El pretendiente al revésEl pretendiente al revésTirso de MolinaActo II
Acto II
Salen el DUQUE y LEONORA
DUQUE:
Saben los cielos, mi Leonora hermosa,
Si desde que mi esposa te nombraron,
y de dos enlazaron una vida
por verla divertida en otra parte,
quisiera aposentarte de manera
en ella, que no hubiera otra señora,
que no siendo Leonora, la ocupara.
Si un reino, es cosa clara, que se rige
de un solo rey que elige por cabeza,
y la Naturaleza solamente
dio al mundo un sol ardiente y una luna;
si en cada cuerpo es una el alma bella,
no es bien que estén en ella dos señores,
ni ocupen dos amores una casa,
como en la esfera escasa de mi pecho.
Diligencias he hecho que no han sido
bastantes al olvido; he intentado
ausentarme, he probado a divertirme,
y para persuadirme al tuyo honesto,
las partes he propuesto que ennoblecen
tu fama, y enriquecen mi ventura.
Tu virtud, tu hermosura, tu nobleza,
la célebre grandeza de tu casa
mi memoria repasa cada día;
mas--¡ay Leonora mía!--que no basta
contra la mala casta de un tirano,
que a todo da de mano, y en mi pecho
de suerte asiento ha hecho, que con todo
alzándose, no hay modo que se aplaque,
si no es que con él saque el alma y vida
que está con él asida, y porque goce
su reino desconoce al propio dueño.
Esto me quita el sueño; que quisiera
un alma darte entera, y no partida.
No sé qué medio impida aqueste daño,
pues contra el desengaño, esposa mía,
crece más cada día. Sólo uno
hallo que es oportuno y provechoso,
si bien dificultoso, pues comienza
la tímida vergüenza a refrenarle
al tiempo de esplicarle y esto pende
de tu amor, si se extiende, Leonor bella,
a tanto, que atropella de los celos
la línea y paralelos, porque estriba
sólo en que el duque viva, que padece.
Si el tuyo te parece que es bastante
a hazana semejante, haréte cierta
de la herida encubierta, que te llama
su médico.
LEONORA:
Quien ama como debe
debajo el yugo leve y amoroso
del matrimonio, esposo, no repara
en cosa, por más cara que parezca;
pues si es bien que se ofrezca al golpe rudo
el brazo, aunque desnudo, cuando mira
que a la cabeza tira y amenaza,
bien es que de esta traza yo pretenda
tu vida y te defienda, pues estriba
mi ser todo en que viva la cabeza,
que la naturaleza en ti me ha dado.
Si el fin de tu cuidado en mí consiste,
no estés, Filipo, triste. Dame cuenta
de la pasión violenta que te abrasa,
y pues tienes en casa la ventura
que dices, ponte en cura, aunque yo muera.
DUQUE:
¡Oh mi bien! ¿Quién pudiera para amarte
mejor, desocuparte el alma toda,
que hospeda y acomoda ingratas prendas?
No imagines ni entiendas qué te pido;
que si por su marido ofreció Alceste
la vida, imites este ejemplo extraño,
ni que tan en tu daño mi sosiego
te salga, que en el fuego riguroso,
el amor de tu esposo, como a Evadne
te arroje, porque gane eterna fama;
que ni acero ni llama han de ser medio
que pueda dar remedio a tanta pena.
La marquesa Sirena es el tirano
que con violenta mano se retrata
dentro del alma ingrata y homicida
la posesión debida a tu hermosura
tiranizar procura. Ya ha dos años
que con mil desengaños menosprecia
la voluntad que necia permanece,
cuando más me aborrece, más constante.
Ni el verme mozo amante, ni el estado
ilustre que he heredado, y su señora
la llamara, Leonora, ablandar pudo
aquel pecho desnudo de clemencia.
Ni el ver que la potencia, en compañía
del poder, cada día precipita
la razón, si la irrita el menosprecio,
la obligó--¡caso recio!--a ser mi esposa.
Viendo, pues, peligrosa mi esperanza
para tomar venganza y olvidarla,
del alma quise echarla, haciendo dueño
suyo, en tiempo pequeño, a mi Leonora.
Llamóte al fin señora mi Bretaña,
y como te acompaña la belleza
igual a tu nobleza, creí contento
echar del pensamiento al dueño ingrato
que en el alma retrato, pues ausente
de Sirena, y presente tu hermosura,
¿en qué pizarra dura se esculpiera
que no la echara fuera y se borrara?
Ni el sol de aquesa cara, ni su ausencia,
ni el ver por experiencia ya imposible
mi frenesí terrible, hizo otra cosa
que aumentar más furiosa la cruel llama
que ciega se derrama, y como loca
se sale por la boca. Al fin, Leonora,
viendo de hora en hora alborotada
y ya banderizada el alma mía
que de tu parte cría atrevimiento,
porque el entendimiento te defiende
que conoce y entiende lo que vales,
con armas desiguales la refrena
memoria de Sirena, y de su parte
la voluntad reparte, aunque sin ojos
la vitoria y despojos de mi vida.
Viéndote de vencida y ya olvidada,
porque desengañada te siguiese
la voluntad, y viese juntamente
tu belleza excelente, y la hermosura
de quien mi mal procura, fui por ella
y aquí quise traerla; que un contrario
junto a otro, es ordinario dar más muestra
De la virtud que muestra. De esta suerte
creí, mi bien, que en verte más perfeta
más hermosa y discreta, se enlazara
en ti el alma, y dejara a la marquesa
de quien, aunque le pesa, le atribuye
la ventaja que incluye tu hermosura.
