El sabueso de los Baskerville (Costa Álvarez tr.)/XV

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

XV

UNA OJEADA RETROSPECTIVA

Era una noche cruda y brumosa, de los últimos días de noviembre, Holmes y yo nos hallábamos sentados, junto á la estufa llameante, en la sala de nuestro departamento de la calle Baker. Después del trágico resultado de nuestra visita á Devonshire, Sherlock Holmes había tenido que ocuparse de dos asuntos de la mayor importancia, en el primero había puesto en evidencia la odiosa conducta del coronel Upwood en el famoso escándalo entre jugadores del club Nonparell y en el segundo había defendido a la infortunada señora de Montpensier de la acusación de asesinato, que pesaba sobre ella con motivo de la desaparición de su hijastra, la señorita Carére, quien, como se recordará, apareció seis meses después, viva y casada, en Nueva York. Mi amigo estaba de humor excelente con motivo del triunfo que había obtenido en toda una serie de difíciles é importantes asuntos, y por esto pude inducirlo á que explicara los detalles del caso de Baskerville. Desde hacía tiempo estaba esperando yo pacientemente aquella ocasión, porque sabía muy bien que Holmes no permitia nunca que se le mezclaran los casos unos con otros, ni mencipt guna ocasión á distraer esto en niná precisa y lógica de la obra que estuviera considerando, para concentrarla en recuerdos del pasado. Ahora bien :

sir Enrique y el doctor Mortimer se hallaban entonces en Londres, en vísperas de emprender el largo viaje que le había sido recomendado al primero para el restablecimiento completo de sus nervios alterados, y habían venido á visitarnos aquella misma tarde; de modo que era natural que el tema del caso de Baskerville se ofreciese espontáneamente en la conversación.

Todo el hilo de los sucesos en este asuntodijo Holmes, desde el punto de vista del hombre que se llamaba Stapleton, era sencillo y recto; aunque para nosotros, que al principio no teníamos por qué saber el motivo de sus acciones, y no podíamos conocer sine una parte de las cosas, aquellos hechos hayan parecido excesivamente complejos. Después de terminado el asunto tuve dos entrevistas con la sefiora Stapleton, y el caso se ha aclarado de tal manera que no creo que haya quedado ya un solo detalle secreto para nosotros. Usted encontrará unas cuantas notas al respecto en la letra B de mi lista catalogada de casos.

—Pero tal vez quiera usted tener la bondad de 7 hacerme de memoria un bosquejo de toda la a rie de hechos...

—Con mucho gusto; aunque no puedo garantir que los conserve todos en la memoria. La concentración mental intensa tiene un efecto curio so: el de borrar todo lo que ha pasado. El abogado que en un momento dado tiene su causa en la punta de los dedos y está en condiciones de discutirla con cualquier jurista, al cabo de una ó dos semanas de andar por los tribunales se ha olvidado de ella por completo. Lo mismo me pasa á mí:

cada asunto nuevo viene á ocupar el lugar del anterior, y la señorita Carére, por ejemplo, ha borrado mis recuerdos de Baskerville Hall. Mañana, algún otro problemita que llegará á confiárseme, desalojará á su turno á la hermosa dama francesa y al canalla Upwood. Sin embargo, por lo que se refiere al caso de Baskerville, voy á darle el hilo de los sucesos tan aproximadamente como pueda, y usted puede recordarme lo que llegue á olvidar en mi relato.

«Mis averiguaciones ulteriores han dejado esta»blecido, fuera de toda duda, que el retrato de fa»milia no mentía, y que el individuo era realmente »un Baskerville. Era hijo de aquel Rogelio Bas»kerville, hermano menor de sir Carlos, que huyó »con una reputación siniestra á Sud América, don »de, según se decía, había muerto soltero.

