El verdadero amante/Acto III

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​El verdadero amante​ de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen los pastores a prender a JACINTO , y dos alcaldes villanos entran por una puerta y salen por otra, y AMARANTA .
JACINTO:

  Saben los cielos la verdad del caso,
y ellos, a quien ofende la malicia,
me librarán de vuestras manos fieras.

(Vase.)
ALCALDE .1º:

¡Que se nos fue el traidor!

MENALCA:

¡Que se nos fuese,
entre cien hombres!

ALCALDE .1º:

Juro al sol que es fuerte.
¡Hi de puta, rapaz, y cuán ligero
jugaba del bastón a todas partes!

ALCALDE .2º:

No lo digas de burla, Bertolano,
que juro a non del sol que traigo un brazo,
de un palo que me dio, que en quince días
no será mucho no tomar la azada.

ALCALDE .1º:

Alborotado vengo del caletre.
Por toda la semana me perdonen;
que no daré sentencia de provecho.

AMARANTA:

Señores, no os dé pena que él se vaya;
que el cielo propio le traerá al castigo.

MENALCA:

Movido tiene a ira a todo el pueblo,
viendo la muerte que el traidor ha dado
al buen Doristo, cuya muerte siento.

DANTEO:

Paso, paso, Menalca, que te mira
el enojado Júpiter; no digas
que le mató Jacinto, que bien sabes
que le habéis acusado de malicia.

MENALCA:

Hablas adonde es fuerza que te salgas
con lo que dices, rústico; mas cree
que no te alabarás.

ALCALDE .1º:

Pues ¿qué es aquesto?
¡En las barbas de toda la justicia
osastes levantar escarapela!

ALCALDE .2º:

Calla, Danteo, que hablas con enojo.
¿No ves que hay dos testigos con sus tiestos,
tan gordos como el puño cada uno?

ALCALDE .1º:

¡Verá la necedad! Está probado
con una resma de papel escrito,
y cómo y dónde se le dio el veneno,
¡y llámasle inocente! Más albérchigos.

CORIDÓN:

¿Qué se cansan en esto? ¿Ya no saben
el amistad de aquéste y de Jacinto?
¿No saben que estos dos tienen un alma,
y en una voluntad viven sujetos?
Vamos en busca del traidor que huye;
que sólo en este caso nos importa
el jurar la verdad.

ALCALDE .2º:

Pues alto: vamos,
andemos estas huertas y cabañas,
que si al traidor hallamos, ¡voto al soto,
que se ha de hacer un hecho que a alguien pese!

MENALCA:

Vamos, que la verdad hija es del tiempo;
con él se viene a descubrir.

ALCALDE .2º:

Pues vamos.

(Vanse, y queda solo DANTEO .)
DANTEO:

  Si el tiempo de la verdad
es el padre y desengaño,
yo fío que por tu daño
se descubra la maldad.
  ¡Pobre de ti, desdichado
Jacinto, mozo afligido,
de enemigos perseguido
y de amigos envidiado.

(Sale BELARDA .)
BELARDA:

  ¿Cuándo las desdichas mías
han de acabarse, Danteo?
¿Si tendrá fin mi deseo,
o por lo menos mis días?
  ¿Qué embuste es este tan nuevo,
tan riguroso y cruel,
que urden al alma de aquel
que apenas nombrar me atrevo?
  ¿Adónde estás, mi Jacinto?
¡Desventurada de mí?

DANTEO:

No llores, Belarda, ansí,
aunque el natural distinto
  obliga a los animales
a sentir las cosas tanto;
porque el remedio, y no el llanto,
previene el fin de los males.
  ¡Qué bien a sufrir te enseñas,
pues que ya por tu ocasión,
teñido en sangre el vellón
deja por zarzas y peñas!
  Ayer, que la humildad suya
más a su extremo llegó,
verter sangre le vi yo,
sangre suya y sangre tuya;
  que a su cruel padre vi
que recios golpes le daba,
y vi que el pastor se holgaba
de verter sangre por ti.
  Echóle de su cabaña
su padre, fiero enemigo,
y él llora a su propio amigo
necesidad tan extraña.
  No quieras más del estado
de sus cosas y las mías,
pues hoy me dijo: «Ha tres días
que no he comido bocado.»
  Espera, que voy ahora
a buscar algún sustento.

