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El verdadero amante/Acto II

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Acto I
El verdadero amante
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Salen MENALCA y CORIDÓN .
CORIDÓN:

  ¿Por eso, Menalca, sólo
te fatigas y entristeces,
si tú sólo en nuestro polo
tan divino resplandeces
como en los suyos Apolo?
  ¿Un villano te maltrata?
¿Un pastorcillo te mata?
¿Celos las prendas te dan,
cuya vida te darán
por lo que pesa de plata?
  Cobra el amor que te quita
del temor que te acobarda:
¿es bien que se le permita
tal liviandad a Belarda,
si a Jacinto solicita?
  Yo sé que por él padece;
yo sé bien que te aborrece.

MENALCA:

Calla en mal hora, pastor;
que la enfermedad de amor
con el desengaño crece.
  Yo vengo desengañado
desde aquel maldito juego,
donde jugué de picado
tanto resto de mi fuego,
que estoy, de perdido, helado.
  Quiso amor que me picase
y mis prendas empeñase;
comencé por mi laurel...
¡Mal fuego se prenda en él,
que las entrañas le abrase!
  Su frente fingida y doble
coroné del ramo noble
que fue digno de la mía,
la que apenas merecía
enebro, acebuche o roble.
  ¡Ay, triste! Que el seso pierdo
cuando de aquel sueño vano
para la muerte recuerdo,
y cuando de aquella mano,
de aquella mano me acuerdo.
  Por la mano le gané;
pues que primero la amé;
mas, ¡triste!, ¿qué me sirvió?

MENALCA:

Que la mano me ganó
borrando el punto a mi fe.
  ¿Viste que le dio la mano,
y que ella le dio su boca?
Luego, según esto, es llano
que él ganó el bien que le toca,
y que yo la adoro en vano.
  ¡Oh, condición de mujer,
tan enseñada a jugar!
Fortuna te has de llamar,
pues gana el que ha de perder,
y pierde el que ha de ganar.
  ¡Ay, Dios! ¡Qué mal te aconsejas,
si ya de mi bien te alejas,
olvidada de mis obras!
¿No ves el dueño que cobras
por el esclavo que dejas?

CORIDÓN:

  Calla, mayoral. ¿Qué es esto?
¿Ansí desmayar te agrada?
¡Venganza, venganza presto!

MENALCA:

A mi pasión obstinada,
cualquier consejo es molesto.

CORIDÓN:

  Pues ¿cómo tendrás paciencia
para ver en tu presencia
que un hombre tan desigual
trate tus cosas tan mal
como si fuera en ausencia?
  ¿Qué aguardas desta liviana,
movida de un loco antojo?
Si sufres de buena gana
que hoy te haga aqueste enojo,
¿qué esperas que hará mañana?
  Si hoy, inadvertida y loca,
con su hermosa boca toca
la mano de aquel villano,
mañana hará que su mano
o su pie pise su boca.
  Mira que pierdes honor
consintiendo tal bajeza.

MENALCA:

Aquel tiene mucho amor
que no sale de nobleza
cuando le tienta el rigor.
  Si a Jacinto doy la muerte,
¿qué negocio desta suerte,
pues lo que adora le quito?

CORIDÓN:

Considerar te permito,
mas no con rigor tan fuerte.
  Mira: por cien cosas puedes
animarte a esta hazaña
para que contento quedes;
y si atención me concedes,
verás que el amor te engaña.
  Muerto Jacinto, es muy cierto
que ha de ser aborrecido,
porque si un vivo está incierto
de que es presente querido,
¿qué puede esperar un muerto?

MENALCA:

  Verdad, mas el sentimiento
dura mucho.

CORIDÓN:

Ni un momento;
que el bien que se pierde junto,
sólo dura hasta aquel punto
que es cierto su perdimiento.
  Y esto es fácil de entender
mirando el fácil sujeto
del pecho de una mujer,
que es pocas veces perfeto,
y nunca en el buen querer.
  Y fuera desto, es mejor
para que entienda tu amor;
pues si a matarle te animas,
verá lo mucho que estimas
su desdén y tu favor.
  Y al fin no puedes dejar
de matarle en tiempo alguno;
y baste, para acabar,
que no ha de gozar ninguno
lo que no puedes gozar.

MENALCA:

  Basta. No sé, te prometo,
qué furia, si no es Aleto,
se me reviste en el pecho.
Yo estoy de ti satisfecho;
sólo te encargo el secreto.
  Aquí te puedes quedar;
que hoy le tengo de acabar.
Hoy no se ha de ver con vida:
tanto puede la homicida
que me ha enseñado a matar.
  Voy a buscar ocasión
para ejecutar mi intento.

CORIDÓN:

 (Vase.)
Sus alas te ponga el viento
a los pies, y al corazón
su fuego el cuarto elemento.
  Ya desde hoy más, en el mío
salga el fuego al hielo frío
que en lágrimas se resuelve,
pues hoy tan aprisa vuelve
atrás su corriente el río.
  Fortuna, hoy vuelves atrás,
pues en la mano me das
el bien que mi alma quiere;
si aqueste Jacinto muere,
no puedo pedirte más.
  Que si Menalca le mata,
mientras el perdón se trata,
por fuerza se ha de ausentar;
y yo me vengo a quedar
solo con aquesta ingrata.

