El niño y la maga

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​El niño y la maga
Fantasía​
 de José Zorrilla
del tomo sexto de las Poesías.

¡Cuán risueña es el alba de la vida,
esa mágica edad de la ilusión,
en que vegeta el alma adormecida,
ajena de inquietud y de ambición!

¡Cuánto se vive alegre y sin recelo,
cuánto se goza lejos del pesar,
llevando nuestro débil barquichuelo
de la existencia por el negro mar!

Entonces, sin pensar en quien nos hizo
ni el vano mundo y su placer traidor,
gozamos por el día tanto hechizo,
y dormimos la noche sin temor.

Que es el niño atrevido marinero
que al mar se lanza, si inexperto, audaz,
satisfecho con ver cómo, ligero,
va por las ondas su batel fugaz.

¿Qué le importa el murmullo de la brisa,
a quien sigue tal vez el aquilón?
—Navegaré, le dice, más aprisa,
del blando viento al compasado son.

¿Qué le importa que el agua se alborote,
tormentosas alzando olas sin fin?
—Irá, se dice, mi extraviado bote
a dar como el que dejo á otro jardín.

¿Qué le importa que bajen las tinieblas,
la noche desplomando sobre el mar?
Él dice:—Cuando pasen estas nieblas,
ya me vendrá otro sol a despertar.

¿Qué importa que en espejos quebradizos
hiervan los lomos del gigante azul?
Él mira en ellos sus flotantes rizos,
de la neblina entre el espeso tul.

¡Cuánto es alegre la niñez sencilla,
que en el bajel de su inocencia va
libre y segura, sin perder la orilla
del mar que al lejos rebramando está!

Duelos, dejadme que los lindos sueños
loco recuerde de la edad pueril,
que mire de la vida los empeños,
desde su verde y delicioso abril.

Dejad que vagiten mis cansados ojos
de árbol en árbol y de flor en flor;
del sol brillante á los destellos rojos,
que al universo dan vida y color.

¡Vida! Blanco y risueño panorama
para el que nace en virgen ilusión;
desierto, do eternal el cierzo brama
para el que lanza en él su corazón.

¡Vida! Fantasma bello y mentiroso,
cuanto halagüeño en tu ilusión fatal,
yo miraré con ojo receloso
la luz de tu fantástico cristal.

Cantaré tus estériles placeres,
y entre tus flores escondida red,
la loca tentación de tus mujeres,
corrientes que no templan nuestra sed.

Que si nacemos a la amarga vida
riendo lo que habemos de llorar,
yo quiero mi existencia dolorida
gozar llorando, y mi dolor cantar.


