El primer ferrocarril: 4

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Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

IV

Aquel año no hubo Santa Rosa.

La linda limeña, caprichosa como todas las bellas, no se daba á los vientos de otros años.

Reservaba sus ímpetus, sin duda, para el siguiente, en el cual como en 1780, no dejó títere con cabeza, viejo con peluca, mástil con vela, ni chimenea con veleta.

De entonces viene el adagio popular: «Como el temporal de Santa Rosa».

La mañana del 29 de Agosto de 1857, á la hora en que generalmente se andan atrancando puertas y ventanas, en previsión de tormentas y ventarrones, apareció tibia, perfumada, transparente, llena de dorada luz y de tan suave brisa, que parecía primicia de anticipada primavera.

Leve viso de tisú plateado, con que la aurora cubría sus encantos, veló las primeras horas matinales, y cuando el sol desde el zenit derramaba su claridad más esplendente, todos los habitantes se echaron á la calle, en traje dominguero.

Para fijar la fecha de esta tradición hemos tenido que consultar no menor número de sabios, memoristas, anticuarios, historiadores, numismáticos y astrónomos, que para fijar la llegada del primer vapor al Plata.

Bajo el frontis de la antigua estación del Parque, leíase en grandes letras: «Inaugurado el 30 de Agosto de 1857». Pero nuestro recuerdo de testigo ocular, queda confirmado no sólo con los documentos que se publicaron con anterioridad, señalando el día 29 para la inauguración, sino también con la descripción de ésta, insertada en los diarios de la mañana del día treinta.

Apareciendo ocho horas antes de la fiesta, ni que fuera crónica de baile escrita la víspera, como suele acontecer.

Banderas y gallardetes de todos colores flameaban al viento y músicas militares poblaban los aires de alegres armonías.

Hombres, mujeres, ancianos y niños, se dirigían al Parque, la concurrencia se desbordaba por puertas y ventanas, balcones y azoteas, y multitud de muchachos colgados de árboles y faroles, aumentaban con bullicio ensordecedor el de las bandas, cohetes y petardos.

No menos de treinta mil espectadores, — se calculó, tercera parte de la población de la ciudad, — cuyo número duplicábase á lo largo de la vía hasta la Floresta, por uno y otro costado. A pie, á caballo, en carruaje, en carreta, carro, carretilla, castillo de cañas, y en toda clase de vehículos, el pacífico ejército formado en línea de dos leguas, saludaba con aclamaciones, pañuelos y sombreros, la primera locomotora que adornada de flores y banderas, corría á triunfar del desierto, flameando al viento su estandarte de humo y llamas.

En el centro de la plaza se alzaba improvisado altar, entre altos mástiles revestidos de los colores patrios, y cargado de guirnaldas, escudos y gallardetes de todas las naciones, anunciaban la fiesta del progreso y de la fraternidad.

Concluido el Tedéum, con majestuoso paso adelantóse el Ilustrísimo señor Escalada, á tiempo que coronada de flores, acercábanse lentamente al altar La Porteña y La Argentina (primeras locomotoras) para esparcir sobre ellas el agua bautismal, bendiciendo tan venerable prelado la vía, la locomotora y el tren. En ese momento, que era la primera hora de la tarde, se asestaban sobre aquel centro anteojos de cuatro daguerreotipos, y el clisé conservado por el hábil fotógrafo Pozzo, reprodujo con fidelidad la viva escena de aquel instante solemne y conmovedor...