(Sale ERGASTO .)
ERGASTO:

  Fatigado me ha la cuesta;
pero ya he llegado al valle:
plega a Júpiter que halle
de todo buena respuesta.
  ¿Es Coridón? Es sin duda.

CORIDÓN:

¡Oh, Ergasto! Seas bien venido.
¿Donde?...

ERGASTO:

Donde me ha traído
aquel que todo lo muda.

CORIDÓN:

  ¿Por qué has dejado tu aldea?
¿Cómo quedan los casados?

ERGASTO:

¡Ah, Coridón! Mal logrados
no hay bien que seguro sea.
  Ya sabes cómo Doristo
llevó a vivir a su hacienda
su esposa, su amada prenda.

CORIDÓN:

Toda la mudanza he visto,
  y supe cómo te fuiste
con el padre de Amaranta.

ERGASTO:

Oye, que desdicha tanta
jamás de tus ojos viste.
  Murió el pastor de improviso.

CORIDÓN:

¿Doristo es muerto?

ERGASTO:

Sí, muerto.

CORIDÓN:

¿Es cierto, Ergasto?

ERGASTO:

Muy cierto.
Llegó su punto preciso.

CORIDÓN:

Voyme, Ergasto.

ERGASTO:

  ¿Adónde vas?

CORIDÓN:

Allá lo voy a decir.

ERGASTO:

Albricias podrás pedir
de las nuevas que les das.
  ¿Quién se huelga de su muerte?

CORIDÓN:

No te importa; queda adiós.

(Vase.)
ERGASTO:

¿Quién os las pidiera a vos
si se trocara la suerte?
  Algún pretendiente amigo
habrá que albricias le dé.
¡Oh falsa, fingida fe.
digna de eterno castigo!
  Con razón llamo fingida
el alma de engaños llena,
que pone en la muerte ajena
la esperanza de su vida.

(Salen BELARDA y JACINTO .)
BELARDA:

  ¿Qué tan de veras me quieres?

JACINTO:

Que tan de veras te quiero,
que en ti vivo y por ti muero.

BELARDA:

¿Que por mí vives y mueres?
  Pues yo... Mas oye, que veo
gente.

JACINTO:

¡Hola, Ergasto!

ERGASTO:

¿Quién es?
Guárdeos el cielo, y después
remedie vuestro deseo,
  aunque mejor acabado
que el de Doristo.

JACINTO:

¿Mejor?
Nunca me ponga el amor
en más venturoso estado
  con las prendas que más quiera.

ERGASTO:

Mejor tengáis la ventura,
pues que ya en la sepultura
reposa.

BELARDA:

¿De qué manera?

ERGASTO:

  Murió Doristo otro día
de su boda desdichada.

BELARDA:

¿Es burla?

ERGASTO:

Fuera pesada.
Murió en la presencia mía;
  en estos brazos pagó
lo que a la muerte se debe.

JACINTO:

¿De qué enfermedad tan breve?

ERGASTO:

De un desmayo que le dio.

BELARDA:

  ¡Brava desgracia, por cierto,
que me llega al corazón!

ERGASTO:

El mío con más razón
tiene rasgado y abierto;
  que amaba a mi mayoral.

JACINTO:

De suspenso, apenas puedo
decir que sin alma quedo
con el temor de su mal.
  ¿Siéntelo mucho Amaranta?

BELARDA:

¿Impórtate el sentimiento?

JACINTO:

Será justo su tormento,
pues es su desdicha tanta.

ERGASTO:

  No lo siente como debe,
porque casó a su disgusto;
pero hace lo que es justo
y lo que a su honra debe:
  de su pena soy testigo.

JACINTO:

Siempre se debe a la muerte
el llanto de cualquier suerte,
aunque muera un enemigo;
  porque allí nos acordamos
que nos falta aquella pena,
y llorando por la ajena,
por nuestra muerte lloramos.

BELARDA:

  Bien sabes disimular.
Dime, Ergasto, ¿qué ha de hacer
la viuda?

ERGASTO:

Quiere volver,
Belarda, a nuestro lugar;
  que no quiere estar allí
donde su esposo murió;
y a la casa que dejó,
me envía su padre a mí,
  porque ya con ella viene,
y quiere que la prevenga.
Voyme, pues, antes que venga,
a ver el orden que tiene;
  que habrá menester miralla.

JACINTO:

Ve con Dios.

ERGASTO:

Con los dos quede.

(Vase.)
JACINTO:

Por Dios, Belarda, que puede
con su marido enterralla.
  ¿Qué piensa el padre hacer della?

BELARDA:

¿Qué la entierre?

JACINTO:

Ansí lo digo.

BELARDA:

No; mas casarla contigo,
para enterrarte con ella.

JACINTO:

  Antes en tierra extranjera
tenga incierta sepultura,
y a manos de mi locura
en vuestra desgracia muera,
  sin que aun en tiempos después
mi cuerpo entierre la tierra
que tanta ventura encierra,
pisándola vuestros pies.
  ¿Estáis burlando conmigo,
o merezco vuestros celos?

