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El piadoso aragonés/Acto III

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El piadoso aragonés
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen CARLOS, con bastón, DON PEDRO y soldados.
CARLOS:

  Esta carta he tenido.

DON PEDRO:

¿Qué puede darte, príncipe, cuidado?

CARLOS:

Por Dios, que lo he sentido.
¿Fernando ya con Isabel casado,
príncipe de Castilla?

DON PEDRO:

¿Es envidia, señor, o maravilla?

CARLOS:

  Todo, Agramonte, todo.
¿Qué es esto, cielos? ¿Príncipe mi hermano
por tan estraño modo
no menos que del reino castellano?
Su rey será mañana.

DON PEDRO:

Tal promete de Enrique la edad cana.

CARLOS:

  ¿No era mejor casalla
del rey francés con el gallardo hermano,
o por más cerca honralla,
del rey de Portugal, y al lusitano
valor dar la defensa
de su Castilla contra tanta ofensa?
  ¿Pudiera en todo el orbe
hallarse más valiente caballero
que el duque de Segorbe?
¿Qué mejor sangre, qué mejor acero
que del Girón famoso,
que del Pacheco ilustre y generoso?

DON PEDRO:

  No es justo que te espante,
que en tan alto lugar le constituya
su abuelo el Almirante,
pero todo resulta en gloria tuya,
pues no pudo tu mano
darte mejor vecino que tu hermano.
  Viole Isabel, y creo
que fue conformidad de sus estrellas
su amoroso deseo.

CARLOS:

Eso es amor lo que conviertan ellas.

DON PEDRO:

Partes tiene Fernando
que merecen amor viendo, y hablando.

CARLOS:

  Aun eso justo fuera,
mas yo conozco de Fernando el brío.

DON PEDRO:

¿Qué pudo hacer que fuera
más en su honor?

CARLOS:

Casarse lo fue mío,
pero no lo que intenta,
pues ya contra mi amor su pecho alienta.
  Sabiendo que marchaba
contra mi padre a Zaragoza airado,
cuando apenas estaba
con Isabel en Dueñas desposado,
perdiendo su locura
el respeto debido a su hermosura,
  licencia le ha pedido
para venir a defender con gente
a su padre oprimido,
y ella, que tiene el corazón valiente,
de sus brazos se olvida,
y no le pesa que licencia pida,
  y como están agora
tan pobres (como, en fin, quien viene huyendo),
la liberal señora
le dio sus joyas, con que gente haciendo
hacia Aragón camina,
y salirme al encuentro determina.

(Sale RAIMUNDO, catalán.)
RAIMUNDO:

  La gente que sospechaba
que de Zaragoza sale,
invicto príncipe, viene
de Castilla, y de otras partes;
don Fernando la conduce,
ya no de Navarra infante
 (que la fortuna es mujer,
y tales mudanzas hace),
pues, príncipe de Castilla,
viene poderoso Marte,
como dicen sus banderas,
a defender a su padre.
Una cigüeña de plata
en azules tafetanes
tremola el viento, y la letra
«Agradecido a criarme»,
que dicen que a la vejez
a sus padres estas aves
piadosamente sustentan.

CARLOS:

¡Qué de locos disparates!
Esto parece a la fénix,
que después de muerta nace
de sus cenizas al sol.
¡Qué mentiras tan notables!
O como aquello del cisne,
que al morir con voz suave
canta, no habiendo en el mundo
quien haya visto que cante;
del pelícano se escribe
que el pecho a sus hijos abre,
necedad, pues mejor fuera
darles trigo, que no sangre;
pues, ¿quién oye de los peces
escribir las propiedades?
Cosas, en fin, de poetas.

DON PEDRO:

Son para ejemplos morales,
cuya doctrina excelente
es a los hombres más fácil.
Allá en el tiempo de Hisopo
hablaban los animales.

CARLOS:

Y agora también, don Pedro.

RAIMUNDO:

No es posible que no marchen,
señor, muy cerca de ti,
que retumban estos valles
con las cajas y trompetas.

(Salen soldados y NUÑO.)
NUÑO:

Hablarle quiero, dejadme.

CARLOS:

¿Qué es eso?

NUÑO:

Nuño, señor.

CARLOS:

¿A qué vienes, Nuño?

NUÑO:

A hablarte,
que no vengo a ser espía.

CARLOS:

Nuño es hidalgo, dejalde.
¿De parte de quién me buscas?

NUÑO:

¿Ya no sabes de qué parte?

CARLOS:

¿Envíate Fernandillo?

NUÑO:

Fernandillo siendo infante,
pero agora Fernandazo,
me envía que quiere hablarte
antes que saque la espada.

CARLOS:

¡Qué oración tan elegante!
Como es el dueño, así envía
el embajador. Matalde.

NUÑO:

No se me llegue ninguno,
que voto a Dios que le mate,
y no es de reyes quebrar
las leyes de rey, que valen
al que fuere embajador.

CARLOS:

Embajadores truhanes
no gozan del privilegio.

NUÑO:

¿Del príncipe abajo?

DON PEDRO:

Tate.

