En defensa propia
EN DEFENSA PROPIA
Impulsados por un sentimiento de justicia, por la amistad sincera que profesamos á Mosén Jacinto Verdaguer y por admiración al poeta, hemos decidido reunir en este libro las cartas que acaba de publicar en El Noticiero y en La Publicidad el vate catalán, con la traducción de las mismas en castellano.
Creemos necesario é indispensable que la opinión sepa á qué atenerse, que vea patente la calumnia, y que tienda sus brazos al varón justo, arrancando de raíz la terrible especie que han esparcido por España entera sus desdichados perseguidores.
La protesta de Verdaguer es elocuente y justa; su defensa, honrada; y convencido de que el entendimiento es únicamente de Dios, no ha podido consentir que se lo arrebatasen los hombres.
A la prensa entera y al público recomendamos este libro, de gran sabor para las personas de conciencia honrada.
Afortunadamente el ilustre poeta no ha muerto para el mundo como se pretendia: el texto de este libro lo prueba, y cuantos nos honramos con su amistad lo testificamos. Dedicado otra vez á las tareas literarias, no tardará el público en apreciar el nuevo fruto de su inteligencia, fruto del mismo árbol sublime que produjo La Atlántida y Canigó.
Señor Director de El Noticiero Universal:
Allá por el mes de mayo del año 1893, después de los Juegos Florales, alejóseme traidoramente de Barcelona, con la tácita nota de loco, so pretexto de que pasara dos meses en el campo para restablecer mi salud, que, á Dios gracias, no lo necesitaba. Aunque no contento, fuíme resignado. Los dos meses se han convertido en dos años, durante los que permanecí pacientemente, lejos de bibliotecas en que poder consultar, apartado de mis editores, de mis libros y hasta de mis propios manuscritos.
En uso de mi derecho y libertad, he venido á Barcelona para arreglar mis asuntos y poner tármino á mi desesperada situación, y en dos ocasiones he visto fuerza pública en mi propia morada para prenderme como á un delincuente. Gracias á la Virgen María, que no me abandona en mis tribulaciones, no se me ha visto por estas calles entre agentes de la autoridad. Por si hubiera de suceder, mañana ú otro día, contra la voluntad expresa del señor Gobernador, á quien estoy muy agradecido, ahora, mientras es tiempo, pido justicia y protesto ante la ley, ante la gente honrada de Barcelona que me conoce, ante cielo y tierra, y ante el mismo Dios que ha de juzgarnos á todos, de la iniquidad de que es víctima, ignoro con qué fin, este pobre sacerdote.—Jacinto Verdaguer, Pbro. [1].
J. M. J.
Contra mi voluntad, y con gran pena de mi corazón, cual jamàs la hava sentido, Dios lo sabe, tomo de nuevo la pluma, en demanda de justicia á las personas de buen corazón y recto juicio.
El dia 17 del finido mes de junio di cuenta al público de mi triste situación en un comunicado que conoció Cataluña entera. En él, callando, con caritativo propósito, nombres de lugares y de personas, lamentábame de las oprobiosas agresiones de que era victima por el delito de seguir aquel consejo del propio Jesucristo: Cuando os persigan en esta ciudad, huid á otra. Las tentativas se repitieron hasta el 14 de julio, haciéndome seguir y perseguir, hasta en el templo del Señor, por gente mal intencionada, poniendo á mi paso lazos y zancadillas en busca de un tropiezo, con el cual tener, si no un motivo, una ocasión de prenderme y llevarme á Vich. Y ¿qué canongía se me reserva allí, cuando quieren conducirme, por no decir arrastrarme, con tanta pertinacia, de prisa y corriendo, antes de que las gentes me vean bueno y sano, y á la luz de la verdad se descubra la infamia? Es para encerrarme en aquel Asilo, que sirve también de manicomio. Con fin tan poco cristiano, y por dos veces, se ha intentado reunir varios médicos y arrancarles un dictamen declarándome alienado; pero, en honra de la clase sea dicho, no ha habido quien se preste á secundar el plan. El ideal de los que quieren mi reclusión es sencillamente aislarme de las personas que me quieren bien, de los escritores amigos y de la prensa que, habiéndose fijado en mi triste asunto, se me muestran caritativos y benévolos; y, sobre todo, porque solo, allí dentro, ante la realidad horrible de verme preso sin ser delincuente, me confunda, se ofusque mi entendimiento y queden justificadas las violencias, sabidas é ignoradas, pudiendo decir a mis defensores:-Véase ahora si era de razón recluirlo.
No he tenido la obediencia de Isaac, entregándome, atado de brazos, á un sacrificio inútil; porque en aquel caso la voz divina lo aconsejaba, y en el presente la voz de Dios, ó la de la conciencia, que es lo mismo, me impide obedecer. No, muy al contrario: antes de entrar donde se pretende y de dejarme enterrar en vida, firmaré mi sentencia de muerte.
Pues ahora, viendo que por no prestarme al sacrificio se me castiga retirándome las licencias de celebrar la santa misa, unico consuelo que en este valle de miserias tenía; viendo que mis perseguidores son altos y poderosos, que tienen todas las influencias, sobre todo la del oro, bajo las cuales este humilde sacerdote podría quedar aplastado como un grano de trigo por la muela; no quedándome otro camino, yo mismo voy á defenderme, con la ayuda de Dios, descorriendo el velo y revelando, con toda su desnudez, este misterio de iniquidad.
