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El trato de Argel (Sevilla Arroyo ed.)/Jornada II

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El trato de Argel
de Miguel de Cervantes
Jornada II

Jornada II

YZUF y AURELIO.
YZUF:

   Trecientos escudos di,
Aurelio, por la doncella.
Esto di al turco, que a ella
alma y vida le rendí;
y es poco, según es bella.
    Vendiómela de aburrido,
que dice que no ha podido,
mientras la tuvo en poder,
en ningún modo atraer
al amoroso partido.
    Púsela en casa de un moro,
sin osarla traer acá,
y allí está donde ella está
todo mi bien y tesoro,
y la gloria que amor da.

YZUF:

    Allí se ve la bondad
junto con la crueldad
mayor que se vio en la tierra;
y juntas, sin hacer guerra,
belleza y honestidad.
    No pueden prometimientos
ablandar su duro pecho.
Veme en lágrimas deshecho,
y ofrece siempre a los vientos
cuantos servicios la he hecho.
    No echa de ver su ventura,
ni cómo el dolor me apura
poco a poco sospirando;
antes, cuando yo más blando,
entonces ella más dura.

YZUF:

    A casa quiero traella
y reclinar en tu mano
mi gozo más soberano:
quizá tú podrás movella,
siendo, como ella, cristiano;
    y desde aquí te prometo
que, si conduces a efecto
mi amorosa voluntad,
de darte la libertad
y serte amigo perfecto.

AURELIO:

   En todo lo que quisieres,
he, señor, de complacerte,
por ser tu esclavo y por verte
que melindres de mujeres
te tengan de aquesa suerte.
    ¿De qué nación es la dama
que te enciende en esa llama
sin mirar a su interés?

YZUF:

Española dicen que es.

AURELIO:

¿Y el nombre?

YZUF:

Silvia se llama.

AURELIO:

   ¿Silvia? Una Silvia venía
adonde yo cautivé,
y, según que la miré,
no en tanto allá se tenía.

YZUF:

Ésa es: yo la compré.

AURELIO:

   Si ella es, yo sé decir
que es hermosa sin mentir,
y que no es tan cruda altiva,
que su condición esquiva
a ninguno hace morir.
    Traéla a casa, señor, luego,
y ten las riendas al miedo;
y tú verás, si yo puedo,
cómo a mis manos y ruego
amaina el casto denuedo.

YZUF:

   Yo voy; y, mientras se ordena
su venida, por estrena
del contento que me has dado,
yo diré a mi renegado
que te quite esa cadena.

(Vase YZUF y queda AURELIO solo.)
AURELIO:

   ¿Qué es esto, cielos? ¿Qué he oído?
¿Es mi Silvia? Silvia es, cierto.
¿Es posible, oh hado incierto,
que he de ver quien me ha tenido
vivo en muerte, en vida muerto?
    Ésta es mi Silvia, a quien llamo,
a quien quiero y a quien amo
más que a todo lo del suelo.

AURELIO:

¡Gracias hago y doy al cielo,
que a los dos ha dado un amo!
    Tregua tendrán mis enojos
entre tanta desventura,
pues, por estraña ventura,
vendrán a mirar mis ojos
tu sin igual hermosura.
    Y si della está rendido
mi amo, está conocido
que quien la supo mirar
es imposible escapar
de preso o de malherido.
    Y, pues que con tales bríos
él descubre sus amores,
si nos vemos, sus dolores
se callarán y los míos
te diré, que son mayores.
    Y, mientras pudiere ver
tu hermosura y gentil ser,
templaré mi desconsuelo,
hasta que disponga el cielo
de entrambos lo que ha de ser.

(Vase AURELIO, y entran mercaderes moros, primero y segundo; y padre y madre y dos hijos cautivos. Un pregonero; MAMÍ, soldado cosario.)
MERCADER 1º:

   En fin, Aydar, ¿que en Cerdeña
habéis hecho la galima?

MAMÍ::

Sí; y aun no de poca estima,
según se vio en la reseña.

MERCADER 2º:

   Dícennos que os dieron caza
de Nápoles las galeras.