BELARDA:

¡Oh, padre ingrato, avariento
del bien que mi alma adora!

DANTEO:

Voyme.

BELARDA:

  Espera, que conviene,
pues le ha faltado su padre,
que yo le sirva de madre
al que por mí no la tiene.
  Iréme a casa, Danteo,
y buscaré qué le dar.

DANTEO:

¿Dónde le piensas hallar?

BELARDA:

Que me lo diga deseo,
  si sabes adónde está.

DANTEO:

En la cueva que está enfrente
del álamo de la fuente,
creo que me espera ya.
  Vamos, haré que te espere.

BELARDA:

¡Ah, cielos! Perdida soy.
Danteo, como yo voy,
no vaya quien mal me quiere.

(Vase.)
DANTEO:

  Padres fieros, rigurosos,
no os acabáis de entender.
¡Buen medio queréis hacer
de dos extremos viciosos!

(Sale JACINTO .)
JACINTO:

  ¡Qué cansado y muerto vengo!
Vengo del vivir cansado,
y muerto porque he dejado
la vida en quien yo la tengo.
  Un hombre veo. ¡Ay de mí!

DANTEO:

No huyas, Danteo soy.

JACINTO:

¡Cielos! ¿Que contigo estoy?
¿Estamos seguros?

DANTEO:

Sí,
  que esta peña nos encubre.
y esta quiebra, que la parte,
del camino la más parte
hasta la senda descubre.

JACINTO:

  ¡Ay, Danteo! ¿Y mi Belarda?
¿Cómo quedaba?

DANTEO:

Muy buena.

JACINTO:

¿Siente mi pena?

DANTEO:

¿Tu pena?
Ni tiene fe ni la guarda.
  Vila, y no la hubiera visto,
que quizá fuera mejor.
Díjome: «Vaya el traidor
que dio la muerte a Doristo,
  y cásese con su dama;
que para siempre conmigo
acabó.»

JACINTO:

No más, amigo,
que ya la muerte me llama.
  De la hambre y del trabajo
casi estoy para expirar.
Adiós, que me voy a echar
de aqueste peñasco abajo.

DANTEO:

  ¿Adónde vas, ignorante?
Que por quien la muerte pides
es la columna de Alcides.
es la firmeza de Atlante.
  Es una roca batida,
es un acero perfeto,
es un varonil sujeto,
dispuesto a darte la vida.
  Yo la vi, y tu mal la dije;
y no quieras saber más,
de que muy presto verás
la causa por quien te aflige.
  Díjela que me aguardase
donde te suele esperar,
y así, la voy a buscar,
porque adelante no pase.
Escóndete.

JACINTO:

  De la muerte
revivo en que muerto estaba:
esta vida me faltaba,
Danteo, que agradecerte.
  Vé con Dios, y aquí la envía,
y dila que no se tarde;
que podrá venir tan tarde,
que llore la muerte mía.

DANTEO:

  ¡De la hambre y del trabajo
no me puedo menear!
¡Adiós, que me voy a echar
de aqueste peñasco abajo!

JACINTO:

  ¿Ahora de mí te burlas?
¡Oh amigo fiel, de buen celo!
(Vase DANTEO .)
¡Qué de suertes de consuelo
me busca en veras y burlas!
  ¡Triste, que apenas, de hambre,
junto el uno al otro labio!
Muerte, ¿con tan vil agravio
cortas la vital estambre?
  La vida a la muerte iguale;
que ésta es baja a quien la tuvo
tan alta, que dentro estuvo
del pecho que tanto vale.
  Muerte, aguarda; muerte, aguarda;
no acabe mi vida ansí;
pues en Belarda viví,
muera yo cuando Belarda.
  No puedo tenerme. ¡Ay, triste!
Quiero sentarme. Cuidados,
qué, ¿aun no descansáis sentados?
Qué, ¿ningún mal os resiste?
  Pues no os acaba este mal
que suele acabar mil males,
en mí sois tan naturales
cual la hambre natural.
  Yo muero, amor inhumano:
¡ah, Belarda! ¿Has de venir?
Qué, ¿me tengo de morir
sin que te bese una mano?