- I -

Es una bella aurora,
fresca, purpúrea y clara,
en que va murmurando
por la floresta el aura.
Las hojas estremece
con las sonantes alas,
cruzando fugitiva
por una y otra rama.
Ya por el blando césped
silenciosa se arrastra,
robando sus perfumes
al tomillo y la grama;
Ya en torno de los troncos,
de las encinas altas,
columpia en sus cortezas
las ramitas enanas.
ya de la limpia fuente,
en la repleta taza,
arruga, trenza y riza
los hilos con que mana.
Es un jardín florido,
henchido de fragancia,
que a par enriquecieron,
con afanosa maña,
naturaleza fértil
con ola silvestre gala,
y la incansable industria
con su rica elegancia.
Aquí, por los linderos,
las violetas moradas
matizan de los céspedes
la vívida esmeralda.
Allí, de clavellinas
entumecida mata,
sus infinitos hijos
a sostener no basta.
Allí, las anchas rosas
su pabellón de grana
extienden, afrentando
las azucenas blancas.
Allá, el cárdeno lirio
es eleva con audacia,
de azules pensamientos
su raíz tapizada.
Más lejos, un geranio
que aroma el aura mansa,
envidia a los ranúnculos
las tintas soberanas.
Y allá, entre sauces verdes
que humedecen las aguas,
entro sonantes hojas
y retorcidas varas,
en cargados racimos,
madreselva olvidada
convida con sus flores
amarillas y blancas.
Ni faltan en macetas
y transparentes jarras,
pomposos tulipanes
que sus capullos rasgan.
Sobre ellos, cuidadosos,
tienden sus hojas anchas
los fértiles naranjos,
las corpulentas hayas.
Hay en su bosquecillo
de mirtos y de acacias,
en una placetuela
de rosales cercada,
una anchurosa fuente
que en torno se derrama.
Está el pilón colmado,
y en medio se levanta,
sobre dos pies de jaspe,
de alabastro una taza;
y mil vistosos peces
en su remanso nadan,
que asoman, atrevidos,
la fugitiva espalda.
Se escuchan desde lejos
la música liviana
con que murmuran leves
las revoltosas aguas;
y en su cristal inquieto,
el sol que alumbra el alba,
saliendo reverbera
con luz tornasolada.
Sentado en las orillas
por do la linfa clara
desde la limpia fuente
bullendo se derrama,
deshojando unas flores
que el arroyuelo arrastra,
miraba el niño Adolfo
cómo las lleva el, agua.
Su imagen la corriente
trémula lo retrata,
los ojuelos alegres,
las manitas nevadas,
la blonda cabellera
tendida por la espalda,
la frente ruborosa
y la sonrisa cándida.
Soñaba, desvelado,
inocentes fantasmas,
que a la niñez tranquila
espléndidos halagan;
de esos delirios puros
que fugitivos pasan,
y aduermen los sentidos
sin que los sienta el alma;
ilusiones magníficas,
con cuyas sombras mágicas
los gozos se deshacen
de nuestra breve infancia.
Ceñida de una nube
de vaporosa gasa,
que el aire llena en torno
de suavísimo ámbar,
de rosas y azucenas
la frente coronada,
prendida en ricos pliegues
la vestidura blanca,
salió de entro los mirtos,
con cautelosa planta,
una ilusión dichosa
de paz y bienandanza.
Las flores en sus tallos,
por donde aérea pasa,
se esponjan y enderezan
y doble aroma exhalan.
La brisa en torno suyo
murmuradora vaga,
y entro las hojas verdes
se enreda y desparrama.
Colúmpianse las copas,
los ruiseñores cantan,
las tórtolas arrullan
en amorosas cláusulas,
y todo en los jardines,
al paso de la Maga,
respira la ventura
de juventud colmada.
Tomó la mano de Adolfo,
que sobre el césped descansa,
quien, al verla tan hermosa,
entre sus brazos se lanza.
Los negros rizos la coge,
la besa la frente casta,
en sus pupilas se mira
y en su sonrisa se embriaga.
Ella a su seno lo estrecha,
le acaricia y lo regala,
no como madre afanosa,
sino como amante hermana;
no como en signo de albricias
de un hijo perdido que halla,
como quien se alegra hallando
con quien dividir sus galas.
Adolfo se la sonríe
y el blanco cuello la abraza,
admirando su hermosura
con infantil confianza.
—Óyeme, Adolfo, le dijo
halagándole la Maga:
Si tú quisieras conmigo
vivir… tengo una morada
llena de fuentes y flores
y de deleites y galas;
tengo palacios de oro
suspendidos en montañas,
en un país no lejano,
a quien Existencia llaman.
—¡Oh! ¡Por cierto que eres rica!
—Lo que imaginas es nada:
todo el universo es mío.
—Pues ¿quién eres?—La Esperanza.
—Y ¿estarás siempre conmigo?
—Iré siempre donde vayas.
—Pues vamos donde quisieres.
—Sígueme, pues, que ya tardas. —
Siguióla contento Adolfo
y a una señal de la Maga,
de aquella anchurosa fuente
dividiéndose la taza,
tornóse en un canastillo
que se columpia y resbala
de un claro y tranquilo río
por sobre las ondas mansas;
y entrándose confiados
en tan vacilante barca,
dejáronse ir sin recelo
a los caprichos del agua.


