El trato de ArgelEl trato de ArgelMiguel de CervantesJornada III
Jornada III
Salen dos esclavos y dos muchachillos moros, que les salen diciendo estas palabras, que se usan decir en Argel: «Joan, o Juan, non rescatar, non fugir. Don Juan no venir; acá morir, perro, acá morir; don Juan no venir; acá, morir».
ESCLAVO 1º:
¡Bien decís, perros; bien decís, traidores!
Que si don Juan el valeroso de Austria
gozara del vital amado aliento,
a sólo él, a sola su ventura,
la destruición de vuestra infame tierra
guardara el justo y piadoso cielo.
Mas no le mereció gozar el mundo;
antes, en pena de tan graves culpas
como en él se comenten, quiso el hado
cortar el hilo de su dulce vida
y arrebatar el alma el alto cielo.
MUCHACHOS:
¡Don Juan no venir; acá morir!
ESCLAVO 2º:
¡Si él acaso viniera, yo sé cierto
que huyérades vosotros, gente infame!
MUCHACHOS:
¡Don Juan no venir; acá morir!
ESCLAVO 1º:
¡Tú morirás, y no podrás huirte
del duro cativerio del infierno!
MUCHACHOS:
¡Don Juan no venir; acá morir!
ESCLAVO 2º:
Vendrá su hermano, el ínclito Filipo,
el cual, sin duda, ya venido hubiera
si la cerviz indómita y erguida
del luterano Flandes no ofendiese
tan sin vergüenza a su real corona.
MUCHACHOS:
¡Acá morir!
ESCLAVO 1º:
Primero espero ver puestas por tierra
estas flacas murallas, y este nido
y cueva de ladrones abrasado,
pena que justamente le es debida
a sus continos y nefandos vicios.
ESCLAVO 2º:
Será nunca acabar si respondemos;
déjalos ya, Pedro Álvarez, amigo,
que ellos se cansarán, y dime agora
si todavía piensas de huirte.
ESCLAVO 1º:
¡Y cómo!
ESCLAVO 2º:
¿En qué manera?
ESCLAVO 1º:
¿En qué manera?
Por tierra, pues no puedo de otra suerte.
ESCLAVO 2º:
¡Dificultosa empresa, cierto, emprendes!
ESCLAVO 1º:
Pues, ¿qué quieres que haga? Dime, hermano;
que mis ancianos padres, que son muertos,
y un hermano que tengo se ha entregado
en la hacienda y bienes que dejaron,
el cual es tan avaro, que, aunque sabe
la esclavitud amarga que padezco,
no quiere dar, para librarme della,
un real de mi mismo patrimonio.
Como esto considero, y veo que tengo
un amo tan cruel como tú sabes,
y que piensa que yo soy caballero,
y que no hay modo que limosna alguna
llegue a dar el dinero que él me pide,
y la insufrible vida que padezco,
de hambre, desnudez, cansancio y frío,
determino morir antes huyendo,
que vivir una vida tan mezquina.
ESCLAVO 2º:
¿Has hecho la mochila?
ESCLAVO 1º:
Sí, ya tengo
casi diez libras de bizcocho bueno.
ESCLAVO 2º:
¿Pues hay desde aquí a Orán sesenta l[e]g[uas]
y no piensas llevar más de diez libras?
ESCLAVO 1º:
No, porque tengo hecha ya una pasta
de harina y huevos, y con miel mezclada,
y cocida muy bien, la cual me dicen
que da muy poco della gran sustento;
y si esto me faltare, algunas yerbas
pienso comer con sal, que también llevo.
ESCLAVO 2º:
¿Zapatos llevas?
ESCLAVO 1º:
Sí, tres pares buenos.
ESCLAVO 2º:
¿Sabes bien el camino?
ESCLAVO 1º:
¡Ni por pienso!
ESCLAVO 2º:
Pues, ¿cómo piensas ir?
ESCLAVO 1º:
Por la marina;
que agora, como es tiempo de verano,
los alárabes todos a la sierra
se retiran, buscando el fresco viento.
ESCLAVO 2º:
¿Llevas algunas señas por do entiendas
cuál es de Orán la deseada tierra?
ESCLAVO 1º:
Sí llevo, y sé que he de pasar primero
dos ríos: uno del Bates nombrado,
río del azafrán, que está aquí junto;
otro, el de Hiqueznaque, que es más lejos.
Cerca de Mostagán, y a man derecha,
está una levantada y grande cuesta,
que dicen que se llama el Cerro Gordo,
y puesto encima della se descubre
frente por frente un monte, que es la Silla,
que sobre Orán levanta la cabeza.
