El sentimiento serrano
SENTIMIENTO
SERRANO
(Entremés en verso. Personajes: Ci-
rilo, 45 años. Alejo, 30. Canuto, 12.
Ana María, 10. En Alta Gracia. La es-
cena representa una calle. Al foro una
casa de ladrillo, sin revocar. Puerta al
centro. Al iniciarse el acto estará Ale-
jo en la puerta. Es la entrada de la tar-
de. Llega Ana María y saluda al ve-
raneante)
—Güeñas tardes.
—Bienvenida!
—Como iá le hice a mi tata
los quehaceres que me dijo,
¿quiere que agora la vaia
a comprar la leche?...
-No;
no es necesario, muchacha.
Ya se la tomé al lechero
cuando pasó con las cabras.
—¿Enentonces no precisa?...
—¿Sí, cómo no!
—Ah; ió me craiba...
—Mira, Ana María, ahí dentro
está el mate con la pava.
Dal-es una lavadita
y hacés calentar el agua.
—Está bien.
—Pero cuidado
con quemarte.
—Soy baquiana
—Ah, oíme.
—Mande, señor.
—Avisámele a tu tata,
que venga a cimarronear,
conmigo.
—Sobre la marcha. (Sale).
—Ya que invité a un compañero
con quien la charla me liga
y allí viene el bollitero
requebrando la barriga,
que vaya a pensar no quiero
que no iremos a hacer miga.
(Se oye canturrear a Canuto, que en-
tra con un cesto al brazo).
—Boyitero!... Boyitero!...
¿Quiere comprarme, señor?
—A ver !.. ¿Qué factura es ésta?
—Casera y de buen sabor.
—¿Cierto?
Sin macana alguna.
Como qu'es misia Modesta
quien los industria...
Ahijuna!...
Y decime: ¿cuánto cuesta?
—Sigún. Dos modos alterno
que pa vender aprendí:
doy tres por cinco al contado...
—¿Y al que te pide fiado?
—Ah!... a ese le doy... un cueno.
—Si es uno, dámelo a mí.
—No, a usté no, qu'es forastero;
y como es, tal vez, cabayero,
hoy por mí y luego por ti.
—Te aplaudo la inteligencia.
—Es que hay mucho cara dura,
sabe, que pide fatura
conociendo mi indulgencia
y alegando ser mi amigo.
Y luego, cuando la obtuvo,
dándose dique de astuto:
"La frente acá; aquí el ombligo;
y acá..."
—¡Si será... falluto!...
—¡Ah, pero ió bien me amaño!
¡Como me llamo Canuto
que a ese lo largo po' el caño!...
—Dame dos docenas, pues.
—Moy bien. ¡Tres!...
—No; dos y basta.
—Ya sé. Es que llevo la cuenta
y empiezo contando: tres,
por tres, a nueve aumenta,
y otros nueve, dieciocho...
¡Ay, ay, ay, ay!... Qué cursienta
había sido la canasta.
—¿Qué pasa?
—¡Veia qué pena!
Creía tray la cesta llena
y me he quedau sin biscocho.
—Bueno, es igual.
—¡Un momento!
Los que faltan voy a traile.
Yo no vendo con descuento,
pues a mi m'enseñó el fraile
ser con el prójimo atento.
—Sos una buena persona.
Toma, aquí tenés la plata.
—¡Ajajá! Así mi patrona
pondrá la cara de fiesta.
Porque si el níquel no sona,
¿sabe? aunque sea Modesta
se pone al punto chivata.
(Váse. Aparece Cirilo. Es un chino
melenudo, con el chambergo echado so-
bre un ojo y cuya indolencia parece re-
sultancia del sol amodorrante de la re-
gión).
—¡Hola, compagre!
—¿Qué tal;
cómo le va, ño Cirilo?
—¡Ta digo!... ¡Tengo un estrilo!...
—¿Qué? ¿Le van los asuntos mal?
—Como siempre: los bolsillos.
Y veia, al'allegarme aquí.
pensé ofertar cigarrillos...
¡y diande!
—Aquí hay.
—¡Aura sí!
—Lo he llamao para matear
en la vereda, al fresquito.
—¡Velay! Si ese es mi gustito,
en la sombra descansar.
—Aguarde: aquí hay un banquito,
—Todos los atardeceres,
después que tiré la siesta,
si no estoy comprometido
pa un truco por la cerveza,
me siento en la puerta'e calle...
