Epítome de las Historias filípicas de Pompeyo Trogo: Libro noveno
☙ LIBRO NOVENO ❧
Filipo venido en la Grecia y convidado en el despojo de algunas pocas ciudades pequeñas, conjeturando cuán grandes debían ser las riquezas de todas las demás que restaban, determinó hacer la guerra a toda Grecia, para lo cual pensó le convenía mucho reducir primero a su poder y sujeción la ciudad de Bizancio; que ahora se llama Constantinopla, que era muy noble, y por estar cerca del mar parecía que podría tener en ella una escala y acogimiento para sus gentes por mar y por tierra. Con este propósito partió para allá con su ejército, y como le cerraron las puertas, puso cerco en derredor. Porque esta ciudad fue edificada primero por Pausanias; rey de los espartanos, y poseída por él siete años. Después, variando la victoria, unas veces fue tenida y ocupada por los lacedemonios y otras por los atenienses, y el ser ella incierta y dudosa en la posesión, hizo que ninguno la ayudase como suya. Y, por tanto, defendió más constantemente su libertad, hasta que el rey Filipo, desgastado y venido en necesidad de dinero, acordó con robar por la mar.
Y habidas en su poder ciento setenta naos cargadas de mercancías, las vendió, y se reparó de la necesidad que le aquejaba. Después por no tener tan grande ejército ocupado en el cerco de una sola ciudad, partido de allí con los más fuertes de los suyos, conquistó y ganó muchas ciudades del Quersoneso; y mandó llamar a su hijo Alejandro que tenía entonces dieciocho años, para que debajo de la capitanía del padre, hiciese los primeros ejercicios de la guerra. Partió también para la Escitia con deseo de robar, para rehacer a manera de negociante los gastos de una guerra con el despojo de la otra. Era a la sazón rey de la Escitia, Ateas, el cual aquejado y fatigado con la guerra que tenía contra Istria, envió a pedir socorro al rey Filipo por medio de los apoloneses, diciendo que lo adoptaría por sucesor del reino de los Escitas, pero en tanto murió el rey de los istrianos, y como Ateas quedó libre del miedo de la guerra, y de la necesidad de ayuda, vueltos a enviar los macedonios que en su socorro vinieron, mandó decir que ni él había pedido su ayuda, ni prometido la adopción, que ni los escitas tenían necesidad que los macedonios los vengasen, pues eran mejores que ellos, ni le faltaba heredero a él mientras su hijo viviese. Oídas estas cosas, el rey Filipo envió sus embajadores a Ateas, pidiendo le ayudase para el coste de aquel cerco en que estaba, porque no fuese forzado con pobreza a dejarlo; diciendo que lo debía hacer de buena gana, pues que habiendo el enviado sus gentes
en su socorro, no solo les había pagado el gasto, pero ni hecho el buena obra alguna. Ateas respondió quejándose de la asperidad del aire y esterilidad de la tierra, que no solo no enriqueciese a los escitas, sino que aun apenas les da los mantenimientos necesarios. A cuya causa no tenían riquezas para poder cumplir la necesidad de tan grande rey y señor. Por tanto, rogaba le perdonase porque por mejor tenía negárselo todo que querer hacer cumplimiento con poco. Y le hacía saber que los escitas eran preciados por la virtud del ánimo y dureza del cuerpo y no por las haciendas. Con la cual respuesta Filipo, teniéndose por escarnecido levantando el cerco de Constantinopla comenzó las guerras de Escitia enviando delante unos embajadores para asegurar los enemigos. Con los embajadores enviaba a decir a Ateas que en el cerco de Constantinopla había hecho voto y prometido una estatua a Hércules, la cual él quería poner en la boca del río Istro. Por tanto, le rogaba le dejase venir a cumplir su voto en paz, y como amigo. Ateas le respondió que, si quería cumplir el voto, le enviase la estatua que él le prometía no solo ponerla, sino que quedaría allí intacta y entera para siempre, más que con ejército le perdonase porque no le consentiría entrar en los términos de su reino, y que, si contra la voluntad de los escitas ponía la estatua, el salido luego la quitaría y volvería el hierro de ella en casquillos de saetas. Por tal vía encendidos y airados los unos y los otros se trabó entre ellos la
guerra; y venidos en pelea, aunque los escitas eran de grande esfuerzo y virtud fueron vencidos por la astucia de Filipo. La presa que ende hubo fue grande; tomó cautivos venté mil entre muchachos y mujeres, puesto que oro ni plata ninguno hubo, donde bien se vio la pobreza y falta de la Escitia. Tomo si otro grandísimo número de ganados, de los cuales envió vente mil yeguas de casta a Macedonia para hacer generación. Mas cuando ya daba la vuelta con todo el robo, de los triviales pueblos de la misma Escitia salieron contra el diciendo que juraban no darle paso si no les daban parte del despojo que traía. Sobre esto se levantó entre ellos contienda y grande pelea en la cual fue llagado Filipo en un muslo con una flecha de tal forma que pasado el muslo la saeta, atravesó también el caballo y lo mato. Por donde los suyos, pensando que ya estaba muerto, desamparándolo huyeron, y de esta manera los despojos de los escitas fueron para los macedonios abominables y tristes.