NUÑO:

No hay tate ni tata aquí;
yo soy don Nuño Fernández,
hijo de Fernando Núñez
y de doña Elvira Sánchez;
mi abuelo fue Sancho Ordóñez,
hijo de Ordoño Velásquez,
nieto de Velasco Pérez,
biznieto de Pedro Ibáñez,
rebiznieto de Ibar López,
tataranieto por madre
de Lope Ortuño, que fue
cuñado de Lope Juárez,
hijo de Caín y Abel,
mis abuelos, que Dios guarde.

CARLOS:

Dejadle.

NUÑO:

No hay para qué,
que el príncipe viene a hablarte.

(Sale[n] DON FERNANDO con bastón, DON JUAN, y soldados.)
DON FERNANDO:

  Fiado en que mi justo atrevimiento,
príncipe de Aragón, será admitido
de ti, como de hermano, hablarte intento.

CARLOS:

Seas, Fernando amigo, bien venido,
que con igual amor y igual contento
te doy el parabién de haber tenido
tanta dicha en casarte.

DON FERNANDO:

Así lo creo,
y justamente pagas mi deseo.

CARLOS:

  ¿Ya, en fin, puedo llamarte de Castilla
príncipe?

DON FERNANDO:

A mi Isabel debo ese nombre.

CARLOS:

A muchos das envidia y maravilla;
llegaste a gran lugar por gentilhombre.

DON FERNANDO:

Merecerá Isabel, no fue servilla,
y no elegirme entre cien mil te asombre,
si el ser tu hermano méritos me ha dado,
que no el ser de Isabel más bien mirado.
  Eso de la persona cosa es llana
que te tocara si Isabel te viera;
llamome la nobleza castellana.

CARLOS:

Tal rey tener en ti, Fernando, espera,
pero he tenido a cosa poco urbana
(que acción de un labrador apenas fuera)
dejar tu esposa tan recién casado,
y más estando el rey Enrique airado.

DON FERNANDO:

  Por ser la causa, Carlos, tan piadosa,
aunque tanto le importa mi presencia,
me dio licencia mi querida esposa,
que no viniera yo sin su licencia.

CARLOS:

¿Qué causa pudo serlo tan forzosa,
y a ti en esta ocasión de tanta esencia,
que debieses dejarla, y darla celos?

DON FERNANDO:

Mejor te guarden, príncipe, los cielos.

CARLOS:

  Luego, ¿doña Ana no te habrá traído?

DON FERNANDO:

Yo no me acuerdo de mujer ninguna,
de un padre sí, que tienes oprimido,
ya viejo y ciego, sin razón alguna.
¿No te parece que ocasión ha sido,
si tú le pones en tan vil fortuna,
que le venga a ayudar? ¿No es justa cosa
dejar por él los brazos de mi esposa?
  ¿Qué importa que enojado el rey Enrique
contra su hermana injusta guerra intente,
ni que el amor de mi Isabel replique
para que no la enoje estado ausente,
para estorbar que al mundo signifique
que soy del rey don Juan hijo obediente,
y que tu hermano soy para que venga
donde mi amparo como padre tenga?
  Por Dios te ruego, mi señor y hermano,
que con mejor acuerdo consideres,
que es caso aun en las fieras inhumano,
y este que intentes tú, siendo quien eres.
¿Qué puede ya vivir un hombre anciano?
¿Es mucho, joven tú, que a un viejo esperes?
¿Es inmortal el rey? Pues, ¿qué recela
tu edad? El reino es tuyo, el tiempo vuela.

DON FERNANDO:

  Vuelve, Carlos, por Dios, vuelve en tu acuerdo,
que navarros y fuertes catalanes
saben que no es el tuyo intento cuerdo,
pues ganas lo que es tuyo cuando ganes,
que cuando aquí de Perpiñán me acuerdo,
cercado de franceses capitanes,
es lástima que se entren por tu tierra
por hacer a tu padre injusta guerra.
  Allí sí que te espera tanta gloria
como de alzar el cerco te resulta;
vasallos tuyos son, y en tu memoria
olvido tan ingrato los sepulta.
Aquí tienes dudosa la vitoria,
que el ofendido cielo dificulta.
Vencer un suegro a César hizo infame.
¿Un padre cómo quieres que te llame?
  Carlos, yo soy menor; Carlos, yo tengo
reino gracias a Dios, que me le ha dado.
Ni a darte enojo, ni a inquietarte vengo,
vengo de tus intentos lastimado.
Agora con palabras te detengo,
mas si prosigues de mi padre amado,
tomaré la defensa con la espada,
de tu misma crueldad desobligada.

CARLOS:

  Basta, que vienes ya más elocuente
después que de su reino castellano
Isabel te ha nombrado pretendiente.
Parecerate a ti que soy tirano,
y tú, Fernando, el hijo que obediente
viene a ayudar su padre, y que del cielo
merece mil vitorias tu buen celo,
  sin recibir en cuenta los agravios
que de Juana, tu madre, he recebido,
pues nunca para mí movió los labios
que incitando a mi padre no haya sido.
Los capitanes y vasallos sabios
que en este grueso ejército he traído
la causa justifican, pues que vienen;
valor, y entendimiento, y honra tienen.
  Deme el rey a Navarra, pues es mía.
¿Pídole yo sus reinos y corona?
Por mi madre fue rey. Él, ¿qué tenía
sino solo el valor de su persona?