MAMÍ:

Sí dieron, mas no de veras,
que el peso las embaraza.
    El ladrón que va a hurtar,
para no dar en el lazo,
ha de ir muy sin embarazo
para huir, para alcanzar.

MAMÍ:

    Las galeras de cristianos,
sabed, si no lo sabéis,
que tienen falta de pies
y que no les sobran manos;
    y esto lo causa que van
tan llenas de mercancías,
que, si bogasen dos días,
un pontón no tomarán.
    Nosotros, a la ligera,
listos, vivos como el fuego,
y, en dándonos caza, luego
pico al viento y ropa fuera,
    las obras muertas abajo,
árbol y entena en crujía,
y así hacemos nuestra vía
contra el viento sin trabajo;
    y el soldado más lucido,
el más flaco y más membrudo,
luego se muestra desnudo
y del bogavante asido.

MAMÍ:

    Pero allá tiene la honra
el cristiano en tal estremo,
que asir en un trance el remo
le parece que es deshonra;
    y, mientras ellos allá
en sus trece están honrados,
nosotros, dellos cargados,
venimos sin honra acá.

MERCADER 1º:

   Esa honra y ese engaño
nunca salga de su pecho,
pues nuestro mayor provecho
nace de su propio daño.
    Un mozo de poca edad
destos sardos comprar quiero.

MAMÍ:

Ya los trae el pregonero
vendiendo por la ciudad.

MERCADER 2º:

   ¿Hay españoles entre ellos?

MAMÍ:

Sí hay; que también tomamos
una nave, y allí hallamos
hasta viente y cuatro dellos.

(Entra el pregonero, con el padre y la madre y los dos muchachos y un n[i]ño de teta a los pechos.)
PREGONERO:

   ¿Hay quien compre los perritos,
y el viejo, que es el perrazo,
y la vieja y su embarazo?
Pues, ¡a fe que son bonitos!
    Déste me dan ciento y dos;
déste docientos me dan;
pero no los llevarán.
¡Pasá acá, perrazo, vos!

HIJO:

   ¿Qué es esto, madre? ¿Por dicha
véndennos aquestos moros?

MADRE:

Sí, hijo; que sus tesoros
los crece nuestra desdicha.

PREGONERO:

   ¿Hay quien a comprar acierte
el niño y la madre junto?

MADRE:

¡Oh amargo y terrible punto,
más terrible que la muerte!

PADRE:

   ¡Sosegad, señora, el pecho;
que si mi Dios ha ordenado
ponernos en este estado,
Él sabe por qué lo ha hecho!

MADRE:

   Destos hijos tengo pena,
que no sé por dónde han de ir.

PADRE:

Dejad, señora, cumplir
lo que el alto cielo ordena.

MERCADER 1º:

   ¿Qué han de dar déste, decí?

PREGONERO:

Ciento y dos escudos dan.

MERCADER 2º:

¿Por ciento y diez darlo han?

PREGONERO:

No, si no pasáis de ahí.

MERCADER 2º:

   ¿Está sano?

PREGONERO:

Sano está.

MERCADER 2º:

 [Ábrele la boca.]
Abre; no tengas temor.

HIJO:

¡No me la saque, señor;
que ella misma se cairá!

MERCADER 2º:

   ¿Piensa que sacalle quiero
el rapaz alguna muela?

HIJO:

¡Paso, señor, no me duela;
tenga, quedo, que me muero!

MERCADER 2º:

   Destotro, ¿cuánto dan dél?

PREGONERO:

Docientos escudos dan.

MERCADER 2º:

¿Y por cuánto le darán?

PREGONERO:

Trecientos piden por él.

MERCADER 1º:

   Si te compro, ¿serás bueno?

HIJO:

Aunque vos no me compréis,
seré bueno.

MERCADER 2º:

¿Serlo heis?

HIJO:

Ya lo soy, sin ser ajeno.

MERCADER 1º:

   Por éste doy ciento y treinta.

PREGONERO:

Vuestro es: venga el dinero.

MERCADER 1º:

En casa dároslo quiero.

MADRE:

El corazón me revienta.

MERCADER 1º:

   Comprad, compañero, esotro.
Ven, niño, vente a holgar.

HIJO:

No, señor; no he de dejar
mi madre por ir con otro.

