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El piadoso aragonés/Acto I

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Elenco
El piadoso aragonés
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Salen CARLOS, príncipe, y la REINA DOÑA JUANA.
DOÑA JUANA:

  ¿Tanta descompostura Vuestra Alteza?

CARLOS:

Si Vuestra Majestad con su aspereza
me da la causa, ¿qué se admira?

DOÑA JUANA:

Creo
que le aconseja mal algún deseo.

CARLOS:

Yo no tengo deseo que no sea
servicio suyo.

DOÑA JUANA:

Si mi bien desea,
¿cómo no me respeta y obedece?
Si porque soy madrastra le parece
que no merezco por quien soy respeto,
proceda con mis prendas más discreto,
que si en ausencia de su padre tengo
de Navarra el gobierno, y por él vengo
a que me quiera mal, esté seguro
que yo no le pretendo, ni procuro,
ni le quiero quitar lo que le toca,
si esta sospecha a enojo le provoca,
y cuando por mujer del rey su padre
se obligue a respetarme y no por madre,
advierta que merezco, no se inquiete,
que por hija me estime y me respete
de don Fadrique Enríquez, almirante
de Castilla, que estoy tan arrogante
de su sangre y valor, que no he pensado
que fue de doña Blanca más honrado
el rey su padre. Mas yo haré de modo
que esté seguro con dejarlo todo.

CARLOS:

Señora, jamás tuve pensamiento
en deservicio vuestro, solo siento
que vos lo imaginéis.

DOÑA JUANA:

Vuestro semblante
os manifiesta el alma.

CARLOS:

No os espante
que no esté muy alegre.

DOÑA JUANA:

¿Qué os da pena?
¿Son mis hijos acaso sangre ajena?
¿No son vuestros hermanos? ¿No es Fernando
digno de serlo?

CARLOS:

Estoy imaginando
que para defender vuestro partido
los de Beamonte deben de haber sido.
¿Quién de mi amor en tal sospecha os pone?

DOÑA JUANA:

Carlos, Carlos, no más; quien descompone
la paz del rayo es un mortal deseo
de veros rey, que yo no oigo, ni creo,
hombres aduladores y fingidos,
que tengo muy prudentes los oídos.
Retirad la ambición, que quien desea
corta vida a sus padres nunca crea
que se alargue la suya; sed discreto,
que conforme tuviéredes respeto
a vuestros padres, y obediente fuéredes,
os le tendrán los hijos que tuviéredes.

(Vase.)


CARLOS:

¿Soy yo quien esto escucha? No es posible.
¿Cómo se quejan de que soy terrible
los que infamar pudieran mi paciencia?
¿En quién cupiera tanta resistencia?
Navarros, ¿yo soy príncipe? ¿Yo he sido
príncipe de Viana? ¿Yo he nacido
de Blanca, hija de Carlos, Carlos Bravo,
Carlos, rey de Navarra, o soy esclavo
de una madrastra Enríquez castellana?
Mas, ¿qué mucho que ya siendo tirana
del alma de mi padre también sea
del reino que gobierna y señorea?
No ha de pasar así, viven los cielos,
que quiere darme con Fernando celos,
Fernando por quien ya, si hay lengua en ellas,
consulta mi madrastra las estrellas
de este que, ya Josef con sueños vanos,
se quiere hacer señor de sus hermanos,
y se promete ya reinar de España,
y en lo mejor que el mar Italia baña.
Pues no ha de ser así, y al padre mío,
aunque parezca al mundo desvarío,
he de hacer guerra, y de la altiva frente
quitarle la corona justamente.

(Sale DON JUAN DE BEAMONTE.)
DON JUAN DE BEAMONTE:

  ¿Qué es esto, invicto señor?
¿Qué le habéis dicho, que llora
la más heroica señora
que tuvo español valor?
  Respetalda, pues debéis
a vos mismo este respeto.

CARLOS:

Beamonte, vos sois discreto
y mis desdichas sabéis.
  ¿Qué hombre hubiera tenido
el sufrimiento que yo?
Blanca, mi madre, nació
de Carlos; Carlos ha sido
  vuestro proprietario rey.
Si se casó con mi padre
Blanca, el reino es de mi madre
por justo derecho y ley.
  Pues, ¿por qué ha de gobernar
Juana, segunda mujer
suya, a Navarra y tener
en su ausencia mi lugar?
  ¿Fáltame edad y prudencia?
¿Mi madrastra ha de tratarme
desta suerte y obligarme
a tan infame paciencia?
  Vive Dios de hacerle guerra;
el rey legítimo soy.