»Pero lo cierto es que se había casado, y habla »tenido un hijo: el individuo éste, cuyo nombre »verdadero era el mismo de su padre. Este indivi»duo se casó con Luz García, una belleza costa»rriqueña; y, después de robar una considerable >cantidad de dineros públicos, cambió su nombre >por el de Vandeleur, vino á Inglaterra, huído, y estableció una escuela en la región oriental de »Yorkshire. La razón que tuvo para tentar esta >elase especial de ocupación, fué esta: durante »el viaje había hecho relación con un preceptor »tísico; y, una vez en Inglaterra, quiso aprovechar »la habilidad de su amigo fundando una empresa »en la que éste fuera el todo. Pero Fraser, el pre»ceptor, murió, y la escuela, que había empezado »bien, fue bajando rápidamente desde el despres»tigio hasta la infamia. Los Vandeleur encontraron »conveniente cambiar entonces su nombre por el »de Stapleton, y el individuo se trajo el resto de »su fortuna, sus planes de porvenir y sus aficiones entomológicas al Sur de Inglaterra. Supe en el »Museo Británico que el hombre era una autori»dad reconocida en la materia, y que el nombre de »Vandeleur ha estado siempre aplicado á cierta »mariposa que él había sido el primero en descri»bir, en la época de su estadía on Yorkshire.

Lakin matud »Llegamos ahora á aquella parte de su vida que »ha resultado ser de tan intenso interés para nos»otros. El individuo había hecho, evidentemente, »averiguaciones, y se había encontrado con que »sólo dos vidas se interponían entre él y una va»liosa herencia. Cuando vino á Devonshire sus »planes eran, me parece, en extremo nebulosos; »pero es evidente que desde el primer momento se »había propuesto hacer alguna maldad, puesto que »trajo consigo á su mujer en el carácter de her»mana. La idea de emplearla como señuelo es»taba ya positivamente en su pensamiento, aun »cuando entonces no supiera todavía cómo iba á »urdir los hilos de su trama. El fin que se proponía »era el de adueñarse de la herencia, y para con»seguirlo estaba dispuesto á emplear cualquier ins El Sabueso.—16 correr cualquier riesgo. Su primer »re establecerse tan cerca de Baskerville >trumento »acto »Hallle fué posible; y el segundo, entablar con sir Carlos Baskerville y con sus »demás vecinos.

»El mismo sir Carlos fué el que le contó lo del »sabueso legendario, preparando así el camino de »su propia muerte. Stapleton, como seguiré lla»mándolo, sabía que el anciano padecía del cora»zón, y que una fuerte impresión lo mataría. Lo »sabía por el doctor Mortimer. Había oído decir, »también, que sir Carlos era supersticioso y que »había tomado muy por lo serio la horrenda tradi»ción. Su ingenio le sugirió inmediatamente un »medio de provocar la muerte de sir Carlos, por »el cual sería muy difícil que pudiera sospecharse »que esta muerte había sido criminal.

»Una vez concebida la idea, procedió á llevarla »á cabo con extremada sutileza. Un maquinador »vulgar se habría contentado con valense de un »sabueso salvaje; pero el empleo de medios artifi»ciales para hacer satánico al animal fué un ras»go genial de su parte. Compró el perro en Lon»dres, en casa de Ross & Mangles, en Fulham »Road. Era el más vigoroso y feroz de los que FENOT

»había en aquel momento. Se lo llevó oonsigo por »la línea de Devon Norte, y recorrió á pie t una »gran distancia á través del páramo á fin de condu»cirlo á lugar seguro sin que lo viesen. En sus »cacerías de insectos había aprendido ya á inter»narse en la Gran Ciénaga de Grimpen, y en ella »había encontrado un escondrijo seguro para el »animal. Lo metió allí y se puso á esperar la oca»sión de aprovecharlo.

»Pero ésta tardó algo en llegar. No era posible »sacar de noche de su casa al anciano caballero.

»Varias veces el individuo anduvo rondando el »Hall con su aliado, pero sin resultado. Durante »estas rondas infructuosas fué cuando algún cam»pesino vió al perro, con lo que la leyenda del sa»bueso infernal recibió una nueva confirmación.

