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El vaso de elección/Acto I

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Elenco
El vaso de elección
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto I

Acto I

Suena dentro ruido de alegría, y sale ELIUD, de camino.
ELIUD:

  Yo llego a buena ocasión,
que estos que alegres cantando
vienen, pescadores son,
que, esta ribera alegrando,
ponen al mar atención.
Y el gran mar de Galilea
parece que lisonjea
sus rústicas voces tanto,
que les paga en calma el canto
con apacible marea.
(Gritan dentro.)
  La grita pasa adelante,
y aquí viene un pescador.

(Sale un PESCADOR con un azadón al hombro, y comienza a cavar.)
PESCADOR:

Aqueste sitio es bastante
para el tálamo.

ELIUD:

¡Ah, señor!

PESCADOR:

¿Quién es?

ELIUD:

Cierto caminante
  que viene muy bien criado
y es preguntador cruel.

PESCADOR:

Vos seáis muy bien llegado;
que yo también soy fiel
respondedor.

ELIUD:

Bien hablado:
no se lo puedo negar.

PESCADOR:

Comenzad a preguntar
si prolijo habéis de ser;
que yo os pienso responder
sin que deje de cavar,
  porque han de poner aquí
los novios.

ELIUD:

Eso entendí
preguntaros.

PESCADOR:

Y estará
vuestra pregunta de mí,
  según eso, satisfecha.

ELIUD:

Aún falta más.

PESCADOR:

¿No aprovecha
lo dicho?

ELIUD:

Quiero saber
el nombre de la mujer
y del novio.

PESCADOR:

Cuenta estrecha.

ELIUD:

  No os pese; que semejantes
sucesos suelen servir
de alivio de caminantes.

PESCADOR:

En acabando de oír
sus nombres, quedáis como antes;
que quien vive en las ciudades,
mal los destas soledades
conocerá por los nombres;
mas de las mujeres y hombres
os diré nombres y edades,
  para que vais satisfecho
y os dejéis de preguntar.
Ya aquesto a que vine es hecho.

ELIUD:

El cielo de mar a mar,
para premiar vuestro pecho,
  siempre que la red caléis,
colme de vario pescado,
con que próspero quedéis.

PESCADOR:

El nombre del desposado
muchos años preguntéis.
  Primeramente, es Simón
Pedro, un pescador de fama,
que él y su hermano lo son.

ELIUD:

¿Cómo su hermano se llama?

PESCADOR:

Andrés, mozo de opinión.
  que esta ribera del mar
de Galilea los tiene
por sus Neptunos, y a dar
todos sus peces les viene
en comenzando a pescar.
  Los dos tienen un navío,
y están muy ricos los dos,
que con celestial rocío
les hace mil bienes Dios
por su virtud.

ELIUD:

Yo lo fío.

PESCADOR:

  Treinta y nueve o cuarenta años
será de los dos la edad,
de muchos hombres extraños,
porque es gente de verdad
y de ningunos engaños.
  Conociendo esto, le ha dado
Aristóbolo a su hija,
que es un ciudadano honrado
de Betsaida, y regocija
hoy todo el margen sagrado
  del mar este casamiento.
Y no queda pescador
que con diverso instrumento
no dé a los novios honor
y al desposorio contento.
  El Zebedeo y María
Salomé, su esposa amada,
apadrinan este día
los novios, que es gente honrada,
de noble sangre judía.
  Vienen con ellos también
Juan y Jacobo, sus dos
amados hijos, a quien
ha de hacer mil bienes Dios,
porque son hombres de bien.
  Treinta y tres años tendrá
Jacobo, y Juan veintitrés,
que, visto, parecerá
de la cabeza a los pies
que con pincel hecho está.

PESCADOR:

Dios os guarde.
La boda llegando va,
y con apacible tarde
el mar aplauso le da.

(Gritan.)
(Entren los pescadores que pudieren, y uno con un árbol, que es el tálamo; y luego JACOBO, ANDRÉS y JUAN, de pescadores, y PEDRO y PERPETUA de las manos, ella en cabello y vestida de aldeana, y de la mano de PERPETUA MARÍA SALOMÉ, también el cabello tendido, de manto azul, vestida a lo judío, y el ZEBEDEO, y ponen el tálamo, y cantan y bailan.)
MÚSICOS:

  Tálamo de amor,
¡cuán bien que parecéis hoy!