ESCLAVO 2º:
¿Caminarás de noche?
ESCLAVO 1º:
¿Quién lo duda?
ESCLAVO 2º:
¿Por montañas, por riscos, por honduras
te atreves a pasar, en las tinieblas
de la cerrada noche, sin camino
ni senda que te guíe adonde quieres?
¡Oh libertad, y cuánto eres amada!
Amigo dulce, el cielo sancto haga
salir con buen suceso tu trabajo.
Dios te acompañe.
ESCLAVO 1º:
Y Él vaya contigo.
(AURELIO y SILVIA.)
[AURELIO]:
Dádome ha la Fortuna por descuento
de todo mi trabajo, Silvia mía,
la gloria de mirarte y el contento.
Mi pena será vuelta en alegría
de hoy más, pues que te veo, Silvia amada,
y mi cerrada noche en claro día.
SILVIA:
Yo soy, mi bien, la bien afortunada,
pues que torno a gozar de tu presencia,
de lo que estaba ya desconfiada.
AURELIO:
¿Cómo os ha ido, esposa, en esta ausencia,
en poder desta gente que no alcanza
razón, virtud, valor, almas, conciencia?
SILVIA:
Como he tenido y tengo la esperanza
puesta en el Hacedor de tierra y cielo
con cristiana y segura confianza,
por su bondad, aun tengo el casto velo
guardado, y con su ayuda sancta espero
no tener de mancharle algún recelo.
AURELIO:
Sabrás, esposa dulce, que el artero
y vengativo Amor ha salteado
con áspero rigor, airado y fiero,
el pecho de mi ama, y le ha llagado
de una llaga incurable, pues le tiene
deste pecho, que es tuyo, enamorado,
y a doquiera que voy comigo viene;
y, según que la mora me declara,
con el solo mirarme se entretiene.
SILVIA:
Todo ese cuento ya me ha dicho Zahara,
y me ha pedido que yo a ti te pida
no quieras desdeñarla así a la clara.
También no pasa menos triste vida
Yzuf, nuestro amo, que también me adora,
con fe que, a lo que creo, no es fingida.
AURELIO:
¡Oh pobre moro!
SILVIA:
¡Oh desdichada mora!
AURELIO:
¡Cómo enviáis en vano al vano viento
vuestros vanos suspiros de hora en hora!
También me ha dicho Yzuf todo su intento
y me ha rogado que yo a vos os ruegue
algún alivio deis a su tormento.
Mas antes con airada furia llegue
una saeta que me pase el pecho,
y esta alma de las carnes se despegue,
que tan a costa mía su provecho
y tan en daño vuestro procurase,
aunque él quede de mí mal satisfecho.
SILVIA:
Si en este caso, Aurelio, nos bastase
mostrar a éstos voluntad trocada,
sin que el daño adelante más pasase,
tendríalo por cosa yo acertada,
porque deste fingir se granjearía
el no estorbarnos nuestra vista amada.
Dirás a Zahara que por causa mía
no te muestras tan áspero, y yo al moro
diré que mucho puede tu porfía;
y, guardando los dos este decoro
con discreción podremos fácilmente
aplacar con el vernos nuestro lloro.
AURELIO:
El parecer que has dado es excelente,
y haráse cual lo ordenas, y entre tan[to],
quizá se aplacará el hado inclemente.
Yo escribiré a mi padre en el quebranto
en que estamos los dos; tú, Silvia, puedes
escribir a los tuyos otro tanto.
Y, porque a veces tienen las paredes,
según se dice, oídos, Silvia mía,
agradeciendo al cielo estas mercedes,
pasemos esta plática a otro día.
(OCASIÓN, NECESIDAD, AURELIO, ZAHARA y FÁTIMA. Sale primero la OCASIÓN y la NECESIDAD.)
OCASIÓN:
Necesidad, fiel ejecutora
de cualquiera delicto que te ofrece
la pública ocasión o la secreta,
ya ves cuán apremiadas y forzadas
del Herebo infernal habemos sido,
para venir a combatir la roca
del pecho encastillado de un cristiano,
que está rebelde y muestra que no teme
del niño y ciego dios la grande fuerza.
Es menester que tú le solicites
y te le muestres, siempre a todas horas,
en el comer, y en el vestir y en todas
las cosas que pensare o pretendiere.