MADRE:

   Ve, hijo, que ya no eres
sino del que te ha comprado.

HIJO:

¡Ay, madre! ¿Habéisme dejado?

MADRE:

¡Ay, cielo, cuán crudo eres!

MORO:

   Anda, rapaz, ven conmigo.

HIJO:

Vámonos juntos, hermano.

HERMANO:

No puedo, ni está en mi mano.

PADRE:

El cielo vaya contigo.

MADRE:

   ¡Oh, mi bien y mi alegría,
no se olvide de ti Dios!

HIJO:

¿Dónde me llevan sin vos,
padre mío y madre mía?

MADRE:

   ¿Quïeres que hable, señor,
a mi hijo aun no un momento?
Dame este breve contento,
pues es eterno el dolor.

MORO:

   Cuanto quisieres le di,
pues será la vez postrera.

MADRE:

Sí, pues ésta es la primera
que en este trance me vi.

HIJO:

   Tenedme con vos aquí,
madre, que voy no sé dónde.

MADRE:

La ventura se te asconde,
hijo, pues yo te parí.
    Hase escurecido el cielo,
turbado los elementos,
conjurado mar y vientos
todos en tu desconsuelo
    No conoces tu desdicha,
aunque estás bien dentro della,
puesto que el no conocella
lo puedes tener a dicha.
    Lo que te ruego, alma mía,
pues el verte se me impide,
es que nunca se te olvide
rezar el Avemaría;
    que esta reina de bondad,
de virtud y gracia llena,
ha de limar tu cadena
y volver tu libertad.

MORO:

   ¡Mirad la perra cristiana
qué consejo da al muchacho!
¡Sí que no estaba él borracho
como tú, sin seso, vana!

HIJO:

   Madre, al fin, ¿que no me quedo?
¿[Qu]e me llevan estos moros?

MADRE:

Contigo van mis tesoros.

HIJO:

A fe que me ponen miedo.

MADRE:

   Más miedo me queda a mí
de verte ir donde vas,
que nunca te acordarás
de Dios, de ti, ni de mí;
    porque esos tus tiernos años,
¿qué prometen sino [aqu]esto,
entre inicua gente puesto,
fabricadora de engaños?

PREGONERO:

   ¡Calla, vieja y mala pieza,
si no quieres, por más mengua,
que lo que dice tu lengua
que lo pague la cabeza!
    ¿Destotro hay quien me dé mas?
Que es mas bello y más lozano
que no es el otro su hermano.

MERCADER 2º:

¡Sus!, ¿en cuánto le darás?

PREGONERO:

   ¿No os he dicho que trecientos
escudos de oro por cuenta?

MERCADER 2º:

¿Quies docientos y cincuenta?

PREGONERO:

[Es] dar voces a los vientos.

MERCADER 2º:

    Enamorado me ha
el donaire del garzón;
yo los doy en conclusión.

PREGONERO:

Dinero o señal me da.

MERCADER 2º:

    Cómo te llamas me di.

HIJO:

Señor, Francisco me llamo.

MERCADER 2º:

Pues que has mudado de amo,
muda el Francisco en Mamí.

HIJO:

   ¿Para qué es mudar el nombre,
si no ha de mudar la fe?

MERCADER 2º:

Eso agora no lo sé.

HIJO:

No hay castigo que me asombre.

MERCADER 2º:

    Alto, venidos tras mí.

HIJO:

¡Amados padres, adiós!

PADRE:

¡El mesmo vaya con vos!

MADRE:

¡Francisco!

MERCADER 2º:

No, no: Mamí.

HIJO:

   Eso no, señor patrón:
Francisco me has de llamar.

MERCADER 2º:

El palo os hará trocar
el nombre y aun la intención.

HIJO:

   Pues me aparta el hado insano
de vos, señor, ¿qué mandáis?

PADRE:

Sólo, hijo, que viváis
como bueno y fiel cristiano.

MADRE:

   Hijo, no las amenazas,
no los gustos y regalos,
no los azotes y palos,
no los conciertos y trazas,
    no todo cuanto tesoro
cubre el suelo, el cielo visto,
te mueva a dejar a Cristo
por seguir al pueblo moro.