DON JUAN DE BEAMONTE:

Señor, vuestro padre es hoy
por Blanca rey desta tierra;
  Blanca, vuestra madre, fue
su reina, no tiene acción
al reino, pero es razón
que aquel lugar se le dé
  que por padre le es debido.
El rey lo es vuestro, y agora
en vuestra madrastra adora,
y con razón, pues ha sido
  no inferior a vuestra madre
en virtud, sangre y valor;
respetad cuerdo el amor
que le tiene vuestro padre,
  que con esto venceréis
cualquiera pena y disgusto,
y haciendo lo que es tan justo,
a su tiempo reinaréis
  con la bendición que el cielo
a la obediencia asegura,
digna de vuestra cordura,
nombre, entendimiento y celo,
  que hacer guerra a quien os dio
el ser que tenéis no es hecho
de ese generoso pecho.

CARLOS:

No había menester yo,
  para salir más furioso,
sino el verme detener.
¿Nunca habéis visto correr
un arroyo caudaloso
  que la presa detenía?
¿A un caballo que, ligero,
no respetando el acero,
pasar furioso porfía
  entre desnudas espadas,
y que parece al pasar
que se las quiere quitar
con las manos levantadas?
  Pues tal pienso agora ser,
que se me pone delante
vuestro discurso ignorante,
que me intenta detener.
  Ya os entiendo, ya sé yo
que a mi madrastra ayudáis
contra mí, ya sé que estáis
de su parte.

DON JUAN DE BEAMONTE:

Quien os dio
  tan necias nuevas de mí,
pudiera haberlo escusado,
que a serviros obligado
como vasallo nací,
  y ninguno más leal.

(Vase.)
(Sale DON PEDRO DE AGRAMONTE.)
DON PEDRO:

Vuestra Alteza puede darme
albricias.

CARLOS:

Para obligarme,
don Pedro, trataros mal,
  decidme algún buen suceso
de la Reina.

DON PEDRO:

Ese rigor
no le debéis a su amor,
que os quiere bien con exceso,
  y agradecerle es razón.

CARLOS:

Yo lo creo, bien está.
¿Qué nuevas traéis?

DON PEDRO:

Que ya
sois príncipe de Aragón.
  Ya sabéis que vuestro padre
con don Enrique, su hermano,
hacía guerra en Castilla,
que ha durado tantos años,
a su primo el rey don Juan,
quejoso de los agravios
de don Álvaro de Luna,
en que hay pareceres varios
si es con justicia o sin ella,
y que entre diversos casos
fue crédito de su celo
cuando en Medina del Campo
le vencieron los Infantes,
pues en la plaza le hallaron
donde, si fuera su intento
menos que piadoso y santo,
no se hincaran de rodillas
para besarle la mano.
De todos estos discursos
pienso que estáis informado,
que son causa de su ausencia,
y de regir entretanto
la reina a Navarra, reino
de vuestra madre heredado.
Don Alonso, vuestro tío,
primogénito a Fernando
vuestro abuelo, aquel insigne
rey prudente, heroico y sabio
de Nápoles, Aragón
y Sicilia, el cetro humano
trocó por mejor imperio,
y goza eterno descanso.
Murió sin hijos, y deja
a vuestro padre y su hermano
sus reinos, de quien ya sois
príncipe; mirad si os traigo
nuevas que albricias merezcan.

CARLOS:

Daré, por vida de Carlos,
que yo sé el amor que os debo.

DON PEDRO:

Después, gran señor, de daros
parabién de tantos reinos,
y en vos tan bien empleados,
con vuestra licencia voy,
por las albricias que aguardo,
a la reina, mi señora.

(Hace que se va, y el INFANTE le detiene.)
CARLOS:

Yo tengo mucho que hablaros,
don Pedro, en cosas que piden
secreto y tiempo.

DON PEDRO:

A mi cargo
está, señor, el suceso,
de que puedo aseguraros
el tiempo a vuestra elección.

CARLOS:

Pues a Aragón nos partamos
antes que mi padre llegue,
que en reinos tan apartados
podrá ser que mi madrastra
quiera poner a Fernando.
Fernando, mi hermano, es mozo
de tal valor, que he pensado
que con favor de la reina,
y los deudos castellanos
me ponga en obligación
de que le ataje los pasos.

DON PEDRO:

Los Agramontes, señor,
con la vida y los vasallos
estamos de vuestra parte,
que los Beamontes contrarios
que a la reina favorecen
no los temáis.

CARLOS:

En llegando
a pensar en Fernandillo
me tiembla el alma, y las manos.

(Vanse y salen el INFANTE DON FERNANDO y NUÑO, de noche.)
DON FERNANDO:

  No me agrada[n], Nuño amigo,
amores de la ciudad.

NUÑO:

Cautivan la voluntad,
de que soy también testigo.
  ¿Qué cosa puede agradarte?

DON FERNANDO:

Adoro en Estela.