>Stapleton habla esperado que su mujer le serviría »para atraer & sir Carlos & su ruina; pero, cuando »llegó el momento, ella se declaró, inesperada»mente, independiente. Se negó de la manera más »resuelta á tratar de enredar al anciano en una »pasión sentimental que pudiera ponerlo en manos »de su enemigo. No hubo amenazas ni golpes, »siento decirlo, que lograran quebrar su resolu»ción. No quería tener nada que ver absolutamen»te en el asunto, y, por un tiempo, el individuo >estuvo sin saber qué hacer.

ARM

»La solución de sus »con la circunstancia de cultades llegó, al fin, que sir Carlos, que le ha»bía cobrado afición, resolvió hacerlo ministro de »su caridad cerca de aquella »ñora Laura Lyons. Stapletoliz mujer, la seae había presenta»do á ésta como soltero, y había adquirido com»pleta influencia sobre ella al darle a entender »que, en caso de que consiguiera divorciarse de su »marido, él sería su esposo. Sus planes llegaron »de pronto á su punto de madurez cuando supo »que sir Carlos estaba por dejar el Hall por con»sejo del doctor Mortimer, con cuyas vistas él, »Stapleton, pretendía estar de acuerdo. Tenía que »obrar en seguida ó su víctima irfa á colocanse »fuera de su aleance. Por consiguiente, hizo pre»sión sobre la señora Lyons para que ésta eseri»biera aquella carta en la que suplicaba al anciano »que le concediera una entrevista la noche antes »de su partida á Londres. Después, valiéndose de Hallo especioso, impidió que la señora fuera á la cita, y de esta manera tuvo la que había estado esperando.

»Volvió aquella noche de Coombe Tracey con »tiempo suficiente para ir á buscar á su sabueso, »para administrarle su unto diabólico, y para lle »varlo junto al portillo donde sir Carlos habría de »estar esperando. El perro, excitado por su due »ño, saltó por encima de la barrera y persiguió al »>infeliz anciano, que, dando gritos, huyó por la »alameda. Habría sido, en verdad, un espectáculo >terrible ver en el túnel sombrío á aquel enorme »animal negro, con sus quijadas llameantes y sus »ojos como ascuas, corriendo á grandes saltos de»trás de su víctima. El anciano, aterrorizado, cayó »muerto en el extremo de la alameda, de un ata»que al corazón. El sabueso había seguido por la »franja de césped mientras sir Carlos corría por »el camino; por cuya razón no hubo en éste más »rastro visible que el de la víctima. Al verla en »tierra é inmóvil, el animal se acercó, probable»mente á husmearla, y encontrándola exánime se »volvió. Entonces fué cuando dejó en el camino »las huellas observadas por el doctor Mortimer.

»Stapleton llamó al perro y se apresuró á llevarlo »á su cubil en la Gran Ciénaga. Y de este modo »surgió aquel misterio que intrigó á las autorida»des, alarmó á toda la comarca, y, por último, »trajo el caso dentro del radio de nuestras obser»vaciones.

E »Basta con esto por lo que se refiere á la muerte »de sir Carlos Baskerville. Advierta usted toda la »diabólica astucia de este crimen, porque en rea»>lidad hubiera sido poco menos que imposible en»tablar una acusación contra el verdadero asesino.