Contaré breve y respetuosamente mi entrada, mi permanencia y sobre todo mi salida de la casa del mal aconsejado señor Marqués de Comillas, de aquella casa donde, en premio de haberles dedicado, con la flor de mi juventud, el poema La Atlántida, flor de mi existencia, al verme viejo se me echa, como á un perro, de un puntapié. A un perro no se le destierra, pero se le hace cosa peor: se dice que está hidrófobo: Si quieres mal á un perro, di que es rabioso (si vols mal a un goç, digas qu'és rabiós). Inspirándose en este adagio, hiciéronme una y otra cosa, lanzándome á diez y seis horas de distancia, para que no contaminara la casa ni sirviera de estorbo á los devotos que la rodean con la boca abierta, injuriado, calumniado, en la miseria, con las deudas naturales después de tantos años de ejercer el cargo de limosnero, y, por último, adornado con la nota que no es del caso repetir, á fin de inutilizarme para toda la vida, como si oprimir y pisotear á un pobre, máxime si este pobre es ministro de Dios, no fuese un pecado contra el Espíritu Santo. Relataré mi estancia en el Santuario de la Virgen de La Gleva, única estrella que aparecia sonriente en medio de mi larga y negra tormenta. Explicaré punto por punto (fil per randa) las tentativas de prenderme, las traiciones de personas estimadas, mi pasión, en la que, como en la del buen Jesús, no faltan acusadores, sobre todo de los que tiran la piedra y esconden la mano; testigos falsos, sacerdotes, escribas y fariseos; Pilatos que se lavan las manos después de condenarme; amigos que juegan el pepel de Judas y perientes que desempeñan el de Caín. Levantaré á algunos la hipócrita careta; mostraré los móviles bajos y viles, la envidia, el odio, el interés, mala lengua y depravado corazón de unos y otros: y, finalmente, las pasiones que alientan la urdimbre de la negra trama de mi destierro y persecución.
Más que á la justicia humana, que pera los pobres existe raras veces, encomiendo mi causa á la justicia, y, más que á la justicia, á la misericordia de Dios, al que elevo mi plegaria en súplica de que ampere á mis perseguidores y les trueque en bien el mal que á mi me causan.
Conste que, por mucha que sea mi necesidad, nada pido, sino el derecho que hasta los pájaros tienen á vivir y á cantar desde una rama las alabanzas de Dios.
J. M. J.
Antes que limosnero de la casa López, fuí dos años capellán de una de sus vapores trasatlánticos, cuyas colocaciones debí al actual señor Marqués de Comillas, contribuyendo á la concesión de la primera su hermano D. Antonio López y Brú, que de gloria goce. Habíame recomendado á dichos señores, y me acompeñó á su presencia, el Dr. Estalella, hoy dignísimo obispo de Teruel, y tres semanas después, creo que en 12 de diciembre de 1874, me embarcaba para Cádiz, donde debía enrolarme en el vapor Guipúzcoa, al que iba destinado. Poco rato antes de levar anclas, la tarde de la salida, tuve el placer de saludar sobre cubierta á los dos hijos del Marqués, que se hallaban en Cádiz. Al mayor no la he visto más; á D. Claudio volví á verle en Cádiz después de una temporada, y su presencia sirvióme de gran consuelo. Habíame embarcado por enfermo, y aumentaba mi dolencia la añoranza de Cataluña y el gran sentimiento que en mi producía no oir más que de vez en cuando su lenguaje, pues cabianme en suerte compañeros de tripulación vizcaínos, gallegos ó andaluces, con los que, á pesar de la amistad, huelga decir que no me era dable hablar de poesía catalana, fuente de mis placeres y alegrías desde mi infancia, después de Dios, de mis padres y hermanos. Una mañana, apenas llegado D. Claudio al vapor, después de cumplimentar el capitán y á los oficiales, dirigióse á mi afectuosamente, y, separándome del grupo de mis compañeros, me preguntó si escribía mucho, indicando que le leyera algo. Leíle alguna de mis pobres inspiraciones y le regalé mi Jesús als pecadors y la Batalla de Lepant, que tenía impresas.
Dos años transcurrieron yendo de España á Cuba y de Cuba á España en el vapor Guipúzcoa, cual lanzadera de un lado á otro del ancho y grandioso telar. Después de dos años de estar metido (rabejarme) en la gran piscina del Criador, reforzada mi salud, sentí deseos de abandonar el mar, al que, en lucha peligrosa y terrible, acababa de arrancar el poema La Atlántida. Una circunstancia, triste y penosa para mí, facilitó la ejecución de mi plan. D. Antonio López pardió á su hijo mayor, y á instancias del segundo, D. Claudio, fuí propuesto para celebrar en su casa diariamente la santa misa en sufragio del alma de aquél. Vine de Cádiz en el vapor Ciudad Condal, y próximamente en 25 de noviembre de 1876 tomé posesión de mi capellanía.
En prenda de mi gratitud dediqué al Marqués de Comillas el poema de La Atlántida, fresco y salobre todavía, que fué premiado en los próximos Juegos Florales.
J. M. J.
El Marqués de Comillas acababa de sentir el primer vaivén en el camino de la vida. Hasta entonces había navegado en todos los mares viento en popa, cual hijo predilecto de la fortuna.
Casado con una señora de buena familia, virtuosa y rica; padre de dos hijos y dos hijas, que, sanos de cuerpo y alma, vivian á su alrededor; señor de una gran fortuna, que engrosaba cual río en tiempo de lluvias; dotado de un ánimo que aumentaba ante el peligro, avisado para el conocimiento de personas, y de un manejo extraordinario en los negocios, nada se oponía al paso de su carro triunfal; jamás sepulcro alguno recordábale la muerte en el camino de la vida.
La pérdida de su hijo mayor le afligió y causó trastorno, y, deseoso de soledad, fuése á pasar un par de meses cerca de Pedralbes, en la quinta de su yerno D. Eusebio Güell. Allí, en tan tristes circunstancias, fuí presentado á ambas familias, entre las que íntimamente ligado debía vivir tantos años.
Cuando el lobo ha catado un rebaño y saboreado la carne del corderillo, no tarda en aparecer de nuevo: lo propio hace, á veces, la muerte en una familia. Cuando entró en casa del marqués, para llevarse al heredero, no debió salir de ella, sino que oculta tras la puerta quedaría para hacer nueva presa, tocando esta vez en turno á la mayor de las hijas, D.ª María Luisa, pocos meses después de su matrimonio. Fueron éstos, golpes terribles para la familia toda: prepararon, humanamente hablando, la muerte del padre, y minaron la salud de D. Claudio, que, fuerte y robusta, iba decayendo por lenta tisis. Prescribiéronle los médicos las aguas de La Presta, y de entre sus numerosos amigos y compañeros escogióme para acompañarle, en dos veranos seguidos. Allí, mientras él se entretenía dibujando destartaladas casuchas, robles y peñascales, yo á su lado escribía La Barretina, que es sencillamente la historia de un hombre de Prats de Molló que, habiendo, en su juventud, ido á Olot á aprender la manera de fabricar barretinas, y habiéndose establecido en el Vallespir, tuvo que retirarse por falta de trabajo, siendo entonces bañero de La Presta. Desde allí volé por vez primera á las cimas del Canigó, concibiendo y dando principio á la leyenda pirenaica de aquel nombre. Al ir ó al volver de los baños, acompañábale á Comillas, donde le aguardaba su familia; a Montpeller, á consultar á un médico de la tierra, ó á Lourdes, á visitar á la celestial doctora.
