El mayor monstruo del mundoEl mayor monstruo del mundoPedro Calderón de la BarcaActo II
Acto II
Cuadro I
Córrese una cortina, y vese a un lado del tablado el SOLDADO 1º, como sustentando de la parte de abajo un retrato entero de MARIENE; y el SOLDADO 2º de la parte de arriba, como que le está colgando sobre una puerta que habrá en el vestuario.
SOLDADO 1º:
Ya que en sus melancolías
no hay cosa que le divierta
más que, en varios trajes, ver
repetida esta belleza,
y éste es el mejor retrato
de cuantos de la pequeña
lámina al lienzo pasó
del noble arte la excelencia,
pongámosle de su cuarto
sobre el marco de la puerta,
para que cuando entre y salga
a todas horas le vea.
SOLDADO 2º:
Bien has prevenido.
SOLDADO 1º:
Pues
sea presto, que ya llega.
SOLDADO 2º:
Con la prisa que me das,
no sé si bien puesto queda.
¡Quiera Dios que no se caiga,
vencido el clavo o la cuerda!
(Quítase el SOLDADO y sale OCTAVIANO.)
OCTAVIANO:
Pasión tan desesperada,
que al primer paso tropieza
en un imposible, y cay
en otro, queriendo ciega
dar una esperanza viva
en una hermosura muerta,
bien se ve que no es pasión,
sino locura, y de tema
tan invencible que triunfos,
aplausos, lauros, y empresas
no la alivian, puesto que
ni todo ni parte sean
a echar de mí una aprehensión
tan rebeldemente necia.
SOLDADO 1º:
Como mandaste, señor,
que en todo Menfis se hicieran
de este pequeño retrato (Dale el retrato.)
varias copias, truje ésta,
por ser la más parecida.
OCTAVIANO:
Dices bien, pues no pudiera
haberla mejor sacado
el pincel, cuando corriera
las líneas y los bosquejos
al lienzo desde mi idea.
¡Que nunca me hayas sabido,
o con maña o con cautela,
de Aristóbolo quién fuese
alma de deidad tan bella!
SOLDADO 1º:
Con ese intento mil veces
a la torre que le encierra
de guarda entré, pero nunca
lo supe; que de manera
Aristóbolo ha perdido
el juicio desde que en ella
está, que es en vano ya
que a nada en razón atienda.
OCTAVIANO:
¿Qué dices?
SOLDADO 1º:
Que solamente
desatinos dice y piensa.
OCTAVIANO:
No me espanto (¡ay infelice!)
si la causa que le fuerza
a perder el juicio ha sido
perder esta hermosa prenda.
¿Cómo es compatible (¡oh, rara
beldad!) que un delirio sientan
dos, el uno, porque te halle,
y el otro, porque te pierda?
¡Qué mal hice, cuando, necio
de amor y de su violencia,
culpé a Antonio que adorase
a aquella gitana, aquélla
que en los teatros del mundo
hizo la mayor tragedia!
¡Oh qué bien vengado está
de mi altivez, y soberbia!
Pues para mayor trofeo,
con instrumento se venga
tan fácil como un retrato,
y ése de una beldad muerta. (Cajas destempladas.)
OCTAVIANO:
Pero ¿qué es aquesto? Cuando
triste pronuncia mi lengua
«muerta beldad», me responden
las cajas y las trompetas
destempladas. ¿Si los cielos
si los montes, si las selvas,
si los vientos, si los mares,
cuando mi voz les acuerda
de igual pérdida, la ruina
compadecidos celebran
de esta difunta hermosura
repetidas las exequias? (Las cajas.)
Otra vez, ¡piadosos cielos!
suena el rumor de más cerca.
Ved quién ese pavor causa.
SOLDADO 1º:
Mucho extraño que las señas
no te lo digan, pues es
ceremonia usada ésta
de los bárbaros gitanos,
siempre que, rendida o presa,
alguna persona real
en su corte sale o entra.
OCTAVIANO:
Pues ¿quién entra o sale hoy,
o preso o rendido en ella?
(Sale el CAPITÁN.)
CAPITÁN:
El Tetrarca, a quien tú diste
orden de que yo le prenda,
y viendo cuánto supone
virrey que por ti gobierna,
usando la ceremonia
de que con sus armas venga
y con salva se reciba,
bien que trágica y funesta,
llega a tus pies.
(La caja SOLDADOS y el TETRARCA.)
OCTAVIANO:
Más estimo
ver postrada esa soberbia
que el alto triunfo con que
Roma recibirme espera.
Quede él solo, y los demás
salgan, Patricio, allá fuera;
que, por si acaso mi enojo
tras sí mis acciones lleva,
no quiero que nadie airado
con un rendido me vea.
Templad vos, pues sois mi espejo,
mi cólera. (Mira al retrato que tendrá en la mano.)
TETRARCA:
[Aparte.]
(Suerte adversa,
¿a qué más pudo llegar
de tus ceños la influencia?)
Invicto Octaviano, cuyo
nombre en láminas eternas
el tiempo escriba dictado
de las plumas y las lenguas,
a tus pies llego ofendido,
porque, para que vinieran
mi lealtad y mi valor
a rendirte esta obediencia,
no era menester que fuesen
por mí; que el que se respeta
por fuerza cuando por gusto
puede, a sí mismo se afrenta,
pues quita a la voluntad
lo que le añade a la fuerza.
TETRARCA:
(Alarga otra mano, en que no tiene el retrato, y el TETRARCA, al besar la una, mira a la otra.)
[Aparte.]
Dame tu mano. (Mas, cielos
divinos, al besar ésta,
¿qué es lo que en aquélla miro?
¿Habrá en el mundo quien beba
dos venenos a dos manos,
y a un mismo tiempo los sienta
en los labios y en los ojos?)
(Volviendo la espalda, y él de rodillas tras él.)
