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Electra: 41

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Escena IX

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MÁXIMO, el MARQUÉS, ELECTRA; al fin de la escena MARIANO.


MÁXIMO.- Adelante, Marqués.


MARQUÉS.- Ilustre, simpático amigo. (Desconsolado, mirando a todos lados.) ¿Y Electra?


MÁXIMO.- En la cocina.


MARQUÉS.- ¡En la cocina!


MÁXIMO.- Volverá al instante. Hemos comido, y ahora tomaremos café.


MARQUÉS.- ¡Han comido! (Observando la mesa.)


MÁXIMO.- Un arroz delicioso, hecho por ella.


MARQUÉS.- ¡Bendita sea mil veces! (Muy desconsolado.) ¡Pero, hombre! ¡No haberme convidado! Vamos, no se lo perdono a usted.


MÁXIMO.- ¡Si esto ha sido una improvisación! ¿Por qué no pasó usted antes, cuando estuvo en la fábrica...?


MARQUÉS.- Es verdad... Mía es la culpa.


MÁXIMO.- Tomaremos café, y perdone, querido Marqués, que le reciba y le obsequie en esta pobreza estudiantil.


MARQUÉS.- Ya lo he dicho: no acabo de comprender que usted, hombre acaudalado, teniendo arriba tan magníficas habitaciones...


MÁXIMO.- Es muy sencillo... La ciencia y el hábito del estudio me recluyen en esta madriguera. Ha puesto a mis hijos en los aposentos bajos para tenerlos cerca de mí, y aquí vivo, como un ermitaño.


MARQUÉS.- Sin acordarse de que es rico...


MÁXIMO.- Mi opulencia es la sencillez, mi lujo la sobriedad, mi reposo el trabajo, y así he de vivir mientras esté solo.


MARQUÉS.- La soledad toca a su fin. Hay que determinarse. En fin, mi querido amigo, vengo a prevenir a usted... (Entra ELECTRA con el café.) ¡Oh, la encantadora divinidad casera!


ELECTRA.- (Avanza cuidadosa con la bandeja en que trae el servicio, temiendo que se le caiga alguna pieza.) Por Dios, Marqués, no me riña.


MARQUÉS.- ¡Reñir yo!


ELECTRA.- Ni me haga reír. Temo hacer un destrozo. ¡Cuidado! (El MARQUÉS toma de sus manos la bandeja.)


MARQUÉS.- Aquí estoy yo para impedir cualquier catástrofe. (Pone todo en la mesa.) No tengo por qué reñir, hija mía. En otra parte me asustaría esta libertad. En la morada de la honradez laboriosa, de la caballerosidad más exquisita, no me causa temor.


MÁXIMO.- Gracias, señor Marqués. (Les sirve el café.)


MARQUÉS.- No lo aprecian del mismo modo los señores de enfrente... La noticia de lo que aquí pasa ha llegado al Asilo de Santa Clara fundación de María Requesens. Confusión y alarma de los García Yuste. Allá está reunido todo el Cónclave.


ELECTRA.- ¡Dios tenga piedad de mí!


MARQUÉS.- Hija mía, calma.


MÁXIMO.- Tú déjate, déjanos a nosotros.


MARQUÉS.- Por mi parte, para todas las contingencias que pueda traer esta travesurilla, tienen ustedes en mí un amigo incondicional, un defensor valiente.


ELECTRA.- (Cariñosa.) ¡Oh, Marqués, qué bueno es usted!


MÁXIMO.- ¡Qué bueno!


ELECTRA.- ¿Y qué tienen que decir de mi café?


MARQUÉS.- Que es digno de Júpiter, el papá de los Dioses. En el Olimpo no lo sirvieron nunca mejor. ¡Benditas las manos que lo han hecho! Conceda Dios a mi vejez el consuelo de repetir estas dulces sobremesas entre las dos personas... (Muy cariñoso, tocando las manos de uno y otro.) entre los dos amigos que ahora me escuchan, me atienden y me agasajan.


ELECTRA.- ¡Oh, qué hermosa esperanza!


MARQUÉS.- Me voy a permitir, querido Máximo, emplear con usted un signo de confianza. No lo llevo usted a mal... Mis canas me autorizan...


MÁXIMO.- Lo adivino, Marqués.


MARQUÉS.- Desde este momento queda establecida la siguiente reforma... social. Le tuteo a usted, es decir, a ti.


MÁXIMO.- Lo considero como una gran honra.


ELECTRA.- ¿Y a mí por qué no?


MARQUÉS.- (A MÁXIMA.) ¿Qué te parece? ¿También a ella?...


MÁXIMO.- Sí, sí... bajo mi responsabilidad.


ELECTRA.- (Aplaudiendo.) Bravo, bravo.


MÁRQUEZ.- (Muy satisfecho.) Bien, amigos míos: correspondo a vuestra confianza participándoos que el Cónclave prepara contra vosotros resoluciones de una severidad inaudita.


ELECTRA.- Dios mío, ¿por qué?


MARQUÉS.- Los señores de García Yuste muy santos y muy buenos... Dios les conserve... se han lanzado a la navegación por lo infinito, y queriendo subir, subir muy alto, han arrojado el lastre, que es la lógica terrestre. (MÁXIMO hace signos de asentimiento.)


ELECTRA.- No entiendo...


MARQUÉS.- Ese lastre, ese plomo, la lógica terrestre, la lógica humana, lo recogemos nosotros.


MÁXIMO.- (Riendo.) Está bien, muy bien.


ELECTRA.- (Aplaudiendo sin entenderlo.) Lastre, plomo recogido... lógica humana... Muy bien.


MARQUÉS.- Dueños de esa fuerza, la santa lógica, es urgente que nos preparemos para desbaratar los planes del enemigo. Primera determinación nuestra: (A ELECTRA.) que vuelvas a tu casa... No te asustes. No irás sola.


ELECTRA.- ¡Ay! respiro.


MARQUÉS.- Iremos contigo los dos profesores de lógica terrestre que estamos aquí.


ELECTRA.- (Gozosa.) ¡Dios mío, qué felicidad! Yo entre los dos, conducida por la pareja de la Guardia civil.


MÁXIMO.- (Al MARQUÉS.) ¿No le parece a usted que debemos ir de día, para que se vea con qué arrogancia desafían estos criminales la plena luz?


MARQUÉS.- ¡Oh, no! Opino que vayamos después de anochecido para que se vea que nuestra honradez no teme la obscuridad.


MÁXIMO.- ¡Excelente ideal! De noche.


ELECTRA.- De noche.


MARIANO.- (Asomándose a la puerta de la izquierda.) ¡Señor, al blanco incipiente!


ELECTRA.- (Con alegría infantil.) ¡La fusión! (Dice esto con alegría inconsciente.)


MÁXIMO.- (A MARIANO.) No puedo ahora. Avísame en el punto del blanco resplandeciente. (Vase MARIANO.)


MARQUÉS.- (Con solemnidad, tomando una copa.) Permitidme, amigos del alma, que brinde por la feliz unión, por el perfecto himeneo de esos benditos metales.


MÁXIMO.- (Con entusiasmo, alzando la copa.) Brindo por nuestro primer metalúrgico, el noble Marqués de Ronda.


ELECTRA.- (Con emoción muy viva, brindando.) ¡Por el grande y cariñoso amigo! (Aparece PANTOJA por la derecha, viniendo del jardín. Permanece en la puerta contemplando con frío estupor la escena.)