Ensayo de una historia de Orizaba: Cuarta parte: Capítulo VI

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Cap. V
Ensayo de una historia de Orizaba (1867) de Joaquín Arróniz
Cap. VI
Nota: Se respeta la ortografía original de la época



VI.


Prosperidad general de México en el período transcurrido.—Sublevacion de los negros cimarrones.—Toman por primera vez las armas los orizabeños, y auxilian la expedicion que viene de Puebla, para someter á los sublevados—Fundacion de San Lorenzo y Córdoba.




No solo á Orizaba, como es fácil de comprender, se limitaban las creces y adelantos que dejamos apuntados, sino á lo vireinato todo en general: una série no interrumpida de funcionarios honrados, impulsaron, en todos conceptos, á las poblaciones en las vías de los adelantos, y aunque cometieron algunas faltas, ellas fueron hijas, puede decirse, mas de su buena que mala intencion.

La Metrópoli misma, en todo el esplendor de sus grandezas entonces, hacia alardes de su inmenso poderío y su pujanza irresistible.—Felipe II, el demonio del Mediodía, como le llamaban sus contemporáneos, segun un célebre historiador de nuestros dias[1], guiado por su astuta y profunda política, era el árbitro de los destinos de Europa. Cierto es que sus empresas y las de su padre el Emperador Cárlos V, arruinaron por completo las fuentes de riqueza pública en España, amargos frutos que recojieron despues sus sucesores; pero las Colonias adelantaban, aunque lentamente, gracias á la prudente direccion que les daban sus funcionarios, y apesar de los cuantiosos caudales que salian para el Tesoro real de España.

Felipe II murió en 1598: entró á gobernar la vasta Monarquía española su hijo el tercer Felipe, inactivo é incapaz.—Esto influyó bastante en las Colonias. Si el rey, victima de sus favoritos, se curaba muy poco delos negocios de Estado, que mas de cerca le tocaban, ménos se ocupaba en los de las provincias lejanas.—De aquí se siguió, que en la administracion se adoptó siempre un mismo sistema, que solo en virtud de los buenos deseos de los vireyes y á sus repetidas instancias é informes se modificaban en bien de los pueblos que gobernaban.

No obstante esa buena disposicion, y las ideas predominantes en aquella época, respecto al gravísimo error de creer que la sola explotacion de los productos minerales bastaban para enriquecer áun pueblo, perjudicaron siempre el desarrollo de la riqueza pública en México todo, porque los gobiernos se cuidaron poco de la agricultura y la industria manufacturera.

Sin embargo, Orizaba que tenia un movimiento mercantil, y alguna agricultura propia, adelantaba; prueba evidente del benéfico influjo que esos dos ramos ejercen en los lugares en que, aun en reducidas proporciones, se establecen.

Una alteracion pública vino á paralizar sus progresos y á poner en alarma al vecindario de Orizaba, en 1609.

Desde en tiempo de D. Antonio de Mendoza, 1587,—hubo algunos conatos de sublevacion de parte de los negros y los indios, con el fin de matar á los españoles y “alzarse con la tierra .” Algo hubo de cierto en aquellos rumores; pero nunca llegó el caso de que estallára la revolucion[2].

En 1609[3] fué distinto, y aunque nunca tuvo el carácter que el rumor público pretendió darle, alarmó bastante al gobierno, porque, en parte, se vió realizada la sublevacion.—Los esclavos “eran tratados dura y cruelmente, segun lo exigian las creencias y las costumbres de la época. Huyendo de las manos de sus señores, algunos se habian abrigado en las montañas inaccesibles que corren del Cofre de Perote á la cumbre del Pico de Orizaba, en el Estado de Veracruz, buscando abrigo y libertad en la espesura de los bosques. Fué creciendo poco á poco el número de los prófugos, y se aumentó con los hombres de color malhallados con los castellanos, con los que por sus delitos temian dar en manos de la justicia, y con los esclavos que halla an medios de romper sus cadenas.”[4]

Estos fueron los elementos que formaron el grueso de la gente sublevada.—En el centro de la montaña formaron unas aldeas para vivir, y se dedicaron á cultivar las plantas mas indispensables para su subsistencia. Allí preparaban sus expediciones, y salian á los caminos á sorprender los convoyes; daban muerte á los pasageros y se retiraban á sus madrigueras, llevándose consigo el fruto de sus merodeos.