BELARDA:

Saben, Jacinto, los cielos
si estoy burlando contigo.
  ¡Oh, traidor! ¿Piensas que ignoro
que has adorado a Amaranta
con fe tan injusta y tanta
como yo la tuya adoro,
  y que por verla casada
viniste a quererme a mí,
para que tu alma ansí
se entretuviese engañada?
  Bien a costa de mi fama
diré que de ti lo he sido:
¿tan buena te he parecido
para falta de tu dama?
  Eres hombre, haces tu oficio;
y el bien que perdiste allí,
quisieras ganallo en mí;
que es su ordinario ejercicio.
  Al fin me engañaste, injusto;
que eres tan diestro en el arte,
que me has obligado a amarte
más de lo que fuera justo.
  Cantabas como sirena,
y estabas deshecho en llanto;
¿cómo, si penabas tanto,
disimulabas tu pena?
  A fe que finges muy bien;
que grande amor me has mostrado;
mas estabas enseñado:
pocas gracias se te den.
  Anda, búrlate de mí.
Vete y cásate con ella;
que para vengarme della,
basta conocerte a ti.

JACINTO:

  ¿Adónde vas? Ten la planta.
¿Qué resolución es ésta?

BELARDA:

Anda, ve por la respuesta
a tu mujer Amaranta.
  ¿Quires que a voces me queje?
Déjame.

JACINTO:

No he de dejarte,
que ni la muerte no es parte
para que el alma te deje.
¡Ah, gloria mía!

BELARDA:

  ¿Qué dices?
¿Yo tu gloria?

JACINTO:

Y tú mi pena.

BELARDA:

No más, fingida sirena;
advierte que te desdices,
  vuelve a tu centro, camina.

JACINTO:

Pues ¿cómo, si tú te vas?

BELARDA:

¿Piensas acaso que estás
con tu Amaranta divina?
  ¡Oh, falso! Dios te haga mal.
Déjame; que te aborrezco.

JACINTO:

¿Es posible que merezco
que puedas decirme tal?

BELARDA:

  Mira, imagina en el viento
los animales más graves,
y dentro en el mar las aves,
y helado el cuarto elemento,
  primero que verme un punto
asistir a tu presencia.

JACINTO:

Ese que tenga de ausencia,
basta a dejarme difunto.
  Tuvo soy, muero por ti.
¿Dónde vas, señora mía?

BELARDA:

No me voy, que no podría;
cruel, si te llevo en mí.
  ¿Posible es que has de dejarme?
¿Posible es que has de casarte?
¿Posible es que has de trocarte?
¿Posible es que has de olvidarme?
  Jacinto, vesme a tus pies.
Mátame, será mejor;
No aguardes, falso traidor,
que yo me mate después.
  ¿Por qué quieres que te vea
de ajeno dueño en los brazos?

JACINTO:

Antes los haga pedazos
quien la muerte me desea.
  Alza, señora, del suelo,
y no des causa a la tierra
que mueva a Júpiter guerra
viendo tan humilde al cielo.
  Si es verdad que pude amar,
aunque no te lo confieso,
como no fue amor de peso,
púdolo el viento llevar.
  Era de un árbol mi amor;
Amaranta para sí
cortó una imagen de mí,
tosca y de poco primor.
  Llegué a tu mano divina,
y artífice sin igual,
perfeccionas, de metal,
en mi labor peregrina.
  Sola te adoro, Belarda;
la mano en prendas te doy
para ser tuyo.

BELARDA:

Yo soy...
Gente viene: un poco aguarda.

(Salen GLICERIO y AMARANTA , y un criado suyo.)
GLICERIO:

  Alabo mucho que de aquesta suerte
lleves con discreción, hija Amaranta,
de tu marido la temprana muerte.
  Aquí podrás, pues tu desdicha es tanta,
pasar mejor la pena que te aguarda,
de verle sin razón cortada planta.

AMARANTA:

  Para todo me aflige y me acobarda
mi enemiga fortuna; en todo muero.

JACINTO:

(Aparte a BELARDA .)
Salgámosle al encuentro, mi Belarda.

BELARDA:

  Mejor es que te escondas, que no quiero.
Que aquí nos hallen juntos.

JACINTO:

Pues tú llega;
que yo me escondo.

BELARDA:

Escóndete primero.
(Escóndese JACINTO .)
  Puesto, Glicerio, que el dolor me niega
poderte dar el pésame debido,
el alma diga lo que al alma llega.
  Seas después de aquesto bien venido
con mi pastora mal lograda.

AMARANTA:

¡Oh, amiga!
¡Cuánto mejor no verte hubiera sido!

GLICERIO:

  ¡Oh, Belarda gentil! Siempre bendiga
tus verdes años el piadoso cielo.

BELARDA:

Y en parte alivie tu mortal fatiga.

GLICERIO:

  De su parte me viene tu consuelo.
Huélgome que mi hija te haya visto,
que no tiene sin ti prenda en el suelo.
  Ya tú sabes la muerte de Doristo;
pero porque mi hija te la cuente.
y yo tan mal sus lágrimas resisto,
  a ver me voy en tanto si mi gente
mi casa me adereza.