UNO SOLO:

No parece el alba,
no parece el sol,
no parece el Mayo
la mitad que vos.
Siempre a vuestros ojos
cante el ruiseñor
canciones de amor
y de celos no.
Vuestras ramas vista
en cada ocasión,
el Mayo de fruta
y el Abril de flor.

PESCADOR:

Dios os guarde.
La boda llegando va,
y con apacible tarde
el mar aplauso le da.

(Gritan.)
(Entren los pescadores que pudieren, y uno con un árbol, que es el tálamo; y luego JACOBO, ANDRÉS y JUAN, de pescadores, y PEDRO y PERPETUA de las manos, ella en cabello y vestida de aldeana, y de la mano de PERPETUA MARÍA SALOMÉ, también el cabello tendido, de manto azul, vestida a lo judío, y el ZEBEDEO, y ponen el tálamo, y cantan y bailan.)
MÚSICOS:

  Tálamo de amor,
¡cuán bien que parecéis hoy!

UNO SOLO:

No parece el alba,
no parece el sol,
no parece el Mayo
la mitad que vos.
Siempre a vuestros ojos
cante el ruiseñor
canciones de amor
y de celos no.
Vuestras ramas vista
en cada ocasión,
el Mayo de fruta
y el Abril de flor.

MÚSICOS:

Tálamo de amor,
¡qué bien que parecéis hoy!

ZEBEDEO:

  Ya está el tálamo en el puesto;
los novios se sienten, pues,
como es costumbre, y después
por su orden todo el resto.
  Y no quede castañeta
que hoy no se rompa, ni son
que no diga de Simón
la ventura: el que es poeta,
  versos haga de repente;
el que toca, de contento
loco deje el instrumento
para otro día siguiente;
  el que de bailar se precia.
mudanzas haga a porfía;
que no hay cosa de alegría
en los desposorios necia:
  que a fe que si me cogiera
a mí un poco atrás la edad...

PEDRO:

Compadre, la voluntad
estimo.

ZEBEDEO:

¡Pardiez! si hiciera
  de mejor gana que cuando
con María Salomé,
compadre, me desposé.
Mas a Jacob y a Juan mando
  que bailen en mi lugar,
porque no falte el placer.

MARÍA SALOMÉ:

Zebedeo, obedecer
sabrán, pero no bailar;
  que son rústicos en eso.

ANDRÉS:

Aquí zagales están
que por todos bailarán
hasta que queden sin seso.
  Yo con mi hermano Simón
y con Perpetua, mi hermana,
bailar pienso una semana.

PEDRO:

Pues, Andrés, vaya de son.
  Bien hayas tú, que celebras
con tal gozo y alegría
de mi desposorio el día,
y a la fortuna le quiebras
  los ojos de regocijo,
pues no ha sido mi ventura,
Andrés, para más cordura,
ni el bien que contento elijo.
  Dichoso mil veces yo,
Perpetua, que merecí
tu mano, que para mí
el cielo predestinó,
  porque antes de hacernos Dios,
tanto sin ser nos quisimos,
que dentro en su mente fuimos
para en uno ambos a dos.
  Allí amores te decía,
allí la mano me dabas,
y conmigo celebrabas
la ventura deste día.

PEDRO:

  Y hoy que ha llegado, no hay cosa
que con mi dichoso estado
no se haya regocijado
viéndote, Perpetua hermosa.
  Mira el mar de Galilea
que su término forzoso,
no pudiendo de furioso,
de alegre pasar desea,
  rompiendo al cielo la fe;
y puede ser que presuma
querer cotejar su espuma
con la nieve de tu pie.
  Mira los peces saltando
con las escamadas colas,
y las peñas con las olas
parece que están jugando.
  Y no hay marítimo risco
en el mar de Galilea
que no arroje por grajea
de fuente de ovas marisco.
  Que para que en él te quedes
te hace, esposa, el mar sagrado
mil presentes de pescado
siendo tus ojos las redes.

