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El príncipe Ruy

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época
EL PRÍNCIPE RUY


El caballero Ruy, príncipe taciturno del castillo, iba por el bosque. De los cielos bajaba la alegre luz, como una bendición sobre los árboles. Y el caballero Ruy, feliz en aquel momento, sentía el paisaje, con esa intensidad que le hermosea, por el color que el espíritu derrama. Y á poco las resinas de las cortezas, las penumbras misteriosas, los juegos de sol con sus lápices de rayos, el rumor de una fuente: todos los roces, todos los cambiantes, despertaron en él una idea que le volvió á su natural melancolía.

De pronto, en un claro de robles, habló un pájaro prodigioso, de pico cortante, plumas de púrpura y ojos extraños.

— No sigas, hermano Ruy; la senda es terrible porque el día es bello.

Así dijo el pájaro.

El caballero sintió temores, después, blandiendo su puñal, sonrió con tristeza. La hoja demasquina cruzó relampagueante y, en su violenta curva, clavó al pájaro, que perdió la voz de su pico cortante y la luz de sus ojos extraños.

—Bien; quedarás embalsamado—exclamó el caballero. Sobre los artesones del encendido hogar, serás en las veladas de invierno un mensaje de la estación de las flores.

—¿De las flores?

Esto murmuró una voz, como un eco de sus palabras.

—¿De las flores?

El príncipe se volvió. Entre una mata de rosales, una flor movía sus pétalos como labios amoratados por agonía congojosa.

El príncipe no tuvo ya miedo, y dijo con fuerte acento:—Día raro, salud!

—Soy la flor de las flores—prosiguió la charlatana—tú contaste nuestros secretos y te amamos; escucha mi voz y no sigas.

Sin responder, el príncipe la cortó de su tallo, y como si estallara un filtro, se difundió una esencia; y él aspirando con delicia el perfume, metió en el morral la flor, y murmuró ¡adelante!

—Atrás!—respondieron las aguas de una fuente que obstruía la senda:—¡atrás!

Entonces se entabló este diálogo:

—¿Estáis locas, ave, flor y fuente? ¿Quién os anima? ¿Porqué habláis? ¿Qué queréis de mí? — Al borde de mis aguas dijiste un día encantadoras estancias, que he sabido repetir... Oh! no sigas, en el día raro de las maldades.

— Y he de abandonar la caza?

— Caza la nube blanca y hermosa que reflejo ¿no eres ya poeta?

— Preguntadlo á las mujeres — contestó el príncipe.

Las linfas exhalaron un suspiro, y oyó Ruy suspirar también en su morral de caza. Bebió en las aguas nuevo brío y dijo:— gracias, al cristal reflejante de su rostro.

Vedle marchar con la tristeza excitada por los prodigios. Un pedazo de cielo se recorta en óvalo azul por entre las hojas, y una nube que lo cruza parece gritar: — ¡sígueme!

El poeta entonó un canto tejido con fibras de su corazón: los versos exhalaban perfumes agrestes que eran como los genios de la selva.

De pronto calla. Ha oido algo entre los árboles de un nativo cenador. Luego le estremece una risa irritante; pasa la cabeza entre el follaje y tiembla.

La antigua ternura del príncipe se trueca repentina en odio salvaje. Una mujer llora, el bufón ya no ríe, y el puñal damasquino, sube y baja sobre dos cuerpos. Nuevo prodigio. El príncipe siente brotar de sus entrañas la risa del enano, sonante como un látigo que pega. Y el faisán resucita en el morral, y ríe; y la flor maravillosa, ríe; y Ruy, aterrado, huye y corre y los ecos de la selva repiten las risas implacables.

¡Pobre Príncipe! era loco. Y un antiguo dolor, que el bosque despertaba, le reproducía siempre la terrible escena.