NUÑO:

Es bella.

DON FERNANDO:

¿Por qué no se llama Estrella?

NUÑO:

Porque lo fuera de Marte,
  siendo tuya, que lo eres,
y de Venus quiere ser.

DON FERNANDO:

¿No hay en la ciudad qué ver?

NUÑO:

Antes hermosas mujeres.

DON FERNANDO:

  En aquella casa vi,
Nuño, dos que me ponían
devoción.

NUÑO:

Pues ¿qué tenían?

DON FERNANDO:

Mucha honestidad.

NUÑO:

Ah, ¿sí?
  Pues no creas ojibajas,
que hay desta zonza o modorra
que es como caldo de zorra.

DON FERNANDO:

Necedad, graves y bajas.

NUÑO:

  Tienen fama de doncellas.

DON FERNANDO:

¿Y obras no?

NUÑO:

Dijo un discreto
que el saber ese secreto
está en que lo digan ellas.
  Mas mira, la Antigüedad
a las sirenas pintaba
medio mujeres, que daba
indicios desta verdad.
  Y así, destas he pensado,
por hablar sin ofendellas,
que son la mitad doncellas
y la otra mitad pescado,
  mas, como quiera que sea,
aunque honestidad fingida
a la mujer más perdida,
hace que nadie lo crea.
  Gran virtud la honestidad.

DON FERNANDO:

¿Para engañar hay virtud?

NUÑO:

Ansí Dios me dé salud,
que hace dudar si es verdad.
  Hable una mujer honesta,
y abrase el mundo, señor,
que la de mayor valor
pierde su ser descompuesta.
  Yo soy un pobre escudero,
que te sirvo siendo infante
de Navarra, que es bastante
para no tener dinero,
  y en viéndola recatada,
o en la reja o el estrado,
le doy cuanto tú me has dado,
que es como no darle nada.

DON FERNANDO:

  Algún día te daré.

NUÑO:

Esto, señor, de algún día
es dar con hipocresía
en que se engañe la fe.
  No hay cosa más inhumana
sirviendo, y de más rigor,
que ver un cuervo, señor,
diciendo siempre mañana.

DON FERNANDO:

  Pues ¿qué me has dado tú a mí?
Lisonjas y necedades.

NUÑO:

No nos digamos verdades,
que alguna vez te serví.

DON FERNANDO:

  Alguna vez yo te fío,
que algo te tengo de dar.

NUÑO:

Quien tanto puede esperar
mucho tiene de judío.

DON FERNANDO:

  Todo lo echaste a perder
con las cosas desta noche.

NUÑO:

¿Qué diamantes, o qué coche,
diste a ninguna mujer?

DON FERNANDO:

  No era fea la Beatriz,
pero está un poco acabada.

NUÑO:

Está ya la flor pasada,
como entre vaca y perdiz,
  que está, como edad le sobre,
aunque haya habido hermosura,
una mujer más segura
que una lámpara de cobre.

DON FERNANDO:

  Bien dices, que asegurada
está de toda malicia.

NUÑO:

No dará a nadie codicia
si está mil años colgada.

DON FERNANDO:

  A palacio hemos llegado;
gente suena en el balcón.

NUÑO:

El reloj del corazón
la hora te ha señalado.

(DOÑA ANA en lo alto.)
DOÑA ANA:

  ¿Es el Infante?

DON FERNANDO:

Señora,
si el alma os lo dijo, sí.

DOÑA ANA:

¡Qué ventura!

DON FERNANDO:

Para mí.

DOÑA ANA:

Ha llegado nueva agora
  de que vuestro padre es ya
rey de Aragón.

DON FERNANDO:

Bueno fuera
si yo heredarle pudiera,
pero de por medio está
  el príncipe de Viana,
en quien se emplea mejor,
que no ha hecho más valor
la naturaleza humana,
  que será rey dignamente
de Nápoles, Aragón
y Sicilia.

DOÑA ANA:

Con razón
os amo tan tiernamente,
  pero ¿no podía ser
que vos lo fuésedes?

DON FERNANDO:

No,
que lo que el cielo le dio,
¿quién lo puede merecer
  con más títulos?

DOÑA ANA:

No trato
de sus méritos, señor,
puesto que a vuestro valor
pienso que responde ingrato,
  y mirad que puede haber
en la fortuna mudanzas.

DON FERNANDO:

Aun no quiero yo esperanzas
que le puedan ofender.

DOÑA ANA:

  Una cosa haced por mí.

DON FERNANDO:

No la puede haber, señora,
que os niegue quien os adora;
digo mil veces que sí.

DOÑA ANA:

  Dadme palabra de ser
mi esposo, cuando seáis
rey de Aragón.

DON FERNANDO:

No digáis
cosa que puede ofender
  la vida de Carlos.