- II -

Audaces surcando las aguas serenas
al lánguido impulso del aire sutil,
tocaron opuestas las limpias arenas
que el río aprisionan al otro confín.

Posaron la planta donde ancho camino
el paso les abre de vasta región,
que pródigo y rico regala el destino
y espléndido viste de ocioso primor.

Allí, en los linderos, vistosos jardines,
de cuyas florestas el fin no se ve,
empiezan, y orlados de azahar y jazmines,
alfombras de flores encuentran los pies.

La luz es continua, de un alba rosada,
que presta al ambiente purísimo azul,
y un céfiro el aire, cuya ala aromada
refresca la tibia ilusión de la luz.

Doquiera en las hojas del árbol florido
se siente escondido
al mirlo trinar,
doquiera en la hierba menuda se siente
la rápida fuente
saltando brotar.

Doquiera volando sutil mariposa
columpia una rosa,
sacude un clavel,
las alas ufana mostrando a las flores,
de ricos colores
pintadas también.

Doquiera arrastrando su casa con pena,
sobre una azucena
se ve al caracol,
que tiende los ojos al sol generoso
pidiéndole ansioso
consuelo y calor.

Doquiera en las ramas colgada la oruga
sacude y arruga el sonoro cristal,
que en claros espejos, o en líquidos hilos,
en lagos tranquilos posándose va.

Doquiera en las ramas del álamo verde
a lo alto se pierde en movible ilusión,
meciendo la bella oropéndola el nido,
que anima tendido, benéfico el sol.

Despliega pomposa a la luz conque brilla
la pluma amarilla,
que ostenta fugaz,
abriendo esponjado y en círculo rico
el triple abanico
que tiende al volar.

Aquí no se encuentran ni sauces llorones,
ni en lúgubres sones
agita el ciprés
la fúnebre punta, cual hacha mortuoria
que alumbra la historia
pasada de ayer.

La espléndida lumbre del sol no se apaga;
sin término vaga
la brisa sutil;
la noche carece de sombra importuna,
ni deja la luna
jamás de lucir.

Del mar a lo lejos se siente el murmullo,
cual lánguido arrullo
del aura no más,
cual banda de plata que el puro horizonte
tendió sobre el monte,
tapiz de cristal.

Allá en sus amenas tendidas riberas
a do pasajeras
se van a perder
las ondas sonoras, en tiendas de armiños,
tan sólo los niños
alegres se ven.

En lechos de rosas, jazmín y claveles,
bajo almos doseles
de plumas de luz,
reposan tranquilos sin noche ni día,
sin miedo a la impía
desdicha común.

No acosa su mente recuerdo pasado,
que sólo han gustado
la dicha y placer,
porque es la ribera del mar de la vida
la casta, florida,
tranquila niñez.

En ella comienza dichoso el camino
do puso el destino
tras linde feliz,
de nuestra existencia tristísimo aciago,
el árido y vago
desierto país.

¡Oh! Cuando dormimos al pie de la cuna,
es todo fortuna
deleites y paz;
el día es tranquilo, la noche serena,
la selva es amena,
frondoso el erial.

Las lágrimas puras que entonces se vierten,
acaso divierten
en vez de doler
¡Vereda dichosa! ¡Portada florida
por do entra en la vida
la dulce niñez!

Adolfo y la Maga cruzaban por ella,
y el niño, tan bella,
tan llana la halló,
que andaba embebido de un lado a otro lado,
gustando la fruta,
doblando la flor.

Ya el vuelo seguía de pájaro errante,
ya el ala brillante de insecto sutil,
ya el curso sonoro de inquieto arroyuelo
que rueda del suelo en el verde tapiz.

Saltaba y reía sin pena ni enojos,
gozaban sus ojos
la alegre visión,
sus tiernos sentidos la suave frescura
y el son que murmura
del aura veloz.

