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El violín de Yanko

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Nota: Se respeta la ortografía original de la época

EL VIOLÍN DE YANCO


(Pensamiento de una narración, en prosa, de Sienkiewicz.)
Á Enrique Redel.


I


—Madre, la selva canta,
y canta el monte, y canta la llanura,
y el roble que à las nubes se levanta,
y la flor que se dobla en la espesura;
y cantan la oropéndola y el pino,
y en el verde trigal las amapolas,
y en su cauce ef arroyo cristalino,

y los troncos, los tallos, las corolas,
la tierra, el cielo azul, el mar gigante,
y las hierbas al borde del barranco
riman una canción dulce y vibrante,
que á Yanko llega y que comprende Yanko.


II


Era Yanko un chicuelo
más rubio y sonrosado que la aurora,
con los ojos tan puros como el cielo,
y el alma, cual de artista, soñadora.
La música del campo le atrala,
adivinaba un himno en los rumores
que el viento recogia
al besar los arbustos y las flores;
y en el gorjeo matinal del ave,
y en el silencio de la noche grave,
y en el cáliz gentil de la violeta,

hallaba una canción tierna, sin nombre:
¡la canción sacrosanta del poeta,
que apenas puede comprender el hombre!


III


Cuando Yanko llevaba á los corderos
á triscar en el heno de los prados,
escuchaba cantar á los romeros,
á los lirios morados,
á los lotos azules,
al ciprés y á los viejos abedules,
al jazmin entre frondas escondido,
à la pervinca oculta en los abrojos,
á las flores de plumas en el nido
y al beso amante entre los labios rojos.


IV


Siempre que del mesón en la cocina
brotaban los armónicos raudales
del violín, cuya nota cristalina
es dulce cual la miel de los panales,
abandonaba Yanko el pobre lecho
—como el jilguero la oquedad del tronco—
y fascinado, comprimiendo el pecho,
escuchaba el violín que, dulce ó ronco,
iba fingiendo con sublime encanto
una canción de arrullador cariño,
y, con los ojos turbios por el llanto,
«¡quién tuviera un violín!», pensaba el niño.


V


La voluntad, emperatriz altiva,
tirana omnipotente,

prestó á Yanko inventiva
para hacer un violín débil, crujiente,
cual hecho de un caballo con las crines
y con ramas de verdes limoneros,
violín tan semejante á los violines
como un trozo de vidrio á los luceros.


VI


Mas ¡ay! que en su violín fué el canto queja,
y fué la queja destemplado grito;
cual ruiseñor no gime la corneja;
no se labra sin mármol ó granito
la estatua brilladora
en que el genio triunfante se levanta,
y no anida la endecha seductora
en un violín que canta cuando llora,
en un violin que llora cuando canta.


VII


Una noche estival, toda fulgores,
al entreabrir sus párpados el cielo
y al entornar sus cálices las flores,
arriesgose el chicuelo
á entrar en el zaguán de la posada;
luego, al ver la cocina abandonada,
penetró en la cocina,
y, á impulso de sus ansias ideales,
tomó el rico violin de voz divina
y le arrancó torrentes musicales
más puros que una frente alabastrina,
más dulces que la miel de los panales.


VIII


Al escuchar la música sonora,
gruñeron los mastines desvelados,

saltó en la jaula el ave gemidora,
y mozas y criados,
«¡al ladrón! ¡al ladrón!», despavoridos
gritaron despertándose del sueño,
y sordos á los ruegos y gemidos
feroces maltrataron al pequeño.


IX


Agonizaba Yanko; en su agonía
febril y estertoroso repetía:
—Madre, la selva canta,
y canta el bosque, y canta la llanura,
y el roble que á las nubes se levanta,
y la flor que se dobla en la espesura,
y las alondras al tender el vuelo,
y las hierbas al borde del barranco.
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Y al expirar el niño, en dulce anhelo,
dijo: --¿Verdad, mamita, que en el cielo
Dios le dará un violín á tu hijo Yanko?......