En la muerte de la señora doña Inés Zapata

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​En la muerte de la señora doña Inés Zapata​ de Pedro Calderón de la Barca


Dedicada a doña María Zapata

Sola esta vez quisiera,    
bellísima Amarili, me escucharas,   
no por ser la postrera   
que he de cantar afectos suspendidos,   
sino porque mi voz de ti confía  
que esta vez se merezca a tus oídos   
por lastimosa, ya que no por mía.   
 

No tanto liras hoy, endechas canto;   
no celebro hermosuras,   
porque hermosuras lloro;  
quien tanto siente que se atreva a tanto,   
si hay alas mal seguras   
que deban a su vuelo esferas de oro   
sin pagar a su vuelo ondas de llanto.   
 

¡Ay, Amarili!, a cuánto     
se dispuso el afecto enternecido,   
mas si el afecto ha sido   
dueño de tanto efecto,   
enmudezca el dolor, hable el afecto;   
si pudo enmudecer o si hablar pudo  
retórico dolor y afecto mudo.   


¿Diré que el cierzo airado,   
verde ladrón del prado,   
robó el clavel y mal logró la rosa?   
Mas no, porque era Nise más hermosa.  
¿Diré que obscura nube,   
nocturna garza que a los cielos sube,   
borró el lucero, deslució la estrella?   
No, porque era más bella.   
 

¿Diré que niebla parda  
la vanidad del sol tanto acobarda   
que muere al primer paso   
y el oriente tropieza en el ocaso   
mintiéndonos el día?   
No, porque Nise más que sol ardía.  


¿Diré que el mar violento   
hidrópico bebió, bebió sediento,   
la fuentecilla fría   
que en su orilla nacía,   
siendo cuna y sepulcro, vida y muerte?  
Mas no, que en Nise más beldad se advierte.   
 

¿Diré que rayo libre,   
ya fleche sierpes, ya culebras vibre,   
en cenizas desate el edificio   
que en los brazos del viento nos da indicio  
de que en sus hombros el zafir estriba?   
Mas no, que aún era Nise más altiva.   
 

¿Pues qué diré que mi dolor avise?    
Diré que murió Nise.   
Sí, pues murió con ella  
deshecha flor, desvanecida estrella,   
día abortado, mal lograda fuente,   
y torre antes caduca que eminente,   
fingiéndose la muerte en un desmayo   
el cierzo, niebla, nube, mar y rayo.  
 

Nise murió. Dura pensión del hado   
que no tenga en el mundo la belleza,   
por belleza siquiera, algún sagrado.   
Nise murió. ¡Qué asombro! ¡Qué tristeza!    
¡Oh ley del hado dura, 
decretado rigor, fatal violencia,   
que no tenga en el mundo la hermosura,   
por hermosura, alguna preeminencia!   
 

Nise murió. ¡Qué extraña desventura    
que no goce el ingenio por divino 
privilegio en las cortes del destino!   
Todos a su despecho,   
a mayor majestad rindan el pecho;   
el pecho, en esta ley determinado,   
tercera vez dura pensión del hado. 


A tres Gracias tres Parcas combatieron,   
y las Gracias vencieron,   
que su rigor a profanar no atreve   
tanta luz, tanta rosa, tanta nieve.   
Y aunque Nise quedó muerta y rendida,  
dejó despierta en su beldad la vida;   
y así las Parcas lágrimas lloraron,   
las Parcas su sepulcro acompañaron,   
esfera breve donde   
la luz se eclipsa, el esplendor se esconde. 
 

A cuya sepultura   
un mármol consagraron que dijera:   
«Aquí debajo de esta losa dura   
la hermosura naciera,   
si naciera sembrada la hermosura».  


Pero siga el consuelo   
al llanto, a la tristeza, a la alegría;   
corra la niebla el velo   
y a la noche suceda alegre el día.   
La noche muestre ya la estrella hermosa,  
llama el Aura el clavel, bebe la rosa,   
pues Nise coronada   
de nueva luz, la Nise laureada,   
la adama el sol, y en trono de diamante   
está pisando estrellas,  
imagen ya de aquellas luces bellas,   
carácter ya de aquellos otros puros   
que bordan paralelos y coluros.   
 

Y tú, hermosa Amarili, el sentimiento   
trueca en gusto, en invidia el escarmiento,  
pues la tierra sabiendo que tenía   
dos soles, y uno apenas merecía,   
liberal con el cielo   
quiso partir y te dejó en el suelo   
a ti, porque más bella  
fénix ya del amor, venzas aquella   
competencia dichosa,   
pues ya sola en el mundo eres hermosa.