Epítome de las Historias filípicas de Pompeyo Trogo: Libro octavo
☙ LIBRO OCTAVO ❧
Las ciudades de Grecia como cada una por si sola quería mandar y ser señora, todas se quedaron sin el imperio. Porque trayendo ordinarias guerras entre si las unas contra las otras, vencidas y asoladas con diversos acontecimientos hasta tanto que las unas y las otras se perdieron, no sintiendo la pérdida que cada una por si recibía, hasta que después, se vieron oprimidas y sujetadas, porque Filipo; rey de Macedonia, estaba continuamente en vela teniendo puestas sus acechanzas a la libertad común, tenía gran diligencia no solo en sustentar, sino aumentar entre ellos las contiendas y disensiones, ayudando siempre a los que siendo inferiores menos podían hacer, hasta tanto que en hallada ocasión, a los vencedores y vencidos, forzosa y claramente hizo venir a conocida servidumbre. La causa y origen de tan grande mal fueron los tebanos, porque estando pacíficos y hechos señores de las cosas y muy elevados en lo alto del señorío y mando, no fueron bastantes por causa de su flaqueza de ánimo, sustentarse en aquella prospera fortuna en que se veían sino, contentos con los males y daños que a los lacedemonios y focios habían hecho, pasados tantos robos y muertes, los acusaron soberbiamente en una junta o concilio general que se hizo de los pueblos de toda la Grecia. Y en esta acusación les acusaron y afearon gravemente haber pecado. A los lacedemonios porque en tiempo de treguas habían tomado la fortaleza y alcázar de Tebas y a los focios porque habían robado y destruido a Beocia como si el mal que en las guerras se hacía se hubiera de enmendar y corregir con leyes, pero como quiera que ello fuese el concilio dio la sentencia conforme a lo que los vencedores pedían, condenando a los vencidos en tanta suma que de ninguna manera les bastaba para pagar. De aquí después se siguió que los focios como en la ejecución de la sentencia les tomasen todas sus tierras y haciendas, y los privasen de sus mujeres e hijos, con tales afecciones muy desesperados, no sabiendo que hacer, al fin, por consejo de Filomelo; que antes había sido su capitán, como airados contra el dios Apolo, como si tuviera él la culpa en consentir que les fuese hecha aquella injuria, entraron en su templo en Delfos y robado de allí todo el tesoro y riquezas, enriquecidos comenzaron, luego de juntar gentes con su sueldo y hecho ejército, movieron guerra contra los tebanos, y la verdad de este hecho es que a los focios, aunque a todos parecía mal y lo abominaban por ser sacrilegio no se culpaban tanto como a los tebanos a los cuales tenían gran odio, porque los habían compelido y puesto en necesidad de hacer aquello. Y por esta manera ellos alcanzaron la ayuda de los atenienses y los lacedemonios, y ya venidos en la batalla con los enemigos, el primer día que pelearon, Filomelo no solo venció, sino que privo a los enemigos del real. En el día siguiente, peleando el primero, en el medio de todos los más animosos y fuertes caballeros fue caído y murió; queriendo el dios que pagase con su sangre la pena del sacrilegio que había cometido. En su lugar le sustituyeron por otro capitán, el cual tenía por nombre Onomarco, contra el cual los tebanos y tesalios no eligieron ciudadano alguno, pensando no podría resistir al poder del vencedor, sino a Filipo; rey de Macedonia. De manera que se sometieron voluntarios al señorío de los extraños, el cual temían en los suyos. Filipo, tomada ya la mano contra los focios, hizo que todos los de su ejército se pusiesen coronas de laurel, queriendo pretender peleaba no por venganza de los tebanos, sino del sacrilegio, y como quien llevaba al dios Apolo por guía, entro en batalla. Y fue de tanta eficacia el ir coronados de laurel, que los focios viéndolos solamente con las insignias del dios Apolo, recordándose del mal y pecado que contra el