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El zapatero y el rey (Primera parte): 02

De Wikisource, la biblioteca libre.
El zapatero y el rey (Primera parte), Drama en cuatro actos.
de José Zorrilla
del tomo dos de las Obras completas ordenadas por Narciso Alonso Cortés.

ACTO SEGUND0

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Plaza cuyo fondo representa la fachada principal de una iglesia abandonada: en el fondo el atrio cercado de verjas de hierro; a la derecha, el exterior de la casa de Diego, con la ventanilla que abrió don Pedro en el acto anterior.

Personas

DON PEDRO.
BLAS PÉREZ.
DON JUAN DE COLMENARES.
SAMUEL LEVI.
DON JUAN ROBLEDO.
DOÑA ALDONZA CORONEL.
DON ALBAR PÉREZ DE GUZMÁN.

UN CONJURADO.

ESCENA PRIMERA

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DON JUAN DE COLMENARES, SAMUEL LEVÍ

JUAN.

Preciso matarle fué.

SAM.

¿Conque al cabo?

JUAN.

Sí, murió,
que un día más de su vida
fuera nuestra perdición.
Duéleme mucho su muerte;
pero a juzgar, vive Dios,
las nuestras contra la suya,
lo hecho tengo por mejor.

SAM.

Sí, por el santo Abraham;
¿pero estáis seguro vos
de que nadie más que el viejo
cayó en la cuenta?

JUAN.

Eso no;
hermanos fuimos de leche,
y era ese Diego un varón
justo, inflexible y severo,
que siempre pensó y obró
según su recta conciencia;
y aunque tuviera ocasión
fuera del rey, a ninguno
parte de su intento dió.

SAM.

Mas hijos tiene.

JUAN.

Samuel,
desechad todo temor;
los hijos, como del vulgo,
canalla cobarde son;
ni abrirán una ventana
hasta muy entrado el sol,
ni cerrarán una puerta
sino antes de la oración;
y a gente tal, en contándola
cualquier patraña o error,
la tenéis siete semanas
soñando con la visión.

SAM.

En verdad, buen Colmenares,
que os acude harto valor
parar arriesgaros a tanto.

JUAN.

Nunca, Samuel, me faltó
ni la audacia ni el consejo
cuando puestos en unión
me tentaron el antojo
las grandezas y el amor.

SAM.

Así corre vuestra fama
por Sevilla, y así sois
el escándalo en el templo
y en las calles el terror.

JUAN.

Vaya que estáis esta noche
filósofo; un hombre soy,
y como tal mis pecados
flaquezas humanas son.
Sólo hallo una diferencia
con los demás, y es que yo
aborrezco a los hipócritas,
y obro con satisfacción
sin embozar mis flaquezas
con disimulo traidor.

SAM.

Bien meditado, don Juan,
tal vez no os falte razón:
pero es el vulgo envidioso,
injusto y murmurador.

JUAN.

¿Qué diablos vais a decirme
con tan prolijo sermón?
Que me place la hermosura,
que a los regalos me doy,
que mis inmensos caudales
derramo a profusión,
que tengo amigos, que tengo
mucho en la corte favor.
¿Y eso qué tiene de extraño?
¿No hacéis otro tanto vos?

SAM.

¿Y os olvidáis ya, don Juan,
del bonete y del ropón?

JUAN.

¿Y os olvidáis que me dieron
la prebenda como a vos
del rey la tesorería?

SAM.

¿Cómo?

JUAN.

Vedlo en conclusión:
yo era soldado, la guerra
siendo rico me cansó;
el rey me quería entonces;
el cabildo enredador
de Sevilla, harto indiscreto,
no sé en qué le desairó.
Don Pedro, para humillar
tan osada presunción,
sin mirar a más razones
en el coro me sentó;
conque soy un ave ambigua
que estoy en disposición
de volar y de correr
como me venga mejor.
no recibí orden alguna;
y a mi antojo, ved que voy
llevando con igual brío
las espuelas y el ropón.
Mas vamos a lo que importa:
¿el mensajero llegó?

SAM.

Mañana llega.

JUAN.

¿En secreto?

SAM.

No, con mucha ostentación,
que trae comitiva y viene
con nombre de embajador.

JUAN.

¿Y es hombre de quien se fíe?

SAM.

A toda prueba.

JUAN.

¡Por Dios
que el atrevimiento es mucho!

SAM.

