Epítome de las Historias filípicas de Pompeyo Trogo: Libro undécimo
☙ LIBRO UNDÉCIMO ❧
En el ejército de Filipo como había mucha diversidad de gentes, así hubo después de su muerte diversos pensamientos y alteraciones. Porque unos pareciéndoles que habían padecido servidumbre injusta se ponían en esperanza de libertad. Otros hartos ya de andar en las guerras, holgaban de tener lugar para dejarlas e irse a sus tierras. Otros también se dolían de la muerte del mismo Filipo teniendo por cosa indigna ver que con las hachas que estaban encendidas para las bodas de la hija, lo llevasen a él a enterrar. No solo en estos, pero también en sus amigos había mucha turbación y miedo de ver así inopinadamente y que de súbito una tan gran mudanza de las cosas. Y temían sobre todo que luego se había de levantar contra ellos Asia, la cual Filipo había procurado y había dado causa de hacerlo. O Europa que aún no estaba dominada ni juzgada del todo. Traían a la memoria los pueblos Ilirios, los de Tracia, Dárdanos, y las otras naciones bárbaras que estaban dudosas porque no sabían si serian fieles o no, las cuales, si se alzaban, no bastarían ellos a resistirlos. A la sazón que había esta turbación en el ejército de Filipo sobrevino su hijo Alejandro cuya presencia puso en todo medicina. Porque haciendo una oración o razonamiento a todos ellos, de tal manera los consoló y animo a todos juntos y a cada uno por si según su estado y condición y el tiempo que había servido. En tal forma que a la hora perdiendo todo el miedo que tenían, cobraron grande esperanza. El tenía entonces veinte años, con los cuales hablo tan templadamente prometiendo muchas cosas con mucha moderación, y sin muestra de jactancia ni vana gloria, que manifiestamente daba a entender que había de hacer más en efecto. Que prometía de palabra, y luego lo puso en ejecución, dando primeramente a los macedones grandes privilegios y libertades en todas las cosas sin obligarlos a ir más a la guerra, a la cual quiso estuviesen obligados cada vez que los llamasen. Con estas cosas gano tanto la voluntad de todos, que en general decían que solamente habían mudado el cuerpo del rey mas no la virtud. Después de esto lo primero que procuro hacer, fueron las exequias de su padre, en las cuales primeramente hizo traer allí cuantos hallo que habían sido participantes y sabedores de su muerte. Y venido luego los mando, los mando degollar sobre la sepultura. Solo perdono a Alejandro; hermano de los lincetas, guardando el agüero de su dignidad, porque él había sido el primero que le había hecho veneración y saludado por rey. También hizo matar a Cárano; hermano suyo, hijo de su madrastra, por ser emulo y competidor suyo en el reino. Se dio por consiguiente en los principios tan buena maña, que refreno muchas gentes que se le habían comenzado a levantar. Aplaco y compuso algunas sediciones que se levantaban. Las cuales cosas hechas, muy secretamente partió hacia la Grecia, donde hizo llamamiento a las ciudades para que se juntasen en Corinto; como su padre había hecho. Y allí fue elegido por capitán de todos, en lugar del mismo padre. Después de esto, quiso seguir y llevar adelante la guerra contra los persas que el rey Filipo había comenzado. Pero estando ocupado en aparejar las cosas necesarias para ello, supo cómo los atenienses, tebanos y lacedemonios, dejándolo a él, se habían pasado al lado de los persas, y que el autor de ello había sido Demóstenes; corrompido con mucho oro que el rey persa le dio. Y la manera que para hacerlo tuvo, fue que en un discurso que hizo afirmo que todo el ejército de los macedonios había sido desbaratado y destruido por los triballos. Y para poderlo confirmar y tener por cierto a todos los que le oían, trajo por autor a uno que dijo que él se había hallado presente y había así mismo salido herido de aquella batalla donde había muerto el rey. Y supo también Alejandro que con aquel pensamiento estaba mudada la voluntad de todas las ciudades de Grecia. Y que en ellas tenían cercadas las guarniciones y gente de guerra que estaban dentro puestas por los macedonios. Para impedir estos movimientos, su ejército vino tan presto aparejado y armado en Grecia y la torno a oprimir y sujetar, que ni le sintieron venir, ni aun venido apenas creían lo que veían. Y de pasada había hablado con los tesalios, y amonestados que se acordasen de los beneficios que de su padre Filipo habían recibido. Y también mirasen el parentesco que con