOMEO:

Sí haré, teniendo
la gente que has traído a punto
para cualquier accidente.
(Vase.)

OCTAVIANO:

[Aparte.]
Tanto de verla me turbo,
que no sabré discurrir
si esto es ya pesar o gusto.

MARIENE:

Vuelve, Sirene, pues es
tan a mi intento el asunto.
Tú, Arminda, cierra esas puertas.

SIRENE:

Obedecerte procuro.
[Canta.]
Si te quisiere matar...

DAMA 1ª:

Y yo también, pues acudo
las puertas a cerrar.
(Ve a OCTAVIANO. Deja caer el azafate y vuelve huyendo.)

OCTAVIANO:

No.
lo intentes, que es dolor sumo,
sin luz y sol, quedar ciego
dos veces.

DAMA 1ª:

¿Qué veo y escucho?
¡Ay infelice!

MARIENE:

¿Qué es eso?

DAMA 1ª:

El mal embozado bulto
de un hombre que hasta aquí ha entrado.

MARIENE:

¿Hombre aquí?

OCTAVIANO:

[Aparte.]
Ya hablar no excuso.

MARIENE:

¡Dad voces!

SIRENE:

Yo no podré,
que aun cómo respire dudo.
(Vanse huyendo dejando los azafates caer.)

DAMA 1ª:

Ni yo, que apenas aliento.
(Vase.)

DAMA 2ª:

Ni yo, que tímida huyo.
(Vase.)

MARIENE:

Huya yo también.
(Desembózase OCTAVIANO, detienela.)

OCTAVIANO:

Teneos
vos y reparad el susto;
pues, más que para enojaros,
para serviros os busco.

MARIENE:

¡Vos, señor! Pues... cómo... si...
aquí... yo... cuándo...

OCTAVIANO:

Quien pudo
antes de veros amaros,
después de veros, no dudo
que dejar de amaros pueda.

MARIENE:

No son de un César Augusto
tales acciones.

OCTAVIANO:

Sí son,
pues más a veros me trujo
vuestro daño que mi afecto,
vuestro riesgo que mi gusto.
Yo he sabido que, en poder
de tirano dueño injusto,
estáis expuesta al peligro
de tan sacrílego insulto
como que obre por su mano
lo que por otra dispuso.
A poner en salvo vengo
vuestra vida.

MARIENE:

El labio mudo
quedó al veros; y al oíros
su aliento le restituyo
animada para sólo
deciros que algún perjuro,
aleve traidor, en tanto
malquisto concepto os puso.
Mi esposo es mi esposo, a quien
amo, amado con tan puro
amor que en los cuerpos somos
dos, pero en las almas uno.
Y suponiendo imposibles
que con vergüenza pronuncio,
cuando fuera, que lo niego,
que me mate un error suyo,
no ha de matarme mi error,
y lo será si de él huyo.
Con que viene a importar menos
morir inocente, juzgo,
que vivir culpada a vista
de las malicias del vulgo.
Y así, si alguna fineza
he de deberos, presumo
que la mayor es volveros.

OCTAVIANO:

Sí haré, si vuestro discurso,
como salva mi primero
motivo, salva el segundo.
Un retrato tenía vuestro,
a cuyo hermoso dibujo,
sin saber el dueño, daba
mi humana adoración culto.
Por sanear sospechas (ya
lo visteis) sabiendo cúyo
fuese, os le di; y pues en vuestro
decoro sirvió, no dudo
que con justicia le pido.

MARIENE:

No hacéis; que tenerle es uno
por despojo y otro es,
por dádiva; y a este puro
fuego abrasará esta mano,
si en ella el menor impulso
reconociera de que
para volvérosle tuvo.
 (Va a poner la mano en la luz. Él se la toma y ella, retirándola, le saca el puñal de la cinta.)

OCTAVIANO:

No hiciérades, que impidiera
yo llegar al ardor suyo,
estorbando así la acción.

MARIENE:

Es atrevimiento injusto.

OCTAVIANO:

No es, sino justo deseo.

MARIENE:

Antes a los cielos juro
que con vuestro mismo acero,
que ya en mi mano desnudo
está, me atraviese el pecho.

OCTAVIANO:

Tente, mujer; que confundo
mis sentidos al mirar
no sé qué fatal trasunto
que vi otra vez.
(Retírase.)

MARIENE:

De ese pasmo,
de ese pavor que os infundo,
el contratiempo gozando,
huiré, siempre este agudo
filo al pecho. Mas ¿qué veo?
¿No es el que fiero y sañudo
me amenaza? Con más causa
ya de dos contrarios huyo.

OCTAVIANO:

¡Oye!

MARIENE:

¿Suelta?
(Deja caer el puñal y vase y OCTAVIANO tras ella y sale el TETRARCA por otra parte.)

TETRARCA:

¿Quién, ladrón
del mismo tesoro suyo,
dentro de su misma casa
gozó sus bienes por hurto?
Hasta ahora la esclava no
abrió. Y yo, triste, discurro
el cuarto a la media luz
de escaso esplendor nocturno
que allí horrores late; y más
si a sus reflejos descubro,
de mujeriles adornos,
ajadamente difusos,
sembrado el suelo. ¿Qué es esto?

