En la sangre/Capítulo XXI
Capítulo XXI
Una vez realizado su deseo, vendidos los fondos y comprada la americana, no fue ésta ya, no fue coche, fue el Club.
Contábase, naturalmente, el padre entre los miembros del Progreso, y asistía Máxima a los bailes. ¿Qué figura hacía entre tanto él, Genaro, a los ojos de su novia? Lo bueno, lo mejor de Buenos Aires se encontraba reunido allí. El mero hecho de ser socio, de tener acceso a ese centro, era como un diploma de valer social, de distinción.
Bastaba que llegara a verse excluido un nombre de la lista, para que, por eso solo, como una sombra lo envolviera, recayese sobre él una sospecha, una vaga presunción, inspirase una incierta desconfianza y se viese uno expuesto a ser tildado, ya que no de mulato o de ladrón, de guarango, por lo menos, de individuo de medio pelo, de tipo, de gentuza.
Luego; el baile, eso de que agarraran a las mujeres, las abrazaran, las apretaran, como si fuese asunto de ponerse a chacotear con ellas, no le entraba a él; maldita la gracia que le hacía, pensar que se la estaban manoseando a la polla, nada más que porque era a son de música la cosa.
Sí, lo fastidiaba, le daba rabia, no precisamente por ella, porque tuviese celos de la muchacha -de loco iba a caer en ésas, ni que la hubiese estado queriendo de veras para tomarlo tan a pecho- sino más bien por él, cuestión de él mismo, de amor propio, de no darse por fumado y de no sentar a los ojos de los otros plaza de zonzo... mucho más, cuando empezaba a traslucirse, a hacerse público entre sus relaciones, que andaba en picos pardos él con la sujeta.
Ser del Club... Hacía tiempo que se le había clavado eso en la frente, que no soñaba otra cosa.
Tener derecho a meterse como Pedro por su casa, ir a comer, a cenar cuando se le antojara, a echar su mesa, poder codearse de amigo y de compinche, en jarana con toda esa gente, andar entre ella; era como levantarse varas, como para que ni rastros quedaran, ni vestigios, del pasado, de su origen, de quién era ni de dónde había salido.
¡Y qué pichincha en los bailes, muy de león él entre un sinfín de muchachas, del brazo con la suya, dando que decir, haciéndose el interesante, de temporada con ella en los rincones, en la mesa!
Si no adelantaba camino así, con esa facilidad de verla, de estar, de hablar con ella horas enteras, a sus anchas; si no conseguía que maduraran las cosas de ese modo, bien podía largarse a freir buñuelos, era más que infeliz, que desgraciado!
Sí, evidentemente, sin duda alguna debía hacerlo, a todas luces le convenía. Pero, ¿y?... querer no era poder, que lo admitiesen, en eso estaba el negocio, la gran cuestión, en no exponerse a un rechazo, a que le fuesen a arrimar con la puerta en las narices y a sufrir él un bochorno inútilmente... no las tenía todas consigo...
Mucho, sin embargo, debía consistir en la persona, en quien lo presentase, en que fuese alguno de posición, de importancia, alguien capaz de influir, de pesar sobre el ánimo de la Comisión, y que hablara, que tomara la cosa con calor y se interesase por él llegado el caso.
¿Quién entre sus conocidos, entre sus amigos? Contaba con tan pocos; amigo, amigo verdadero, podía decir que con ninguno; y todo por culpa suya, a causa de su modo de ser, de su carácter, de ese maldito don de malquistarse con los otros, de acarrearse la antipatía y la malquerencia de cuanto bicho viviente lo rodeaba.
Pensó primero en su abogado.
No, no era el hombre; no sabía, desde luego no le constaba hasta qué punto pudiera tener vara alta en el Club; le desconfiaba, le parecía muy criollo, muy rancio; enteramente vicioso de mate amargo y de negros; imposible que fuese de los que llevaban la batuta... gracias que lo aguantasen...
Y además, debía andar con él medio torcido el hombre; hacía un siglo que no lo veía, desde que había dejado los estudios y le había tirado con el empleo.
Alguno de sus antiguos condiscípulos más bien... Sí, uno se le ocurrió, Carlos, un buen tipo, un buen muchacho y de lo primero, de lo principal de Buenos Aires. Se habían llevado muy bien siempre los dos, varias veces había sido de la comisión, según tenía idea de haberle oído,y no salía, pasaba su vida en el Club.
Creía que no se le negaría, que se había de prestar tal vez a servirlo. Iría a verlo en todo caso, trataría de calarlo, de saber en qué disposición se encontraba, tantear primero el terreno, por las dudas...
Bueno era no sacar los pies del plato...