OCTAVIANO:
Si informado no estuviera
de mi razón, a la tuya
bastante crédito diera;
pero si son destempladas
cláusulas -que no concuerdan
esa afectada humildad
con tu traidora soberbia-,
no violencia, no rigor
la prevención te parezca;
que con vasallos que son
de los de «¡Viva quien venza!»
fuerza es que la voluntad
se aproveche de la fuerza.
TETRARCA:
[Aparte.]
(¡Mortal estoy, dadme, dioses,
valor, que quizá no es ella!
¡Que agora me la ocultase!)
Si contra mí te aconseja
quien pretende...
OCTAVIANO:
No presumas
que, mal advertido, hiciera
extremos tales; de ti
sé la ambición con que intentas
conspirar al sacro imperio,
a cuyo efecto la guerra
mantenías, dando a Antonio
los socorros para ella. (Saca unas cartas y póneselas con el retrato.)
Estas firmas te convencen:
de ellas lo sé. Llega, llega,
míralas bien, tuyas son,
míralas.
TETRARCA:
[Aparte.]
Yo miro, al verlas,
mi muerte más declarada
de lo que aun tú mismo piensas.
Pues... yo... sí...
OCTAVIANO:
Esa turbación
es ya segunda evidencia.
Pero quien a un Idumeo
honró, baja estirpe hebrea,
rebelada de sus nobles
tribus, esto y más merezca.
OCTAVIANO:
Y así, mientras tu castigo
a los demás escarmienta,
sabe que soy Octaviano,
que soy el único César
de Roma, que el Nilo y Tíber
humildes mis plantas besan;
y que a cuantos contra mí,
con traiciones, con cautelas,
quieran conspirar, negando
a mi poder la obediencia,
seré yo quien los corone
del laurel, para que sean,
con un impulso, a mis plantas
con una acción, a mis huellas,
dos trofeos de una vez
mi laurel y su cabeza. (Vase hacia la puerta del retrato.)
TETRARCA:
(Aparte.)
¡Que esto escuchen mis oídos
y aquello mis ojos vean
sin que el dolor me despeñe!
Yo he de morir, cosa es cierta,
a sus manos o a mis celos:
pues él a mis celos muera,
y a mis manos; que una vida
tan grande no es bien se venda
a menor precio.
(Al entrarse OCTAVIO, va a darle el TETRARCA. Cae el retrato, clava en él el puñal, y vuelve.)
OCTAVIANO:
¿Qué es esto?
TETRARCA:
Desesperada impaciencia
que ha de costarme el decirla
aun mucho más que el hacerla.
OCTAVIANO:
¿Tú con el desnudo acero,
cuando yo la espalda vuelta,
y entre tu acero y mi espalda
esta hermosa imagen puesta?
¿Tú turbado, yo seguro,
y ella herida? ¿Tú con muestras
de venganzas, yo de agravios,
y ella de piedades? ¿Muerta
tú la acción, yo vivo el riesgo,
y ella ofendida? ¡Vive ella
-que, como a deidad que adoro,
bien puedo este obsequio hacerla-
que este sacrílego acero,
ya que horrores representa,
el instrumento ha de ser,
pues lo fue de tu violencia, (Toma el puñal.)
de tu castigo! Vea el mundo
que el que me agravia, me venga.
¡Hola!
(Salen el CAPITÁN y SOLDADOS.)
CAPITÁN:
¿Señor?
OCTAVIANO:
A la torre,
donde su hermano se encierra,
llevad también al Tetrarca,
donde sólo un criado tenga
de los que le hayan seguido.
TETRARCA:
Cuando mi sepulcro sea,
la vida debo a un puñal;
yo le pagaré con ella.
(Llévanle.)
OCTAVIANO:
Y yo la vida a un retrato;
y pues que de otra manera
no puedo, con adorarle
también pagaré mi deuda.
(Vase.)
(Vuelve a cubrir la cortina el retrato, y salen dos SOLDADOS, y POLIDORO paseándose.)
SOLDADO 1º:
Grande es tu melancolía.
POLIDORO:
¿Melancolía decís,
bergantonazo? ¡Mentís!
SOLDADO 1º:
Pues ¿qué es esto?
POLIDORO:
Hipocondría,
que un príncipe como yo
no había de adolecer
vulgarmente, ni tener
mal que tiene un sastre.
SOLDADO 2º:
No te enojes de eso.
POLIDORO:
Sí quiero,
que estar triste solamente,
no es achaque competente
de un príncipe prisionero;
y más si se considera
la grande superchería
con que de noche y día
me tratan.
SOLDADO 2º:
¿De qué manera?
POLIDORO:
¿De qué manera, picaño?
¿Qué príncipe se prendiera
donde una infanta no hubiera
que, condolida a su daño,
con músicas le avisara
desde el cubo del terrero,
y a pagar de su dinero
las guardas le sobornara,
para que una noche oscura,
en dos caballos los dos,
por parque, a la paz de Dios,
se fuesen a su ventura?
SOLDADO 1º:
Si estuviera por acá
[Aparte]
(Así saber algo trato)
la dama de aquel retrato,
quizás ella...
POLIDORO:
Claro está
que mirara por su honor;
y caso que allá estuviera
preso un infante, y no hubiera
tenídole mucho amor,
las desdichas acabadas
desta mi prisión cruel,
por no haberse ido con él,
la matara yo a patadas,
según la adoro; y sospecho
que si donde estoy supiera,
estrafalaria viniera
por mí.
SOLDADO 2º:
Lo medio está hecho,
porque yo, compadecido,
aderezo te traeré
de escribir.
(Vase.)
SOLDADO 2º:
Yo un propio haré,
al punto que haya sabido
dónde se ha de encaminar
la carta.
POLIDORO:
¿Qué dices?
SOLDADO 2º:
Digo
lo que por ti a hacer me obligo.
POLIDORO:
Mil abrazos te he de dar
mientras, habiendo avisado
y librádome mi dama,
te hago el hombre de más fama.
SOLDADO 2º:
No es aquése mi cuidado...
[Aparte.]
(Que más que espero de ti,
de Octaviano espero, pues
con eso sabrá quién es
dueño del retrato.)
