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El vaso de elección/Acto II

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Acto I
El vaso de elección
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

 

Salen SAULO y ELIUD.
SAULO:

  Gracias al cielo, Eliud,
que ha permitido que vea
el gran mar de Galilea
segunda vez con salud.
  Aquí sin vida me vieron
y aquí anegado me vi,
y el cielo y Simón aquí
libre en tierra me pusieron.
  Estas olas procuraron
darme muertes rigurosas,
y para mayores cosas
los cielos me preservaron.

 

ELIUD:

  ¡Qué falso y traidor está
sosegado el mar agora!
A quien su inconstancia ignora,
segura parecerá.
  Pues aunque su calma pida
dátiles al parecer,
si puedo, no me ha de ver
navegándole en su vida.
  No quiero tratar con quien
parece en la condición
que ha sido camaleón;
bien haya la tierra, amén,
  que es siempre de una manera
brame el leveche y solano,
que el que es llano siempre es llano.
y el que es monte nunca espera
  ser otra cosa jamás,
y sin mirar las estrellas,
guían carriles y huellas
a los que vienen atrás.
  No hay más lindo caminar
que en un macho de alquiler,
tierra a tierra a su placer,
desde la venta al lugar.
  Que navega a cuatro pies
sin viento, y si tiene alguno
por la popa, es importuno
si la cola el timón es.
  Que cuando por maravilla
se va a pique en este mar,
puede, sin saber nadar,
salir un hombre a la orilla.

 

SAULO:

  Éstas las barracas son,
si la memoria me dura,
de Andrés y Simón: procura
buscar a Andrés y a Simón.

ELIUD:

  Para pagar lo que debo,
con vida por ellos fuiste:
dos años ha que estuviste
casi a pique de ser cebo
  de algún hambriento pescado
en este mar que se ve,
y parece que ayer fue.

SAULO:

Vuela con paso callado
  el tiempo, Eliud, y pasa
por nuestras vidas ligero.

(Sale el PESCADOR que salió al principio del acto primero.)
PESCADOR:

Este es aquel caballero,
si no me engaña la escasa
  memoria con el pasado
tiempo, en aquesta ocasión,
que libró Andrés y Simón
del mar casi ya anegado.
  De Tarso a Jerusalén
debe de volver.

 

ELIUD:

Aquí
viene un pescador.

SAULO:

Ansí
podrás preguntar más bien
  por Andrés y por Simón,
que deben de estar pescando.

PESCADOR:

Sin duda van preguntando
por Simón y Andrés, que son
  los nobles agradecidos,
y ansí de paso querrán
visitarlos.

ELIUD:

¿Dónde están,
pescador, entretenidos
  Andrés y Simón, que quiere
Saulo, mi señor, hablallos,
servillos y regalallos?

PESCADOR:

De su nobleza se infiere
  tan noble agradecimiento;
pero venís a ocasión,
señor, que Andrés y Simón
siguen más heroico intento.

SAULO:

  ¿Pues están ausentes?

PESCADOR:

Todo
cuanto de hacienda han ganado
con las redes, han dejado
y se han ido.

SAULO:

¿De qué modo?

 

PESCADOR:

Muy pocos días después
que pasastes, Saulo noble,
por esa ribera a Tarso
honrando los pescadores,
llegó a su margen de plata,
venturosa desde entonces,
aquel profeta divino
que Jesús tiene por nombre,
de quien tú diste las nuevas,
con notables escuadrones
de gente que le seguía,
y honrado el humilde borde
de la nave de Simón,
le predicaba sus voces,
poniendo atento los aires
el mar los peces disformes,
que, como si le entendieran,
sobre las rocas y sobre
las barcas, al parecer
admiraban sus razones.
Acabó el sermón, y Pedro
le dijo: «Toda esta noche
sin ningún provecho he estado
pescando»; y Jesús mandóle
hacerse al mar, y calar
las redes, y apenas ponen
en ejecución lo dicho
Simón y Andrés, cuando cogen
tanto pescado, que fue
forzoso a los pescadores
de otro navío a pedir
ayuda, porque hasta el tope
los dos de pesca quedaron.

 

PESCADOR:

Pedro a los pies arrojóse
de Jesús, dándoles gracias,
con Andrés, y él abrazóles,
y díjoles que dejasen
las redes, que desde entonces,
pescadores pretendía
hacerles él de los hombres.
Siguiéronle, y navegando
en esa nave una noche,
se pensaron ir a pique
del mar y el viento a los golpes.
Iba en la popa durmiendo
el profeta, y despertóle,
a pesar del mar airado,
Simón, diciéndole a voces:
«¡Maestro, que nos perdemos!
Nuestra fortuna socorre,
porque el mar, por anegarnos,
al cielo levanta montes.»

 

PESCADOR:

Despertó, y al mar y al viento
mandó sosegar, y entonces
mar y viento obedecieron,
porque sus palabras ponen
freno al mar y al viento airado.
y siguiéndole conformes
Juan y Jacobo su hermano,
con Andrés y Simón corren
el mar de Genesaret,
y luego Felipe escoge
en Betsaida, y Jacobo,
que Alfeo tiene por nombre,
decano de Galilea,
y a Bartolomé, del noble
tronco rëal, y a Tadeo,
y porque con él se nombre
al cananeo Simón,
a Tomé, y del banco enorme
a Mateo el publicano
y a un Judas Iscariote,
que sirve de despensero,
y les compra lo que comen,
que no me parece igual
en virtud a esotros once:
hombre bermejo de barba,
falso en todas ocasiones,
vendiendo siempre a quien mira,
que es propiedad de traidores.

 

PESCADOR:

Bien puede otras cosas ser,
mas su ausencia me perdone,
que tengo de él mal concepto,
al fin, con aquestos doce
discípulos, que ha nombrado
apóstoles, y cuyos nombres
escuchas, sin infinitos
que agora no se conocen,
que se llaman encubiertos,
permite el cielo que asombre
a la tierra con milagros,
que en este vecino monte
le he visto dar de comer
a más de cinco mil hombres
con no más de cinco panes
y dos peces. Cuantos oyen
su palabra no la dejan;
que sus divinos sermones
hacen labor en las almas,
y a cuantos las manos pone
quedan sanos. Yo le vi
a un paralítico pobre
de cuarenta años de enfermo,
que por solo falta de hombre
nunca entraba en la piscina,
a donde el cielo dispone
que revolviéndola un ángel
sanasen de sus dolores,
levantarse con su cama
a cuestas, aunque los torpes
escribas y fariseos,
porque era sábado entonces,
murmuraron y dijeron
que de su precepto el orden
traspasaba desta suerte
y que era delito enorme.

 

PESCADOR:

A un ciego de nacimiento
después vi dar vista, a donde
sanó a un leproso, y a un mudo
demonio forzó a dar voces,
hasta echarle de aquel cuerpo
que atormentaba, y disformes
enfermedades sanando,
convierte mil pecadores:
¿conoces a Magdalena,
la que aventajó en la corte
de Jerusalén a tantos
en galas, en invenciones;
la que fue de tantos ojos
hechizo, llamando soles
los suyos; la celebrada
con músicas y canciones;
la señora del castillo
de Magdalo, que por dote
se le dejaron sus padres,
de Marta y Lázaro noble,
hermana?

 

SAULO:

En Jerusalén
tuvo en mi tiempo gran nombre,
aunque entonces comenzaba
la fama de sus amores.

PESCADOR:

Esta, a un sermón de este santo
profeta las condiciones
mudando de mujer flaca,
sus pecados reconoce,
y es una santa mujer
y escalas al cielo pone
con penitencias notables
que su beldad desconocen,
siguiendo a su hermana Marta,
por cuyas intercesiones,
de cuatro días difunto,
Lázaro volvió a ser hombre;
que yo le vi del sepulcro
levantarse alzando el bronce
y el mármol que le cubría,
llamándole por su nombre
este profeta divino,
que siguiendo sus veloces
pasos en convertir almas
a su santidad conformes,
le he visto hacer infinitos
milagros, donde conocen
todos que es Hijo de Dios
y es el que esperan los hombres;

 

PESCADOR:

la Pascua de los Ázimos,
al fin que es de las mejores
que celebra nuestra ley
desde el primer sacerdote,
sobre un jumento, cercado
de sus discípulos doce,
entró del Sol por la puerta
en Jerusalén, a donde
salieron a recibirle
cuantas diversas naciones
en Jerusalén estaban
de varias partes del orbe,
árabes, citas, asirios,
medos, partos, etíopes,
griegos, persas, abisinios,
indios, egipcios, gulones,
y desgajando a una voz
palmas, laureles y robles,
camino y calles vestían
y desnudaban los montes.
Otros echaban las capas
y sus ropas, por adonde
pasase el santo profeta,
cantando todos conformes:
santo, santo, Dios divino
de los ejércitos sobre
las jerarquías, que vienes
de Dios excelso en el nombre.

 

PESCADOR:

Con este glorioso triunfo
entró en Sión, que sus torres
con lenguas de sus almenas
ayudaban a estas voces.
Yo me volví a esta orilla
a solo poner en orden
naves, redes y barracas,
porque me llama a que goce
de sus palabras el cielo,
que este es imán de los hombres.

SAULO:

Muchas cosas han pasado
solo en dos años que corren
que estoy de Jerusalén
ausente en Tarso.
(Dicen dentro.)
Recoge
las redes y barca. ¡A tierra
las barcas, que el mar salobre
gran tempestad amenaza!

 

PESCADOR:

Voces dan los pescadores,
y, sin duda, el mar se altera,
pues todos las barcas ponen
en la orilla. A esa nave
quiero echalle áncoras dobles.
Saulo, adiós, y si queréis
quedaros aquí esta noche,
no os faltará cena y cama.

SAULO:

Guárdeos Dios.

(Vase el PESCADOR.)
ELIUD:

El sol se pone
luto, al parecer, ¿qué es esto?
Y el mar las peñas se sorbe.

 

SAULO:

También la luna se eclipsa,
y contra el natural orden,
todo el sol está eclipsado
y es un caos el horizonte.
Las estrellas llueven sangre,
cometas crinitos corren
por el aire, y encontrados,
asalto a los cielos ponen.
Los vientos, con montes de agua
arrancando de los montes,
con furiosos remolinos,
pobos, quejigos y bojes.
Los peces, aves y fieras,
piden socorro a los hombres,
dejando nidos y cuevas,
peñas y abismos, veloces.
Otra vez los elementos
se juntan, y disconformes
se mueven guerra, y las piedras
unas con otras se rompen.
Sin duda de sus dos polos
se desquicia el primer móvil,
y los once pavimentos
se apartan y descomponen.
¡Que se viene abajo el cielo!

 

(Suena ruido como de truenos, y cae SAULO a un lado y ELIUD a otro.)
ELIUD:

Pues si debajo nos coge,
¡vive Dios! que las estrellas
han de estrellarnos, si el norte
las ha dejado caer,
que es el eje deste coche.

SAULO:

O de la naturaleza
el Dios padece, o del orbe
la máquina se desata
y caen sus esferas once,
o este profeta que dicen
muere, y el mundo se pone
este luto por su muerte.

ELIUD:

Deja consideraciones
yo a estas barracas pajizas,
si es posible, te recoge,
mientras este furor pasa
y dura esta oscura noche.

SAULO:

De Dios, hasta en los abismos,
ninguno, Eliud, se absconde.

 

(Vanse, y salen ANANÍAS, viejo, y SAN ESTEBAN.)
ESTEBAN:

  ¡Oh, amado padre Ananías!

ANANÍAS:

¡Oh, hijo Esteban!

ESTEBAN:

Después
que padeciendo el Mesías
son cumplidas, como ves,
las antiguas profecías
  después que la ley escrita
por el dedo de tu padre,
la ley de gracia la quita,
y la Iglesia, nuestra madre,
ensancharse solicita,
  todo va en prosperidad;
que la nave de Simón
ya no teme tempestad;
que rige Dios el timón
al norte de su verdad.

ANANÍAS:

  Es, Esteban, de manera,
que creciendo como espuma,
va dilatando su esfera
sin que el tiempo la consuma,
si el mar del mundo se altera.
  Desde que me dio Simón
el orden sacerdotal,
más de cuatrocientos son
los que el agua bautismal
tienen en esta ocasión.
Y va pasando adelante
de la Iglesia militante
el escuadrón cada día,
con cristiana valentía
conquistándola triunfante.
  Pero, ¿qué nuevo escuadrón
es este que viene aquí?

 

ESTEBAN:

Soldados de Herodes son.

(Entra un CAPITÁN y SOLDADOS con alabardas.)
CAPITÁN:

¿Quién es Esteban aquí?

ESTEBAN:

Yo soy.

CAPITÁN:

Pues date a prisión.

ESTEBAN:

¿Quién a prenderme os envía,
contra la inocencia mía
armando gente?

CAPITÁN:

Presumo
que es del Pontífice sumo
mandato.

ESTEBAN:

Justo sería.
  Pero ¿qué dicen que ha sido
mi culpa, que no la sé?

CAPITÁN:

Que has blasfemado y has sido
levita contra la fe
de nuestra ley, sin sentido,
  siguiendo de aquel profeta
que murió crucificado,
la doctrina y falsa seta.

 

ESTEBAN:

Pues dime en qué he blasfemado.

CAPITÁN:

En decir que es más perfeta.

ESTEBAN:

Tenéis razón, es verdad.
Digo que la ley escrita
murió.

CAPITÁN:

¡Extraña libertad!
no blasfemes más, levita,
y a la prisión le llevad.

SOLDADOS:

  Vamos.

ESTEBAN:

Amado Ananías,
dale al Colegio sagrado
nuevas de las dichas mías;
que ya mi muerte, ha llegado
y voy con mil alegrías
  porque sé que a morir voy
por Cristo, que es la Verdad,
de quien la defensa soy,
y en fe de nuestra amistad,
los brazos, padre, te doy.

 

ANANÍAS:

  No sé en aquesta ocasión
cómo he de poder decir
lo que siente el corazón.

ESTEBAN:

Padre, pues voy a morir,
échame tu bendición.

ANANÍAS:

  Presto seguirán tus pasos
los que quedan, que no son
en verter su sangre escasos
por tan divina ocasión.

ESTEBAN:

Esos son honrosos casos.
Y pues la ocasión me llama
y el amor de Dios me inflama,
no es justo que yendo tarde
me den nombre de cobarde,
pues pretendo eterna fama,
  que subiendo a la triunfante
Jerusalén, de mi fe
laurel y premio bastante,
el primer mártir seré
de la Iglesia militante.
  Y los príncipes verán,
de la Sinagoga, si
mil muertes juntas me dan,
el valor que vive en mí.
adiós; vamos, capitán.

 

(Vanse; queda ANANÍAS.)
ANANÍAS:

  Desatado en llanto quedo
y lleno de envidia estoy.
¡Oh, tú, del infame miedo
vencedor, Esteban, hoy
a quien solo envidiar puedo,
  pues que con Dios mano a mano
espero que te has de ver
tan presto! Este tronco anciano,
que ya amenaza a caer
de la muerte en el mar cano,
  alcance de Dios que tenga
fin tan dulce v tan dichoso,
pues que también me prevenga
con el laurel valeroso
del martirio, y no detenga
  este deseado día
a mi caduca vejez
y a mi cristiana porfía
hasta morir.

(Salen BERNABÉ y GAMALIEL, viejo.)
GAMALIEL:

Desta vez
la gentil idolatría
  a un solo Dios uno y trino
ha de dar la adoración
debida a su ser divino.

 

BERNABÉ:

Es centro de la razón,
vida, verdad y camino.

GAMALIEL:

  Aunque sin lumbre de fe,
Platón le dio el atributo
en que su poder se ve,
cuando pagando el tributo
que a la vida impuesto fue,
  rastreando desde allí
como filósofo el bien
inmortal, le dijo ansí:
«causa de las causas, ¡ten
misericordia de mí!»

BERNABÉ:

  Justamente mereció
de divino el nombre.

ANANÍAS:

¡Ah, cielo!

GAMALIEL:

¿Qué voz triste allí sonó?

ANANÍAS:

¡En Esteban el consuelo
de mi vejez acabó!

BERNABÉ:

  Es Ananías.

 

ANANÍAS:

¡Oh, amados
Gamaliel y Bernabé,
ejemplo de los pasados
y los presentes!

GAMALIEL:

¿De qué
lloras?

ANANÍAS:

Llevan seis soldados
  de Herodes a Esteban preso
por el Pontífice sumo
de la Sinagoga, y de eso
mi llanto ha sido; presumo
que sin mirar el proceso
  le han de condenar a muerte
por envidia de su fama;
que aunque es venturosa suerte
el martirio, que le llama
por animoso y por fuerte,
falta su vida nos hace.

BERNABÉ:

Hoy con su muerte renace,
y a despecho del profundo,
el sol que se pone al mundo
y a esotro hemisferio nace.

 

ANANÍAS:

  La acusación que le pone
es decir que ha blasfemado,
y que a Moysén antepone
a Cristo crucificado.
Yo voy a ver qué dispone,
  y a daros las nuevas vuelvo.

GAMALIEL:

Dulces nuevas esperamos
con vida o muerte.

ANANÍAS:

Hoy resuelvo
mi vejez en llanto.

BERNABÉ:

Vamos,
que en la memoria revuelvo
  segunda vez la Prisión
de nuestro profeta santo.
Daremos desta prisión.
nuevas al Colegio santo.

(Salen SAULO y ELIUD.)
SAULO:

Llegué a dichosa ocasión.
Dame, gran Gamaliel,
gloria de todo Israel,
los brazos.

 

GAMALIEL:

¡Saulo querido,
tú seas muy bien venido!
Habla a Bernabé, tu fiel
  condiscípulo y amigo.

SAULO:

Con alma y brazos abiertos
le busco.

BERNABÉ:

Lo propio digo,
que para servirle ciertos
están.

 

SAULO:

El cielo es testigo
  que he sentido vuestra ausencia
en extremo extraordinario;
pero he prestado paciencia,
porque me ha sido contrario
el tiempo con gran violencia;
  que fuera de haber hallado
muerto mi padre, y poner
en orden lo que he heredado,
pagar sus deudas, y ser
último y total cuidado
  de mi casa; he padecido
una larga enfermedad,
y cosas me han sucedido
que sola mi poca edad
puede haberlas resistido.
  De la hacienda que heredé,
la mitad a pobres di
y con la mitad quedé,
y vivir de asiento aquí
en quietud determiné,
a donde ser determino
un excelente rabino
de la ley, y predicar
en la Sinagoga, y dar
de mi ingenio peregrino
  bastante demostración;
que lo que me ha sucedido
avisos del cielo son
de mi ingenio divertido
en diversa ocupación.
  Quiero que mis mocedades
den de mí a Jerusalén
este ejemplo.

 

GAMALIEL:

Otras verdades
testimonio de ti den,
Saulo, pues te persüades
  a mostrar ese divino
ingenio que te dio el cielo;
que el Hijo de Dios que vino
a padecer en el suelo
por el hombre, otro camino
  más fácil ha descubierto
para nuestra salvación.
Ya llegó al dichoso puerto
nuestra esperanza, en razón
del bien que tuvo por cierto
  toda la Sacra Escritura.
Ya las nubes han llovido
al justo, y desta ventura
todos testigos han sido;
ya pasó la noche oscura
  de la ley escrita: ya
de la ley de gracia el día
rayos divinos nos da,
y ninguna profecía
por cumplir agora está.
Esta ha de ser con razón,
¡oh Saulo! tu profesión,
siendo admiración del suelo
para que te nombre el cielo
por un Vaso de elección.

 

SAULO:

  Maestro, admirado estoy
de tus razones, y dudo
que eres aquel de quien soy
discípulo, y estoy mudo
viéndote hablar.

GAMALIEL:

Saulo, doy
  los consejos que a mi estado
importan.

SAULO:

Gamalïel,
¿quién el seso te ha trocado?
¿Tú eres mi maestro, aquel
que fue del mundo estimado
  por el más sabio sujeto
que las escuelas judías
han conocido? ¿Qué efeto
han hecho ciencias y días
en un hombre tan discreto?
  ¿Qué argumentos, qué razones,
maestro, te han persuadido
a tan nuevas opiniones?

 

SAULO:

Ese hombre que ha padecido
clavado entre dos ladrones,
  ¿pudo ser mayor profeta
que Moisés? Yo le vi aquí,
y aunque con virtud secreta
hacer milagros le vi,
en vida santa y perfeta,
  igualarle con Moisés
es temeraria locura,
pues en el Éxodo ves
que pasó libre y segura
el mar con enjutos pies
  por la virtud de su vara
la gente hebrea, y le dio
en el desierto agua clara
de una peña que tocó;
y no mostrándose avara
  con él la mano del cielo,
maná le dio por comida
por tanto desierto suelo,
para donde conducida
pasó el Jordán sin recelo;
  dándole la ley escrita
la mano de Dios, ¿qué ciega
opinión te precipita?

 

BERNABÉ:

Antes seguro navega
el mar de gracia infinita;
que tú, Saulo, ciego vienes.

SAULO:

¿Tú también, Bernabé, tienes
tan sofística opinión?

BERNABÉ:

Mayores milagros son
los de Cristo, si previenes
  contarnos los de Moisés,
pues es el Hijo de Dios
que esperó Israel después
de mil señales.

SAULO:

Los dos
pretendéis dar al través
  con mi entendimiento ansí;
mas ¿cómo puede haber sido
el Hijo de Dios, decí,
si tan humilde ha venido
como le visteis aquí?

 

SAULO:

¿No habéis leído a Isaías,
que tratando del Mesías
dice que vendrá admirable
y con majestad notable;
y después dél Zacarías
  dice que vendrá el Señor
con gran multitud de santos,
capitanes de valor
que, venciendo los espantos
del infierno y el furor,
  debajo de su poder
el mundo pondrá sujeto;
y Daniel os da a entender
el mismo glorioso efeto
de rendir y de vencer,
  diciendo que varias gentes
le han de servir, y los doce
tribus rendirán las frentes
al poder que reconoce
en las once transparentes
  esferas la celestial
corte de su Padre, a quien
dicen que ha de ser igual?

 

SAULO:

¿Cómo naciendo en Belén
en un pajizo portal
entre una mula y un buey,
sin más corona de rey,
de topacios y carbuncos,
que una de marinos juncos
que por ir contra la ley
  los hebreos le pusieron,
andando descalzo y pobre,
como ayer todos le vieron,
queréis que título cobre
del Mesías que dijeron
  los profetas que ha de ser
de Israel la libertad,
y del romano poder
ha de librar la ciudad,
si hoy empieza a padecer,
si nos tienen los romanos
sujetos, y de sus manos
no nos ha librado ya?
¿Quién nombre de rey le da
siguiendo sus ritos vanos?

 

GAMALIEL:

  Nosotros, que conocimos
que era rey de cielo y tierra,
y que padecer le vimos,
que fue la sangrienta guerra
por quien redimidos fuimos.
  No contradice a Isaías
cuando dice que vendrá
con majestad el Mesías:
que esa venida será,
según muchas profecías,
  la segunda, cuando venga
para ser del mundo juez
y fin con el mundo tenga,
que vendrá segunda vez,
aunque agora se detenga.
  Que esta venida primera
en otra parte predijo
de aquesta misma manera
que hemos visto, cuando dijo
que el Señor que el mundo espera,
  con humildad entraría
sobre un jumento en Sión.

BERNABÉ:

Y dice otra profecía...

SAULO:

No os escucho más razón.
Basta, basta; ¡qué porfía!

 

BERNABÉ:

  El Mesías prometido
que espera tanto Israel,
es ese que ha padecido.

SAULO:

Bernabé y Gamalïel,
por merced muy grande os pido
que en esto no me habléis más.

GAMALIEL:

¿Cómo en tu opinión estás
tan rebelde, Saulo?

SAULO:

Sí,
que la ley en que nací
no pienso dejar jamás.

BERNABÉ:

  Tu obstinación nos lastima.

SAULO:

¡Hay blasfemia semejante!
Si no os vais, tanto me anima
mi ley, que, como gigante,
os echaré un monte encima.
Quitaos delante de mí.

GAMALIEL:

Bernabé, vamos de aquí,
que es enojado un cruel.

 

SAULO:

Idos.

BERNABÉ:

Vamos, Gamaliel.

GAMALIEL:

¡Ah, miserable de ti!

(Vanse.)
ELIUD:

  ¿Quieres que a este puto viejo
le dé pan de perro?

SAULO:

No,
déjalos.

ELIUD:

Por ti los dejo,
que fui muy amigo yo
siempre de tomar consejo;
  que si no, en esta ocasión,
pues en hablar no reparan,
después de lindo chichón,
a la piscina bajaran
por el arroyo Cedrón.

(Ruido dentro.)
TODOS:

  ¡Muera, muera!

SAULO:

Oye, Eliud,
¿qué voces son esas, di?

 

ELIUD:

Una extraña multitud
de mancebos viene aquí
con orgullosa inquietud
  tras un hombre, al parecer
delincuente.

(Entren todos los SOLDADOS que pudieren, desnudándose la ropa y echándola en un montón a un lado del tablado.)
SOLDADO 1.º:

A desnudar,
que aquí podemos poner
la ropa, que este lugar
el teatro puede ser
  del suplicio riguroso.

SAULO:

¿Qué es, decid, lo que intentáis,
que con furor presuroso
las ropas os desnudáis?

SOLDADO 2.º:

A un hombre facineroso
  que contra la ley escrita
ha blasfemado, apedrea
el pueblo, que solicita
defender la ley hebrea.

SAULO:

¿Quién es ese hombre?

SOLDADO 1.º:

Un levita.

 

SAULO:

  ¿Cómo no le traga el suelo?
Ejecutad, dando espanto,
el suplicio sin recelo,
que yo os guardaré entretanto
la ropa.

SOLDADO 1.º:

Guárdete el cielo.

(Vanse los dos soldados.)
SAULO:

  Ayúdale tú, Eliud,
también con igual presteza;
que esta es heroica virtud;
que a estar bien a mi nobleza,
fuera de esa multitud
uno, que con mayor celo
sirviera mi ley.

ELIUD:

Recelo
que el levita, camarada,
a la primera pedrada
mía, ha de dar en el suelo.
  Que soy hombre que si acepto
para tirar desafío,
tanto acierto, que, en efecto,
piedra como un puño mío,
por un cántaro la meto.
  Ese levita haga cuenta
que es cántaro, y por la boca
meterle piedras intenta
mi brazo, porque es tan loca,
que la ley escrita afrenta
con blasfemias.

 

SAULO:

La ocasión
te llama, que el escuadrón
de la gente puesto está
para el caso en orden ya.

ELIUD:

Yo voy.

SAULO:

Ya empieza el pregón.
(Dentro pregón.)
Esta es la justicia que manda hacer el Sumo Sacerdote a este levita por blasfemo a la ley y por rebelde a su Sinagoga. Manda que muera apedreado por ello. Quien tal hace, que tal pague.

SAULO:

  Ya toda la gente espera
a tirarle.
(Dentro.)
¡Muera! ¡Muera!

SAULO:

Muera, hebreos, muera, pues,
que así servís a Moisés,
que os dio la ley verdadera.
(Suenen piedras dentro.)
  Tiralde, y vuestro furor
haga a su soberbia guerra
con piedras de tal valor,
que caiga la estatua en tierra
de Nabucodonosor.
Veremos qué gloria espera
de la soberbia quimera
que contra el cielo levanta
ofendiendo su ley santa.
¡Muera!

 

TODOS:

¡Muera!

SAULO:

¡Muera!

ELIUD:

¡Muera!

(Sale ESTEBAN con piedras metidas en la cabeza, bien lleno de sangre y polvo, cayendo y levantando, y se queda de rodillas en la mitad del tablado.)
ESTEBAN:

  Ya, Señor, al deseado
puerto del soberbio mar
del mundo, en salvo he llegado,
y hoy cesa de navegar
la nave de mi cuidado.
  Cargada de piedras viene
de las Indias orientales,
del divino amor que os tiene,
y es de suspiros mortales
la salva que hoy os previene.
  Mis voces son los grumetes
que alegres se han repartido
por mesanas y trinquetes,
y con mi sangre teñido
flámulas y gallardetes.
Yo en la playa, desde el mar,
comienzo a desembarcar
toda mi mercaduría.
Recibid el alma mía
y dignaos de perdonar
  estos locos desconciertos
desta gente que me da
muerte, en la verdad inciertos;
mas para mi entrada ya
miro los cielos abiertos.

(Suena música, y levántase del suelo. ESTEBAN, muerto, abiertos los brazos.)

 

SAULO:

  ¡Oh, levita encantador!
Muerto en el aire ha quedado,
y el notable resplandor
que despide me ha cegado.
Sin seso estoy de furor:
  Apartarme de aquí quiero,
y ser sangriento cuchillo
destos infames espero,
porque me llame caudillo
de mi ley el mundo entero.
  Y por el Dios de Abraham,
que no he de dejar cristiano
en cuanto baña el Jordán,
que no castigue mi mano,
si la comisión me dan.
  Iré al Sumo Sacerdote
y tratarélo con él;
y porque más no alborote
apuesta gente a Israel,
ha de ser Saulo su azote.

(Vase, y salen los que apedrearon a ESTEBAN y ELIUD.)
SOLDADO 1.º:

  Si se ha puesto en oración
y no está muerto, acabemos
su vida.

ELIUD:

Tiene razón;
pero muerto está.

 

SOLDADO 2.º:

Pues demos
con su cuerpo en el Cedrón.

ELIUD:

  Lleguemos.

SOLDADO 1.º:

¿Qué es esto? ¡Cielos!
Ninguno puede llegar,
que es hechicero recelo
y nos pretende engañar,
  pues apartado del suelo,
está en el aire tan alto,
y no debe de estar muerto.
Démosle segundo asalto.
¡Llegad!

(Llegan todos y caen en llegando.)
ELIUD:

Nuestro fin es cierto:
  no está de socorro falto.
Un brazo de fuego vi
que a todos nos arrojó
en tierra.

SOLDADO 1.º:

Vamos de aquí,
que es el brazo que bajó
del divino Adonay.

 

(Vanse, y entran ANANÍAS, BERNABÉ y GAMALIEL.)
ANANÍAS:

  Lleguemos, que le han dejado
solo, porque al cuerpo demos
sepultura.

GAMALIEL:

Levantado
en el aire está.

ANANÍAS:

Lleguemos:
¡oh, protomártir sagrado,
  pues que de la militante
iglesia eres el primero
mártir que entró en la triunfante!

GAMALIEL:

Darle mi sepulcro quiero,
aunque a su virtud bastante
  no fuera el gran Mauseolo
ni las pirámides altas
de Egipto, que dan al polo
asalto.

BERNABÉ:

Con esto esmaltas
la tuya.

ANANÍAS:

Pues está solo
  el cuerpo, llevémosle
antes que más gente acuda
y menos lugar nos dé.

 

GAMALIEL:

Ponelde en hombros.

ANANÍAS:

Sin duda
este es crisol de la fe.

(Llévanle en hombros.)
(Vanse llevando a SAN ESTEBAN, y sale SAULO con un papel en las manos, y ELIUD y el CAPITÁN y SOLDADOS.)
SAULO:

  Con tan amplia comisión,
cristiano no he de dejar
en los muros de Sión,
y hoy tengo de visitar
cuantas casas dentro son.
  Y presos y maniatados
han de ir los cristianos todos,
que los preceptos sagrados
tienen por tan torpes modos
de nuestra ley profanados.
  A ver si de las prisiones
que hacer por mi mano espero,
le libran las invenciones
del hijo del carpintero,
que murió entre dos ladrones.
  Ea, ¿quién vive en esta casa?

 

ELIUD:

Entralo conmigo a ver.

(Vase.)
SAULO:

Cólera tanta me abrasa.

ELIUD:

Solo hay dentro una mujer
(Sale.)
que una vida estrecha pasa
sobre unas piedras echada,
  que es la que ves.

(Abre una puerta y parece la MAGDALENA sobre una piedra, y otra por cabecera, y un Cristo en las manos y el cabello tendido sobre el rostro, como la pintan.)
MAGDALENA:

¿Dónde, loco,
con santidad mal fundada
precipitas poco a poco
tu juventud malograda?
¿Dónde vas? ¿Qué es lo que intentas,
siendo capitán de afrentas
contra los cielos?

SAULO:

¿Quién eres?

MAGDALENA:

La escoria de las mujeres.

 

SAULO:

Aun a Elías representas,
  y a no mirar en tu mano
esa imagen del profeta
que sigue el bando cristiano,
te tuviera por discreta
y santa.

MAGDALENA:

Calla, tirano,
  que está aquí tu redención
y no conoces tu bien.
Advierte tu perdición,
y como Jerusalén,
no aguardes tu destrucción.
  Y ¡ay de ti y della si el día
de su tremendo poder
aguarda vuestra porfía!

SAULO:

¿Cómo es tu nombre, mujer?

MAGDALENA:

Que se me olvide quería,
  y así excuso de nombrarme.

SAULO:

Dime tu nombre.

MAGDALENA:

Magdalena
solía el mundo llamarme,
y de quien no ha sido buena
mira si es justo olvidarme.

 

SAULO:

  Pésame que una mujer
de tu nobleza, haya dado
en tan necio parecer;
mas para haberte engañado,
basta este nombre tener.
  ¿Quién, dime, te ha persuadido
que el camino verdadero
es el que hasta aquí has seguido?

MAGDALENA:

Este divino cordero,
por mí afrentado y herido,
  este león de Judá
con el puñal en la boca,
que para todos está
como el amor le provoca,
abiertos los brazos ya.
  Llega, tirano, a adoralle,
que te está a voces pidiendo
que no tardes en buscalle,
si no es que vas pretendiendo
volver a crucificalle.

 

SAULO:

  Agradece, Magdalena,
que eres mujer, y después
a tu sangre, que la pena
que por las culpas que ves
a que la ley te condena
  padecieras; pero quiero
ser contigo cortesano
y parecer caballero,
y ansí, pues está en mi mano,
darte libertad espero,
  con tal que de la ciudad
te salgas luego, y advierte
que no es pequeña amistad
excusarse de la muerte.
Adiós; venid y cerrad,
y pasemos adelante.

MAGDALENA:

Vete, tirano arrogante,
que espero en otra ocasión
verte Vaso de elección
de la Iglesia militante.

(Ciérrase la puerta de la MAGDALENA.)
SAULO:

  ¿Qué casa es esta, apartada
del bullicio popular,
que está al parecer cerrada?

 

CAPITÁN:

Aquí se suelen juntar,
como en parte diputada
  para su congregación,
los discípulos de aquel
que pasó muerte y pasión
por decir que de Israel
era Rey, y en conclusión,
  se hacen aquí sus errores
y en amor suyo se inflaman
con ayuno y oraciones,
y cenáculo le llaman
a una voz cuantas naciones
  están en Jerusalén,
porque aquí, como te muestro,
antes de morir, también
cenó, Saulo, su maestro
el legal cordero.

SAULO:

Bien;
a buena ocasión llegamos,
si aquí juntos los hallamos,
para premiar su virtud.
Llama a esa puerta, Eliud,
que no volverá, si entramos,
  otra vez a estar cerrada;
que por el Dios de Israel.
que si no Troya abrasada,
ejemplo ha de ser cruel
a la gente bautizada.

 

ELIUD:

  Dentro no pienso que está
gente, porque no responde
nadie.

SAULO:

Desechada será:
pero la que dentro esconde
con brevedad se verá.
  Echa esas puertas al suelo.

ELIUD:

Astillas las haré a coces.

CAPITÁN:

Su resistencia recelo.

SAULO:

Mal mi cólera conoces,
aunque los defienda el cielo,
  rompeldas.

ELIUD:

No será mal
poniendo en ejecución
tu mandato, que señal
me ha dado un rojo listón
de entregarnos el portal.
  Vuestro furor adelante
pase; mas abrirle he visto.

 

(Sale SAN PEDRO vestido de apóstol.)
PEDRO:

¿Qué quieres, lobo arrogante
de la manada de Cristo,
si está el pastor vigilante?
  Si estabas encarnizado
y aprobado en tu rigor
un cordero del ganado,
huye, que sale el pastor
y te tirará el cayado.

SAULO:

  ¿Eres Pedro?

PEDRO:

Pedro soy,
y piedra en que al edificio
del cielo cimientos doy.

SAULO:

Como a un hombre sin juicio
oyéndote, Pedro, estoy.
  Todos parece que estáis
locos; encantos han sido
causa del tema en que dais,
¿a qué Tesalia habéis ido,
que todos sin seso andáis?

PEDRO:

  Siempre aquel que la verdad
sigue, llama el mundo loco.

 

SAULO:

La deuda que a tu amistad
debo, no te importa poco;
procura de la ciudad,
  Pedro, salir con tu gente,
y ocasión más no me des
a que tu prisión intente,
que puesto que a ti, después
del cielo, perpetuamente
  debo la vida, será
forzoso el hacer mi oficio.

PEDRO:

No importa; que el cielo está
de nuestra parte.

SAULO:

El juicio
que a todos falta os dé ya.

(Vanse. Salen ANANÍAS, BERNABÉ y algunos cristianos con ellos.)

 

BERNABÉ:

  Amor es, buen Ananías,
de patria el que atrás nos hace
volver los ojos, que nace
del que a tus ancianos días
  todos tus hijos tenemos,
y porque el cielo te abona,
la falta de tu persona
con muerte tuya tememos;
  que la nuestra deseamos,
pues ha de ser sacrificio
a Dios, y bastante indicio
deste intento al mundo damos.
  Volver los ojos atrás
este temor nos ha hecho,
y pienso que sin provecho
huyendo a Damasco vas.
  Que sin duda es Saulo aquel
que en aquel caballo viene,
y nuestra prisión previene
con nuestra muerte cruel,
  si no es que finge el temor
esto a los ojos.

ANANÍAS:

Él es:
alas ha echado a los pies
del caballo a su furor.
  Saulo es, amigos, sin duda:
caminá, amigos, veloces,
que viene dándonos voces
con otra espada desnuda.
  Damasco está cerca ya:
entrémonos por sus puertas,
a nuestro remedio abiertas,
porque una vez dentro allá,
  grutas nos dará la tierra
en que nos guarde el temor
del espantoso rigor
que el pecho de Saulo encierra.

 

PEDRO:

  ¿Qué oigo? Sus voces recelo.
¡A Damasco!

ANANÍAS:

¡Ánimo, hermanos!

(Vanse. Sale por lo alto SAULO en un caballo, con una espada desnuda.)
SAULO:

¡Esperá, infames cristianos,
que baja un rayo del cielo!

(Vase abriendo una nube con relámpagos y truenos, y aparece CRISTO, y al mismo tiempo cae del caballo SAULO.)
CRISTO:

  ¡Saulo, Saulo! ¿dónde vas?
¿Por qué me persigues, di?

SAULO:

¡Qué es esto, cielo! ¡Ay de mí!
¡Oh tú, que arrojando estás
  rayos de temor y espanto!
¿Qué quieres, que en tierra estoy?

CRISTO:

Jesús Nazareno soy,
a quien tú persigues tanto.
  Difícil cosa es querer
contra el aguijón dar coces,
si el poder de Dios conoces.

 

SAULO:

¿Pues qué me quieres hacer?

CRISTO:

  Vete a Damasco, que allí
lo que has de hacer te dirán.

(Vase, y la nube. Salen ELIUD y otros.)
SAULO:

Mis criados, ¿dónde están?

ELIUD:

Llegad aprisa, que allí
  del caballo, al parecer,
ha caído Saulo.

SAULO:

¡Ay cielo!

ELIUD:

Señor, levanta del suelo.

SAULO:

Ciego estoy, no puedo ver
  aunque más los ojos abra.

ELIUD:

¿Qué es lo que te ha sucedido,
con que la vista has perdido?

SAULO:

No me atrevo a hablar palabra.
  Llevadme a Damasco, amigos.

ELIUD:

¿Quieres el caballo?

 

SAULO:

No;
dejalde libre, que yo
no le he menester.

ELIUD:

Testigos
  puedo dar de cuantas veces,
previniendo lo que pasa,
que le echases de tu casa
te aconsejé, y lo padeces.
  Lo que yo profeticé
estima, pues que le viste,
que de cogote no diste,
que no estuvieras en pie.

SAULO:

  Vamos a Damasco luego,
que me guía otro cuidado.

ELIUD:

En buen oficio he parado
si he de ser mozo de ciego.