Vagaba contento, ¿qué importa por dónde?
su infancia le esconde
la negra verdad.
¿A qué preguntarla? Si es plácido el sueño,
¿a qué con empeño
querer despertar?

La ruta siguiendo, los blancos jazmines,
la luz, los jardines,
llegaban allí;
ya el sol es ardiente, más duro el camino,
no hay ya peregrino,
plantel ni jardín.

Al paso que avanza por otra vereda
detrás de quien queda
la alegre región,
sentía en el pecho que, audaz caminando,
cobraba ganando
firmeza y vigor.

La Maga, amorosa, seguía ligera,
fantasma hechicera
vagando tras él;
más joven y hermosa conforme adelanta,
dejando su planta
detrás la niñez.

- III -

ADOLFO

     ¿Qué sitio es éste, señora?
¿Dónde estamos? Que si no
mienten mis ojos, ya es éstaotra distinta región.

LA MAGA

     Estamos, al fin, Adolfo,
en un país superior,
en donde nada caduco,
nunca imbécil vegetó.

ADOLFO

     Y esos alcázares de oro
que se ven en derredor,
esos pensiles colgados,
esos bosques, ¿cúyos son?

MAGA

 De una emperatriz hermosa
tan alegre como el sol,
en cuyos vastos dominios
no hay lágrimas ni dolor.
Vivo en ociosos festines,
de blanda música al son,
en brazos de los placeres,
de la gloria y del amor.
Tan poderosa y tan rica,
que a su audacia y su ambición,
ni los mares ponen coto,
ni los peligros pavor.
Tan bella y tan cortesana,
pues que como ella no hay dos,
no hay fuerza a quien no atropelle,
ni grandeza la asombró.
Poco a sus delirios fueron
ambos mundos en redor:
«Todo o nada», dijo ansiosa,
sobre ambos se asentó.
Y celebrando insensata
su destino triunfador,
llamó al placer y a la vida
y con ellas le partió.
Trajo a sí cuantas hermosas
les siguen a ambos en pos,
cuantos galanes y ociosos
en ambos mundos halló,
Dióles galas y palacios,
campos de inmensa extensión,
trovadores que les canten,
baños de exquisito olor.
Y al hacer de tanto lujo
desigual repartición,
dijo: «Gozad y pedidme,
que si hay dioses, yo soy dios.»

ADOLFO

 Y ¿quién es tan atrevido
espíritu protector,
a quien nada se resiste
y a quien nada se igualó?

MAGA

 La juventud.

ADOLFO

                 ¡Dama ilustre
Envidiable en su favor.

MAGA

 ¿La sirvieras?

ADOLFO

                     La adorara.

MAGA

 ¿Fueras su amigo?

ADOLFO

                     El mejor.

MAGA

     Pues alguien hay que pudiera
concedértelo.

ADOLFO

                 ¿Quién?

MAGA

                                 Yo.

ADOLFO

 ¿Quién eres, que tal poder
alcanzas?

MAGA

             Su hermana soy;
que juventud y esperanza
nacidas a un tiempo son.

ADOLFO

     Pues lleguemos al palacio,
porque ya siento, por Dios,
por sus ilustres favores
perdido mi corazón.

MAGA

     ¿Esperas vencer?

ADOLFO

                             Lo espero,
que he de conquistar su amor.

MAGA

 Bien haces en esperar,
puesto que contigo voy.

Dio Adolfo el brazo a la Maga, y ambos con paso veloz doblaron hacia el palacio en coloquios de ambición.


Doquiera en su sacro recinto se oía
la ronca alegría
del loco festín;
los besos y brindis que en torno se exhalan
al alma regalan
con música dulce, esperanza feliz.

Las bóvedas altas, de perlas vestidas,
do están suspendidas
centellas de sol,
duplican la luz transparente
en ancho torrente,
vertiendo en las salas cambiante color.

