El sino: 03
¿Cuáles sucesos habían ocurrido durante aquellos años en el domicilio de Anatolio que éste muy de tarde en tarde visitaba?
Antoñito, el apreciable Benjamín, respondiendo cumplidamente á las promesas infantiles, salió un perfectísimo granuja.
Embobados trajo á sus padres durante mucho tiempo con charlas engañadoras y con trampas estudiantiles. Unas y otras llevaban por objeto exclusivo sacar á los padres dinero y encubrir suspensos y pérdidas totales de curso.
Para lo de sacar dinero siempre tenía á mano un libro nuevo, un repaso hecho, secretamente, con cualquier profesor, un centro ó sociedad estudiantil de la cual, por supuesto, le habían nombrado presidente... Recursos de esta índole nunca faltaban al pícaro holgazán, para saquear las arcas paternales.
Ocasiones hubo en que no bastándole con los engaños, recurrió al hurto franco y al empeño de objetos y prendas valorables.
Cuando hurto ó pignoración eran descubiertos, reñía el padre, lloraba á moco tendido la madre, el mozo se deshacía en prometimientos de enmienda y todo concluía en paces. Antonio echaba escaleras abajo encogiendo los hombros, y los padres exclamaban casi, casi á dúo: «Después de todo mientras el muchacho haga bien sus estudios no hay que tomarlo por lo heroico. Esas y otras calaveradillas son propias de la edad».
¡Los estudios!... Para los padres exclusivamente llevaban camino franco los de Antonio. Por la cuenta de ellos andábase el mozo en el quinto año; por la del mozo y los profesores del mozo no había pasado del primero.
Hábil en raspar y enmendar papeletas, certificados y matrículas, llevaba al domicilio todos los junios una carga de sobresalientes. Eran ellos suspensos en la realidad. Los infelices padres tragaban el anzuelo y ya veían á su Antonio siendo asombro de estrados, procuradorías y audiencias.
Asombro sí era. No precisamente de claustros, aulas y profesores, pero sí de billares, de garitos y de tahures. Conocía y ejercitaba maravillosamente todos los juegos de naipes, así los carteados como los de azar y de envite; daba gloria en carambolas, treinta y cuarenta y una, morito, platillo y demás lances de billar; bailaba como un organillero, y en las casas públicas declarábanle hijo adoptivo la alcahueta, chulo las mancebas y compañero los rufianes. Un encanto de mozo.
Vino al cabo lo de averiguarse sus trapacerías. Toda la casa fué llanto y desazón.
Quisieron los padres refrenar al mancebo, y mejor lo hicieran callando. Antonio, rompiendo la máscara de su hipocresía, hizo frente á las reprensiones y hasta llegó en sus réplicas á la amenaza, con gran dolor de sus progenitores, que habiéndole educado para ser malo se asombraban de que lo fuera. -¿Qué hacer ahora de él? -exclamaban los padres.- ¡Tanto tiempo perdido!... ¡Tanto dinero gastado inútilmente! ¡Quién lo pensara!... ¡Esto es horrible! ¡No podía ocurrirnos otra cosa peor!
Sí que podía; y ocurrió.
Sabía Antonio que su padre guardaba dentro de un armario, en una cajita de hierro veinte mil pesetas, único y definitivo capital para la próxima vejez, y cierta noche descerrajó el armario, hizo propia la caja y tomó las de villadiego con el propósito, fielmente cumplido, de volver la espalda á su hogar y no ocuparse más de los suyos.
Al padre le trajo el disgusto una paralisis, dejándole inútil para todo trabajo; quedó la madre punto menos que lela, y la miseria entróse por aquel hogar como dueña y señora.
Entonces, sólo entonces, se acordaron los buenos padres de Anatolio. La voz de la sangre habló en ellos pidiendo á gritos la presencia del hijo ausente y olvidado. Noble y santa voz de la sangre ¡qué á tiempo sabes hacerte oír!
Muerto era ya D. Lucas cuando acaecieron estas cosas. Anatolio acudió donde le llamaron, y puso á réditos de la enfermedad y de la vejez de sus padres los ahorros y la paga.
Después de todo era su obligación. Así lo pensaban los padres y Anatolio también.
La libreta del Monte de Piedad se hizo humo entre cuentas de médico, recetas y cuidados precisos á la manutención de los dos enfermos. Menos mal que la muerte se encargó de llevarlos en tiempo oportuno para que la paga del astrónomo no cayese en manos de usureros.
Con diferencia de unos meses se verificaron los dos entierros.
Al concluir el último, un pariente de éstos que sólo aparecen en las casas cuando hay muerto ó recién nacido ó casado, echó los brazos al cuello de Anatolio y le dijo entre sollozos que parecían naturales:
-¡Ay, Anatolio!... Tu desgracia es muy grande. Nada como un padre y como una madre. Hace dos meses perdiste á la primera; hoy al segundo pierdes. Hoy te quedas solo en este mundo.
Anatolio creía que cuando quedó solo en este mundo fué al morir D. Lucas, pero no quiso llevar la contraria al pariente.