BELARDA:

Ve en buen hora.
Siéntate aquí.

(Vase GLICERIO .)
AMARANTA:

No mandes que me asiente.

BELARDA:

Sí, por tu vida.

JACINTO:

  ¡Oh, sabia engañadora!
¡De qué manera quiere verle el alma,
por ver si está en la suya la que adora!
  Nueva imaginación me pone en calma.
Juntos agora están mis dos sujetos:
¿a cuál de entrambos le daré la palma?
  Mas ¿quién podrá juzgarlos más perfetos
que yo, en mi propio pecho conociendo
la causa que es mejor, por los efetos,
  pues el que amaba estoy aborreciendo,
y adoro aquel que cuando a mi memoria
llegó, aunque tarde, me dejó muriendo?
Luego del vencedor es la victoria.

(Entretanto que JACINTO está diciendo esto, están hablando solas quedo.)
BELARDA:

  ¿Que desa suerte murió?

AMARANTA:

Murió, amiga, desta suerte.

BELARDA:

Tan poco sientes su muerte,
que harto más la siento yo,
  pues a llorar me provoco
y tú estás de pasatiempo.

AMARANTA:

Conocíle poco tiempo,
y ansí el sentimiento es poco.
  Igualo al tiempo el dolor,
y esto no es de pecho ingrato;
que a nosotras sólo el trato
nos obliga a mucho amor.

BELARDA:

  También queremos sin él,
mas no es esa la ocasión,
que tenemos condición
más piadosa que cruel.
  Y si tú, amiga, no amaras,
como sospecho, otro dueño,
no como burlas de sueño
su muerte cruel pasaras.
  Di la verdad: ¿quieres bien?

AMARANTA:

La verdad te he decir:
quiero bien hasta morir.

BELARDA:

Pues confiesas, dime a quién.

AMARANTA:

  ¿A quién, preguntas? No sé,
Belarda, si te lo diga.
Pero al fin eres mi amiga:
a Jacinto di mi fe.

BELARDA:

¡Ay, desdichada de mí!

AMARANTA:

¿Qué tienes?

BELARDA:

¡Oh, mi pastora!
He echado menos agora
una prenda que perdí.
  Mas di adelante tu cuento,
y dime: ¿querida fuiste?

AMARANTA:

Fuílo un tiempo; más ¡ay, triste,
que su fe se llevó el viento!

BELARDA:

  Ya la prenda pareció.

AMARANTA:

¿Qué era, Belarda?

BELARDA:

¡Este anillo!
De hallarle me maravillo,
y entre las dos se perdió.

JACINTO:

  (Aparte.)
No ha estado malo el engaño.

BELARDA:

Al fin, ¿qué piensas hacer?

AMARANTA:

Porfiar siempre, hasta ver
del todo mi desengaño.

JACINTO:

(Aparte.)
¿Mas que se pierde otra prenda?

BELARDA:

Y aun querrás con él casarte.

AMARANTA:

Sólo eso es, Belarda, parte
a que yo deje mi hacienda.
  Y si la verdad te digo,
vengo a tratarlo con él.

BELARDA:

¡Ay, qué dolor tan cruel!
Yo muero; tenme contigo.

AMARANTA:

  ¡Ay, Dios! ¿Qué nueva ocasión...
¡Qué color tan amarillo!

JACINTO:

¿Mas que tengo yo el anillo
del dedo del corazón?

AMARANTA:

  ¡Triste! ¿Qué tengo de hacer?

JACINTO:

Ahora bien, quiero llegar,
que no sufre el alma estar
adonde la pueda ver.
  ¿Qué es esto, hermosa pastora?
¿Soy yo menester también?

AMARANTA:

¡Oh, mi Jacinto! ¡Oh, mi bien!

JACINTO:

No me faltaba otra cosa.
  Dejemos eso, y tratemos
de saber desta pastora...

AMARANTA:

¿Qué ven mis ojos agora,
día en que libres nos vemos?

JACINTO:

  ¿No te digo que me digas
qué mal es éste que veo?

AMARANTA:

Ya te digo mi deseo,
que es el mal de mis fatigas.
  ¡Traidor! ¿Ansí me recibes?

JACINTO:

¡Hola, Belarda! ¡Ah, mi gloria!
¡Digo, digo! ¿Sin memoria?

AMARANTA:

Tarde, cruel, te apercibes.
  Declarada es tu pasión,
y mi muerte declarada.

JACINTO:

Estarás desengañada
que los sueños sueños son.
  ¿Cómo le daré remedio?

AMARANTA:

Parte a esa fuente, traidor,
por agua.

JACINTO:

Busca mejor
o más conveniente medio.

AMARANTA:

  ¿Agua no podrás traella?

JACINTO:

Deso de traer no trates:
porque en tanto no la mates,
tiemblo de apartarme della.

AMARANTA:

  ¿Tal maldad decir osaste?

JACINTO:

Agua no la he de traer;
si con agua ha de volver,
yo lloraré la que baste.
  Aunque tú le has dado enojos,
veré en aquesta ocasión
si se cura el corazón
con lágrimas de los ojos.