(Sale BELARDA .)
(Al salir)
BELARDA:

  Iré cual dices, Danteo.
Pierde cuidado; que estoy
diestra en este monte, y voy
ahora con mi deseo,
  que de la mano me lleva
y con su lumbre me guía.

JACINTO:

Suspiros del alma mía,
llevadle la triste nueva.
Decid que muero.

BELARDA:

  ¡Ay de mí,
que mi Jacinto es aquél!
{{Pt|JACINTO:|
No pensé, muerte cruel,
que tuvieras parte en mí.
  Pero pues ya me has deshecho,
y el verte no me acobarda,
es gran señal que Belarda
me ha dejado de su pecho.v

BELARDA:

   (Aparte.)
¿Dejado? Cuando tal sea,
yo dejaré de vivir.

JACINTO:

Qué, ¿me tengo de morir,
y primero que te vea?

BELARDA:

  (Aparte.)
¡Quién oyera con paciencia
las quejas que decir sabe!
Que en amor, lo más suave
son los regalos de ausencia.
  Mas no lo puedo sufrir.
Llegar quiero. ¡Ah, pastor mío!
¡Ay, triste! ¡Qué helado y frío!
¡Si se me quiere morir!
¿No respondes?

JACINTO:

  ¿Quién me llama?

BELARDA:

Una humilde esclava tuya.

JACINTO:

Mi vida se restituya
cual vela muerta en la llama.
  Sopló la muerte, y matóme;
y aunque es verdad que mató,
en el humo que quedó,
llegó tu luz, y encendióme.
  Vivo estoy, y ya deseo
vida; que si estuve aquí
muerto porque no te vi,
ya vivo porque te veo.

BELARDA:

  ¡Oh, prenda tan justamente
de lo mejor de mi pecho!
¿Cómo estás? Dime, ¿qué has hecho
por tantos siglos de ausente?
  Mas ¡ay, necia! ¿qué pregunto?
Toma, comienza a comer;
que causa debió de ser
de que te viese difunto.

JACINTO:

  ¿Con aquestos embarazos
tan bellos brazos cargaste?

BELARDA:

Bien dices, bien me culpaste,
teniendo sangre en los brazos,
  que era justo sacrificio
de mi amor y celo honesto;
pero cuando falte aquesto,
yo la ofrezco a tu servicio.
  No temas perder tu padre
mientras te puedo valer.

JACINTO:

Quiero empezar a comer,
pues cobro tan buena madre.
  Este pan está mojado.

BELARDA:

Viniendo, he mojado el pan;
quizá lágrimas serán
que habrán en la cesta entrado.
Cómelas, Jacinto.

JACINTO:

  ¡Y cómo!
Negra, de buena, es la salsa
cuando no se guisa falsa,
porque entonces no la como.
  Lágrimas es manjar tal,
que la ventaja le den:
verdaderas, saben bien;
pero fingidas, muy mal.

BELARDA:

  Tú propio serás testigo.
Come, come a tu placer.

JACINTO:

No quiero, que por comer
me pierdo de hablar contigo.

BELARDA:

  Basta, que contigo estoy.
Come, come.

JACINTO:

Aunque no quiera,
me obligas. ¡Oh, quién bebiera!...
pero ¡qué necio que soy!
  Como es el manjar tan nuevo,
olvídome que me dan
en las lágrimas y el pan
agua y pan, que como y bebo.
  A fe que es nuevo el misterio.

BELARDA:

Come, come.

JACINTO:

¡Oh, mi Belarda,
por quien libertad aguarda
de mi alma el cautiverio!
  ¿Cuál es aquel ignorante
que no quiere conocer
el valor de una mujer,
cuando es mujer semejante?
  Yo, a lo menos, mientras viva
conoceréme deudor,
y haré que mi tierno amor
tu nombre en el alma escriba.
  Que de una mujer nací,
y este ser del suyo tengo,
y ahora, Belarda, vengo
de nuevo a vivir por ti.
  Hablen los que las ofenden;
que yo diré a boca llena,
que de una mujer que es buena
mil cosas buenas se aprenden.

BELARDA:

Come, come.