TETRARCA:

No me propongas, discurso,
que, bajel que echa la ropa
al mar, padece infortunios;
que, casa que se despoja
de las alhajas que tuvo,
estragos de fuego corre;
pues ni la tormenta dudo
ni el incendio ignoro cuando
entre dos aguas fluctúo,
entre dos fuegos me hielo,
viendo que me embisten juntos,
para zozobrar, suspiros,
para hacerme llorar, humo.
Estas arrojadas señas,
¿no son de nobles, de augustos
faustos despojos? ¿Y aquéste
no es el fiero puñal duro
que, registro de los astros,
en aguja de sus rumbos?

TETRARCA:

¿No es éste el que yo a Octaviano
dejé? ¡Sí! Pues ¿quién le trujo
aquí entre arrastradas pompas?
Pero ¿para qué lo apuro,
si es de los desconfiados
la imaginación verdugo?
¡Tarde hemos llegado, celos,
y bien tarde! Pues no dudo
que quien arrastra despojos
habrá celebrado triunfos.
Si es dichoso el desdichado
que, siéndolo, no lo supo,
desdichado del dichoso
que, no siéndolo, lo tuvo
por cierto; y, pues se me vuelven
mis agorados anuncios
tan a la mano, a ellos muera
antes que...

OCTAVIANO:

[Dentro.]
¡Tente!

TETRARCA:

¿Qué escucho?
(Vuelven huyendo MARIENE y OCTAVIANO tras ella y da en brazos del TETRARCA tropezando.)

OCTAVIANO:

Bello prodigio.

MARIENE:

Es en vano.
Mas, ¡ay de mí, cielos justos!

OCTAVIANO:

¿Qué es lo que miro?

TETRARCA:

Turbado
he quedado.

OCTAVIANO:

Yo confuso.

MARIENE:

Yo confusa, yo turbada,
pues, entre dos daños, de uno
doy en otro, y ya no sé
cuál dejo, ni cuál procuro,
pues siempre tengo peligro,
cuando caigo y cuando huyo.

OCTAVIANO:

No temas, que de tu vida
este pecho será escudo.

TETRARCA:

Vista tu fuga, a tu honor
este pecho será muro.
 (Riñen los dos y ella mata las luces.)

OCTAVIANO:

Cumple, pues, lo que prometes.

TETRARCA:

Así verás si lo cumplo.

MARIENE:

Y yo si así lo embarazo.

TETRARCA:

¿Adónde, César perjuro,
te escondes?

OCTAVIANO:

Yo no me escondo.
Aquí estoy.

TETRARCA:

Ya yo te busco.
Y pues a brazos llegamos,
en ellos muere.

MARIENE:

¡Oh injustos
hados, que inocente muero
protesto al cielo!

LOS DOS:

¡Qué escucho!

TOLOMEO:

 [Dentro.]
Entrad todos, que de voces
y armas es grande el tumulto.
(Salen todos.)

SIRENE:

Llegad todas.

LIBIA:

A tan grande
estruendo, salir no excuso
de mi prisión.

TODOS:

¿Qué es aquesto?

POLIDORO:

No haber gozado el indulto
Mariene, me parece.

OCTAVIANO:

Dar muerte al hombre más bruto,
más bárbaro y más sangriento
que ha eclipsado el sol más puro.

TETRARCA:

Yo no la he dado la muerte.

TODOS:

Pues ¿quién?

TETRARCA:

El destino suyo,
ya que, muriendo a mis celos
y a mi puñal, ejecuto
que mató a lo que más quise
el mayor monstruo de mundo.
Y porque de su venganza
no logre el lauro ninguno,
yo la vengaré de mí
arrojado de este muro
al mar.
(Vase.)

OCTAVIANO:

Primero a mi mano...

CAPITÁN:

Será en vano, que sañudo
se arrojó.

OCTAVIANO:

Con que en tragedias
pararon todos mis triunfos.

TOLOMEO:

Sígueme, Libia, y huyamos
de ver tan mísero asunto.

LIBIA:

¡Qué lástima!

SIRENE:

¡Qué desdicha!

FILIPO:

¡Qué horror!

CAPITÁN:

¡Qué asombro!

POLIDORO:

¡Y qué abuso
no ahorcarme a mí y degollarla
a ella!

OCTAVIANO:

Hermoso sol caduco,
pues que no puedo vengarte,
yo haré eterna a los futuros
siglos tu fama, diciendo
la inscripción de tu sepulcro:
«la inocente Mariene
dio fin, cumpliendo su influjo
injustos celos, que son
el mayor monstruo del mundo.»

POLIDORO:

Como le escribió su autor;
no como la imprimió el hurto,
de quien es su estudio echar
a perder otros estudios.

finis.
El fiscal y el censor la vean [y] confirmen, Madrid, a abril 21 de 1672.
[Rúbrica]
Vista y aprobada, Madrid, a 23 de abril de 1672.
D. Francisco de Avellaneda.
[Rúbrica]