CARLOS:

Yo me obligo a vivir desde este día
sin salir de los muros de Pamplona,
si es justo que esta edad de un heredero
viva en una ciudad pobre escudero.
  A fe que, si tú fueras, que él te hubiera
dejado el mundo, si del mundo, hermano,
todo el laurel universal tuviera,
no a mí, que soy de Blanca hijo villano.
Yo no levanto contra el Rey bandera,
ni de sus reinos quiero ser tirano;
contra quien le aconseja sí, que ha sido
por quien vivo del Rey aborrecido.
  Eso de Perpiñán al Rey le toca;
defiéndale al francés, pues es su hacienda,
que la que tengo yo, pues es tan poca,
no quiero que ninguno la defienda,
mas si el amor que dices te provoca,
recién casado, a despreciar tu prenda,
no aventuremos gente, que en efeto
a la ventura está el vencer sujeto.
  Tú y yo podemos abreviar la guerra
con hacerla los dos en campo armados;
muestra el valor que ya tu pecho encierra
de los bravos leones heredados.
Quede por uno de los dos la tierra
donde tan mal estamos alojados,
y sea rey quien vitorioso quede,
que siempre vale más el que más puede.

DON FERNANDO:

  Soy contento; la gente se retire
y miren a los dos.

CARLOS:

¡Bravo mozuelo!
¿Tienes seso, Fernando?

DOÑA JUANA:

Invicto príncipe,
no ha de tener lugar lo que no es justo;
no deis a vuestro padre más disgusto.

CARLOS:

Ya no quiero poner en aventura
la que solo mis brazos asegura;
los campos se acometan, aunque sean
padres y hermanos los que aquí pelean.

DON PEDRO:

Bien dice.

DOÑA JUANA:

La respuesta fue bizarra.

DON FERNANDO:

¡Santiago!

CARLOS:

¡A ellos!

DON FERNANDO:

¡Aragón!

CARLOS:

¡Navarra!

(Vanse.)


(Salen el REY DON JUAN, ciego, y DON BERNARDO.)
REY DON JUAN:

  ¿Que mi Fernando ha venido
de Castilla?

DON BERNARDO:

Sí, señor.

REY DON JUAN:

¿Que le debo tanto amor?

DON BERNARDO:

Bravo ejército ha traído
  de valientes castellanos
que, juntos en la ocasión
a la gente de Aragón,
vendrán muy presto a las manos
  con los fuertes catalanes.

REY DON JUAN:

¿Que ya en ese estado están?
¡Oh, quién fuera capitán
de tan bravos capitanes!
  Hijos, la vista perdí,
con que he quedado incapaz
aun de poneros en paz,
que tan desdichado fui.
Ven, Carlos, mátame a mí;
vivid los dos, yo he vivido
más de lo que justo ha sido,
pues que vengo a ver sin ver,
que a los dos he de perder
o vencedor, o vencido.
  Tú, Fernando, ¿adónde vas?
¿No ves que vas contra mí?
Pero no vas, pues ansí
remedio a tu padre das.
Si a Carlos matas, ¿qué harás?
Mas dirás que estoy de suerte,
que no es el dolor tan fuerte,
pues ya no me quedan ojos
para mirar sus despojos,
ni para llorar su muerte.
  Pues si salieses vencido
o muerto por ayudarme,
¿con quién podré consolarme,
hijo, de haberte perdido?
Mas con todo al cielo pido
que venzas como no muera
tu hermano, que es una fiera
contra quien el ser le dio,
pero, ¿qué le culpo yo,
que fui su causa primera?

DON BERNARDO:

  Señor, no te aflijas tanto,
que aunque grandes tus enojos,
pues que ya no tienes ojos,
puedes escusar el llanto.

REY DON JUAN:

Deso, Bernardo, me espanto,
y que tal viniese a ser
la desdicha del perder
los ojos con el pesar,
que valgan para llorar,
y no valgan para ver.
  ¿Si se habrán acometido?
Parece que oigo la guerra,
y que humedece la tierra
la sangre de tanto herido.
¡Ay, Dios!, ¿quién habrá vencido?
Que es por fuerza desear
el que me viene a ayudar.

DON BERNARDO:

Nuño se apea, señor,
de un caballo.

REY DON JUAN:

¿En qué rigor
me han puesto temer y amar?

(Sale NUÑO.)
NUÑO:

  Parejas hemos corrido
por esa marcial campaña
el viento y yo, y aun presumo
que le he llevado ventajas.
Dame los pies.

REY DON JUAN:

No te veo,
Nuño, que era cosa llana
que supiera quién venció
con solo verte la cara,
porque como en ella escribe
sus pensamientos el alma,
más presto escribe en los ojos
los sucesos que en las cartas.

NUÑO:

Fernando venció, señor.

REY DON JUAN:

¡Qué nuevas tan deseadas!
Otra vez te doy los brazos.
¿Huyó Carlos?

