Enciclopedia Chilena/Folclore/Calcu, Brujo araucano

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Brujo araucano Calcu
Artículo de la Enciclopedia Chilena

Este artículo es parte de la Enciclopedia Chilena, un proyecto realizado por la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile entre 1948 y 1971.
Código identificatorio: ECH-2902/03
Título: Brujo araucano Calcu
Categoría: Folclore


Calcu, Brujo araucano.

Brujo que conocían los araucanos antes de la llegada de los españolea, que practica el calcutun o magia negra (calcu es en araucano el brujo; tun significa ejercer, realizar).

Se les supone vivir en cuevas, llamadas renü o tafü. Se asocian allá con un animal, el huichancullin (de huichan, asociado; y cullín, animal), que por lo general es un zorro, una culebra, un huairao o una lechuza (según la función que desempeñen, sirviéndoles las aves para volar). También se asocian con el Invunche o Ivunche, que les sirve como órgano consultor, pero a veces también como ejecutor. Disponen también de un huichanalhué (de huichan, asociado; y alhue, ánima, alma), que es un segundo yo, adquirido de un fallecido, de que se apoderan cuando apenas abandona el cuerpo. Este huichanalhué realiza las órdenes que les imparte el calcu.

Gracias a estos elementos, el mismo puede transformarse en zorro, nuco, lechuza, chonchón, trauco, etc. El huichanalhué es enviado por él a penetrar en un cuerpo humano, donde ocasiona las enfermedades: coloca flechas, trocitos de madera, lagartijas u otros bichos en él, o le agujerea el corazón y chupa la sangre. Todos estos males (y otros) llevan el nombre de huecuva, huecufe o huecufü (según la región).

La información sobre las creencias antiguas de los calcus es incompleta, por razones obvias, pero puede considerarse como seguro que gran parte de los atributos que tienen actualmente en Chiloé los brujos, corresponden a los calcus prehispanos.

Los misioneros confunden a menudo los machis con los calcus, la magia blanca con la negra. El padre Rosales, p.e., que terminó su "Historia General" por 1674, informa que "lo que más enseñan a sus hijos y a sus hijas es a ser hechiceros y médicos". Tienen para ello "sus maestros y su modo de colegio, donde los hechiceros los tienen recogidos sin ver el sol en sus cuevas y lugares ocultos", lo que sin duda se refiere a los calcus, no a los machis, cuya enseñanza no se hacía en cuevas ocultas.

En la entrada a las cuevas se encontraba, protegiéndola, una serpiente mítica: ihuaivilu. Los araucanos tenían también la creencia de que los calcus celebraban orgías en sus colegios o gremios, en las que participaba el ivunche.

Los huichanalhué los obligaban a entregarles periódicamente a un miembro de su familia como víctima, dando preferencia a los más representativos.

Claramente se expresan las prácticas de los calcus en los cantos de los machis. He aquí algunas alusiones:

¿Qué huecufü te tiraron?
¿Ignoras que te tiraron algo?
Ha bajado a ti un alhué-pullomeñ
De en medio del cielo.
A poco de amanecer vino sobre ti
Un alhué huecufü.

(Püllomeñ es la mosca azul: en forma de ella fue agredido el enfermo por el huichanalhué).

Estas indicaciones revelan claramente las concepciones araucanas sobre brujería. entre los calcus y los machis es que los primeros eran en la mitología araucana únicamente varones. Por consiguiente, la creencia en brujas en el folklore chileno actual es de origen europea. Con razón, en Chiloé las brujas son llamadas Voladores, con designación castellana. Los machis son hoy dia, en cambio siempre mujeres, pero eran antes también varones, siendo condición de éstos ser invertidos.

Antiguamente parece haber habido también agoreros entre los araucanos. Eran consultados - como informa Rosales - sobre el suceso de los que andaban en guerra. Para saber lo que ocurría, incensaban tabaco a las tierras del enemigo, hacían invocaciones y observaban el agua en una batea, anunciando los sucesos.

Esta institución parece haberse conservado hasta una época reciente. En 1859 viajó, p. e., desde Valdivia por San José de la Mariquina, el minero alemán Paul Treutler a la misión de Queule, que era el punto más al N. poblado por blancos: dos misioneros italianos (capuchinos) en medio de reducciones araucanas. Permaneció algunos días con ellos, obteniendo, entre otras, la siguiente información (Véase "Andanzas de un Alemán en Chile", trad. de Carlos Keller, Santiago, 1958):

"En forma general, los araucanos creían que el hombre sólo podía morir por consunción en la ancianidad y que toda muerte prematura era ocasionada por una causa violenta, de modo que las enfermedades eran miradas como envenenamientos intencionales. Para averiguar quien los había producido, se dirigían a un adivino que vivía en Boroa, llevándole obsequios. Este se informaba primero de las condiciones en que vivía el fallecido y las de su familia, y realizaba en seguida actos mágicos. Bailaba primero como loco, describiendo círculos, caí luego, agotado, al suelo y se hacía el muerto; despertaba pronto, entraba en éxtasis y, con el rostro horrorosamente desfigurado, pronunciaba el nombre de una persona que vivía en los alrededores del difunto: ella era considerada la causante de la muerte. Los deudos se dirigían en seguida al cacique del lugar y exigían su castigo".