No es, don Juan, mucho mayor
que señalar una iglesia
por punto de reunión.

JUAN.

De audaces es la fortuna;
ya veis lo bien que salió
para apartar los curiosos
de los muertos la ficción.

SAM.

Aunque a bulto, en poco estuvo
si con nosotros no dió
el justicia Benavides
allá en el otro rincón.

JUAN.

¡Oh, aquí seguros estamos
gracias a lo que costó!
Dos veces hemos venido,
y mirad en derredor,
no hay una casa habitada,
y el zapatero murió.
Pero el enviado, decidme,
¿sabrá hacer?…

SAM.

¡Santa Sión!
Médico, adivino, astrólogo,
y mi huésped, ved, señor,
si tendrá bien su lugar;
de sus consejos en pos,
enfermos, pobres y tontos
le irán a implorar favor.
Entrarán cuantos quisiéremos,
y tomarán de su voz
nuestras órdenes, a guisa
de remedio o predicción.

JUAN.

¡Soberbia idea, Samuel!
¿Y Aldonza?

SAM.

En venir quedó,
y aguardará del alcázar,
para salir, la ocasión.
Pero, don Juan, vamos claros,
¿la amáis de veras?

JUAN.

¡Pues no!
Es noble, astuta y hermosa.

SAM.

Don Juan, que os asista Dios.

JUAN.

Y además don Juan Lacerda,
su cuñado, el reino entró
por Córdoba.

SAM.

Y su marido
viene a ayudarnos.

JUAN.

Estoy
en que esta noche le esperan.

SAM.

Celoso del rey, ¿traidor
se ha vuelto Albar de Guzmán?

JUAN.

Nuestro es el rey.

SAM.

Vámonos,
que alguien llega: desde el atrio
veremos, don Juan, quién son.

JUAN.

Si nos acechan ¡ay de ellos!
Arrojaos sin temor,
y adelante.

SAM.

En ese caso
podéis arrojaros vos.

JUAN.

¿Qué teméis?

SAM.

Nada en resumen;
mas soy viejo, odio el rencor,
y para matar cristianos,
don Juan, no conspiro yo.

JUAN.

Pues ahora os digo lo de antes,
Samuel, que os asista Dios.

ESCENA II

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DON JUAN, SAMUEL, tras de las verjas del atrio; ROBLEDO, DOÑA ALDONZA CORONEL.

ALDONZA.

¿Robledo, llegamos ya?

ROBLEDO.

Este es el sitio, señora.

ALD.

Tan solo y tan a deshora
miedo este sitio me da.

ROB.

Nada tenéis que temer,
que entre amigos os halláis.

ALD.

¿Que soy, Robledo, olvidáis
nada más que una mujer?
Y aunque sagaz y ofendida,
es natural mi temor.

ROB.

Cubriros fuera mejor
con el lienzo.

ALD.

Me intimida
disfrazarme de este modo,
y horror de mí misma tengo.

ROB.

En que repugna convengo;
mas esto lo salva todo.
(Pónense unos mantos blancos, y dirigiéndose hacia el fondo quedan de espaldas al espectador a manera de muertos con sus sudarios.)

ROB.

Oh, es muy feliz la invencin
de estos lienzos funerarios.

ALD.

Pues de andarnos con sudarios
no es la mejor ocasión.

ROB.

¿Tenéis tan poca esperanza?

ALD.

Demasiada tengo acaso;
mas, Robledo, un solo paso
puede arrastrar la balanza.

ROB.

Tal vez alguno nos mira.

ALD.

¿No veis alguien a la puerta?

ROB.

Nadie a venir aquí acierta,
si como vos no conspira.
Seguidme.

ALD.

Vamos allá,
que en vos conf, Robledo.

ROB.

Venid, señora, sin miedo,
que yo llamaré.

JUAN.

¿Quién va?

ROB.

Las ánimas.

SAM.

Ellos son.

JUAN.

(Sepamos antes de entrar
lo que se puede esperar
de las gentes de Aragón.)

ALD.

¿Sois vos, don Juan?

JUAN.

Sí, yo soy.

ALD.

Gran miedo por vos pasé.

JUAN.

Miedo decís, ¿y por qué?

ALD.

¿No veis el traje en que estoy?

SAM.

Guárdeos el cielo, señora.

ALD.

¿También Samuel con nosotros?

SAM.

También Samuel.

JUAN.