NUÑO:

Él se holgara,
pero, ¿qué vitoria quieres
de más gloria y alabanza
que venir aquí tus hijos,
Carlos preso...

REY DON JUAN:

¡Cosa estraña!

NUÑO:

... y Fernando con vitoria?

REY DON JUAN:

Doy al cielo inmensas gracias,
y a ti seis villas.

NUÑO:

¿Adónde?

REY DON JUAN:

En las montañas de Jaca.

NUÑO:

Acabose; desde hoy más
jacarandino me llaman
de cuantas capas gasconas
en todo Aragón se labran.

(Salen FERNANDO, CARLOS, DON JUAN y DON PEDRO, y soldados.)
DON FERNANDO:

Aquí tienes a Fernando.

REY DON JUAN:

¿Cómo es posible que el alma
no te sale a recebir?
Mi cuello, Fernando, enlaza.
¡Ay, Dios!, ¿quién pudiera verte?
Déjame tentar tu cara
y tus manos, que no eres
Jacob que a tu padre engañas,
que aunque tuve voluntad
a Esaú, saliome cara,
que tú mereces mejor
mi bendición y mi gracia.
¡Notable, Fernando, vienes,
rey de Castilla, y la palma
de tu vitoria en la mano!
¡Ay, Dios!, ¿qué nueva mudanza
siento en los ojos? ¿Qué es esto?
Ya veo tu lumbre clara,
cielo piadoso, ya veo
a mi Fernando, que basta.

DON FERNANDO:

¿Qué dices, señor?

REY DON JUAN:

Que veo;
si no lo crees, aguarda.

NUÑO:

No hay que aguardar; si me ve,
ve todo el mundo en un mapa.

REY DON JUAN:

Este es Nuño, aquel don Pedro
de Agramonte, y de Navarra,
aquel don Juan de Beamonte,
aquel Raimundo de Lauria,
y aquel Carlos.

DON FERNANDO:

Carlos, llega.

REY DON JUAN:

No llegues, que mi templanza
y piedad en el castigo
fue de tus maldades causa.
Llevalde a la Aljafería
con cien soldados de guarda;
ni verle, ni oírle quiero.

CARLOS:

Llegando a desdicha tanta
que ni a rey ni a padre puedo
apelar de tu desgracia,
dame un veneno, y con breve
muerte, pues sé que te cansa
mi vida. Fernando herede
tus reinos, como tu gracia.
La vista te ha vuelto el cielo,
porque vieses que te agravia
aquel hijo en quien pusiste
tu amor y tus esperanzas.
No por moverte lo digo,
sino porque ya no halla,
no apelando a la divina,
mi culpa defensa humana.
No nací para heredarte,
con influencia contraria
a la corona me dieron
mis estrellas hora infausta,
que lo más que me ha movido
a intentarlo por las armas
es pensar que era imposible
(así la ambición engaña)
ver tu corona en mi frente,
con no ser las vidas largas.

(Vase, y con él algunos.)


DON FERNANDO:

Mucho ha sido en tu piedad.
Por Dios, señor, que me espantas.

REY DON JUAN:

Fernando, el darme estos ojos
el cielo es para que haga
justicia, porque el juez
ciego torcerá la vara.

DON FERNANDO:

Ya, señor, quedas seguro.
Mi presencia es de importancia
en Castilla, cerca estoy;
a cualquier cosa me llama
que fuere de tu servicio.

REY DON JUAN:

¿No aumentarás la tardanza
un día? Isabel perdone,
mañana harás tu jornada,
que hoy has de comer conmigo,
que ya la mano franca
de Dios me volvió la vista.
Después de darle las gracias,
quiero ejercitarla en verte,
pues no puedo yo ocupalla
como en mirarte, Fernando,
como en la segunda causa
por quien la vuelvo a tener
en los ojos, y en el alma.

DON FERNANDO:

Si deseos, gran señor,
hacen milagros, no engañas
tu pensamiento.

REY DON JUAN:

Está cierto
de que los cielos te guardan
para ser el mayor rey
que haya conocido España.

(Vanse.)
(Salen DOÑA ANA y DOÑA ELVIRA.)
DOÑA ANA:

  Estas nuevas he tenido,
con ellas vengo a Aragón.

DOÑA ELVIRA:

Pues, señora, ciertas son,
y que fue Carlos vencido.
  No paséis de aquí, si vais
a ver a Fernando.

DOÑA ANA:

El cielo
castigue su injusto celo.

DOÑA ELVIRA:

Con justa causa os quejáis,
  pero consolaos conmigo,
a quien hizo un necio amor
más daño, pues de mi honor
fue tan notable enemigo.
  En vos no hay más de quebrar
una palabra que os dio;
el viento las engendró,
en viento suelen parar.
  ¿Qué me importa que bizarra
la ambición de Carlos sea,
si vivo esta pobre aldea
entre Aragón y Navarra,
  sintiendo aquí cada día
mis pensamientos, sin darlos
consuelo el oír de Carlos
la inobediencia y porfía
  al mejor padre que tuvo
príncipe?

DOÑA ANA:

Si amor quisiera,
menos quejosa estuviera
cuando de mi parte estuvo.
  Allí pudiera casarme;
pedí palabras que fueron
viento, y en él se perdieron.
De nadie puedo quejarme.