JACINTO:

  ¿No lo ves?
Bien me va de todo punto:
como, respondo y pregunto.

BELARDA:

Gente suena.

JACINTO:

Mi padre es.
  ¡Ay, desdichado de mí!
Adiós, adiós.
(Vase.)
(Sale FELICIO .)

FELICIO:

¡Ah, traidor!
¿Huyes?

BELARDA:

(Aparte.)
¡Ah, tirano amor!
¡Esto te faltaba aquí!

FELICIO:

  Huye, traidor, que algún día
a las manos me vendrás.
¡Cómo! ¿Cómo, que aquí estás?
¡Buena insolencia, a fe mía!
  Pues, señora, ¿es bueno eso?
¿Paréceos bien lo que pasa?
¿Ya, como huésped de casa,
traéis de comer al preso?
  Coged, coged lo que queda.

BELARDA:

Yo lo haré así, padre ingrato
del hijo del más buen trato
que hallarse en el mundo pueda.

FELICIO:

Coged, coged.

BELARDA:

  A lo menos,
no es de lo que tú le has dado,
como lo tienen sobrado
los hijos de padres buenos.

FELICIO:

Coged, coged.

BELARDA:

  Ya no hay más.

FELICIO:

Pues ya que lo habéis cogido,
advertid bien el oído.

BELARDA:

¡Qué poco advertido estás!

FELICIO:

  ¿Parécete ingratitud
de un hijo que tengo honrado,
procurar con gran cuidado
su honra, vida y quietud?
  Y si el padre es bueno al fin,
¿parécete bien que cuadre
hacer obras de buen padre
al hijo perverso y ruin?
  Mas yo, ¿para qué argumento
con una rapaza amante,
más ligera e inconstante
que la débil caña al viento?
  Que si mal no me estuviera,
por los sagrados penates,
que si...

BELARDA:

Paso, no me trates,
Felicio, de esa manera.
  Si respeto te he tenido,
no te lo debo, cruel;
respétote por aquel
que es y ha de ser mi marido.

FELICIO:

  ¿Tu marido? Antes le veas
de un león hecho pedazos.

BELARDA:

Tú le verás en mis brazos
y no como tú deseas.

FELICIO:

¿A mi hijo?

BELARDA:

  ¿Qué dijiste?
¿Tu hijo? Mío dirás;
y no esperes verle más,
viejo codicioso y triste;
  que a mí me cuesta, a lo menos,
el dolor, que no me pagas.
Vete con Dios, y no hagas
tuyos los hijos ajenos.
(Vase.)

FELICIO:

  ¡Ay la loca, sienes de aire!
¿No veis qué notable exceso?
Por Dios, que perdiera el seso
a no lo echar en donaire.
  Descuide la bachillera,
que antes de velle en sus brazos,
la fiera le hará pedazos,
y será mi mano fiera.

(Sale MENALCA .)

MENALCA:

  A fe que siento el cansarme.
Pues, Felicio, ¿qué hay de nuevo?

FELICIO:

A responderte me atrevo,
pues que te atreves a hablarme.
  Di, mayoral, que bienquisto
solías ser, ¿qué te mueve
a decir que mi hijo debe
la muerte de aquel Doristo?
  ¿No sabes tú que es verdad,
y no fue engañoso intento;
que no hacer el casamiento
fue sobra de voluntad?
  Cree, mas que no te cuadre,
a estas canas desdichadas,
a estas manos arrugadas,
que al fin son manos de padre.
Dame mi hijo.

MENALCA:

  ¿Qué es esto?
¿Estás loco, por ventura?

FELICIO:

No; mas por la desventura
en que tu rigor me ha puesto.
  Si a Belarda quieres bien,
y por ser pobre la dejas,
¿de qué, mayoral, te quejas?
¿Por qué te aflige el desdén?
  El rico no ha menester
hacienda, sino su gusto;
el pobre, que busque es justo
hacienda con la mujer.
  Si la tienes, ¿por qué dudas?

MENALCA:

¡Oh, padre! Bien me aconsejas.
Vanas han sido mis quejas;
hoy mi propósito mudas.
  Ea, pues, vélo a tratar;
que cansado de andar ciego,
procurando mi sosiego,
ya lo quiero efectuar.
  Da por mi mano la tuya,
que ya estoy de verlo loco.