»El único cómplice de éste era uno que no podría »delatarlo nunca, y la naturaleza grotesca, incon»cebible, de la estratagema había servido para shacerla más eficaz todavía. Las dos mujeres com»plicadas en el caso, la señorn Stapleton y la se»ñora Laura Lyons, sintieron las más vivas sos»pechas contra Stapleton. La señora de éste sa»bía que su marido tenía intenciones perversas »respecto al anciano, y conocla también la existen»cia del sabueso. La señora Lyons no sabía nin»guna de estas cosas, pero le había extrañado el »hecho de que la muerte del anciano hubiera ocu»rrido exactamente a la hora y en el sitio indicados »en una cita que sólo conocieran olla, air Carlos y »Stapleton. Pero las dos mujeres estaban siempre »bajo el dominio moral de Stapleton, y éste no »tenía nada que temer de ellas. Había realizado, »pues, con el mejor éxito, la primera parte de su »tarea; pero faltaba la más difícil, »Es probable que Stapleton no haya conocido »en aquellas circunstancias la existencia de un »heredero en el Canadá. En todo enso, muy pron»to habrá llegado á saberlo porque su amigo el »doctor Mortimer, le contó todos los detalles rela»tivos á la próxima llegada de sir Enrique Basker»ville. La primera idea de Stapleton entonces fué »que el joven forastero podía ser muerto tal vez »en Londres, sin que bajara para nada á Devons»hire. Como desconfiaba de su mujer, desde el día »que ésta se había negado á ayudarlo tendiendo un »lazo á sir Carlos, no se atrevió a dejarla sola, de »miedo de perder la influencia que tenía sobre ella.

»Por esta razón la llevó con él á Londres. Se alg»jó en el hotel particular de Mexborogh, en la calle »>Craven, precisamente uno de los establecimien »tos que visitó el agente á quien había dado yo »comisión de averiguar este detalle.

»>Allí tuvo á su mujer encerrada en una pieza, »mientras él, disfrazado con una barba, seguía al »doctor Mortimer á esta casa, y después á la es »tación Waterloo, y luego al hotel Northumber»land, cuando el doctor Mortimer llevó allí al »baronet. La señora sospechaba algo de los planes »de su marido; pero le tenía tal miedo, un miedo »provocado por sus malos tratos, que no se atrevió »á escribir para poner sobre aviso al hombre que »ella consideraba que podía estar en peligro. Pen»saba que, si la carta llegaba á caer en manos »de Stapleton, su misma vida no estaría segura.

»Al fin, como sabemos, recurrió al expediente de »recortar las palabras que compondrían el men»saje, y escribió la dirección desfigurando la letra.

»La carta llegó á su destino, y le dió al baronet el »primer aviso del peligro que lo amenazaba.

»Era una cuestión esencial para Stapleton el »conseguir alguna prenda del traje de sir Enrique, »á fin de poder disponer, en caso de que tuviera »que emplear al perro, de un medio de poner á »éste en la pista de su presunta víctima. Con su »audacia y prontitud características, emprendió »en seguida esta tarea; y no hay duda de que el »>limpiabotas ó la camarera del hotel fueron bien »sobornados por »mente, el primer botín que se le consiguió era él para este objeto. Pero, casual»nuevo y, por lo tanto, inútil para su propósito; »entonces lo devolvió y obtuvo otro; incidente éste »en extremo revelador, puesto que me probó de »una manera concluyente que se trataba de un »verdadero perro de presa, desde que ninguna otra ˆˆˆˆˆÃ à à à à à à »tc »p»CC

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»hipótesis habría podido explicar aquel deseo de »tener á todo trance un botin viejo y aquella indife»rencia respecto á uno nuevo. Cuanto más exage»gerado y groteseo sen un incidente, tanto más »prolijamente merece ser examinado; y el punto >que parezca complicar más un enso es, en reali»dad, si el asunto está debidamente estudiado y científicamente manejado, el punto que quizá ha »de dilucidarloereer »Después, á la mañana siguiente, recibimos la »visita de nuestros amigos, seguidos siempre por »Stapleton en el cab. Considerando la circunstan»cia de que éste sabla ya entonces mi domicilio, y »conocía mi figura; y teniendo también en cuenta »sus procedimientos en general, me inclino á »que la carrera criminal de Stapleton no ha esta»do limitada al simple caso de Baskerville. Es »sugerente el hecho de que durante los tres úl»timos años se hayan producido en el Oeste cuatro »robos de gran importancia, cuyos autores nunca »fueron descubiertos. El último de estos robos, »que ocurrió en mayo, en Folkestone Court, se »hizo notable por el asesinato á sungre fría del »muchacho que sorprendió al salteador único y »enmascarado. No tengo la menor duda de que »Stapleton reponía de esta suerte la merma de sus »recursos, y que durante años ha sido un hombre »terrible y peligroso.