AMARANTA:

  ¿Cómo, estando yo delante,
pasa tan grande maldad?
¿Cuál hombre trata verdad?
¿Cuál es verdadero amante?
  ¿Qué ejemplo de ingratitud
como éste ha visto mujer?
Aprended a bien querer,
que os importa la salud.

JACINTO:

  Ah, mi señora; ah, mi prenda;
ah, mi dulce bien! Recuerda.

AMARANTA:

El seso quiere que pierda,
y que la venganza emprenda.
¡Ah, falso!

BELARDA:

  Gran mal me dio,
cierto que he estado sin mí.

AMARANTA:

Y aun alguno que está aquí.

JACINTO:

Ese, sin falta, soy yo,
  que me precio de adoraros.

BELARDA:

¡Oh, Jacinto! ¿Aquí estuviste?

JACINTO:

Y tal, que mi llanto triste
fue parte a resucitaros.

BELARDA:

Dios te lo pague.

JACINTO:

  ¿Dó vas?

BELARDA:

A mi casa, que voy muerta.

JACINTO:

Iré contigo.

BELARDA:

Estoy cierta
que mejor te quedarás.
  Excusemos cumplimientos.

JACINTO:

Iré, sin falta, contigo.

BELARDA:

No irás, si puedo, conmigo.

JACINTO:

Aunque vayas por los vientos.
  Belarda, qué, ¿huyes de mí?

(Vanse los dos.)
AMARANTA:

¿Hay mal que como éste sea?
¿Hay piedra que sufra y vea
tanto mal como yo vi?
  ¡Ay, desdichada! ¿Qué haré?
Celos y rabia mortal,
¿Daré voces con mi mal,
o con mi mal callaré?
  ¡Ay, fe de viento, en arena
firmada, y con agua escrita!
¡Pecho que el alma me quita,
por dar lugar a la ajena!

(Sale ERGASTO .)
AMARANTA:

¿Adónde vas?

ERGASTO:

  Por ti vengo.

AMARANTA:

¿Adónde vas? Di, traidor.

ERGASTO:

¡Yo traidor!

AMARANTA:

Téngote amor:
qué, ¿te vas porque te tengo?

ERGASTO:

  ¡Qué extremos hace de loca!
¿Qué diablo tiene?

AMARANTA:

¡Oh, qué bien!
¿Acá bienes tú también?
Pues mira, calla la boca,
  y no digas que me voy,
a mi padre, cuando venga.

ERGASTO:

Tendréte... El diablo te tenga.

AMARANTA:

¿Sabes quién soy?

ERGASTO:

¿Quién?

AMARANTA:

¿Quién soy?
  Soy el elemento quinto:
por eso a mi padre di
que hasta los cielos me fui
a casarme con Jacinto.

(Vase.)
ERGASTO:

  ¡Oh, pesia a quien me vistió!
Por aquí han andado celos,
que deben de ser los pelos
del perro que la mordió.
  Ella va tras sus cuidados,
y detenella quisiera,
pero temí que me diera
cuatro palos muy bien dados.
  Bien estuviera casada
con Jacinto, aunque no es tarde.

(Salen GLICERIO y FELICIO , padre de JACINTO .)
FELICIO:

Venid, ansí Dios os guarde,
Glicerio, a nuestra posada;
  que para todos habrá.

GLICERIO:

Téngolo a gran beneficio.
A la mía iré, Felicio,
que desocupada está.
  ¿Qué haces tú solo aquí?
¿Dónde está Amaranta? ¿Dónde?
¿Por qué te encoges? Responde.

ERGASTO:

Agora se fue... ¡Ay de mí,
  que no sé cómo te diga
de la manera que fue!

GLICERIO:

¿Cómo que se fue?

ERGASTO:

No sé...
Tanto el dolor me fatiga...
  Que hay grande mal encubierto,
y si licencia me das,
el principio y fin sabrás.

GLICERIO:

Dilo; que me tienes muerto.

ERGASTO:

  Criáronse en este valle
Amaranta con Jacinto,
vuestros hijos regalados,
desde pequeñuelos niños.
Fue el amor con la ignorancia
mezclando su fuego vivo;
quisiéronse largo tiempo
de amor casto y primitivo,
casó Glicerio a Amaranta,
como sabéis, con Doristo,
tan a su disgusto della,
que aun muerto piensa que es vivo.
Ahora, que libre está,
debe de amar a Jacinto,
y sospecho que de celos
lleva perdido el jüicio,
porque va dando mil voces
por esos ásperos riscos.
Poned, señor el remedio,
que está en manos de Felicio
sosegaréis su furor
si se le dais por marido;
que es mujer y tiene celos,
y hará cualquier desatino.

GLICERIO:

  ¡Oh, cielos poderosos! ¿Qué es aquesto?
¿Tan gran castigo me tenéis guardado?
¡Oh, mala hija! Adiós, señor Felicio,
que me parto a buscarla, y os prometo
de no volver sin su cabeza infame.