FELICIO:

Pues espérame aquí un poco;
que yo te traeré la suya.
(Vase.)

MENALCA:

  Esto es hecho; no hay qué hacer.
(Sale CORIDÓN .)

CORIDÓN:

¡Oh, Menalca! ¿Dónde vas?

MENALCA:

Ya, Coridón, no podrás
mudarme de parecer.
  Sábete que estoy casado.

CORIDÓN:

¿Casado? Muy bueno es eso.
A fe que medras de seso.
¿Cómo o cuándo lo has soñado?

MENALCA:

  Llegado a querer casarme,
¿hay pastora en este valle
rica de hacienda y de talle,
poderosa a despreciarme,
  pues no hay pastor que sea tal?

CORIDÓN:

Tu malicia te engañó;
antes ninguno hallo yo
para tu nobleza igual,
  y se tendrá por dichosa
la que llegue a merecerte.

MENALCA:

¿Es eso, de aquesa suerte?

CORIDÓN:

Sí.

MENALCA:

Pues Belarda es mi esposa.
(Vase.)

CORIDÓN:

  ¿Desa manera te vas?
Sin duda que es frenesí.
Yo me doliera de ti,
a no estar como tú estás.
  Mas si acaso lo tratase,
y Menalca lo supiese,
no dudo que lo entendiese
cuando ya lo efectuase.
  ¡Que éste, por rico, ha alcanzado
lo que apenas ha podido
Jacinto el triste, que ha sido
tan sin culpa condenado!

(Sale JACINTO .)

JACINTO:

  (Aparte.)
¡Oh, interés, que tanto puedes!
¿Si es ida o si aquí se está?
fortuna, cánsate ya;
que ya de lo justo excedes.
  Este es mi fiero enemigo,
de quien me pienso vengar.
Solo está; quiérole hablar
en paz de fingido amigo,
  que fío que no se atreva
solo a prenderme. ¡Ah, pastor!
¿Ha cesado ya el rigor
de aquella justicia nueva?
  Solo estoy, no me defiendo;
llega, si quieres prenderme.

CORIDÓN:

¿Justicia quieres hacerme?
Yo ni te busco ni prendo,
  y más en esta ocasión,
que ya tan poco aprovecha.

JACINTO:

Dado me has nueva sospecha.
¿Hay novedad de traición?
  ¿Hase cerrado el proceso?
¿Deshízose la mentira?

CORIDÓN:

Mira lo que dices: mira
que son palabras de peso,
  y lo que yo te aseguro
es que nadie te persigue.

JACINTO:

¿Quieres tú que yo me obligue
a tenerte por seguro?
Tarde llegas.

CORIDÓN:

  Sí llegué,
pues ya se casa Belarda.

JACINTO:

¿Qué dices? Espera, aguarda.
¿Que se casa? ¿Cómo, qué?
¡Belarda casada!

CORIDÓN:

  Sí,
o por lo menos se trata.

JACINTO:

¿Con quién?

CORIDÓN:

Un hombre de plata
la compra a peso de sí.

JACINTO:

  Conózcole por las señas.

CORIDÓN:

Gente suena.

JACINTO:

Allí me voy.
Llama en pasando, que estoy
detrás de aquellas dos peñas.
(Escóndese.)

CORIDÓN:

Anda, vete.

(Sale FELICIO .)

FELICIO:

  Buena nueva,
Menalca.

CORIDÓN:

¿No me conoces?

FELICIO:

No, Coridón, ansí goces
la prenda que amor te deba.
  Loco de contento vengo,
y así no te conocí.

CORIDÓN:

¿De qué Felicio?

JACINTO:

(Aparte, escondido.)
¡Ay de mí,
que cierta sospecha tengo!

FELICIO:

  Partí en este punto yo
por Menalca a hablar la madre
de Belarda, que su padre
ya tú sabes que murió.
  En efecto, fui a tratar
que se la dé por mujer,
y diola mucho placer.
Haráse, no hay que dudar,
  haráse ese casamiento,
y libraráme mi hijo.