No salí con la cura. Antes creciendo
el fuego en que me enciendo, es ya de suerte
que si no es que la muerte le reporte,
desde que está en la corte a tal estado
me trae, que me ha obligado a que disponga
mi vida, y que la ponga--¡ay Leonor bella!--
en tu mano; que si ella no me sana,
cualquiera cura es vana.
LEONORA:
El cómo aguardo.
DUQUE:
¿Creerás que me acobardo y no me atrevo
cuando a decirte pruebo mi locura,
viendo que tu hermosura, entendimiento
y discreción afrento? Leonor mía,
quita mi cobardía. En esta mano
que beso, y por quien gano el bien que espero, Bésasela
poner mi salud quiero. Ansí me veas
libre, porque poseas toda el alma,
que pongas quieta calma a esta tormenta
ni has de estar descontenta ni enojarte.
LEONORA:
Empieza a declararte, lisonjero.
DUQUE:
Si me juras primero no hacer caso
de celos, pues me abraso, aunque procuro
olvidar...
LEONORA:
Yo lo juro; ea, acabemos.
DUQUE:
No te cansen extremos, ten paciencia.
Ya suele la experiencia haber mostrado
causar odio y enfado, si se alcanza
lo que hace la esperanza mas perfeto.
Ya sabes que el objeto deseado
suele hacer al cuidado sabio Apéles,
que con varios pinceles, en distinta
color esmalta y pinta con bosquejos
lo que visto de lejos nos asombra,
y siendo vana sombra, nos parece
un sol que resplandece, una hermosura
que deleitar procura, y nos provoca;
mas si la mano toca la fingida
pintura apetecida, ve el deseo
ser un grosero anjeo, en que afeitado
ni cría yerba el prado, ni la fuente
prosigue su corriente, ni ve, ni habla
la imagen que la tabla representa,
y así lleno de afrenta , busca viva
la que la perspectiva enseña muerta.
Mi voluntad incierta, que engañada
ve en Sirena pintada una hermosura
divina, una cordura deleitable,
un sol que hacen amables sus reflejos
como la ve de lejos, ignorante
juzga lo que delante le parece,
y engañada apetece como loca
lo que si gusta y toca, ser podría
que hiciese, esposa mía, mas segura
la divina hermosura que en ti siento,
y el aborrecimiento y desengaño
remediasen el daño que me abrasa.
El remedio está en casa, por quien peno.
Tú has de ser mi Galeno, y mi bien todo.
Haz, Leonora, de modo, aunque provoque
tus celos, que yo toque esa pintura.
Desengañar procura mi deseo;
sepa yo si es anjeo, comparado
contigo, este adorado desatino;
sepa yo si es divino o si es humano
este ángel; porque sano, como es justo,
te estime más mi gusto, y la experlencia
me enseñe la excelencia, mi Leonora,
con que eres vencedora; y yo, mudado,
vuelva desengañado y reducida,
no a darte dividido, sino entero
un amor verdadero.
LEONORA:
La primera
mujer que sea tercera de su esposo
seré; mas si es forzoso el agradarte,
y a costa he de curarte de mi gusto,
vaya con Dios. Yo gusto darte en eso
la vida con el seso. A los desvelos
de averiguados celos pondré pausa,
si con tan justa causa no dan pena.
Persuadiré a Sirena con caricias,
con ruegos, con albricias, y de modo
tentaré el vado todo, que si a ruegos
muestra desdenes ciegos, y te agrada
su belleza forzada. A que la fuerces
y el torpe gusto esfuerces daré traza.
¿Estás contento?
DUQUE:
Enlaza en este cuello
el tusón rico y bello de tus brazos.
Acorta, mi bien, plazos, pues acortas
si a mi dicha la exhortas, el agravio
que te hago, y cuerdo y sabio podré darte
toda el alma, que jura de adorarte.
Vase el DUQUE
LEONORA:
No sé cómo he reprimido
el ímpetu a la pasión,
ni cómo mi corazón
disimular ha podido.
¿Ha visto el mundo o ha oído
combate de Amor mas recio?
¡Ah, Filipo torpe y necio
a engendrar en mí comienza
venganza tu desvergüenza,
y desdén mi menosprecio.
¿Tan fuerte es una mujer,
que la pruebas en tu daño?
¿Tan sufrible un desengaño
que en mí le quieras hacer?
¿No pudieras escoger
otra tercera mejor,
ignorante pretensor?
No es mucho, pues indiscreto
me pierdes así el respeto,
que yo te pierda el amor.
Pon los ojos en Sirena,
necio; que yo los pondré
en quien venganza me dé
de tu desprecio y mi pena.
Tu tercera hacerme ordena;
que yo te haré mi tercero,
porque por tus filos quiero
vengarme de esta manera,
qara que tu honra muera
con las armas que yo muero.
Sale SIRENA
SIRENA:
Para ser vuestra excelencia
la guarda que se ha encargado
de mí, muy poco cuidado
descubre ml diligencia.
Dos horas ha que en su ausencia
el recelo me provoca
de que con voluntad poca,
pues que tanto se retira,
las cosas de mi honor mira.
LEONORA:
¡Ay, Sirena, que estoy loca!
Si de pesar no reviento,
es por ver que la esperanza
que tengo de la venganza
da riendas al sufrimiento.
Que ofendiendo al sacramento
conyugal, busque un marido
otro amor, ya es permitido,
y que su tálamo ofenda
aunque lo sepa y entienda
la esposa que ha aborrecido.