»Nos ha dado un ejemplo de su facilidad de ex»pedientes aquella mañana que se nos escabulló »con el mayor éxito, y tenemos también un ejem»plo de su audacia en aquello de mandarme mi »propio nombre por intermedio del cochero. Des»de aquel momento el individuo comprendió que »yo me había dado cuenta de las cosas en Londres, y que, por lo tanto, ya no le quedaban aqui pra »babilidades de triunfo. Regresó á Devonshire y an »puso á esperar la llegada del baronet.

—>Un momento interrumpi. Usted ha den.

»crito correctamente, sin duda alguna, toda la »serie de hechos; pero hay un punto que no ha »explicado. ¿Qué fué del sabueso mientras su due.

Ȗo estaba en Londres?

—>He prestado alguna atención á este detalle, »que es seguramente de importancia. Es incuestio.

»nable que Stapleton tenía un confidente, aunque »no es probable que se haya puesto nunca en ma »nos de él, confiándole sus planes. En Merripit »House había un criado, cuyo nombre era Antonio.

»Las relaciones de este hombre con los Stapleton »se remontan á varios años atrás, hasta la época »de la escuela, de donde resulta que él tiene que »haber sabido, necesariamente, que su señor y »señora eran realmente marido y mujer. Este »hombre ha desaparecido, ha huído del país. Es »significativo también el detalle de que Antonio »no es un nombre común en Inglaterra, pero muy »general, en cambio, en todos los países españoles »ó hispanoamericanos. Este hombre, como la mis»ma señora Stapleton, hablaba bien el inglés, aun.

»que con un ceceo particular. Ahora bien: yo he »visto cruzar á este viejo la Gran Ciénaga por el »sendero que Stapleton había señalado.

»probable, por lo tanto, que en ausencia »haya sido él el que cuidaba al perro, promuy su amo »bablemente no debe haber sabido nunen qué cla»se de servicios prestaba el animal.

»Los Stapleton se fueron, pues, á Devonshire, »adonde los seguimos pronto sir Enrique, usted y »yo. Una palabra ahora respecto á las condiciones xen que me encontraba yo en aquel momento..

»Quizá recuerde usted que, cuando examiné la »hoja en que habían sido pegadas las palabras >impresas, traté de ver si tenia filigrana. Para ha»cer esto puso el papel muy cerca de los ojos, y »entonces noté que trascendía débilmente al per»fume conocido por jazmín blanco. Hay setenta »y cinco perfumes que es absolutamente necesario »que un perito en criminología pueda distinguir »entre sí, y en mi carrera se han presentado más »de una vez casos cuya solución dependía del pron.

»to reconocimiento de un perfume. Aquella esque»la perfumada sugería la idea de una señora, y »entonces ya empezaba á dedicar yo mis pensa»mientos á la señora Stapleton. De modo que, »cuando fuimos á Devonshire, yo estaba conven»cido de la existencia de un perro de presa, y ha»bía adivinado también al criminal.

Pranc >El propósito que me llevó allí fué el de vigilar »á Stapleton. Era evidente que no me habría sido »posible hacer esto yendo con ustedes, pues él se »hubiera puesto en seguida en guardia.

»De modo que engañé á todos, á usted entre »otros, y me trasladé allá secretamente. Mis pe»nurias no fueron tan grandes como usted se ima»ginaba; pero éste es, por otra parte, un detalle »trivial que no debe dificultar nunca la investiga»ción de un caso. Estuve la mayor parte del tiem»po en Coombe Tracey, y sólo me servía de la ca»baña cuando era necesario estar cerca del campo »de acción. Cartwright había ido conmigo, y con »su disfraz de campesino me fué muy útil. Esta»ba subordinado á él en cuanto á comida y á ropa »limpia. Muchas veces yo lo vigilaba á Stapleton »y Cartwright lo vigilaba á usted; de modo que yo »podía tener las manos en todos los hilos »tiempo.