el tenían por parte de la madre; pues los unos y los otros descendían de la casa de Aeaco. Lo cual oyendo de muy buena gana los tesalios, lo tomaron por capitán y le pagaron los tributos y rentas que a su padre solían dar. Y como en Grecia tan repentinamente fue visto, los atenienses que habían sido los primeros en revelarse, así por consiguiente fueron los primeros en arrepentirse. Porque, así como al principio hacían poca cuenta y menospreciaban a su enemigo, así después convirtieron el menosprecio en admiración, loando y ensalzando su juventud y cordura sobre la de todos los capitanes del mundo. Por lo cual enviados a él sus embajadores, le suplicaron no les hiciese guerra y los perdonase. Él, oída la embajada, los reprendió grandemente, pero al fin todavía les concedió lo que demandaban. Y desde allí se volvió a Tebas con el propósito de hacer otro tanto con ellos, si también los hallara con humildad y arrepentimiento de lo pasado. Mas los tebanos no quisieron salir a recibirle con ruegos, sino con armas. De donde les sucedió, que después siendo vencidos padecieron todos los tormentos y males que un pueblo cautivo pudiera padecer. Después de lo cual como Alejandro (hecha reconciliación) comunicase con los de su concejo si sería bien que aquella ciudad se destruyese o no, los focenses, los tespianos, los plateos y los orcomenios, compañeros de Alejandro y participantes de la victoria habida, se le quejaron de la crueldad de los tebanos, que les habían destruido sus tierras, acusándolos no solo en aquella ocasión sino que también antes habían sido favorecedores de los persas contra la libertad de Grecia, por lo cual justamente los aborrecían tanto que todos habían jurado que después de vencidos los persas luego destruirían a Tebas. Y añadían sobre esto (para indignar más a Alejandro contra ellos) todas aquellas maldades que las fabulas cuentan: que allí estando llenos los estadios y teatros, porque no solo les fuesen odiosos por lo de ahora, sino aún también por la infamia de sus pasados. Oídas estas palabras por el tebano Cleades; que era uno de los cautivos que tenía licencia para hablar, dijo que todo aquello de lo que se les acusaba era traición y falsedad conocida. Porque ellos no se habían rebelado contra el rey Filipo, sino que creyeron que estaba ya muerto. Lo cual por cosa muy cierta habían oído como lo era, y que, si algún error habían cometido, este había sido no haber querido obedecer y estar en sujeción de sus herederos. Y que si esto había sido desobediencia o demasiado atrevimiento (a lo cual le había dado causa haber creído de ligero) que no por eso habían incurrido en caso de traición. Pero que si todavía habían merecido pena y castigo grande por lo cometido ya lo habían muy bien pagado, porque todos los mancebos estaban muertos y no quedaban sino viejos y mujeres, gente flaca y sin culpa, que aun aquellos habían recibido tantas y tan feas injurias, violencias y estupros cuales nadie padeció. Dijo así mismo que el no rogaba por los ciudadanos; que tan pocos habían quedado, sino por el suelo de su tierra y por la ciudad. La cual era tan noble, que de allí habían nacido no solo hombres grandes, sino aún dioses. Esto dijo en general y después en particular vuelto a Alejandro le rogo por el dios Hércules, diciendo como aquel que fuera natural de Tebas, era del mismo linaje de Aeaco; de donde el descendía, y que se acordase que su padre había vivido allí siendo muchacho. Y por esta razón y muchas otras que había, le rogaba perdonase aquella ciudad en la que adoraban y tenían por dioses a muy gran parte de sus antepasados, y a otros los había criado y visto reyes de mucha grandeza. Estas y otras cosas dijo Eleades, aunque no hicieron fruto ninguno, porque mucho más pudo la ira que todos sus ruegos, que todavía la ciudad se destruyó y derribo por el suelo postrada. Los campos se repartieron entre los vencedores. Los cautivos se vendieron por muy bajos precios, y esto no por el provecho de los compradores, sino por el odio de los enemigos. Mucha pasión de esto hubo entre los atenienses, tanto que, aunque Alejandro les había mandado no acogiesen a nadie en su ciudad, todavía abrieron las puertas y tomaron adentro a los que de Tebas huyeron. De lo cual Alejandro se airó tanto, que enviándole ellos una segunda embajada en la que le rogaban no les hiciese guerra, respondió que con esta condición haría lo que pedían: que le entregasen todos los oradores y capitanes que en la