DOÑA ELVIRA:

  Vos estáis triste, yo voy
a prevenir donde estéis.

(Vase.)


DOÑA ANA:

Aunque tan triste me veis,
más muerta que triste estoy.
  Trepa amorosa vid la primavera
por olmo blanco, y de diversos lazos
forma rúbricas verdes para abrazos
que ven del año la sazón postrera.
Llega el villano, y la segur ligera
arrima al tronco, y de los tiernos brazos
con duro golpe en frágiles pedazos
rinde a la tierra su pomposa esfera.
Así engañada la esperanza yerra
de una mujer, a quien el golpe alcanza
de un desengaño que la puerta cierra.
No hay fe segura, amor, ni confianza,
en el hombre más noble de la tierra,
y luego llaman la mujer mudanza.

(Sale NUÑO.)
NUÑO:

  Aquí me dicen que está.

DOÑA ANA:

¿Es Nuño?

NUÑO:

Mercurio soy,
que después que vengo, y voy,
en él me transformo ya.
  Soy un necio postillón
de mil necias estafetas,
que ando llevando maletas
desde Castilla a Aragón.
  Soy un hombre que servía
a un infante de Navarra,
cuya pobreza bizarra
me entretuvo en profecía.
  Sirvo agora cuando menos
a un príncipe de Castilla,
que apenas tiene una villa
ni, entre tantos hombres buenos,
  quien le preste solo un real,
porque el rey Enrique es fuerza
una heredera por fuerza
a quien casa en Portugal.
  Con esto, que se sospecha
desde Navarra he venido
a Castilla, donde ha sido
recolección más estrecha.
  ¿Cómo estás? ¿Y cómo aquí,
que a Estela pasaba a hablarte?

DOÑA ANA:

Pues estoy, Nuño, en tal parte,
ni estoy bien, ni estoy en mí.
  Pasaba a Aragón a ver
a tu dueño y mi enemigo.

NUÑO:

Él me manda hablar contigo.

DOÑA ANA:

Ya, ¿qué me puede querer?

NUÑO:

  Es tan cortés y galán
el príncipe, que en memoria
tiene la pasada historia.

DOÑA ANA:

¿Esos cuidados le dan?

NUÑO:

  Dice que el casarse fue
forzoso, y no es maravilla
para ser rey de Castilla,
y que disculpado esté.
  Tú misma, aunque estés celosa,
lo juzgaras; fuera desto
dice que Enrique se ha puesto
en perseguir a su esposa,
  tanto, que andan fugitivos,
y que tan pobres están,
que son reyes como Adán,
que reinan en cueros vivos.
  No tienen, él y Isabel,
él zapatos, y ella tocas.

DOÑA ANA:

¿A qué efeto me provocas
a tener lástima dél?

NUÑO:

  Dice que, muriendo Enrique,
que ya está así consultado,
porque un hombre desdichado
no es menester que replique,
  un título quiere dar
al marido que escogieres.

DOÑA ANA:

Nuño, mensajero eres,
yo no te puedo culpar.
  Dame palabra Fernando
de que seré su mujer,
y quiébrala con saber
que yo le estaba adorando,
  ¿y vienes a consolarme,
ya con Isabel casado,
con que, después de heredado,
un título quiere darme?
  Perdido habéis el sentido:
él con verse rey, de infante
de Navarra, y tú, ignorante,
con que de haberle servido
  en sus pobrezas serás
gran señor, en heredando,
pero no considerando
que en mayor engaño estás,
  que a los que en grande riqueza
desde muy pobres subieron
aborrezcan los que fueron
testigos de su pobreza.
  De suerte que te ha engañado
ganar lo que has de perder,
que nadie gusta de ver
al que le vio en bajo estado.
  La palabra que me dio
Fernando, es título en mí;
el día que le perdí
todo con él se perdió.
  No quiero que me dé nada.

NUÑO:

¿Qué palabra te quebró,
ya que quieres que hable yo?

DOÑA ANA:

¿No fue palabra jurada?

NUÑO:

  Sí, pero fue condición
(y no ha dejado de ser)
que serías su mujer
en siendo rey de Aragón.
  ¿Es rey de Aragón?

DOÑA ANA:

No.

NUÑO:

Pues
¿qué palabra te ha quebrado,
si en Castilla se ha casado,
y rey de Castilla es?
  Pero dime, ¿en qué fundaste
que rey de Aragón sería?

DOÑA ANA:

Nuño, en cierta astrología.

NUÑO:

En ese engaño pecaste.

DOÑA ANA:

  Un moro en Estela fue
el que desto me avisó.

NUÑO:

Bien digo, no se engañó.

DOÑA ANA:

¿Cómo no?

NUÑO:

Pues, ¿no se ve
  si digo que de Aragón
sería rey don Fernando,
y está en Castilla reinando?

DOÑA ANA:

Mudanzas del tiempo son.
  Ven conmigo, que te quiero
dar sus papeles y prendas.

NUÑO:

¡Linda cosa me encomiendas!

DOÑA ANA:

Como en su memoria muero,
  hago testamento, y él
es mi heredero forzoso.