Y aún hay otros
que el conocerlos ahora
trabajo os ha de costar.

ALD.

¿Y os exponéis tan temprano?…

JUAN.

Es el vulgo muy villano
y no se atreve a acercar.
Si no por esta invención
de los muertos, y apostara
que estábamos cara a cara
ha mucho con el león;
mas hicimos tan extrañas
anécdotas referir,
que nadie ha osado venir
contra visiones tamañas.

SAM.

Pues determinar es fuerza
de concluir lo más presto,
que es fácil que den tras esto
y la fortuna se tuerza.

JUAN.

(a doña Aldonza).
¿Qué es de don Albar Guzmán?

ALD.

Esta noche entra en Sevilla.

JUAN.

¿Y el otro?

ALD.

Contra Castilla
dispuestos ambos están.

SAM.

¿Vuestro cuñado Lacerda
sigue venciendo?

ALD.

Sí a fe
y en él precavida até
un cabo de nuestra cuerda;
al otro está mi marido,
que con los suyos atento,
aguarda sólo el momento
del ataque convenido.

JUAN.

¿Trae gente?

ALD.

Pocos, más buenos,
que por diferentes puertas
entrarán.

JUAN.

Que estén abiertas
se dispondrá.

ALD.

Eso es lo menos:
nuestros los alcaides son.

JUAN.

Robledo, ¿y la gente vuestra?

ROB.

Mucha tengo, osada y diestra,
dispuesta a la rebelión,
pero sin armas están.

JUAN.

Cuando hagan al caso, iréis
donde las encontraréis.

ROB.

¿Instrucciones?

JUAN.

Se os darán.
¿Y vos, Samuel?

SAM.

Todo está
preparado a la ocasión:
Granada con Aragón
auxilio y favor nos da.
Mahomad, el rey Bermejo,
a pretexto de embajada
envía desde Granada
un moro de su consejo;
y pues no han de sospechar
de un embajador amigo,
él hará que al enemigo
puedan avisos llegar.

JUAN.

El legado del pontífice
parte con nosotros toma.

SAM.

De rebeliones en Roma
hay muy prático un artífice.

ALD.

Mas el rey…

JUAN.

Dejadme hacer:
disoluto mozabelte,
le daremos un juguete
que le sepa entretener.

ALD.

Estemos muy sobre aviso,
que tiene más de león,
cuya sangrienta afición
saciar antes es preciso.

SAM.

Pues si al león por ventura
saciar antes interesa,
yo le arrojaré una presa
que satisfaga su hartura;
y pues aunque entrado en años
de ser mozo no dejó,
al león dormiré yo
y al mozo vuestros amaños.

ALD.

Tanto amor le he de fingir,
que milagros ha de hacer
si es capaz de preveer
que en mi amor ha de morir.
¿Don Enrique?

JUAN.

Será rey.

ALD.

¿Contestó?

SAM.

Contestó ya,
y en sus poderes nos da
por buenos ante la ley.

JUAN.

Nos deberá él la corona,
rey el pueblo castellano,
y el infierno otro tirano
que le espera, aunque le abona.

ALD.

Vaya allá ¡viven los cielos!
de huésped de Lucifer.

JUAN.

(a doña Aldonza).
Y con él puede correr
Albar Pérez.

ALD.

(a don Juan).
¿Tenéis celos?

JUAN.

¿No sois vos todo mi afán?

ALD.

Mas viniendo mi marido…

JUAN.

Todo está ya prevenido.

ALD.

¿Qué decís?

JUAN.

Juntos irán.

ALD.

¡Vuestro amigo!

JUAN.

¿Y qué tenemos?
¿No necesita una presa
el león? Darémosle esa.

ALD.

¡Don Juan!

JUAN.

(señalando al judío).
¡Otra le daremos?

ALD.

Me entendisteis.

JUAN.

Bien está:
despachemos esa gente,
que hace tiempo que impaciente
también nos espera ya.
(Éntranse todos en la iglesia, y cuando vuelven las espadas asoma y sale después don Pedro por la puerta que se supone de la casa de Diego Pérez.)

ESCENA III

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DON PEDRO

PEDRO.