HIJO:

   En mí se verá, si puedo,
y mi buen Jesús me ayuda,
cómo en mi alma no muda
la fe, la promesa o miedo.

PREGONERO:

    ¡Oh, qué cristiano se muestra
el rapaz! Pues ¡yo os prometo
que alcéis con sancto aprïeto
la flecha y la mano diestra!
    Estos rapaces cristianos,
al principio muchos lloros,
y luego se hacen moros
mejor que los más ancianos.

(Sálense, y entran YZUF y SILVIA.)
YZUF:

   Dejad, Silvia, el llanto agora;
poned tregua al ansia brava,
que no os compré para esclava,
sino para ser señora.
    Mirad que imagino y creo
que vuestra gran desventura,
para daros más ventura
ha traído este rodeo.

YZUF:

    Con vos Fortuna en su ley
no usa de nuevas leyes:
que esclavos se han visto reyes,
aunque vos sois más que rey.
    Limpiad los húmedos ojos,
que sujectan cuanto miran,
y, al tiempo que se retiran,
llevan de almas los despojos;
    y no cubra el blanco velo
esa divina hermosura,
que es como la nieve pura,
que impide la luz del cielo.

SILVIA:

   Esme ya tan natural,
señor, el llanto y tormento,
que, si me deja un momento,
lo tengo por mayor mal;
    y, aunque así estoy, estaré
alegre al obedeceros,
pues distes tantos dineros
por mí sin saber por qué;
    que, si acaso lo habéis hecho
pensando sacar de mí
gran rescate, desde aquí
se apoca vuestro provecho;
    porque os prometo, señor,
que de miseria y pobreza
tengo cuanto de riqueza,
si la riqueza es dolor;
    y de dolor soy tan rica,
cuanto, por darme pasión,
este caudal la ocasión
por puntos le multiplica.

YZUF:

   Silvia, vives engañada:
que yo no quiero de ti
sino que quieras de mí
ser servida y respectada;
   que el provecho que yo espero,
Silvia, de haberte comprado,
es ver tu rostro estremado
y no doblar el dinero;
    que el Amor, que se mejora
en mostrar su fuerza brava,
me ha hecho esclavo de mi esclava,
esclava que es mi señora;
    y quedo tan satisfecho
de perder la libertad,
que alabo la crueldad
deste crudo y nuevo hecho.
    Y, porque lo que aquí digo
lo entiendas, Silvia, mejor,
nunca me llames señor,
sino siervo o caro amigo.

SILVIA:

   Aunque tamaña mudanza
hace fortuna en mi estado,
no creo se me ha olvidado
el término de crianza.
    Bien sé cómo he de llamarte,
y sé que es de obligación
que en lo que fuera razón
procure de contentarte.

YZUF:

   Tu habla tan comedida,
tu donaire, gracia y ser,
claro me dan a entender
que eres, Silvia, bien nacida;
    y, aunque pudiera esperar
de ti un rescate crecido,
a tal término he venido,
que tú me has de rescatar.
    Mas, en tanto que a la clara
veas cuanto hago por ti,
ven, Silvia, vente tras mí:
verás a tu ama Zahara.

SILVIA:

   Vamos, señor, en buen hora.

YZUF:

Silvia, no tanto «señor»,
pues mi ventura y amor
os ha hecho a vos mi señora.

(Sale ZAHARA.)
ZAHARA:

   Seáis, Yzuf, bien llegado.
¿Cúya es la esclava rumía?

SILVIA:

Vuestra soy, señora mía.

YZUF:

Verdad es: yo la he comprado.

ZAHARA:

   Por cierto, la compra es bella
si cual hermosa es honesta.
Decid, señor, ¿cuánto os cuesta?

YZUF:

Dado he mil doblas por ella.

ZAHARA:

   ¿Espera ser rescatada?

YZUF:

De muy rica tiene fama.

ZAHARA:

¿Su nombre?

YZUF:

Silvia se llama.

ZAHARA:

¿Es doncella o es casada?

SILVIA:

   Casada soy y doncella.

ZAHARA:

¿Cómo es eso, Silvia? Di.