Yo, por mi parte, de contino pienso
ponérmele delante y la melena
de mis pocos cabellos ofrecerle,
y detenerme un rato, porque pueda
asirme della, cosa poco usada
de mi ligera condición y presta.
NECESIDAD:
Bien puedes, Ocasión, estar segura
que yo haré por mi parte maravillas
si tu favor y ayuda no me falta.
Pero ves, aquí viene el indomable;
aprecíbete, hermana, y derribemos
la vana presunción deste cristiano.
(Sale AURELIO.)
[AURELIO]:
¿Que no ha de ser posible, pobre Aurelio,
el defenderte desta mora infame,
que por tantos caminos te persigue?
Sí será, sí, si no me niega el cielo
el favor que hasta aquí no me ha negado.
De mil astucias usa y de mil mañas
para traerme a su lascivo intento:
ya me regala, ya me vitupera,
ya me da de comer en abundancia,
ya me mata de hambre y de miseria.
NECESIDAD:
Grande es, por cierto, Aurelio, la que tienes.
[AURELIO]:
Grande necesidad, cierto, padezco.
NECESIDAD:
Rotos traes los zapatos y vestido.
AURELIO:
Zapatos y vestidos tengo rotos.
NECESIDAD:
En un pellejo duermes, y en el suelo.
AURELIO:
En el suelo me acuesto en un pellejo.
NECESIDAD:
Corta traes la camisa, sucia y rota.
AURELIO:
Sucia, corta camisa y rota traigo.
OCASIÓN:
Pues yo sé, si quisieses, que hallarías
ocasión de salir dese trabajo.
AURELIO:
Pues yo sé, si quisiese, que podría
salir desta miseria a poca costa.
OCASIÓN:
Con no más de querer a tu ama Zahara,
o con dar muestras sólo de quererla.
AURELIO:
Con no más de querer bien a mi ama,
o fingir que la quiero, me bastaba.
Mas, ¿quién podrá fingir lo que no quiere?
NECESIDAD:
Necesidad te fuerza a que lo hagas.
AURELIO:
Necesidad me fuerza a que lo haga.
OCASIÓN:
¡Oh, cuán rica que es Zahara y cuán hermosa!
AURELIO:
¡Cuán hermosa y cuán rica que es mi ama!
NECESIDAD:
Y liberal, que hace mucho al caso,
que te dará a montón lo que quisieres.
AURELIO:
Y, siendo liberal y enamorada,
daráme todo cuanto le pidiere.
OCASIÓN:
Estraña es la ocasión que se te ofrece.
AURELIO:
Estraña es la ocasión que se me ofrece,
mas no podrá torcer mi hidalga sangre
de lo que es justo y a sí misma debe.
OCASIÓN:
¿Quién tiene de saber lo que tú haces?
Y un pecado secreto, aunque sea grave,
cerca tiene el remedio y la disculpa.
AURELIO:
¿Quién tiene de saber lo que yo hago?
Y una secreta culpa no merece
la pena que a la pública le es dada.
OCASIÓN:
Y más, que la ocasión mil ocasiones
te ofrecerá secretas y escondidas.
AURELIO:
Y más, que a cada paso se me ofrecen
secretas ocasiones infinitas.
¡Cerrar quiero con una! ¡Aurelio, paso,
que no es de caballero lo que piensas,
sino de mal cristiano, descuidado
de lo que a Cristo y a su sangre debe!
NECESIDAD:
Misericordia tuvo y tiene Cristo
con que perdona siempre las ofensas
que por necesidad pura le hacen.
AURELIO:
Pero bien sabe Dios que aquí me fuerza
pura necesidad, y esto reciba
el cielo por disculpa de mi culpa.
OCASIÓN:
Agora es tiempo, Aurelio; agora puedes
asir a la ocasión por los cabellos.
¡Mira cuán linda, dulce y amorosa
la mora hermosa viene a tu mandado! (Sale ZAHARA.)
ZAHARA:
Aurelio, ¿solo estás?
AURELIO:
¡Y acompañado!
ZAHARA:
¿De quién?
AURELIO:
De un amoroso pensamiento.
ZAHARA:
¿Quién es la causa? Di.
AURELIO:
Si te la digo,
podría ser que ya no me llamases
riguroso, cruel, desamorado.
NECESIDAD:
¡Obrando va tu fuerza, compañera!
OCASIÓN:
¿Pues no ha de obrar? Escucha en lo que para.
ZAHARA:
Si eso ansí fuese, Aurelio, dichosísima
sería mi ventura, y tú serías
no menos venturoso, dulce Aurelio.
