El principe perfecto I/Acto III

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El principe perfecto I
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

 

(Sale LEONEL.)
LEONEL:

  Como ayer te prometí
el referirte la fiesta,
aunque apenas acabada,
quiero que la fiesta sepas.

DOÑA CLARA:

No me las cuentes, Leonel,
que ya no hay fiestas que sean
de más que esto para mí
que las glorias de mis penas.
Estarían, ¿quién lo duda?,
los Reyes con la grandeza,
que suele el Sol y la Luna,
que son las luces más bellas.
Ella en su esfera de plata
y él en su dorada esfera,
guarnecidos los tablados
de ricas bordadas telas
y vertiendo amor mil flores
en las damas portuguesas.

LEONEL:

Parece que las has visto
de la suerte que las cuentas.

DOÑA CLARA:

El rey negro en su tablado
admirado de que tenga
del mundo la parte blanca
que conquistar en la negra.
Entrarían mil fidalgos
con notable gentileza
a pedir fama a los toros
haciendo suertes diversas.
¿Puede ser más?

LEONEL:

No dirás
por más que presumas dellas,
en quién sería un fidalgo
que entró embozado en las fiestas
con una banda de nácar
y una capa de oro.

DOÑA CLARA:

Espera,
¿era el Prior?

LEONEL:

No, por Dios.

DOÑA CLARA:

¿Fue don Alonso de Almeida?

LEONEL:

Menos.

DOÑA CLARA:

¿Ruy de Silva?

LEONEL:

No,
porque el Silva entró en silla
y ha hecho con un rejón
que bese el toro la tierra.

DOÑA CLARA:

¿Fue acaso el embajador
de Castilla?

LEONEL:

No fue a ellas,
porque le falta salud.

DOÑA CLARA:

¿Fue Valentín de Ferreira
o Vasco de Acuña?

LEONEL:

No.

DOÑA CLARA:

¿Lope de Melo?

LEONEL:

No aciertas.

DOÑA CLARA:

Doime por vencida.

LEONEL:

Fue
don Juan de Sosa, no tengas
por fábula lo que digo,
que con mayor gentileza
no ha entrado en plaza de toros
hombre que se precie della,
después, en fin, de mil suertes,
que aún la envidia las celebra.
Se fue a apear al tablado
adonde el Rey y la Reina
le han hecho notables honras.
¿No me dices que te huelgas?

DOÑA CLARA:

Si no me huelgo, Leonel,
¿para qué quieres que mienta?

LEONEL:

¿Déceslo de veras?

DOÑA CLARA:

Sí,
que ausencias hablan de veras.

LEONEL:

Pues en tu casa le tienes
con la misma gentileza
que entró gallardo en los toros.

(Salga DON JUAN DE SOSA con capa de oro, bandera nácar, borceguíes, chinelas, como de juego de cañas.)
DON JUAN:

¿Hay quien dé la norabuena
a un hombre que de Castilla
corrió la posta cien leguas
solo por ver una dama
más clara que las estrellas?

DOÑA CLARA:

La plaza debió de ser
esa dama, que aun apenas
llegó de Castilla aquí
cuando embozado fue a vella.

DON JUAN:

¿Quién no había de pensar
que estaba en tan grande fiesta
vuesa merced? Que si fui
a la plaza fue por verla.

LEONEL:

Buenos estáis, por mi vida,
después de tan larga ausencia.

DOÑA CLARA:

¿Pues cómo habemos de estar,
hay cosa alguna que tenga
don Juan en aquesta casa?

DON JUAN:

¿El alma es prenda pequeña?

DOÑA CLARA:

¿El alma? ¿Y es prenda el alma
que algún instante se deja?
Su alma llevó a Castilla
el señor don Juan.

DON JUAN:

Bien fuera
no dejalla a quien ahora
que se la he dejado niega.

DOÑA CLARA:

Hablemos de la salud,
que esto del alma es materia
para solo el purgatorio.

DON JUAN:

¿Donaires después de ausencias?

DOÑA CLARA:

¿Pues cuándo he tenido yo
con vuesa merced más veras?

LEONEL:

¿Mas qué aguardáis a que os deje?

DOÑA CLARA:

Antes seré la primera
que me vaya porque habléis,
pues adonde se profesa
tanta amistad habrá cosas
que más importancia tengan.

(Vase DOÑA CLARA.)


LEONEL:

Fuese. ¿Quién creyera tal?
Yo le vine a dar las nuevas
de vuestra buena venida
y no me dio albricias dellas.

BELTRÁN:

Téngase vuesa merced.

ESPERANZA:

¿Hay causa porque me tenga?

BELTRÁN:

¿No es causa un recién venido?

ESPERANZA:

Si se mira la grandeza,
vuesa merced es causón,
que es calentura soberbia.

BELTRÁN:

Mentira, porque un ausente
siempre de olvidos enferma
y los olvidos son fríos.

ESPERANZA:

Fríos o calientes sean,
sepa que soy de mi ama
como aforro de entretela.
Ella es el haz, yo el envés
y ansí es bien que se le vuelva.

(Váyase ESPERANZA.)


BELTRÁN:

¿Esto es venir de Castilla?

LEONEL:

En fin, rondando las puertas
todas las noches por vós,
no he visto una sombra en ellas,
¿si son celos castellanos?

DON JUAN:

Esos presumo que sean.

LEONEL:

¿Habeisle dado ocasión?

DON JUAN:

¿Cómo es posible que sepa
lo que ha pasado en Toledo?

LEONEL:

No veis que son estafetas
del alma los pensamientos
y van y vuelven con nuevas.
Volved a hablarla mañana.

DON JUAN:

De aquí a mañana no queda
para la vida remedio,
ni para el amor paciencia.
¿Hablaste con Esperanza,
Beltrán?

BELTRÁN:

Aquí hablé con ella
y con Esperanza hablé
sin esperanza en mi ausencia.

DON JUAN:

¿Qué te dijo?

BELTRÁN:

Puesto el labio
como quien tañe corneta
me dijo que de su ama
era aforro y entretela,
dando a entender que en el modo
que se visten juntas era
la entretela de su gusto.

DON JUAN:

Y mi amor, Beltrán, la tela
de Penélope, que en fin
si día y noche se cuenta
cuanto la presencia hizo
tanto deshizo la ausencia,
vamos, Leonel, a Palacio,
que quiero hallarme en la cena
del Rey, que querrá saber
de Castilla cosas nuevas
y para mí lo son tanto
los desdenes y soberbias
de Clara que han de matarme
si en matarme persevera.

