El reposo en Egipto

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El Reposo en Egipto
Et la fuite est permise à qui fuit son tyran.
Racine
AL Dr D. ANDRÉS F. LLOBET

Era una de esas noches de los trópicos, calladas y misteriosas, en que las estrellas brillan con más vivo resplendor, y en que el aire trae en sus alas, rumores vagos é inciertos.

El cielo tiene un color azul oscuro, y en el fondo se destacan como rico é inapreciable artesonado, millares de estrellas, que titilan, temblando con destellos irisados.

El desierto extiende su sábana inmensa de arena en cuyas movibles colinas, levanta apenas su débil tallo alguna que otra yerba raquítica y macilenta.

A lo lejos se adivina, como hilo tenue de plata, una cinta de agua, vida del cercano oásis ...

Al rededor de un fantástico monumento de granito, palpitan tres séres entregados á un profundo sueño, reparador de las fatigas del pasado día, lleno de zozobras é indecibles angustias.

En lo alto del pedestal de la majestuosa y negra Esfinge, descansa una mujer de delicadas y purísimas facciones, que tiene en su regazo á un tierno infante, de cuya rubia cabecita surge brillante aureola de luz y vida.

Más abajo un hombre vestido con el tosco sayal de los caminantes, envuelto en ancha capa, reposa en actitud de pena, como si hasta en sueños lo persiguiera el temor de la persecucion y de la lucha.

Su largo baston, compañero inseparable de sus fatigas, se encuentra entre sus manos crispadas. con nervioso ademan, como si su cuerpo, presa de letal sopor, hubiera sido sorprendido en esa actitud, por el traidor cuanto benéfico sueño.

Una hoguera miserable y que agoniza, lanza sus últimas llamaradas, que suben al espacio, rectas y sin movimiento; tal es la tranquilidad de la pesada atmósfera.

A su lado pace la menguada yerba un pequeño jumento, cuya montura tosca y primitiva se destaca un poco más lejos.

Todo es allí quietud y reposo; parece que la naturaleza, muda y absorta, entregada á celestial y bienaventurado éxtasis, no se atreve á interrumpir el reposo de aquellos séres que sustenta y que permanecen cobijados por sus alas bienhechoras é invisibles ...

La Esfinge, inmóvil guardian de los misterios de Isis, que ha visto derrumbarse en el polvo fatal del tiempo, á sesenta orgullosas dinastías, que ha visto surgir del recinto de las ciudades desaparecidas, verdes y lozanos oásis, oyó que allá muy lejos, en el fondo del inmaculado Empireo, cantaban las celestes falanges, loores al Supremo Hacedor, y presa de indecible emocion, interrogó de esta suerte, á los astros fulgurantes, que parecían los ojos de los ángeles.

«¡Oh! astros inefables, decidme, ¿por qué de piés á cabeza, delante de este niño, he temblado?»

Y una voz respondió con acento divino de arpa eólica: «El verdadero Dios se ha revelado. Sobre los pasados bárbaros siglos, brilla una nueva aurora de redencion. Tus reyes sembraron en el mundo el ódio y la venganza; hay que sembrar el amor y la paz. Enorgullécete de cobijar esa humilde cabecita rubia cuyo resplan­dor iluminará bien pronto el mundo. ¡Tú fuiste la noche! ¡El será el día! Todo lo que allá abajo existe, perecerá á su hora; sólo á través del tiempo implacable, el espíritu divino permanecerá, porque él es el progreso, que eternamente dura.»

Así se expresó la voz con acento nunca oido; y el mónstruo sintió que de su rígida pupila se deslizaban dos lágrimas de granito.

M. Castilla Portugal.