SILVIA:

Señora, ello es ansí,
que ansí lo quiso mi estrella.
    El cielo me dio marido,
no para que le gozase,
sino para que quedase
yo perdida y él perdido.

(Aquí entra un moro diciendo:)
MORO:

   Yzuf, a llamarte envía
apriesa el rey nuestro, Azán.

YZUF:

¿Dónde está agora?

MORO:

En Duán,
metido en grande agonía.
    Amet, jenízar agá,
y los bolucos bajíes,
y también los debajíes
y oldajes están allá.
    Hanse juntado a consejo
sobre que es averiguado
que el rey de España ha juntado
de guerra grande aparejo.
    Dicen que va a Portugal,
mas témese no sea maña;
y es bien que tema su saña
Argel, que le hace más mal.
    En la guerra hay mil ensayos
de fraude y de astucia llenos:
acullá suenan los truenos
y acá disparan los rayos.

YZUF:

   Vamos: quel cielo, que toma
por suya nuestra defensa,
a España hará, con su ofensa,
sujecta y sierva a Mahoma.
    Y vos, señora, ordenad
a Silvia lo que ha de hacer;
y vos, Silvia, a su querer
sujetad la voluntad.

(Vanse los dos, y quedan SILVIA y ZAHARA solas.)
ZAHARA:

   Cristiana, di: ¿de adónde eres?
¿Eres pobre, o eres rica?
¿De suerte ensalzada, o chica?
No me lo niegues, si quieres,
    porque soy, cual tú, mujer,
y no de entrañas tan duras
que tus tristes desventuras
no me hayan de enternecer.

SILVIA:

   Señora, soy de Granada,
y de suerte ansí abatida,
cual lo muestra el ser vendida
a cada paso y comprada.
    Dicen que fui rica un tiempo,
pero toda mi riqueza
se ha vuelto en mayor pobreza
y ha pasado con el tiempo.

ZAHARA:

   ¿Has algún tiempo tenido
enamorado deseo?

SILVIA:

Al estado en que me veo,
el crudo Amor me ha traído.

ZAHARA:

   ¿Fuiste acaso bien querida?

SILVIA:

Fuilo; y quise con ventaja
tal, que ap[e]na[s la m]ortaja
borrará fe tan subida.

ZAHARA:

   ¿Fuiste querida primero,
o empezó el amor de ti?

SILVIA:

Primero querida fui
del que quise, querré y quiero.

ZAHARA:

   ¿Es mozo?

SILVIA:

Y aun gentilhombre.

ZAHARA:

¿Es cristiano?

SILVIA:

Pues ¡qué!, ¿moro?
¡No sale de su decoro
quien ha de cristiano el nombre!

ZAHARA:

   ¿Y es pecado querer bien
a un moro?

SILVIA:

Yo no sé nada;
sé que es cosa reprobada,
y a cristianas no está bien.

ZAHARA:

   ¿Y querer mora a cristiano?

SILVIA:

Eso tú mejor lo entiendes.

ZAHARA:

¡Ay, Silvia, cómo me ofendes
y me lastimas temprano!

SILVIA:

   ¿Yo, mi señora? ¿En qué suerte?

ZAHARA:

Escucha y te lo diré;
que, en oyéndome, bien sé
que vendrás de mí a dolerte.
    «Has de saber, ¡oh Silvia!, que estos días
partieron deste puerto con buen tiempo
doce bajeles, de cosarios todos,
y con próspero viento caminaron
la vuelta de las islas de Cerdeña;
y allí, en las calas, vueltas y revueltas,
y puntas que la mar hace y la tierra,
se fueron a esconder, estando alerta
si algún bajel de Génova o de España,
o de otra nación, con que no fuese
francesa, por el mar se descubría.
En esto, un bravo viento se levanta,
que maestral se llama, cuya furia
dicen los marineros que es tan fuert[e],
que las tupidas velas y las jarcias
del más recio navío y más armado
no pueden resistirla, y es forzoso
acudir al abrigo más cercano,
si su rigor acaso lo concede.