DOÑA ANA:

Yo
este imposible os suplico.

DON FERNANDO:

Si mi amor os significo
en imposibles, o no,
  esta palabra os lo diga,
pues os la doy de casarme
con vos, y quiero obligarme,
si el dárosla a vos me obliga,
  que sois cierto para mí
el día que de Aragón
fuere rey, pero es razón
que no se sepa que fui
  tan loco amante, señora,
que esta palabra os he dado,
y que puede dar cuidado
al que es su príncipe agora.

DOÑA ANA:

  A mí me importa el secreto,
y con esto, adiós.

(Vase.)
DON FERNANDO:

No sé
qué pruebe amorosa fe
más de lo que yo prometo.

NUÑO:

  ¿Qué tenemos?

DON FERNANDO:

Vengo, Nuño,
casado.

NUÑO:

¿Cómo casado?
¡Vive el cielo que me has dado
una estocada de puño!

DON FERNANDO:

  Esta palabra le di,
pero fue la condic[i]ón
que en siendo rey de Aragón.

NUÑO:

Pues dame la misma a mí,
  no digo de casamiento,
pero de que me has de honrar.

DON FERNANDO:

No te quiero castigar
por tan loco atrevimiento,
  y así os dejo, con razón,
por loca a doña Ana, a ti
por necio.

NUÑO:

¿Della y de mí
te ofendes?

DON FERNANDO:

Pues, ¿no es traición,
  viviendo mi hermano, hablar
en hacerme rey a mí?

NUÑO:

No.

DON FERNANDO:

¿Cómo?

NUÑO:

Escucha.

DON FERNANDO:

Di.

NUÑO:

Si a mí me prometes dar
  por futura sucesión
algo, Fernando invencible,
y darme es cosa imposible,
no serás rey de Aragón.

DON FERNANDO:

  Bachiller a toda ley.

NUÑO:

Pues cuando quieras reinar,
jura que no me has de dar,
y serás mañana rey.

(Vanse.)


(Salen el REY DON JUAN y BERNARDO.)
REY DON JUAN:

  Estraña nueva.

DON BERNARDO:

La verdad te digo.

REY DON JUAN:

¿Es posible, Bernardo Rocaberto,
que tengo un hijo yo por enemigo?

DON BERNARDO:

  Dudaba yo, señor, que fuese cierto,
fui a verlo, y es verdad, que en campo armado
se muestra tu enemigo descubierto,
  con un luciente arnés blanco y dorado,
en un bridón, y media lanza rota
de acero en duras conchas escamado,
  a la rodilla de la negra bota;
llegando por debajo de la cuja
la guarnición de la lustrosa cota,
  en colores y plumas sobrepuja
al árbol que mejor la primavera
con esmaltadas flores se dibuja.
  La gente en fin que conocí primera
me pareció la casa de Agramonte.

REY DON JUAN:

Su proprio rey dirá que Carlos era.

DON BERNARDO:

  No sonaba por todo su horizonte
otra cosa que cajas y trompetas.
Como eres sol, pretende ser Faetonte.

REY DON JUAN:

  ¡Oh fortunas humanas, qué imperfetas
sois en vuestros discursos, que me admiro
si estáis a tanta variedad sujetas!
  Apenas de Aragón el laurel miro
resplandecer en mi dichosa frente,
cuando por ser un labrador suspiro.
  ¡Mi hijo Carlos, que tan tiernamente
amé, Bernardo, contra mí la espada!
¡Que aquel ser que le di quitarme intente
  la prenda que he tenido respetada
del alma y de los ojos! El respeto
me pierde a mí, que no le ofendo en nada.
  Carlos, tan gentilhombre, tan discreto,
¿con alma tan feroz? Desdicha es mía,
que no cupiera en él tan grande efeto.
  ¿Carlos su mismo padre desafía?
Algún Arquitofel le da consejo,
como Absalón contra David hacía.
  Pues mire que no puede haber espejo
de tan firme cristal que no le rompa
la injusta sinrazón de que me quejo.
  ¿Qué habrá que la codicia no corrompa?
¡Qué bien, Bernardo, tanto amor me paga,
cuya fama asegura inmortal trompa!
  Justo es que tanto amor me satisfaga.
¿Con qué amigo no fuera trato doble?
¡Qué bien en él mi sangre se propaga!
  Pues guarde los cabellos de algún roble,
si bien no habrá Joab tan atrevido
que vierta a mi pesar sangre tan noble.
  Yo tengo aquel ejército lucido
que me sirvió en Castilla, y en persona
quiero darle el castigo merecido,
  y si digo verdad, porque le abona
mi amor conmigo, y quiero yo agradalle,
que aunque quiere quitarme la corona,
no puede la ocasión de perdonalle.