Convalecido y sano Filipo de aquella llaga, en la hora movió guerra contra Atenas, lo cual muchos días había tenido en propósito puesto que lo disimulaba por cuya causa los de Tebas temiendo que vencidos los atenienses luego la guerra se volviera contra ellos, se juntaron con los atenienses y hecha compañía entre estas dos ciudades que antes eran muy enemigas comenzaron a amonestar y requerir toda la Grecia con embajadas diciendo que aquel era enemigo común de todos
y que por tanto con las fuerzas de todos le habían de resistir y echar de la tierra porque sabían cierto que no había de cesar Filipo si la primera jornada bien le sucedía hasta sujetar toda la Grecia. Por esta vía movidas algunas ciudades se juntaron con los atenienses y otras con miedo se aliaron a Filipo. En fin, que, venidos en batalla, los atenienses fueron mucho más en número, más como los macedonios estaban endurecidos en el continuo uso y ejercicio de la guerra, los atenienses fueron vencidos. Dado que pelearon tan esforzadamente, el mismo lugar que los capitanes les habían dado para defender, en el mismo murieron. Porque donde los pies habían estado, allí quedó el cuerpo, todos en muchas partes llagados por delante, más ninguno por la espalda. En este día fue el cabo y fin de toda la gloria del señorío de Grecia y juntamente de la libertad antigua. Filipo disimulo muy astutamente la alegría de la victoria, porque ni hizo sacrificios como solía, ni se rio en los convites, ni mando hacer juegos durante el comer, ni tomo coronas ni ungüentos como acostumbraban a hacer los que vencían. Por manera que cuanto en él fue de tal manera se hubo que ninguno conociera del ser vencedor y no consintió que le llamasen rey de Grecia, sino capitán y de tal suerte se templó entre la alegría callada y secreta de los suyos y el dolor de los contrarios, que ni con los unos se mostró gozoso, ni con los otros demasiado soberbio. A los atenienses que habían sido siempre sus mayores enemigos,
perdonó a los cautivos y consintió que se enterrasen a los muertos, amonestando le llevasen las cenizas y reliquias a los monumentos y sepultura de sus padres. Además de esto envió a su hijo Alejandro acompañado por su amigo Antípatro a Atenas para que hiciesen amistad con los atenienses. Con los tebanos fue más áspero; no sólo vendió a los cautivos, sino que les negó el consentimiento para enterrar sus muertos. De los principales de la ciudad, a unos degolló y a otros envió al destierro y les tomo sus haciendas. Estaban a la sazón desterrados de Tebas algunos ciudadanos por cosas que habían hecho en daño de la república. A estos Filipo no solamente los restituyo, más aún puso trescientos de ellos por jueces y regidores de la ciudad. Los cuales, después renovando pasiones pasadas, acusaron a cinco principales de los que los habían desterrado diciendo haberlo hecho contra justicia. Las cuales fueron de tanta constancia, que confesaron ellos haber sido autores de su destierro y no solo esto, también añadieron que mejor había labrado la república en echarlos que en tenerlos. Maravillosa osadía de hombres, por cierto, que tan libremente sentencian y decían su parecer contra aquellos que eran puestos por jueces de su vida y muerte, y que la libertad de obra que no tenían la tomaban en las palabras.