LEONEL:

Satisfacerle los celos,
que con eso se contentan
las mujeres ofendidas.

BELTRÁN:

¿Ahora vas a la cena
del Rey? Duerme, que por Dios
que es tu corazón de piedra.

DON JUAN:

Vete borracho a dormir.

BELTRÁN:

Si yo tan dichoso fuera
no hubiera entrado en la plaza,
que buen desgarrón me cuesta.

Salen DOÑA LEONOR y INÉS con mantos.
INÉS:

  ¿Quién te dijera que habías
de venir a Portugal?

DOÑA LEONOR:

No puede haber largo mal
siendo tan breves los días.
  Casose, Inés, en Sevilla,
donde está el rey castellano,
el Príncipe lusitano
con la infanta de Castilla.
  Mi padre, el Comendador,
en su servicio venía;
escribile yo que hacía
su ausencia falta a mi honor
  y de Toledo a Lisboa
me ha traído como ves,
ciudad que en España, Inés,
tan justamente se loa,
  donde pienso que podré
ver aquel mi dueño ingrato,
falso en el alma, en el trato,
en las obras y en la fee.
  Ves lo que dijo al partir,
que con sangre escribiría,
pues tinta desde aquel día
le faltó para escribir.
  Nunca más vi letra suya.

INÉS:

Mudó tierra, no te espantes,
aunque burlas semejantes,
calidad y sangre tuya
  mal las pueden admitir.

DOÑA LEONOR:

Aun bien que estoy en lugar
donde no habrá que esperar,
que se acuerde de escribir.
  Rey es don Juan tan temido
por su justicia que hará
que se cumpla lo que está
bien firmado y mal cumplido.

INÉS:

  ¡Ay, señora! ¿Tú no ves
que es su privanza don Juan?

DOÑA LEONOR:

En aquesta aldea están
bautizando un rey, Inés,
  donde me dijo un criado,
que podré ver un traidor
de quien se queja mi amor
y está mi honor agraviado.

INÉS:

  Este palenque se ha hecho
para que pasen.

DOÑA LEONOR:

Aquí
veré la llama que vi
para incendio de mi pecho.

(Tocan música, y salen por un palenque RUY DE SILVA, LEONEL y el PRIOR y DON JUAN DE SOSA, con fuentes y aguamaniles, y el REY, BENOY vestido de cristiano, las damas, y los reyes, y BELTRÁN detrás.)
REY:

  Dad muchas gracias a Dios,
que os dejó ver este día.

BENOY:

Es natural deuda mía
dar gracias a Dios y a vós,
  Y es forzosa obligación.

REY:

¿No estáis contento?

BENOY:

De modo
que porque no salga todo
hago fuerza al corazón.
  Negro nací pero ya
más blanco estoy que la nieve.

DOÑA LEONOR:

De suerte el alma se atreve,
que tras sus ojos se va.

INÉS:

  ¡Qué galán viene don Juan!

DOÑA LEONOR:

Si las galas son cuidado
y él viene tan descuidado,
no puede venir galán.

INÉS:

  Si es el cuidado de sí,
antes con cuidado viene.

DOÑA LEONOR:

Digo yo que no le tiene,
pues no lo tiene de mí.

INÉS:

  Bravamente nos burló,
pero los Reyes se van.

(Vanse por la misma orden, y queda DOÑA LEONOR y INÉS, y detienen a BELTRÁN.)
DOÑA LEONOR:

Inés, ¿este no es Beltrán?

INÉS:

La librea me engañó.

DOÑA LEONOR:

  ¿No ves que viene de fiesta?

INÉS:

¿Oís fidalgo?

BELTRÁN:

¿Quién ye?

INÉS:

Una muller que vós quer
falar.

BELTRÁN:

Decei o que resta.

INÉS:

  Traidor en mi lengua di.
¿Conócesme? ¿Qué me miras?
Inés soy, ¿de qué te admiras?

BELTRÁN:

Pensando estoy que te vi
  en África, pero no,
en los Algarves sospecho.

INÉS:

Sombra ingrata de aquel pecho
que en Castilla amaneció,
  y anocheció en Portugal,
¿aún niegas que me conoces?

BELTRÁN:

Castellana, no des voces,
que en público suenan mal.
  ¿Qué viento desatinado
te trajo aquí? ¿De qué nube
caíste?

INÉS:

Por darte estuve,
pícaro desvergonzado,
  cuando te vi hacer de nuevas,
un cachete castellano.

BELTRÁN:

Detén, bella Inés, la mano,
que todas estas son pruebas
  de tu ausencia y de mi amor;
dime quién te trajo aquí.

INÉS:

Mira, perro, que está allí.

BELTRÁN:

¿Quién?

INÉS:

Bueno, doña Leonor,
  que el comendador Fadrique,
su padre, viene sirviendo
a la Infanta.

BELTRÁN:

No pretendo
disculpa, sino que aplique
  ese pie todo el chapín
a esta boca.

DOÑA LEONOR:

En fin, Beltrán,
en verte he visto a don Juan,
y de mi desdicha el fin,
  que si tú no conociste
a Inés, mal puedo esperar
que me conozca.

BELTRÁN:

El burlar
en el propio humor consiste.
  Don Juan te adora.

DOÑA LEONOR:

Harto bien
se conoce en su cuidado,
¿qué hombres propios me ha enviado
y qué regalos también?
  ¿Qué cartas o qué memorias?

BELTRÁN:

Tiénele el Rey ocupado,
que estos días han llegado
mil nuevas y mil vitorias.
  Que en África se han rendido
las costas que el Rey desea.
Fuera deso ha proveído
  las armadas, que ya van
a fundar una famosa
ciudad que llaman Graciosa,
entre las peñas que están
  sobre el río del Alarache
para resistir al Moro.
Naves, cartas, plata y oro,
no hay otro que los despache
  en palacio si no es él;
mira si está disculpado.

DOÑA LEONOR:

Amor nunca está ocupado,
que si amor hubiera en él
  hurtara el tiempo a las horas,
a la mesa, al sueño.

BELTRÁN:

Presto
verás que su amor honesto
y su pretensión desdoras.
  Él ha de ser tu marido.

DOÑA LEONOR:

Ahora bien queda con Dios.