Los ricos tapices que ocultan los muros
remedan los puros
espejos del mar,
sutiles dejando a través de sus hilos
mirar los tranquilos
reflejos del muro de limpio cristal.

Doquiera la rosa, el clavel, los jacintos,
en lazos distintos,
en cifras de amor,
anuncian, orlando las blandas alfombras,
las mágicas sombras
que al hombre adulando, le siguen en pos.

Amor dice en ésta, en aquélla Fortuna,
Valor dice en una,
y en otra Amistad
Placer dice aquélla, y esotra Riqueza,
más lejos Belleza,
Ventura en aquésta, Virtud más allá.

Doquiera repiten los anchos salones
ardientes canciones
de gloria y de amor;
y allí en los clarines, allá en las botellas,
con cláusulas bellas
acaso acompañan el báquico son.

Allá en los secretos de oculto retrete,
del ancho pebete
al humo fugaz,
de lindas mujeres que están voluptuosas,
sonando amorosas,
las notas se escuchan de amante cantar:

«Los labios hierven en besos,
quemándose están de sed;
venid a templar su hoguera,
no hay más recompensa ni Dios que el placer.

Y ¿a qué Dios más poderoso
acudiréis que al amor?
Apurad, pues, sus deleites,
que fuera de ellos no hay Dios.

¿Cómo resistir la herida
de su ballesta sutil?
Venid a beber deleites
hasta embriagaros, venid.

Los labios hierven en besos,
quemándose están de sed;
venid a templar su hoguera,
no hay más recompensa ni Dios que el placer.

Al son de las lanzas y trompas de guerra
que asordan la tierra,
en extenso salón
se sienten los himnos ardientes de gloria,
de noble victoria,
que entona el soldado con áspera voz:

«Bajad al campo sangriento,
sólo la gloria está allí;
y sin gloria y sin laureles,
¿quién es el imbécil que acierta a vivir?

»A amar y a lidiar naciones,
y sin triunfos, ¿cómo amar?
¿Qué llevar, si no, en ofrenda
a los pies de una beldad?

»Si amor corona la frente,
nuestras batallas también;
sus coronas son de rosas,
y las nuestras de laurel.

»Bajad al campo sangriento,
solo la gloria está allí;
y sin gloria y sin lauroles,
¿quién es el imbécil que acierta a vivir?»

Más lejos, en otra morada hechicera
do el sol reverbera
con lumbre tenaz,
do llenan las perlas los largos espacios,
los ricos topacios,
el jaspe y el oro, la seda y cristal,

se siente el tumulto de báquica orgía,
que en cántiga impía,
discorde clamor,
la mesa en desorden, manchadas las ropas,
al son de las copas
rameras levantan, sin alma y sin Dios:

«Venid: la gloria es un sueño;
amor sin fiestas, ¿qué es?
Mirado a través de un vaso,
el mundo desierto parece un Edén.

»Vamos la tierra con vino,
embriagados, a amasar;
vamos al templo de Baco
en lúbrica bacanal.

»No hay más altar que la mesa,
no hay más Dios que la embriaguez;
el vino confunde el tiempo,
el morir con el nacer.

»Cuando caemos beodos,
mendigo o rey, ¿qué más da?
todos bebemos sedientos
arroyos de libertad.

»¡Qué dulces son nuestros pechos
empapados de licor!
¡Qué sabrosos nuestros labios,
y qué inmenso el corazón!

»Venid: la gloria es un sueño;
amor sin fiestas, ¿qué es?
Mirado a través de un vaso,
el mundo desierto parece un Edén.»

Allá en otra estancia do en torno murmura
lejana, insegura,
la voz popular,
cantor instigado del Dios que le irispira,
de cóncava lira
la suya levanta al acorde compás:

«Amor y gloria sin fama
son un espejo sin luz,
sólo los cantos no mueren,
hallando en el cieno sepulcro común.

»Venid a beber sedientos
los raudales del saber;
en sus márgenes se cogen
las coronas de laurel.