»Le he dicho ya que sus informes llegaron pin »tualmente á mi poder, pues en cuanto se recibis »aquí, en Londres, eran expedidos sin pérdida d »un segundo á Coombe Tracey. Estos informa »me prestaron grandes servicios, especialmente l »que contenía aquel fragmento de biografía de »Stapleton, en parte verídico. Gracias á esto pude »establecer la identidad de él y de su mujer, y »supe, al fin, exactamente, de lo que se tratabn.

»El asunto se había complicado de una manera »considerable por el incidente del presidiario pró»fugo y por las relaciones entre él y los Barrymo.

»re. Esto también lo aclaró usted por completa, »aunque yo había llegado ya á la misma conclu »sión, gracias á mis propias observaciones en el »terreno.

»Cuando me descubrió usted en el páramo, yo tenía, pues, un conocimiento completo del asun»to; pero el caso no podía ir todavía ante un ju »rado. La misma tentativa primera de Stapleton »contra sir Enrique, que terminó con la muerte »del desdichado presidiario, no nos ayudó tampo.

»co mucho en nuestro propósito de obtener una »prueba de los crímenes del hombre. Parecía no »haber más recurso que el de sorprenderlo con las »manos en la masa, y para esto teníamos que ha»cer servir de señuelo á sir Enrique, solo y apa.

>rentemente desamparado. Así lo hicimos; y, á »costa de un rudo golpe para nuestro cliente, lo »gramos completar nuestra acusación y arrastrar »á Stapleton & su ruina. Lo de que sir Enrique shaya estado en peligro aquella noche es, lo con»fieso, un cargo contra mi dirección en el asunto; ron recibis Erdida informe nente ef rafin de to pude ujer, y tratabamanerario pri arrymo, ampleta, concluen el mo, yo 1 asunun jupleton muerto Fanpo er una apaastrar rique conanto; 251 >pero teníamos el menor motivo para prever el aspecto terrible y paralizador que ofrecía el ani»mal, ni podíamos prever tampoco la niebla que »hizo que éste apareciera á nuestros ojos tan brus»camente. Logramos, pues, nuestro objeto causan»do á sir Enrique un daño; pero tanto el especia»lista como el doctor Mortimer me aseguran que »éste sólo será temporario. Un largo viaje ha de »hacer que nuestro amigo se reponga, no solamente »de su alteración nerviosa, sino también de las »heridas de su corazón. Su amor por aquella mu»jer era profundo y sincero, y lo más triste para »él, de todo este negro asunto, ha sido indudable»mente el haber sido engañado por ella.

»Me falta sólo explicar el papel que esta señora »ha desempeñado en la cuestión. No puede haber »duda de que Stapleton inspiraba á su mujer un »sentimiento que »como miedo, ó, muy probablemente, ambas coto tanto puede haber sido amor »sas á la vez, desde que ellas no son de ninguna »manera incompatibles. Sen como fuere, el hecho >es que esta influencia era absolutamente eficaz.

»Obligada por su marido, ella consintió en pasar »por hermana suya; pero Stapleton se encontró con que el dominio que tenia sobre su mujer no »era ilimitado, cuando quiso hacer de ella un au»xiliar directo para el crimen. La señora estaba »resuelta á poner sobre aviso á sir Enrique, siem»pre que con ello no comprometiera á su marido; »y repetidas veces procuró hacerlo. A pesar de »todas sus cosas, Stapleton parece haber sido ca»paz de sentir celos, pues cuando vio que el ba»ronet le hacía la corte á su esposa, aunque esto »era una parte de su plan, no pudo dejar de in»tervenir entre ambos; y su explosión apasionada el alma fiera que su temperament!