—¿A recrear la pereza?...
Esa es una buena idea.
—¡Y cómo no lo v'a ser!
Me gusta mirar la tarde
cuando empieza a decrecer
y va poniendo en las sierras
violetas de su verjel.
—¿Y a quien no le gusta, amigo,
las cosas que dan placer?
(Ana María, con el mate).
—Sírvase, Alejo.
—Primero
ofrecele a tu tatita
y alcanzame la masita.
—Pero ¿qué ha hecho, compañero?
Esto nu' es cosa de criollos!
dispense que se lo diga.
¡Andar mateando con bollos!
Se v'a empachar la barriga.
—Sírvase uno.
—¿Yo... jamás!
—¿Mé desprecia lo que brindo?
—Bien, ya que insiste... Lindo
sabor, no?
—Saque más.
—¡Qué esperanza!
—Saque, pues.
—Voy a hacer su voluntad;
y veia usté bien cuánta es
del refrán esa verdad
que dice: "No hay dos sin tres".
—"En comer y en trabajar,
ya sabe usted, compañero,
todo está en el empezar".
—¡Ah!... Respecto a eso hay un pero.
Que el hambre viene tragando
ió lo puedo atestiguar,
asigún lo he ido palpando.
Pero en cuanto a trabajar...
no le puedo asigurar...
—¿A quién le toca esta vez?
—Yo tomé. Dale a tu viejo.
¿Y vos que haces? ¿No comés?
Servite, pues.
—Gracia, Alejo.
—Si no he comprendido mal,
veo que sus condiciones
de intérprete natural,
le llenan el mate... rial
de muy nobles intenciones.
—Yo tengo amor por la vida,
pues d'ella mi enamoré
viendo sus lindas auroras,
vestidas del rosicler,
que sonríen a las sierras
ansiosas de su querer.
¿No la vido nunca usté?
—Imagíne: ¡un perezoso
que se levanta a las seis!
—¡Velay! Hace mal arago:
Hace mal, sí, créame;
pues a más de respirar
el aire, que asienta bien
a la persona, va viendo
el sol que empieza a poner
en el filo de las piegras
eolores tan lindos, que
usté se queda encantado.
Y si se arrima al arroyo
y el agüita ve correr
entre las piegritas limpias
y brillosas, siente sed,
aunque no la tenga.
—¡Lindo,
lindo nomás ha de ser!
—El día que usté la veia
me dirá si así no es.
Cambiale la yerba, che.
—¿Quiere que el jueves vayamos?
—Yo estoy a su orden.
—Verá
lo lindo qu'es. Nos llevamos,
si le parece, un cabrito,
pan, el mate y mi guitarra,
y unos litros e vino.
—¡Claro!
¡Para completar la farra!
—Si no se cansa del viaje,
la montaña va a subir,
y dende allí colegir
la maravilla 'el paisaje.
Verá el arroyo vagando,
con suave desasosiego,
junto al huerto del labriego,
al que vigor le va dando.
Juega en un hoyo. Ondulando
el espinillo acaricia.
Después, riyendo su albricia,
entre el berro se despeña.
Parece un alma que sueña
una projunda delicia.
Sí, Alejo, la serranía
con su aire aromau, mansito,
le va llenar despacito
todo el cuerpo de alegría.
Oirá dondequiera el canto
de los pájaros cantores.
¿Margaritas y otras flores?...
¡Hay por lujo! Es el encanto
de las explanadas donde
tendió su rancho el paisano.
Luego se baña, si quiere,
(porque bañarse es muy sano).
Nos vamos hasta "El segundo
paredón". L'agua es limpita.
Cai un chorro dende lo alto,
y abajo hay una arenita
que le acaricia las carnes
maternalmente.
—¿Esa es
el agua que usted me dice
que da apetito?
—Sí, pues.
—¡El buche voy a llenarme,
si es que hacemos la excursión!
—Beba, que yo asegurarle
puedo, por lo que he oservao,
que le entona el entripao,
si es que anda con remisión.
(Parando la atención hacia la esqui-
na, se levanta atareado).
—¿Qué hay?... ¿Qué pasa?
—¡Mi china!
Haga el bien de acompañarme
—¿A dónde?
—Aquí hasta l'esquina.
Vamos, hombre, vamos. Voy
una chiruza a mostrarle
¡de ordago! a la que estoy
enamorando.
—¡Óigale
al viejo... y enamorao!