El gobierno no habia hecho reparo en esto; pero al fin tuvo que pensar en el asunto sériamente, por los perjuicios que resentia: el comercio de Orizaba, era el que mas inmediatamente los soportaba, así por la paralizacion del comercio como porque el vecindario vivia en una alarma perpetua, temiendo á cada instante ser invadido, por aquella turba de foragidos.

D. Luis de Velasco, virey por vez segunda, preparó una expedicion militar, para reducir á los rebeldes. Cien soldados y otros tantos aventureros, y ciento cincuenta indios armados de flechas, al mando de D. Pedro Gonzalez de Herrera, salieron de Puebla el 25 de enero. Además venian sirviendo como capellanes de las tropas los P P. jesuitas Juan Laurencio y Juan Perez, que tenian encargo de reducirlos á la fé, la cual habian perdido con prácticas y ceremonias abominables.

La expedicion recibió resfuerzos de los pueblos y estancias vecinas á los sublevados. Orizaba contribuyó con mas de cincuenta hombres.—El pueblo se habia visto amenazado muy de cerca, pues cuando iba de expedicion española en busca de los cimarrones, cosa que éstos ignoraban, se preparaban á atacar el Ingenio, viniendo por Zongolica. Esta fué la primera ocasion en que los orizabeños empuñaron las armas, en defensa de sus amenazados hogares. Esta circunstancia no podíamos dejarla en silencio; porque señala, con bastante exactidud, la importancia que habian alcanzado, y tambien, por desegracia, la época en que empuñaron las armas, para no abandonarlas hasta el presente.

Los orizabeños, en esta época, comprendieron el peligro que los amenazaba: para ellos la sublevacion de los cimarrones[5] era una guerra social, que trataba nada ménos de la sustitucion de una raza por otra. Era un delirio, es verdad, de los sublevados; pero Orizaba estaba demasiado cerca de ellos para no temer las tristes consecuencias de un golpe de mano que destruyera quizás para siempre el gérmen de sus futuras prosperidades.—Comprendiéndolo así, no vaciló en contribuir para aniquilar aquella rebelion.

Los rebeldes se habian parapetado en un paraje cercano al lugar en que despues se fundó la ciudad de Córdoba. Reconocian una autoridad superior, que entendia en sus asuntos. Ordinariamente la mitad de los hombres se ocupaba en sembrar tabaco, maíz y legumbres, mientras que el resto se mantenia sobre las armas. El Yanga ó gefe de ellos era valeroso, inteligente, de buenos modales, y aventajada estatura “bran de nacion, y de quien se decia que si no lo cautivaran fuera rey en su tierra. En estos elevados pensamientos, habia sido el primero en la rebelion desde treinta años ántes, en que con su autoridad y bellos modos para con los de su color habia engrosado considerablemente su partido.”[6] Apesar de estas cualidades fué vencido por la superioridad incomparable del poder á que intentó resistir.

El 20 de Febrero llegó la expedicion á las inmediaciones de los lugares que ocupaban los sublevados: allí se fortificaron las tropas expedicionarias, y juntaron sus provisiones para emprender las operaciones contra ellos.

El gefe de las tropas del gobierno ignoraba el punto en que estaban los alzados, ni era fácil proporcionarse guías que lo lleváran á él; pero no tardó mucho en presentársele un español cautivo, que era portador de una carta amenazadora en que el Yanga ó Rey de los sublevados, decia al gefe español: “nos hemos retirado á este lugar, por libertarnos de la crueldad y perfidia de los españoles, que sin ningun derecho pretenden ser dueños de nuestra libertad: Dios ha favorecido nuestra santa causa, y hasta ahora hemos logrado triunfar de ellos.”—Y añadia: “Asaltando los lugares y haciendas de los españoles nos tomamos por la fuerza de las armas lo que injustamente se nos niega.”