Y, porque más de espacio y más a solas
me puedas descubrir tu pensamiento,
sígueme, Aurelio, agora que se ofrece
la ocasión de no estar Yzuf en casa.
AURELIO:
Sí siguiré, señora; que ya es tiempo
de obedecerte, pues que soy tu esclavo.
NECESIDAD:
Por tierra va, Ocasión, el fundamento
del bizarro cristiano. ¡Ya se rinde!
OCASIÓN:
¡Tales combates juntas le hemos dado!
Entrémonos con Zahara en su aposento,
y allí de nuevo, cuando Aurelio entrare,
tornaremos a darle tientos nuevos. (Éntranse, y queda AURELIO solo.)
AURELIO:
Aurelio, ¿dónde vas? ¿Para dó mueves
el vagaroso paso? ¿Quién te guía?
¿Con tan poco temor de Dios te atreves
a contentar tu loca fantasía?
Las ocasiones fáciles y leves
que el lascivo regalo al alma envía
tienen de persuadirte y derribarte
y al vano y torpe amor blando entregarte.
¿Es éste el levantado pensamiento
y el propósito firme que tenías
de no ofender a Dios, aunque en tormento
acabases tus cortos, tristes días?
AURELIO:
¿Tan presto has ofrecido y dado al viento
las justas, amorosas fantasías,
y ocupas la memoria de otras vanas,
inhonestas, infames y livianas?
¡Vaya lejos de mí el intento vano!
¡Afuera, pensamiento malnacido!
¡Que el lazo enredador de amor insano,
de otro más limpio amor será rompido!
¡Cristiano soy, y he de vivir cristiano;
y, aunque a términos tristes conducido,
dádivas o promesa, astucia o arte,
no harán que un punto de mi Dios me aparte! (Sale FRANCISCO, el muchacho hermano del niño que vendieron en la segunda jornada, y dice:)
FRANCISCO:
¿Has visto, Aurelio, a mi hermano?
AURELIO:
¿Dices a Juanico?
FRANCISCO:
Sí.
AURELIO:
Poquito habrá que le vi.
FRANCISCO:
¡Oh sancto Dios soberano!
AURELIO:
¿Padeces algún tormento,
Francisco?
FRANCISCO:
Sí; una fatiga
que no sé como la diga,
aunque sé cómo la siento;
y no quieras saber más,
para entender mi cuidado,
sino que mi hermano ha dado
el ánima a Satanás.
AURELIO:
¿Ha renegado, por dicha?
FRANCISCO:
¿Dicha llamas renegar?
Si él lo viene a efectuar,
ello será por desdicha.
Ha dado ya la palabra
de ser moro, y este intento
en su tierno pensamiento
con regalos siempre labra.
AURELIO:
Vesle, Francisco, a do asoma.
¡Bizarro viene, por cierto!
FRANCISCO:
Estos vestidos le han muerto:
que él ¿qué sabe qué es Mahoma?
AURELIO:
Vengáis norabuena, Juan.
JUAN:
¿No saben ya que me llamo...
AURELIO:
¿Cómo?
JUAN:
...ansí como mi amo?
FRANCISCO:
¿En qué modo?
JUAN:
Solimán.
FRANCISCO:
¡Tósigo fuera mejor,
que envenenara aquel hombre
que ansí te ha mudado el nombre!
¿Qué es lo que dices, traidor?
JUAN:
Perro, poquito de aqueso,
que se lo diré a mi amo.
¿Porque Solimán me llamo,
me amenaza? ¡Bueno es eso!
FRANCISCO:
¡Abrázame, dulce hermano!
JUAN:
¿Hermano? ¿De cuándo acá?
¡Apártase el perro allá;
no me toque con la mano!
FRANCISCO:
¿Por qué conviertes en lloro
mi contento, hermano mío?
JUAN:
Ése es grande desvarío.
¿Hay más gusto que ser moro?
Mira este galán vestido,
que mi amo me le ha dado,
y otro tengo de brocado,
más bizarro y más polido.
Alcuzcuz como sabroso,
sorbeta de azúcar bebo,
y el corde, que es dulce, pruebo,
y pilao, que es provechoso.
JUAN:
Y en vano trabajarás
de aplacarme con tu lloro;
mas, si tú quieres ser moro,
a fe que lo acertarás.
Toma mis consejos sanos,
y veráste mejorado.
Adiós, porque es gran pecado
hablar tanto con cristianos. (Vase.)
FRANCISCO:
¿Hay desventura igual en todo el suelo?