Casóse, y su nuevo estado no enfrió en lo más mínimo nuesua buena amistad. Entonces no le acompañaba, como es natural, en sus viajes, pero vivía casi siempre cerca de él en Barcelona, en Comillas y especialmente en Caldetas, donde pasamos juntos largas temporadas, interesados por su salud. Una mañana, celebrada la santa Misa, vimos llegar, en tren exprés, á D. Manuel Arnús, portador de la para nosotros alarmante noticia del repentino fallecimiento de D. Antonio, su padre, ocurrido aquella noche. Si hubiera caído á nuestros pies un rayo, no nos hubiese aterrado más. Entonces, como antes y después, el duelo y la pena de esta familia eran mi pena y mi duelo, sus aflicciones, mis aflicciones, que sentía más que las propias. La salud de don Claudio sufrió fuerte descenso, llegando á producir, entre las personas que le queríamos, el temor de que la muerte del padre podía ocasionar próxima ó remotamente la muerte del hijo. Para descansar una temporada de sus fatigas y de la enojosa carga que sobre él pesaba, fletó un yacht inglés apellidado Vanadis, en alas del cual, y en compañía de D. Manuel Arnús, de su hermana Montserrat y del que es actualmente su marido, D. Clemente Miralles, visitamos las ciudades españolas de Málaga y Cádiz, las africanas de Tánger, Argel y Constantina, y sobre todo la tumba del venerable Raimundo Lulio, en San Francisco de Palma, la cueva de Artá, Miramar y Valldemosa y otros joyeles de la incomparable Isla Dorada.
Es innecesario contarlo todo. Yo seguía escribiendo, y mis pobres libros eran mejor recibidos de lo que merecían. Más no siempre habia de rezar los misterios de gloria: en una casa donde había tantas penas (no las digo todas), alguna debía quedarme reservada exclusivamente, y ésta se me acercaba poco á poco, como un áspid entre las flores.
J. M. J.
Nadie me confió en la casa López el cargo de limosnero, ni tal vez lo bubiera yo aceptado, no por temor á disgustos que me esperaban y había previsto, sino porque no me reconocía con el don de la paciencia, tiempo, incansabilidad y demás dones y virtudes que necesita un limosnero verdaderamente tal. Don Claudio, sintiéndose falto de fuerzas y de brío, y más agobiado de lo conveniente, encomendóme las familias que él socorria mensualmente, que no pasaban de veinticinco. Desde aquel momento vime asediado en todas partes por pobres y necesitados, en casa, en la calle, en el confesionario, por cartas, recomendaciones, aumentándose la lista hasta trescientas familias. Ofrecíanse cada día necesidades nuevas, exigiendo la justicia y la caridad no olvidar las antiguas; y no consintiéndome mi salud, que no era entonces buena, como lo es ahora, ir, venir y correr cual era necesario, solicité un auxiliar, que me fué concedido. Tres cirineos tuve uno tras otro. Los dos primeros cansáronse de ayudarme á llevar la cruz, no por lo pesado de la carga, sino por las amarguras que ocasionaba. Como que la caridad es una virtud tan alta, Dios nuestro Señor espera premiar en la otra vida á los que la ejercitan y aqui en la tierra se complace en enviarles sufrimientos, injurias y oprobio. Yo, por otra parte, sería merecedor de ellos, pues pecador y miserable soy, y rara vez ó quizás nunca estaría á la altura que la divina caridad demanda. Vinieron sobre mi sufrimientos de todas clases, pequeños al principio, después mayores. No vale la pena contarlos todos, pero llegóme uno, hará tres años, que me hizo comprender que caería, si no había caido ya, del pedestal.
Los marqueses acortaban su estancia en Barcelona y prolongábanla en Madrid, donde arraigaban de día en día. Yo escribía á ambos con entera franqueza. Quisiera actualmente tener á mano mis papeles pera insertar la copia que guardo de una carta dirigida á la marquesa, trazándola un cuadro poético de la hermosa misión que podía cumplir dándose á la vida de la caridad en cuanto fuese compatible con su posición. Hacíala una pintura de la triste situación de las clases pobres, tan engañadas por los que siembran el mal como agradecidas al que las ampara. Hacíala ver las malas yerbas de la anarquia y del socialismo que retoñaban y se extendían á diario cual mancha de aceite, amenazando invadirlo todo antes de poco y esterilizar el campo de los pobres con las ruinas de los palacios de los ricos. —V., que es joven y activa,—decíala,—hallaría en tal empresa el trabajo más digno de su juventud y de su actividad. Acaso Dios no le da hijos para que se convierta en madre de algún huérfano desamparado que perece en la miseria. Tal vez podría darle, con el nombre de madre, el de salvadora de su alma y de las de sus padres. Y como no hay mejor predicador que el buen ejemplo, el de V. despertaría, á no dudarlo, en sus amigas y conocidas, el deseo de seguirla y alistarse á tan simpática bandera. ¡Quién sabe el bien de que podría V. ser causa en este mundo!
Pocos días después de escrita esta carta, que, de no admitirse como consejo, podía aceptarse como fantasía digna de un poeta sacerdote, interpelóme el Padre Goberna diciendo:—¿Como es que V. aconseja á la Marquesa de Comillas que se separe de su esposo?—Neguéselo en redondo, añadiendo que jamás semejante idea cruzó por mi mente; mas la mala especia había cundido por Barcelona. ¿Que había sucedido? Sin duda no se había comprendido á aquella noble señora y se había colocado alguna espina en el ramillete que yo le había remitido. La cuerda se había roto por lo más delgado y ya no tenía compostura. Alguien á quien yo causaba estorbo habíase aprovechado de aquella coyuntura. Lo cierto es que desde aquel día sentíme empujado hacia la puerta por una mano invisible.