¡Por la Virgen de Belén!
¿León de sangre sediento,
se dará el rey por contento
con la presa que le den?
¿Y el cetro de un mozalbete
mientras venden a Aragón,
echarán carne al león
y al mancebo algún juguete?
(Pasea a largos pasos y dice de repente:)
¡Por Dios que si estando quedo
necios a acosarle van,
cuando ruja se echarán
entre la yerba de miedo!
¡Voto a Dios! Bando insensato,
que hallarás al león, sí;
pero caerá sobre ti
silencioso como el gato.
(Vuelve a pasearse meditabundo.)
¿Quién necio al primer embate,
mal jugador de ajedrez,
jugando la primer vez
tiar al rey un jaque mate?
¿Con trampas y alteraciones
piensan el juego embrollar?
Empecemos a jugar
moviendo algunos peones.
¡Blas!

ESCENA IV

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DON PEDRO, BLAS

BLAS.

¿Qué quiere?

PEDRO.

Ven acá:
¡paréceme que decías
que a tu padre vengarías!

BLAS.

¡Sí, por Dios!

PEDRO.

Empieza ya.

BLAS.

No juegue con mi dolor,
que por Cristo que le juro
que, aunque plebeyo y oscuro,
razón me sobra y valor.

PEDRO.

La paciencia, sin embargo,
te hace falta: tenla, pues:
yo sé el matador quién es.

BLAS.

¿Quién?

PEDRO.

La prudencia te encargo.

BLAS.

¡Prudencia! ¿Y visteis morir
a quien me mandáis vengar?

PEDRO.

Ve la justicia a buscar
y hazla contigo venir.

BLAS.

¿De mí burlaros queréis?

PEDRO.

¿De Colmenares te olvidas?

BLAS.

¿Ese fué?

PEDRO.

El mismo.

BLAS.

Cien vidas
que tuviera… ¡oh!, lo veréis.

PEDRO.

Pues yo le pondré en tus manos
si traes la justicia tú.

BLAS.

¡Justicia! ¡Por Belcebú
que es auxilio de villanos!
¿Dónde está ese tigre cruel?
Dadme esa daga por Dios,
y cierro delante a vos
a puñaladas con él.

PEDRO.

Y si tal haces, menguado,
¿llegarás a tu enemigo
sin que tropiece contigo
la justicia de contado?
Si el golpe yerras por suerte…

BLAS.

No temáis, no le erraré.

PEDRO.

Mejor es que se le dé
la justicia, que es más fuerte.

BLAS.

¿Ese consejo me dais
y sois soldado del rey?
¿Os remitís a la ley
y espada al cinto lleváis?
Guardaos enhorabuena
vuestros consejos, y ahora
dejadme aguardar mi hora
mal devorando mi pena;
porque os juro que un zapato
no he de volver a coser,
si es que yo le alcanzo a ver
y allí mismo no le mato.

PEDRO.

Bien está, le matarás.

BLAS.

¿Cara a cara?

PEDRO.

La manera
ponla tú con tal que muera.

BLAS.

Vamos allá.

PEDRO.

Tente, Blas:
que tú lo harás te repito,
mas con una condición.

BLAS.

¿Cuál es?

PEDRO.

En esta ocasión
la justicia necesito.

BLAS.

¿Para él?

PEDRO.

Sí; cuando le prueben
que le delito cometió,
haré que a tus manos yo
sentenciado te lo lleven.
¿Lo oyes?

BLAS.

No lo entiendo bien;
mas no os puedo resistir:
voy… y si vais a mentir,
el cielo os maldiga.

PEDRO.

Amén.

ESCENA V

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DON PEDRO

PEDRO.

Que le mates, eso quiero;
que quien con su rey se atreve,
justo es que la muerte lleve
por mano de un zapatero.
Que le mates: es la ley,
y así aprenderá de cierto
que no hay un vivo ni un muerto
de quien tenga miedo el rey.
Alguien llega; si es amigo
de esa gente, antes de entrar
se tendrá que confesar
a solas aquí conmigo.

ESCENA VI

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DON PEDRO, DON ALBAR PÉREZ DE GUZMÁN

ALBAR.

(Esta la iglesia será
si cuando señas me dieron
a traición no me mintieron:
pecho al agua.)

PEDRO.

¿Quién va allá?

ALBAR.

¡Las ánimas!

PEDRO.

Adelante.

ALBAR.

¿Estáis vos?

PEDRO.

Por Don Enrique.
¿Y vos?

ALBAR.

No hay por qué me explique
sin que el misterio levante.

PEDRO.

¿No os dieron aquí una cita?

PEDRO.

