En la muerte de mi hermana
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¿Y eres tú Dios? ¿A quién podré quejarme? inebriado en tu gloria y poderío. ¡ver el dolor que me devora impío y la mirada de piedad negarme! Manda alzar otra vez por consolarme la grave losa del sepulcro frío, y restituye, oh Dios, al seno mío la hermana que has querido arrebatarme. Yo no te la pedí. ¡Qué! ¿es por ventura crear para destruir, placer divino, o es de tanta virtud indigno el suelo? ¿o ya del todo absorto en tu luz pura te es menos grato el incesante trino? Dime, ¿faltaba este ángel a tu cielo?