NUÑO:

Ya no puede estar celoso,
que es muy hermosa Isabel.

DOÑA ANA:

  ¿Es muy hermosa?

NUÑO:

En claveles
y jazmines la bañó
el cielo que la crio,
pero dame esos papeles,
  que ya sé por semejantes
venganzas sin discreción,
que cuando se mudan son
los trastos de los amantes.

DOÑA ANA:

  Sí, pero decirle puedes
que para desdichas graves
hay sepulturas con llaves
que son sagradas paredes.

(Vanse.)
(Salen el REY y DON JUAN.)
REY DON JUAN:

  Partió Fernando, y yo quedé sin vida,
que no perdí la vista le agradezco
a la pena y dolor de su partida,
  mas dije mal, si tanto me entristezco,
porque de vida a vista va muy poco,
y en no tener su luz ciego parezco.
  ¿Qué dice en las prisiones aquel loco?

DON JUAN DE BEAMONTE:

No sé, señor, si en tu piedad espera.

REY DON JUAN:

¿En qué piedad si sus maldades toco?
  Y dices bien, pues Aragón se altera,
y me piden su rey injustamente,
como si, Carlos vivo, yo lo fuera.
  Ayer con oración, aunque elocuente,
Navarra y Cataluña me pidieron
su príncipe traidor e inobediente,
  pero de suerte mis palabras fueron,
y hallaron tal valor y resistencia,
que a replicarme apenas se atrevieron.

(Sale BERNARDO.)
DON BERNARDO:

  Si algunas veces daña la clemencia,
yo pienso, gran señor, que con tu ejemplo
pueden hacer los reyes la experiencia,
  si tu piedad magnánima contemplo.
Conozco la virtud, mas la justicia
también quiere tener su altar y templo.
  Hoy ha llegado la vulgar malicia
a quererte quitar la vida.

REY DON JUAN:

¡Ay cielos,
cuánto puede la bárbara codicia!
  Desde ayer he tenido esos recelos.

DON BERNARDO:

Advierte, pues, que vienen a palacio,
así les diste con Fernando celos.

REY DON JUAN:

  Ya con todos mis reinos me desgracio.
¡Qué crueles vasallos! ¡Qué enemigos!

DON BERNARDO:

Mira, señor, que no permite espacio.

REY DON JUAN:

  ¡Que inobediente Carlos halle amigos,
y no los tenga yo!

DON BERNARDO:

Señor, ya llegan.

REY DON JUAN:

Los populares gritos son testigos.

(Dentro RAIMUNDO, DON PEDRO, y otros.)
[VOCES DENTRO]:

  ¡Romped, romped, si al Príncipe nos niegan!
¡Romped las puertas o abatid la torre!

REY DON JUAN:

¡Que desta suerte bárbaros se cieguen!

DON BERNARDO:

  Señor, ningún remedio te socorre
como salir huyendo a toda prisa,
así el rumor desenfrenado corre.
  ¿Roma ejemplo te da, Grecia te avisa?

REY DON JUAN:

Dadme presto un caballo. ¿Que insolente
un vulgo airado majestades pisa?
  ¿Que tanto pueda un hijo inobediente?
Toma estas llaves tú, dales a Carlos,
para que más seguro yo me ausente
  porque no solo podré ya aquietarlos
pero querrán matarme si atrevido
osase imaginar en castigarlos.
  ¡Que me haya a tal estado reducido
Carlos!

RAIMUNDO:

Rompe, derriba, no repares.

DON JUAN DE BEAMONTE:

Señor, ¿qué haces aquí?

REY DON JUAN:

Pierdo el sentido.

DON BERNARDO:

  Si no hay persona ya de quien te ampares,
¿qué quieres esperar?

DON PEDRO:

La guarda muera.

REY DON JUAN:

¡Que así en quitarme el reino te declares!
¡Qué castigo, cruel Carlos, te espera!

(Vanse el REY y DON JUAN; entran, con espadas desnudas y alabardas, RAIMUNDO, DON PEDRO y soldados.)
RAIMUNDO:

  Ya no es tiempo de guardar
a ningún hombre respeto,
o sea pequeño o grande,
que al furor todo es pequeño.

DON PEDRO:

¿Quién va?

DON BERNARDO:

D[on] Bernardo soy.

DON PEDRO:

¿Dónde está el rey, Rocaberto?

DON BERNARDO:

Habrá tres horas que tuvo
aviso de vuestro intento,
y en un caballo a Navarra
partió, del príncipe huyendo.

RAIMUNDO:

A Navarra no, a Castilla,
ya de su Fernando reino.

DON BERNARDO:

Despidiéndose de mí
me dio estas llaves, diciendo
que, haciendo esas torres francas,
os diese al príncipe preso.

RAIMUNDO:

Acertó el rey, don Bernardo.
Abrid esas puertas luego
y veamos nuestro rey,
que aquel sol se va poniendo,
y este que amanece agora
promete sereno cielo.

DON PEDRO:

Entra por él.

DON BERNARDO:

Estas cosas
más son furor que consejo.

(Vase.)
RAIMUNDO:

En confusiones de vulgo
jamás hablaron los cuerdos.