habían cometido, en la hora espantados, soltadas las armas, se pusieron en huida y siguiéndoles los enemigos, hacían en ellos tanto estrago que con su sangre y muerte pagaron la pena del sacrilegio y fuerza del cual hecho no se podía contar cuanta gloria alcanzo Filipo, por todo el mundo llamándole vengador y castigador del sacrilegio, y vengador de la religión diciendo que solo él había merecido alcanzar ser digno de expiar aquel pecado; el cual fuera razón de limpiar juntas las fuerzas del mundo, para vengarlo en tanto grado, que casi era tenido por dios, o muy próximo a los dioses, pues hacía que por el fuesen reverenciados de los hombres. Los atenienses, oído el acontecimiento de aquella guerra, y la buena dicha de Filipo, tuvieron miedo que por ventura, querría pasar en Grecia. Y por esta causa tomaron luego con gentes las angosturas y estrecho de las Termópilas para impedirle el paso como en el tiempo pasado habían hecho a los persas, cuando Darío vino la primera vez en Grecia. Pero ni la causa ahora fue tan justa como antes, ni la virtud y esfuerzo fueron bastante, porque en aquel tiempo lo hacían por defender la libertad de la Grecia y ahora por el sacrilegio público, entonces, por guardar el templo del robo de los enemigos y ahora por amparar los ladrones de los mismos templos contra los vengadores de ellos, y hacían o se mostraban defensores de la maldad la cual aún les era feo esperar que otros viniesen a vengarla sin tener memoria ni recuerdo alguno de cuantas veces en sus trabajos y necesidades se habían aprovechado de la deidad y consejo de aquel dios, y que guiando y encaminando el sus hechos, habían ellos emprendido tantas guerras y sido vencedores en todas ellas. Y así mismo con prósperos y favorables agüeros, fundando tanta multitud de ciudades y alcanzando tanto señorío por mar y por tierra, sabiendo como sabían que jamás en todas estas cosas nunca nada hicieron, ni publica ni particular, sin especial consejo y ayuda suya. Cosa fea por cierto es que unos ingenios de hombres, ejercitados en toda doctrina y saber, criados e instruidos con tan loables y buenas leyes hayan tenido osadía de acometer una tan fea hazaña. Porque los mayores barbaros del mundo ninguna cosa pudieran hacer que les pudiera ser más digna de vituperio o reprensión que esta. Aunque, por otra parte, no lo hizo mejor Filipo con sus compañeros, ni les mantuvo la fe de amistad o compañía que con ellos había puesto. El cual, por no ser vencido en maldad ni sacrilegio de los focios, hizo otra cosa no mejor que la de ellos. Porque las ciudades cuyo capitán había sido en aquella guerra y le habían ayudado a vencer, y después como el mismo gozándose con la victoria común, así como si fuesen enemigos, los robo y saqueo, capturando las mujeres y vendiendo los hijos en publica almoneda, no perdonando a los dioses ni teniendo respeto a templos ni a lugares sagrados, ni a cosas públicas, ni privadas de aquellos donde amigablemente se había hospedado, en tanto grado que ya no parecía haber querido vengar un sacrilegio, sino haber lugar y licencia para hacer otros muchos. Desde allí tan contento como si hubiera hecho las mejores y más loables cosas del mundo, luego se pasó a Capadocia, donde haciendo guerra con tan poca fe y lealtad como antes, tomados por engaño y muertos todos los reyes vecinos y comarcanos, junto toda la provincia con el imperio de Macedonia. Después por anular y deshacer esta mala opinión e infamia y odio que todos señaladamente le tenían en aquellos tiempos más que a todos los hombres del mundo, envió por todos los reinos y ciudades populosas y ricas y justamente por los templos y lugares semejantes, hombres que derramasen y publicasen fama que el rey Filipo quería dar a hacer con sus dineros, muros en todas las ciudades, y así mismo templos a los dioses, y que en esto quería que se hiciese pregonar