La soberana altivez de este desafío irritó el orgullo del gefe español, que al punto se preparó á combatir: todos sus subordinados juraron cumplir con su deber. El cautivo español fué destinado á servir de guía á cuyo fin le habian enviado los negros “para que Herrera no pretestase ignorancia de los caminos y escusara el trabajo de buscar á los rebeldes.”—Despues de estas arrogantes palabras, no quedaba otro recurso que combatir. Los soldados españoles emplearon la noche del 20 en confesarse: al dia siguiente acamparon á tres leguas del real de los sublevados.

El 22 de febrero (1609) se verificó el primer encuentro entre los exploradores de las tropas militantes, saliendo derrotados los cimarrones, que se internaron á los bosques gritando: ¡Españoles en la tierra, españoles!

Herrera aprovechó el desórden en que entraron los insurrectos, estableció su campo á la vista del de los insurgentes, fortificándole con una palizada á orillas del Rio-Blanco. En seguida reunió á sus capitanes y les pidió consejo: por unanimidad se acordó dar al siguiente dia una batalla decisiva.

He aquí en qué términos da cuenta el P. Juan Laurencio, testigo ocular, de esta campaña en que se distinguieron los orizabeños.

“Habia bastante motivo de temer que en la ordinaria senda de la subida pusiesen alguna emboscada, ó por algun otro camino la impidiesen; y así se pasó todo el dia en buscar algun camino mas secreto y mas seguro. No hallándose, se resolvió el asalto para el dia siguiente. Habiéndose confesado desde las tres de la mañana toda la gente que faltaba, marchó el ejército en tres trozos. El uno de los indios flecheros, que fuera de sus armas servian tambien de gastadores para ir con hachas y machetes abriendo el camino, la otra de los arcabuceros y tropa reglada que guiaba por sí mismo el capitan; otra de los aventureros y demás gente advenediza que comandaba un alférez sobrino de D. Pedro Gonzalez. Por el camino se hizo á los enemigos bastante daño, talando algunas sementeras de maiz, de tabaco y calabazas que por allí tenian. Llegando al pié de la Sierra avanzaron algunos soldados recelosos de alguna emboscada. Se vió cuán prudente era su temor, porque llegando á su puesto, un perrillo que acompañaba la marcha sintió á los negros emboscados y avisó con el ladrido á su amo. El capitan, marchando sobre este aviso llegó á un sitio que tenia á su frente unas grandes peñas tajadas que por lo alto coronaba una ceja á modo de muralla, tras de la cual se encubria mucha gente, esperando que nuestros soldados se empeñaran mas en la subida. Mas adelante, en el mismo camino, habian hecho una rosa de troncos, bejueos y maleza con que se embarazasen en el asalto. Aunque se conoció la estratagema no pudo encontrarse mejor camino, y hubieron de avanzar por aquella misma parte. Cuando el capitan y toda la tropa estuvo á tiro, comenzaron á disparar con flechas, con piedras y con troncos, de tal manera, que pareció milagro haber quedado algunos con vida. Sobre el capitan D. Pedro Gonzalez arrojaron á plomo un peñasco que evitó con poca declinacion del cuerpo; pero apénas volvió para animar su gente que desmayaba, cuando otra grande losa, raspándole por las espaldas lo llevó de encuentro cuesta abajo, hiriendo malamente al page de armas que lo acompañaba. A las voces de un esclavo suyo se creyó que habia muerto; pero él, aunque con mucha pena, procuró levantarse y animará los suyos, diciendo en alta voz: vivo estoy y sano, gracias al Señor, ¡valor compañeros! De los dos padres que llevando consigo el Santo Cristo y los Santos Oleos seguian al ejército, al uno dió una piedra en la mejilla, al otro, que fué el padre Juan Laurencio, lastimó ligeramente otra, y mas una flecha que le penetró no poco en una pierna de que tuvo que padecer muchos dias. Apesar de tan vigorosa resistencia que sostuvo el capitan con la primer columna, llegando despues la retaguardia con otro grande trozo de indios flecheros, los enemigos hubieron de desamparar la emboscada y retirarse con precipitacion á su campo, distante aun media legua de aquel sitio. En este corto tramo crecia á cada paso la dificultad con los nuevos reparos que habian hecho en todo aquel camino. Para estrecharlo mas habian impedido con grandes troncos, cortaduras y peñascos, el uno y otro lado, no dejando sino una senda angosta, y eso con algunas puertas de trecho en trecho amarradas con fuertes bejucos que no pudieron vencerse sin grande dificultad, y que hubieran costado mucha sangre, si los emboscados hubieran tenido el valor de defender alguno de aquellos pasos, y no hubieran procurado salvarse tan aprisa.