Asentadas y ordenadas las cosas de Filipo, mando que todas las ciudades de Grecia viniesen, y se allegasen en Corinto embajadores y procuradores
para averiguar el estado de las cosas presentes. Allí estableció leyes de paz en toda Grecia con cada ciudad según sus méritos y de todos escogió e hizo un concilio a manera de senado. Solo los lacedemonios menospreciaron al rey y la ley diciendo que aquella era más servidumbre que paz, pues no era por conveniencia y concierto de las mismas ciudades, sino por mandato del vencedor. También señalo la ayuda que cada ciudad le había de dar cuando él la hiciese a otros. Y en el concierto que hacía, bien mostraba que este aparato y munición se enderezaba contra el imperio de los persas. Era la suma de los que pedía hasta doscientos mil peones y quince mil jinetes. Más allá de estos le restaba el ejército de los macedonios y todas las gentes bárbaras vecinas y comarcanas que había sojuzgado. Así fue que en el principio del verano envió tres capitanes al Asia a la tierra de los persas. Estos fueron, Parmenión, Amintas y Atalo. De este Atalo había tomado Filipo en aquellos días una hermana. Era esta Olimpia, la madre de Alejandro; la cual había sido dejada anteriormente por sospecha de adulterio. Y entre tanto que la gente de la ayuda de los griegos llegaba, quiso celebrar las bodas de Cleopatra su hija con Alejandro; a quien él había hecho rey de Epiro. En esta fiesta había muy grandes aparatos como convenia a la grandeza de dos reyes tan grandes, así del que casaba a su hija, como del que la tomaba por mujer. Donde no faltaba gran magnificencia de juegos. A los cuales se sentó a mirar Filipo sin ninguna gente de
guardia, sino sólo entre los dos Alejandro, que eran hijo y yerno, y aconteció que un mancebo llamado Pausanias; de los más nobles de Macedonia, de quien ninguna sospecha ni recelo se tenía, como lo vio allí ocupado en la estrechura de los asientos, pasando por delante de él, alzada su espada lo mató, e hizo que el día deputado para placeres y fiestas, fuese lleno de lágrimas y lutos. Y la causa que movió a Pausanias a matar a Filipo, fue porque este mancebo siendo muchacho había sido corrompido por Atalo. Sobre la cual fealdad vino otra, que Atalo llevándole a un convite después de harto y lleno de vino como si fuera una vil ramera le puso no solo para excitar su lujuria, sino aun la de los otros convidados, y le hizo ser escarnio y juego entre todos sus iguales. Pausanias agraviado de esto se quejó al rey Filipo, el cual no solo no le vengo, sino antes se reía y se burlaba de él. Pues ahora como vio que sobre todo Atalo su contrario, en lugar de ser castigado, había sido honrado con la nueva capitanía que le era dada, convirtió la ira contra Filipo y la venganza que del enemigo no pudo obtener, quiso tomarla del mal juez. Se cree también que era enviado por Olimpia; madre de Alejandro, y que el mismo Alejandro era conocedor de esto. Y da ocasión de afirmarlo, conocer que no menos se dolía Olimpia de ser repudiada, que Pausanias del rapto que se le había hecho, y que Alejandro también temió que los hijos de la madrastra querrían competir con él en el reino. Y de aquí vino que, en un convite, hubo palabras primero con
Atalo y después con su padre, tanto que Filipo sacó la espada contra él y lo hubiera matado si no fuera por los ruegos de sus amigos. Por la cual causa Alejandro se fue junto a su madre a Epiro a ver a su tío, y desde allí a los reyes de los ilirios, donde apenas quiso perder la ira llamándolo su padre, y no volvería, sino compelido por los ruegos de sus parientes. Olimpia también sobornaba a su hermano Alejandro, rey de Epiro, para que hiciese la guerra a Filipo, y todavía lo atrajera a ello si Filipo no le ocupara con hacerle yerno dándole la hija. Así que, con estos compañeros de ira, quejándose Pausanias como su injuria había quedado sin castigo, se cree que lo impelieron