¿Pero que se descomida
y sea tal su desacato,
que para tan torpe trato
ayuda a su mujer pida...?
Hoy le quitara la vida,
q no juzgar por mejor
quitarle, amiga, el honor,
en él tan mal empleado.
SIRENA:
Ocasión justa te ha dado
mas miraráslo mejor;
que siempre el agravio saca
palabras que la ira ofrece,
y el alma noble aborrece,
aunque con ellas se aplaca.
LEONORA:
No halla mejor triaca,
marquesa, el veneno recio
de mi injuria y menosprecio.
En esto me determino.
Pague así su desatino
un marido que es tan necio.
Tan lejos de imaginar
está que me agravia en esto,
que en mi interés propio ha puesto
el dar a su amor lugar.
En llegándote a gozar,
dice, que echándote fuera
del corazón que es tu esfera,
si ahora soy aborrecida,
el alma por ti partida
me volverá a dar entera.
Y así que te solicite
pide, con ruegos, con trazas,
con joyas, con amenazas,
porque a su locura imite.
Si para que me ejercite
en oficio tan honrado
nombre de esposa me ha dado,
y a esto vine de Borgoña,
yo le daré la ponzoña
misma que a beber me ha dado.
Para con Dios, tanta pena
llega el hombre a merecer
que hace agravio a su mujer,
como la esposa, Sirena.
SIRENA:
Señora mía, refrena
resolución tan extraña.
LEONORA:
El duque me desengaña.
No hay que hablar. A ser primera
vine, y no infame tercera,
desde Borgoña a Bretaña.
Goce el duque tu hermosura,
que ya en mí no hay resistencia.
SIRENA:
¿Luego con vuestra excelencia
mi honra no está segura?
¿Luego ya salió perjura
la fe, que de defender
mi fama, quiere romper?
LEONORA:
Si tu amistad no me ayuda,
como mi honor pongo en duda,
el tuyo pienso poner.
El duque y su desatino
mi afición volvió en furor;
porque del más fino amor
nace el odio que es mas fino.
Si por aqueste camino
no me ayudas, con mi fe
tu honor a riesgo pondré,
dando a mi enojo motivo;
oues cuando mi honor derribo,
no ha de haber honor en pie.
Los ojos ha puesto en ti
el duque para cegarlos,
y yo los he puesto en Carlos
tu primo.
SIRENA:
¿Cómo? (¡Ay de mí!) (-Aparte-)
LEONORA:
Mi desprecio vengo así.
A amar a Carlos me animo;
ni honra ni vida estimo.
De su prima vengo a ser
tercera, y así he de hacer
que lo seas de tu primo.
Hecho me ha solicitarte,
y que te ruegue permite.
Yo haré que él le solicite,
y le ruegue de mi parte.
SIRENA:
Vendrás a desenojarte,
y miraráslo mejor.
LEONORA:
Ya lo he visto; mi rigor
ha dado aquesta sentencia,
Sirena, ya no hay paciencia,
ya no hay seso, no hay honor.
Si por ti Carlos me ama,
al duque haré tal engaño,
que resultando en su daño,
quede segura tu fama;
pero si no, de su llama
aquesta noche has de ser
materia para encender
tu afrenta.
SIRENA:
(¿Qué es esto, cielos? (-Aparte-)
¿Entre la deshonra y celos
me habéis venido a meter?
Antes que pierda el honor,
la vida el duque destroce;
y ántes que Leonora goce
a Carlos, me mate amor.
No sé cuál daño es menor.
¡Dar al duque aborrecible
contento, es caso terrible!
Pues ¿ser solicitadora
yo con Carlos, por Leonora?
¡Eso no, que es imposible!)
LEONORA:
¿Qué he de hacer, triste de mi?
Marquesa, a Carlos preven;
que a las dos nos está bien
vengarnos del duque así.
SIRENA:
(Disimular quiero aquí (-Aparte-)
el tormento que reprimo.)
Tu gusto, señora, estimo;
mas mira...
LEONORA:
No hay que mirar.
Envía luego a llamar,
Sirena, a Carlos tu primo.
Busca amorosa elocuencia
con que pcrsuadirle puedas,
y si vitoriosa quedas,
haz que venga a mi presencia.
SIRENA:
Si, de dar a vueselencia
contento, segura estoy
del duque, a servirla voy.
(Agora, Carlos, veré (-Aparte-)
los quilates de la fe,
Que empiezo a probar desde hoy.) Vase SIRENA
LEONORA:
Si consiste la prudencia
en el saber elegir
medios para conseguir
el fin de una diligencia,
la deshonesta insolencia
del duque, cuán imprudente
es, me ha mostrado al presente
en los medios gue ha buscado,
pues ellos medio me han dado
para que su fama afrente.
Sale CARLOS hablando para sí al salir
CARLOS:
Tener en casa el sustento
y no poderlo comer;
cofres de oro poseer
y estar pobre el avariento,
en el río estar sediento
sin agua y sal en la mar,
con alas y no volar,
todo esto junto en mí pasa,
pues tengo a Sirena en casa
y nunca la puedo hablar.
LEONORA:
Carlos.
CARLOS:
Gran señora.
LEONORA:
Pues
¿De qué venís pensativo?
CARLOS:
Disgustos son con que vivo,
después que aquí estoy.
LEONORA:
¿Después?
¿Pues en qué dama habéis puesto
el pensamiento, que necia
las muchas partes desprecia
de vuestro talle dispuesto?
¿Son desdenes? ¿Lloráis celos?
CARLOS:
No sé a qué sabe, señora,
ese manjar hasta agora.