—¿Y diay? Si eso no es pecao.
—¡Quién lo ha visto y quién lo ve!
—Nada l'extrañe amigazo.
Si a mí todo m'enamora,
es porque en mi pecho mora,
un sentimiento machazo.
(Vánse muy animados. Ana María
con el mate. Al instante Canuto).
—¡Oy, se fueron?... Ni un chiquito
me dejaron para mí.
—¿No está el hombre que vive aquí?
—No; ¿qué querís, Canutito?
—Entregarle los boyito.
—Si ende hoy que ya compró.
—Eso a vos nada te importa:
no me alcanzaba la torta
y a buscarla me fui yo.
—¡Ah... enentonces... si es así!...
¿No me das uno pa mí?
—Y vos a mís ¿qué me das?
—Si querís un mate...
—Sí.
—Te lo viá cebar ahorita.
—Pero con mucho cuidau,
que no te daré nadita
si me lo ofreces choriau.
—Mirá si no lo hago bien.
—¡Así me gusta, cholita!...
—¿Vos lo conocés, Canuto,
al chinito Belisario?
—Ando por too el vecindario
¿y no lo viá conocer?
—Cuando lo güelvas a ver
decile que no sea bruto,
¿querís?
—¿Qué t'hizo ese otario,
si es que se puede saber?
—Todos los días m'embroma
cuando a la compra me mandan.
Me hace morisqueta y dice
que tengo cara de pánfila;
o si no me arranca el pelo,
o me pega una patada.
Yo a tatita se lo he dicho,
¡pero qué!... ¡Como si nada!
Ayer pasé y me tiró
una papa en la cabeza.
Toca aquí, ¿ves? Se me hinchó.
—¿A ver cómo te dejó?
¡A la pucha!... ¡Qué rareza!
No es un chichón lo que te hallo.
—¿Qué hallaste!... Un bicho, tal vez?
—Lo que vos aquí tenés...
es un tremendo... ¡zapallo!
—¡Salí, vos también, salí!
Sos un embustero, sí. (Gimoteando).
¡Todos m'embroman a mí!...
Siempre soy lo más güenita,
y aunque tuavía soy chiquita,
ya sé lavar la ropita
cuando me pongo en la tina,
y dispués en la cocina...
—Puso un güevo Catalina...
—Sí, sí; seguí la jarana.
¡Le diré a Alejo y verás!...
—Está bien, no llores más,
mi pobrecita Mariana.
Mira, cuando vea al chinito,
le viá cortar los embroyos,
o le hago probar mis boyos.
—Sí; hacéselo por malito...
Esperá, te hago otro mate.
—Bueno, pero date prisa
que a mi mamá allí estoy viendo,
y es capaz que una paliza
me da, si no ando vendiendo.
—Toma el mate. ¿Dónde está?
¿Pero no ves, sonso, que
se paró un rato porque
le está hablando mi papá?
¡Si son más amigos!
—¿Sí?
—Siempre hablar juntos los veo.
—Es porque mi mama, creo,
quiere mudarse po aquí.
—A mí eso me gustaría,
pa tener tu compañía.
—Como yo no tengo pagre,
y allá es caro l'alquiler...
—¿Y yo que no tengo magre?
Pero hago todo el quehacer:
lavo los plato... remiendo...
—Yo también ayudo en casa
con lo que por'hay vendo.
Somos pogre y no tenemos
dinero. ¡Pues a lidiar!
—A mi más me gustaría
ir a l'escuela a estudiar.
(Con ensueño infantil agrega:)
Y después al regresar
tener en casa, guardada
en una linda cajita,
una muñeca bonita,
para poderla pasear,
bien peinada y bien aseada.
Y así que la noche entró,
ponerla dentro su cuna
y cantarle el arroró
al resplandor de la luna.
Pero a tan no le queda
ni siquiera una moneda.
—¡Seguro, si somos pogres!...
En casa a veces no hay
ni unos miserables cobres
pa comprar carne. ¡Velay!...
—¡La pucha que mala ideia
tuvo el qu'hizo la miseria
pa embromar la gente güeña!...
¡Ta qué rabia que da, ¿no?
—¡Malaya las privaciones!
Esa es la nuestra cosecha.
¡Y hay que soportar la mecha,
según el fraire ordenó
Potra tarde en sus sermones!...
Y hora me voy dir marchando,
qu'el sol se ha entrau hace rato,
—Date una güelta mañana,
que quizá te han de comprar.