ciudad había. Porque con la confianza de que aquellos no se rebelasen tantas veces, y estando ellos en el propósito de hacer todo lo que les mandase; por no tener con el guerra, vinieron en este concierto que los oradores se quedasen en la ciudad y los capitanes fuesen desterrados. Los cuales en contingente partieron hacia donde Darío; lo cual no fue para los persas poco crecimiento de fuerzas. Esto hecho de esta suerte habiéndose de partir Alejandro para la guerra contra Persia, porque no se levantase ninguna sedición ni revuelta en el reino de Macedonia en su ausencia, tomo a todos sus hermanos; hijos de su madrastra, y aquellos a quienes Filipo había puesto en alguna dignidad y honra; dándole gobernación de ciudades u otra cosa, y así mismo a cuantos otros parientes tenia, que le pareció podían reinar, y los mato a todos. A los reyes tributarios y a los que eran de más saber e ingenio los llevo consigo a la guerra, dejando los viejos y de poco ánimo para gobernar el reino. Después de ordenadas y juntas todas sus cosas y puesto su ejército en punto embarcado en sus naos, como llegase cerca de Asia en lugar donde se le pudo ver encendido de un increíble ánimo, hechos doce alteres, hizo sacrificios a los dioses de la guerra para que le fuesen favorables. Y hecho esto, tan confiado de alcanzar aquel señorío como si ya lo hubiera ganado, repartió entre sus amigos todo el patrimonio que en Europa y Macedonia tenia, diciendo que para él harto le bastaba la Asia. Y antes que ninguna nao partiese del puerto, muertos muchos animales hizo sus sacrificios, pidiendo a los dioses victoria sobre aquella guerra. Diciendo que él había sido el elegido para vengar las muchas afrentas y daños que los persas habían hecho tantas veces viniendo contra Grecia. Y que los persas habían señoreado y prosperado tanto tiempo, que ya era tiempo que el imperio recibiera mudanza para mejorarlo y venir a más alto estado. Y los de su ejército no estaban sin la misma presunción y deseo que Alejandro, porque olvidados todos de sus hijos y mujeres y de la guerra que tan lejos hacían, ya tenían por suyo el oro de la Persia y no se acordaban de los peligros de la guerra, sino de las riquezas que allí creían alcanzar. Pues como llegaran en tierra firme Alejandro arrojo primero una lanza como a tierra de enemigos. Luego salto fuera de la nao muy alegre y regocijado y habiendo ofrecido sus sacrificios a los dioses para que tuviesen por bien poner en los corazones de los que habitaban la tierra de tomarle por su rey y señor. Y pasando por Troya hizo allí exequias sobre las sepulturas de los que allí habían muerto. Y desde hay yendo contra los enemigos no consintió que sus gentes hiciesen mal ninguno, ni destruyesen nada en la Asia, diciendo que no había razón en hacer daño a lo suyo, porque no estaba bien echar a perder aquello de lo que habían de ser señores. En el ejército de Alejandro había treinta y dos mil peones, cuatro mil quinientos a caballo, y ciento ochenta y dos naos. Y con este tan pequeño ejercito hay muy grande duda que ha sido más de maravillar, con tan poca gente haber vencido todo el mundo, o la osadía que tuvo para acometerlo. Cuanto más, haber podido acabar de sujetarlo, mayormente que para la guerra no escogió mancebos muy fuertes ni que fuesen de la primera y más florida edad, sino ya casi viejos y que estaban jubilados en la guerra y que habían peleado muchos años con su padre y con sus tíos. En la cual elección no solo parecía que tomaba soldados y gentes de guerra, sino también maestros para las batallas. Y tuvo esta manera que en las ordenes o escuadrones nunca puso por capitanes sino hombres de sesenta años, de tal forma que los que miraban las delanteras de su real no les parecía gente de guerra sino un senado de alguna antigua ciudad. En fin, ellos fueron tales que ninguno de ellos pensó jamás como huirían sino como podrían vencer en la batalla, ni pusieron su esperanza en los pies sino en los brazos. El rey Darío por el contrario con la confianza de su mucho poderío, no le pareció fuesen menester artes ni astucias ningunas, antes decía que no convenia el haber victoria por vía encubierta ni secreta como cosa de hurto, ni tan poco era bien impedir al enemigo que no entrase en su tierra sino dejarle entrar hasta lo íntimo de ella, pareciéndole a el que más glorioso era después de entrado echarle que impedirle la entrada. Pues apercibidos el uno y el otro ejército, en breve tiempo se vinieron