SOLDADO 2º:
Aquí hay ya de escribir recado.
POLIDORO:
¿Con su tinta y pluma?
SOLDADO 2º:
En él se dice todo.
POLIDORO:
¿Papel?
SOLDADO 2º:
También.
POLIDORO:
¿Batido y dorado?
SOLDADO 2º:
No, pero el que bastará.
POLIDORO:
¿Polvos?
SOLDADO 2º:
Polvos hay.
POLIDORO:
¿Oblea, lacre y sello?
SOLDADO 2º:
Sí.
POLIDORO:
Pues ¡ea!
Llegadme el bufete acá.
¿La silla?
SOLDADO 2º:
Ya está llegada.
(Pónenle todo lo que ha dicho, y lléganle bufete y silla.)
POLIDORO:
¿Papel, tinta y pluma aquí
no hay? ¿Polvos y sello?
LOS DOS:
Sí.
POLIDORO:
Pues aún no tenemos nada.
SOLDADO 1º:
¿Qué falta de prevenir?
POLIDORO:
Lo mejor.
SOLDADO 2º:
Sepa qué fue,
volando por ello iré.
POLIDORO:
El que yo no sé escribir. (Maltrátanle los dos.)
SOLDADO 3º:
¿Agora sale con eso
el tonto?
SOLDADO 2º:
¿El loco?
SOLDADO 1º:
¿El menguado?
POLIDORO:
¿Quién vio príncipe aporreado?
(A la puerta el CAPITÁN y TETRARCA y los dos le vuelven a poner capa y sombrero como que le sirven.)
CAPITÁN:
Ésta es la torre en que preso
Aristóbolo está. En ella
dejarte el César mandó.
SOLDADO 2º:
[Al SOLDADO 1º]
Gente en la prisión entró.
SOLDADO 1º:
No vean que le atropella
nuestro enojo; que han mandado
con respeto le tratemos.
SOLDADO 2º:
Que le servimos mostremos.
CAPITÁN:
¿Cómo tu alteza ha pasado
la noche?
POLIDORO:
Mal; y peor
la mañana, que a porrazos
aquestos picaronazos
me han muerto.
(Da tras ellos.)
CAPITÁN:
¡Tente, señor!
¿Qué haces?
POLIDORO:
Reñir, vive Apolo,
a manera de valiente
al uso, que habla si hay gente
y calla cuando está solo.
CAPITÁN:
Advierte que a estar contigo
viene el Tetrarca, tu hermano.
POLIDORO:
¿El Te... qué?
CAPITÁN:
El Tetrarca.
POLIDORO:
[Aparte.]
En vano
es ya excusarse el castigo
de haber tal engaño hecho.
CAPITÁN:
[Al TETRARCA.]
Llegad; bien podéis llegar
con Aristóbolo a hablar.
TETRARCA:
[Aparte.]
(¡Qué miro! Mas ya sospecho
que hay algún secreto aquí,
pues con su nombre no ignoro
que esté preso Polidoro
para grande fin; y así,
disimular me conviene.)
Dame, en mis últimos plazos,
Aristóbolo, los brazos...
POLIDORO:
[Aparte.]
Borracho el Tetrarca viene.
¡Aristóbolo me llama!
TETRARCA:
....ya que en mis penas el cielo
no me deja otro consuelo
que ver mentida la fama
que de tu muerte corrió.
POLIDORO:
(Aparte.)
¡Vive Dios, que insiste en ello!
¿Qué fuera que, sin sabello,
fuese Aristóbolo yo?
CAPITÁN:
[A los SOLDADOS.]
Dejarlos solos es bien;
que hablen los dos, pues es llano
que a algún efecto Octaviano
quiso que juntos estén.
(Vanse el CAPITÁN y los SOLDADOS.)
TETRARCA:
¿Estamos ya solos?
POLIDORO:
Sí.
TETRARCA:
¿Qué es aquesto, Polidoro?
POLIDORO:
Un fingimiento que lloro.
TETRARCA:
¿De qué suerte?
POLIDORO:
Escucha.
TETRARCA:
Di.
POLIDORO:
Que este vestido lucido
me dio mi amo, es lo primero;
que parezca caballero
un pícaro bien vestido,
lo segundo; con que, el día
que el César triunfante entró
y a Antonio y Cleopatra halló
en su fatal bobería,
prisioneros nos hicieron;
y, como iba galán yo,
con la caja en que guardó
cartas y joyas, creyeron
que era Aristóbolo; él,
el engaño prosiguió,
con que me aristoboló
y yo le polidoré.
POLIDORO:
Qué fue de él, no sé, que están
mis ansias con luz tan ciega,
sin ver si vienen ni van,
en un callejón Noruega,
aprendiendo a gavilán.
TETRARCA:
Ya que de aqueso informado
estoy, a un lado te aparta,
que tengo que hablar conmigo.
POLIDORO:
[Aparte.]
Ésta es la dicha más rara
de un buen hablador: toparse
con quien no le diga nada
y le oiga cuanto él diga.
(Vase.)
TETRARCA:
Ya que solo me veo, salgan
en lágrimas y suspiros,
sin estruendo de palabras,
a los labios y a los ojos
tan cautelosas mis ansias,
que, saliendo de ella, aun no
las eche menos el alma.
¿Qué es esto, cielos, qué es esto
(¡ay de mí!) que por mí pasa?
Que bien será menester
que vuestra autoridad valga
mi crédito, porque es tal
el tropel de mis desgracias
que, aun pasando a la experiencia,
se me queda en la ignorancia.
TETRARCA:
Dejo aparte que del sacro
laurel pierda la esperanza;
dejo haberme convencido
de mis designios mis cartas;
dejo el castigo forzoso
de acción tan desesperada
como que a morir matando
me despeñase mi saña,
pues la desesperación,
designios y ambición paran
sólo en pensar que ya tengo
el cuchillo en la garganta;
y voy a que otro dolor
es tal, que el morir no basta
para acabar con él, puesto
que en mí el frase se adelanta
de «a la garganta el cuchillo»,
pues dirá desde hoy mi patria
que, «el cuchillo al corazón»,
murió su infeliz Tetrarca.