(Vanse.)


(Salen DOÑA ELVIRA, dama, y LAURENCIA, labradora.)
LAURENCIA:

  Daros quiero el parabién
agora que sola estáis.

DOÑA ELVIRA:

Laurencia, del que me dais
tendréis vos parte también.

LAURENCIA:

  Después que en aquesta aldea
con secreto habéis estado,
mil veces he deseado
saber, señora, quién sea
  el dueño de aquesta hermosa
prenda, que gocéis mil años,
que de amorosos engaños
he vivido sospechosa.
  Ya del parto libre os veis;
decidme si os he servido
en mi casa, aunque no ha sido
como vos lo merecéis.
  ¿Quién os puso en ocasión
de perder vuestro sosiego?

DOÑA ELVIRA:

Ya que a declararme llego,
conociendo la afición
  que a mis cosas has mostrado,
has de saber de mi amor;
oye, que ha sido rigor
la ocasión de mi cuidado.
  Tuvo el conde de Lerín,
deudo del rey de Navarra,
una hermana que casó
con el duque de Bretaña;
vino a Estela, en que le hicieron
fiestas, cuyo gusto y galas
no perderá la memoria,
que dio su nombre a la fama.
Llevola el duque a su tierra;
deste casamiento en Francia
nací yo, no sé si diga
que para ser desdichada.
Murió mi padre en la flor
de sus años, y en desgracia
del rey, porque en cierta guerra
no le acudieron sus armas.
La duquesa, con acuerdo
del conde su hermano trata
de dejar su estado a un hijo
que de diez años quedaba
cuando mi padre murió,
y con amor de la patria
vuelve a Navarra conmigo,
y vive en su antigua casa
en tanto que yo, Laurencia,
en Estela me criaba.

DOÑA ELVIRA:

Hubo guerras en Castilla,
siendo por dicha la causa
los infantes de Aragón,
si fue envidia la privanza
de don Álvaro de Luna,
que entre las cosas humanas
ninguna está más sujeta
a la envidia y la mudanza.
Ya con la ausencia del rey
el príncipe de Viana,
su primogénito hijo,
y la reina doña Blanca,
comenzó a mostrar los bríos
a pesar de su madrastra,
segunda mujer del rey,
que este reino gobernaba,
que gobierno de mujer
en las historias humanas,
aunque no quieran los hombres,
y en las divinas se alaba.

DOÑA ELVIRA:

No sé si el rey acertó,
si bien es hoy doña Juana
reina de tanto valor,
como sangre de la casa
de los Enríquez, pues vemos
que toma Carlos las armas
contra su padre, y le ayudan
de Cataluña y Navarra
lo más poderoso y noble,
que como tiene en Italia
a Nápoles y a Sicilia,
teme Carlos que no haga
reyes de aquellos dos reinos
los hijos de doña Juana,
entre los cuales Fernando
crece ya con tantas gracias
que muestra algunos aceros
de la sangre castellana.
Carlos pues, ¡ay Dios!, Laurencia,
siendo yo en palacio dama
me miró, sirvió y le dio
a la reina justa causa
para mandarme volver
a mi casa, en que ya estaba
mi madre con pocas fuerzas
para resistencias altas.

DOÑA ELVIRA:

No quiso más el amor
para ejecutar su aljaba,
para infundir su veneno,
para vencer mi arrogancia.
Papeles, pasos, porfías,
tres enemigos del alma,
tres contrarios de la honra,
tres traidores de la fama
rindiéronme hasta las rejas,
donde de noche le hablaba,
que de ordinario por yerros
comienzan nuestras desgracias.
Mucho pueden con nosotras
las noches y las ventanas,
las ventanas porque escuchan,
y las noches porque callan.
En fin, Laurencia, las unas
cubren mejor lo que pasa,
y con su ejemplo las otras
acercan más las palabras.
Finalmente me faltó
alguna de mis criadas,
que abrió una noche la puerta.
¡Oh, qué necia confianza!
¡Qué mal se defienden pechos
donde paredes no bastan!

DOÑA ELVIRA:

No hay guarda en la voluntad
si ella misma no se guarda,
pues viéndome en ocasión
que mi amorosa desgracia
ya quería descubrirse
con estas que llaman faltas,
que nunca con más razón
aqueste nombre les llaman,
si lo que en el cuerpo sobra
descubre el honor que falta,
dije al principio el peligro,
y una noche disfrazada
me trujo secretamente,
Laurencia amiga, a tu casa,
y cuando con este infante
me levanto de la cama,
contenta de imaginar
alguna loca esperanza,
tengo nuevas de que Carlos
en grandes peligros anda,
sacando por mal consejo
contra su padre la espada.
Este es mi triste suceso,
que no es posible que salga
Carlos en paz desta guerra,
si es tan injusta la causa.