FELICIO:

Teneos, ¿Adónde vais? Paso, Glicerio,
que siendo ese traidor el instrumento,
me importa refrenaros, como padre,
cuando no me bastara el ser amigo.
¿No veis que vos también habéis pasado
por esta edad, y que pasamos todos?
¿De qué os maravilláis? Mejor sería
poner al caso el conveniente medio,
que no aguardar a publicar el caso.

GLICERIO:

¿Qué remedio queréis? ¡Oh, viejo triste!
¡Oh, mala hija, afrenta de mis canas!

FELICIO:

Dejadme vos coger el rapacito,
que yo le haré que pueda ser ejemplo.
No más. Vamos, Glicerio, a lo que importa.

GLICERIO:

¿Qué me puede importar sino casallos?

FELICIO:

Pues ¿para qué tenéis la boca llena?
¿Quisiérades que yo me convidara?
Porque tan rico sois y yo tan pobre...

GLICERIO:

No, amigo, que conozco la nobleza
y el valor de ese pecho. Al fin te pido
me des tu hijo.

FELICIO:

Yo te lo concedo,
y a fe que has de llevarle castigado.

GLICERIO:

Pues vámosle a buscar.

FELICIO:

Vamos, y Ergasto
se quede por aquí, por si vinieren.

(Vanse.)
ERGASTO:

¡Buena va la vejez con tanta flema
tras la sangre colérica encendida,
que corre ardiendo por los verdes años!
De ayer viuda, tratan de casarla.
Pero querrán tratarlo solamente.
Quiero disimular, que viene gente.

(Salen MENALCA y CORIDÓN .)
CORIDÓN:

  ¿Que no te ha sido posible
hallar, Menalca, ocasión?

MENALCA:

Tales mis desdichas son,
y su remedio imposible.
  Mas dame tú que le vea
en parte un poco segura,
que no ha de haber desventura
que como la suya sea.
  Aunque ver muerto a Doristo
me ha dado claro a entender
que a Amaranta ha de volver.

CORIDÓN:

Poco de su pecho has visto;
  que la tiene aborrecida.

MENALCA:

¡Ah, buen Ergasto! ¿Aquí estabas?

ERGASTO:

¡Oh, Menalca!

MENALCA:

¿Qué buscabas?

ERGASTO:

Una celosa perdida,
  que se va tras sus antojos.

MENALCA:

¿Es Amaranta?

ERGASTO:

Ella es,
que lleva en ajenos pies
la misma luz de sus ojos.

MENALCA:

¿A quién sigue?

ERGASTO:

  A quien la deja.

CORIDÓN:

¿Quién es?

ERGASTO:

Jacinto.

(A MENALCA .)
CORIDÓN:

¿No entiendes
lo que dice?

MENALCA:

Su fe ofendes;
antes Jacinto se queja,
  o a lo menos se quejó,
de que se hubiese casado.

ERGASTO:

Vives, Menalca, engañado;
puedo asegurarte yo
  que en este punto Felicio
y Glicerio pretendían
casarlos, porque temían
que ella perdiese el jüicio.

CORIDÓN:

  En nuevo engaño te fundas.
¡Apenas Doristo es muerto,
cuando ya tienes por cierto
que tratan bodas segundas!

ERGASTO:

  Esto es, sin falta: yo voy
con nuevas de la victoria.

(Vase.)
MENALCA:

Ve con Dios. Ya trueca en gloria
amor la pena en que estoy.
  Coridón, ¿qué dices desto?

CORIDÓN:

Que tu celoso tormento
asegura el casamiento
entre los viejos propuesto.
  Casado Jacinto, quedas
en la antigua posesión.

MENALCA:

Haz cuenta en esa ocasión
que toda mi hacienda heredas,
  Coridón. Si me confiesas
que son ciertas estas bodas,
pazcan tus ovejas todas
la yerba de mis dehesas.
  Colma de mis limpias eras
tus trojes del rojo trigo,
y tenme por tan amigo,
que para todo me quieras.
  Toma, toma a manos llenas
el fruto de mis ganados,
la fruta de mis cercados
y la miel de mis colmenas,
  que a mí, Belarda me sobra.

CORIDÓN:

Y a mí, mejor que tu hacienda,
porque es del alma una prenda
que por ninguna se cobra.
  ¡Qué poco amor te enloquece!
Porque el enfermo amador
conoce el ajeno amor
por el mismo que padece.

(Sale JACINTO huyendo, y FELICIO tras él con un cayado.)
FELICIO:

  ¿Ansí, traidor, infamia de los hombres,
tal libertad me respondéis tan presto?

JACINTO:

Padre y señor...

FELICIO:

No quiero que me nombres.

MENALCA:

  Paso, señor Felicio. ¿Qué es aquesto?
¡Con vuestro hijo tan injusto enojo!

FELICIO:

¿Injusto le llamáis? Santo y honesto.
  ¿Pensáis que porque tengo sólo un ojo,
que no sabré sacarle si me ofende?

JACINTO:

Y yo también, si con razón me enojo.

FELICIO:

  ¿Es posible que el mundo te defiende?
¿Que te consiente el cielo?

MENALCA:

Poco a poco.
¿Queréis herille?