J. M. J.
De no haber desaparecido todo sentimiento caritativo para con este pobre ministro del Señor, que no había causado mal á nadie, no se me habría echado de la casa hasta un mes más tarde, en que, al salir los marqueses para Panticosa ó Comillas, solía irme también á un rincón de la montaña. Al pasar la puerta podía habérseme cerrado honestamente con cualquier motivo, sin entregarme atado é indefenso á la horrible voracidad de las malas lenguas y á las suposiciones siempre malévolas, y á menudo groseras, cuando de explicar una caida se trata. Mas, del propio modo que no se había tenido oídos para escucharme, ni piedad ni corazón al condenarme, no cabia esperar ni tener prudencia al aplicarme el castigo. ¿Acaso no estaba resuelta ya mi salida de la casa? ¿No habían de desaparecer de allí hasta las huellas de mi paso? Pues, vaya fuera quien cause estorbo; pronto, pronto; ahora mismo: mañana ¡líbrenos Dios! podría rehabilitarse y arraigar de nuevo. ¿No se ofrecerá, para realizarlo sin escándalo, ocasión propicia? Buena ó mala, se presentó, y si para mí tuvieron oídos de mercader, la ocasión no les encontró perezosos.
El señor Obispo de Vich había sido nombrado presidente de los Juegos Florales, y entre los que presurosos acudieron á votarle no faltaba, y bien acompañado por cierto, este su humilde capellán. Terminada la fiesta poética, fué invitado á comer en la casa López, en compañía del capoulié del filibrige D. Félix Gras. ¡Malos postres tuve! Después de dar gracias, muy llana, suave y amorosamente se me dijo que mi trabajo era excesivo; que me convenia el reposo, lejos del confesionario, del hospital y de los pobres y enfermos que me mareaban; que el señor Obispo me ofrecía aposento en su palacio de Vich, si era de mi gusto pasar allí un par de meses. No mostrándome muy propicio en aceptar la oferta de aquel descanso obligado, que por otra parte no me era conveniente, dijéronmelo con más claridad, afirmando que me era á todas luces necesario, para reforzar mi anémico y debilitado cerebro, y que si á ello me compelían era de acuerdo con el parecer de sabios médicos y llevados del buen afecto que me profesaban. Quieras que no, de buen grado ó por fuerza, el señor Obispo arrancóme la promesa de que con él saldría en dirección á Vich en el tren de la tarde. Esto ocurría un jueves, y acordándome al dia siguiente de que en la noche del sábado correspondía Vela al Santísimo en la capilla de la Sangre de la iglesia del Pino, solicité al señor Obispo una prórroga de dos días en el plazo convenido. Me la concedió liberalmente, mas D. Claudio creyó ver en mi piadoso compromiso asomos de desobediencia, y seguramente habríase opuesto á que lo cumpliera de no mediar una tarjeta del prelado diciendo que no me contrariara por cosa de tan poca monta, ya que el pecado no era grave. Y antes de despedirme de Barcelona, pude pasar una noche entre estimados amigos de Asociación, assoleyantme en la presencia de Jesús sacramentado, alabado sea para siempre.
Cuando al dia siguiente se me vió partir en dirección á Vich, con la maleta en la mano, solo, alcanzándome á duras penas el dinero para tomar billete de tercera, creyeron mis enemigos, yo ignoraba todavía que los tuviera, haber alcanzado un triunfo. Y ansiosamente se lanzaron tras de mi acusaciones é insultos para acreditar aquel adagio: Del árbol caido todo el mundo hace leña. Decían que me dejaba engañar tontamente; que iba á empobrecer la casa con tanta limosna; que con el importe de éstas, para mi cosa sagrada, sostenía gentes perdidas y de mal vivir, que me había aprovechado de las limosnas, retirándome por rico y con la maleta llena de billetes de Banco: que había tenido la osadía de leer los Santos Evangelios á algún enfermo (como aconseja el Ritual Romano) y que había llegado al punto de rezar los exorcismos (como si fuera pecaminoso un rezo que el Sumo Pontífice León XIII acababa de publicar); y, finalmente, que pretendía fundar una secta hija, ó cuando menos emparentada con el espiritismo. Uno de mis compañeros, que me debe su colocación, al advertir que sobre mí venía el pedrisco, volvióme la espalda, pasándose con armas y bagajes á los acusadores. Con el nuevo atizador y leña nueva que se echó á la hoguera, llegué á ser tenido por un cura fanático y malo, y por un hereje digno de las llamas de la Inquisición. Si en aquel tol-le, tol-le, crucificadlo, alguna persona de recto juicio y buen corazón quiso defenderme, ¿qué podía contestar? ¿Quería pruebas de mis delitos? El Marqués de Comillas, tan caritativo y tan bueno, había decretado mi destierro. ¿Quería pruebas de que mi cerebro estaba trastornado? Se me tenía á media clausura en el Santuario de La Gleva, donde estuve dos años, sordo y mudo, como si en realidad fuera culpable, reforzando así tan tristes argumentos y meditando las enseñanzas de la Providencia contenidas en los antiguos adagios, que parecen sentencias de la Sagrada Escritura: A gran subida, gran bajada, y Quien más sube, de más alto cae. (De gran pujada, gran baxada, y Qui més alt puja, de més alt cau.)
J. M. J.
Ya en Vich, concedióme el señor Obispo cierta libertad para volar y ponerme en el árbol que fuera de mi gusto. De su palacio volé á la casa de mis padres, en la que no hallé padres ni hermanos, y de allí á la ermita de mi cariñosa madre, la que lo es de todos y jamás morirá, la Virgen María de La Gleva. Difícilmente se hallaría mansión más encantadora y más á propósito, para un poeta sacerdote y vicense, que aquel santuario. Asentado en ballisima colina, cercana al Ter, que, cual plateada hoz, brilla á sus plantas, tiene á su derecha el verdor del Montseny y á su izquierda el Pirineo, cubierto casi todo el año por nivea capa, y enfrente una sierra menos elevada que, uniendo á uno y otro, resulta verde cerca de la plana. Más próximo veía mi pueblo y los campos que en mi adolescencia regué con el sudor de mi frente. Hallaba en la ermita el afecto de dos sacerdotes amigos; una escuela de niños, que constituían la escolania del templo; vencejos y aviones que hacian su nido sobre mi ventana, y bandadas dadas de poesías que anidaban, como mi corazón, á las plantas de la Sagrada Imagen. La gente tiene creencias, es afectuosa y sencilla. Al punto hallé un amigo en cada hogar, y en cada campo un maestro del lenguaje y de la poesia popular, que constituyen la mitad de mi patrimonio.