LAURENCIA:

¡Ay, señora!, ¿qué es aquesto?
¿Por la aldea gente armada
que hacia nosotros se acerca?

DOÑA ELVIRA:

No temas, porque ya el alma
ha conocido su dueño.

(Salen CARLOS, DON PEDRO y soldados.)
LAURENCIA:

Presencia tiene gallarda.

CARLOS:

  Retiraos todos, y aquí
quede don Pedro.

DOÑA ELVIRA:

Señor,
galán os hace el rigor,
nunca más gallardo os vi.
¿Dónde camináis ansí?
¿Tantas plumas? ¿Tanto acero?

CARLOS:

Volar, doña Elvira, quiero
para alcanzar un laurel,
que coronarte con él
a pesar del mundo espero.
  No pueden las sinrazones
de mi madrastra obligarme
a obediencia, sino a darme
armas, furias y ocasiones.
Las banderas y pendones
que veis en tanto escuadrón
no contra mi padre son,
que no es contra la obediencia
tomar un hombre licencia
de defender la razón.
  Pero dejando el furor
de Marte, ¿cómo has estado
después que el cielo me ha dado
tal prenda de tu valor?

DOÑA ELVIRA:

Como quien tiene, señor,
un espejo en quien miraros,
que para ausente gozaros
fue remedio celestial,
porque solo en tal cristal
pudiera amor retrat[ar]os.

CARLOS:

  Ten ánimo y confianza,
Elvira, en estas banderas,
que a pesar de envidias fieras
has de lograr tu esperanza,
que si la vida me alcanza,
yo daré satisfación
a tu sangre y opinión
con tan debidas ventajas.

(Cajas dentro.)
DON PEDRO:

Señor, trompetas y cajas
alborotan tu escuadrón.
  El Rey se acerca, ¿qué esperas?

CARLOS:

Elvira, quédate a Dios,
que ya se ven de los dos
frente a frente las banderas.

DOÑA ELVIRA:

Carlos, desas armas fieras
te guarde el cielo.

CARLOS:

Sí hará;
esperanzas llevo ya
en mi valor y en mi celo,
que es fuerza que ayude el cielo
donde la justicia está.
  Tú en tanto, Elvira, procura
entre aquestos labradores,
a tu prenda, a tus amores,
cuya gracia y hermosura
guarde el cielo a más ventura,
darle bautismo entretanto,
que espero del cielo santo
ser rey de seis reinos solo
antes que la luz de Apolo
cubra el estrellado manto.

(Vanse ellos.)
DOÑA ELVIRA:

  ¡Plegue al cielo que te dé
vitoria! ¡Ay, Laurencia amiga!,
¿que Carlos le desobliga,
para que en su ayuda esté?

LAURENCIA:

No es el primero que fue
culpado en querer reinar.

DOÑA ELVIRA:

Aunque se pudiera dar
disculpa a tan gran deseo
contra su padre, no creo
que se pueda disculpar.

(Vanse.)


(Salen soldados, y el REY, BERNARDO y D[ON] JUAN DE BEAMONTE.)
REY DON JUAN:

  ¡Qué no podrán detener
amor y justa piedad!

DON BERNARDO:

Mire Vuestra Majestad
que quieren acometer.

REY DON JUAN:

¿Es posible que ha de ser?

DON JUAN DE BEAMONTE:

Señor, ¿qué remedio tiene,
cuando ya el Príncipe viene?

REY DON JUAN:

¿Es posible que ser yo
el mismo que le engendró
no le avergüenza y detiene?

DON JUAN DE BEAMONTE:

  Tanto sientes, ofendido,
ver que en él la espada empleas,
que parece que deseas
ser del príncipe vencido.

DON BERNARDO:

Señor, que mires te pido
que das ánimo a su gente.

REY DON JUAN:

¡Cómo se ve claramente
que nuestro amor es mayor!
Pues el verle sin amor
es lo que mi pecho siente,
  no el ver la guerra cruel
que intenta, aunque ya debiera
sentir más que no me quiera,
cuando yo me miro en él.
Amor, aunque espejo fiel,
es en los dos desigual:
yo le miro en el cristal,
y así en él me miró a mí,
él por la espalda, y así,
no ve lo que trata mal,
  porque si él mismo se viera
como yo en él, claro está
que la pena que me da
como suya recibiera,
y por eso amor espera
persuadiendo, y porfiando,
y el castigo dilatando
para que mude consejo,
por no quebrar el espejo
adonde me estoy mirando,
  que la justicia, obligada
a castigar esta vez,
quisiera como juez
con vara, no con espada,
mas no siendo respetada,
que se guarde le aconsejo;
no se fíe si le dejo
en que mi espejo se vio,
que tengo un Fernando yo
que me servirá de espejo.