JACINTO:

Y aun matarme entiende

CORIDÓN:

¿Por qué le maltratáis?

FELICIO:

  Porque es un loco,
desvanecido, inobediente, y tiene
mi mandamiento paternal en poco.
  Sabe el falso, traidor que me conviene
callase a mi contento, y descansado
ver que la muerte a mis espaldas viene;
  y con saber que estaba lastimado
por la propia mujer que quiero dalle,
que fue de aquel Doristo mal logrado,
  responde que no tiene aqueste valle
pastora que aborrezca en tanto extremo,
y pone falta en su gallardo talle.

JACINTO:

  Gallardo dice... Respondelle temo,
que yo le hiciera conocer su engaño.

FELICIO:

Calla, intratable bárbaro, blasfemo,
  que yo te hiciera conocer tu daño
a no valerte la acogida tanto.

MENALCA:

Por Dios, Jacinto, que te juzgo extraño,
  y que de tu propósito me espanto:
que si por tu Amaranta tantas veces
movió las selvas tu piadoso llanto,
  no sé por qué razones la aborreces,
cuando a tus esperanzas el efeto
más deseado con el alma ofreces.
Juzguéte siempre por pastor discreto,
  y pues lo eres, dime ¿en qué te fundas?

JACINTO:

En otras esperanzas, te prometo.

MENALCA:

Pues cuando con razones me confundas,
  confesaré tu ingenio y mi ignorancia.

JACINTO:

Muchas dijera; pero son profundas.
No quiero presumir con arrogancia
  de argumentar contigo; mas advierte
lo que es en mis negocios de importancia.
¿Puede llamarse con razón la muerte
  más fiera suerte que la vida larga
del que en casarse tuvo mala suerte?
¿Iguala del infierno pena amarga,
  ni de los varios elementos guerra,
del mal casado a la penosa carga?
¡Si no lo niegas, mira cuánto yerra
  quien me quiero casar con mi enemigo!

CORIDÓN:

¡Ved las mudanzas que el amor encierra!
Agora para siempre, agora digo
  que es mudable el humano pensamiento.

MENALCA:

De que la has adorado soy testigo.

FELICIO:

Pues mira, con solemne juramento,
  por la sagrada Juno, te prometo
que si enaquesto no me das contento,
que no has de estar en público o secreto
  un punto más en nuestro valle; mira
que a tal estado te verás sujeto.

JACINTO:

Pasaránse las furias de tu ira,
  y tú verás que no es razón casarme,
y que lo que te dicen es mentira;
verás que no es razón acompañarme,
  siendo tan pobre, con quien no es muy rica.

MENALCA:

(Aparte.)
Ahora será bien aventurarme.
Jacinto, si eso temes, hoy te aplica
  justo remedio tu fortuna diestra.

FELICIO:

Espántome de ver que no replica.
¿De qué manera la ventura nuestra
se puede mejorar?

MENALCA:

  Escucha, advierte,
verás de mi nobleza alguna muestra.
Condolido de ver la pobre suerte
  desta pastora triste y mal lograda,
y de vuestra amistad el nudo fuerte,
yo te daré una cédula firmada
  de darte mil cabezas de ganado
el día que contigo esté casada.

FELICIO:

Pastor, el más gallardo que el dorado
  río divino que sus campos riega
tuvo jamás en su ribera o prado,
aquesos pies, aquesos pies me entrega,
besarélos mil veces.

MENALCA:

  Padre, tente.

FELICIO:

Hijo, llega también, conmigo llega.

JACINTO:

Yo quedaré, Menalca, eternamente
  agradecido a tu valor divino;
mas ya mi desventura no consiente
que vuelva atrás del áspero camino,
  por quien amor me lleva a dar el alma
a quien hacer mi dueño determino.
Primero se verá del cielo en calma
  el movimiento, y que el humilde olivo
venza en altura a la ensalzada palma,
que yo me muestre desleal y esquivo
  a las obligaciones infinitas
que debo a aquella por quien muero y vivo.
¿Posible puede ser, estando escritas
  en medio de la frente, no se lean?

FELICIO:

¡Traidor, traidor! Tu muerte solicitas.
Yo pienso hacer que hoy borradas sean
  con sangre tuya. Aguarda, aguarda, aguarda.

JACINTO:

Nunca tus ojos tal venganza vean.

(Vanse los dos.)
CORIDÓN:

El ánimo suspenso me acobarda,
  Menalca, la extrañeza del suceso.
¡Mira si es adorado de Belarda!

MENALCA:

Calla, que estoy para perder el seso;
  y así, en este punto determino
hacer un loco y temerario exceso.
¡Que no me hiciera mi cruel destino
  de tan humildes padres, que igualara
desta Belarda el casamiento indino!
Sospecho que con ella me casara...
  y aun sin sospechocasaré con ella.

CORIDÓN:

¿Burlas?

MENALCA:

¡Pluguiera a Dios que me burlara!

CORIDÓN:

¿Ansí tan fácilmente se atropella
tanta nobleza?