¿Y aquí os citaron a vos?

PEDRO.

Sí.

ALBAR.

Y a mí.

PEDRO.

Con que a los dos
aquí se nos necesita.
¿Sois Lacerda, Mahomad
o Roma…? Esperamos hoy
sus avisos.

ALBAR.

Guzmán soy.

PEDRO.

¿Albar Pérez? Perdonad
que a conoceros al punto
no os hubiera detenido.
¿Venís, Guzmán, decidido?

ALBAR.

A vencer o ser difunto.

PEDRO.

Eso sí: bien elegimos;
ni un cobarde hay con nosotros,
aunque en mucho más que a otros
por ofendido os tuvimos.

ALBAR.

¡Mucho sabéis!

PEDRO.

Soy el ojo
derecho de don Samuel,
y no me recata él
ni su más mínimo antojo.
¿Y os llegó su carta?

ALBAR.

Sí.

PEDRO.

Ya visteis lo que decía.

ALBAR.

Y vos, pues todo os lo fía.

PEDRO.

Como que yo la escribí.
(Fortuna fué que escribiera,
que a ciegas le pregunté.)
Pues si mal no me enteré,
ya sólo por vos se espera.

ALBAR.

Voy, pues, a entrar.

PEDRO.

Aguardad,
que pues la suerte es propicia,
daros quiero una noticia.

ALBAR.

Dádmela, pues, y abreviad.

PEDRO.

(con intención).
Vuestra mujer os es fiel.

ALBAR.

¡Vive Dios…!

PEDRO.

Sé que irritado
con ella os habéis mostrado.

ALBAR.

(amostazado).
¿Y qué se le importa a él?
Si contra el rey conspiráis…

PEDRO.

Del rey hablaros pensé.

ALBAR.

Pues id derecho, que a fe
que os juro que lo acertáis.

PEDRO.

Preso en sus lazos le tiene
doña Aldonza.

ALBAR.

¡Ya volvéis!

PEDRO.

Si de él vengaros queréis,
hablar de ella vos conviene.

ALBAR.

Seguid.

PEDRO.

Por si torpe lengua
su limpieza calumnió,
sabed que hay quien defendió
vuestra causa… aunque sin mengua.
Ella tiene al rey cogido;
mas sólo es para ayudar
con su amor a conspirar
a su amigo y su marido.

ALBAR.

¿Su amigo?

PEDRO.

Y vuestro mayor;
pues a vuestra orden atento,
no se separa un momento
de ella, por cumplir mejor.

ALBAR.

¿Por quién me tomáis a mí?

PEDRO.

Por don Albar de Guzmán,
y a fe que sin mucho afán,
que vos lo habéis dicho así.

ALBAR.

Pues estáis mal informado,
que yo no encargué a ninguno
mi mujer.

PEDRO.

Pues hay alguno
que a su cargo la ha tomado.

PEDRO.

¿Quién?

PEDRO.

Don Juan de Colmenares.

ALBAR.

Os digo que os engañáis.

PEDRO.

Nada, Don Albar, temáis
de quien sirve en los altares.
Pero entrad, que os entretengo.

ALBAR.

(¡Aviso más singular!)
Decidme…

PEDRO.

¿Queréis entrar,
que os esperan?

ALBAR.

A eso vengo;
Mas quiero una explicación
de eso que ahora me habéis dicho.

PEDRO.

¿Traéis en fingir capricho?
Mas en fin, tenéis razón,
que delicados asuntos
son los asuntos de honor.

ALBAR.

Quien no habla de ellos mejor
cerca está de los difuntos.

PEDRO.

¿Me provocáis? No hay por qué,
mas si os ofendéis por esto,
don Albar, estoy dispuesto
y el caso os explicaré.

PEDRO.

¿Cuándo?

PEDRO.

Mañana, que fuera
dar antes que sospechar.

ALBAR.

¿A qué hora y en qué lugar?

PEDRO.

En mi casa y a cualquiera.

ALBAR.

¿Donde moráis?

PEDRO.

De mi casa
haré que os avisen, y…
pero entrad, que pese a mí
que el tiempo hablando se pasa.
(Sube don Albar las gradas del atrio, diciendo:)

ALBAR.

(Por Cristo que me ha metido
ese hidalgo en confusión.)

PEDRO.

(viéndole entrar).
Para una conspiración
no hay cosa como un marido.