públicamente, para que los maestros que se quisiesen encargar de aquellas obras viniesen a Macedonia, donde serian bien pagados por sus trabajos, y podrían llevar las cantidades de dineros necesarios para cada obra. Sembrada esta fama concurrieron muchos de todas partes, pero después, trayéndolos con largas mucho tiempo, se hallaron burlados, y habiendo miedo de la grandeza del rey, sin osar decir nada ni reclamar, se hubieron de volver callando. Después de esto, el rey Filipo fue contra los olintos. La causa de esto fue porque él tenía tres hermanos que su padre tuvo de otra mujer. Y muerto uno, quisiera matar también los otros dos, so color de que querían ser partícipes del reino. Y los hermanos vista su voluntad se fueron huyendo del reino. Los olintos por misericordia los acogieron en su pueblo. Así que, por esta razón, destruyo aquella noble y antigua ciudad, y prendiendo allí a sus hermanos, les dio la pena que antes que huyesen les tenía determinada. Y gozo juntamente del despojo y del deseo que tenia de aquel homicidio. Desde allí como hombre que ya todo lo que se le antojase podía hacer en Tesalia, tomo todos los mineros de oro, plata y metales en la Tracia. Y por no dejar derecho ni ley que no pervirtiese, comenzó a ser pirata y corsario y robar por la mar. En este tiempo aconteció por caso que dos hermanos reyes de Tracia teniendo entre si debates sobre el reino, lo tomaron por juez, no por la justicia que de él conocían, sino por miedo de que no desollase a alguno de ellos. El conforme a su condición fua a juzgar y partir aquella diferencia o contienda, sin ser sabedor de ello los dos hermanos, y partió con su ejército como si fuera a la guerra. Y llegado a Tracia no como juez sino como ladrón, tomo para si el reino privándoselo a ellos, y mientras esto pasaba vinieron a él unos embajadores de Atenas a pedirle la paz. Los cuales, oídos, él envió con ellos a otros embajadores suyos a Atenas para que se viesen las condiciones de la paz que él enviaba. Y allá, como a los unos y a los otros pareció, se confirmaron las paces. También vinieron a el de todas las ciudades de Grecia embajadas, no por ganas de paz, sino por miedo de guerra, porque creciendo y encrudeciéndose cada día el odio y la ira, los de Tesalia y Beocia le rogaron que pues ya una vez había sido su capitán contra los focios, lo quisiese ahora ser otra vez, que tenían tanta enemistad con ellos, que olvidados de los daños que de él habían recibido, quisieron más perderse así, que dejar de tomar venganza de los otros, y holgaron de padecer antes la crueldad de Filipo; que ya habían experimentado, que perdonar a sus enemigos. Por otro lado, los embajadores de los focios, invitando consigo a los de Lacedemonia y Atenas, vinieron a rogarle que no les hiciese guerra trayéndole a la memoria, como ya otras veces le habían comprado que la dilatase. Cosa a la verdad fea y miserable ver a Grecia, que así en fuerza como en dignidad tanto florecía en todo el mundo, y era como reina de todos los reyes, vencedora de todas las naciones y señora aun todavía de muchas ciudades, venir ahora por puertas ajenas a rogar a otro, que no hiciese guerra, o que la hiciese puesta toda su esperanza en ayuda ajena. Y los que poco querían vindicar y tomar para si toda la redondez, hallan venido a tal estado, por sus discordias y guerras civiles, que ahora estén lisonjeando y halagando a la más vil y soez parte que solía ser de los allegados y encomendados que ellos tenían. Y que tal cosa hiciese los tebanos y los lacedemonios, que antes eran émulos y competidores entre si sobre el imperio de Grecia. El rey Filipo, entre tanto que pasaban estas cosas, estaba contemplando entre si la gran alteza de tantas ciudades, y se gloriaba de verlas tan sometidas a sus pies. Y pensaba consigo, pues estaba a su elección a cuáles de ellos antes daría audiencia, al fin oyó las embajadas