Era, pues, mi cárcel, amplia, espaciosa y placentera; mi destierro era florido y hermoso: cabalmente lo inauguraba en pleno mes de María, cuando la dedicaban los monaguillos sus deliciosos cánticos en el templo, y los ruiseñores sus himnos más inspirados en los ribareños prados. Pero, al fin y al cabo, era un destierro, y no había de hallarme siempre entre satisfacción y dicha. Tras unos días, después de revolotear por aquellas tierras, de la ermita al rio, del rio al campo ó al robredal, con la inocencia del que bien obra, fuíme á Barcelona en busca de algunos de mis libros y documentos, que me hacían falta.
D. Claudio, creyendo que recalaba en su casa huyendo del cautiverio, recibióme severamente, y sin dejarme explicar me dijo estas palabras, que son textuales:—No vuelva Vd. á poner los pies en esta casa mientras duren las actuales circunstancias.— Respondile que me dispensara y que no tendría ocasión de repetirmelo; y, despidiéndome con un Quede Vd. con Dios, subí por última vez á mi antiguo aposento para ordenar y encajonar todos mis libros, que no tardaron en acompañarme. Lástima que viviendo yo en La Gleva, como las golondrinas que alli veranean, siempre dispuestas á marcharse, no pude instalar mi biblioteca, que continúa encajonada en los bajos del palacio episcopal.
De vuelta en el Santuario, sacaba fuerzas de flaqueza para hacerme superior á la triste realidad que me oprimía; intentaba remontar mi vuelo al mundo de la piedad y de la poesía, llegando á sacudir de mis alas los polvorientos recuerdos de miserias y de pasiones insaciables, de las que era juguete é iba á ser inocente víctima. En momentos de fervorosa inspiración llegué á creerme, y así lo dije á alguno, que era el hombre más feliz del mundo;
pero no había de dejarme soñar tranquilo bajo los sauces de La Gleva quien de Barcelona me alejara. Conservaba, á Dios gracias, el juicio, pero era conveniente y necesario hacérmelo perder.
Pocas son las amistades que resisten los embates de la tribulación, y eran poquísimas las cartas que yo recibía. Sin embargo, por ellas supe positivamente que el P. Goberna y otros de sus compañeros jesuitas, á los que yo profesaba tanta estimación, decian con más frecuencia, pues la impostura ya era antigua, que yo era demente, esparciendo y engrosando la triste noticia por Barcelona, Valencia y Madrid. Un pariódico de Vich, adicto á su política, lo publicó hace ya más de un año, pregonando mi ignominia por toda la Montaña. Con más ó menos claridad decianlo también mi amigo Mosén Jaime Collell y el señor Obispo, repitiéndolo sus amigos y conocidos á són de trompeta, que me iba sitiando y llenándonos de aflicción á mi y á los que me querían. Un día el prelado remitióme un «vale parpatuo» de admisión en el Asilo-Hospital de Eclesiásticos, en el que podía pasar toda la vida. No sintiéndome con vocación bastante para entrar en clausura, contesté que, siendo terciario é hijo de San Francisco, preferia esperar lo que la Providencia tuviese á bien enviarme, y no quise utilizar la cédula. Otro día, en carta dura y áspera, me prohibió bajar á Barcelona sin su expresa licencia; prohibición jamás dictada á sacerdote alguno. Vi que una cadena invisible me ataba y oprimía por todos lados, no dejándome expedito otro camino que el de la reclusión, cuando evidentemente no me llamaba á ella Nuestro Señor, al que rogué con fervor me concediera maña, serenidad y fuerza para romperla, como lo he hecho, apartándome de mi carácter y de mi modo de ser. Para entonar mis himnos á Dios, que por algo me ha dado, aunque humilde, el arpa de la poesía, no es, pues, menester emparedarme; más vale ser pájaro de bosque que de jaula [2].
J. M. J.
Fuerte y aterradora era la conjura contra este retirado é indefenso ermitaño, pero era solamente el preludio de lo que me esperaba. No había intervenido aún en la lucha el que, habiendo recibido de mí más beneficios y pruebas inequívocas de estimación, debía corresponderme organizándola y dirigiéndola como abogado y caudillo, aproximando elementos dispersos y atrayéndose otros, particularmente entre personas estimadas, pera hundirme. Este, como todo el mundo sabe, es D. Narciso Verdaguer, primo mío, al que recibí en mi casa con los brazos abiertos cuando vino á Barcelona para sus estudios, como hermano menor que me enviaba la Providencia, al comienzo de mi senectud, para recoger mis libros, papeles y bosquejos, única herencia que podía legarle al morir. Él, tan fiel y afectuoso cuando, en dias bonancibles, yo navegaba, viento en popa, en la propia nave del Marqués de Comillas, al verme caer me volvió la espalda y se puso al frente de mis enemigos: viéndome martirizar de palabra y de obra, se hizo guía de mis verdugos, y salió de su propia mano la corona de espinas que me ha envejecido en el trascurso de un año, y no ha causado mi muerte merced al amparo de la Santísima Virgen. Él atiza la horrible hoguera de injurias y maledicencia que á poco me devora. Él ha hostigado al Marqués y á S. Ilma., de palabra, en cartas y telegramas, hasta declararles en guerra común contra su adicto capellán; y partidario de que conviene decir lo que es y lo que no es, de que se ha de mentir cuando es del caso, y de la máxima de Voltaire: «Calumnia, que algo queda», no cesó hasta obligar al bondadoso prelado á castigarme, cosa que no habría hecho motu propio.