ZAHARA:

Las levanta[da]s ondas, el ruido
del atrevido viento detenía
los cosarios bajeles en las calas,
sin dejarles salir al mar abierto;
y en otra parte, con furor insano,
mostrando su braveza fatigaba
una galera de cristiana gente
y de riquezas llena, que, corriendo
por el hinchado mar sin remo alguno,
venía a su albedrío, temerosa
de ser sorbida de las bravas ondas;
pero después, a cabo de tres días,
del recio mar y viento contrast[a]d[a],
descubrió tierra, y fue el descubrimiento
de su mayor dolor y desventura,
porque a la misma isla de San Pedro
vino a parar, adonde recogido[s]
estaban los bajeles enemigos,
los cuales, de la presa cudiciosos,
salen, y de furor bélico armados,
la galera acometen destrozada
y de solos deseos defendida.

ZAHARA:

Una pelota pasa en el momento
al capitán el pecho, y a su lado
del lusitano fuerte, muerto cae
un caballero ilustre valenciano.
El robo, las riquezas, los cativos
que los turcos hallaron en el seno
de la triste galera me ha contado
un cristiano que allí perdió la dulce
y amada libertad, para quitarla
a quien quiere rendirse a su rendido.»
Este cristiano, Silvia, este cristiano;
este cristiano es, Silvia, quien me tiene
fuera del ser que a moras es debido,
fuera de mi contento y alegría,
fuera de todo gusto, y estoy fuera,
que es lo peor, de todo mi sentido.

ZAHARA:

Compróle mi marido, y está en casa;
y, puesto que con lágrimas y ruegos,
con sospiros, ternezas y con dádivas,
procuro de ablandar su duro pecho,
al mío, que contino es blanda cera,
el suyo se me muestra de diamante;
ansí que, Silvia, hermana, como has dicho
que al cristiano no es lícito dé gusto
en cosas del amor a mora alguna,
tus razones me tienen ofendida,
y con aquesas mesmas se defiende
Aurelio, a quien ha hecho tan cristiano
el cielo para darme a mí la muerte.

SILVIA:

¿Aurelio dices que por nombre tiene,
señora, ese cristiano?

ZAHARA:

Ansí se llama.

SILVIA:

La galera que dices, según creo,
se llamaba San Pablo, y era nueva
y de la sacra religión de Malta.
Yo en ella me perdí, y aun [ima]gino
que conozco a ese Aurelio, y es un mozo
de rostro hermoso y de nación hispana.

ZAHARA:

Sin duda has acertado, ¡ay, Silvia mía!
¿Quién es este enemigo de mi gloria?
¿Es caballero, o rústico villano?
Que todo lo parece en su apostura
y dura condición: el talle ilustre,
de la ciudad; la condición, del monte.

SILVIA:

A mí, pobre escudero me parece,
según en la galera se trataba;
que de su hacienda no sé más, señora.

ZAHARA:

Ni yo sé qué te diga, ¡oh Silvia, Silvia!,
sino que a tal estremo soy venida,
que le tengo de amar, sea quien se fuere.
Sólo te ruego que procures, Silvia,
de ablandar esta tigre y fiera hircana,
y atraerla con dulces sentimientos
a que sienta la pena que padece
esta mísera esclava de su esclavo;
y si esto, Silvia, haces, yo te juro
por todo el Alcorán de buscar modo
cómo con brevedad alegre vuelvas
al patrio dulce suelo deseado.

SILVIA:

Deja, señora, al cargo a Silvia dello,
que tu verás lo que mi industria hace
por gusto tuyo y por provecho mío.

(AURELIO, solo.)
AURELIO:

   ¡Oh sancta edad, por nuestro mal pasada,
a quien nuestros antiguos le pusieron
el dulce nombre de la Edad dorada!
    ¡Cuán seguros y libres discurrieron
la redondez del suelo los quen ella
la caduca mortal vida vivieron!
    No sonaba en los aires la querella
del mísero cautivo, cuando alzaba
la voz a mal decir su dura estrella.
    Entonces libertad dulce reinaba
y el nombre odioso de la servidumbre
en ningunos oídos resonaba.
    Pero, después que sin razón, sin lumbre,
ciegos de la avaricia, los mortales,
cargados de terrena pesadumbre,
    descubrieron los rubi[o]s minerales
del oro que en la tierra se escondía,
ocasión principal de nuestros males,
    este que menos oro poseía,
envidioso de aquel que, con más maña,
más riquezas en uno recogía,
    sembró la [c]ruda y la mortal cizaña
del robo, de la fraude y del engaño,
del cambio injusto y trato con maraña.