CORIDÓN:

Padre, cuando esto te dijo,
¿daba en la veleta el viento?
  Fíate que te ha engañado,
y dime: ¿qué parte es él
a que dé muerte cruel
libre a un hombre condenado?

FELICIO:

  ¿Eso me dices, traidor?
Pues si eso no fuera parte,
yo, su padre, ¿había de hablarte
con tanta amistad y amor?
  ¡Muy bueno está! Yo he de hacer
que en este día le dé
la mano, palabra y fe
de que ha de ser su mujer.
  Quédate para quien eres.
(Vase.)
(Sale JACINTO .)

CORIDÓN:

No hay que dudar del concierto,
Jacinto.

JACINTO:

¿Es cierto?

CORIDÓN:

Muy cierto.
¿Qué mayor probanza quieres?
  ¿No te basta lo que has visto?

JACINTO:

Sí, Coridón, cierto es.

CORIDÓN:

Tu padre quiere después
darte en lugar de Doristo.
  Bravamente lo rodea.

JACINTO:

El cielo me vengue dél,
y antes mi padre cruel
muerto en sus brazos me vea.
  Y presto me verá muerto,
pues que Belarda se casa,
y el fuego que a mi alma abrasa
saldrá por el lado abierto.
  ¡Ay, falsa! ¿Que el sí le diste?
Murieras sin darle el sí.
Mas yo, que te adoro a ti,
moriré porque le diste.
  Era de pecho mudado,
como al fin don de mujer,
el que me daba a comer
pan en lágrimas bañado.
  Y ¡con qué gusto comí
las mentiras que fingiste!
Otro veneno me diste
que yo a Doristo le di.
  ¿Cómo ha de entrar en provecho
manjar que el gusto me estraga?
¡Ah! Mal provecho me haga
hasta que reviente el pecho.
  La muerte quiero buscarme...
pero en balde me fatigo,
veneno llevo conmigo,
que basta para matarme.
  Adiós, monte; adiós, sombrío
bosque, selvas, plantas, fuentes,
siempre a mi dolor presentes,
testigos del llanto mío.
  Hoy acaban mis enojos:
tristes de hoy más quedaréis,
y sola esta vez veréis
las lágrimas de mis ojos.
(Vase.)

CORIDÓN:

  ¡Qué lastimado me dejas!
¿Adónde te vas? No huyas;
que oyendo las quejas tuyas
no me acuerdo de mis quejas.
  ¡Pobre de ti, pues también
pierdes el bien que perdí!
Pero más pobre de mí
que siempre lo fui del bien.
  ¡Cómo! ¿Que he de consentir
que así Menalca se case?
Antes un rayo me abrase,
que tal haya de sufrir.
  Irme quiero a la justicia
y decir que este traidor
al inocente pastor
ha acusado de malicia,
  y que vine a consentillo
por su mucha diligencia,
y que mi propia conciencia
hoy me fuerza a descubrillo.
  Y aunque a mí me den la muerte
porque también se la den,
pensaré que mayor bien
no puede hacerme la suerte.
  El casamiento se impida:
Belarda ha de perdonar,
porque no se ha de casar
mientras yo tuviere vida.
(Vase.)

(Salen los dos alcaldes y MENALCA , BELARDA , GLICERIO , FELICIO y AMARANTA .)

ALCALDE .1º:

  ¿De qué sirve que os mostréis,
señora Belarda, esquiva,
y que tanto os extrañéis
en cosa, que ansí yo viva,
que ganáis y no perdéis?
  ¡A Menalca despreciáis
y tan de veras juráis
que no seréis su mujer!

ALCALDE .2º:

Aún no quiere responder,
¿para qué la importunáis?

FELICIO:

  Hija, si agora viviera
vuestro muerto honrado padre,
y así tan rebelde os viera,
más fuerza que vuestra madre
en el negocio pusiera.
  Que fuera de la riqueza,
tiene Menalca nobleza,
y por sólo emparentar,
la mano le habéis de dar.

ALCALDE .1º:

U os quebrarán la cabeza.
  ¿Han mirado el zahareño
con que se está cabizbaja?

ALCALDE .2º:

Compadre, mi fe os empeño,
que en balde el casco, trabaja
si el alma tiene otro dueño.