Como pequeña muestra de los mensajes que le remitían él y mi otro ingrato primo Mosén Juan Güell, véase, con toda su incorrección y sencillez, esta carta, que recibí en 15 de abril, escrita por una persona arrepentida de haberles servido en tan triste misión:
Rdo. padre Berdager
Padre le escribo á V. cosa que nunca lo ubiese echo pero despues de haber pecado y lebantado falsas calumnias: oy estoy arrepentida del daño que e querido acer á personas que me an hecho bien y me querían salvar de ser pecadora, mas yo tentada por segir el mal en compañia de personas que mal me aconsejaban, hemos ido por el mundo como malos espíritus dando margen á calunias de grande consideración.
Padre, oy tentada por el buen angel, que salvar quiere mi alma, me arepiento de todo pues la conciencia me acusa á pedir perdon a quien daño á deseado, á V. padre de almas, perdon, perdon mil veces, por ser V. una de las bíctimas que se queria sacrificar; pero oy con todo el dolor de mi alma acudo á bos, para que pueda ser feliz siendo perdonada, y mi alma pueda salbarse y en el tiempo que tenga de bida sea para bien de Dios y siendo así podré dar buen ejemplo á una hija que tengo que oy está en la inocencia.
Padre, ya me confese y nunca mas tendre que bolverme acusar de tan grandes tentaciones y para que esto sea así, V. pida por mi al divino Señor que de veras me perdone como yo me he arrepentido, no me desatienda, padre, usted que es tan bueno pida en sus oraciones para que nunca mas buelba á ser pecadora ni a querer acer daño á quien tanto bien iciera por mi;
Padre yo soy culpable pero su familia de V. an sido los que me an echo acer y los pasos que yo ignoré siempre aberlos tenido que andar: como ir al Sr. Obispo y ellos son los que me an encaminado sigiera acer el daño que ellos por su parte ya ponían los medeos.
Espero de su bondad aunque no soy merecedora del perdon de una persona tan buena V. tendrá misericordia de esta pobre pecadora que sola se encuentra por el mundo, no paso otra que trabajos y me encuentro desamparada con mi niña de cuatro meses, perdon, padre, por esta hija que es inocente, y para tener esa grande satisfaccion y tranquilidad de V. espero saber que me perdona. Se despide su umilde serbidora.
S. A.
Si no le parece mal espero contestara dandome el perdon que de V. espera.
Calle Caretas, n.° 63. 3. 2.ª
Barcelona
Suprimo la postdata y lo que de mi cuenta había adicionado, dando fin á esta página, para mí la más penosa y amarga de cuantas llevo escritas.
J. M. J.
En 10 de mayo último, enterado de que, con motivo de las fiestas de San Isidro, habia rebaja de precios en los trenes, salí de La Gleva con intención de pasar á la Corte, sin decirlo á nadie, pasando por Barcelona tan ocultamente como me fué posible. Llegando allí de madrugada, me dirigí á la iglesia de San Ginés, y deseando celebrar la santa Misa en un altar de la Virgen, me tocó la capilla de Nuestra Señora de Valvanera. La imagen representa la misma encontrada en el hueco de un roble, en el que laboraban las abejas. Serena y hermosa llena el tronco del árbol, y de una grieta que á sus pies existe salen y revolotean en todas direcciones bandadas de abejas. No se advierte la amarillez de los panales en aquella colmena del amor de Maria, pero debajo del tronco, entre los cirios de la credencia, brillan las doradas puertas del sagrario, en el que se encierra el panal divino de la Eucaristía, amor de las almas puras. ¡Con qué placer compartia con ellas las gotas de miel antes y después de la misa, en la sagrada comunión! En aquel devoto y rico altar celebré cada dia de los que en Madrid estuve, hallando siempre un consuelo en la triste soledad que me rodeaba.
El dia 20 fui á ver al Marqués de Comillas con la idea de tomarle el pulso respecto de mis deudas, que me había prometido pagar, y sobre todo respecto á mi negra y terrible situación. Recibióme afectuosamente, pero con cara seria, como á un amigo venido á menos al que se desea alejar para que no vuelva; y, sin dejarme explicar más que á medias, aconsejóme que continuara en La Gleva, donde no estaba tan mal, renovando su promesa de pagar mis deudas dentro de poco. Esforcéme en demostrarle la necesidad que tenía de pasar á Barcelona para agenciar mis libros impresos y para dar á la estampa otros nuevos, y me contestó, con resolución de monarca absoluto al que no es posible replicar, que no me convenia en manera alguna, y especialmente para la salud. Me recordó la debilidad física que, á consecuencia de mis estudios, habíame llevado á sus vapores, veinte años atrás, para hacer vida de capallán marítimo, y dijo claramente (aunque sin convencerme) que aquella enfermedad había retoñado cuatro años atrás en forma de manía, llegando hace dos años al período crítico; y que habiendo mejorado durante mi estancia en La Gleva, allí y sólo allí debía curarme, hasta arrancar completamente la pequeña raíz que todavia existía. Las palabras manía y maniático me las hizo trager y repitió más de una vez, con escasa ó ninguna caridad, dejándome salir de su casa sin ofrecerme siquiera un vaso de agua. Sea todo por amor de Dios; pero, francamente, hombre soy, y no podía dejar de sentir el frío recibimiento que me había dispensado una persona á la cual había dedicado yo la mitad de mi vida, á quien había confesado y administrado la sagrada comunión repetidas veces, y de la que había sido durante diez y ocho años, no tan sólo el capellán, sino el amigo íntimo; pero sentí más ver, en un hombre enfermo de grave dolencia, la poca compesión para quien á su servicio ha empobrecido y puesto canas, y esto no por mí, sino por él.
Al bajar la escalera venían á mi memoria las terribles palabras de Nuestro Señor Jesucristo de que es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que salvarse un rico, y me alegraba de ser pobre.
A las siete de la tarde del siguiente dia vine á Barcelona en el tren correo, desconfiando de las promesas de los hombres, pero esperanzado más que nunca en las de aquel que dijo: Bienaventurados los pobres.
J. M. J.
Por cartas de Vich recibidas á últimos de mayo, conocí que el Marqués se habia quejado de que se me permitiera salir de aquellas montañas, muros de mi cárcel, hasta el punto de darle personalmente un susto en Madrid. Acto tan propio en un náufrago, como sacar el brazo del agua en busca de salvación, les parecería digno de escarmiento; y que á las trabas y exigencias corresponderían las promesas, bien claramente me lo anunciaban los sucesos venideros.