ocultaba de una manera tan hábil, que, alentando la intimidad de estas rela llegaría á conseguir frecuentes visitas de Enrique á Merripit House, lo que tarde ó »temprano le daría á él la oportunidad que buson»ba. El día de la crisis, sin embargo, su mujer se »puso resueltamente contra él. Conocía en parte »las circunstancias en que se había producido la »muerte del presidiario, y sabía que el sabueso »había sido llevado á la casucha de la huerta la »noche que sir Enrique iba á comer con ellos. Re»prochó á su marido el crimen que proyectaba, »y esto dió origen á una escena furiosa, en la que »Stapleton, exaltado, reveló impensadamente á su »mujer que tenía una rival en el amor de él. En »un instante, la fidelidad de la esposa se trans»formó en odio terible, y el hombre conoció que »podía ser traicionado. Por esto fué que la ató, para que no tuviera medio alguno de prevenir á »sir Enrique. Stapleton esperaba, indudablemen»te, que cuando en toda la comarca se atribuyera »la muerte del baronet á la maldición que pesaba »sobre la familia de los Baskerville, lograría indu»cir á su mujer á aceptar un hecho consumado y »á guardar secreto sobre lo que sabía. Pero me pi»rece que en esto hizo un cálculo errado, y que »aun cuando no hubiéramos estado allí nosotros.

»su ruina se habría consumado, á pesar de todo, »Porque una mujer de sangre española no perdona »así como quiera una injuria semejante. Y ahora, »mi querido Watson, tendría que consultar mis »notas para hacerle un relato más detallado de »este caso curioso. No creo, sin embargo, haber »reveló »reserva »dejado por explicar ningún punto de importan»cia.» fitting —Stapleton—observé,—no podía tener, por cierto, la esperanza de hacer morir de terror á sir Enrique, como había muerto sir Carlos al ver el sabueso fantasma.

—El animal, mi querido Watson, era feroz y estaba muerto de hambre; de modo que, si su presencia no causaba la muerte de la víctima, servía, por lo menos, para paralizar la resistencia que ésta pudiera hacerle.

Efectivamente. Sólo queda por resolver una dificultad. Si Stapleton hubiera llegado á estar en situación de poder reclamar la herencia, ¿cómo habría podido explicar el hecho de que él, el heredero, hubiera estado viviendo con otro nombre tan cerca de la posesión de su familia? ¿Cómo habría podido presentarse sin excitar sospechas y sin provocar una investigación?

—Su objeción es de una dificultad formidable, Watson, y temo que pida usted demasiado al invitarme & resolverla. Lo pasado y lo presente están dentro del campo de mis investigaciones; pero lo que pueda hacer un hombre en lo futuro es para mi un problema difícil de resolver. La señora Stapleton había ofde discutir la cuestión á su marido en varias ocasiones, y ella me ha dicho que tenía tres soluciones posibles. Stapleton podía reclamar la herencia desde Sud América, estableciendo su identidad ante las autoridades británicas en el país donde estuviera; de este modo conseguía la fortuna sin tener que venir para nada á Inglaterra; podía adoptar un disfraz prolijo durante el corto tiempo que tuviera que estar en Londres; ó podía entregar á un cómplice las pruebas de su identidad, y un documento en el que lo suyo reservándose un derecho de la renta. No podemos dudar, lo hemos conocido á Stapleton, que no le habrían faltado al hombre recursos para salir del paso. Ahora, mi querido Watson, le diré que he tenido unas cuantas semanas de ruda tarea, y que, por esta noche, al menos, podríamos encarrilar nuestros pensamientos por vías más agradables. Tengo un palco para Los Hugonotes. ¿Ha oído á De Reszkes? ¿Le sería molesto, entonces, prepararse en media hora? Podemos detenernos en casa de Marcini, que nos queda de camino, hacer allí nuestra modesta comida.

FIN