MENALCA:

  Todo se le debe
a la excelencia de una cosa bella.
Es amor un océano que bebe
  todos los ríos sin guardar decoro:
tanto las almas a su fuerza mueve.
Los azadones y los cetros de oro
  junta, como la muerte, en una liga;
condena el libre pecho a eterno lloro,
y aun a vivir en cuerpo ajeno obliga

(Sale AMARANTA .)
AMARANTA:

(Para sí.)
Ya de su guerra mortal
mis celos en paz estén,
pues con las nuevas del bien
se va templando mi mal.
  Pastores, ¿habéis, por dicha,
visto a Glicerio?

MENALCA:

¡Oh, pastora,
a quien la fortuna ahora
puso en la mayor desdicha!
  Hemos por lo menos visto
aquel tu ingrato pastor,
por quien te fuera mejor
que te viviera Doristo.
  Ya tú sabrás el concierto
de tus padres.

AMARANTA:

Bien lo sé.

MENALCA:

Mas no sabrás de su fe
que está por Belarda muerto.
  Aquí su padre trataba
su casamiento con él;
yo por mí, por ti y por él,
de mi hacienda te dotaba;
  mas el traidor, que tan sólo
el bien de Belarda precia,
mejores prendas desprecia
que si fuera el dios Apolo.
  El padre corre tras él,
pensando dalle la muerte:
esta es tu suerte y mi suerte,
más que hasta ahora cruel.
  Sabes que a Belarda adoro,
y temo, si él te dejase,
que con Belarda se case,
causa de mi eterno lloro.
  ¡Mira en qué punto me tiene
la fortuna que me sigue!

AMARANTA:

¿Tanto el cielo me persigue?
¿Cual Dios a matarme viene?
  ¡Pobre de mí! ¿Qué he de hacer
sin mi adorado enemigo?
Qué, ¿tan mal está conmigo?

CORIDÓN:

Tú lo podrás conocer.
  Mas cuando adelante pase,
cree, si el traidor te deja,
que no será con la queja
de que con otra se case,
  o con Belarda a lo menos;
que yo le haré mil pedazos,
y en sus brazos estos brazos
vendrán de su sangre llenos.
  Yo daré fin a su suerte.

AMARANTA:

Detente, no hagas tal;
que no le quiero tan mal
que le desee la muerte.
  Mas podéis amenazalle
con lo que dijere yo,
y a lo que nunca pensó,
con esta industria obligalle.
  Mas temo que me faltéis.

MENALCA:

La vida falte primero.
¿Qué dudas?

AMARANTA:

Deciros quiero
el remedio que tenéis,
  y lo que el mío ha de ser:
veréis en mi industria tal
lo que es agudo en el mal
el ingenio de mujer.
  Sabréis, y sabe todo aqueste valle,
que fui querida del traidor Jacinto,
de quien agora soy aborrecida,
con el extremo que de Clicia Apolo.
Casáronme mis padres con Doristo
para mi muerte y a disgusto suyo.
En el segundo día de mis bodas,
sabéis que de improviso quedó muerto,
cosa que ha sido murmurada tanto.
Podéis los dos jurar que este Jacinto
comunicaba con los dos mil veces
darle un veneno por casar conmigo,
y yo de la traición daré querella.
Pues como todos saben que me amaba,
y ven mi esposo de improviso muerto,
¿quién duda que no den crédito al caso,
y preso le sentencien a la muerte?
Podré yo entonces, con piedad fingida,
como que aquello me ha inspirado el cielo,
decir que le perdono, si me ofrece
que por el muerto me dará su vida,
casándose conmigo, y esto antes
que de la cárcel libremente salga.

MENALCA:

¿Qué dices desto, Coridón?

CORIDÓN:

¿Qué digo?
Que Dios me libre de mujer airada,
y no de la ponzoña de mil víboras.

MENALCA:

Sólo pudiera de tu raro ingenio
ser esta industria; y desde aquí me ofrezco
si Coridón se anima a acompañarme,
ponerte preso al falso tu enemigo.

CORIDÓN:

¿Si me ofrezco me dices? ¡Bueno es eso!
Impórtame seguirte en este caso,
y por ventura más de lo que piensas.
Vamos a darle parte a la justicia:
no sea que del valle se nos vaya
con el temor del enojado padre.

MENALCA:

Pues vamos, Amaranta, y está a punto
para que des querella en avisándote;
porque primero por el vulgo todo
conviene que el negocio publiquemos,
para después mejor mover a lástima.

AMARANTA:

Vamos, que en vuestras manos va mi vida.

MENALCA:

Y la mía en las manos de Belarda.

(Vanse, y queda CORIDÓN solo.)
CORIDÓN:

¡Qué bueno me lleváis, amor tirano!
¿Paréceos que he ganado en vuestras ferias?
¡Mirad qué de traiciones hago en esto!
Soy traidor a Jacinto porque muera;
soy traidor a Menalca, pues le vendo,
siendo en su pecho verdadero amigo;
soy traidor a Belarda, pues la adoro,
y la quito del alma lo que adora;
y sobre todo soy traidor al cielo.
Mas quien te conociere, amor tirano,
si sabe que es amor fuerza del alma,
verá que no es posible de otra suerte;
que, aunque eres niño, vences al más fuerte.