ESCENA VII

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DON PEDRO

PEDRO.

El dardo en el pecho lleva
y a fe que le ha de estorbar,
mas si le quiere tocar
la herida él mismo renueva.
(Se echa a reír.)
Poco hay en el otro mundo,
según se ve, de provecho,
cuando un soldado ha deshecho
su plan más sabio y profundo.
(Después de un momento de meditación, co ira, marcando el carácter inconstante del rey don Pedro, dice:)
Torres de orgullo y grandezas
necios levantando están,
mas otro levantarán
su torre con sus cabezas.

ESCENA VIII

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DON PEDRO, BLAS

PEDRO.

¿Cumplisteis?

BLAS.

Sí.

PEDRO.

No los veo.

BLAS.

Pronto los tendréis aquí,
que más me interesa a mí
mi venganza, y la deseo.

PEDRO.

Escucha, Blas.

BLAS.

Ya os escucho.

PEDRO.

¿Serás capaz de esperar
a los muertos?

BLAS.

(con temor).
¿Yo?

PEDRO.

A juzgar
por el yo, los temes mucho.

BLAS.

Mas la pregunta ¿a qué asunto?

PEDRO.

Es que te encargo en conciencia
que tengas mucha prudencia
si aparece algún difunto.

BLAS.

(Cómo no puedo entender,
hablar de muertos le gusta;
nada a este hombre le asusta;
mas nada le veo hacer.)
(Uno de los conjurados aparece en el atrio envuelto en el lienzo que le sirve de disfraz.)

BLAS.

¡Cielos!

PEDRO.

¿Qué es eso?

BLAS.

(señalando al conjurado).
¡Mirad!
(Blas cae de rodillas, con la expresión del pavor más concentrado. Don Pedro vuelve el rostro con serenidad.)

ESCENA IX

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BLAS, DON PEDRO, un CONJURADO

CONJURADO.

(Rumor oí, según creo;
no vendrá mal un paseo
contra una curiosidad.)

PEDRO.

Quieto, Blas, o eres perdido.

BLAS.

(Tamaño valor me pasma.)

PEDRO.

(Dejemos que la fantasma
nos diga a lo que ha venido.)

CONJ.

Desventurado mortal
que, pecador descarriado,
a este lugar has llegado,
¿quién eres?

PEDRO.

Si no voy mal,
poco para muerto sabes,
pues no conoces en mí
un vivo que viene aquí
por negocios harto graves.

CONJ.

Eres, pues…

PEDRO.

Del otro mundo,
donde ya aguardando están
a Samuel y al de Guzmán.

CONJ.

(Es nuestro, si bien me fundo.)
(Vase acercando a don Pedro, y mirándole de arriba abajo, extraña la capa echando menos el disfraz.)
Que vengas de allá me alegro,
aunque es tu disfraz muy franco.

PEDRO.

Es que tú eres muerto blanco
y yo soy un muerto negro.

CONJ.

Negro o blanco ¿a qué no entrar
con nosotros?

PEDRO.

Es que yo
soy muerto que nunca entró
donde le pueden cerrar.

CONJ.

(¡Traidores hay, pesia mí!)
Responda quién va o es muerto.
(Al acercarse a don Pedro, asiendo éste su daga con disimulo, le da de puñaladas y va a caer fuera de la escena.)

PEDRO.

Quien los infiernos ha abierto
esta noche para ti.

CONJ.

¡Cielos!

BLAS.

Por San Blas, ¿qué es esto?
Con los muertos arrogante
se los lleva por delante…
¿Qué hombre es éste, a Dios opuesto?
(Vuelve don Pedro limpiando la daga.)

PEDRO.

Bien muerto está el temerario.
Por Cristo que lo acert
cuando al conspirar tomó
para envolverse un sudario.

ESCENA X

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BLAS, DON PEDRO

PEDRO.

¡Blas!

BLAS.

(Miedo este hombre me da.)

PEDRO.

¿Qué tiemblas? ¿Esto te asombra?
Ven, que un muerto es una sombra
y al ver esta cruz se va.
(Muestra la de la daga.)

BLAS.

(Temblando estoy de pavor.)

PEDRO.

Vamos, ¿qué temes, muchacho?
¿No ves cómo los despacho?
Cálmate y cobra valor;
que aunque entre el vulgo mantienen
gran crédito los difuntos,
en viendo dos vivos juntos
nunca a amedrentarlos vienen.