a encontrar, y el lugar donde se dio la primera batalla, fueron los campos Adrastes. Había en el ejército del rey Darío seiscientos mil hombres, los cuales todos siendo vencidos y desbaratados en aquel día, no menos por buena industria de Alejandro que por la virtud de los macedonios, fueron forzados a volver las espaldas. Y huyeron de tal manera que los macedonios siguiéndoles hicieron en ellos gran matanza, sin que de ellos faltasen sino nueve peones y ciento veinte jinetes. Los cuales el rey Alejandro para consuelo de los otros hizo enterrar muy honradamente, y puso sus estatuas a los jinetes y dio a sus descendientes muchos privilegios y exenciones. Tras haber alcanzado esta victoria y honra de haber sobrepujado a los enemigos, la mayor parte de la Asia se pasó a él y se le dio a su voluntad. Después hizo también otras guerras con algunos adelantados y tenientes de Darío, pero más estos los venció con el espanto que su nombre les producía y no por las armas. Entre tanto que estas cosas en la Asia se hacían, Alejandro fue avisado por indicio de un cautivo que allí tenia, como Alejandro Lincestas, yerno de Antípatro; al cual había dejado como gobernador en la Macedonia, le tenía puestas asechanzas. Por la cual causa el temiendo que si lo mandase matar se levantaría alguna turbación en el reino de Macedonia, mando que lo hiciesen prisionero. Después de esto, Alejandro se movió con su ejército a una ciudad que se llamaba Gordio. La cual estaba asentada entre la Frigia mayor y menor. En esta ciudad él tuvo mucho deseo de entrar y conquistarla, no tanto por la presa que pudiera haber en ella, sino porque había oído decir que dentro de ella en un templo de Júpiter estaba el carro de Gordio. De tal forma que decían unos oráculos antiguos que cualquiera que desatase las ataduras con que estaba amarrado había de ser señor de toda Asia. La causa y principio de este asunto fue de esta manera. Hubo un labrador en aquella tierra que tenía por nombre Gordio, el cual arando con unos bueyes alquilados; porque no tenía propios, comenzaron a volar sobre el muchas aves de todas suertes. El maravillado con tal cosa, fue a consultar a los agoreros y adivinadores a una ciudad muy cercana, teniendo por cierto que alguna gran cosa significaba el volar de aquellas aves sobre su cabeza. Y en la puerta de la ciudad se encontró con una doncella de sobrada hermosura, a la cual el pregunto cuál era el mejor y más sabio agorero en aquel pueblo a quien el pudiese consultar. A lo cual ella respondió que quería saber la causa sobre la que deseaba consultar. Y cuando la supo entendió lo que quería significar, porque también ella era muy sabia en aquel arte; porque sus pasados se lo habían mostrado. Luego le dijo que por aquel agüero se mostraba que él había de ser rey, y que ella quería ser mujer suya y compañera en aquella esperanza. El la acepto de muy buena gana pareciéndole harto que buen principio de prosperidad era haber tal mujer. Y después que se hubieron casado no pasaron muchos días que se levantó una sedición en la Frigia, y consultados los oráculos como se acabaría aquella discordia, fue respondido que era menester que tomasen un rey. Y tornados ellos a preguntar que rey tomarían, les fue respondido que tomasen por rey a aquel que ellos viesen primero ir al templo de Júpiter en un carro. Pues hecha la diligencia que el oráculo mandaba, el primero que encontraron fue a Gordio y en la hora lo saludaron por rey. Gordio ya hecho rey, tomo el carro en el que iba y metiéndolo en el templo, lo consagro allí a la majestad real. Después de Gordio sucedió en el reino Midas; hijo suyo. El cual instruido por Orfeo en las cosas de la religión hincho toda la Frigia de ceremonias y solemnidades de sacrificios, con lo cual estuvo más seguro toda su vida que con las armas. Ganada que hubo Alejandro esta ciudad y venido a ella, ingresando al templo de Júpiter, pregunto por el carro. El cual, siéndole mostrado, como vio el yugo atado, busco los principios de los nudos para deshacerlos. Pero no pudiéndolos hallar, forzando el oráculo saco su espada y corto las correas, y de esta manera desechos los nudos hallo los principios de ellos. Estando en esto fue dicho a Alejandro que el rey Darío venia con muy poderoso ejército. Por lo cual el temiéndose del estrecho, diose muy gran prisa a pasar el Monte Tauro; tanto que anduvo sin parar quinientos estadios de tierra. Venido ya a la ciudad de Tarso, viendo un rio llamado