a que cometiese tan gran hazaña. A lo menos esto bien se sabe que Olimpia le tenía aparejados caballos en qué huir y que ella, oída la muerte del rey como vino a las exequias debajo del título y nombre de piedad y de oficio caritativo, en la misma noche puso en la cabeza a Pausanias; que estaba colgado en una horca, una corona de oro, la cual siendo Alejandro su hijo, vio nadie se atreviera a hacerlo sino solo ella. Otro si dende a poco quitado el cuerpo de la horca y quemado cogió las reliquias y puestas en su vaso las encerró en un sepulcro que le hizo, haciendo sus exequias y atrayendo al pueblo con ciertas supersticiones y so color de religión a que cada año las celebrasen. Después de esto tomó a Cleopatra; que así se llamaba también aquella hermana de Atalo por quien Filipo la había dejado, y teniendo
en brazos una niña hija suya que había habido del mismo Filipo se la mato y a ella persiguió hasta que la hizo que tomada una soga se ahorcase y después se gozó de verla colgada viendo que no la había podido matar como quería. Al fin de todo, tomó la espada con la que el rey fuera muerto y la consagró en un templo de Apolo debajo del nombre de Mirtalis; porque así se había llamado la misma Olimpia siendo niña. Lo cual todo se hizo tan manifiesto y público, que parecía que tenía Olimpia temor que de otra manera no supieran que ella lo hacía. Murió Filipo de cuarenta y siete años, reinó veinticinco, tuvo de una mujer bailarina llamada Filina un hijo llamado Arrideo, el cual reinó después de Alejandro. Otros muchos hijos tuvo también de diversas mujeres como es costumbre de reyes; los cuales una parte por su hado, y la otra parte por cuchillo murieron todos. Fue rey más dado al apartó de las armas que de los convites. Tenía por grandes riquezas los instrumentos de guerra. Más codicioso en ganar la hacienda que en conservarla de tal manera que robando siempre, siempre estaba pobre. La misericordia y perfidia en él estaban en un peso. Ninguna manera de vencer tenía por fea, era blando y engañoso en sus palabras, más largo en prometer que en dar. Para burlas y veras muy diestro, no sabía tener amistad, sino por amistad fingía amar al que tenía odio. Holgaba de sembrar discordia entre los amigos.
Quería la gracia de entre ambas partes. Sobre esto era elocuente. Su oración llena de agudezas y diligencia de tal manera que con el ornato tenía facilidad y con la invención ornato. Tras el sucedió su hijo Alejandro que en virtudes y vicios fue mayor que su padre. Muy diversas maneras tuvieron de vencer entre sí. El uno trataba las guerras por engaños y acechanza y el otro por la fuerza manifiesta. El uno gozaba en engañar a los enemigos, el otro con vencerlos en el campo desbaratados. El padre era más sagaz y de más consejo, el hijo de ánimo más magnífico. El padre sabía disimular y vencer la ira, el hijo encendido no sabía dilatar la venganza, ni tener medida en ella. El uno y el otro amigos del vino, pero después de haber hecho excesos en el beber tenían diversos vicios. Filipo tenía por costumbre después del convite ir contra los enemigos y pelear con ellos y ofrecerse temerariamente al peligro. Alejandro no contra los enemigos sino contra los suyos se encruelecía. Por donde el padre volvió muchas veces llagado de la pelea, el hijo salió de los convites ensuciado con la sangre de sus amigos. El uno quería reinar con los amigos, el otro tener mando e imperio sobre ellos. El padre quería ser amado, el hijo temido. A las letras igualmente dados y semejantes. El padre tenía más industria y diligencia, el hijo más fe. Filipo era más templado en las palabras,
Alejandro en las obras. Para perdonar a los vencidos más aparejado el hijo. El padre más dado a la templanza, el hijo a excesivo desorden y liberalidad. Con las cuales artes, el padre hecho los fundamentos para haber el imperio del mundo, el hijo lo consumo y hubo la gloria de toda la obra.