El dia 2 de junio encontré en la sacristía de San Felipe al no tan fiel como antiguo compañero Mosén Collell, que, contrariado por verme todavía en Barcelona, donde él, siendo canónigo de Vich, pasa la mitad del año y de la vida, me levantó la voz, fuera de sí, sin duda para intimidarme, diciendo que aquel mismo día lo pondría en conocimiento del señor Obispo. Esta explosión de ira de Mosén Jaime fué el primer relámpago de la espantosa tempestad, si no la chispa eléctrica que la desencadenaba sobre mi cabeza.
Viéndola venir, serenamente á Dios gracias, intenté conjurarla en lo posible; mas todo fué en balde: había llegado para mi la hora de las tinieblas.
Hasta entonces se me había tratado y se me manejaba como personaje de comedia; pero ésta, larga y vergonzosa, se trasformaba en tragedia vilipendiosa y abominable.
El dia 13, fiesta del Corpus, un individuo de policía me siguió á la capilla de San Lázaro, donde celebré el oficio; por la tarde, á la de Nuestra Señora Reparadora, donde permanecí acompañando á Jesús sacramentado, no osando acompañarle en la procesión.
El dia 14, al salir de casa á las cinco y media, siguióseme también, como de costumbre, hasta la iglesia de los Capuchinos, donde celebré la misa.
A las cuatro de la tarde se presentó en mi morada un agente de policía con la siguiente: Por orden gubernativa que se prenda á D. Jacinto Verdaguer, presbitero. Resultando conocido en la casa, vióse en el caso de atender mi defensa y formó cabal juicio de mi inocencia.
Mal había salido el primer golpe, porque así plugo á Dios; pero es fuerza confesar que iba bien dirigido. Los de policía no actuaban por sí solos, como no eran únicamente soldados romanos los que llevaron á cabo la prisión en el Huerto de Getzemaní: era menester que alguna persona amiga, conocedora de mis hábitos y mis costumbres, diera consejos, eligiera hora y lugar y dirigiera la maniobra infame. Poco antes de lo sucedido, un pariente mío preguntaba en la portería si yo había salido, dato importantísimo para evitar un golpe en falso. Mosén Collell figuraba en la cosa, aunque con mas finura y diplomacia. Tres horas antes me hizo llamar por un religioso amigo, reclamando con urgencia que pasase por su celda. No ignorando que cerca de ella había alguien más, y desconfiando del aviso, me excusé. Malogrado el plan, ideó una nuevo. Valiéndose de un médico amigo de ambos, me mandó un aviso, diciendo que por una necesidad apremiante me aguardaba en su casa á las tres de la tarde. Con lo cual creyeron que yo no dejaría de ir. El hubiera aparecido de improviso, con la nueva de que á las cuatro se me prenderia ignominiosamente, no sin ofrecerme, como arca de salvación, marchar á Vich en su compañía, que era el desideratum de todos ellos.
Habíanse evitado, á Dios gracias, los efectos de la primera calada, pero era de temer la segunda, y yo quedaba en capilla, ya que la orden era gubernativa y no era tan fácil revocarla.
Efectivamente, á las once de la noche me esperaba la segunda visita del agente, al que habría tenido que seguir, de buen grado ó por fuerza, sin que sirvieran de nada razones y defensas. Felizmente Dios me amparaba de nuevo por medio del señor D. José Guillén, que jamás me había visto, y que hizo hablar á persona amiga, momentos antes, al señor Gobernador, dándole á conocer la verdad é interesándose por mí, precisameme cuando amigos de toda la vida y parientes queridos, se vendían traidoramente por menos de treinta dineros.
15 de junio. Ignorando lo que pudiera sucederme en la calle, me decidí á ver venir los acontecimientos desde casa, sintiendo solamente perder la santa Misa. Al amanecer recibí la visita del Sr. Guillén y de un agente de policía amigo suyo, el cual me aseguró que podia estar tranquilo, puesto que ninguno de sus subordinados me diría una palabra; advirtiéndome, además, que sería revocada la orden que tenían, los comandantes de mozos de la escuadra y de la guardia civil, de prenderme donde me hallaran.
A las dos de la tarde fuí á testimoniar mi gratitud al señor Gobernador por el cambio hecho á mi favor, no sólo anulando la orden de mi detención, sino amparándome en mis horribles contratiempos. Afectuosameme y con cristiana cortesía manifestóme lo mucho que le dolía lo sucedido y sus vehementes deseos de que se llegara á satisfactoria solución. Al despedirnos me aseguró que, de no sobrevenir algo imprevisto, no se me molestaría más.
Así fué: desde aquel punto y hora no me ha venido en zaga nadie que oliera á ronda secreta. Los desocupados que, alternando, iban tras de mí hasta el 14 de julio, descontando tres de entre ellos, cuyas intenciones eran menos halagüeñas, tenían la misión de amedrentarme, como si se tratara de un chiquillo; y no vendrían de tan alto, pues se apostaban en la calle del Duque de la Victoria, donde recibirían el santo y seña y al anochecer volverían para dar cuenta de sus inútiles paseos.
Al comenzar mi suplicio cundió por la ciudad la noticia de que se me había hecho pasar por la vergüenza de prenderme, siendo conducido á Vich por orden judicial. Cuando lo lamentaban hasta los que no me conocen, oyendo hacía la esquina de la calle pataleo de caballos y ruido de carruajes y cascabeles, dejéme tentar de la curiosidad: pues era mi primo, que iba con su esposa á los toros en carretela, con su clavel en la solapa y su calañés. Este hecho tan sencillo me horrorizó.
Llegaba, gracias á Dios, á la cima del Calvario. El dia 23 de julio, entre una y dos de la tarde, pasaron á visitarme cuatro enviados del tribunal eclesiástico de Vich, notificándome de palabra y por escrito que había sido suspendido de licencias in divinis. Tomé el documento, y, arrodillado ante una imagen de la Virgen Santísima, púselo á sus plantas, donde está todavía, rogándola que me cobijara siempre bajo su manto azul, como hasta ahora.