Cidno que pasaba por medio de ella. Enamorado de verle tan deleitoso y apetecible, tomándole ganas de bañarse, como venía lleno de polvo y sudor, dejadas las armas entro en él. Y como el agua estaba muy fría y el venia muy caluroso, le penetro el frio los poros que traía abiertos con el demasiado calor, y se resfrió de tal forma que todos los nervios se le pararon yertos súbitamente, y se le quito el habla. Y vino a estar tan malo que no solo los suyos perdieron la esperanza de su salud por largo tiempo. Pero aun temieron mucho su temprana muerte, porque decían los médicos que moriría muy presto. Solo uno había entre ellos; que tenía por nombre Filipo, que afirmaba que sanaría y él lo remediaría muy presto, y este era tenido por sospechoso. Porque un día antes había venido a Alejandro una carta de Parmenión; su capitán que estaba en Capadocia, que sin saber que estaba malo, le avisaba diciendo que se guardase de Filipo su médico, porque el rey Darío lo tenía subordinado y corrompido con mucho dinero para que lo matase. Mas Alejandro todavía tuvo por mejor confiarse del sospechoso medico (aunque era cosa dudosa) que pasar el peligro de la cierta enfermedad. Pues, así como así había de morir. Y tomando una purga que el médico le daba, él le dio la carta de Parmenión a leer. Y entre tanto que Filipo la leía, él bebió la purga teniendo siempre los ojos en la cara del médico. Y como vio que Filipo estaba sosegado, y que no se alteraba nada, se alegró mucho esperando el buen suceso. Y de ahí a cuatro días se levantó sano. El rey Darío vino entre tanto con trescientos mil peones y cien mil jinetes, de lo cual Alejandro algún tanto se recelo sabiendo que venía tanta muchedumbre de enemigos, y especialmente viendo que los suyos eran tan pocos para resistirlos. Pero después considerando cuan grandes cosas había hecho con solo aquellos, y cuan grandes pueblos había desbaratado se consolaba. Y venciendo el consuelo al temor, todavía tuvo más confianza de haber la victoria en la dudosa batalla que no de perderla. Y le pareció que era peligroso dilatarla. Porque los suyos no desesperasen de poder vencer, anduvo solicitándolos a todos, y a cada diversidad de gentes hacia su razonamiento, en particular prometiendo diversas cosas a cada nación; como era a los Ilirios y Tracios, ofreciendo grandes haciendas y riquezas. Y a los griegos traía a la memoria las guerras pasadas y la enemistad que siempre contra los Persas habían tenido. A los de Macedonia, que ellos habían vencido la Europa y venido en la Asia con el mismo deseo, y que ganada aquella no habría gente en el mundo que se les pudiese igualar, y que este era el último trabajo que habían de pasar y lo que más habría de incrementar su gloria y otras cosas semejantes decía, hablando a los unos y a los otros, según a lo que los veía ser inclinados. Entre tanto así mismo mandaba que saliesen a ver la hueste de los enemigos, porque se habituasen y continuasen a poner en ellos los ojos y les perdiesen el miedo. Puesto que Darío tampoco iba despacio, ni fue menos diligente en ordenar sus ases y escuadrones, porque no contento con la solicitud de los capitanes, el mismo los anduvo animando a todos y los rodeo por todas partes e hizo sus amonestaciones y razonamientos, trayéndoles a la memoria la gloria que los Persas siempre habían tenido, diciéndoles que trabajasen por no perder la posesión del imperio que los dioses les habían dado. Esto hecho la batalla se dio entre estos dos ejércitos con tanto esfuerzo de los unos y de los otros que entre ambos los reyes fueron llegados, y la victoria por mucho rato dudosa, hasta que después de muy reñida y sangrienta batalla, muy desconfiado Darío, se puso en huida y desde allí se siguió el muy grande estrago y matanza de los Persas, de los cuales murieron aquel día sesenta y un mil peones y diez mil jinetes y fueron presos otros cuarenta mil. De los Macedonios murieron ciento treinta peones y ciento cincuenta jinetes. En los reales de los Persas se halló mucho oro y grandes riquezas, y entre los cautivos que tomaron en las tiendas se hallaba la madre de Darío llamada Sisigambis y una hermana suya que tenía por mujer, y dos hijas; las cuales Alejandro fue a ver y consolar, pero ellas como le vieron a él y a otros que con el iban armados, vueltas las caras se abrasaron unas con otras llenas de miedo pensando que luego serian muertas llorando muy reciamente, y después echadas a los pies de Alejandro le suplicaron