LEONORA:
Mucho debeis a los cielos.
¿Queréis bien?
CARLOS:
Ni bien ni mal.
LEONORA:
Miradlo, Carlos, mejor;
que yo sé que os tiene amor
una dama principal
de palacio.
CARLOS:
¿A mí?
LEONORA:
Y por veros
en donde estorbos no hubiera,
no sé si la vida diera,
que sustenta con quereros.
CARLOS:
(¿Si le ha contado Sirena (-Aparte-)
a Leonora nuestro amor?
Pero no hará tal error,
pues no me ha puesto otra pena
sino el silencio discreto,
después que con ella trato.)
LEONORA:
Si dais lugar al recato,
y no ofendéis al secreto,
a un duque, Carlos, sé yo
que esta dama desestima
por vuestra causa.
CARLOS:
(Mi prima (-Aparte-)
cuenta de todo la dió.
No hay más; el deseo de hallar
traza de verme y hablarme,
pudo solo, por amarme,
peligros atropellar.
Y porque esté la duquesa
segura de los desvelos
que el duque ha dado a sus celos
con este medio interesa
su amistad y intercesión,
para que pueda segura
Hablarme. ¡Extraña cordura!
¡Peregrina discreción!)
LEONORA:
Entrado habéis en consejo
con vos mismo, y sois prudente
que en peligro tan urgente,
no es mucho que estéis perplejo;
mas pues que yo os aseguro,
no creo que hará el temor
agravio a mi mucho amor.
CARLOS:
Aunque es el enigma oscuro,
no tanto que de él no entienda
cuán favorecido quedo
de vueselencia. Ni puedo,
ni es prudencia que pretenda
agradecer con razones
el bien que de vos consigo.
Solo, gran señora, digo
[que a tan obvias pasiones
pienso pagar con quedar
por vuesrto siervo preso;
y en seña la mano beso.
LEONORA:
(Poco hubo que negociar.) (-Aparte-)
La materia hallé dispuesta,
Carlos, que dudaba en vos.
CARLOS:
Ya ha un año, y va para dos,
que el amor que os manifiesta
mi pecho, tuve encubierto.
LEONORA:
Pues de un año ya habla amor.
CARLOS:
Tuve del duque temor.
LEONORA:
Castigad su desconcierto,
y entrad vos en su lugar.
Lo que vuestra prima bella
os dijere, hace; con ella
podéis sin temor hablar.
Seguid las trazas que os diere;
que yo os facilitaré
estorbos, y dispondré
todo lo que ella os dijere,
pues con tal intercesora,
sin peligro de mudanza,
daréis del duque venganza
a una mujer que os adora.
Vase LEONORA
CARLOS:
Llegó mi dicha a su extremo.
Sirena, si para hablarte,
Leonora está de mi parte,
¿qué hay que dudar, o qué temo?
¡Afuera, celosa pena!
No pongáis mi dicha en duda,
pues la duquesa me ayuda,
y es tan constante Sirena. Vase CARLOS. Salen el DUQUE y FLORO
DUQUE:
No ha de quedar diligencia
que no intente hasta vencer
la espantosa resistencia,
Floro, que en esta mujer
martiriza mi paciencia.
La duquesa, persuadida
de mis ruegos y desvelos,
de sus agravios se olvida,
y anteponiendo a sus celos
e remedio de mi vida,
me promete hacerse guerra
a sí misma, por templar
el fuego que en mí se encierra
y persuadirla hasta dar
con su fortaleza en tierra.
Para que al extremo llegue
siempre mi vivo cuidado,
y mi tormento sosiegue,
que me llamen he mandado
a Carlos, porque la ruegue,
solicite y persuada;
que aunque forzarla pudiera
Nunca, la fruta alcanzada
por fuerza, de ella se espera
lo que estando sazonada.
Con sazon quiero cogella
FLORO:
Si en el consejo de estado
de Amor, donde se atropella
la razón, sabio letrado,
por no regirse por ella,
se admitieran pareceres,
uno pudiera yo darte
saludable, si es que quieres,
gran señor, no despeñarte.
DUQUE:
Tal puede ser el que dieres,
que le estime, si no es
divertirme de Sirena.
FLORO:
No, gran señor.
DUQUE:
Dile pues.
FLORO:
Edificas sobre arena,
y todo ha sido al revés
cuanto hasta este punto has hecho.
Un filósofo enseñaba
su facultad, satisfecho
que por sus letras ganaba
juntamente honra y provecho.
Al que estudiado no había,
con un precio moderado
a su escuela le admitía;
pero el que estaba enseñado,
y algunas letras tenía,
dos precios había de darle
si su oyente había de ser,
uno por desenseñarle,
que sobre ajeno saber
no quería lición darle,
y otro por volver de nuevo
a hacerle en su escuela sabio.
Yo, que esta opinion apruebo,
si no lo juzgas a agravio,
a cumplir tu amor me atrevo;
pero con tal condición,
que deshagas cuanto has hecho
en tu ciega pretensión,
pues no será de provecho
de otra suerte la lición.
Ya que al principio lo erraste
pues, sin curar dentro el mal,
con Leonora te casaste
siendo Sirena tu igual,
y así imposibilitaste
el alcanzarla mejor,
y remediarse no puede
tan desenfrenado ardor;
porque incurable no quede
de todo punto tu amor,
has de deshacer agora
el disparate que has hecho;
pues viendo lo que te adora,
quieres que ablande su pecho
la duquesa mi señora,
que por más que te parece
que terciar tu amor intenta,
o este agravio la enloquece
o, si no siente esta afrenta,
la duquesa te aborrece.