MENALCA:

  ¿Es posible, ingrata fiera,
que una palabra siquiera
no me quiera responder?

GLICERIO:

Quizá lo debe de hacer
como es la ocasión primera.
  Yo quiero llegarla a hablar.
Belarda, tu entendimiento
me obliga a no te cansar,
en dar palabras al viento,
que se las suele llevar.
  Menalca es hombre perfeto,
es rico, es noble, es discreto,
y adora tu gentileza,
y con toda esta nobleza
será tu esclavo sujeto.
  ¿No respondes? Otro llegue
que sea más venturoso.

FELICIO:

Aunque el respeto me niegue,
yo llego más codicioso
de que la mano me entregue.
  Hija, Menalca esta tarde,
como en tus amores arde,
mostrándome su tesoro,
me dijo: «Esta plata y oro,
para mi prenda se guarde;
  que por su rara belleza,
valor y virtudes tantas,
discreción y gentileza,
sobre esta humilde riqueza
pondrá sus hermosas plantas.»
  Dame esa mano, no huyas:
ata aquestas y las tuyas:
tu bello rostro levanta.

GLICERIO:

Llega tú, hija Amaranta
quizá te dará las suyas.

AMARANTA:

  Pues ¿cómo, hermana, tan brava
contra Menalca te muestras?
Dale aquesa mano, acaba;
que bien sabes que yo estaba
presente a ocasiones vuestras:
  yo sé que bien le has querido.

MENALCA:

Ya me tiene aborrecido;
tú se lo ruegas en vano.

AMARANTA:

Menalca, dame esa mano:
pierde esta vez de atrevido.

MENALCA:

  Vesla aquí. Más oye, mira,
que no la enojes.

AMARANTA:

Aguarda:
ya templa el fin de su ira.
Dame esa mano, Belarda.

MENALCA:

Ves que se enfada y retira.
  ¡Oh! ¡Mal haya el corazón
adonde tan sin razón
ha vivido tigre hircana!

ALCALDE 1.º:

Por Dios, que me viene gana
de dalla un gran mojicón.
  ¿Diz que no ha de responder?

ALCALDE 2.º:

Esta es la primer mujer
que he visto hogaño sin lengua.
¡Voto al sol que tengo a mengua
que andemos a su querer!
  Cuando hable, hablará tanto,
que nos quiebre la cabeza.
(Sale JACINTO .)

JACINTO:

Ya llega el fin de mi llanto;
ya de mi humilde bajeza
hasta el cielo me levanto.
  Hoy el amador de Abido
se me confiesa rendido,
pues ya voluntariamente
vengo a la muerte presente
sin ser de nadie oprimido.
  Yo soy aquel Jacinto desdichado
que a Doristo maté con el veneno;
vengo del alto Júpiter forzado
adonde justamente me condeno.
Rendido estoy: alzad el brazo airado.

MENALCA:

¡Oh fiero monstruo, de maldades lleno!
Prendelde luego.

BELARDA:

¡Oh bien de mi deseo!
¡Oh, cuántos años ha que no te veo!

ALCALDE .1º:

  ¡Milagro! ¡Hola! ¿No veis que tiene lengua?

MENALCA:

Y brazos para dar a mi enemigo.

FELICIO:

Hijo, ¿qué es esto?

ALCALDE .2º:

¡Cómo! ¡Que se venga
a nuestra misma casa el enemigo!

MENALCA:

No permitáis, señor, que así le tenga.
Suelte los brazos; dalde su castigo.

ALCALDE .1º:

Sed preso.

JACINTO:

Ya lo soy; morir deseo.

BELARDA:

¡Oh cuántos años ha que no te veo!

MENALCA:

  Basta, que toman como burla el caso.

GLICERIO:

¿Por qué lloráis, Felicio, desa suerte?

FELICIO:

Lloro en ver que el traidor tan paso a paso
a la prisión se venga y a la muerte.

MENALCA:

Tanta es la rabia que de verte paso,
tanta es la pena que recibo en verte...
Fuera, Belarda..., que yo propio quiero
ser de aqueste traidor cuchillo fiero.
  ¿Qué le miráis atentos? Vaya luego
a la cárcel.

ALCALDE .1º:

Merece su delito
que acabe el falso en encendido fuego,
pues él confiesa cuanto veis escrito.