»El pueblo escucha al poeta;
venid, venid al cantor.
¿Qué es el amor ni la gloria
sin la ciencia y la razón?

»¿De qué os vale de placeres
ese miserable afán?
Si no los canta mi lira,
¿quién os los ha de envidiar?

»Amor y gloria sin fama
son un espejo sin luz;
sólo los cantos no mueren,
hallando en el cieno sepulcro común.»

Adolfo, indeciso, consigo luchaba,
sin tino vagaba
detrás del placer;
doquiera anhelante y ansioso corría
cruzando la orgía,
la gloria gustando, el amor, la embriaguez.

Y en voz afanosa,—¿Dó estás, di, murmura,
altiva hermosura,
falaz juventud?
Doquiera te veo, siguiéndote avanzo,
mas nunca te alcanzo…
Yo siempre en tu busca, y huyéndome tú!

¡Oh! Dime, Esperanza, mi fiel compañera,
¿dó está esa altanera
cobarde mujer?—
La Maga le sigue, mas no le responde.
—¿Por qué se me esconde?
¿Lo sabes?—La Maga repuso:—No sé.

—¿No sabes? Mentira. ¿Me engañas, traidora,
me mientes ahora
que la amo por fin?
¡Oh! Ciego por ella, tras ella camino…
¡Fantasma divino,
te adoro insensato, después que te vi!

- IV -

Cansado de su rápida carrera
siguiendo la fantástica visión,
de un verde montecillo en la ladera,
Adolfo sollozando se sentó.

Iba el camino por estrecha calle
una suave colina a transponer,
partiendo por mitad un triste valle
do la estéril colina sienta el pie.

A su lado la Maga todavía,
blanca, risueña y cariñosa está,
cual viva estrella que al piloto guía
y anima en los peligros de la mar.

Flotaba su sencilla vestidura
del aura de la tarde a la merced,
y derramaba su mirada pura
por la campiña que delante ve.

Al lejos, entre pálida neblina,
alcánzanse tal vez a distinguir
torres y muros en informe ruina,
y escombros que salpican el país

Hay doquiera ciudades desoladas,
cuyo hendido esqueleto humea aún,
manchando con espesas bocanadas
la claridad del firmamento azul.

No hay f aentes, ni palacios, ni verjeles,
ni cantan en amena soledad,
saltando entro jacintos y claveles,
aves que gozan con alegre afán.

Hay algunas estériles palmeras
nacidas al azar aquí y allí,
y águilas surcan libres y altaneras
el hueco de la atmósfera sutil.

Aun se sienten, perdidos a lo lejos,
los himnos de la alegre juventud,
cuyo alcázar se ofusca en los reflejos
de una impotente y moribunda luz.

Todo es verdad allí, todo se ostenta
sin ilusorio engañador cristal,
por todas partes sin temor se asienta
la rebelde y desnuda realidad.

—Las fuerzas, dijo Adolfo, me, abandonan,
llena de sombras mi memoria está;
dame el brazo, Esperanza: en mis oídos
esos cantares tentadores van.—

Y era así, que a pedazos por el viento
llegaban en sonora confusión,
ya el mentiroso o el blasfemo acento
del placer, de la gloria o del amor:

«Los labios hierven en besos,
quemándose están de sed;
venid a templar su hoguera,
no hay más recompensa ni Dios que el placer.

»Bajad al campo sangriento,
sólo la gloria está allí;
y sin gloria y sin laureles,
¿quién es el imbécil que acierta a vivir?

»Venid: la gloria es un sueño;
amor sin fiestas, ¿qué es?
Mirado a través de un vaso,
el mundo desierto parece un Edén.

»Amor y gloria sin fama
son un espejo sin luz;
sólo los cantos no mueren,
hallando en el cieno sepulcro común.»

—¡Oh, cuán felices son en sus placeres,
ellos cantando, y sin aliento yo!
Fiestas allí, cristal, oro y mujeres,
y aquí conmigo soledad y error!

- V -

ADOLFO

     ¿Dónde estamos, Esperanza?

MAGA

 Selva es aquésta que ves
de razón y de recuerdos.

ADOLFO

 ¿Tiene nombre?

MAGA

                         La vejez

ADOLFO

 ¿Y aquellas alegres damas,
y aquel palacio, y aquel
festín espléndido y cánticos
de ventura y de placer?

MAGA

 Allá quedan.

ADOLFO

                     ¿Y la hermosa
de que un instante gocé,
y tras quien corro insensato?

MAGA

 Allá se queda también.

ADOLFO

 ¿Conque por fin la he perdido?
¿Conque en verdad la soñé?

MAGA

 El perseguirla es perderla,
que es verdad, e ilusión es.

ADOLFO

 ¿Mis amigos?

MAGA

                 Allá quedan.

ADOLFO

 De mis soldados, ¿qué fué?

MAGA

 Allá quedan.

ADOLFO

             ¿Y mi gloria,
mis timbres?

MAGA

                 Allá también.

ADOLFO

 ¿Conque todos me dejaron?
¿Qué resta en la vida, pues?

MAGA

     Tu Esperanza está contigo,
Siempre acudiéndote fiel.

ADOLFO

 Tú sola no me abandonas.

MAGA

 A tu lado siempre iré,
alumbrándote el camino
que tomastes al nacer.
Reposa y vamos.

ADOLFO

                             Me canso.

MAGA

 Yo la mano te daré.

ADOLFO

 Dame un manto, tengo frío;
Agua dame, tengo sed.

MAGA

 Vamos a buscar la fuente.

ADOLFO

 ¿Está muy lejos?

MAGA

                         Tal vez.

ADOLFO

 ¿No tiene fin el camino?

MAGA

 Sí.

ADOLFO

     Pues vamos.

MAGA

                         Tras mí ven.

ADOLFO

 ¡Oh, cuán distinto, Esperanza,
este camino es de aquel
por donde yo te tendía
mi brazo ligero ayer!

MAGA

 Lo que pasó no recuerdes;
mirando adelante vé.

ADOLFO

 Sólo de recuerdos vivo.

MAGA

 Olvida.

ADOLFO

             No puede ser.

Así con cansado paso
va caminando tal vez
el hombre con su esperanza,
eterno sol de su fe.
Y así la Maga y Adolfo,
va el día al obscurecer,
caminan hacia el desierto
de la arrugada vejez.
Tristes y a espacio caminan
al crepúsculo del sol,
por medio de un campo estéril,
sin ave, fuente, ni flor.
Las cumbres están nevadas,
y en espantoso turbión,,
se oyen bramar los torrentes
con honda y cóncava voz.
Silba el cierzo entre las peñas,
que ostentan en derredor
entre la nieve, a pedazos,
en lastimosa ilusión,
allí una choza arruinada,
allá un templo que se hundió,
más allá un puente abrasado
o un hendido murallón;
rastro del peso del tiempo
que fue pasando veloz,
descabezando en sus crestas
cuantas puntas encontró,
áspera y postrer jornada,
dura peregrinación,
por donde nada se encuentra
amigo o consolador.
Apenas en los escombros.
de arruinada población,
algunos pobres ancianos
dan a la vida un adiós;
apenas entre los brezos
se topa un viejo pastor,
que apacienta unos ganados
que sólo esqueletos son.
Mas nadie sabe la historia
de lo que allí vegetó;
todos lloran los recuerdos
de su propio corazón;
todos miran el risueño
alcázar encantador,
que al pasar por sus dominios,
la juventud les mostró.
¿Qué dejan? Sus ilusiones.
¿Qué lamentan? Su valor.
Nada de cuanto gozaron
al desierto les siguió.
Alguna vez aun deliran
con la halagüeña visión
de aquel palacio encantado
que falaz les hospedó.
Pero al pensar en los cantos
que el deleite seductor
les murmuró en los oídos
en soñada predicción,
doblan al suelo la frente
con incrédulo dolor,
diciendo al ir su camino:
¡Mentira! ¡Todo pasó!

Así, por entre la nieve,
cruzando el desierto van
Adolfo y la Maga, en lento
paso, por quebrado erial.
Cada vez más se avecinan
a las riberas de un mar
que al confín de aquella tierra
tendido en silencio está.
Es el agua turbia, inmoble,
cuyo fin se pierde allá,
en un caos de profunda,
insondable obscuridad.
ni el viento, al pasar, la arruga,
ni en espumas de cristal,
en las húmedas arenas,
se viene a desmenuzar;
ni escupe conchas de nácar,
ni en su extensa soledad
saltan avaros los peces
el ambiente a respirar.
No se alcanza de la playa,
por el perdido arenal,
más que una choza mezquina
de estrecha concavidad,
cuya puerta desquiciada,
ya mohosa y desigual,
como párpado sin ojo,
mirando hacia el agua está.
Llegando allí, dijo Adolfo:
—No puedo, Esperanza, más;
entremos en esa choza
un momento a descansar.—
Entraron en la cabaña,
y a la débil claridad
con que alumbra todavía
un crepúsculo fugaz,
hallaron un ancho espejo,
en cuyo limpio cristal,
Adolfo vio con espanto
una sombra reflejar.
—¿De quién es aquella imagen?
preguntó, en duda tenaz,
con su memoria luchando,
recelando la verdad.
—Esa imagen es la tuya.
—Pues ¿cómo mi frente ya
calva y arrugada miro,
y tan gastada mi faz?
¿No era ayer niño y hermoso
contigo, Esperanza, al dar,
cuando a despertar viniste
mi infantil curiosidad?
—Entonces naciste al mundo,
y el canastillo en que audaz
conmigo bogastes, era
tu cuna, Adolfo, no más.
Las brisas de mis promesas
lleváronte a desear,
y entraste por el camino
de la loca vanidad.
Así el valle de la vida
has venido a atravesar
entre pensiles de flores
y palacios de cristal.
—¡Ay! clamó Adolfo llorando,
que no los puedo olvidar,
ni a aquella reina orgullosa,
a quien ya no veré más.
—Así se pasa la vida
en gemir y en esperar
lo que buscamos en ella
o lo que perdimos ya.
Esta choza es una puerta
de la obscura eternidad;
ese espejo es la razón,
y la nada es ese mar.
Todo aquí se desvanece,
nada hay delante y detrás,
allá se queda la vida,
y las deleites allá.
Este es el punto por donde
se descubre la verdad,
y aquí sólo la esperanza,
aun con nosotros está.

- VI. PLEGARIA -

¡Blanca ilusión! ¡Benéfica esperanza!
Triste y última luz del corazón,
a cuyo tibio resplandor se alcanza
un más allá en el hondo panteón.

Tú sola nos alivias el camino
en que entramos al tiempo de nacer;
nuestro amargo destino es tu destino,
siempre amiga te hallamos por doquier.

Delante de ese espejo misterioso,
de nuestra nada ante el extenso mar,
aun vienes con semblante cariñoso,
nuestra seca razón a consolar.

¡Oh! Tú nos doras la niñez tranquila,
enciendes nuestra ardiente juventud,
la vejez nos sostienes, que vacila,
y aun ardes en el cóncavo ataúd.

Sol en la vida, lámpara en la muerte,
siempre nos vienes asistiendo en pos;
y amiga fiel, nos dejas al perderte,
al pie del trono del inmenso Dios.

¡Sol de mi vida! Sin cesar conmigo,
mis lentas horas alumbrando ven;
no apagues, no, tu resplandor amigo
mientras mis ojos en vigilia estén.

¡Lámpara de mi nicho solitario!
Baja conmigo al negro panteón,
y séanme los pliegues del sudario,
de sueño eterno santo pabellón.