BLAS.

Así será, pues que veo
que con ellos os cerráis
y a estocadas los echáis.

PEDRO.

Que vengan muchos deseo:
y aprende a hacerlo de mí,
que muertos como el que has visto
no merecen, voto a Cristo,
sino lo que a ese le di;
mas vienen.

BLAS.

Es la justicia.

PEDRO.

Blas, silencio y confianza,
no malogres tu venganza
por ceguedad o impericia.
Aquí tu venganza empieza,
y si sagaz me ayudares,
lograrás de Colmenares
por lo menos la cabeza.

BLAS.

Mas…

PEDRO.

Silencio, ya lo ves;
tú de mi poder testigo,
eres, conque sé mi amigo,
que te alegrarás después.

BLAS.

(Todo es misterios este hombre;
mas pues me halaga y me ayuda,
tendré la lengua tan muda
como su brazo y su nombre.)

ESCENA XI

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DON PEDRO, BLAS, la JUSTICIA

PEDRO.

Más vale nunca, que tarde:
(Con autoridad.)
que la justicia y la unción
matan con la detención.

JUSTICIA.

¿Quién se atreve?

PEDRO.

Dios le guarde.

JUS.

¿Para esto llamáis la ronda?

PEDRO.

Callad.

JUS.

¿Quién manda callar?

PEDRO.

(le dice al oído).
Quien puede haceros ahorcar
aunque la faz vos esconda.
(Bajo a los de la ronda; le oyen todos menos Blas.)
Esta noche han muerto aquí
a Pérez el zapatero:
aquí al agresor espero,
y el cadáver está allí.
En su casa os esconded,
y cuando mi voz oigáis,
al que en la calle veáis
sin más reparos prended.
Y… para todos lo digo,
ni el reo ni el tribunal
han de saber, voto a tal,
que habéis topado conmigo.
Imparcial que sea quiero
del agresor la sentencia,
que tan hombre es en conciencia
como el rey el zapatero.
Con que adentro.
(Al entrar los detiene.)
¡Eh! y escuchad:
con el muerto está su hija:
nadie importuno la aflija
por gracia o curiosidad;
y cuenta que por torpeza
o por malicia, espiar
ose alguno este lugar,
porque pierde la cabeza.
(Entran y don Pedro les cierra puerta y postigo.)

ESCENA XII

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DON PEDRO y BLAS, que no debe haber comprendido la escena anterior que pasa entre DON PEDRO y la RONDA.

BLAS.

¿Qué van a hacer en mi casa?
¿No veis que mi padre está…?

PEDRO.

Todo lo he previsto ya;
tú atiende a lo que aquí pasa.
Tal vez volverán los muertos;
entre ellos viene sin duda
Colmenares.

BLAS.

¡Dios me acuda!

PEDRO.

Y tenga tus desaciertos:
aunque le veas venir
estate quieto a mi lado.

BLAS.

Eso no, señor soldado,
si le veo, ha de morir.

PEDRO.

Pues deja que pasen todos,
que con tantos atreverte
fuera correr a la muerte.

BLAS.

Lo haré así.

PEDRO.

De todos modos
llegó tu venganza, Blas:
mas que en ninguna ocasión
divulgue tu irreflexión
lo que esta noche a ver vas.

ESCENA XIII

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DON PEDRO y BLAS se apartan a un lado; SAMUEL, DON JUAN, DON ALBAR, ROBLEDO, CONJURADOS, etc.

JUAN.

Conque no olvidar, señores,
que nuestros días son tres;
el santo y la seña es
ánimas y embajadores;
entretanto, con el moro
que se aviste cada cual,
y no le irá a nadie mal
ni por armas, ni por oro. (Vanse muchos.)

ESCENA XIV

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DON PPEDRO, BLAS, SAMUEL, DON JUAN, DON ALBAR, DOÑA ALDONZA, ROBLEDO, etc.

JUAN.

Ahora bien, hecho lo hecho,
este lugar se abandona;
Enrique tendrá corona
y nosotros gran provecho.

ALD.

Adiós, don Juan.

SAM.

Dios os guarde.

ALB.

(a Samuel).
Él os ayude, Samuel.

ROB.

¿Os quedáis?

SAM.

Tengo con él
que hablar.

JUAN.

Pues decid, que es tarde.

ESCENA XV

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SAMUEL, DON JUAN; BLAS y DON PEDRO, ocultos

SAM.