AMARANTA:

Paso: no le llevéis. Oíd os ruego.
Hablalle quiero.

ALCALDE .1º:

Hablalle te permito,

AMARANTA:

Dime, Jacinto, ¿has muerto a mi marido?

JACINTO:

Yo le maté.

FELICIO:

Del todo soy perdido.
  Hijo, ¿por qué confiesas dese modo?
¿Estás loco por dicha?

JACINTO:

Amor, que excede
los límites de amor, me obliga a todo.

MENALCA:

Pues que confiesa, condenar se puede.

AMARANTA:

Oíd; que a perdonarle me acomodo,
como en lugar de mi marido quede;
que si él me le quitó, no está obligado
de darme más de lo que me ha quitado.

ALCALDE .1º:

  ¡Viva mil años! Ea, que esto es hecho.
Jacinto, dale aquesa mano tuya.

JACINTO:

Primero me verán pedazos hecho
que aquese casamiento se concluya.
(Híncase de rodillas su padre.)

FELICIO:

¿Tienes, por dicha de diamante el pecho?
¿A qué furia Permites que atribuya
esa rusticidad? Dime, ¿estás loco?
¿Verme a tus pies estimas en tan poco?
  Hazlo, hijo, por todo lo que debes
a aquesta sangre que te dio la vida.

JACINTO:

Padre, puesto que el pecho a llanto mueves,
el alma persevera endurecida.
No lo he de hacer.

FELICIO:

¡Que a tal maldad te atreves!
Mátenle luego.

MENALCA:

Pague el homicida.

BELARDA:

¡Ay! No le lleven, esperad primero:
rogaréselo yo, rogarle quiero.
  Por todo lo que debes a mis ojos,
a quien tan tiernas lágrimas les cuestas,
te pido que te cases, pastor mío;
que menos mal lo pasará mi alma
viéndote vivo, aunque con otra vivas.

JACINTO:

¡Oh, falsa! ¿Tal me ruegas? ¿Qué es aquesto?
Sólo un momento que de vida tengo,
¿hubo de darme al fin tal desengaño?
Debe de ser misterio de los dioses
que no pueda morir hombre ninguno
con engaño de que hay mujer constante.
¡A voces pido muerte, muerte pido!
¡Alto; de aquí me lleven!
(Sale CORIDÓN .)

CORIDÓN:

¡A buen tiempo!
¿Qué justicia es aquesta inadvertida?
Paso; no le llevéis, que el alto cielo
hoy mueve mi conciencia a que declare
la verdad deste caso.

MENALCA:

(Aparte.)
¿Qué es aquesto?

CORIDÓN:

Amaranta, movida de su pena,
a Menalca y a mí nos ha pedido
que juremos que fue Doristo muerto
a manos de Jacinto con veneno,
pensando que con miedo de la muerte
la recibiera por su amada esposa.
Aquesta es la verdad; y aquí me mueve
el cielo justo, que justicia pide,
que no muera Jacinto.

ALCALDE .1º:

¡Extraño caso!
¿Enmudeces, Menalca? ¿No respondes?

FELICIO:

¡Gracias te doy, oh Júpiter inmenso,
que descubriste la verdad del caso!
Pase Amaranta y los traidores pasen
por el castigo que a mi hijo daban.

GLICERIO:

Blanda la mano, buen Felicio; advierte
que fue de amor la culpa.

FELICIO:

¿De amor dices?
Justicia pido al cielo y a la tierra.

ALCALDE .1º:

No más: este negocio está encontrado,
y si pedís los unos y los otros,
habemos de gastar nuestras haciendas,
y más si de ciudad viene justicia.
Tomad mi parecer, señor Felicio,
y demos a Jacinto su Belarda,
y en pago de que son testigos falsos
casemos a Menalca y a Amaranta;
que a Coridón, porque esto se sosiegue,
yo le daré a mi hija con mi hacienda.

FELICIO:

Al senado le enfadan cumplimientos.
Ya nuestra historia declarada queda:
llévese cada cual su prenda amada,
que aquí se acaba la comedia nuestra,
a quien su autor, por el amor constante,
le dio por nombre El verdadero amante.