Y será cosa pesada
cualquiera de éstas, señor;
que en la mujer injuriada,
nunca hay venganza mayor
cono la disimulada.
No has de provocar tampoco
que sea Carlos tu tercero,
por los peligros que toco;
que es Carlos muy caballero,
y, si le tienes en poco,
como el honor de su prima
por tantas partes le alcanza,
si aqueste agravio le anima,
podrá ser que a la venganza
le fuerce tu desestima.
Sirena es, señor, mujer;
como tal, ha de acudir
al natural de su ser.
Lo que más suelen sentir
es el verse aborrecer
de quien las quiso primero.
Finge que la has olvidado,
no la mires lisonjero,
pregúutala descuidado,
y respóndela severo.
Cuando la hables, bosteza;
si cuidadosa te mira,
vuelve a un lado la cabeza
de cuando en cuando suspira,
muestra, hablándola, tristeza.
Ponte en parte que te vea
celebrar algún papel
a solas, y aquesto sea
fingiendo la letra en él;
y porque después le lea,
haz al sacar el pañuelo,
después que le hayas guardado,
que se te cae en el suelo.
Escribe en él el cuidado
de una dama con recelo
de que a Sirena procuras
y en su amor te desvaneces,
y por más que la aseguras
lo mucho que la aborreces,
que mientes en cuanto juras.
Verás, aunque el corazón
tenga como el bronce recio,
que vale en esta ocasión
más, una hora de desprecio,
que un año de pretensión.
DUQUE:
Como médico de aldea,
comunes recetas das.
En bárbaros las emplea,
que en la corte no hallarás
quien las admita ni crea.
Los medios que yo he escogido
me darán por fuerza o grado
el gusto que no he adquirido;
que el trabajo que he pasado,
no lo he de dejar perdido.
Estudia un consejo nuevo,
y déjame hacer a mí,
que el camino sé que llevo.
FLORO:
La duquesa viene aquí.
DUQUE:
Vete, pues, Floro.
FLORO:
No apruebo,
por mas que te determines,
tan peligrosos remedios.
DUQUE:
No importa que eso imagines.
FLORO:
Malos principios y medios
nunca alcanzan buenos fines. Sale LEONORA
LEONORA:
Duque, la mayor hazaña
que han visto jamás los cielos
tiene hoy de honrarme en Bretaña
contra el rigor de mis celos,
el amor que me acompaña
y te tengo. Me ha podido
persuadir que hable a Sirena.
Con lágrimas la he pedido
que dando alivio a tu pena,
la esperanza que he perdido,
y me robó su beldad,
me la procure volver;
que quiero, aunque es necedad,
verte más en su poder,
que verte sin voluntad.
He dicho que si a tu pena
una vez alivio da
y sus desdenes refrena,
segura se casará
con el duque de Lorena,
a quien por ti la prometo
que goce tu amor prestado;
pues lo sufro, y en efeto
que ponga su honra y cuidado
en las manos del secreto.
¡Puedo hacer más?
DUQUE:
No te quiero
hacer exageraciones,
porque pagar presto espero,
mi bien, tus obligaciones,
no partido, sino entero.
Mas ¿qué responde?
LEONORA:
No hay cosa
que a los principios no sea,
Filipo, dificultosa.
Cuando la hablo, colorea
entre airada y vergonzosa.
DUQUE:
Reina agora la vergüenza
y el temor que de ella nace.
LEONORA:
Yo haré que tu amor la venza,
porque ya sabes que hace
la mitad el que comienza.
Una cosa solamente
falta, duque, por arrimo
de la conquista presente;
y es obligar a su primo;
que el persuadirla un pariente
a quien parte del honor
y de su deshonra cabe,
hace el peligro menor.
DUQUE:
Tu ingenio mi dicha alabe,
tu lealtad, tu firme amor.
¿No es bueno que había enviado
con aqueste fin por él?
LEONORA:
Carlos es noble y honrado.
No te declares con él,
por si acaso alborotado
llega a perderte el respeto.
Yo lo dispondré mejor;
que soy mujer, en efeto.
Encúbrele de tu amor
el pensamiento secreto
y dile que si desea
servirte y tenerte grato,
con mas frecuencia me vea,
y con prudencia y recato
cuanto le dijere crea,
porque en darme gusto a mí
estriba todo tu gusto.
DUQUE:
Dices bien, yo lo haré así.
LEONORA:
(Y yo con castigo justo (-Aparte-)
me pienso vengar de ti,
haciéndote mi tercero,
pues que tu tercera me haces.)
DUQUE:
Si a Sirena por ti adquiero,
después con eternas paces
servirte, Leonora, espero.
LEONORA:
Carlos viene; el declararte
excusa con él, y di
que el servirme es agradarte.
¿Enviarásle luego?
DUQUE:
Sí,
luego, duquesa, irá a hablarte. Vase LEONORA. Sale CARLOS
CARLOS:
¿Qué manda vuestra excelencia?
DUQUE:
La baronía de Flor
está vaca, y el valor,
Carlos, de vuestra presencia,
por dueño hoy ha de tener.
Barón de Flor sois desde hoy.
CARLOS:
Tu esclavo, sí, aquesto soy.
DUQUE:
Dicen que llega a valer
seis mil ducados de renta;
mas yo prometo aumentarlos
con otras mercedes, Carlos;
que os tengo muy por mi cuenta.
CARLOS:
Ya deseo que se ofrezca
ocasión en que poder
con algún servicio hacer
que tanta merced merezca.