BELTRÁN:

Yo sé que en viéndoos los dos
no te quejarás de olvido.

DOÑA LEONOR:

  Camina, Inés por aquí.

INÉS:

¿Adónde vas dese modo?

DOÑA LEONOR:

A ver la parte o el todo
adonde el alma perdí.

(Vase DOÑA LEONOR.)
INÉS:

  Bien dices, porque topar
con aqueste majadero
es ver la horca primero
que la cerca del lugar.

BELTRÁN:

  ¿Qué le digo? Tiene ahí
la cédula que en Toledo
le di, porque ya no puedo
menos que negarla aquí.

INÉS:

  ¡Vaya, señor ganapán,
dale vicio la librea!

(Vase INÉS.)
BELTRÁN:

Que vaya o que venga, crea
que tarde o nunca verán
  cumplido lo que desean.
Yo he llegado hasta palacio,
mi amo estaré de espacio,
dudo que agora le vean.
  Quiero entrar a prevenir
esta desdicha.

(Sale DON JUAN DE SOSA.)
DON JUAN:

¿Es Beltrán?

BELTRÁN:

No estás sin causa galán,
las galas han de lucir
  hoy en unos ojos bellos.

DON JUAN:

¿Quién te ha dicho bien de mí?

BELTRÁN:

Una dama.

DON JUAN:

¿Cómo ansí,
para que me abrase en ellos?
  Mas dudo que doña Clara
parezca bien cosa mía.

BELTRÁN:

Bien desdeñarte porfía,
ya que no hieres, repara,
  que aquí está doña Leonor
con la reverenda Inés.

DON JUAN:

¿Qué doña Leonor?

BELTRÁN:

¿Quién es?
La castellana, señor,
  hija de aquel caballero,
que sois parientes los dos.

DON JUAN:

Pues, Beltrán, mal te haga Dios,
que es partir del mal que espero,
  ¿la hija de don Fadrique
en Portugal?

BELTRÁN:

Con la Infanta
viene su padre.

DON JUAN:

¡Que tanta
desdicha el cielo me aplique!
  Después de celos tan graves
de Clara.

BELTRÁN:

¿Qué hemos de hacer
destas casas de alquiler
con las cédulas que sabes?

DON JUAN:

  Cuando cédula le di,
eso de cumplilla es sueño;
fue, Beltrán, que era mi dueño,
mas no que era para mí.
  Retírate, que ha salido
su alteza.

BELTRÁN:

Afuera te espero.

(Vase BELTRÁN; sale el REY.)
REY:

Proseguir mañana quiero
el principio prevenido.
  ¿Es don Juan?

DON JUAN:

Aquí, señor,
a vuestra alteza esperaba.

REY:

De dar principio trataba
al fundamento mayor.
  Del Hospital de Lisboa
con ricas medallas de oro.

DON JUAN:

Pondréis seguro el tesoro
donde más se estima y loa.
  ¿Qué nombre, señor, le dais?

REY:

La Misericordia.

DON JUAN:

Es justo,
dícenme que os dio disgusto,
la embajada en que tratáis
  cómo se han de repartir
los mares que abrió Colón.

REY:

Yo perdí buena ocasión,
pues pudiéndome servir
  de Colón en esta empresa,
perdimos, por no admitilla,
un mundo que dio a Castilla,
de que ya tarde nos pesa.

DON JUAN:

  Otro mayor os darán
presto vuestros capitanes.

REY:

Embajadores galanes
en este concierto están
  para el nuevo mundo indiano,
que han de partirse en rigor.

DON JUAN:

¿Cómo galanes, señor?

REY:

Uno es cojo y otro es vano.

DON JUAN:

  ¿Y qué dijo vuestra alteza?

REY:

Que no resolvía nada,
porque en aquesta embajada
ni hallaba pies ni cabeza.

DON JUAN:

  Discretamente, por Dios.

REY:

Yo me quiero retirar;
mañana habemos de hablar
en un negocio los dos.

DON JUAN:

  Vuestro esclavo soy.

REY:

Mi amigo
sois y como a tal os quiero.

(Vase el REY, queda DON JUAN.)


DON JUAN:

Terribles daños espero
deste forzoso enemigo.
  ¿Qué haré para que Leonor
no prosiga con su intento,
pues comienza el casamiento
donde se acaba el amor?
  Yo quiero a Clara. ¿Qué haré
para que Leonor me deje
de suerte que no se queje
de la mal guardada fe?
  Mas será tiempo perdido
que en este vano cuidado
cuanto de Leonor amado
soy de Clara aborrecido.
  Olvídome en esta ausencia,
celos debieron de ser,
que si obligan a querer
debe de ser en presencia.
  No querría que Leonor,
si con desdenes la trato,
diese cuenta de mi ingrato
término al Comendador
(Llaman a la puerta todas las veces que lo dirán los versos.)
  y el al Rey. Ruido siento;
¿si está en su oratorio? No,
ya pienso que se acostó
otra vez y en su aposento.
  Quiero irme, que si sale
no es bien que me vea aquí.

(Vase DON JUAN y sale el REY, con una espada desnuda y una vela.)
REY:

¿Quién llama? ¿Quién está ahí?
¿Hay confusión que a esta iguale?
  ¿Si es don Juan que aún no se fue?
¿Quién llama? Quiero llamar,
mas no es justo alborotar
hasta que otro golpe dé.
  Otra vez, hola, ¿quién es?
¿Pero qué dudo de abrir?
Pues puedo verle salir
y sea quien fuere después,
  aunque en ser en mi aposento
me ha causado gran temor,
mas la fuerza del valor
anima al atrevimiento,
  y si conjurados son
morir la espada en la mano,
yo abro.
(Abre el REY una puerta que ha de haber en el tablado, y salga el que cayó muerto al principio con el mismo vestido y con máscara de difunto, empuñando la espada.)
¿Eres cuerpo vano,
o fantástica ilusión,
  o eres sombra de mí mismo,
que con esa luz se causa?
Entra, pues, dime la causa,
que aunque del obscuro abismo
  vengas, no has de hallar temor
en este pecho, ¿quién eres?

MUERTO:

Huélgome que no te alteres.

REY:

Mal conoces mi valor.

MUERTO:

  Un hombre soy, rey don Juan,
a quien tú mismo mataste
una noche que rondaste.

REY:

¿Pues qué cuidados te dan
  este deseo de hablarme?