(Sale el PRÍNCIPE.)
CARLOS:

Amigos, vasallos míos,
hermanos, deudos.

RAIMUNDO:

Rey nuestro,
no príncipe, sino César
digno de más alto imperio,
aquí tienes nuestras vidas.

CARLOS:

Conozco que la que tengo
a vuestra lealtad y amor,
a vuestra fe y armas debo;
no seré jamás ingrato.
Navarra, Aragón es vuestro,
Nápoles, Sicilia, y cuanto
destas coronas heredo.
Aquí tomara, vasallos,
el laurel de aquestos reinos,
porque viera Zaragoza
mi justo agradecimiento,
mas temo que en la tardanza,
mis enemigos huyendo,
si los dejo repararse,
corra peligro mi intento.
Seguirlos me ha parecido
más acertado consejo,
que nunca enemigo libre
permite seguro sueño.
¿Qué nuevas tenéis del rey?

DON PEDRO:

Aquí dijo Rocaberto
que iba huyendo en un caballo,
y más que en él en el miedo,
y yo pienso que a Castilla.

CARLOS:

¿A Castilla? No lo creo.
No tiene en ella Fernando
gente, amigos, ni dineros.
Si huyendo del rey Enrique
andan de uno en otro pueblo
él y Isabel, ¿de qué suerte
le ayudarán, no pudiendo
darse favor a sí mismos?
Que fue a Navarra es lo cierto.
¡Ea, Raimundo de Lauria!
¡Ea, valiente don Pedro!
Quien bien me quiere me siga.

DON PEDRO:

No quedará caballero
catalán ni aragonés
que no te vaya siguiendo,
para que te mire en todos
rey nuestro justo deseo.
Como emperador romano
de aqueste laurel queremos
ver coronada tu frente.

(Pónenle un laurel.)
CARLOS:

Por daros contento quiero
acetar vuestro laurel.

RAIMUNDO:

¡Qué grave y real aspecto
tienes con las verdes hojas!

DON PEDRO:

Rey Carlos, Carlos primero
de Aragón y de Sicilia.

RAIMUNDO:

Mil años te guarde el cielo.

(Vanse.)
(Salen el REY, NUÑO y DON JUAN.)
REY DON JUAN:

  ¿A quién, amigos, no admira
que en tal fortuna me vea?

NUÑO:

Esta, señor, es la aldea
donde vive doña Elvira.

REY DON JUAN:

  Nuño, haberte hallado cuando
voy tan triste, ha sido en mí
gran consuelo, viendo en ti
la sombra de mi Fernando.
  No sé si es bien atreverme
al favor desta mujer,
porque me puede vender.

DON JUAN DE BEAMONTE:

Gran señor, no siempre duerme
  de Dalila en el regazo
Sansón, ni eres tú Sisara.

NUÑO:

Si el Rey agora repara
en lo del clavo y el mazo
  de la famosa Jael,
a David Micol libró,
y aquella estatua fingió
que la tuvieron por él.

(Salen LAURENCIA y ELVIRA.)
LAURENCIA:

  Digo que es el rey, señora.

DOÑA ELVIRA:

¿El rey? ¿Qué dices?

REY DON JUAN:

Yo soy,
Elvira, yo que te doy
causa de mostrarte agora
liberal, como deudora,
en pagar mi voluntad.
Huyendo de la crueldad
de Carlos, vengo al sagrado
de tu casa, derribado
de mi trono y majestad,
  que así vino Valeriano
a los pies del rey Sapor,
y Belisario al rigor
del ingrato Justiniano;
si el primer César romano,
si el español, si el francés,
si Aníbal cartaginés
a tal fortuna llegó,
ninguno dellos se vio
de un hijo ingrato a los pies.

REY DON JUAN:

  No sé si he sido discreto
en venir, mas cuando diga
que tú serás mi enemiga,
no lo puede ser mi nieto.
Vengo a tu casa, en efeto,
porque mi sangre le obligue
a que la furia mitigue
y en lo que intenta repare,
para que un nieto me ampare
cuando un hijo me persigue;
  defendereme con él,
di que a mis brazos le bajen,
porque me sirva de imagen
contra su padre crüel,
que por no matarle a él
cesará su injusto efeto,
que la mano de mi nieto
la mano le detendrá,
pues padre en él se verá
para tenerme respeto.

DOÑA ELVIRA:

  Señor, ya que habéis venido
a tan miserable estado
que haya de ser yo sagrado
de vuestro honor perseguido,
creed que seréis servido
con pura y limpia intención,
que mientras la sinrazón
de Carlos os tiene en calma,
os haré mesa del alma,
y cama del corazón.
  Sabe Dios que me ha costado
mil lágrimas el pensar
que Carlos os venga a dar
en tal edad tal cuidado.
Carlos, mal aconsejado
de ambiciosos de favor,
se despeña a tanto error,
pero no temáis su espada,
que no puede ser manchada
la gloria de vuestro honor.
  Yo, pues, supliré la edad
de vuestro nieto en haceros
defensa, si el ofenderos
llegase a tal libertad;
mi honra y mi voluntad
son de Carlos, mas si olvida
obligación tan debida,
yo le mataré, señor,
que después tengo valor
para quitarme la vida.