DUQUE:
La que entre manos traéis
os le puede bien cumplir.
Si me deseáis servir,
segura me lo prometéis.
CARLOS:
(¿Mas que es la merced tan cara (-Aparte-)
que quiere que intercesor
con mi esposa sea en su amor?
Moriré si se declara.)
Dígame vuestra excelencia,
de mí ¿en qué se servirá?
DUQUE:
La duquesa os lo dirá.
Id, Carlos, a su presencia.
Haced lo que ella os mandare,
dadle gusto vos; que así
me tendréis contento a mí;
y advertid que no repare
en peligros de honra o fama
vuestro recelo; que a todo
por libraros me acomodo.
Andad, que Leonora os llama.
CARLOS:
Declaraos más, gran señor.
Mirad que confuso quedo.
DUQUE:
Carlos amigo, no puedo.
Ella os lo dirá mejór.
Haced diligente vos
lo que os pide y aconseja
y advertid que si se queja,
hemos de reñir los dos. Vase el DUQUE
CARLOS:
¡Hay confusián más extraña!
¿La duquesa no me anima
para que sirva a mi prima?
¿No ha que el duque de Bretaña
sin seso por ella anda,
dos años? ¿Pues cómo agora
me pide que hable a Leonora,
y cumpla lo que me manda?
Ella manda que a Sirena
sirva, y me promete dar
para gozarla lugar.
El duque también ordena
que obedezca a la duquesa.
Si el obedecer me está
tan bien, ¿qué pena me da?
¿Qué temo? ¿De qué me pesa?
Pues con el duque y Leonora
cumplo con mi amor ardiente,
digo que soy obediente
más que un fraile desde agora.
Sale SIRENA
SIRENA:
Por muchos años y buenos,
aunque sea a costa mía,
se emplee vueseñoría
en pensamientos ajenos,
y mejore de afición;
que por lo bien que te está,
una tercera tendrá
en mí, con obligación,
aunque lo sienta y me pese,
de acudir desde este día
a su gusto.
CARLOS:
Esposa mía,
¿qué modo de hablar es ése? Sale un PAJE
PAJE:
A vueseñoría espera
la duquesa.
SIRENA:
¿A mí? Ya voy.
CARLOS:
¿Qué es esto, prima?
SIRENA:
No soy
prima ya, sino tercera.
Vanse SIRENA y el PAJE
CARLOS:
¿Tercera? ¿Cómo o de quién?
Cielos, añadí eslabones
de enredos y confusiones
para que muerte me den.
¿En qué encantamento estoy?
¡Válgame Dios! ¿Si he perdido
con la ventura el sentido?
¿Qué hechizos me espantan hoy?
Leonora ayudarme ordena;
el mismo duque me obliga
a que la obedezca y siga.
Yo adoro sólo a Sirena;
y cuando mi amor espera
gozarla, y su esposo soy,
se va, y me dice, "No soy
prima ya, sino tercera."
¡Ah corte llena de encantos!
Líbreme el cielo de ti. Sale otro PAJE
PAJE:
El duque os llama.
CARLOS:
¿A mí?
PAJE:
Sí.
CARLOS:
(Despertadme, cielos santos.) (-Aparte-)
PAJE:
Mudad vestido, que quiere
salir con vos a rondar.
CARLOS:
(Si se llega a declarar, (-Aparte-)
y a mi confusión luz diere,
yo escribiré esta quimera.)
PAJE:
¿Venís?
CARLOS:
A vestirme voy.
(¡Que me dijese, "No soy (-Aparte-)
prima ya, sino tercera!)
Vanse los dos. Salen LEONORA y SIRENA, a una ventana
LEONORA:
Digo pues, Sirena amiga,
que cuando a Carlos hablé
y le conté mi fatiga,
tan de mi parte le hallé,
que no sé cómo te diga
el gozo que recibió,
cuán pocos estorbos puso....
Ni de oírme se alteró,
ni me respondió confuso,
ni al rostro el color mudó;
antes alegre y humano
mi dicha hizo manifiesta,
pues de puro cortesano,
en lugar de la respuesta,
los labios puso en mi mano.
SIRENA:
¿Pues tan presto gran señora?
Mirad que es Carlos discreto.
LEONORA:
Marquesa, Carlos me adora;
el temor tuvo secreto
lo que manifestó agora.
Un año, y va para dos,
ha que se muere por mí.
SIRENA:
Para en uno sois los dos.
(¡Que no me arroje de aquí! (-Aparte-)
¿El firme, Carlos, sois vos?
¿En tierra a la primer prueba?
¡Si una mujer se mudara,
que en sí la inconstancia lleva,
que tantas veces en cara
la dieron todos con Eva!
¡Ay hombres, hombres!)
LEONORA:
Parece
qe de mi bien te ha pesado,
pues mi dicha te enmudece.
SIRENA:
Tiéneme puesta en cuidado
el peligro aque se ofrece,
si a saberlo el duque alcanza,
mi primo.
LEONORA:
Amor es discreto,
industriosa la venganza,
y en las manos del secreto
no hay recelos de mudanza.
Para esto te he menester,
no para que a Carlos hables.
SIRENA:
(¡Frágil llamáis nuestro ser, (-Aparte-)
hombres, y en el ser mudables
sois menos que una mujer!)
LEONORA:
¿Sabes lo que he colegido
del pesar que has enseñado
a la suerte que he tenido?
Que si a Carlos he llamado
debe de ser tu escogido.
Bien le quieres.