—Ta güeno. Voy a pasar.
—Adiós. Canuto.
—Adíos, Ana.
(Muy diligentemente le pebeta,
va entrando los enseres al hogar,
mientras la tarde deja deslizar,
el telón del crepusculo violeta.)
Es invierno. La tarde nebulosa
presa de un genio de muy mal agüere,
vuelca sobre la tierra la furiosa
imprecación tenaz de su aguacero
En medio a la pejumbra funeraria,
yo deshojados por la contrición,
alzan los arboles una plegaria
como implorando al cielo compasión.
En el suave silencio de mi hogar
percibo al agua deshilar su angustia,
y, concentrado, con el alma mustia,
una idea me empieza a subyugar.
Relampaguea y vuelve a sacudir
con más furor la lluvia en los tejados
Y pienso.. pienso en los desventurados
que no tendrán adonde ir a dormi!
Sobre el desierto y mísero poblado
que ayer sus sueños de ventura urdía,
la tarde soñolienta ha derramado
un tul espeso de melancolía.
La campiña se anega de emoción
por el desastre que debió pasar.
Hay en los ranchos gran desolación,
viejos y chicos rumian el pesar,
los perros aúllan de superstición.
¡Oh, cuitados que, henchidos de espera'nza
anhelábais el bien imaginado!...
¿Y cómo iba ser posible si es que afianza
la artera furia del fusil cargado?
Porque en el áspero conflicto que hubo,
se cernían fatídicos fracasos;
por sofocarlo la emprendió a balazos
tropa brutal que el potentado tuvo
Y hoy?... Tal cual un arroyo desbordado,
bajo la furia torrencial que arrasa,
la doliente columna se desplaza
por la amplitud del arrabal callado.
Desordenada, larga, clamorosa,
se desenvuelve, agranda y balancea
en la calleja herbosa y polvorienta.
Entre el clamor aciago del cortejo,
por sobre el hombro de los mocetones,
tambalean los míseros cajones
infundiendo estupor al barrio viejo
ese espectro de seis interjecciones.
Ataúdes que avanzan destilando,
a intermitencias, sangre putrefacta,
mientras llantos, maldiciones y bravatas
miles de proletarios van clamando.
Con la carga del fúnebre guebranto
de la urbe trasponen los alcores,
¡parias que ayer gestaban sus amores,
hoy los desflocan en el camposanto!...
Ya llegaron. Las tumbas los guardan
con quietud de tinieblas infinitas.
Sobre el pecho fraterno como lágrimas,
los puñados de tierra se deslizan
y remedando sarta de reptiles,
mientras la fosa su avidés convierte,
la evocación retrae los fusiles
que les dieron la muerte.
Mas antes que los tapen, los del crimen,
lúgubremente, desde el fondo, gimen:
¡Adiós, sol! ¡Padrenuestro!... Salve, hermanos!
¡Hogar tronchado, luchas que redimen!
¡Por egoísmo de quienes nos oprimen
serviremos de pasto a los gusanos!
Un obrero,
de presencia desenvuelta y el semblante macilento,
por el abrupto empedrado
va cruzando, concentrado
en un tenaz sentimiento.
El ceño que hay en su frente
despejada, melancólica, de apasionado vidente,
dice del dolor pensante;
de redentoras tendencias
que enamoradas se orientan hacia el porvenir triunfante.
Lo mira al pasar la gente
mas, absorto en sus pensares, no les concede atención,
gacha, en la mediación.
la de ondulada melena, donosa, altiva, cabeza:
¡le preocupa la bajeza
de la aciaga situación!
y, ante la gente que viene,
alza el brazo productor
en ademán tan brillante
que en el ambiente insinúa al abnegado orador;
y exclama con voz vibrante:
"¡Compañeros!... ¡Qué humillante!...
¡Qué humillante
y vergonzante
lo que pasa en nuestra tierra!
¡En la bella y feraz tierra, seducción del immigrante!
¡Llena está de miserandos
que en conventillos nefandos
viven una vida perra!"
que todo aquel que pasaba
lo observaba
con sugerente atención,
insólita y desusada;
y, el ánimo complacido, con interés se paraba,
penetrando la elocuente, verídica inspiración.
Y en el gris recogimiento de aquella tarde otoñal,
vehemente
resurge el credo fraterno;
credo al que el negro contraste
echa lastre
si el meditado raudal
de los fervientes amores
fustiga, cual a un tropel de cuervos, los resquemores
de todo este enmarañado y vetusto antro social.