(Tocan cajas.)
DON BERNARDO:

  Señor, ¿qué estás esperando?
¿Esto sufres?

REY DON JUAN:

Acabad
hoy vosotros con piedad
lo que está amor dilatando.

DON BERNARDO:

Tanto se van acercando,
que has de huir, o resistir.

REY DON JUAN:

Huir no se ha de decir,
aunque de un hijo es amor,
porque es más hijo el honor,
y el honor no sabe huir.

(Tocan.)
DON BERNARDO:

  Pues di, ¿qué habemos de hacer?

REY DON JUAN:

¿No has visto un juez que da
términos? Pues esto es ya
justificar el vencer.

(Tocan.)
DON JUAN DE BEAMONTE:

El honor quieres perder.

REY DON JUAN:

No, Beamonte, el honor no.
El término se acabó;
saca la espada y repara
en que, aunque es de acero, es vara
que la justicia me dio.
  Séame el cielo testigo,
que voy como un tiempo Roma
contra quien las armas toma
contra mí, como enemigo.
Hasta aquí llegó conmigo
mi amor, no pasa de aquí,
que el acero a Carlos vi.

(Dentro, «¡Navarra!».)
DON JUAN DE BEAMONTE:

Navarra dicen.

REY DON JUAN:

¡Traición!
Pero decid Aragón,
que ya no voy contra mí.

(Suena guerra dentro, y al entrarse el REY, sale NUÑO.)
NUÑO:

  ¿Quiere Vuestra Majestad
oír a Nuño?

REY DON JUAN:

Es razón.
¿Pídeme Carlos perdón?
Que aún llevo aquí la piedad,
que después no hay voluntad
que disculpe tanto error.

NUÑO:

No sirvo a Carlos, señor,
de Fernando soy criado.

REY DON JUAN:

Pues, Nuño, ¿a qué te ha enviado
Fernando a tanto rigor?

NUÑO:

  A que licencia le des
para entrar en la batalla.

REY DON JUAN:

No lo nombres, Nuño, calla.

NUÑO:

Advierte.

REY DON JUAN:

Locura es.
Dile, Nuño, que me ves
opuesto al encuentro fuerte.

NUÑO:

Que está ya muy cerca advierte.

REY DON JUAN:

Pues dile que no hay lugar,
que no se han de aventurar
dos hijos en una suerte,
  que si me castiga Dios
y de mis males se acuerda,
más vale que el uno pierda,
que no aventurar los dos,
pero yo confío en vos
de que vitorioso quedo.
Dos ojos son, mas sin miedo
a perder uno entraré,
que con uno ver podré,
pero sin los dos no puedo.

(Vanse y queda NUÑO.)
NUÑO:

  ¡Oh mozo intrépido lleno
de arrogancia y ambición,
que armado de presunción
das a tu padre veneno!,
  ¿dónde vas precipitado?
¡Qué furioso, qué valiente
entra, animando su gente,
de furia y acero armado!
  Parece que los navarros
llevan la parte mejor,
que del príncipe el valor
van imitando bizarros.
  Mas ya con valientes manos
les prueban bien los arneses
los fuertes aragoneses
y gallardos castellanos
  que han venido en su favor,
que el cielo al rey favorece;
como la batalla crece,
crece también el furor.
  De las fiestas de la tierra
ninguna aquesta igualara,
si hubiera quien alquilara
ventanas para la guerra.
  ¡Qué bien los emperadores
romanos lo conocían,
que en su anfiteatro hacían
pelear los gladiatores!
  Pero ya se declaró
la vitoria por el rey;
causa justa y justa ley,
a que la razón venció.
  Al príncipe llevan preso,
acabose en su prisión
el rayo de su ambición.
¡Dichoso y justo suceso!

(Salen el REY, DON BERNARDO y soldados.)
REY DON JUAN:

  Gracias al cielo que sabe
castigar atrevimientos.

DON BERNARDO:

Aquí, vencedor invicto,
traen al príncipe preso.

(Salen DON JUAN DE BEAMONTE y CARLOS, príncipe, y DON PEDRO.)
CARLOS:

Halle piedad, no perdón,
pues sé que no le merezco,
un hijo que te ha ofendido.

REY DON JUAN:

Carlos, la espalda te vuelvo,
que yo sé, que si te miro,
es el perdonarte cierto.
Llevalde preso al castillo
de Monroy.

CARLOS:

Señor, confieso
que cortarme la cabeza
es de mis culpas lo menos.
Vuélveme el rostro, señor;
señor, óyeme.

REY DON JUAN:

No quiero,
que temo que la vergüenza
te mate de lo que has hecho.