Despues de esta derrota, ya con seguridad de parte de los enemigos, y vencido lo mas áspero, estrecho y peligroso del camido, se marchó confiadamente al real de los Negros. El Yanga, que por su edad no estaba ya capaz de las fatigas militares, se habia quedado en el pueblo y recogídose con las negras é indias cautivas á una pequeña iglesia que tenian, donde con candelas encendidas en las manos y unas flechas, hincadas delante del altar, perseveraban en oracion mientras duraba la pelea, que al fin, aunque facinerosos y perversos, obraba en ellos aun el amor y la veneracion á las cosas sagradas. Mientras practicaban sus devociones llegó un aviso al Yanga que en el avance del peñol habian sido derrotados los españoles con muerte del capitan y muchos de los suyos. Breve tuvo el pesar de desengañarse con la noticia, y aun con la presencia de los fugitivos que pusieron en consternacion todo aquel pueblo. El Yanga los detuvo para que con sus mugeres é hijos no tomasen luego la fuga. Decíales que aun vencido el peñol tardarian tres dias para vencer las dificultades de aquel corto camino. Apénas habia pronunciado estas palabras cuando oyó la algazara de los indios amigos y la vocería de soldados que estaban ya sobre el pueblo. Desamparáronle luego con prisa y huyeron á los bosques vecinos, dejando la ropa, las armas, y aun la cena que tenian prevenida para aquella noche. Entrando los nuestros en el pueblo nos encaminamos luego á la iglesia, persuadidos todos á que el haberse puesto bien con Dios por medio de los santos Sacramentos habia sido causa de la victoria. La entrada fué cerca de la noche. No se hizo poco en curar los muchos heridos y procurar algun refresco á tantas gentes fatigadas. Se prendió fuego á mas de sesenta casas, reservandose la iglesia y algunos otros edificios para que sirviesen de cuarteles. En medio de la poblacion estaba un árbol muy alto y en su copa una á modo de Pavía desde donde se descubria mucha tierra y les servia de atalaya. Nueve meses habia solamente que ocupaban este puesto y se veian ya plantados muchos plátanos y otros árboles frutales, muchas sementeras de maíz, de frijol, de tabaco, de batatas, algodon y otras legumbres, mucha abundancia de gallinas, gran número de ganado, y algunos telares en que trabajaban las mugeres mientras que los hombres la mitad se empleaba en la labor del campo, y la otra mitad estaba destinada á la profesion de las armas. Los despojos que se hallaron en el pueblo fueron considerables en ropa, espadas, mucho maíz y otras provisiones de boca, algunos fusiles y no poca moneda.

