El pozo del Yocci: 13

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El pozo del Yocci de Juana Manuela Gorriti
Capítulo XII - La espía



Juana estaba pálida y en sus ojos había la ansiedad dolorosa del que a la vez anhelaba y teme. La mulata sentada a sus pies, dijo, mirando recelosa a Aurelia, que había cubierto de nuevo su rostro con el velo: -¿Puedo hablar?

-¡Habla! -repitió la esposa de Heredia-, háblame de esa mujer, que se ha vuelto la idea fija de mis días, la pesadilla de mis noches. ¿Está con ella Alejandro?

-Al anochecer, partieron ambos para Castañares, donde ella dará mañana un banquete a sus parciales... Pero yo comienzo por el fin...

-Escuche mi ama -continuó la mulata en voz baja-, aunque ello va a causarle mucha pena.

-Cuando hay rabia en el corazón, nada temas de la pena. ¡Habla!

-Ayer estaba ella en su retrete, acostada sobre un montón de cojines de terciopelo granate. Por supuesto, como siempre vestida de blanco, llevaba ahora una bata de gasa transparente, de escote y mangas perdidas, que la dejaban descubiertos los brazos, el seno y los hombros. Tenía en las manos un álbum que se entretenía en hojear entonando un trozo de ópera.

Yo arreglaba su cuarto en la pieza inmediata y la estaba mirando, oculta entre las cortinas de la puerta.

El general entró y se sentó en un taburete a sus pies.

-¡Qué! -le dijo ella-, ¿se entra así, como el Sultán en casa de su amada, sin dignarse preguntarla como está?

-Es inútil; hela ahí siempre bella y seductora. -Y cogiendo los extremos rizados de la cabellera, que como la de toda santiagueña, es tan abundante y larga...

Juana hundió una mano crispada en sus negros cabellos. Rafa continuó:

-¡Ay!, duéleme apesarar a mi ama, ¡pero ella me manda hablar!

-¡Habla!

-El general llevó a los labios aquellos rizos.

-¡Sacrilegio! -exclamó ella, recogiendo las ondas de su cabellera con fingido enojo-. ¡Ignoras que los poetas se han consagrado a su culto y dádoles himnos y altares!

-¡Que canten! -repuso él riendo-. ¡El ídolo es mío, que canten! Y a su vez se puso a hojear el álbum.

-No obstante -añadió-, yo envidio esa divina facultad de expresar en melodías el entusiasmo del alma.

-¡Qué no diera yo por ver ahí, bajo un pensamiento suyo, el nombre de Alejandro Heredia!

- Y bien -dijo el general, alargando el brazo, y tomando una pluma de un escritorio que allí cerca había-, el genio ha llenado este libro con las alabanzas; el poder sólo necesita una línea en lo bajo de esta página blanca para trazar un talismán que te hará soberana absoluta desde la ciudadela de Tucumán hasta las orillas del Tumusla.

Y en lo bajo de la página en blanco, el general escribió su nombre.

Juana hirió el suelo con su lindo pie, y sus ojos brillaron entre las negras pestañas con un resplandor siniestro. Rafa continuó:

-Fausta miró aquella firma con un aire de desdén.

-¡Ah! -dijo, moviendo tristemente la cabeza-, ¿qué podré yo hacer de esta arma de dos filos que pones en mi mano? Aunque cercada de enemigos, no quiero volver mal por mal. Sufro por ti: ¡esto me consuela de todo!

-¡Y hay quién te mire, quién te oiga, y no caiga a tus pies! -exclamó el general doblando una rodilla y besando la extremidad del zapato de raso blanco que asomaba entre la falda...

-¡Basta! -exclamó la esposa de Heredia, con voz trémula-. Rafa, necesito ese libro; ve a traérmelo y vuelve al momento... ¿Por qué tardas? ¡Vete!

-¡Aún hay más, mi ama!

-¿Lo estás oyendo, corazón? ¡Endurécete y escucha todavía!

-Fausta sonrió tiernamente al general y añadió entre un mohín y un suspiro.

-Sin embargo, te confieso, mi bizarro Alejandro... Qué nombre tan bello es el tuyo: Alejandro... ¡Qué iba a decirte yo?... ¡Ah!... que entre esos enemigos hay uno de quien estoy perdidamente enamorada...

El rojo de la cólera invadió visiblemente el rostro del general, que fijó en Fausta una mirada feroz.

Ella se reclinó en su hombro; levantó hacia él sus ojos con zalamería y le dijo en voz baja:

-¿Sabes quién es, Alejandro? Nunca adivinarías ese rival, ni querrías dármelo, tal vez. Es un cierto tenebroso que tú conoces bien. Diz que corre como el viento. ¡Ah!, yo deseara que él y tu bayo nos llevara en una sola carrera más allá de este mundo por los espacios desconocidos, donde la fantasía crea, en dorados sueños, la mansión del amor libre y eterno... ¡Ah!, heme aquí, como siempre, cuando estoy a tu lado, Alejandro, en las regiones de lo sublime. Miedo tengo del vertiginoso descenso hasta las caballerizas donde retoza el objeto de mi anhelo.

-¡Es tuyo!... -la dijo el general.

-¡Tenebroso! -gritó Juana antes que la mulata hubiera repetido las últimas palabras de su marido-. ¡Tenebroso, mi veloz caballo, el lindo potro que yo robé, seducida por su belleza, de las yeguadas salvajes!... Hace cuatro horas que se halla en las caballerizas de Fausta.

-¡Ah!... -exclamó Juana con voz sombría-. ¡Y condenan la venganza, cuando el agravio se apodera de ella!... Yo mataré a esa mujer.

-Juana, ¿qué dices? -murmuró Aurelia, alzándose trémula del diván.

-Aura, ¡ah!, ¡perdona, alma mía!, ¡había olvidado tu presencia!

Pero hablando así, la frente de Juana se iluminó de repente con un gozo siniestro y volviéndose a la mulata:

-Rafa -la dijo-, ¿me amas?

-¡Que si la amo, me pregunta mi ama! -exclamó la mulata, contemplando a Juana con adoración-. Valdría tanto preguntar si la tierra ama al sol; o los ángeles aman a Dios. ¡Ah!, ¿quién me arrancó a la espantosa barbarie de aquel amo que me condenaba diariamente a ese suplicio inaudito: los brazos de un tirano y los azotes de un verdugo? ¿Quién me dio la libertad, ese bien de los bienes? ¡Oh, ama! -continuó la mulata, cayendo a los pies de Juana, y elevando hacia ella sus bellos ojos, radiantes de entusiasmo, a usted me debo en cuerpo y alma, y mi más ardiente deseo es hallar la ocasión de hacer, por agradarla, algún grande sacrificio.

Mi ama quiso que yo fuera una espía cerca de Fausta Belmon; y me hizo su criada favorita para acercarme a ella, para ser manera de contar los suspiros de su pecho, los latidos de su corazón; y cerré mi alma a sus caricias para aborrecerla con el odio de mi ama. Yo sé que esto es malo, que es criminal. ¡Tanto mejor!... habré hecho algo en su servicio; y si un día mi ama me dice: -Rafa, has vivido bastante, muere: Rafa morirá contenta a sus pies.