TETRARCA:
Al corazón dije y dije
bien, que él es a quien traspasa
ver en poder de Octaviano
a Mariene retratada,
y en dos partes, como quien
dice que la luna clara
de un espejo, si está entera,
hace un rostro, y si quebrada,
dos; mostrando que, en abusos
de supersticiones varias,
el espejo que se quiebra
siempre agüeros amenaza,
y es el mayor haber visto
a Mariene con dos caras.
TETRARCA:
Bien discurro yo en que una
hermosura soberana,
por soberana hermosura,
solamente la retratan,
sin más intención que el serlo,
o la excelencia o la gala
del artífice; bien creo
que, al verla, el no recatarla
de mí es ignorar quién sea,
que ser mi esposa y mostrarla
era cosa muy indigna
para dicha cara a cara,
cuando no por mí, por ella.
Pero todo esto no salva
el que no tenga interior
afecto (¡ay de mí!) de amarla
quien, no contento con una
en la mano, otra en la sala,
jura por ella el haber
de tomar de mí venganza.
TETRARCA:
Y pasando a que el puñal (Tocan a marcha.)
en su pecho... Mas ¿qué cajas
a marchar tocan? ¿Habrá
quien en esta triste estancia
me diga qué marcha es ésta?
(Sale FILIPO.)
FILIPO:
Sí.
TETRARCA:
¿Quién?
FILIPO:
Yo, a quien adelanta
su lealtad a ser, señor,
el criado que le manda
que solo te asista.
TETRARCA:
¡Oh, cuánto
el ser tú quien me acompaña
estimo!
FILIPO:
No es leal el que
no lo es hasta las aras;
y así, aqueste breve tiempo
que le queda a tu esperanza
de vida -pues se presume
que antes que de Egipto salga
Octaviano, su rigor
en ti ejecute-, mis canas,
mi amor, mi fe, mi alma, y vida
vienen a ver qué me encargas.
TETRARCA:
¿Tan breve y tan cierta es
mi muerte?
FILIPO:
El que su jornada
apresure, lo adivina.
TETRARCA:
¿Cómo?
FILIPO:
Como hace la marcha
a Jerusalén, por si hay,
muerto tú, novedad.
TETRARCA:
Calla,
Filipo, no me lo digas;
que tú eres el que me matas
antes que él.
FILIPO:
¿Yo, señor?
TETRARCA:
Sí,
pues tú el morir me adelantas.
¡A Jerusalén el César,
donde -¡los cielos me valgan!-
halle a Mariene viva
quien la idolatró pintada!
¡Él victorioso, yo muerto,
y ella querida! ¿Qué aguarda
mi desesperado amor?
FILIPO:
¿Qué haces?
TETRARCA:
Quitarte la espada
para arrojarme sobre ella,
que más valor y más causa
tengo yo que Antonio.
FILIPO:
Mira...
TETRARCA:
Sí haré, si me das palabra
de hacer por mí una fineza.
FILIPO:
No habrá cosa que no haga
yo por ti.
TETRARCA:
¿Si es prodigiosa?
FILIPO:
Ningún prodigio me espanta.
TETRARCA:
¿Si es terrible?
FILIPO:
¡Que lo sea!
TETRARCA:
¿Cruel?
FILIPO:
¿Que importa?
TETRARCA:
¿Temeraria?
FILIPO:
Valor tengo para todo.
TETRARCA:
¿Fiera?
FILIPO:
Nada me acobarda.
TETRARCA:
¿Y si es bárbara?
FILIPO:
Tampoco.
TETRARCA:
Pues, escucha. Pero aguarda,
que es tal la resolución,
que para representarla
a los teatros del mundo,
como, al fin, trágica farsa,
pues hay recado, quiero antes,
con escribirla, ensayarla. (Pónese a escribir.)
FILIPO:
[Aparte.]
¿Qué será resolución
que, con prevenciones tantas,
piensa? Apenas dos renglones
escribe y cierra la carta,
cuando a mí vuelve.
TETRARCA:
Oye agora.
FILIPO:
Sí haré, con vida y con alma.
TETRARCA:
Si todas cuantas desdichas,
si todas cuantas desgracias
ha inventado la fortuna,
deidad de los hombres varia,
se perdieran, todas juntas
hoy en mí solo se hallaran,
que soy epílogo y cifra
de las miserias humanas.
TETRARCA:
Yo que ayer, de Mariene
esposo y galán, con raras
muestras de amor coroné
de victorias mi esperanza,
hoy lloro agravios, sospechas,
temores, desconfianzas
y... Celos iba a decir;
pero imaginarlos basta.
Yo que ayer, de Palestina
gobernador y monarca,
no cupe ambicioso en cuanto
el sol dora y el mar baña,
hoy, pobre, triste y rendido,
entre dos fuertes murallas
aprisionándome el vuelo,
tengo abatidas las alas.
TETRARCA:
Yo que del laurel sagrado
ayer pretendí las ramas
siempre verdes, a pesar
de los rayos que las guardan,
hoy, segur suya mi acero,
veo que sus pompas tala,
solamente por llegar
embotado a mi garganta.
¡Pluguiera al hado, pluguiera
al cielo, que aquí pararan
sus presagios y que en mí
se desmintiera la ingrata
indignación de un destino!
Pues, muriendo yo a la saña
del temple infausto, pudiera
persuadir a la ignorancia,
que ya, de lo que más quise,
ejecutó la amenaza.
TETRARCA:
Mas (¡ay triste ay infelice!)
que no soy yo a quien más ama
mi misma vida, sabiendo
que también ella, tirana,
me aborrece por ser mía;
y no con morir acaban
mis desdichas que, inmortales,
más allá del morir pasan.