MUERTO:

Cosas de mi alma son.

REY:

Habla.

MUERTO:

No es esta ocasión
en que puedo declararme,
  que la Reina está despierta.
¿Atreveraste a seguirme?

REY:

¿No me ves seguro y firme?
Vuelve el rostro hacia esa puerta,
  que un mozo quiero llamar
de mi cámara. ¡Ah, García!

(Sale GARCÍA, mozo de cámara.)
GARCÍA:

Señor.

REY:

¿Dormías?

GARCÍA:

Dormía,
que tardas mucho en rezar.

REY:

  Dame una capa y sombrero,
y toma esa luz allá.

GARCÍA:

¿Es hombre aquel?

REY:

Sí será,
bien ves que a escuras te espero.

(Vase.)
MUERTO:

  Valor soberano tienes.

REY:

¿Dónde me quieres llevar?

MUERTO:

Aquí orillas de la mar.

REY:

García.

GARCÍA:

Señor.

REY:

¿No vienes?

(Salga GARCÍA, con capa y sombrero.)
GARCÍA:

  Aquí tienes lo que pides.

REY:

Vete.

GARCÍA:

¿Dónde vas, señor?

REY:

Vete, necio.

MUERTO:

Tu valor
con tu nacimiento mides.
  Sígueme.

REY:

Parte delante,
que con la espada en la mano
y las armas de cristiano
no hay ilusión que me espante.

(Vanse y sale DOÑA CLARA y LEONEL DE LIMA, de noche.)
LEONEL:

  Mucho me admiro de verte
a las puertas de palacio
pasado el mayor espacio
de la noche.

DOÑA CLARA:

Desta suerte
  me trae cierto imposible,
que en estas puertas adoro.

LEONEL:

Mucho desdice al decoro
de tu valor invencible
  seguir de aquesta manera
los amores de don Juan.

DOÑA CLARA:

Otros amores me dan
más dulce muerte y más fiera,
  y con palabra segura
de caballero, Leonel,
sabrás el dueño crüel
del error de mi locura,
  que aunque me obliga don Juan,
no es el don Juan que decís.

LEONEL:

El seguro que pedís,
mi amor y palabra os dan.

DOÑA CLARA:

  Yo quiero al mayor señor
de Portugal.

LEONEL:

¿Al Rey?

DOÑA CLARA:

Sí,
desde que una noche vi
a mi puerta su valor.

LEONEL:

  Si a vuestras puertas le vistes
ya no me espanto que andéis
por las suyas.

DOÑA CLARA:

Vós tenéis,
que una vez me lo dijistes,
  lugar, Leonel, con el Rey.
¿Queréis hacer de manera
que sepa mi amor?

LEONEL:

Quisiera
que fuera entre amigos ley,
  mas quejarase don Juan
si por ventura lo entiende.

DOÑA CLARA:

Ya don Juan no me pretende
que otros cuidados le dan
  soledades de Castilla.

(Salen el REY y el PRIOR.)
REY:

Huelgo de haberos hallado.

PRIOR:

De lo que me habéis contado,
la sombra me maravilla,
  no vuestro valor, señor.

REY:

Topar vuestra Cruz ha sido
dicha, pues me ha defendido
del daño de aquel temor.

PRIOR:

  Si en cimenterios andáis,
cruces, señor, toparéis.
¿Y qué os dijo?

REY:

Allá sabréis
lo que aquí me preguntáis,
  mas quiero daros cuidado
en que hagáis decir por él
ciertas misas.

DOÑA CLARA:

¡Ay, Leonel,
con don Juan habemos dado!

LEONEL:

  Dices bien, mas en el talle
es el Rey.

REY:

¿Quién va?

LEONEL:

Señor.

REY:

¿Leonel?

LEONEL:

Sí, señor.

REY:

Amor
siempre suele disculpalle,
  mas no de aquesta manera,
¿dónde esa mujer lleváis?

LEONEL:

Si amor, señor, disculpáis,
disculpa. Esta dama espera,
  que os viene a buscar a vós.

REY:

¿A mí?

LEONEL:

Las más noches viene
a ver estas puertas.

REY:

Tiene
mal gusto, Leonel, por Dios.

LEONEL:

  Una noche que don Juan
os llevó a ver a su dama
le enamoró vuestra fama.

REY:

Muy olvidadas están
  mis mocedades en mí,
pero admírame que hablé
esta noche a quien maté
esa misma que la vi.

LEONEL:

  ¿Al muerto?

REY:

Bajad la voz,
cuando ese gusto tuviera,
verla esta noche me diera
agüero de un caso atroz.
  ¿A señora doña Clara?

DOÑA CLARA:

Mi rey y señor.

REY:

Teneos,
agradezco los deseos
que aquí Leonel me declara.
  Pero la palabra os doy
que desde el día que fui
Rey solo el nombre admití
de quien justamente soy.
  Ya no estoy para galán,
pero cuando lo estuviera,
también sé que no le hiciera
tan grande ofensa a don Juan,
  que es honrado caballero,
y mi amigo, y me llevó
a vuestra casa, a quien yo
hacer agravio no espero.
  Llevad, Leonel, esta dama
con seguridad, que soy,
como puedo, desde hoy
galán de sola su fama.
  Y de ser su defensor
desde aquí quiero ofrecelle,
que es muy justo agradecelle,
que nos tenga tanto amor.

DOÑA CLARA:

  Humillen a tu grandeza
las montañas orientales
al pie de sus minerales,
de su altura la cabeza.
  Bese tus plantas el moro
de Tarudante y Marruecos
y hasta el Sol lleve los ecos
tu fama en sus alas de oro.
  De tu nombre soberano,
pues con solas dos razones
aplacaste las pasiones
deste amor tan loco y vano.
  Acepto el nombre, señor,
de defensor y te ruego,
que aquí me defiendas luego
de ti, de mí y de mi amor.
  De ti, contra tu valor,
de mí, contra mi deseo,
y de amor contra el empleo
de su mismo defensor,
  que defendiéndome aquí,
como tu valor procura,
quedaré, señor, segura
de ti, de amor y de mí.
  Y prometo, gran don Juan,
al favor agradecida,
de no tener en mi vida
otro amor ni otro galán.

(Váyase DOÑA CLARA y LEONEL, y quedan el REY y el PRIOR.)
REY:

  Prior.

PRIOR:

Señor.