REY DON JUAN:

  ¡Oh, valerosa mujer!
Vive el cielo, a quien le doy
esta palabra, que hoy
del príncipe lo has de ser,
si vengo a tener poder
para poderlo mandar.

DOÑA ELVIRA:

Los pies te quiero besar
por tal merced y favor.
Deseo cobrar mi honor,
que no deseo reinar.

(Ruido dentro.)
NUÑO:

  Voces dan; señor, advierte
que si te vienen siguiendo,
el defender esta casa
es el último remedio.
Pocos somos, pero tiene
gente de labranza, y luego
acudirán desta aldea,
y de los vecinos pueblos
llamaré la gente.

REY DON JUAN:

Llama,
porque diga en algún tiempo
que me defienden villanos
y me siguen caballeros.

(Sale DON BERNARDO.)
DON BERNARDO:

¿Está aquí su Majestad?

REY DON JUAN:

¿Es d[on] Bernardo?

DON BERNARDO:

No pienso
que haberte vuelto la vista
ha sido piedad del cielo.
¡Oh, cuán llorosa tragedia
para ti, para tus reinos,
para ejemplo de los hombres!

REY DON JUAN:

Ya con los golpes del pecho
parece que dice el alma
que Carlos, mi hijo, es muerto.

DON BERNARDO:

Él y su gente venían,
señor, en tu seguimiento,
cuando a vista desta aldea
dijo: «Cuanto a Elvira debo
pienso pagarle mañana
por vuestro justo consejo,
que legitimando a Carlos,
tendrá Aragón heredero,
descanso mi anciano padre,
y vuestros servicios premio.»
Con esta justa alegría,
alzando el brazo derecho,
dio de espuelas al caballo,
que de la carrera en medio
cayó con él, y con él
tus esperanzas cayeron.
Medio muerto viene aquí.

REY DON JUAN:

Llegado mi sentimiento
a este punto, hará el valor
de las desdichas consuelo.
Éntrate, Elvira, y no seas
para mi dolor aumento,
que lágrimas de mujer
hacen más triste el suceso.

DOÑA ELVIRA:

Confieso que en tal desdicha
me faltará sufrimiento,
que la razón del dolor
no es para pechos tan tiernos.
Aun las palabras me faltan,
que lágrimas y silencio
en casos tan lastimosos
son lengua y ojos del pecho.

(Vase.)
(Entran al PRÍNCIPE, entre RAIMUNDO y DON PEDRO.)
CARLOS:

¿Está aquí mi padre?

DON PEDRO:

Aquí.

CARLOS:

¡Justa permisión del cielo
para que muera a sus pies!

REY DON JUAN:

No, Carlos, no digáis eso,
sino para que los dos
en paz y amistad quedemos,
y mi bendición llevéis.

CARLOS:

¡Oh padre, no la merezco
si no me vale este nombre!
Pero solamente os ruego,
por las postreras palabras,
que me perdonéis los yerros
cometidos contra vos.

REY DON JUAN:

Faltándome va el esfuerzo.
Carlos, perdonado estáis.
Llevalde, que ya no tengo
fuerzas, ni valor.

CARLOS:

Mi muerte
será a España ejemplo eterno.

(Llévanle.)
REY DON JUAN:

Dejadme solo.

NUÑO:

Señor,
a tu grande entendimiento
no hay qué decir.

REY DON JUAN:

Mira, Nuño,
si el príncipe tiene aliento
para vivir media hora.

NUÑO:

Voy, señor.

REY DON JUAN:

Tomar consejo
conmigo en tan triste estado,
es el último remedio.
Decidme, imaginación,
si casar a Carlos puedo
con doña Elvira de Abarca,
y legitimar mi nieto.
(Cajas dentro.)
Pero ¿qué cajas son estas?
Parece que se abre el cielo.
¿Qué es esto, imaginación,
con qué engañas mis deseos?

(Abriéndose unas puertas en lo alto, se vean el [príncipe don] Fernando y la reina doña Isabel coronados, y a sus pies algunos moros y judíos, y ESPAÑA a un lado, y Castilla y Aragón al otro.)
ESPAÑA:

Valeroso rey don Juan,
no trates del casamiento
de Carlos, que ya espiró.
Aquí tienes tu heredero:
este es Fernando, tu hijo,
esta Isabel; los dos reinos
de Castilla y Aragón
vienen a juntarse en ellos,
por eso están abrazados.
Estos son moros y hebreos
que han de desterrar de España.
Serán tan santos que dellos
los reyes, sus descendientes,
se llamen con nombre eterno
Católicos. Tendrán hijos,
pero solo querrá el cielo
que viva Juana, por quien
del Austria para bien nuestro
venga un heroico Felipe,
de cuyo nombre primero
venga en gloria y honor mío
el que ya adoro y espero.

REY DON JUAN:

España, con tales nuevas
tendrán mis penas consuelo,
tendrá vida mi esperanza,
tendrá fin mi sentimiento,
y El piadoso aragonés
escrito en servicio vuestro.

Fin de la famosa comedia del Piadoso aragonés