"El cacique convocaba entónces a todos los que vivían en el lugar, invitaba también a los caciques más cercanos con sus mocetones, a fin de presenciar tan importante acto. Se reunían entónces centenares o millares de indígenas, formando un círculo alrededor del cacique, en su calidad de jefe de la reunión. Después que los deudos habían inculpado a la persona indicada por el oráculo, se detenía a esta víctima inocente, se la desvestía y se la amarraba con lazos a un palo, que se colocaba horizontalmente entre dos arboles. Allí se procedía luego a quemar viva a la víctima, con acompañamiento de música y terrible chivateo. A fin de prolongar sus padecimientos y la fiesta organizada para este efecto, se retiraba el fuego cuando un costado de la víctima estaba ya medio tostado, y, luego le avivaban de nuevo, mientras se bebía mucha chicha y aguardiente, dando vuelta el palo, a fin de tostar también el otro lado. Se consideraba como un arte especial hacer de esta manera que la víctima quedara con vida el mayor tiempo posible, lo que ha menudo se conseguía por una hora".

Debe advertirse que los actos del agorero de Boroa que relata Treutler eran similares a los que los machis aplican como parte integrante de un machitún, en que también tratan de saber quien fue el culpable del huecufü que ocasionó la enfermedad. Pero como aquel agorero disfrutaba de fama como tal, parece que era un machi corriente, sino que se dedicaba como especialidad a las adivinanzas: como tal lo describe Treutler. Trataríase, pues, de una sobrevivencia de los mismos visioneros a que ya alude Rosales y que podrían interpretarse como una especialización de actos que, entre otros, también ejecutaban los machis. Eran considerados como cumplido una función útil dentro de la sociedad.

Los culpables de una enfermedad o de la muerte podían pertenecer a dos categorías: podían ser simples mortales o calcus. Los primeros, lógicamente, sólo podían usar medios corrientes para matar a sus víctimas, como ser, asesinato, veneno, etc. Estos crímenes por lo general eran castigados por medio del pago de una indemnización a los familiares. Treutler da ejemplos al respecto. Los calcus, en cambio, eran considerados como enemigos de la sociedad, muchísimo más peligrosos que los criminales corrientes, por cuanto se dedicaban profesionalmente a matar gente. Por consiguiente, el castigo que se les aplicaba no podía ser suficientemente riguroso: se les quemaba en la forma en que describe Treutler. De ese modo se daba una satisfacción a los familiares de la víctima, a la moral colectiva ofendida y se establecía un precedente que sirviera de lección a otros practicantes del arte de la magia negra.

Los misioneros consideraban como inaceptable el procedimiento de condenar a la muerte en la hoguera a un calcu a base de una simple acusación del agorero. En realidad, el procedimiento no era tan sencillo. Lo afirmado por el agorero representaba en realidad en la asamblea araucana tanto como la acusación. El inculpado tenía el derecho de defenderse; se escuchaban testigos; se hacían verificaciones; había defensores; y sólo después de un procedimiento regular la asamblea pronunciaba su veredicto. No se condenaba, pues, sin mayores antecedentes a la "pobre víctima" indicada por el agorero.

La prueba la suministra el propio Treutler, pues expresa a continuación de lo ya citado lo siguiente:

"Los misioneros ya habían hecho todo lo posible para inducir a los caciques a suprimir esa costumbre bárbara y supersticiosa, pero sus intentos no habían tenido éxito debido a un incidente que relataré y que contribuyó a confirmar la superstición".

"Las exhortaciones de un misionero habían logrado antaño inducir al cacique de La Imperial a prometer que no permitiría más esas ejecuciones, y cuando se quiso realizar una de una jóven de 16 años, intentó aprovechar esa oportunidad para prohibir el abuso".

"El pueblo estaba reunido, formando como de costumbre un círculo, en el que se encontraban el cacique, acompañado por varios otros, el misionero, la acusadora y la víctima. Se hizo la acusación de que la jóven había envenenado a un joven, y se pidió la ejecución. En el supuesto de que la muchacha juraría desesperadamente entre lágrimas y llantos su inocencia, el cacique la invitó a defenderse, pero su sorpresa fue grande cuando la acusada declaró con voz resuelta que el oráculo había establecido la verdad y que ella había cometido el hecho en venganza, por haber sido desdeñado su amor. El cacique se dirigió entónces con severidad al misionero, preguntándole si continuaba insistiendo en que las declaraciones del oráculo eran falsas, y que él y sus hermanos sacrificaban a inocentes, a lo que el misionero no pudo replicar nada. La muchacha fue quemada, y desde entónces se ha robustecido la confianza en la veracidad del oráculo".

Sin duda, al inculparse a un calcu de actos de brujería, se procedía de una manera semejante. A confesión de parte, la prueba no era necesaria, como en el caso precedente, pero si el inculpado negaba el hecho, se le sometía a un procedimiento regular, y sólo en virtud del mismo, la asamblea pronunciaba el veredicto.