REY:

¿Qué he de hacer?
Toda esta noche es visiones.

PRIOR:

Alejandros, cipiones
pueden su laurel romper,
  aunque de castos altivos.

REY:

Acostarme es lo mejor
toda esta noche, Prior;
me buscan muertos y vivos,
  No son de temer los muertos,
los vivos son de temer
y deseos de mujer
son vivos peligros ciertos.
  Los muertos piden, Prior,
misas y satisfaciones,
y los vivos ocasiones
donde se pierde el honor.

(Vanse y sale DON JUAN DE SOSA.)
DON JUAN:

  Aborrecí querido y olvidado,
quiero por condición de amor injusto,
que la satisfación causa disgusto
y la sospecha enciende un pecho helado.
A quien me quiere olvido y desamado
adorar un desdén tengo por justo,
tal es la diferencia con que el gusto
desprecia amado y quiere despreciado.
Amor que los deseos satisface
ya no es amor, sino amoroso empleo,
que quiere aquello que su gusto hace.
pues por tan claras esperiencias veo,
que en la dificultad el amor nace
y en la facilidad muere el deseo.

(Salga BELTRÁN.)
BELTRÁN:

  Dos hombres están aquí.

DON JUAN:

¿Dos hombres?

BELTRÁN:

Dos hombres digo,
que en una letra es muy grande
la diferencia.

DON JUAN:

¿Es oficio
para con el Rey, Beltrán,
o limosna?

BELTRÁN:

No he sabido
qué quieren; que no es limosna
de sus tallazos lo afirmo.
Mantos delgados y olor,
que mujeres y tocino
por el olor dicen luego
o la fineza o el vicio.
A los dobleces del manto
se asomó por un resquicio
un ojo como un diamante,
brillaba de puro fino;
Doña Clara me parece.

DON JUAN:

Bestia rompe el frontispicio
desa puerta en duda, y di,
que entre aquel ángel divino.

BELTRÁN:

¿Divino?

DON JUAN:

Humano lo quiero,
loco es amor, él lo dijo.

(Salen DOÑA LEONOR y INÉS, con mantos.)
DOÑA LEONOR:

¿Estáis solo?

DON JUAN:

Solo estoy;
mirad, señora, en qué os sirvo,
pues queréis honrar mi casa.

DOÑA LEONOR:

¿No me conocéis?

DON JUAN:

No quito
las cortinas a mis ojos
mientras que los vuestros miro,
con las de ese negro manto.

BELTRÁN:

¿Y ella no corre un poquito
la sobrevaina a la hoja
o al ojo?

INÉS:

¡Paso, hipogrifo!

BELTRÁN:

¿Hipogrifo?

INÉS:

¿No es caballo?

BELTRÁN:

Con alas.

INÉS:

Luego bien digo,
pues es caballo con alas
un necio favorecido.

DON JUAN:

Descubra vuesa merced
el rostro, se lo suplico.

DOÑA LEONOR:

Veisle aquí.

DON JUAN:

Válgame Dios.

BELTRÁN:

Descubra, dama, le pido
el retablo, aunque haya diablo
a los pies de San Benito,
o sayón del rey Herodes;
ni inocente soy, ni niño.

INÉS:

Este es mi rostro, Beltrán.

BELTRÁN:

¡Válgame Santo Domingo!

DOÑA LEONOR:

¡Tanta admiración! ¿Qué es esto?,
¿qué os ha dado?, ¿qué habéis visto?
Pesaos de verme, pues yo
no he venido a deserviros,
acuérdome que en Toledo
de otra suerte os recebimos
en mi casa, mas hay gastos
que se olvidan del recibo.
Gastado estáis, como dicen
en vuestra lengua.

DON JUAN:

No ha sido
ingratitud, sino amor,
y el veros tan de improviso.

DOÑA LEONOR:

¿Ansí que os habéis turbado?
No había en ello caído.
Traed, don Juan, a vuestro amo,
al señor don Juan, ¿oíslo?,
dos tragos de agua de azar,
que en Lisboa lo hay muy fino,
y perdonadme que os mande,
que me habían prometido
ser de aquesta casa dueño.

DON JUAN:

Y yo estoy muy ofendido
de que hayáis venido ansí,
de mi calidad os digo
que ya no podré casarme
con quien como vós se vino
de Castilla a Portugal,
ni querrá el Rey a quien sirvo
darme licencia, si sabe
tan estraño desatino.

DOÑA LEONOR:

Yo confieso que el quereros,
grande desatino ha sido,
pero no el venir, que yo
vengo con mi padre mismo.
Sirviendo a la Infanta viene,
y es tan bueno y es tan limpio
como aquella cruz lo muestra,
y estará muy ofendido
si sabe que a un escudero
le doy por yerno.

DON JUAN:

Confirmo
vuestra locura con eso,
tiempo habrá de persuadiros
a lo que fuere razón.
Quedad con Dios, que al Rey sirvo
y he de hallarme al levantarse.

(Vase.)
DOÑA LEONOR:

¿Esto escucho? ¡Oye, enemigo,
oye, traidor!

INÉS:

¿Y él también
se va tan presto?

BELTRÁN:

Yo sirvo
al caballo de mi amo,
y dícenme sus relinchos
que ya querrá levantarse.

(Váyase.)
INÉS:

¿Qué dices?

DOÑA LEONOR:

Pierdo el juicio,
estoy por salir de aquí
dando voces, dando gritos.
¿Hay tal maldad?

INÉS:

¡Y el bellaco
del Beltrán, con qué artificio
no conocerme fingió!

DOÑA LEONOR:

Hallar un amante tibio
tras una ausencia no es mucho,
pero ingrato y fementido,
y descortés... ¡Muerta soy!
¿Cuándo en el mundo se ha visto?
Échate el manto en el rostro
y sígueme.

INÉS:

No te pido
más de que mires tu honor.

DOÑA LEONOR:

No hay honor si no hay juicio.

(Vanse, y salen DON JUAN, RUY DE SILVA y otros vistiendo al REY.)
REY:

  ¿Y cómo en efeto os va
de amores de doña Clara?

DON JUAN:

Tan mal que solo repara
en los celos que me da.

REY:

  ¿Y qué causa habrá tenido?

DON JUAN:

Ser yo ausente, ella mujer.

REY:

A otro debe de querer,
pues os ha puesto en olvido.

DON JUAN:

  ¿Sabe deso vuestra alteza?

