El rey y el paleto
Yendo Enrique IV de caza, se perdió en el bosque de Vermandois, sin conseguir en dos horas encontrar una senda, por mas diligencias que practicó. La casualidad llevó un aldeano por aquella espesura, el rey le suplicó le sirviese de guia, y él convino en ello sin mucha repugnancia.
Los aldeanos son generalmente curiosos, y lo era sobre todos el de nuestro cuento.
— Tú, dijo el aldeano al rey con mucha franqueza, debes ser sin duda algún paje de los que acompañan á S. M.
— Lo has acertado, contestó el rey con amabilidad.
— ¡Caramba! hade ser gran fortuna el estar siempre al lado del rey!
Este se sonrió, después le dijo:
— ¿Nunca lo has visto?
— Nunca.
— Pues bien, si lo deseas, yo te puedo proporcionar ese gusto.
— ¡Ah! eso no puede ser, porque yo quiero verlo muy de cerca, para saber si se parece á los demás hombres.
— Te pondré junto á él, tan cerca como estamos ahora los dos.
— ¿Y en qué lo conoceré? ¿Se distingue en el traje?
— No: pero acuérdate de esto; mira, cuando lleguemos, procura no separarte de mí, observa entonces á todos, y el que tenga el sombrero puesto cuando se lo quiten los otros, aquel es el rey.
A poco rato salieron al camino; todos los cortesanos que esperaban al rey con ansiedad vinieron á su encuentro, lo rodearon y se apresuraron á quitarse el sombrero.
Enrique IV se volvió al aldeano y le dijo con dulzura:
— ¿Conoces ahora al rey ?
— A fé mia que sí, dijo el aldeano frotándose los ojos. No hay duda alguna, ó es V., ó soy yo.
En efecto, los dos eran los únicos que llevaban sombrero.