Octaviano... -al pronunciarlo,
valor y aliento me faltan-,
Octaviano adora -¿cómo
lo diré sin que me añada
dolor a dolor?- adora
a Mariene. Pintada
dos veces la vi, y dos veces
a él gentil, pues idolatra
una vez a un sol sin luz,
y otra a una deidad sin alma.
TETRARCA:
¡Mal haya el hombre infeliz,
otra y mil veces mal haya
el hombre que con mujer
hermosa en extremo casa!
Que no ha de tener la propia
de nada opinión; pues basta
ser perfecta un poco en todo,
pero con extremo en nada,
que es armiño la hermosura
que siempre a riesgo se guarda:
si no se defiende, muere;
si se defiende, se mancha.
No, pues, mi ambición, Filipo,
no mi atrevida arrogancia,
no el ser parcial con Antonio,
no mi poder, no mis armas,
me aflige, me desespera,
me precipita y me arrastra,
sino el ser de Mariene
esposo. ¡Oh caigan, oh caigan
sobre mí mares y montes!
TETRARCA:
Aunque, si de ofensas tantas
el peso no me derriba,
no me rinde, no me agrava,
el de los montes y mares
no me agobiará la espalda.
Y así, viendo cuánto a instantes
mi vida cuenta la Parca,
y cuánto a brazo partido
en esta lóbrega estancia
luchando estoy de mi muerte
con las sombras y fantasmas;
viendo, en fin, que apenas hoy,
en una pública plaza,
seré horror de la fortuna,
seré del amor venganza,
que él sea, ¡ay infelice!
-pues a Jerusalén marcha,
donde es fuerza que la vea-,
en tálamos de oro y grana,
heredero de mis dichas,
dueño de mis esperanzas,
muero de agravios y celos,
que matan porque no matan.
TETRARCA:
Dirásme que ¿qué me importa,
pues con la vida se acaban
las desdichas? ¡Ay, Filipo,
cuánto esa opinión engaña!
Que amor en el alma vive,
y, si ella a otra vida pasa,
no muere el amor, sin duda,
puesto que no muere el alma.
¿Él no nace de una estrella,
ya propicia o ya contraria?
Pues, ¿cómo faltará amor,
mientras la estrella no falta?
¿Quieres ver cuál es la mía?
TETRARCA:
Pues, si pudiera apagarla
hoy con el último aliento,
lo hiciera, porque faltara
del cielo, y otro ninguno
en su gracia o su desgracia
no naciera como yo,
porque como yo no amara.
Y, en fin, ¿para qué discurre
mi voz? ¿Para qué se cansa?
Otra pena, otro dolor,
otro tormento, otra ansia
en el corazón no llevo,
sino sólo ver que aguarda
Mariene a ser empleo
de otro amor, de otra esperanza.
TETRARCA:
Sea barbaridad, sea
locura, sea inconstancia,
sea desesperación,
sea frenesí, sea rabia,
sea ira, sea letargo,
o cuanto después mis ansias
quisieren, que todo quiero
que sea, pues todo no es nada,
como no sean mis celos.
Y así, pues que la palabra
me has dado de obedecerme,
haz lo que mi amor te encarga:
vuelve a Jerusalén, vuelve
a la esfera soberana
del mejor sol de Judea
y, en diciéndote la fama
que he muerto, en el mismo instante,
con mortal eclipse, apaga
a la tierra el mejor rayo,
al cielo la mejor llama,
al campo la mejor flor,
la mejor estrella al alba.
TETRARCA:
Tolomeo, que quedó
por capitán de mis guardas
y siempre a Mariene asiste,
sin poder seguirme, a causa
de quedar convaleciente
de aquella herida pasada,
dará la ocasión, a cuyo
fin, para él es esta carta.
De él te fía, pues no dudo,
previstas las circunstancias
de un veneno o de un dogal,
que él te guarde las espaldas.
Muera yo, y muera sabiendo
que Mariene soberana
muere conmigo y que, a un tiempo
mi vida y la suya acaban.
TETRARCA:
Pero no sepa que yo
soy el que morir la manda;
no me aborrezca el instante
que pida al cielo venganza.
No te acobarde lo horrible
de una historia tan extraña;
que cuando murmuren unos
que hubo quien dejó por manda
un homicidio, creyendo
que así sus penas engaña,
que así sus quejas desmiente,
que así desdice sus ansias,
que así enmienda sus celos,
otros habrá que la aplaudan,
pues no hay amante o marido
-salgan todos a esta causa-
que no quisiera ver antes
muerta que ajena a su dama.
FILIPO:
Bien quisiera responderte,
mas no es posible, que baja
mucha gente a la prisión.
TETRARCA:
Por si vienen por mí, salga
mi valor a recibirlos.
Tú, cobrando la ventaja
que puedas, parte, Filipo,
al instante.
FILIPO:
Señor...
TETRARCA:
Calla,
que sé que tienes razón,
pero no puedo escucharla.
FILIPO:
Ni yo a decirla, que llega
ya la gente.
TETRARCA:
Esferas altas,
cielo, sol, luna y estrellas,
nubes, granizos y escarchas,
¿no hay un rayo para un triste?
Pues si ahora no los gastas,
¿para cuándo, para cuándo
son, Júpiter, tus venganzas?
(Vanse.)
Las cajas y salgan por una parte ARISTÓBOLO y SOLDADOS y por otra MARIENE y DAMAS.
ARISTÓBOLO:
Dame otra vez los brazos,
porque coronen tan hermosos lazos
hoy la esperanza mía.
MARIENE:
Mi vida, hermano, a tu valor se fía;
Publiquen, pues, tus glorias,
que victorias de amor son mis victorias.
ARISTÓBOLO:
Ya que por la lealtad de Polidoro
-como te dije con mi nombre preso-,
de un infeliz a otro infeliz suceso
pude llegar donde tu luz adoro,
y donde, a tu obediencia y tu decoro
atenta, dignamente
nuestra nación, de su alistada gente,
general me ha nombrado,
cumpliré la palabra que te he dado
de morir animoso
o traerte libre a tu adorado esposo.
MARIENE:
¡Oh, cúmplamela el cielo!