REY:

Por mi vida procurad,
pues no os tiene voluntad,
de no sufrir su aspereza.
  Más firmes los hombres son;
a Castilla os envié,
pero nunca me olvidé
de teneros afición.

DON JUAN:

  Mil veces los pies os beso
y os certifico, señor,
que esa merced y favor
os pago con grande exceso.

REY:

  A una doncella tenía
cargo un hombre que murió;
anoche lo supe yo
y remediarlo querría.
  Dareos cuatro mil ducados
y las señas de la casa,
pues si con esto se casa,
quedan los dos remediados.
  Él, pues la palabra dio
y ella por quedar ansí.

DON JUAN:

Algo sabe el Rey de mí,
que esta materia tocó,
  porque como es tan discreto,
cuando favorece más
(Sale el PRIOR.)
es para reñir.

PRIOR:

¿Ya estás
levantado?

REY:

Estoy inquieto,
  no he dormido bien, Prior,
y a la cárcel quiero ir.
¿Qué hay nuevo?

PRIOR:

Que oí decir
al embajador, señor,
  que la reina de Castilla
un recado os enviaba.

REY:

¿Cómo?

PRIOR:

Que ver deseaba,
por otava maravilla,
  a Lisboa solamente
con veinte de a mula.

REY:

Bien,
mas decid vós que le den
por respuesta suficiente,
  cuando le escriba a Castilla
ese conde su vasallo,
que con ciento de a caballo
deseo ver a Sevilla.

RUY DE SILVA:

  ¿Vio ya vuestra alteza el oro
que del Oriente ha venido?

REY:

Sus reyes se han convertido,
que es para mí más tesoro.

RUY DE SILVA:

  Bien sé yo. ¡Quién con él fuera
rico!

REY:

Creed de mi amor
que con liberal valor
toda esta riqueza os diera,
  a no haber hecho primero
don Alonso aquesta hazaña,
rey de Nápoles.

PRIOR:

¡Qué estraña
respuesta!

REY:

¿Qué hay del overo?
  ¿Saleos bien, señor Prior?

PRIOR:

Aseguro a vuestra alteza
que es notable la destreza
deste nuestro picador,
  puesto que le ha sucedido
un donaire.

REY:

Ya le espero.

PRIOR:

Como es su padre harriero,
que esto ya lo habéis sabido,
  yendo a caballo arrogante
topó al padre cierto día
que con los machos venía;
pasó el viejo por delante
  y quitole su sombrero,
pero el hijo se pasó
muy tieso, que se corrió
de ver al padre harriero.

REY:

  Llamalde.

RUY DE SILVA:

Él viene.

(Sale el PICADOR.)
PICADOR:

He sabido
que me llama vuestra alteza.

REY:

De vós, por vuestra destreza,
me he pagado y me he servido,
  mas ya no os he menester.

PICADOR:

Señor, ¿en qué os de servir?

REY:

¿Qué lealtad me tendrá a mí
el que no sabe tener
  respeto a quien le engendró?
Id, culpad a vuestra madre,
que a quien desprecia a su padre
no quiero estimarle yo.
  Sed de hoy más agradecido
a quien estáis obligado,
que yo no me he deshonrado
de haberme de vós servido
  y vós, necio, os deshonráis
del padre que os engendró.

PICADOR:

Dios por vós me castigó,
que vós no me castigáis.

(Vase el PICADOR, y sale LEONEL DE LIMA.)
LEONEL:

  ¿No sabe vuestra alteza cómo vino
Colón del nuevo mundo conquistado,
que en Portugal se tuvo a desatino?

REY:

  Por infinitas cosas me ha pesado
de no haber admitido aquesta empresa,
pues de Colón mil veces fui rogado.

LEONEL:

  A verte viene, y que verdad profesa
fe conoce en el oro que ha traído.

REY:

Vuelvo a decir, fidalgos, que me pesa.

PRIOR:

  Pues no os pese, señor, si habéis sentido
que ha de dañar a la conquista vuestra,
pues muerto quedará en eterno olvido.

RUY DE SILVA:

  Hacer podemos que la gente nuestra
se junte con la suya y desta suerte
podrán matalle y la fortuna diestra
  cesará de las Indias con su muerte,
que te amenaza en tantas ocasiones.

(Sale COLÓN.)
COLÓN:

No quise, gran señor, pasar sin verte.

REY:

  Colón, amigo.

COLÓN:

El nombre que me pones
fuera con más razón si tu aceptaras
la empresa destas bárbaras regiones.
  Yo llevo al rey Fernando cosas raras,
oro, indios, aves, plata, y sobre todo,
de imperios grandes esperanzas claras.

REY:

  Dios lo guardaba al castellano godo.
Ello goce, Colón, mas oye aparte.

COLÓN:

Ya de servirte es imposible el modo.

REY:

  Oye, que en Portugal quieren matarte.
Vete y gocen los reyes de Castilla,
este mundo que halló tu ingenio y arte.

COLÓN:

  No en balde tu grandeza maravilla
a España, a Italia, al mundo; con licencia
tuya me parto desde aquí a Sevilla.

(Vase COLÓN.)
PRIOR:

  ¿Cómo se fue Colón?

REY:

La diligencia
que llevaba a sus reyes es muy justa.
¿Hay quien me quiera hablar?

PRIOR:

No diferencia
de un ángel tu persona siempre augusta.

(Sale un VIEJO.)
VIEJO:

  Un aviso os vengo a dar,
señor, de un vuestro criado,
porque casado, y casado
con mujer que puede honrar
  cualquier fidalgo marido,
está siempre amancebado.

REY:

¿Sabeislo vós?

VIEJO:

Con cuidado
lo he procurado y sabido
  que tiene veinte mujeres.

REY:

¿Veinte, jurareislo vós?

VIEJO:

Sí, señor.

REY:

Andad con Dios.

VIEJO:

Rey eres, justicia eres.

REY:

  No es esa causa bastante.

VIEJO:

¿Pues cómo no le castigas?

REY:

El que tiene veinte amigas
no tiene amiga, ignorante.
(Vase el VIEJO.)
  Mucho me enfadan a mí
aquestos hombres chismosos,
y porque son tan curiosos
quise responderle ansí.

(Sale un HOMBRE, con una pretina ceñida por los pechos.)
HOMBRE:

  A vuestra alteza he pedido
el oficio que ya sabe.