PEDRO:

  Que para tu celestial
garganta, en llegando a verte,
feudo eterno ha de ofrecerte
de perlas y de coral.
  Mi nao, que en la espuma cana
como pavón se enloquece,
corona del mar parece
y oriente de la mañana.
  Y a la aurora desafía,
porque con tus bellos soles
ha de tener dos faroles
que han de dar más luz que el día.
  Y no temiendo los bancos
del mar, con mil gallardetes,
por mesanas y trinquetes
muestra los costados blancos.
  Al fin, nao, mar, peces, peñas,
y cuantos viéndome están,
todos parabién me dan
o con lenguas o con señas.
  Y yo en aquesta ocasión,
mirando gloria tan alta,
aunque la razón les falta,
digo que tienen razón.
  Tanto en ellos ha podido
y en mí el bien de mi cuidado,
que ellos sentido han cobrado
y yo solo le he perdido.

PERPETUA:

  Estimo tu voluntad
y tu amor, como es razón,
y entiendo que en mí, Simón,
vive la propia verdad.
  Por la mujer más dichosa
me tengo que puede haber
en haber venido a ser,
Simón, tu mujer y esposa.
  Y no hay sentido que en mí
esta dicha no celebre,
y a solas no se requiebre
después que te ha dado el sí.
  Los ojos dicen que ven
por los tuyos, y que son
por donde hasta el corazón
dio el alma entrada a este bien.
  A los oídos no suena
música como tu voz,
que entra el alma más veloz
cual si fuese de sirena.
  Dice el olfato que el mayo,
con tan grande variedad,
no le huele la mitad,
Pedro, que tu tosco sayo.

PERPETUA:

  El gusto, que no ha comido
tal cosa como tu amor;
pues de las manos, mejor
dirás tú lo que han sentido.
  Pues con llamallas tú nieve,
brasas de amor se han tornado
después, Pedro, que han tocado
las tuyas, que un fuego llueve
  desde el corazón aquí,
que no sé si son antojos,
que me sale por los ojos
y que me deja sin mí.
  Yo, a la fe, no sé qué son,
si son de amor maravillas,
haciéndome están cosquillas
en el mismo corazón.

JACOBO:

  Ruego a Dios que muchos años
os gocéis los dos, amén,
y que os dé Dios tanto bien
que no conozcáis los daños.
  Cuando la red caléis, sea
la pesca tal, que el navío
deje de peces vacío
todo el mar de Galilea.
  Y cuando a estas peñas salga
el pescado, cada cual
vomite una piedra tal,
que más que Betsaida valga.
  Conque a coronarte vengas
por no vista maravilla,
y siendo rey desta orilla,
el dominio del mar tengas.
  Y tanto alcance la fe,
Pedro, que guardas al cielo,
que con corona en el suelo
el mundo te bese el pie.

JUAN:

  Ruego a Dios, Pedro, que seas
piedra en que algún edificio
de que el cielo nos da indicio
comience, y que tú lo veas.
  Que parece tu persona,
que aun en aquesta humildad,
una extraña majestad
secreta al mundo pregona:
  y que desde tu llaneza,
pescando desde esas rocas
que te han dado el ser, que tocas
al cielo con la cabeza.
  Y no te espantes si subes
desde tan bajo lugar,
pues que también desde el mar
suben al cielo las nubes.
  Y tanto te ha de querer
por tu fe Dios, Pedro amigo,
que imagino que contigo
ha de partir el poder.

PEDRO:

  Esos encarecimientos
son para ingenio mayor,
mayor fe, mayor valor,
mayores merecimientos.
  Pero yo, Jacob y Juan,
soy en rostro un avestruz,
que aun no merezco la luz
que esos once orbes me dan.
  Vosotros sí merecéis
lo que a mí me deseáis,
por el valor que mostráis
y la sangre que tenéis.
  Este es general deseo
que se llevan de su idea
la voz, y de Galilea
los hijos del Zebedeo.
  Gran puesto habéis de tener;
que tú, Jacob sin segundo,
lucero has de ser el mundo,
y Juan águila ha de ser.

ZEBEDEO:

  Baste, y un baile paz,
no se nos vaya la boda
en razonamientos toda.

ANDRÉS:

Esto es pollos con agraz.
(Cantan.)
  Tálamo de amor,
¡cuán bien parecéis hoy!
¡Oh cuán bien parecen
Perpetua y Simón!
Como el olmo y yedra,
sentados en vos,
vuestras verdes hojas
las bendiga Dios,
pues cubren dos novios
de tanto valor;
vivan muchos años,
que tal pescador
y tan linda novia
para en uno son.

TODOS:

¡Tálamo de amor,
qué bien que parecéis hoy!

(Aquí bailan, y estando bailando dirá ELIUD dentro.)
ELIUD:

  ¡Que se anega en el mar fiero!
¡Socorro! ¡Socorro! ¡Aquí,
pescadores, acudí!

ANDRÉS:

Allí lucha un caballero
  del mar con las olas fieras,
porque dellas contrastado
su caballo le ha arrojado.

PEDRO:

Pues, Andrés, ¿a cuándo esperas?
  Desnúdate y sígueme,
pues que puede ser su vida
de nosotros socorrida
y en tal peligro se ve.<poem>

PERPETUA:

  Ya Pedro al mar se arrojó,
Andrés, Jacobo y Juan.

ZEBEDEO:

Ya con él todos están.

MARÍA:

Ya Pedro un brazo le asió.

PERPETUA:

  Ya con mil ansiosos lazos
de la muerte, el caballero
le abraza.

ZEBEDEO:

Ya del mar fiero
le saca Simón en brazos.

(Salen todos con SAULO, vestido a lo romano, y mojados.)
PEDRO:

  Ánimo; que de la guerra
del mar, libre en esta parte
estáis ya.

SAULO:

Quiero besarte
mil veces, amada tierra,
  y a ti los pies juntamente,
pues que te debo la vida,
casi anegada y perdida
ya en el mar.

 

PEDRO:

El cielo aumente
  la que os dejó, forastero
noble; que el cielo os la dio,
que poco importara yo
contra el furor del mar fiero.
  Sentaos, que estaréis cansado
del mar, y dadnos razón
de quién sois, y a qué ocasión
el margen del mar sagrado
  de Galilea pisasteis,
y a dónde es vuestro camino.

SAULO:

Daros gusto determino,
ya que del mar me librasteis.
  Del tribu de Benjamín
soy, linaje antiguo y claro,
de los doce que a Israel
dio Jacob, padre de tantos.
Fue Giscalis patria mía
y de mis padres, y entrando
los romanos a ocupalla,
fuéronse a vivir a Tarso,
donde gozan, como en Roma,
los privilegios romanos
sus ciudadanos, nobleza
que las colonias gozaron.

SAULO:

De aquí mis padres, pequeño,
para estudiar me enviaron
a la gran Jerusalén,
del mundo asombro y milagro.
Física y humanas letras
aprendí, y del gran letrado
y maestro Gamaliel,
ingenio divino y raro,
aprendí la teología
de nuestra ley, siendo espanto
del más experto rabí,
en tiernos y verdes años.
Llámanme a Tarso mis padres
ahora, y he sospechado
que es para casarme, cosa
a que me muestro contrario.
Compré de casa de Herodes
para partirme un caballo,
que del codón al copete
es todo un tigre estrellado.
Cuyas clines de manera
le ensoberbecen, que estando
viendo su sombra, parece
el que dio fama a Alejandro.

SAULO:

Mandóle Herodes vender
porque una vez de palacio
saltando con Herodías,
que es hechizo de sus brazos,
cayó con ella, y pluguiera
al cielo le hubiera dado
en su vientre sepultura,
como el caballo troyano,
antes que hubiera pedido
de Juan, el profeta santo
que fue del Jordán Elías
y voz de Dios en sus campos,
aquella heroica cabeza,
que fue el más costoso plato
que pudo para su gusto
darle el Tetrarca tirano.
Al fin, de Jerusalén
salí con solo un criado,
en mi caballo los ojos
de todo el mundo llevando,
tan soberbio y tan airoso,
que en la silla levantado,
miraba las herraduras
de los pies y de las manos.

SAULO:

Llegué al mar de Galilea,
que antes de mirar de Tarso
los homenajes soberbios,
quise ver el mar sagrado,
este caballo del cielo,
siempre de espuma argentado,
que con un freno de arena
le detiene Dios el paso;
este, que de leños solos
se sustenta, este que armado
de montes de agua, parece
que se come estos peñascos,
en cuyos humildes senos,
camarines apartados,
forman varias taraceas
coral y huesos humanos;
de su calma a la lisonja
me llegué con mi caballo,
dándome el mar osadía
a bañarle pies y manos.
El Bucéfalo atrevido,
con la espuma del mar cano,
se juzgó el toro de Europa,
las olas menospreciando;
y una, soberbia, queriendo
satisfacer al agravio
del menosprecio, en el golfo
nos arrojó sin pensarlo.

SAULO:

El caballo comenzó
a nadar, porque enseñados
nacieron para el peligro
los brutos, de razón fa tos.
Yo, procurando volvelle
al margen, sacando el brazo
afirméme en los estribos
y apreté el freno en la mano.
«No te espantes», como César
le dije para animarlo,
«del mar adversa fortuna,
pues llevas sobre ti a Saulo.»
Entonces, como corrido
de que por cobarde y flaco
le hubiese tenido, echóme
con los corcovos por alto.
Recibiéronme las olas
con mil fingidos abrazos;
que como engendran sirenas,
todo es traiciones y engaños.
Probé a contrastar su furia,
mas fue pensamiento vano,
haciendo barca del cuerpo
y remos de los dos brazos.

SAULO:

Vime anegar y di voces,
y dio voces mi criado,
a tiempo que estaba yo
con la muerte entre los labios.
Y a no poner diligencia
vuestra piedad, fuera Saulo
manjar de hambrientos delfines
que mi fortuna anunciaron.
Gracias le doy a los cielos,
que hoy la vida, por milagro,
me dieron, siendo instrumento
vuestra piedad, en tal caso.
A quien ruego, pescadores
generosos, que más años
que tiene esta playa arenas
y hojas estos montes altos,
átomos la luz del día,
el cielo luceros claros,
gotas de agua el mar, los hombres
todos pensamientos varios,
de vida tengáis, y queden
vuestros nombres siglos largos
escritos en las memorias
de los anales humanos.

SAULO:

Y a ti, Pedro, que así entiendo
que los demás te han nombrado,
pues a tus brazos la vida
debo, haga el cielo santo
tan gran pescador, que olvides
el marítimo pescado
y de almas y hombres lo seas,
pues que tu valor es tanto.
Y esa nave, de quien eres
dueño de vergas en alto,
la mires con el Mesías
que los tribus aguardamos,
siendo nave militante
de su Iglesia, y tú vicario
de su poder, y en el mar
su piloto soberano.
Que yo, con la obligación
que tengo, seré entretanto
con la voluntad y vida
tu perpetuo feudatario.
Siendo, a pesar de los tiempos
envidiosos y contrarios,
amigos hasta la muerte,
como es razón, Pedro y Saulo.

PEDRO:

Yo soy el que gano en ello.
Veis aquí, Saulo, mis brazos.

SAULO:

En ellos hallé la vida
que a vuestra amistad consagro.

ANDRÉS:

Ya que de Jerusalén
venís, contadnos despacio
lo que hay por allá de nuevo;
que los que lejos estamos
de su grandeza, vivimos
con deseo y con cuidado
de saber sus novedades,
pues en ella hay desto tanto
cada día.

SAULO:

Una hay bien nueva
agora, que llegó a Tarso
por maravillosa.

PEDRO:

¿Cómo?

SAULO:

Aquestos días pasados
ha parecido un profeta,
según dicen, hombre santo,
de grave y modesto rostro,
de treinta a treinta y dos años.
Cabello a lo nazareno,
crespo, hasta el hombro, y castaño
como la barba, también
repartida en dos pedazos.
ancha frente y sin arrugas,
ojos serenos y garzos,
nariz afilada, y boca
de dos corales por labios.
Sus palabras son compuestas
y el traje es honesto y llano,
que es una túnica sola
larga y de color morado,
sin costura, que le cubre
hasta el pie, que va descalzo,
con quien no es el blanco armiño,
si con él compite, blanco.
Ninguno reír le ha visto,
y algunos hacer milagros,
a enfermos dando salud
y a muertos resucitando.
En el templo cada día
predica, y el vulgo vario
le sigue, diciendo todos
que es profeta de Dios santo.

PEDRO:

¿Cómo es su nombre?

SAULO:

Jesús.

ANDRÉS:

Nombre altivo y soberano.

PEDRO:

Por la fama solamente
inclinación le he cobrado.

ANDRÉS:

Yo le he de ver, aunque deje
las redes, Simón hermano,
por algunos días.

PEDRO:

Yo,
Andrés, pretendo buscarlo.

JACOBO:

Yo lo determino ver.

JUAN:

Y aun yo, Jacob, he pensado
que es el profeta que dice
nuestro deudo muy cercano,
según las señas.

SAULO:

Jacob
es de Jesús un retrato
en el talle y en el rostro.

MARÍA:

Es, Saulo, su primo hermano,
si es el que pienso, y en él
viven secretos más altos
que nuestra humildad conoce.

(Sale ELIUD de prisa.)
ELIUD:

¡Válgate Dios, por caballo!

SAULO:

¿Qué hay Eliud?

ELIUD:

¡Oh, señor!
Tú seas muy bien hallado;
que pensé que no salieras
del mar con tan buen despacho.
Gracias a estos pescadores,
después de Dios, que te han dado
la vida, que estuvo a pique
de sorberte el mar a tragos.
Ya te imaginaba yo,
dentro de muy poco espacio,
a librar bien con el mar,
ámbar de algún ballenato,
y venderte para guantes
y coletos al verano
por onzas.

SAULO:

¡Bueno anduviera!
De otra suerte lo ha trazado
el cielo; gracias le doy.
¿Qué hay del caballo?

ELIUD:

El caballo
ha sido cabra montés
por entre aquesos peñascos.
Y de cansado y rendido,
al fin se vino a la mano
como halcón.

SAULO:

¿Y dónde queda?

ELIUD:

Aquí le dejo arrendado
con el mío en un quejigo,
vertiendo un mar de agua entrambos.

PEDRO:

Tomad, Saulo, mi consejo,
y vended ese caballo,
que tiene malos siniestros
y puede ser despeñaros.
No aguardéis más experiencias
que haberle Herodes echado
de su Real caballeriza,
y hoy ser causa en el mar cano
de vuestra muerte.

SAULO:

Antes pienso
que su ardimiento bizarro
ha de sacarme, sin duda,
muy grande hombre de a caballo,
porque el ser poco seguro
me ha de tener con cuidado,
y de andar siempre en la silla
y he más firme.

PEDRO:

Sois temerario,
guardaos de alguna caída
adonde no os valgan, Saulo,
ni cuidados ni pies firmes;
que vivís muy confiado.

SAULO:

El cielo es piadoso. Adiós.

PEDRO:

¿Os vais?

SAULO:

Pienso entrar en Tarso
al alba, y así no puedo
detenerme.

PEDRO:

¡Extraño caso!
Esta noche bien podéis,
y estaréis aposentado
no mal.

SAULO:

Yo agradezco, Pedro,
esa voluntad, y aguardo
servilla con largas obras;
pero agora es excusado
recibir esa merced.

PEDRO:

Ya que el día que me caso
os trujo vuestra fortuna
a esta ocasión, fuera, Saulo,
para mí de grande estima
que, en nuestra mesa cenando,
honrarais nuestras barracas;
que suelen ser de regalo
las cenas de pescadores,
y más en iguales casos;
para cuyo intento no hay
en todo este mar pescado
que no registren las redes
en nuestros humildes platos:
el ostión frito y cocido,
entre sus conchas guardado
como la perla; el albur,
la acedía y el robalo;
el pámpano entre laureles,
y como ternera, asado;
el sollo con perejil;
el peje espada y el barbo;
la lamprea en pan, la enguilla
que la imita, y el pescado
del refrán, que es siempre el mero,
y el pulpo hecho pedazos;
el congrio, el salmón, la jibia,
y el cangrejo colorado,
y el langostín, que al coral
parece que hurtó los ramos;
la sardina, que, a no ser
tan común, fuera estimado
por el pescado mejor,
y el sábalo, que le igualo
al faisán de Italia, el mujo,
el calamar y el dorado,
la caballa y el zurel,
y con pimienta el hidalgo
camarón, el peje rey,
el besugo y el lenguado.

ELIUD:

Esos en los desposorios
suelen ser muy de ordinarios.

PEDRO:

Sin infinitos que dejo
de nombrar; porque son tantos,
que un mar parece la mesa.

SAULO:

Goceisos por muchos años
los dos, amén, con dichosa
sucesión; mas porque tardo
en llegar a Tarso ya,
e importa llegar a Tarso
con brevedad esta noche.

PEDRO:

Pues Dios os dé el deseado
viaje que han menester
vuestros intentos.

SAULO:

Partamos.
Pedro, Saulo es vuestro amigo,
yo os doy por prenda esta mano.

PEDRO:

Yo también os doy la mía.

SAULO:

Pues, Pedro, adiós.

PEDRO:

Adiós, Saulo.

ELIUD:

¿No hubiera tanta lamprea
para el camino de paso,
que en haberla apetecido
parece que estoy preñado?