Y pues el campo de cristal y hielo
de aquí a Egipto es tan breve
por ese pasadizo que de nieve
o se encrespa o se eriza,
cuando el copete de su frente riza,
presto la nueva espero
de que a mi amor desempeñó tu acero.
ARISTÓBOLO:
Si tu amor va conmigo,
fácil empresa, fácil triunfo sigo.
(Caja.)
(Sale TOLOMEO.)
TOLOMEO:
Ya el campo cristalino
tanto pez de madera, ave de lino,
admite en sus esferas,
que parecen las ondas lisonjeras,
ocupando horizontes,
una vaga república de montes.
Y pues noble no queda
que excusarse a tan alta facción pueda,
que me des te suplico
licencia...
MARIENE:
Antes de oírla, la replico.
Capitán de mis guardas te ha dejado
mi esposo; su palacio te ha fiado;
no es asistirme a mí menos ufana
facción que esotra.
ARISTÓBOLO:
Dice bien mi hermana;
y, pues el cargo que os quedéis abona,
mirad que me miréis por su persona.
TOLOMEO:
Obedecerte espero.
MARIENE:
Y yo veros partir a todos quiero,
porque os den para iros,
agua mis ojos, viento mis suspiros.
(La caja. Vanse MARIENE, ARISTÓBOLO y SOLDADOS.)
LIBIA:
Permita la ocasión a mi deseo
el que de tu salud, ¡oh, Tolomeo!,
el parabién te dé; si bien pudiera
dármele a mí mejor de que no hubiera
Mariene admitido
la fineza de ir; que hubiera sido
doblada la dolencia,
consolar un dolor con una ausencia.
TOLOMEO:
Agradezca, señora,
el favor toda un alma que te adora;
y, pues como a milagro
suyo, mi vida a tu deidad consagro,
pues el morir sentía,
no, Libia hermosa, no, porque moría,
sino porque, sin verte,
pagaba con dos vidas una muerte.
LIBIA:
Responderte quisiera;
mas la reina, que ocupa la ribera,
me echará menos. Sólo te prevengo
que ya falseada, para vernos, tengo
del jardín esta llave.
TOLOMEO:
Si ser amor ladrón de casa sabe,
dame la llave agora,
y apenas desdoblar verás, señora,
la falda que arrugó la noche fría
sobre la hermosa variedad del día,
cuando entre en el jardín, y sean sus flores
los testigos no más de tus favores,
siendo sus pompas bellas,
si flores para ti, para mí estrellas.
LIBIA:
Toma, y advierte no entres -que quejosa
de ti Sirene, y de mi amor celosa,
anda- hasta... Mas no puedo
proseguir; adiós, pues.
TOLOMEO:
Confuso quedo.
¡Oye, espera!
LIBIA:
No faltes de esta parte;
que yo, si puedo, volveré a informarte.
(Vase.)
TOLOMEO:
Aunque en la paz me quedo,
temer más guerra en mis sentidos puedo
que tienen mar y tierra,
pues incluyen más guerra
que tierra y mar el ansia y el cuidado
del que, aquí aborrecido y allí amado,
lidia con su deseo,
siendo Sirene y Libia...
FILIPO:
[Dentro.]
¡Tolomeo!
TOLOMEO:
¡Cielos! ¿Llamáronme?
FILIPO:
Sí.
TOLOMEO:
¿Quién?
(Sale FILIPO con banda al rostro.)
FILIPO:
Un hombre que ha llegado
en un barco que ha volado
desde el mar de Egipto aquí,
y, que sin ser conocido
de otro -a cuyo fin, cubierto
el rostro, ha tomado puerto
en sitio más escondido-,
a solas tiene que hablaros.
¡Seguidme!
TOLOMEO:
¿No me diréis
quién sois?
FILIPO:
Después lo sabréis.
TOLOMEO:
[Aparte.]
¿Quién vio sucesos más raros?
Guiad, pues.
FILIPO:
Sí haré, que ninguno
me ha de ver hablar con vos.
(Éntranse y vuelven a salir por otra parte.)
TOLOMEO:
Ya estamos solos los dos,
y el sitio es tan oportuno
que es apartado lugar.
FILIPO:
Pues leed ese papel,
que, en viendo lo que hay en él,
tenemos mucho que hablar.
TOLOMEO:
Cada punto, cada instante
añadís al corazón
otra nueva confusión.
FILIPO:
Aún más quedan adelante...
Leed, que más duda os espera,
entre piadoso y cruel.
TOLOMEO:
Del Tetrarca es el papel,
y dice...
FILIPO:
[Aparte.]
De esta manera,
descubriendo su intención,
lo que hay en él he de ver,
para ver qué debo hacer.
TOLOMEO:
Notable es mi confusión.
[Lee.]
«A mi servicio conviene,
a mi honor y a mi respeto,
que, muerto yo, con secreto
deis la muerte a Mariene.»
Hombre, que de asombros lleno
traéis en carta tan sucinta
del rejalgar de su tinta
confeccionado el veneno,
si conjuración ha sido
la de esta temeridad,
y a examinar mi lealtad
de parte suya has venido,
no sólo en lo que contiene
mi honor convendrá, mas piensa,
que he de morir en defensa
de mi reina Mariene.
TOLOMEO:
Y pues traidor (¡vive Dios!)
eres -que no te encubrieras
el rostro si noble fueras-
y estamos solos los dos,
te tengo de hacer pedazos
entre mis brazos.
FILIPO:
(Descúbrese.)
No harás,
que yo no esperaba más
para darte mil abrazos.
TOLOMEO:
¡Filipo! ¿Qué es lo que veo?
¿Tú, sospechoso? ¿Qué miro?
Ya con más causa me admiro,
con más razón no lo creo.
FILIPO:
El Tetrarca para ti
con esa carta me envía;
que de los dos sólo fía
la acción que contiene en sí.
Muerto él, nos manda que muera
Mariene; pero ya
que de tu valor está
vista la fe verdadera,
quédese el caso encubierto;
que si él vive, estarlo es bien,
y si acaso muere, ¿quién
ha de obedecer a un muerto?