¿Don Juan, la queréis aún?

JUAN.

¿Pues en qué mudanza ha habido?

SAM.

¿No es don Albar su marido?

JUAN.

¿Y el peligro no es común?

SAM.

Pero…

JUAN.

¿No hay en este lance
averías de fortuna?
Pues no ha de faltar alguna
que si me estorba le alcance.
Mas lo que hablarme teníais…

SAM.

A eso voy: pues sois tan rico
como yo…

JUAN.

¿Qué?

SAM.

¿No me explico?
En repartir bien haríais
los gastos entre los dos.

JUAN.

Vuestra avaricia redobla,
Samuel, y por cada dobla
lloráis un cántaro vos.

SAM.

Ya veis… tantos adelantos
y tan exhausta la caja.

JUAN.

Ya se os hará una rebaja,
que por ahora no son tantos;
mas cuenta con que el dinero
mucho os duela; tirad de él,
que en este caso, Samuel
la cabeza es lo primero.

SAM.

Fío en vos.

JUAN.

Y sabéis bien
que por tal parcialidad
os ofrece Mahomad
medio reino de Jaén.

SAM.

En el moro al fin tendré
quien me ayude en un azar.
(Y un escondido lugar
donde el tesoro pondré.)
Buenas noches.

JUAN.

Id con Dios.

ESCENA XVI

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DON PEDRO, BLAS, DON JUAN; después la JUSTICIA

JUAN.

Ambiciosos miserables,
cuyas manos insaciables
van siempre del oro en pos.
Vete en paz hoy y atesora,
que yo te haré levantar
con tres palos un altar
donde te llegue tu hora.
(Mira a la casa del zapatero y dice marchándose:)
Su infortunio me hace duelo;
mas él se empeñó en morir,
y enter los dos a elegir
quiso lo mejor el cielo.

PEDRO.

(A Blas).
Ahora tú.
(Blas se arroja sobre don Juan, y mientras ese se defiende y la justicia los separa, sin que don Juan vea de dónde sale, dice don Pedro:)

PEDRO.

¡Favor al rey!

JUAN.

¡Viven los cielos, villano!

BLAS.

¿Y mi padre?

JUS.

Echadle mano.

JUAN.

¿Qué es esto?

JUS.

Ayuda a la ley.

BLAS.

Ese a mi padre mató.

JUAN.

¿Cómo? ¡Infame!

JUS.

Basta ya,
que ese hombre acusado está.

JUAN.

¡Viles, asesino yo!

BLAS.

Y aún niega… dejadme a mi:
ese hombre muerte merece;
dádmele, me pertenece,
yo soy el verdugo aquí.
(Blas, separado de don Juan, forcejea por llegar a él. Llevan a don Juan por el lado opuesto a la casa de Diego Pérez, y don Pedro coge a Blas por el brazo, cuando todos vuelven la espalda.)

JUS.

(a Blas).
Ea, atrás tú… y venid vos. (A don Juan.)

JUAN.

Inocente…

JUS.

Si seréis;
pero allá se lo diréis
a los jueces.

JUAN.

Sí por Dios.

PEDRO.

(a Blas).
Ven aquí, y en mí te fía.

ESCENA XVII

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DON PEDRO, BLAS

BLAS.

Ved que me habéis prometido…

PEDRO.

Que del crimen convencido
en tus manos le pondría.
Pues bien, pasado mañana
te avisarán de un lugar
donde has de ir a consultar
sobre la justicia humana.

BLAS.

¿Qué me importa?

PEDRO.

(Dale un bolsillo).
Calla y ten.
Con esto el entierro harás
de tu padre y de ese, Blas;
(Señalando al sitio donde cayó el conjurado a quien mató don Pedro.)
y callando te irá bien.

BLAS.

(De sus ojos tengo miedo;
por más que al orgullo acudo,
me apura, me opongo, dudo;
mas resistirle no puedo.)
(Entra en su casa empujado ligeramente por don Pedro.)

ESCENA XVIII

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DON PEDRO

PEDRO.

Bien; nada don Juan sabrá,
nada los jueces tampoco,
y ese pensamiento loco
adelante seguirá.
(Se echa a reír, y dice yéndose y frotándose las manos con muestra de satisfacción:)
Y es justo que en horca acaben
y al vulgo den que reír
muertos que aún han de morir
y que la hora no saben.