REY:

Sin duda que es hombre grave
tan altamente ceñido.
  Ya le he dado, no ha lugar.

HOMBRE:

¿A quién, señor?

REY:

Este día
le di a un hombre que traía
la pretina en su lugar.

PRIOR:

  ¡Qué bien le supo reñir!

(Vase el HOMBRE y sale DOÑA LEONOR, cubierta con un manto.)
DOÑA LEONOR:

Príncipe que en paz y en guerra
te llama perfeto el mundo,
oye una mujer.

REY:

Comienza.

DOÑA LEONOR:

Del gobernador Fadrique
de Lara soy hija.

REY:

Espera,
perdona al no conocerte
la cortesía, que es deuda
digna a tu padre y a ti.

DOÑA LEONOR:

Esa es gala y gentileza
digna de tu ingenio claro
que el mundo admira y celebra.
Por dos veces a Castilla
fue un fidalgo desta tierra,
que quiero encubrir el nombre
hasta que su engaño sepas,
porque le quieres de modo
que temiera que mis quejas
no hallaran justicia en ti
si otro que tú mismo fueras.
Posó entrambas en mi casa,
solicitó la primera
mi voluntad.

REY:

Di adelante
y no te oprima vergüenza,
que también con los jüeces
las personas se confiesan.

DOÑA LEONOR:

Agradecí sus engaños,
partiose, lloré su ausencia,
que las partes deste hidalgo,
cuando él se parte, ellas quedan.
Volvió otra vez y volvió
más dulcemente Sirena;
con la voz no vi el engaño,
¡Ay, Dios! Señor, si nacieran
las mujeres sin oídos,
ya que los hombres con lenguas.
Llamome al fin como suele
a la perdiz la cautela
del cazador engañoso
las redes entre la yerba.
Resistirme, mas qué importa
si la mayor fortaleza
no contradice el amor,
que es hijo de las estrellas.
Una cédula me hizo
de ser mi marido y esta
debió de ser con intento
de no conocer la deuda
en estando en Portugal,
como si el cielo no fuera
cielo sobre todo el mundo
y su justicia suprema.

DOÑA LEONOR:

Al fin, señor, él se fue
ufano con las banderas
de una mujer ya rendida,
que donde hay amor no hay fuerza,
despojos trajo a su patria,
como si de África fueran
de los moros, que en Arcila
venciste en tu edad primera,
o de los remotos mares,
de cuyas blancas arenas
te traen negros esclavos
tus armadas portuguesas.
Nunca más vi letra suya;
lloró mi honor sus obsequias,
hice el túmulo del llanto
y de amor las hachas muertas.
Casó el Príncipe tu hijo
con nuestra infanta, que sea
para bien de entrambos reinos.
Vino mi padre con ella;
vine con él a Lisboa,
donde este fidalgo niega
tan justas obligaciones
y de suerte me desprecia,
que me ha de quitar la vida
si tu alteza no remedia
de una mujer la desdicha.

REY:

¿Vive la cédula?

DOÑA LEONOR:

Fuera
error no haberla guardado.

REY:

Yo conoceré la letra
si es criado de mi casa.

DOÑA LEONOR:

Señor, la cédula es esta.

REY:

La firma dice don Juan
de Sosa. No lo creyera
a no conocer la firma.
De su virtud y prudencia
que me han obligado a amarle
contradice la esperanza
y ingratitud con que dices
que en Portugal te desprecia.
Entra y besarás la mano
sin decir nada a la Reina,
y di que te mando yo,
que estés agora con ella
mientras para remediarte
hago cierta diligencia.

DOÑA LEONOR:

Guárdete el cielo, señor,
y ruego al cielo que veas
tu sucesión dilatada
siglos y edades eternas.

(Vase DOÑA LEONOR, y vuelve y vee a LEONEL cubierto.)
REY:

  ¿Leonel?

LEONEL:

¿Señor?

REY:

¿Cómo estás cubierto?

LEONEL:

A tu espalda estaba,
que no me vías pensaba.

REY:

Pues, Leonel, no lo hagas más
  y sabe, porque las leyes
no rompas al ser cortés,
que no tienen haz ni envés
las personas de los reyes.

LEONEL:

  Perdona mi atrevimiento,
fiado en que no me vías.

REY:

¿Bien a Clara conocías?

LEONEL:

Sí, señor.

REY:

¿Y el pensamiento
  has sabido de don Juan?

LEONEL:

Sí, señor.

REY:

Llámame a Clara
y en el silencio repara.

LEONEL:

Yo voy.

(Váyase LEONEL y salga DON JUAN DE SOSA.)
DON JUAN:

Ya, señor, están
  cuatro mil ducados juntos.

REY:

Las señas haré que os den
en un papel, porque es bien,
dar descanso a los difuntos.
  Mas tratando de los vivos,
porque también es razón,
hoy veréis de mi afición
dos ejemplos excesivos.
  El primero es el haceros
de Arcila gobernador.

DON JUAN:

Querer loaros, señor,
mi ignorancia es ofenderos.

REY:

  Y el segundo, es hoy casaros
con una parienta mía.

DON JUAN:

Si agora, señor, decía,
que era ofenderos loaros,
  ya el silencio será error.

REY:

Id a poneros galán,
que con la Reina, don Juan,
está la novia.

DON JUAN:

Señor,
  a tantas obligaciones,
¿qué puedo yo prometer?

REY:

Querer a vuestra mujer
y dejaros de aficiones.

(Vase el REY y queda DON JUAN.)
DON JUAN:

  Sin duda que mi loco pensamiento,
desvanecido por la hermosa Clara,
conoce el Rey, cuyo cristiano intento
en las cosas más mínimas repara,
con que silencio ha hecho el casamiento,
no ose contradecirle que en su carta
fuera notable error y en lo postrero
se partió grave y me miró severo.
  Díceme que me deje de aficiones
y quiera a mi mujer, no hay que escusarme,
el Rey lo manda al fin, no hay más razones
y por Leonor me huelgo de casarme.
Al Rey puede pedir obligaciones,
casado, cansarase de cansarme,
que en Portugal la deuda de Castilla,
y más de amor, es necedad pedilla.

(Sale BELTRÁN, alborotado.)
BELTRÁN:

  Todo hoy te busco.

DON JUAN:

Ya, Beltrán amigo,
me ha casado su alteza.

BELTRÁN:

¿Qué me cuentas?