TOLOMEO:
Dices bien: pero, aunque es mucha
mi duda, sepa qué es esto.
¿Quién en tal furor le ha puesto?
FILIPO:
Si quieres saberlo, escucha.
Octaviano enamorado
de un retrato que...
TOLOMEO:
Detente,
que por aquí viene gente.
FILIPO:
A los dos nos ha importado
que no me vean; y así,
por desmentir la sospecha,
quédate a hacer la desecha
y vente después tras mí,
que en este monte te espero,
y mil prodigios sabrás.
(Vase.)
TOLOMEO:
¿Qué tengo que saber más,
si ya de lo que sé muero?
Mariene era; ya torció
a los jardines el paso.
Y yo, suspenso del caso
que me ha sucedido, no
sé de una acción tan cruel
cuántas cosas anticipo.
Vuelva a seguir a Filipo,
volviendo a leer el papel. (Sale SIRENE.)
SIRENE:
Decidme si por aquí
ha pasado Mariene,
que en su seguimiento...Pero
si hubiera visto quién eres,
ni aun esto te preguntara,
por no hablarte, por no verte.
Para que sepas, Sirene,
que los hombres como yo,
con principales mujeres
bien pueden no ser amantes,
pero no, no ser corteses.
Yo, por soldado, no tuve
inclinación...
SIRENE:
Cese, cese
tu voz, que aun satisfacciones
de ti no quiero.
LIBIA:
[Al paño.]
¡Valedme,
cielos! ¿Qué escucho? Más ¿cómo
lo dudo? Pues claramente
dice que la satisface
la que dice que no quiere
oír satisfacciones.
TOLOMEO:
Ya
que aquesta ocasión ofrece
el acaso de encontrarme,
por mí mismo has de oírme. Atiende.
SIRENE:
No haré tal, que, cortesana
yo también, no quiero hacerte
el pesar de que no leas
el papel que te divierte
tan a solas; y así es bien
-porque él sea el que me vengue,
mostrando cuán poco o nada
mis vanidades lo sienten-
que pues leyéndole te hallo,
que leyéndole te deje.
(Vase.)
LIBIA:
[Aparte.]
¿Qué papel, cielos, será
el que la venga y la ofende?
TOLOMEO:
Haces bien, pues aunque vuelva
a leerle una y muchas veces,
una y muchas volveré
a dudar lo que contiene.
LIBIA:
[Aparte.]
Mi sufrimiento, ¿qué aguarda?
TOLOMEO:
(Lee.)
«A mi servicio conviene...» (Sale LIBIA.)
LIBIA:
Suelta, ingrato.
TOLOMEO:
¿Qué es aquesto?
LIBIA:
Saber qué papel es éste.
TOLOMEO:
Pues no lo has de saber, Libia.
LIBIA:
¿Cómo no?
TOLOMEO:
Si es que merece
algo contigo mi amor,
si me estimas, si me quieres,
débate yo la fineza
de no verle.
LIBIA:
¿Qué es no verle?
Si lo que a decirte vuelvo
es que en el jardín no entres,
de cuya puerta la llave
mi amor te entregó imprudente,
hasta que una seña mía
te asegure de Sirene,
porque, quejosa de ti
y de mí celosa, suele
estar en él a deshoras.
¿Cómo, di, ingrato, pretendes,
hallándote con la misma
de quien recatarte debes,
dándola satisfacciones
y diciendo ella que aqueste
papel la venga de ti,
que sin mirarle le deje?
TOLOMEO:
Aunque tienes razón, Libia,
¡vive Dios, que no la tienes!
El papel ni a ella ni a ti
toca, y, en fin, no has de verle.
LIBIA:
He de verle.
TOLOMEO:
Mira...
LIBIA:
¡Aparta!
TOLOMEO:
Considera...
LIBIA:
¡Quita!
TOLOMEO:
Advierte.
LIBIA:
¿Tú tan desatento?
TOLOMEO:
Sí.
LIBIA:
¿De qué suerte?
TOLOMEO:
Desta suerte.
LIBIA:
¿Tú conmigo tan grosero?
TOLOMEO:
¿Tú conmigo tan aleve?
LOS DOS:
¡Suelta el papel! (Por entre los dos parten el papel y sale MARIENE.)
MARIENE:
¿Qué papel?
TOLOMEO:
[Aparte.]
¡Grave mal!
LIBIA:
¡Desdicha fuerte!
TOLOMEO:
¿Qué pudiste engendrar, Libia,
sino áspides y serpientes?
LIBIA:
¿Qué más áspides que celos?
MARIENE:
Pues ¿qué atrevimiento es éste?
¿Así mi esplendor se agravia?
¿Así mi sombra se ofende,
mi decoro se aventura
y mi respeto se pierde?
¿En mi casa y a mis ojos,
vuestras acciones se atreven
a profanar un palacio,
templo de honor tal, que a verle
el sol no entrara, a no entrar
con disculpa de que viene
a darle la luz; que el sol
aun no entrara de otra suerte?
Dame tú esa parte, tú
esotra: de ellas conviene
informar a mi recato.
TOLOMEO:
Que es una víbora advierte,
que, dividida en mitades,
con cualquier extremo muerde.
MARIENE:
Vete tú, Libia, de aquí.
LIBIA:
[Aparte.]
Piedad es el que me ausente,
por no verla tan airada.
(Vase.)
MARIENE:
Tú también. ¿Qué aguardas? Vete.
TOLOMEO:
Si por ventura han podido
mis servicios merecerte
sola una merced que sea
capaz de muchas mercedes,
rompe ese papel, y no,
señora, le leas. Atiende
que, cuanto por verle ahora,
darás después por no verle.
MARIENE:
¿Qué deseo de mujer
se rindió al inconveniente?