AURELIO:

    Mas con ninguno hizo mayor daño
que con la hambrienta, despiadada guerra,
que al natural destruye y al estraño.
    Ésta consume, abrasa, y echa por tierra,
los reinos, los imperios populosos,
y la paz hermosísima destierra,
    y sus fieros ministros, codiciosos
más del rubio metal que de otra cosa,
turban nuestros contentos y reposos.
    Y, en la sangrienta guerra peligrosa,
pudiendo con el filo de la espada
acabar nuestra vida temerosa,
    la guardan de prisiones rod[e]ada,
por ver si prometemos por libralla
nuestra pobre riqueza mal lograda.

AURELIO:

    Y así, puede el que es pobre y que se halla
puesto entre esta canalla al daño cierto
su libertad a Dios encomendalla,
    o contarse, viviendo, ya por muerto,
como el que en rota nave y mar airado
se halla solo, sin saber dó hay puerto.
    Y no tengo por menos desdichado
al que tiene con qué y el modo ignora
cómo llegar al punto deseado,
    porque esta gente, do bondad no mora,
no dio jamás palabra que cumpliese,
como falsa, sin ley, sin fe y traidora.
    Guardará por su dios al interese,
y do éste no interviene, no se espere
que por sola virtud bondad hiciese.
    Aquí en diverso traje veo que muere
el ministro de Dios, y por su oficio
más abatido es, peor se quiere,
    y el mancebo cristiano al torpe vicio
es dedicado desta gente perra,
do consiste su gloria y ejercicio.

AURELIO:

    ¡Oh cielo santo! ¡Oh dulce, amada tierra!
¡Oh Silvia! ¡Oh gloria de mi pensamiento!
¿Quién de tu alegre vista me destierra?
    Pero, si no me engaño, pasos siento.
Yzuf, mi amo, es éste que aquí viene.
¡Cuán ajeno de sí le trae el tormento!

YZUF:

   Quien con amor amargo se entretiene,
y al duro yugo de su servidumbre
el flaco cuello ya inclinado tiene,
    si del cielo no viene nueva lumbre
que aquella ceguedad de los sentidos
con claros rayos de razón alumbre,
    todos estos remedios son perdidos;
que al fin irán por tierra derribados
los amigos consejos más sabidos.

AURELIO:

    Más viejos y más pláticos soldados
tiene el rey a su mando y su servicio;
déjeme a mí, que tengo otros cuidados;
    mejor será que el trabajoso oficio
de reparar los fosos y muralla
entregue al que de Amor aún es novicio;
    que yo más cruda y más fiera batalla
espero a cada paso, ¡ay suerte dura!,
que teme el alma y ha de atropellalla.
    ¡Oh Silvia, reina de la hermosura!,
por vos a los oficios doy de mano
que pudieran honrarme y dar ven[tura].
   Pero, ¿qué es lo que he dicho? ¡Oh ciego in[sano!]
¿No vale más gozar de aquellos ojos,
que ser señor del áureo suelo hispano?
Tu beldad, Silvia, adoro aquí de hinojos.

(AURELIO vuelve y, hallándole de rodillas, le dice:)
AURELIO:

   ¿Son éstos los despojos, señor mío,
que el gran cuidado mío te procura?
Por cierto que es locura averiguada
mostrar tan derribada la esperanza.
Ten, señor, confianza; espera un poco,
que das muestras de loco en lo que haces.

YZUF:

Poco me satisfaces y contentas,
si consolarme tientas con razones.
¿Has visto las faciones de mi diosa?

AURELIO:

Señor, no he visto cosa. ¿Es ya venida?
Si lo es, retraída está allá dentro.

YZUF:

Sí está, y aun en el centro de mi pecho.

AURELIO:

Ten cierto tu provecho desde hoy más.

YZUF:

Vamos, y verla has, y ten cuidado
de lo que te he rogado, Aurelio amigo.