"En esta sórdida vida,
irracional,
somos la carne que sacia
el vientre de] insondable y opresivo Capital,
hasta tanto otra desgracia
no nos hunda a un hospital.
Desvalidos,
siempre pálidos
van los hombres
del trabajo;
los que llevan en el rostro los estigmas del agravio,
todos ellos ¡desdichados! mal cubiertos por andrajos,
y en sus pechos
torturados,
les nacen alas que llevan a un ideal humanitario
que los hace
tan impávidos
porque ansían libertarse del viejo mal mercenario.
Nadie es culpable si tras soportar tanta mentira
germina en su pecho la ira
contra la cruel opresión
y la explotación soez;
las injusticias perversas que fomentan la maraña
del caos que nos atenaza,
con esa pérdida saña
con que se ahoga el esplendor que difunde la verdad.
¡La indecente bota, informe, de la inicua autoridad
que, como bestia sumisa, al yugo nos atenaza!"
que termine ese baldón,
vestigios de la opresora
casta de la expoliación.
Mientras haya quien denigre,
quien persiga y encarcele
el hambre desoladora que funesta nos impele
a las sombras del delito;
!y ese clero
siempre ahito,
ladino, cínico, taimado,
que a la inocente infancia tinieblas le ha inculcado
y en sus almas creó el pavor!
En tanto que el laborioso y sufrido agricultor
deba dejar el arado,
porque reclama el Cuartel
su presencia de soldado
para aumentar el monstruo de la guerra cruel;
hasta que toda esa absurda y estúpida maldad
no se consiga abatir:
¡imposible ver lucir
el sol de la libertad!"
frases aplaudió al momento
el corro, que es siempre atento
si se le habla de sus cosas.
Y el orador enseguida
agregó con la entereza de su recóndito acento:
"¡Compañeros.
trabajamos
y sufrimos
denodados!
Y entretanto ¿qué alcanzamos
después de tantos destajos?...
¡No ser más que desvalidos!
¡Siempre al deber contreñidos,
cubiertos, siempre, de andrajos!
Pues entonces es menester sustentar altos ideales
de libertad,
de justicia;
y gestar con equidad para bien de nuestros males
una justa, en sus tendencias, pacífica sociedad.
Y aspiremos que la Ciencia
tire abajo las sombrías y anacrónicas prisiones;
que las pasiones reprima,
hijas de la aberración:
¡con rayos de inteligencia
y piedad del corazón!
Que para los pobres niños ateridos no sea
la escuela un aburrimiento,
sino tal como un edén,
en el que halle, entre contento,
y a modo de diversión,
la instrucción
para ser un hombre recto, de honestidad y de bien.
A fin de ver los albores
en donde el instinto esteta
se aúne al de productores:
y sean músicos, pintores,
o un escultor de talento, o un inspirado poeta.
Porque el que hace un sacrificio,
con real amor de su parte,
para adquirir un oficio:
¿cómo no habría de hacerlo por las delicias del arte?"
de las palabras suspenso
al orador contemplaba,
y su adhesión le expresaba
en un sentimiento intenso.
venid todos
al delicioso jardín
donde escultan las rosadas y esplendentes ilusiones,
las cuales confortarán
vuestros nobles corazones,
si es que moduláis al fín,
como una tierna cantiga de la ferviente eclosión:
¡Kropotkin!...
¡Noble maestro Kropotkin!...
¡Que el rubí de los malvones y las dalias te circunden!
Oh, príncipe, por tu dulce corazón martirizado!
Seas ahora venerado
por todos los que poseen inmaculado criterio,
y estudiado
en el manantial fluyente de tus sencillas verdades
redentoras, que culminan en "La conquista del pan".
Aleluyas te proclaman
los pechos cosmopolitas que añoran tus ansiedades,
dulce, titánico, apóstol de la amplia estepa nevada;
tus sublimes
concepciones magistrales,
eternas perdurarán,
pues los anhelantes pechos de los parias sabrán
del próbido y sustancioso ensueño que, enamorado,
les distes en el legado
de "La conquista del pan"!
"Rotos y Perseguidos"
"La carne de los buitre"
"Perdida en la senda". (Drama en un acto)
"Las Coyundas" (Drama social en un acto)
"Los Indómitos" (Pieza dramática en un acto)
Las dos en un tomo
LOS PEDIDOS A: