El vaso de elección/Acto III

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​El vaso de elección​ de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Sale ASTAROTE, demonio, pintado de estrellas el rostro, con cota y faldón y manto atrás vestido.
ASTAROTE:

  Basta, monstruo de los hombres;
no más, rayo de los cielos;
tuya es la victoria, basta:
que me retiro y te dejo.
Pluguiera a mi pena eterna,
nunca del caballo al suelo
cayera, pues fue caída
para mi mayor tormento.
¿Qué importa quedar sin vista
llegando a Damasco ciego,
pues te hizo el cielo lince
de sus divinos secretos?
Diote el bautismo Ananías,
y la vista a un mismo tiempo,
siendo lavacro del alma,
como remedio del cuerpo.
De enemigo de su Iglesia,
vaso de elección te ha hecho,
para su mesa escogido,
y para darme veneno.

ASTAROTE:

Hombre y Dios, ¿no te bastaban
para tu edificio eterno
las columnas que escogiste
en tu divino Colegio:
sino que a un hombre en quien yo
tenía mi poder puesto,
me quitases de las manos
con tan notables extremos,
siendo general pregón
de tu divino Evangelio
en Seleucia, en Chipre, en Litris,
en Misia, en Corinto, en Efeso,
en Macedonia, en Atenas,
en Galacia, en todo el suelo
que baña el Nilo, en Dalmacia,
en Creta y en los desiertos
de la Libia, y en Arabia,
en Siria, en el Ponto Negro,
en Cilicia, en Licaonia,
en Antiochía, en los puertos
del Albión y en España,
del Betis de plata al Ebro,
destruyendo sinagogas,
y de los dioses inmensos
que en ídolos de oro y plata
adoraba el universo,
siendo espanto, siendo asombro,
que desterrándome de ellos,
no hay abismo que me ampare
en los muros del infierno?

ASTAROTE:

Bien podré decir también,
aunque en diverso suceso,
Saulo, ¿por qué me persigues?
Mas sé la respuesta luego.
Confieso que fui vencido
de tu valor, y confieso
que eres doctor de las gentes,
que eres defensa del cielo,
que eres vaso de elección,
que eres espada de fuego
de su justicia, y que solo
oyendo tu nombre tiemblo.
Confieso que a ti y Miguel
Dios generales ha hecho,
del cielo a Miguel, y a ti
del mar y de todo el suelo.
Tuya es la victoria, basta;
esos despojos te entrego
de esos ídolos caídos,
de esos altares deshechos.
Toca a retirar, y marcha
con tus dichosos trofeos,
las banderas arrastrando
de mis locos pensamientos.
Tuyo es el campo, y el muro
de la Iglesia: no te niego,
vicario, apóstol de Cristo,
ninguna cosa a tu esfuerzo.

(Sale, la CARNE, de mujer hermosa.)
CARNE:

En vano ¡oh Saulo! apercibo
contra el valor de tu pecho,
de mis ternezas las armas,
de mi gusto los aceros.
Para más afrenta mía
aspiré a sacar trofeo
de tan fuerte capitán,
de tan gran soldado viejo.

ASTAROTE:

¿De dónde vienes, hechizo
de los hombres, dulce cebo
de verdes años, y encanto
de los humanos deseos,
sirena de las edades,
imán de los pensamientos,
veneno de tantas almas,
y de tantos ojos fuego,
cuchillo de tantas honras,
locura de tantos sesos,
destrucción de tantas Troyas,
perdición de tantos reinos?

CARNE:

¡Oh, soberbio capitán
del ejército soberbio,
que tras sí del cielo trajo
la mayor parte del cielo!
A quien cayendo imitaron
los más hermosos luceros
que contemplaron los orbes
de sus once pavimentos.
Por cuya causa en tu rostro,
hermoso sol de los nuestros,
esas estrellas trasladas
sin luz por tu atrevimiento.
Vengo de rendir un mármol,
un diamante, un monstruo eterno.

ASTAROTE:

No puede ser sino Saulo
hombre de tan gran esfuerzo.

CARNE:

Para rendir su pureza
me dio comisión el cielo;
que él por diversos caminos
quiere acrisolar su pecho.
Y procuré entre la nieve
de su barba y su cabello,
ser áspid que allí escondido
probase de mi veneno.
Y ha sido mi intento vano,
que castigando su cuerpo
con disciplinas y ayunos,
triunfa de mis pensamientos.
De pies y brazos desnudo
y el blanco cabello al viento,
con un vestido de esparto,
es monstruo de este desierto,
que entre estos ásperos riscos
igual resistencia haciendo
a mi estímulo carnal,
pone escalas a los cielos.
Y con estar de este modo,
no se descuida un momento
de escribir para esforzar
en la fe del Evangelio
a romanos y a corintios,
a los gálatas y efesios,
a los tesalonicenses
y a los filipenses luego;
a Timoteo y a Tito,
a los tarsenses y hebreos,
como doctor de las gentes;
mira cómo está escribiendo.

(Parece en lo alto de un risco, con barba y cabellera blanca, vestido de esparto, con la pluma en la mano y una tabla, escribiendo en ella.)
ASTAROTE:

¡Oh prodigio de los hombres
y hombre prodigioso! Pienso
que para contra el abismo
eres gigante del cielo.
Gran privado eres de Dios
en el militante templo,
y despachas como tal
los negocios de su reino.
De la esfera de la Iglesia
sois los dos polos tú y Pedro,
porque su nave segura
pase del mundo el estrecho;
temor me pone esa vista.

CARNE:

Yo mirándole me afrento.

ASTAROTE:

Retirémonos.

CARNE:

¿A dónde?

ASTAROTE:

A los muros del infierno.

(Vanse, y SAULO dice escribiendo.)
SAULO:

  Pablo, siervo de Dios, por otro nombre
apóstol apartado y escogido
en su Evangelio, porque al mundo asombre,
  lo cual por los profetas prometido
primero fue, y en la Escritura santa,
de su virtud el hijo procedido,
  profetizaron de la ilustre planta
de David, por la humana descendencia
que hasta el mayor zafiro se levanta,
  por cuya soberana omnipotencia
la gracia recibí y apostolado,
y la infusión de la divina ciencia,
  predicando su nombre y su sagrado
Evangelio, y abriendo los oídos
a los que sordos hasta aquí han estado,
  a los que estáis clamados y escogidos
en Roma por su voz, salud y gracia,
que os esté dando luz a los sentidos
  ya que en vosotros su virtud se espacia.
limpios con el lavacro del bautismo
de la primera original desgracia,
  primeramente haciendo de mí mismo
sacrificio al Señor, y gracias dando
en el nombre de todo el cristianismo.
  de que os conserva en su dichoso bando.
porque va vuestra fe por todo el mundo
con su santo Evangelio publicando.
  Dios me es testigo, en quien mi intento fundo,
que sin intermisión tengo memoria
de vosotros con ánimo profundo
  en mi oración, si en algo es meritoria,
porque a vosotros guíe mi viaje
para mayor aumento de su gloria.
  Y porque el Paraclito Santo baje
en la fe confirmada juntamente,
fuego de amor volviendo algún celaje.

(Ábrese una nube y baja un ÁNGEL della un poco, o si no una cortina o bofetón.)
ÁNGEL:

  Pablo, Doctor de Dios y de su gente,
vaso de su elección, ¿a quién escribes?

SAULO:

A los romanos.

ÁNGEL:

Capitán valiente,
  que a tan grandes proezas te apercibes.
deja la pluma y sígueme.

SAULO:

Obedezco
tu voz porque de Dios al lado vives.

ÁNGEL:

  Hoy a tu ayuno el premio dar ofrezco,
porque a este efecto solo Dios me envía.

SAULO:

Bien sé que por la fe bien lo merezco,
  aunque por obras nada merecía,
que todas son de Dios las que yo he hecho,
en quien estriba la esperanza mía.

ÁNGEL:

  Hoy quiere pagar Dios tu heroico pecho;
que merece tu santa resistencia,
Pablo, pisar el estrellado techo;
  ¿atreveráste a ver su omnipotencia
cara a cara?

SAULO:

Si alcanzo gloria tanta,
llévame a ver la luz de su presencia;
  que águila soy, si al cielo me levanta,
para atreverme a ver el Sol divino,
puesto que su poder mi ser espanta;
  bien sé que soy de tanto bien indino;
mas verle cara a cara no recelo.

ÁNGEL:

Llevarte a ver su rostro determino.

SAULO:

¿A dónde he de llegar?

ÁNGEL:

Al tercer cielo.

(Baje la nube con el ÁNGEL hasta el medio del tablado, y cubra a SAN PABLO con ella, y súbanla, habiendo dejado por un escotillón a entrambos, y salga SAN PEDRO como le pintan.)
PEDRO:

  Nave de Pedro, dad gracias,
que hoy por vos el cielo toma
puerto deseado en Roma
después de tantas desgracias.
  Para aquí venís cargada
de tesoro celestial
de su Iglesia, al temporal
de su gracia encaminada.
  Vuestro norte fijo es Dios,
y así no hay temer perdello,
que es el lucero más bello
a quien podéis mirar vos.
  Echad las áncoras ya
y haced al romano muro
la salva, pues que seguro
vuestro leño en salvo está.
  Que este es el mayor trofeo
que entrar por sus puertas vio
Roma, que al mundo rindió;
pero ¿qué es esto que veo?
(Sale un NIÑO con una Cruz a cuestas.)
  ¿Qué nueva y divina luz
su nimbo empieza a mostrar?

NIÑO:

Pedro, ayúdame a llevar,
pues vas a Roma, esta Cruz;
  pues con ánimo te veo
de imitarme en la Pasión
que pasé, y eres, Simón,
Semi-Simón Cirineo.
  Que como partí contigo
el poder, quiero, aunque fuerte,
en los trabajos tenerte
por compañero y amigo.
  Piedra de mi Iglesia, llega;
ayúdame, Pedro amado,
que voy a Roma cansado.

PEDRO:

Tu divina luz me ciega,
  y no puede a tanta luz
ser águila el pensamiento.

(Vale a ayudar, y déjasela toda.)
NIÑO:

Piedra de mi fundamento,
cargue sobre ti esta Cruz.

PEDRO:

  Dichosa carga será.

NIÑO:

Hoy, Pedro, para probarte,
todo el peso he de dejarte.

PEDRO:

Dulce me parecerá,
  que vuestro yugo es suave
para el alma que le toma.

NIÑO:

Esa Cruz te aguarda en Roma
para farol de tu nave.

PEDRO:

  Dichoso mil veces yo,
que tanto bien merecí;
no estoy de contento en mí;
mucho Dios, Pedro, os honró,
  pues que su Cruz os ha dado
para imitalle también
en la muerte; tanto bien,
¿qué pecho humano ha alcanzado?
  ¡Oh Cruz! Cien eternos lazos
con el alma asirte quiero;
que eres mi esposa, y espero
acabar entre tus brazos.

(Música.)
(Baje la nube con SAULO, y salga della con hilos de resplandor, y todo turbado y espantado.)
SAULO:

  ¿A dónde estoy? ¿quién soy yo?
¿Qué bien nunca visto vi
que no me acuerdo de mí?
No soy hombre en carne, no;
que ninguno mereció
mirar a Dios cara a cara
y hablalle con luz tan rara
al tercer cielo subido.
A mí mismo me he perdido;
¡oh, si así sin mí quedara!
  ¿Qué es lo que vi? ¿Qué he escuchado?
¿Qué es lo que sentí y hablé?
¿A dónde he estado? No sé:
sin sentidos he quedado.
Ni en corazón de hombre ha entrado
lo que he llegado a gozar,
ni lengua lo puede hablar,
ni vista comprehender,
ni entendimiento entender,
ni pensamiento alcanzar.

SAULO:

  Quiero buscarme a mí en mí,
porque a mí en mí me he perdido;
mas ¿cómo, si fue el sentido
lo que primero perdí?
¿Quién en mí sabrá de mí,
que me ve partido en dos?
¡Pablo! ¡Pablo! ¡Hola! ¿Sois vos?
¿No hay quien os responda acá?
¿Dónde está? Suspenso está
en las grandezas de Dios.
  Dejalde, que ya le veo
que en Dios está transformado.
y le arrebata el cuidado
donde no llega el deseo.
Llama dichoso tu empleo,
Pablo, mil veces, pues fuiste
quien tanto bien mereciste;
que si Moisés en el suelo
le vio y le habló, tú en el cielo
tercero le hablaste y viste.
  Dinos qué has visto y hablado
en estas vistas con Dios;
dónde habéis sido los dos,
tan gran Rey y tal privado.
Ni en corazón de hombre ha entrado
lo que he llegado a gozar,
ni lengua lo puede hablar,
ni vista comprehender,
ni entendimiento entender,
ni pensamiento alcanzar.

(Parece el ÁNGEL.)
ÁNGEL:

  ¡Ah, Pablo!

SAULO:

¡Voz soberana!
¿Qué quieres?

ÁNGEL:

Realzar tu fe.
¿Sabes dónde estás?

SAULO:

No sé.
Que esta dicha en carne humana,
quien también se pierde y gana.

ÁNGEL:

Esta es la insigne Marsella,
de Francia provincia bella,
desde donde cada día
siete veces vive el día
del sol de Dios una estrella.
  Y porque no te parezca
que eres quien ha merecido
más que cuantos han vivido,
y esto no te desvanezca,
quiere el cielo que te ofrezca
lo que una flaca mujer
ha llegado a merecer;
que sus ángeles venimos
y al Empíreo la subimos,
y con Dios se llega a ver
  siete veces cada día;
que el título ha merecido
de apóstol suyo, y ha sido
rayo de la idolatría.
Cuya valiente porfía
en penitencia ha igualado
la del Bautista sagrado;
siendo el vestido que lleva,
sus cabellos, y esta cueva
la casa que ha fabricado.

(Descúbrese una cueva, y en ella la MAGDALENA de rodillas, su cabello tendido y un Cristo en las manos.)
MAGDALENA:

  Amado esposo mío,
siempre abiertos los brazos al remedio,
en cuyo bien confío,
que entre Dios y los hombres puesto en medio,
su culpa redimiste,
divino norte de mi llanto triste:
  ¿Cuándo, lleno el cabello
de las perlas del alba aljofarada,
cubierto el rostro bello
de jazmines, diciendo: Esposa amada,
llegarás a mi puerta,
estando para el alma toda abierta?
  ¿Cuándo, de que ha pasado
el invierno darán las varias flores
señal en monte y prado,
y los enamorados ruiseñores
darán música al día,
siendo tu sol el sol del alba fría?
  ¿Cuándo la voz sonora
oiremos de la viuda tortolilla
recibiendo el aurora?

MAGDALENA:

¿Cuándo nieve y zafir dará a la orilla
el caudaloso río,
ámbar el prado, perlas el rocío?
  Pase el invierno, pase
tu ausencia larga, esposo regalado,
porque en tu amor me abrase
con dulces lazos de mi cuello atado,
y escuche de tu boca
tiernos requiebros que me vuelvan loca.
  No esté yo tan ausente
de vos, mi bien: volvedme a vuestros ojos,
que os quiero eternamente,
y sin vos, todo es lágrimas y enojos.
Por vuestros brazos muero,
y desta muerte allí la vida espero.
  ¡Ah mi bien! ¡ah mi esposo!
¡Ah mi cielo! ¡Ah señor de mi albedrío!
¡Mi centro, mi reposo,
alma, vida, mi gloria, dueño mío!
El alma se me abrasa;
no me rondéis, amor; entrad en casa.
  Mirad que vuestra ausencia
no la puedo sufrir; venid, que es hora,
que ya falta paciencia
a quien por tantas causas os adora.

(CRISTO, dentro.)
CRISTO:

Ven, esposa querida.

MAGDALENA:

Ya voy, aguarda, vida de mi vida.

(Arrebátala de la cueva, y queda SAN PABLO espantado.)
SAULO:

  ¡Oh mujer penitente,
de Dios enamorada, apóstol santa,
que a Dios viendo presente,
pisas el cielo con humana planta
siete veces al día,
entre la más excelsa jerarquía!
  ¡Dichosa Magdalena,
mil veces beso tierra tan dichosa,
que de tu sangre llena
dejas atrás la primavera hermosa,
siete veces al día,
grande galán en Dios tienes María!
  ¡Oh dichosa Marsella,
que gozas tanto bien, suene tu fama
desde el monte a la estrella,
que es en el sur del sol segunda cama;
siete veces al día,
gran apóstol de Dios eres, María!

(Vase, y dice dentro CLAUDIO, capitán.)
CLAUDIO:

  Roma triunfos aperciba
a tan grande Emperador,
siendo del mundo señor.
¡Viva Nerón!

(TODOS, dentro.)
[TODOS]:

¡Nerón viva!

(Toquen música o atabalillos. Salgan los que pudieren de romanos, y SÉNECA con barba blanca, y luego NERÓN con corona de laurel y bastoncillo, y TULIA, romana, de la mano.)
TULIA:

  ¡Con justa causa se alegra
Roma, oh gran Nerón, el día
que naciste!

NERÓN:

Tulia mía,
tú eres de la sombra negra
  de la noche el alba hermosa,
que cercada de arreboles
ha traído a sus dos soles
a mi esperanza dichosa.
  Tú eres la luz de este día,
y tú de mi nacimiento
la mayor dicha que siento,
que es solo llamarte mía.
  Tengo por alta ventura
ser de Roma Emperador,
pero más es ser señor
de tu divina hermosura.
  Pídeme que por ti haga
alguna demostración
hoy que nazco: da ocasión
que Roma se satisfaga
  a lo que llega en mi pecho
el amor que han engendrado
esos ojos, que el dorado
planeta dejara el techo
  del zafiro celestial,
aunque tan alto le ves,
si quieres calzar sus pies
de su luz piramidal.

TULIA:

  Tu amor pido.

NERÓN:

Tulia mía,
si mi amor te satisface,
ese en mí como el sol nace,
sin ponerse, cada día.
  No hay que pedir lo que tienes
tan segura: tu beldad
reina es de mi voluntad.

TULIA:

Mil lustros ciñan tus sienes
  el laurel romano, y veas
a tus pies cuanto el mar sorbe,
y ciña el sol en el orbe.

NERÓN:

Tu bien y vida deseas.

SÉNECA:

  Todo el Imperio romano
hace lo propio, y aspira
a darte triunfos que admira
ese ingenio soberano.

NERÓN:

  Y todo se os debe a vos,
Séneca, que el que yo muestro
es de tan grande maestro.

SÉNECA:

Mil siglos os guarde el Dios
  no conocido, a quien Roma
y Atenas levanta altares,
y desde mis patrios lares
deseo ver.

NERÓN:

Por vos toma
  Córdoba nombre famoso
con el Imperio romano,
como también por Lucano.

SÉNECA:

En servirte soy dichoso.

(Dentro VOCES.)
[VOCES]:

  Dejadnos entrar.

NERÓN:

Decí,
¿quién son los que voces dan
desta suerte, Claudio?

CLAUDIO:

Están
unos poetas aquí
  que a tu nacimiento han hecho
epigramas: esto ha sido.

NERÓN:

Pues que tantos han venido,
que no son buenos sospecho.

CLAUDIO:

  Es un formado escuadrón.

NERÓN:

Dalde, Claudio, a cada uno
de ese ejército importuno
diez sueldos, con condición
  que rompan los epigramas;
que versos de errores llenos,
como dan fama los buenos,
bastan a quitar mil famas.
  Emprendan otros asuntos,
que ser es caso pesado
de un mal poeta alabado,
cuanto más de tantos juntos.
  Y despide juntamente
los gladiadores.

CLAUDIO:

Haré
lo que mandas.

(Vase.)


SÉNECA:

Siempre fue
soberano y excelente
  en los griegos y latinos
el arte de la poesía,
mas no admite medianía
en sus intentos divinos;
  que como puede pasar
sin ella y sin la pintura,
al mundo ha de ser tan pura,
que exceder y aventajar
  pueda al humano deseo,
que la humilde o la mediana
su sacro ritmo profana,
y desto mejor Orfeo
  y Apolo, sus inventores,
podrán mostrar la experiencia,
cuya divina excelencia
cuentan tan varios autores.
  Pero ya ha llegado a Roma
tiempo que, con seso vano,
contra Virgilio y Lucano
cualquiera la pluma toma.

NERÓN:

  Por extirpar desta secta,
Séneca, el número inmenso,
como a los médicos, pienso
desterrar a los poetas.

SÉNECA:

  Deberáte Roma más.

NERÓN:

Di que es, Tulia, gloria mía
de mi nacimiento el día
a quien tus rayos les das.
  Para muestra y para indicio
del amor más verdadero
que ha tenido amante, quiero
levantarte un edificio
  contra el poder de los años,
que a las termas se adelante
de Trajano, y se levante
hasta el sol, para tus baños.
  Que para este efecto solo,
en esta parte que el Tibre
argenta el pie y besa libre,
famosa de polo a polo,
  quise hoy venir a comer.

TULIA:

Roma estatuas te levante
por más verdadero amante.

NERÓN:

Olmo a tu yedra he de ser.
  Comencemos a mirar
el sitio hermoso, y después
que te enriquezcan tus pies,
comenzarán a sacar
  los venturosos cimientos,
que ya parece que escalan
el sol, que sí harán si igualan
a mis altos pensamientos.
  Por aquí será la entrada;
ven, Tulia.

(Van a entrar, y parece a una parte SAN PEDRO con sus llaves, y a la otra SAN PABLO con su montante.)
SAULO:

Di a dónde vas;
vuélvete, Nerón, atrás,
que esta puerta está cerrada
  para el romano poder.

NERÓN:

¿Quién sois?

PEDRO:

Dos guardas del cielo
que tiene Dios en el suelo,
y el que pisas ha de ser
  palacio de sus vicarios;
y así en vano determinas
alzar termas peregrinas,
porque tienes dos contrarios
  en nosotros que vencer,
tan grandes como estás viendo.

(Vuélvense las tramoyas con ellos.)
NERÓN:

En vano pasar pretendo
delante: ¡extraño poder!
  ¡Dioses a quien no conozco,
yo os obedezco y no paso!

TULIA:

No estoy en mí.

SÉNECA:

¡Extraño caso!

NERÓN:

Mi propio ser desconozco.
  Tulia, ¿viste este portento?

TULIA:

Yo estoy sin seso y sin mí
después, Nerón, que le vi,
y he mudado el pensamiento;
  que estos que has visto, Nerón,
a quien parece que ayuda
algún Dios, siervos sin duda
del no conocido son
  y de su inmenso poder.
tengo a tu lado temor;
perdóname, Emperador,
que de su bando he de ser.
  Los gentiles ritos vanos
pretendo dejar, y pienso
ofrecer desde hoy incienso
al gran Dios de los cristianos,
  que es el Dios no conocido,
cuyo resplandor en mí
ha dado después que vi
los dos que te han resistido
  el paso: buscallos quiero
y no dejallos jamás.

NERÓN:

Tente, Tulia, ¿dónde vas?

TULIA:

Buscando al Dios verdadero.

(Vase.)
NERÓN:

  ¿Qué es esto, penas atroces?
¿Ansí aguáis mi alegría?
Aguárdame, Tulia mía;
mas en vano te doy voces.
  ¿Qué hechizos, Tulia querida,
queriendo igualar al viento,
te han mudado el pensamiento
y me han quitado la vida?
  Tras ti iré por toda Roma,
dándote voces, y ¡ay della
si no rinde a mi querella
la resolución que toma!
  Que ha de arder como mi pecho,
sin que piedra sobre piedra
deje, pues mi amada yedra
rompió el lazo más estrecho
  que apretó jamás humano
amor.

CLAUDIO:

Mira que no está
bien a tu grandeza.

NERÓN:

Ya
no hay, Claudio, consejo sano.

SÉNECA:

  Precipítaste, señor,
así, y no es bien que te quejes.

NERÓN:

Séneca, no me aconsejes;
que no hay consejo en amor.

(Vase y todos tras dél, y salen CLETO y LINO, mozos, y SAN PEDRO.)
LINO:

  Huíd, teniente de Cristo,
de la furia de Nerón,
que es enojado león
de Libia, y hemos ya visto
  de su fiereza crueldades
extrañas, y un triste efeto
se teme en ti.

PEDRO:

Lino y Cleto,
las sencillas voluntades
  vuestras conozco, mas veo
que parece cobardía
esconder el rostro al día
de mi martirio, y creed
  que le doy acción de tal
gloria a Dios en que esto sea,
por haber, como él desea,
de dar agua bautismal
  a Tulia, que de Nerón
era infame concubina,
ya de Dios prenda divina;
y esta dichosa prisión
  es lo que yo más deseo.

CLETO:

Son nuestros miedos y llantos
................ tantos.

PEDRO:

Ya vuestros intentos veo,
  y quiero en eso agradaros
aunque a mi intento resisto;
de ese rebaño de Cristo
quiero por guardas dejaros
  hasta que os pueda volver
a ver, hijos, a los dos,
y quedaos con esto adiós,
si esto en efecto ha de ser.
  Si Pablo a Roma viniere,
de mi jornada le dad
cuenta, y volved a la ciudad (sic).

CLETO:

Su edad el cielo prospere,
  amado padre, y cabeza
de su Iglesia militante.

PEDRO:

No paséis más adelante.

CLETO:

¡Sabe el cielo la tristeza
  con que quedamos los dos!

PEDRO:

Ya conozco vuestra fe.

CLETO:

Padre, escríbenos.

PEDRO:

Sí haré.

LINO:

¡Adiós!

PEDRO:

Lino y Cleto, adiós.
(Vanse.)
  Señor, mis caducas plantas,
como siempre encaminad.
¡Adiós, soberbia ciudad,
madre de grandezas tantas,
  que a pesar del tiempo, en vos.,
por divina maravilla
el mundo ha de ver la silla
de los tenientes de Dios,
  siendo de su Iglesia centro.
Un hermoso peregrino
viene por este camino;
quiero salille al encuentro,
  que le he cobrado afición,
y haciendo de quién es prueba,
sabré dél qué intento lleva
a Roma en esta ocasión.
  Mientras cerca le miro (sic),
en extremo me aficiona;
mas su gallarda persona,
su hermosa presencia admiro:
  guíe, peregrino, el cielo
vuestros pasos.

(Sale un PEREGRINO, y sea el que salió en la nube a SAN PABLO.)
PEREGRINO:

Sálveos Dios.

PEDRO:

¡Vais a Roma?

PEREGRINO:

Cuando vos
dejáis el romano suelo.

PEDRO:

  ¿Y a qué vais?

PEREGRINO:

Voy, Pedro, a ser
en ella crucificado,
segunda vez afrentado
de haberos visto temer.
  Si así os vais por no imitarme
en la muerte que os ofrece
tan grande ocasión, parece
que otra vez queréis negarme.

PEDRO:

  Primero me negaré
a mí en mi incierta jornada,
y soy ya piedra engastada
en el oro de mi fe;
  dadme vuestros pies, Señor,
que yo confieso que he errado.

PEREGRINO:

Ea, volved a el ganado,
no peligre sin pastor;
  volved por vos y por mí,
y vamos juntos los dos,
si vive el valor en vos
del huerto Getsemaní;
  volved, Simón, a guardar
vuestro perdido ganado,
y morad con el cayado,
que es la cruz que os di al entrar.

PEDRO:

  Señor, no fue cobardía,
que bien sé que de mi pecho
podéis estar satisfecho;
pero la palabra mía
  os doy, que el lobo cruel
no ha de ofenderme el ganado,
ni he de dejar el cayado
hasta que muera sobre él.

PEREGRINO:

  ¡Valor a la empresa igual!

PEDRO:

El que tengo sabéis vos.

PEREGRINO:

¡Seguid, teniente de Dios,
los pasos del General!

(Vase el uno tras del otro, y sale NERÓN y SÉNECA y CLAUDIO.)
NERÓN:

  Aguarda, Tulia, no huyas,
detén las plantas ligeras,
que parece que aventajas
al tiempo en la ligereza.
¿Dónde estás, que no te alcanzan
mis suspiros ni mis quejas?
¿Quién te engaña, quién te aparta
de mí con tan larga ausencia?
¡Ay, Tulia, qué mal que pagas
mis amorosas ternezas,
pues ofendiendo a los dioses
haces a mi amor ofensa!

SÉNECA:

Vence, Emperador de Roma,
esa furia que te lleva;
que la victoria más alta
es hacerse resistencia.
Mujeres podrás hallar
de igual agrado y belleza;
que no se ha cifrado en Tulia
la hermosura de la tierra.

NERÓN:

Séneca, el amor jamás
que ha de hallar otra igual piensa
que la que perdió, y ansí,
en perdiendo no sosiega.
No hay persuadirme que a Tulia
he de hallar quien le parezca,
si no es en mudanza el viento
y las piedras en dureza.
¡Oh, si supieses, maestro,
como me enseñaste ciencia,
enseñarme olvido, cuántas
desdichas vencer pudiera!
Que eterna fama ganaras,
pues aquesta pestilencia
del alma, amor con olvido
fácil remedio tuviera.
¡Qué de templos, qué de altares,
qué de estatuas de oro y piedras
amantes te levantaran,
y sacrificios te hicieran!
Mas ¿no hay quien enseñe olvido?

SÉNECA:

El tiempo solo le enseña.

NERÓN:

Ya está acabada la vida
cuando esa doctrina llega.

(Sale CLAUDIO.)
CLAUDIO:

Dame albricias.

NERÓN:

¿Pareció
Tulia?

CLAUDIO:

Pienso que la tierra
la ha escondido en sus abismos;
mas al autor de tu ofensa,
que es Pedro, un hombre de quien
raras maravillas cuentan,
que le dio a Tulia el bautismo,
ceremonia de la Iglesia
cristiana, de quien se llama
este fundamento y piedra,
traemos preso, y a Tulia
con rara constancia niega.
Juntamente, por el Tibre
una nave aragonesa
trae por Sexto, tu teniente,
de Palestina y Judea,
a un hombre preso, que llaman
Pablo, desta misma secta
de Pedro, de quien también
refieren varias proezas,
que por decir que es romano
y guardar sus preeminencias,
a Roma desde Cesárea
te lo remite.

NERÓN:

¿A qué esperan?
Vengan delante de mí
esos tiranos, y tenga
venganza en ellos mi agravio,
y cuantos hallaren mueran
que esa ley siguen, y todos
no satisfarán mi ofensa.

SÉNECA:

Del ingenio deste Pablo
tengo milagrosas nuevas,
y del valor juntamente,
que de su mano y su letra
he visto cartas en Roma.
A cuantos de Italia y Grecia
filósofos han escrito,
excede con excelencia,
y deseaba en extremo
ver su persona, aunque en esta
ocasión me da pesar.

NERÓN:

Rabio de furor.

CLAUDIO:

Ya llegan
Pedro y Pablo con prisiones,
gran Nerón, a mi presencia.

NERÓN:

De sangre cristiana el mundo
por mí otro diluvio espera.

(Entren por una puerta PEDRO, y SAULO por otra, presos.)
PEDRO:

Doctor de la gente, Pablo.

SAULO:

Pedro, piedra de la Iglesia,
deja que te bese el pie.

PEDRO:

Pablo, mis brazos te esperan.

PABLO:

Esto es primero, en señal
que eres dichosa cabeza
de la Iglesia militante.

PEDRO:

Gracias al cielo, que ordena
que la amistad de la vida
en morir también se vea.

NERÓN:

Estos son los mismos, Claudio,
que al entrar de aquella puerta
me resistieron el paso;
este la cuchilla fiera
de una espada en una mano,
desnuda, y este en su diestra
unas llaves, y sin duda
son hechiceros, y piensan
con su mágica engañarnos.
Los dos como he dicho mueran;
que a Tulia he de descubrir
con su muerte.

SÉNECA:

Pablo, lleva
con el valor que te da
la fama y con la prudencia
que tienes, la muerte airada
que ya tan cerca te espera.

PABLO:

No es muerte; que he de vivir
en Dios cuando al mundo muera.

CLAUDIO:

Este es Pedro, y aquel Pablo.

NERÓN:

Este villano me cuesta
tanto pesar, por los dioses,
que si no fuera bajeza,
que le diera con mis manos
la muerte.

PABLO:

Nerón, ¿qué esperas?
Que ya los dos deseamos
la muerte, para que veas
el valor que en los dos vive.

NERÓN:

¡Qué notable valor muestra!
¿Eres romano?

PABLO:

Nerón,
privilegio es de mi tierra
ser ciudadanos romanos
los que naciesen en ella.
Esta es la causa que Sexto,
del mar fiero a la inclemencia,
me remite en esta nave
que el Tibre en su margen muestra,
pasando entre mil peligros
de islas, de mares y peñas,
aunque no he llegado al puerto
hasta que mi muerte vea.

NERÓN:

Yo os cumpliré de justicia,
y esta será la sentencia:
por ciudadano romano
te cortarán la cabeza,
y a ti, por hombre común,
quiero que enclavado mueras
en una cruz.

PEDRO:

Por tan grandes
mercedes, beso la tierra
que pisas.

NERÓN:

¿Ansí, villano,
piensas vencer mi firmeza?
Quitarme a Tulia, enemigo,
pagarás desta manera.

PEDRO:

Dios para sí te la quita.

NERÓN:

Quitaldes de mi presencia
y mueran luego.

PEDRO:

¡Adiós, Pablo,
doctor de las gentes!

PABLO:

¡Piedra
de la Iglesia, adiós!

PEDRO:

¡Adiós,
vaso de elección! En tierra
de más verdad nos veremos
presto.

PABLO:

Allá Pablo te espera.

(Llevan a uno por una parte y a otro por otra.)
SÉNECA:

¿Sin sustanciar el delito
de Pablo, mandas que muera?
¡Ni saber lo que le acusan!
Sexto, mira que condenas
a muerte al hombre más sabio
del mundo.

NERÓN:

Basta que sea
cristiano para mi furia;
no en vano Sexto en Judea
le prendió y nos le remite,
que alborotando la tierra
andan estos embaidores.

SÉNECA:

Ya dio la heroica cabeza
en tierra.

(PABLO de adentro, como que habla la cabeza dando tres saltos, y saliendo una fuente de cada uno.)
PABLO:

¡Jesús, Jesús,
Jesús!

SÉNECA:

¡Notable extrañeza!
La cabeza dio tres saltos,
y sin el cuerpo la lengua
habla, y en cada lugar
que toca, una fuente bella
ha brotado.

NERÓN:

Estos cristianos
todo es hechizos.

(Sale CLAUDIO.)
CLAUDIO:

Ya quedas
servido, como mandaste,
ya consumas la sentencia.
Pedro no quiso morir
en la cruz con la cabeza
arriba, sino hacia abajo,
y con más que humanas fuerzas
se puso al suplicio, y dijo
que pues su maestro en ella,
como sabes y predican,
murió de esotra manera,
a su grandeza guardaba
toda aquella reverencia
y decoro, dando a Roma
espanto su muerte fiera.
Desde aquí puedes miralle,
que en bizarra competencia
de Pablo la tierra admira.

(Parece PEDRO en la Cruz clavado, la cabeza hacia abajo,
y SAN PABLO degollado a la otra parte.)
NERÓN:

Aún no descansan mis penas,
abrasar pretendo a Roma
hasta que Tulia parezca,
y al mundo, si el mundo mismo
se opusiera a mi grandeza.
Cubrid esos fieros monstruos,
que espantan.

SÉNECA:

Desta manera
fin da el Vaso de elección
y la piedra de la Iglesia.

Alabado sea el Santísimo Sacramento y la limpieza
y pureza de la Virgen María, concebida sin mancha de
pecado original. Amén. Jesús.