SIRENA:
Si te engaña
tu sospechosa quimera,
cree que no soy tan extraña
si amara, que no quisiera
ser duquesa de Bretaña
más que ser dama de Carlos.
LEONORA:
No sé. De celos me muero.
SIRENA:
(Y yo no puedo ocultarlos.) (-Aparte-)
LEONORA:
Gente ha venido al terrero;
mas yo vendré a averiguarlos. Salen el DUQUE y CARLOS, de noche
DUQUE:
Traidor, no busques rodeos
que ya conozco la causa
porque tanto dificultas
lo que mis penas te mandan.
Por más que encubrirte pienses,
la turbación con que hablas
me enseña por el aliento
las traiciones de tu alma.
No es la honra de Sirena
la que recelas y guardas,
sino el tenerla, en mi agravio,
más que prima, por tu dama.
CARLOS:
Gran señor, sosiegate,
y con la cólera envaina
el enojo, que te incita
sin razon a la venganza.
¿Qué has visto en mí que te obligue
y a creer te persüada,
haciéndote competencia,
que a mi prima adora mi alma?
¿Así se encubre el Amor,
que en ser niño nunca calla,
y en ser fuego manifiesta
donde vive en humo y llamas?
No me tengas por tan vil
que si yo a Sirena amara,
aunque tu vasallo soy,
sufriera que la sacaras
de Belvalle, y la trujeras
a tu corte y tu casa,
donde creciendo mis celos,
mis tormentos aumentaras.
Que yo sienta, siendo noble,
que tercero vil me hagas
de quien por ser prima mía
me ha de caber de su infamia
tanta parte, no te espantes;
pues sabes lo que Bretaña
me estima, y que soy tu deudo,
y de lo mejor de Francia.
DUQUE:
¿Pues qué afrenta se te sigue
de que cumpla mi esperanza
tu prima y la goce yo,
si cuando me satisfaga,
dando a Leonora la muerte,
la has de ver entronizada
sobre mi silla ducal?
CARLOS:
Hablar siento en la ventana.
Mira, gran señor, que piden
más recato esas palabras.
DUQUE:
¿Quién puede ser?
CARLOS:
Fácilmente
lo sabrás si oyendo callas. A LEONORA
SIRENA:
Mal sabes quién es Sirena.
Ni he dado ni daré entrada
en mi vida a amores locos
sin obras y con palabras. Habla el DUQUE aparte con CARLOS
DUQUE:
¿No es tu prima?
CARLOS:
Ella parece.
DUQUE:
Carlos, disculpas no bastan
a asegurarme de ti
si pretendes confirmarlas,
habla con Sirena agora.
Finge que no te acompaña
ninguno, y colegirán
mis celos de tus palabras
si la pretendes o no.
La oscuridad nos ampara
para que verme no pueda.
Así sabré si me engañas.
CARLOS:
¿Qué la tengo de decir?
DUQUE:
Desdenes, desconfianzas,
celos, aborrecimientos,
con que la provoques y hagas
que te responda. Veré
mis sospechas confirmadas
o más firme tu lealtad.
CARLOS:
(¿Hay confusión mas extraña? (-Aparte-)
De esta vez mi poca dicha,
dándome la muerte, saca
año y medio de secreto,
para avergonzarme, a plaza.
¡Oh peligros del honor!)
DUQUE:
¿No llegas? ¿Qué te acobardas?
CARLOS:
Lo que he de decir prevecgo.
¡Ah de las rejas!
SIRENA:
¿Quién llama?
CARLOS:
Carlos soy.
LEONORA habla aparte con SIRENA
LEONORA:
Oye, marquesa,
de los celos que me causas
has de asegurarme agora.
No digas que a la ventana
estoy contigo.
SIRENA:
¿Pues qué?
LEONORA:
Finge que porque me ama
y en mis memorias se ocupa,
pierdes el seso y te abrasas.
Pídele celos de mí.
SIRENA:
(No los pediré sin causa.) (-Aparte-)
LEONORA:
¿Qué dices?
SIRENA:
Que por servirte,
quiero hacer lo que me mandas.
¡Ah, Cárlos! ¿Rondando vos?
¿Tenéis en palacio dama?
¿No os dejan dormir sospechas?
¿Lloráis desdén o mudanzas?
CARLOS:
¿Quién os mete a vos en eso?
SIRENA:
¿Ser vuestra prima no basta
para correr por mi cuenta
vuestras dichas o desgracias?
CARLOS:
¡Pues qué! ¿Es pedirme eso celos?
SIRENA:
¿Fuera mucho?
CARLOS:
Si me cansa
vuestra memoria de suerte
que no hay cosa mas contraria
para mi gusto que oíros,
¿por qué con vuestras palabras
aguáis de mis pensamientos
pretensiones y esperanzas?
¿Heos querido yo jamás?
SIRENA:
¿A qué propósito y causa
eslabonáis disparates?
¿Pídoos yo cuenta tan larga?
¿Heos rogado que me améis,
alguna vez? ¿Qué embajadas
de mi parte os solicitan?
¿Qué papeles os enfadan?
¿Qué prendas mías adornan
eu público vuestras galas,
y eu secreto vuestros gustos?
Si burlando os preguntaba
por la dama que os desvela
--buen provecho, primo, os haga--
desde aquí, por no enfadaros,
juro no hablaros palabra,
ni veros. CARLOS habla aparte al DUQUE
CARLOS:
¿Estás contento?
SIRENA habla aparte a LEONORA
SIRENA:
Vives ya desengañada?
DUQUE:
Carlos, prosigue tu tema;
que me enamora la gracia
de aquellos dulces desdenes.