de todos, dando y asignando tiempo a cada uno por aparte, para oírlos en secreto. Y de la misma manera después ocultamente a cada uno dio sus respuestas, tomándoles primero juramento que a nadie lo comentasen. A los unos otorgo perdón de lo pasado, y les dio su palabra de no hacerles guerra. Y a los otros, por el contrario, se les ofreció que el iría en su favor y ayuda. Y variando su respuesta por esta manera y mandando a los unos y a los otros que no hiciesen apercibimiento ninguno de guerra; por que el los aseguraba, hizo que todos estuviesen desapercibidos, y que ni aparejasen guerra, ni la temiesen. Y estando descuidados, él fue y ocupo el estrecho de Termópilas. Ya cuando esto vieron los focios, luego entendieron el engaño que Filipo les había hecho. Y temerosos y con mucho miedo, se acogieron a tomar las armas, pero no tuvieron espacio para apercibir ejército, ni para allegar, ni recoger ayuda de los amigos. Porque Filipo estando sobre ellos, los amenazaba que los destruiría si no se rindiesen. Por manera que, vencidos y forzados de la necesidad, se dieron aseguradas las vidas. Mas no se guardó más fidelidad en aquel pacto de la que antes se había guardado en la promesa de no hacerles guerra. Porque luego pusieron a cuantos tomaron a cuchillo tan cruelmente, que ni dejaba el padre al hijo, ni los maridos a las mujeres, ni las estatuas en los templos. Solo un consuelo tuvo los afligidos y miserables, el cual fue ver que Filipo había defraudado a los tebanos y tesalios; sus compañeros, de la parte que les tocaba de la presa, por manera que no veían ninguna de sus cosas en poder de sus enemigos. Vuelto Filipo en su reino, así como los pastores suelen mudar los ganados de un pasto a otro en invierno y verano, así el mudaba y pasaba los pueblos y ciudades según se le antojaba a él era bien robarlos o dejarlos, que era lastima de ver a todas partes donde llegaba, que no parecía, sino que todo se caía. Y no osaban mostrar temor de él como enemigo, ni andaban las gentes discurriendo de un cabo a otro, ni había ruido de armas, sino un llanto secreto, acordándose del mal que padecían, temiendo que Filipo por aquellas lagrimas los tomase por rebeldes. Y tanto era mayor su dolor, cuanto más lo querían disimular y encubrir. Porque tanto más cala y penetra el dolor lo íntimo del corazón cuando menos se puede decir ni ser comunicado. Y unas veces consideraban las sepulturas de sus antepasados, las casas y edificios antiguos donde habían nacido y engendrado a sus hijos, otras se quejaban doliéndose y pesándoles gravemente porque tanto habían vivido y no murieron antes o no nacieron más tarde. Pero Filipo, todavía iba adelante en su proceso, poniendo unos pueblos en los términos de sus enemigos, situando y estableciendo otros en las rayas y fines del reino. A otros, de aquellos que había capturado, los dividía para suplir y henchir las faltas de las ciudades. Y de esta manera hizo un reino de diversas naciones y gentes. Compuestas y asentadas las cosas de Macedonia, luego hizo guerra a los dárdanos y otros comarcanos, no perdonando a propios, parientes y deudos. Porque también propuso desechar del reino a Arribas; rey de Epiro, pariente de su mujer Olimpia. E incito para esto a un entenado suyo, hermano de Olimpia, muchacho de muy buen parecer y hermoso, llamándole en nombre de la hermana que viniese a Macedonia. Y poniéndole mucha gana y esperanza de reinar, con amor fingido le truco a que de él se dejase corromper, como quiera que con más obligación le fuera a servir si lo hiciera sin la vergüenza de su conciencia y sin el beneficio del reino. Así que, venido el muchacho a los veinte años, le quito el reino a Arribas, y se lo dio en lo uno y en lo otro al malvado traidor. Porque ni con aquel a quien lo quito, guardo los derechos del parentesco. Y aquel a quien lo dio, primero lo hizo corrupto e impúdico.