En la sangre/Capítulo XLII
Capítulo XLII
Recibió Máxima, días después, la visita de un hermano de su padre. Deseaba verla, hablarle en reserva de algo serio que había llegado a su noticia y que, en su carácter de tío y dado el cariño que le profesaba, creía de su deber no dejar pasar en silencio... porque, en fin, era mujer ella, una mujer joven, una niña sin experiencia y no siempre podía hallarse por lo mismo en situación de apreciar bien, de pesar con madurez las consecuencias de sus actos en la vida.
Se trataba de su marido. Un amigo, miembro del Directorio del Banco, habíasele acercado y lo había impuesto a él de los asuntos de Genaro. Debía éste en plaza fuertes cantidades de dinero; era de pública voz que, habiéndose lanzado en las pasadas especulaciones de tierras, la crisis producida le ocasionaba pérdidas enormes, se hablaba de él, del mal estado de sus negocios, de su crítica y precaria posición, como de una cosa notoria, sabida y averiguada; por todas partes se aseguraba, en suma, que era un hombre completamente arruinado.
Agregaba la persona en cuestión, que numerosas letras y pagarés, entre otros uno de data reciente y treinta mil fuertes de valor, circulaba con su nombre, el de Máxima, llevaba como garantía su firma al pie.
Se explicaba, se comprendía que, obedeciendo a impulsos del corazón y animada por un noble sentimiento, acudiese en auxilio de su marido, le brindase los medios de ponerse a salvo, de conservar, ya que no ilesa su fortuna, su reputación y su nombre, por lo menos.
Pero, ¿adónde iba ella, por otra parte, comprometiendo así lo suyo, entregando, ciegamente, a manos llenos, la herencia de su padre, lo que debía pertenecer un día a sus hijos; hasta qué punto podía Genaro reputarse autorizado a reclamar de ella tan costoso sacrificio, las propias necesidades de éste, sus apremios, las exigencias de la situación por que pasaba, qué término tendrían, qué límite reconocían?... Ni él mismo habría sabido acaso decirlo...
Debía pensar Máxima, reflexionar seriamente, hacerse cargo de que se trataba no sólo de su presente bienestar, sino que comprometía también con su conducta imprudente el porvenir y la suerte de su hijo. Que lo quisiese ella a su marido y mostrase todo su anhelo de ayudarlo, santo y bueno, abogaba en su pro, hablaba bien alto en su favor eso; pero convenía con todo no olvidar que, antes que esposa, era madre.
-¡Treinta mil pesos fuertes! ¿Le consta, está seguro usted tío de lo que dice?
-¿Y cómo no quiere que lo esté? Sé por lo menos, recuerdo perfectamente que el hecho me ha sido referido por quien se encuentra en situación de conocerlo y no tiene interés en faltar a la verdad.
Había abusado de su confianza, había sorprendido su buena fe, le había mentido, la había engañado, la había robado indignamente, era un infame su marido, era ella mujer de un falsario y de un ladrón.