“El piadoso capitan, convidándolos con la paz, hizo levantar en un lugar eminente una bandera blanca; pero viendo que permanecian en su obstinacion determinó seguir el alcance, dejando alguna guarnicion en aquel puesto ventajoso. Alcanzó una cuadrilla de los alzados con quien hubo un pequeño choque con pérdida de algunos españoles, y mas de los negros, á quienes faltó en este lance uno de los mas bravos oficiales, que atravesado de muchos balazos, vino á caer de lo alto de la cuesta, y por mas prisa que me dí para ayudar á esta alma, cuando llegué ya habia espirado. Volvió el capitan á levantar bandera blanca, dejando una cédula firmada en que les concedia perdon general. Aquí se supo como el Yanga iba con su gente hácia otra ranchería donde ántes tenian su habitacion, y que estaba muriendo en el monte uno de sus principales caudillos á quien él habia hecho maestre de campo. Marcharon los españoles al primer puesto que habian ganado de los negros, desde donde obró, talándoles los campos y fatigándolos con correrías continuas en que salian siempre con ventajas. Los padres en este intérvalo nos empleábamos en hacer una mision que fué muy provechosa. Los soldados se acomodaban fácilmente á los ejercicios de piedad, y gustaban de ellos, viendo que se pretendia su bien y se les trataba con suavidad y con amor, y las cabezas eran los primeros en acudir á tan santas obras.”

Perseguidos así los sublevados, pronto solicitaron y obtuvieron el perdon del virey; ofreciendo establecerse y destruir á los esclavos prófugos.— Así se fundó el pueblo de San Lorenzo, en donde se establecieron los capitulados, dependiendo en lo espiritual del curato de San Juan de la Punta.

No fué bastante esto para sujetar á los disidentes y en 1618 todavia se presentaban algunas partidas de ellos que traian inquietas estas comarcas. A fin de cortar el mal se pensó en crear otra poblacion, para su completa sumision: de aquí nació la idea de fundar á Córdoba (1618).— Unos vecinos de Huatusco se encargaron de pedir la licencia para esta fundacion, alegando “que los parajes que desde entonces ahun tienen la nomenclatura de Totutla, Palmilla, Tumba-carretas y Tototinga estaban infestados con distintas tropas de negros cimarrones, que sin temor de Dios con insultos gravísimos hostilizaban este desierto territorio y sus pueblos circunvecinos.... Que armados, y con temeraria ossadia se presentaban á todos los pasageros, causando en ellos atroces homicidios, por quitarles sus vestiduras, y demas bienes, que cargaban consigo. Que llegaba á tanto el ánimo de sus depravadas intenciones, que formados en escuadras assaltaban los carros, y las recuas, en donde para el despacho de las flotas, se conducian la Real Hacienda de S. M., y los intereses de varios particulares.”[7]

Estos y no otros, fueron los motivos que dieron por resultado la creacion de la antes villa y hoy ciudad de Córdoba, que no tardó mucho en alcanzar mayor incremento, favorecida por su clima, muy propio para el cultivo de frutos de crecida estimacion en nuestros mercados, aunque antes pasó por las necesidades de que no escapan las poblaciones de novísima creacion.






  1. La-Fuente. Historia general de España. Discurso preliminar.
  2. Decia D. Antonio de Mendoza en una carta a Cárlos V: “Los negros que se prendieron confesaron la verdad de estar entre ellos hecho este comercio de alzarse con la tierra; y se hicieron cuartos (descuartizaron).... hasta docenas de ellos, con cuatro negros y una negra que los indios mataron y me trujeron salados, porque yo mandé que los prendiesen ó los matasen; y con esto se atajó” (la conjuracion). Cópio este fragmento de un interesante artículo bibliografico no firmado, que se publicó en la Sociedad, en 1866, y que habria sospechado era del Sr. D. Joaquin García Icazbalceta, si el Sr. D.J. Fernando Ramirez no me hubiera asegurado que dicho señor era realmente su autor.
  3. Saco estas noticias de la Historia de la Compañía de Jesus de Nueva España, del P. Alegre. Tomo 2.o, pág. 10.
  4. Palabras del Sr. Orozco Berra. Diccionario de Historia. tomo 3.o del Apéndice, en un artículo que en lo sustancial sacó para esa obra, de la citada Historia del P. Alegre.
  5. Este era el nombre con que se conocia á los sublevados.
  6. Alegre, Ibid
  7. Cartilla Histórica de Córdova, escrita por el “Dr. D. Joseph Antonio Rodriguez y Valero.” Edicion de 1758.