DON JUAN:

En este punto lo trató conmigo.

BELTRÁN:

¿Con quién, señor?

DON JUAN:

Un imposible intentas.

BELTRÁN:

¿No se puede saber?

DON JUAN:

No te lo digo
porque yo no lo sé.

BELTRÁN:

Mi gozo aumentas,
al fin te quiere bien.

DON JUAN:

Parienta es suya.

BELTRÁN:

Huélgome por Leonor.

DON JUAN:

¿Por vida tuya?

BELTRÁN:

  Váyase norabuena a su Castilla
la toledana daifa, y a su puerta
ponga como alquiler su cedulilla,
pues es deuda de afición y afición muerta,
pues la bellaconaza de Inesilla,
dueña de honor que vino muy cubierta
con el manto soplón, y con que justo
me pidió los principios de su gusto,
  váyase legua y media del infierno
que la daré.

DON JUAN:

Detén el hablar, paso,
que Leonor es señora.

BELTRÁN:

Buen gobierno.

DON JUAN:

Y la he de respetar, aunque me caso.

BELTRÁN:

En faltando el honor hay odio eterno,
declarase la guerra en campo raso.

DON JUAN:

Hablemos bien de las señoras, loco.

BELTRÁN:

¿Quién será tu mujer?

DON JUAN:

Espera un poco.

(Salgan DOÑA CLARA y LEONEL.)
LEONEL:

  Aquí podréis esperar,
que su alteza saldrá luego.

DOÑA CLARA:

Para qué pueda quererme,
que no lo entiendo os prometo.

DON JUAN:

¡Beltrán, Beltrán, vive Dios
que es doña Clara, y que creo
que es la mujer que me da!

BELTRÁN:

Pues eso tenlo por cierto.

DON JUAN:

Díceme el Rey que me deje
de aficiones y así entiendo
que me dice que la olvide
con dármela en casamiento.
¿No viene bella?

BELTRÁN:

Notable.

DON JUAN:

Vamos a casa de presto;
pondreme galán.

BELTRÁN:

Camina
pero una cosa te ruego
en parabién de tu gusto.

DON JUAN:

¿Cuál es?

BELTRÁN:

La afición que tengo
a Esperanza ya la sabes.

DON JUAN:

Ya es tuya.

BELTRÁN:

Guárdete el cielo

(Vanse y quedan DOÑA CLARA y LEONEL.)
DOÑA CLARA:

En fin, el Rey me ha llamado
y no es sin causa.

LEONEL:

No entiendo
para qué puede quererte.

DOÑA CLARA:

Suele a veces el deseo
dispensar a la memoria
y muchos suelen tenerlo
de las cosas que ofrecidas
trataron con más desprecio.
Muchos en público dejan
lo que buscan en secreto,
razón de estado en los graves
es fingirse muy honestos.

LEONEL:

Sólida virtud parece
la del Rey; él viene.

(Sale el REY solo.)
DOÑA CLARA:

Vengo
como vós me lo mandáis,
invicto señor, a veros.

REY:

Clara, ¿vós no procurastes
que fuese yo galán vuestro?

DOÑA CLARA:

Quise yo ser vuestra esclava.

REY:

Pues dada una traza tengo
para hacerlo y visitaros
sin escándalo del pueblo.

DOÑA CLARA:

¿Cómo, señor?

REY:

Por mi vida,
que entréis en un monasterio,
pues siendo vuestro galán
quiero asegurar mis celos.
¿No haréis vós esto por mí
que como galán os ruego?

DOÑA CLARA:

Sí, señor, y aunque traía
diferente pensamiento,
como vós me prometáis
de verme en el monasterio
con nombre de mi galán,
viviré con más contento
que en otro ningún estado.

REY:

La palabra os doy, haciendo
juramento, de estimaros,
de honraros y de quereros,
y en prendas os doy los brazos,
si no basta el juramento,
y este diamante que fue
de la conquista que emprendo,
el primero que se halló
de lo que está descubierto.

DOÑA CLARA:

Beso vuestros pies.

REY:

Leonel,
llevalda y volved, que quiero
dar traza y decir el nombre
del monasterio.

(Vanse DOÑA CLARA y salga DON JUAN DE SOSA y BELTRÁN, muy galanes.)
DON JUAN:

Ya vengo,
señor, a lo que mandáis.

REY:

Galán venís, yo os prometo
que no os he visto en mi vida
de mejor talle.

DON JUAN:

Deseo
pagaros tanta merced
y tanta merced no puedo.

REY:

Don Juan, antes de casaros
tengo que hablaros.

(Salen la REINA, DOÑA LEONOR y INÉS.)
REINA:

Entremos,
que ya está don Juan aquí.

REY:

Señora mía.

DON JUAN:

¿Qué es esto?

BELTRÁN:

No me parece que es Clara
la novia, obscura la veo,
y aun detrás viene la sombra
de la obscuridad que temo.

REY:

Oíd aparte, don Juan,
hanme informado que el tiempo
que estuvistes en Castilla
y posastes en Toledo,
no pagastes la posada,
por ventura no pudiendo,
y una cédula dejastes
para que luego en volviendo
a Portugal se pagase.
Mas, vós, mudando de acuerdo,
no habéis querido pagar
y así con quejas y ruegos
me piden que yo os obligue.
Aquí la cédula tengo,
¿conocéis aquesta firma?

DON JUAN:

Sí, señor.

REY:

Pues pagad luego,
que aquí está el acreedor.

DON JUAN:

Es muy justo, que a no serlo
basta mandármelo vós.

REY:

Dalda la mano.

DON JUAN:

No llego
forzado, Leonor hermosa,
que bien sé que no os merezco.

DOÑA LEONOR:

Ni yo os quisiera forzado.

REY:

¿Quién es aquí un escudero
que tiene otra obligación?

BELTRÁN:

Por mí lo dice, ya tiemblo.

DON JUAN:

El que anda siempre conmigo;
es Beltrán.

REY:

Hola.

BELTRÁN:

Ya entiendo,
soy de doña Inés marido.
Don Beltrán soy, esto es hecho.
Diablos sois las castellanas,
no me aprietes tanto. ¡Quedo,
que me has quebrado la mano!

INÉS:

Pues no porque vienes tierno.

REY:

Llamad al Comendador;
celébrese el casamiento
y dé a la primera parte
fin El príncipe perfeto.