Cinquanta anys há qu'us seguexo,
sempre m'heu tret a camí:
siau ma Estrella del vespre.
oh ma Estrella del matí!
Aquel mismo día recibí una prueba de que mi oración habia sido escuchada y atendida, y sigo llevando la cruz con resignación y santa alegría. Sea todo por amor de Dios.
Hé aquí brevemente expuesta la relación prometida. No lo he dicho todo: me han sucedido muchisimas cosas, y algunas fechorías tan repugnantes que no me atrevo á decirlas y menos á escribirlas. Basta con lo dicho para que formen juicio los que quieran ver claro. Réstame tan sólo dar las gracias á los directores de La Publicidad, Diario del Comercio, La Opinión y demás periódicos que con tanta valentia como desinterés hanse encargado de mi defensa, haciendo llegar su voz al público de Barcelona, sediento, como en otros tiempos, de caridad y de justicia.
Antes de la última carta véase como contestó el padre Verdaguer al periódico La Unión Católica:
Contestando al artículo anónimo que me dedica La Unión Católica é insertan El Noticiero y La Vanguardia, solamente diré: que agradezco á los señores Obispo de Vich y Marqués de Comillas los esfuerzos paternales, dulces y prudentes que están haciendo auxiliados por la familia de Verdaguer (conste que no es mi familia, sino D. Narciso Verdaguer y Callís, autor, á lo que parece, del artículo), quienes precisamente le quieren de un modo entrañable, hasta el extremo de hacerme prender por los agentes de policía!
Dice que me dejé sacar del bolsillo cantidades fabulosas: todo el mundo sabe que jamás las tuve, ni mucho menos, y que en casa López nunca manejé yo la llave de la caja.
Si alguna cantidad más que regular entregué, fué, como es natural, con beneplácito, si no por disposición del marqués: y tanto de unas como de otras estoy dispuesto á responder ante él mismo ó ante el tribunal.
No habría grandes deseos de pagar mis deudas cuando por la suma de 300 duros se dejó que me embargaran todos mis libros y publicaciones, incluso La Atlántida, honrada con el nombre de D. Antonio López, no obstante haberlo escrito con tiempo á su hijo, que no me contestó, y al señor Obispo.
La virtuosa y santa familia á que se refiere, no me puede explotar por la sencilla razón de que no soy materia explotable, ya que nada tengo, ni la limosna de la misa. No me explota: me ampara cuando me echan; me protege cuando me atacan; me salva cuando me quieren perder. Las demás ridiculeces y malignas afirmaciones, que por el veneno que llevan se adivina la procedencia, no merecen respuesta.
Un favor me dispensa el articulista, y consiste en haber patentizado lo que yo afirmaba ya en mi primer comunicado, ó sea que dichos amables señores de tanto como me estiman quisieran encerrarme por falto de juicio. A los que han tenido esta desgracia se les ata ó se les encierra, pero no se les castiga, porque el castigo supone la libertad y ellos no la tienen. Es así que la autoridad eclesiástica de Vich me acaba de castigar quitándome la misa por desobediencia (aunque motivada de sobras por temor grave, melus gravis que disculpa en algunas ocasiones). Luego, según la misma autoridad y diocesano de Vich, no tengo la razón empañada.
En resumen. Convenía á la política de algunas personas religiosas y seculares, tan celosas de la prosperidad del Marqués de Comillas como de la propia, que yo, sobrado caritativo ó demasiado cándido, saliera de la casa ¿Por qué medio podían echarme de allí? Haciéndome pasar por demente. ¿De qué manera? Razones dudosas ó claras no habían de faltar, como tampoco gentes interesadas en tan buena obra, y, por otra parte, la víctima, dócil y sumisa, no diría una palabra. Dicho y hecho: endulzando la amarga píldora con buenas y engañosas palabras y con argumentos que me parecían empellones, hízose entrega del muerto á manos del señor Obispo de Vich. Pocos días después era sepultado en el Santuario de La Gleva y Requiescat in pace.
En dos años pasaron por él muchas calamidades y las soportó pacientemente, recordando que muchas más pasó el buen Jesucristo por nosotros. Su nombre, tan conocido algún tiempo en Barcelona, íbase olvidando; sus amigos lo compadecieron al verle desaparecer, mas ya no se acordaban de él, y sus contrarios veían gozosos que la tierra ocultaba la iniquidad que muchos sospecharon y que conocieron muy pocos. La hierba del olvido iba á brotar y á florecer sobre la sepultura, cuando el muerto, que no estaba bien muerto aún, viendo que se le encerraba completamente y quizás para siempre, reflexionó y se dijo: De los que huyen, alguno escapa. Muerto por muerto, prueba la suerte, mort per mort, prova la sort. Sacando fuerzas de flaqueza é invocando al santo nombre de Dios, tiró la losa, y á la hora menos pensada se vino á Barcelona, y, sentando sus reales en la Puertaferrisa, de donde se le había sacado afrentosamente, dió un grito de ¡Justicia! que resonó por España entera.
¡Justicia! ¿Quién había de hacérmela, en estos tiempos, cuando nadie sabía de mí, viejo, denigrado por malas lenguas, perseguido y sin un céntimo? Algún pobre de Jesucristo llora de alegría al verme resucitado y de tristeza al saber que querían de nuevo mi muerte, como los judíos la de Lázaro: la prensa, en la que mejor podía confiar, hallábase amordazada con mordaza de oro. Mis contrarios lo tenían todo: habilidad, prestigio, influencias, medios de abrirse paso y de cerrármelo, apariencias de interés en favor mío, tomadas todas las medidas y alturas: hasta les favorecía la actual situación. Quien tiene dinero hace su negocio: ellos teníanlo todo, yo nada tenía, mas no, digámoslo al revés: ellos no tenían nada y yo lo tenía todo, puesto que no me abandonaba ni me abandona la Divina Providencia, que realza al caído, saca del lodo al pobre y hace que resplandezca por encima de las tinieblas de la impostura y la difamación el sol de la justicia. Dios vuelve siempre por la verdad y nunca es tarde cuando ayuda.
- ↑ Véase al pie del texto catalán el comentario de El Noticiero.
- ↑ Los adagios los traducimos literalmente.