TOLOMEO:
El que, advertido de mí,
sepa que, a fin diferente
de que llegase a tus manos,
está inficionado ese
papel de un mortal veneno,
tan riguroso y tan fuerte,
que matará a quien le mire,
que es la causa porque leerle
a Libia le defendía,
viendo que entre estos laureles
era ella quien le había hallado,
no siendo ella a quien previene
matar mi fe en tu servicio;
que hay en él algún aleve
con quien se escribe Octaviano.
Y así, que de ti le eches,
con lágrimas a tus pies,
te suplico humildemente.
MARIENE:
Quien advierte de un peligro,
nunca suplicando advierte,
porque el beneficio manda
y no ruega; luego mientes,
que si estos extremos haces
cuando me acuerdas los bienes,
¿qué dejas de hacer, qué dejas
cuando los males acuerdes?
Letra del Tetrarca es,
con que ya se desvanece
el que fuese tuyo, y yo,
que viva o muera, he de leerle.
TOLOMEO:
¡Ay infelice de ti!
MARIENE:
Dice, a partes, desta suerte:
«Muerte» es la primer razón
que he topado. «Honor» contiene
ésta. «Mariene» aquí
se escribe. ¡Cielos, valedme!,
que dicen mucho en tres voces
«Mariene, honor, y muerte».
«Secreto» aquí, aquí «respeto»,
«servicio» aquí, aquí «conviene»,
y aquí, «muerto yo», prosigue.
Más ¿qué dudo, si me advierten
los dobleces del papel
adonde están los dobleces,
llamándose unos a otros?
MARIENE:
Sé, oh prado, lámina verde
en que, ajustándolos, lea:
«a mi servicio conviene,
a mi honor y a mi respeto,
que muerto yo (¡hados crueles!)
deis... (¡con qué temor respiro!)
deis la muerte a Mariene.»
Bien dijiste que era fiero
tósigo y veneno fuerte,
puesto que, si no me mata,
por lo menos, lo pretende.
¿Quién este papel te dio?
TOLOMEO:
Filipo, que con él viene
de Egipto. Pero, señora,
estar satisfecha puedes
de su lealtad y la mía
que los dos...
MARIENE:
Otra vez mientes,
que él ni tú no sois leales,
pues cobardes, pues aleves,
o viva o muera, no sois,
como debéis, obedientes
al precepto de mi esposo.
¿Quién más es cómplice en este
secreto?
TOLOMEO:
Nadie, señora.
MARIENE:
Pues mira lo que te advierte
mi voz: que ninguno sepa,
ni aun Filipo, que a entenderle
llegué yo.
TOLOMEO:
Un mármol seré.
(Vase.)
MARIENE:
¡Oh, infelice una y mil veces
la que se ve aborrecida
de la cosa que más quiere!
¿En qué, amado esposo mío,
en qué mi vida te ofende,
que te pesa de que viva
la que de adorarte muere?
Cuando yo tu libertad
trato y a imperios de nieve
doy, Semíramis de ondas,
Babilonias de bajeles;
cuando en mi imaginación,
después que vives ausente,
adorando estoy tu sombra
y a mis ojos aparente,
por burlar mi fantasía,
abracé al aire mil veces,
¿tú, en una oscura prisión,
funesto mísero albergue,
en vez de abrazar mi imagen,
estás trazando mi muerte?
MARIENE:
O te quiero o no. Si no
te quiero, ¿no es más decente
a un noble que, de mujer
que le olvida, no se acuerde?
Y si te quiero, ¿por qué,
después de muerto, pretendes
que muera? ¿No sabré yo,
sin mandarlo, obedecerte?
Luego olvidando (¡ay de mí!)
o queriendo, de una suerte
ofendes tu vanidad,
o mi gratitud ofendes.
Si del mundo el mayor monstruo
me está amenazando en ese
encuadernado volumen,
mentira azul de las gentes,
y tú me matas, será
bien decirse de ti que eres
el mayor monstruo del mundo.
MARIENE:
Mas ¡ay! que en, llegando a este
término, no sé qué nuevo
espíritu me enfurece;
y pues me tocan al arma
afectos tan diferentes
de los míos, ¡plegue al cielo,
fementido esposo aleve,
que el socorro que te envío
nunca a tomar puerto llegue!
Entre las Sirtes y Escilas
de Egipto, a pique le echen
los zozobrados embates,
los contrastados vaivenes
de las ráfagas de Eolo,
a los sepulcros de Tetis.
MARIENE:
No sólo en tu libertad
milite, pero de suerte
irrite a Octaviano, que
apresurando tu... ¡Tente,
lengua! No «su muerte» digas;
basta que él diga «mi muerte»,
que una cosa es ser quien soy
y otra ofenderme él. ¡Oh, plegue
al cielo que, victoriosa,
tan en su favor navegue
la armada de tu socorro
que, sobre el puerto de Menfis,
en tan grande estrecho pongas
la confusión de sus gentes
que, temerosas de que
las mías sus muros entren
a sangre y fuego, a partido
reducidas, me le entreguen
vivo, para que a mis brazos...!
MARIENE:
Pero ¿qué digo? Suspende,
lengua, otra vez el acento,
si no es que a decir intentes:
«a mis brazos, para que,
vengativa e impaciente,
en ellos le haga pedazos.»
¡Ay de mí, qué fácilmente
de un extremo a otro se pasan,
en afectos de mujeres,
las lástimas a ser iras
y los favores desdenes!
De mujeres dije; pero
dije mal, que excluirse deben
las mujeres como yo
de lo común de las leyes.
MARIENE:
Y pues piadosas en una
parte, y en otra crueles,
mis ansias lidian, en tanto
tropel como me acomete
de divididos afectos,
de encontrados pareceres
y opuestas obligaciones,
¡déme el cielo industria, déme
medio el hado para que,
tan unas con otras temple
que, como esposa ofendida
y como reina prudente,
cumpla con el mundo y cumpla
conmigo, cuando a ver lleguen
cielo, sol, luna y estrellas,
astros y signos celestes,
montes, mares, troncos, plantas,
hombres, fieras, aves, peces,
que como reina perdone
y como mujer me vengue!