PEDRO:

Vaisos tan aprisa, que es
imposible.

ELIUD:

Yo malparo,
según eso.

PESCADOR:

Para vos.

ELIUD:

Mi dueño sube a caballo.
Adiós.

(Vanse.)
PEDRO:

Guárdeos Dios.

ZEBEDEO:

Por cierto
que es animoso y bizarro
este mancebo, que muestra
en las palabras y el trato
su nobleza.

PEDRO:

A mí me deja
a su amistad inclinado.

ANDRÉS:

Ya caminan, y parecen
dos águilas los caballos.
Yo pondré que tardan poco
de aquí a los muros de Tarso.

JACOBO:

Buen viaje les dé el cielo;
que a fe que ha sido milagro
el ir con vida de aquí.

ZEBEDEO:

Menos ardiente y dorado
al mar baja aprisa el sol
por las puertas del ocaso.
Retirémonos, Simón,
a las barracas cantando.

PEDRO:

Retiremos norabuena;
vuelvan a cantar, y vamos.
(Saquen ahora el mayo como primero, y cantan entrando.)
Tálamo de amor,
¡cuán bien que parecéis hoy!

(Salen SAULO y ELIUD.)
SAULO:

  Gallardamente han corrido
los caballos.

ELIUD:

Han dejado
el viento atrás, y han pasado
los pensamientos.

SAULO:

No ha sido
  pequeña la diligencia.

ELIUD:

Hipócrifo parecía,
que volaba y no corría,
tu caballo en competencia
  de tu propio pensamiento,
que de espuela le sirvió.

SAULO:

¿Qué hora será?

ELIUD:

Pienso yo
que no verá el soñoliento
  planeta en estas tres horas
el alba, a quien los poetas
tantas cosas indiscretas
han dicho; que las señoras
  estrellas están de espacio,
visita haciendo a la noche,
y las aguarda su coche
a las puertas de palacio,
  aunque pienso que se irán
en su carro las cabrillas.

SAULO:

Del cielo las maravillas
ahora viéndose están,
  Esta estrellada techumbre
da señales del poder
de Dios, y el que llega a ver
de fe con alguna lumbre
  a esta celestial pintura,
admira la omnipotencia
y la soberana ciencia
de Dios, en tanta criatura.

ELIUD:

  A mí me da cuanto miro
hambre y sueño, y me comiera
toda esta estrellada esfera,
a ser de huevos.

SAULO:

Yo admiro
  de Tarso la soledad.

ELIUD:

Apenas un cardador
ha despertado, señor,
que suelen en la ciudad
  cantar antes que amanezca
seis horas a treinta voces,
todos contraltos feroces,
sin que un tiple se parezca.

(Suenan cajas de templadas.)
SAULO:

  Escucha. Unas destempladas
cajas parece que escucho.

ELIUD:

A estas horas fuera mucho.

SAULO:

Si no son imaginadas
  sombras, estas son banderas
arrastrando, y me parece
entierro romano.

ELIUD:

Ofrece
a veces fantasmas fieras
  a los ojos el desvelo,
que pena y cuidado dan.
Antojos, señor, serán.

(Salgan cajas y banderas arrastrando.)
SAULO:

Agora bañando el suelo
  con lágrimas, y tendido
el cabello por los ojos,
con tres hachas, que despojos
de acto funeral han sido,
  y mantos negros atrás,
tres mujeres juntas vienen
que oficio de llorar tienen
en los entierros.

(Salgan tres mujeres como dicen los versos.)
ELIUD:

Jamás
  he visto cosa como esta.
Limpiémonos bien los ojos,
porque pueden ser antojos.

SAULO:

Las cajas dan por respuesta
  que es verdad lo que miramos.
(Pase ahora el ataúd como dice.)
Agora viene, Eliud,
en hombros un ataúd
de cuatro ancianos. Sepamos
  quién es ese caballero
que, a la romana costumbre,
antes de mirar la lumbre
del sol se entierra.

ELIUD:

Yo quiero
  llegar a saberlo deste
que detrás del cuerpo helado
va de un pavés embrazado,
para que nos manifieste
  deste enigma la verdad.

SAULO:

Llega a preguntarlo, pues.

ELIUD:

Decidme, señor, ¿quién es
este difunto?

BALBO:

Mirad
  en el pavés su blasón,
porque Saulo dice en él,
hijo de Salatiel.