LEONORA:
Sirena, presto te cansas
de asegurar el amor
y fe que Carlos me guarda,
cuando por mí te desprecia.
Muestra que estás enojada,
pídele celos por mí,
y entretengan mi esperanza
estas burlas.
SIRENA:
(Estas veras, (-Aparte-)
dirás mejor, pues me matan.)
DUQUE:
Veamos cómo te aíras;
Carlos, enójala; acaba.<poem>
DUQUE:
Qué esperas, Carlos?
A SIRENA
CARLOS:
Mi dama
por vos, Sirena, me mira
sospechosa y agraviada.
Celos tiene de que os quiero.
Dos días ha que no me habla
por verme con vos hablar
y sin el sol de su cara,
¿qué he de hacer? A mí me importa
la vida el asegurarla,
aunque sea a costa vuestra;
y pues os va poco o nada,
ni me habléis ni me miréis.
Antes cuando entrare en casa
del duque, si os encontrare,
echad vos por otra sala.
LEONORA:
(Mis celos ha penetrado (-Aparte-)
para asegurar mis ansias.
Menosprecia a la marquesa.
¡Oh, Amor discreto! ¿Qué os falta?)
CARLOS:
Esto, Sirena, os suplico.
SIRENA:
Eso mismo imaginaba
pediros, Carlos, yo a vos;
que de resistir cansada
pretensiones de dos años,
ha podido la constancia
de un amante, a quien ya quiero,
en mi pecho encender rasas.
De vos está receloso,
contándoos los pasos anda,
puede mucho, y hariaos mal
si hablando conmigo os halla.
No alcéis los ojos a verme.
CARLOS:
(¿Cómo, ay cielos, si eso pasa,
y el duque mi honor usurpa,
cómo no tomo venganza
de mí mismo? Mas dirálo
celosa de mis palabras.)
DUQUE:
Carlos, si mis dichas oyes,
llega a abrazarme. ¿Qué aguardas?
Pídeme largas albricias.
¿No ves cómo se declara
en mi favor la marquesa?
¡Oh, venturosa mudanza!
¡Oh, averiguación discreta!
¡Oh, firmeza bien empleada!
CARLOS:
Pues de fingir desatinos
tanto interés tu amor saca,
fingirme celoso quiero.
Veamos en lo que para
tanta quimera.
DUQUE:
Bien dices.
CARLOS:
(Hablemos verdades, alma (-Aparte-)
aunque la vida nos cueste.
A luz mis desdichas salgan;
rompa mi agravio el silencio,
mudo fui dos años. ¡Basta!)
¡Con qué pequeña ocasión
me das a entender, ingrata,
que eres mujer, y que es fuerza
pagar pecho a la mudanza!
Ya yo sé que al duque quieres;
que a no amarle, no bastaran
para traerte a su corte
persuasiones ni amenazas.
Goza, en mi agravio y tu afrenta,
su amor mudable y tu infamia;
que para no verla yo,
muerte me dará esta daga.
Vase a dar con la daga,
y tiénele el DUQUE
DUQUE:
Carlos, para burlas sobran.
¿Estás loco?
CARLOS:
¿Pues pensabas
que me mataba de veras?
DUQUE:
Es de suerte la eficacia
con que celoso te finges,
que por instantes me engañas.
CARLOS:
Todo es de burlas. (¡Ay cielo, (-Aparte-)
si de veras me matara!)
LEONORA:
¿No ves que celos te pide?
Luego mis sospechas claras
desengaños averiguan.
¿Qué es esto, Sirena?
SIRENA:
Calla,
que lo dice porque teme,
siendo de mi sangre y casa,
que con los demás le injurie.
Porque veas si te ama,
de ti le he de pedir celos.
Carlos, si agora me mandas
que ni te hable ni vea,
y está celosa tu dama,
¿por qué me injurias así?
¿Por qué mudable me llamas?
Como primo te he querido;
nunca ha pasado la raya
del parentesco mi amor;
que ya ves, si la pasara,
los celos que te pidiera
de la duquesa, a quien hablas
a costa de la lealtad
que al duque tu amor quebranta...
DUQUE:
¿Cómo es esto?
CARLOS:
El verme hablar
con la duquesa, a quien mandas
que a menudo sirva y vea,
la ha dado, gran señor, causa
para pensar tal malicia.
DUQUE:
Es discreta. No me espanta;
que hay ocasián de creerlo.
No se te dé, Carlos, nada.
SIRENA:
Si afrento, porque amo al duque,
tu linaje y mi prosapia,
¡por eso le honrará mucho
la lealtad que al duque guardas!
Váyase uno por lo otro.
Si quieres que calle, calla,
y adiós, que siento rüido.
LEONORA:
¿Adónde vas?
SIRENA:
No sé.
LEONORA:
Aguarda.
SIRENA:
No puedo.
Vase SIRENA
LEONORA:
(Confusa voy, (-Aparte-)
y entre temor y esperanza,
no sé si Carlos me burla;
mas yo lo sabré mañana.)
Vase LEONORA
DUQUE:
Ya Sirena se entró dentro,
y tú, Cárlos, en el alma
te has entrado de manera,
que ha de llegar tu privanza
hasta igualarte conmigo.
Marqués eres de Angulana.
CARLOS:
Gran señor...
DUQUE:
No hay para qué
me dés por aquesto gracias.
Mucho a la duquesa debo.
Ve a menudo a visitarla;
que de su gusto depende
mi dicha.
CARLOS:
(Ciegas marañas, (-Aparte-)
vosotras me mataréis.)