AURELIO:

El cielo será dello buen testigo.

(Vanse, y sale FÁTIMA sola.)
FÁTIMA:

   El esperado punto es ya llegado
que pide la no vista hechicería
para poder domar el no domado
pecho, que domará la ciencia mía.
Por la región del cielo, el estrellado
carro lleva la noche obscura y fría,
y la ocasión me llama do haré cosas
horrendas, estupendas, espantosas.
    El cabello dorado al aire suelto
tiene de estar, y el cuerpo desceñido,
descalzo el pie derecho, el rostro vuelto
al mar adonde el sol se ha zabullido;
al brazo este sartal será revuelto
de las piedras preñadas que en el nido
del águila se hallan, y esta cuerda
con mi intención la virtud suya acuerda.

FÁTIMA:

    Aquestas cinco cañas, que cortadas
fueron en luna llena por mi mano,
en esta mesma forma acomodadas,
lo que quiero harán fácil y llano;
también estas cabezas, arrancadas
del jáculo, serpiente, en el verano
ardiente allá en la Libia, me aprovechan,
y aun estos granos si en el suelo se echan.
    Esta carne, quitada de la frente
del ternecillo potro cuando nace,
cuya virtud rarísima, excelente,
en todo a mi deseo satisface,
envuelta en esta yerba, a quien el diente
tocó del corderillo cuando pace,
hará que Aurelio venga cual cordero
mansísimo y humilde a lo que quiero.

FÁTIMA:

    Esta figura, que de cera es hecha,
en el nombre de Aurelio fabricada,
será con blanda mano y dura flecha,
por medio el corazón atravesada.
Quedará luego Zahara satisfecha
de aquella voluntad desordenada,
y el helado cristiano vendrá luego
ardiendo en amoroso y dulce fuego.
    A vosotros, ¡oh justos Radamanto
[y Minos!, que con leyes inmutables]
en los escuros reinos del espanto
regís las almas tristes miserables;
si acaso tiene fuerza el ronco canto
o mormurio de versos detestables,
por ellos os conjuro, ruego y pido
ablandéis este pecho endurecido.

FÁTIMA:

    ¡Rápida, Ronca, Run, Raspe, Riforme,
Gandulandín, Clifet, Pantasilonte,
ladrante tragador, falso triforme,
herbárico pastífero del monte,
Herebo, engendrador del rostro inorme
de todo fiero dios, a punto ponte
y ven sin detenerte a mi presencia,
si no desprecias la zoroastra ciencia!

(Sale un DEMONIO y dice:)
DEMONIO:

   La fuerza incontrastable de tus versos
y mormurios perversos me han traído
del reino del olvido a obedecerte;
mas, ¡oh mora!, quel verte en esta empresa
infinito me pesa, porque entiendo
que es ir tiempo perdiendo.

FÁTIMA:

¿Por qué causa?

DEMONIO:

Pon al conjuro pausa, y al momento
satisfaré tu intento en lo que pides,
si acaso tú te mides y acomodas
a mis palabras todas y consejos.
Todos tus aparejos son en vano,
porque un pecho cristiano, que se ar[r]ima
a Cristo, en poco [esti]ma hechicerías.
Por muy diversas vías te con[v]iene
atraerle a que pene por tu amiga.

FÁTIMA:

¿Ansí questa fatiga no aprovecha?

DEMONIO:

En balde ha sido hecha. Mas escucha,
que con presteza mucha y sin rodeo
cumplirás tu de[se]o [e]n este modo:
en el infierno [todo n]o hay quien haga
más cruda y fiera [pl]aga entre cristianos,
aunque muestren más sanos corazones
y limpias intenciones, que es la dura
necesidad que apura la paciencia;
no tiene resistencia esta pasión;
la otra es la ocasión. Si estas dos vienen
y con Aurelio tienen estrecheza,
verás a su braveza derribada
y en blandura tornada, y con sosiego,
regalarse en el fuego de Cupido.

FÁTIMA:

[Pues esas dos te pido que me invíes],
y que no te desvíes desta empresa.

DEMONIO:

Tu mandado se hará con toda priesa.
(Vanse.)