ELIUD:

¡Saulo!

BALBO:

¿Qué os da admiración?

ELIUD:

  ¿Cómo puede ser que sea
Saulo, si está vivo aquí?

BALBO:

Saulo va difunto allí,
que en el mar de Galilea
  murió anegado.

SAULO:

¡No estoy
en mí! ¿Es sueño, es devaneo
lo que escucho y lo que veo?
Sí es verdad que Saulo soy,
  ¿cómo me van a enterrar?
¿Libre del mar no salí,
y a Tarso ¡te llegado? Sí,
¿pues cómo me anegó el mar?
(Vanse entrando las mujeres y el ataúd, y el del pavés se va poco a poco.)
  ¡Qué notable confusión!

ELIUD:

Sin sentido estoy.

SAULO:

Recelo
que este es aviso del cielo,
y esta es celestial visión.

ELIUD:

  Yo le quiero preguntar
por mí, que quizá Eliud
andará en otro ataúd.
¿Qué digo? ¿sabráme dar
  cuenta de cierto criado
de ese Saulo, que Dios haya,
si también en esa playa
quedó del mar anegado,
  que se llamaba Eliud,
de fe, diligencia rara,
mozo, amarillo de cara,
y de muy buena salud,
  si por dicha por allá
se ha muerto, a su parecer?
Porque puede también ser
sin que él lo supiese acá.

BALBO:

  No sé.

(Vase.)
ELIUD:

Más vale que estemos
en duda mal por mal.

SAULO:

Ya
el sol con el alba está.
En casa de mi padre entremos,
  si es que estoy vivo, Eliud.

ELIUD:

Si verdad te he de decir,
no hueles bien.

SAULO:

Eliacir,
criado de gran virtud
  de mi padre, abre la puerta
de casa: quiero llegar,
y de mí me podrá dar
cuenta verdadera y cierta,
  si es que con vida he llegado
a Tarso, Eliacir.

ELIAZAR:

Señor,
dame tus manos.

SAULO:

Mi amor
un abrazo te ha guardado.

ELIAZAR:

  Tú seas muy bien venido.

SAULO:

¿Cómo al fin mi padre está,
Eliacir?

ELIAZAR:

Tres días ha...

SAULO:

Prosigue, ¿qué ha sucedido?
  Y confuso no me dejes,
que harto confuso estoy yo.

ELIAZAR:

Tres días ha que murió.
Causa para que te quejes
  de la fortuna cruel:
justamente tú has quedado
de todo cuanto ha dejado
por señor, y fuiste dél
  deseado muchos días,
que pensó primero verte
casado, que de su muerte
ver el que las ansias mías.
  Y Tarso y sus deudos lloran,
cuya muerte ha hecho falta
a la gente baja y alta
que dentro de Tarso moran.
  Mas es deuda natural
y hemos nacido con ella.

SAULO:

Agora entiendo que aquella
fue inspiración celestial.
(Vanse.)
  Y de mi padre la muerte
la ha confirmado también:
el cielo me envíe en bien,
pues en señales me advierte
  que aquella significó
que la vida que he traído
hasta agora muerte ha sido.
Y pues mi padre murió,
  la mitad de lo que heredo
a pobres pretendo dar,
y con lo demás pasar
medianamente, pues puedo,
  como quien soy, y desde hoy
ser un celador Elías
de mi ley, pues tras los días
corriendo a la muerte voy.
  Y hacer en Jerusalén
pública demostración
deste celo.

ELIAZAR:

Admiración
da tu prudencia.

SAULO:

Moysén
  ha resucitado en mí.
Su ley he de predicar
y con rigor observar,
pues tantos avisos di
  con que me llaman los cielos
y con que en el mar airado
toqué la muerte anegado
entre montes de recelos.
  Sepan todos que he de ser
con más que humano valor
defensor y celador
contra el terrestre poder
  y contra todo el que hay
en el infierno y su rey
envidioso de la ley
que dio en el Monte Sinay,
  la mano de Dios escrita
a aquel capitán valiente
que sacó la hebrea gente
contra el fiero Madianita
  y Egipcio, y pudo pasar
con no vistas maravillas
del gran Jordán las orillas
pasando a pie todo el mar.

ELIUD:

  Su valor queda admirando,
y sepan del mismo modo
como yo me duermo todo
y pienso que estoy soñando.