¿Qué red tiene el demonio aquí tendida
con que estorba el camino de ir al cielo?
¡Oh tierna edad, cuán presto eres vencida,
siendo en esta Sodoma recuestada
y con falsos regalos combatida!
AURELIO:
¡Oh, cuán bien la limosna es empleada
en rescatar muchachos, que en sus pechos
no está la santa fe bien arraigada!
¡Oh, si de hoy más, en caridad deshechos
se viesen los cristianos corazones,
y fuesen en el dar no tan estrechos,
para sacar de grillos y prisiones
al cristiano cativo, especialmente
a los niños de flacas intenciones!
En esta sancta obra ansí excelente,
que en ella sola están todas las obras
que a cuerpo y alma tocan juntamente.
Al que rescatas, de perdido cobras,
reduces a su patria el peregrino,
quítasle de cien mil y más zozobras:
de hambre, que le aflige de contino;
de la sed insufrible, y de consejos
que procuran cerrarle el buen camino;
de muchos y continos aparejos
que aquí el demonio tiende, con que toma
a muchachos cristianos y aun a viejos.
¡Oh secta fementida de Mahoma;
ancha casaca poco escrupulosa,
con qué facilidad los simples doma!
FRANCISCO:
¡Mándasme, buen Aurelio, alguna cosa?
AURELIO:
Dios te guíe, Francisco, y ten paciencia;
que la mano bendita poderosa
cura[rá] de tu hermano la dolencia. (Vase FRANCISCO, y, yéndose a salir AURELIO, sale SILVIA y dice:)
SILVIA:
¿Dó vas, Aurelio, dulce amado esposo?
AURELIO:
A verte, Silvia, pues tu vista sola
es el perfecto alivio a mis trabajos.
SILVIA:
También el verte yo, mi caro Aurelio,
es el remedio de mis graves daños.
(Abrázanse, y estánlo mirando sus amos; y ZAHARA va a dar a SILVIA, YZUF a AURELIO.)
ZAHARA:
¡Perra! ¿Y esto se sufre ante mis ojos?
YZUF:
Perro, traidor esclavo! ¿Con la esclava?
ZAHARA:
No, no señor; no tiene culpa Aurelio,
que al fin es hombre, sino esta perra esclava.
YZUF:
¿La esclava? No señora. ¡Este maldito,
forjador e inventor de mil embustes,
tiene la culpa destas desvergüenzas!
ZAHARA:
Si esta lamida, si esta descarada
no le diera ocasión, no se atreviera
Aurelio ansí abrazarla estrechamente.
AURELIO:
No, por cierto, señores; no ha nacido
nuestra desenvoltura de ocasiones
lascivas, según da las muestras dello,
sino que a Silvia le rogaba agora
me hiciese una merced que ha muchos días
que se la pido, y no por mi interese;
y ella también a mí me ha persuadido
un servicio le hiciese que conviene
para mejor servir la casa vuestra.
Y, por habernos concedido entrambos
aquello que pedía el uno al otro,
en señal de contento nos hallastes
de aquel modo que vistes abrazados,
sin manchar los honestos pensamientos.
YZUF:
¿Es verdad esto, Silvia?
SILVIA:
Verdad dice.
YZUF:
¿Qué pediste tú a él?
SILVIA:
Poco te importa
saber lo que yo a Aurelio le pedía.
ZAHARA:
¿Concediótelo, en fin?
SILVIA:
Como yo quise.
YZUF:
Entraos adentro, que por fuerza os creo;
porque, si no os creyese, convendría
castigar vuestro exceso con mil penas. (Éntranse AURELIO y SILVIA.)
Sabréis, señora, que en este mismo punto,
viniendo por el Zoco, me fue dicho
cómo el rey me mandaba que llevase
a Silvia con Aurelio a su presencia;
y tengo para mí que algún tresleño
y mal cristiano, que a los dos conoce,
al rey debe de haber significado
cómo son de rescate estos cativos;
y, como el rey está tan mal conmigo,
porque acetar no quise el cargo y honra
de reparar los fosos y murallas,
quiéremelos quitar, sin duda alguna.
ZAHARA:
El remedio que en esto se me ofrece
es advertir a Aurelio que no diga
al rey que es caballero, sino un pobre
soldado que iba a Italia, y que esta Silvia
es su mujer; y si esto el rey creyese,
no querrá por el tanto que costaron
quitártelos, que el precio es muy subido.
YZUF:
Muy bien dices, señora; ven, entremos
y demos este aviso a los dos juntos. (Vanse.)