CARLOS:

Antes por eso lo digo,
porque según los ofendo,
es muy cierto que podían
darme tus ojos veneno,
pero tan honrada muerte
más que castigo era premio;
mas no quieres que te vea
viendo que morir no puedo
si de mi rey soberano
condenado el rostro veo.
Apelo de rey a padre
y de padre a rey apelo,
porque entrambos me castigan,
y entrambos me dan remedio.

REY DON JUAN:

¡Carlos, Carlos, no me muevas!

CARLOS:

Vea yo tu rostro, y luego
manda quitarme la vida.

REY DON JUAN:

¿No le temiste resuelto
con el acero desnudo
que me pusiste en los pechos,
y quieres verle vencido?

CARLOS:

Sí, señor, que si ofendemos
a Dios, verle arrepentido
fue siempre el mayor remedio.

REY DON JUAN:

Yo vuelvo, Carlos, a verte.
Vesme aquí.

CARLOS:

Pues ya te veo,
dame tu mano a besar.

REY DON JUAN:

Carlos, óyeme primero,
  hijo, que llamarte así
ya dice que te perdono,
siendo crédito y abono
mi amor que vuelve por ti.
Yo fío, que hallar en mí
piedad tan mal merecida
será enmienda de tu vida,
que para segundo error
apenas halla el amor
en su piedad acogida.
  ¡Que a la Real Majestad
como loco inadvertido,
Carlos, te hayas atrevido!
¡En tu loca mocedad,
rebelarte a la piedad!
No hay en las leyes escritos
castigos, aunque infinitos
merece tan gran traición,
porque después del perdón
son infames los delitos.
  Dar por causa de tu culpa
que en el gobierno dejé
a la reina, y este fue
lo que más, Carlos, te culpa,
que no puede ser disculpa,
que está Navarra ofendida
de no ser de ti regida,
que no porque fue tu herencia
te dan las leyes licencia
para quitarme la vida.

REY DON JUAN:

  ¿Cuál te ha dado más aquí,
Blanca tu madre en dejarte
a Navarra por su parte,
o yo, que ese ser te di?
Ser hombre heredas de mí,
si della este reino, Carlos,
que los reinos puede darlos
la fortuna y el poder;
los padres solos el ser.
Luego, ¿es justo el respetarlos?
  Fuera de que míos son
Sicilia y Nápoles ya,
luego, ¿más da quién te da
la corona de Aragón?
Pensé ponerte en prisión
de Monroy en el castillo,
pero ya me maravillo
de que cupiese en mi pecho,
porque con no haberse hecho,
me ha pesado de decillo.
  Respeta, Carlos, a Juana,
siquiera porque te dio
hermanos, si te obligó
ser naturaleza humana
la nobleza castellana
que debe a Blanca, tu madre,
y cuando nada te cuadre
de su virtud y valor,
¿por qué no tendrás amor
a quien le tiene tu padre?

REY DON JUAN:

  Querer el reino quitarme
es codicia mal sufrida,
que no es tan larga la vida
que no podrás esperarme.
Yo fío que has de obligarme
con hacerte resistencia;
ten, finalmente, paciencia,
con que al cielo obligarás.
Mira que no reinarás
si te falta la obediencia.

CARLOS:

  Rey y señor, si el favor
es de hombres, hombre soy.
A mi error debéis que os doy
ocasión de perdonar,
que es virtud tan singular
que Dios, rey omnipotente,
se alaba por eminente,
que no pudiera ser Dios
si no diera como vós
ese tributo decente.
  Palabra os doy de enmendarme
y de ser hijo obediente.
Vuestra vida el cielo aumente,
pues dos vidas queréis darme;
la gloria del perdonarme
hace mayor vuestra gloria,
más que el vencerme en memoria
que no ha de cubrirla olvido,
que es perdonar al vencido
el triunfo de la vitoria.

REY DON JUAN:

  Carlos, de vuestra palabra
quedo yo muy satisfecho;
a Zaragoza me voy,
que tomar en ella quiero
la corona de Aragón.

(Vase.)
CARLOS:

Mil años os guarde el cielo.

DON JUAN DE BEAMONTE:

Piadoso valor.

DON BERNARDO:

Notable.

CARLOS:

¿Don Pedro?

DON PEDRO:

¿Señor?

CARLOS:

¿Qué haremos?

DON PEDRO:

Recoger, si ya es posible,
esa gente que va huyendo.

CARLOS:

Bien dices, que no es razón
que, porque en el mar soberbio
haya visto un navegante,
fortuna y tiempo deshecho,
si llegó al puerto con vida,
cobre al agua tanto miedo
que no se vuelva a embarcar.
Recoge esa gente luego,
que el cielo en mi pretensión,
pues me da favor el reino,
si hoy está tempestuoso,
mañana estará sereno.