que no las matase, que esto no querían salvo que las dejase enterrar primero el cuerpo de Darío. El movido de compasión viendo tan gran piedad en mujeres, para consolarlas les dijo que el rey Darío estaba vivo y se había ido de la batalla, y que ellas tuviesen buen corazón y estuviesen seguras que no morirían. Y mando a los suyos que las tratasen y saludasen como reinas, diciéndoles a las hijas que las casaría tan bien y con tanta honra como su padre Darío lo pudiera hacer. Después de esto viendo la muchedumbre de riquezas de Darío y el aparato grande que traía, fue puesto en mucha admiración, y desde allí en adelante comenzó Alejandro a hacer combites y banquetes solemnes y de grandes gastos, con mucha magnificencia de manjares, y en esta sazón también comenzó a amar a una de las cautivas que habían tomado de extremada hermosura, la cual tenía por nombre Barsine. De la cual tuvo Alejandro un hijo al que llamo Hércules. Pero todavía acordándose que Darío estaba vivo envió a Parmenión, su capitán, para que tomase la flota de los Persas. Y también envió por otras partes a sus amigos a tomar diversas ciudades de la Asia. Las cuales, oída la fama de la victoria, habían enviado a él sus embajadores con gran suma de oro y dineros, diciendo que desde allí se le entregaban ellas y los gobernadores que en ellas Darío tenía puestos. Esto así hecho, el mismo Alejandro partió hacia Siria, donde encontró muchos reyes de oriente vestidos con estolas de la costumbre suya. De estos, según el merecimiento de cada uno, unos tomaba en su compañía, a otros quitaba el reino, sustituidos en su lugar por nuevos reyes. Pero el más insigne y notable de todos fue Abdalónimo, al cual Alejandro hizo rey de Sidonia. Este antes era un hombre pobre y jornalero que solía ganar su vida limpiando pozos y regando huertos. Alejandro pareciéndole que, si diese el reino a otro, dirían que lo hacía por el merecimiento o linaje de aquel a quien lo daba, y no por magnificencia suya, quiso darlo a este, porque mejor se viese la liberalidad que usaba. La ciudad de Tiro le envió con sus embajadores, una corona de oro de muy grande peso y ricamente tallada. La cual fue en señal y demostración de placer y alegría que habían sentido de su alcanzada victoria. Alejandro la recibió graciosamente y de buena voluntad, mostrando tenerla en mucho y agradeciéndoselo les dijo que deseaba ir en persona a su ciudad, para cumplir ciertos votos que había hecho al dios Hércules. A lo cual los embajadores respondieron que mejor podría cumplir su voto en Tiro la vieja, en un templo antiguo que allí había, por tanto, le suplicaban no quisiese entrar en su ciudad. Alejandro entro en ira por estas palabras en tanto grado, que los amenazo diciendo que les derribaría la ciudad. Y así fue que a la hora movió su ejército para la isla, donde fue recibido con guerra, con no menos esfuerzo del que los suyos llevaban. Porque los tiros tenían esperanza que los cartaginenses les habían de ayudar y dar favor y tomaban gran corazón del ejemplo de la reina Dido, que veían que ella había salido de su ciudad con muy poca gente, había fundado Cartago y sujetado la tercia parte del mundo. Y pensaban que era muy vergonzoso y feo que una mujer hubiese tenido más ánimo para alcanzar imperio, que ellos para defender su libertad. Así que por esta razón animados todos, luego enviaron a Cartago a los que no eran aptos para pelear e hicieron llamamiento de todos sus confederados. Y de esta manera se defendieron mucho tiempo y muy bien, más al fin fueron tomados por traición. Después de esto Alejandro tomo Rodas y Cilicia toda sin guerra ninguna, y a Egipto y propuso ir en la África al templo de Júpiter Amón para consultar allí del suceso que habían de haber sus cosas, y de su generación, de la cual estaba dudoso. Porque no tenía certidumbre de quien fuese hijo, a causa que su madre Olimpia había confesado a Filipo que Alejandro no era su hijo, sino que ella lo había concebido de un dragón muy grande que dormía con ella. Y el mismo rey Filipo cerca de la hora de su muerte dijo públicamente que Alejandro no era su hijo y que por esta causa también había repudiado a Olimpia diciendo que había cometido adulterio. De forma que, por esta razón, Alejandro deseando que lo tuviesen por descendiente de los dioses, y también porque su madre fuese libre de aquella fama de adulterio que le imponían, antes que llegase al templo de Amón envió delante unos mensajeros que previniesen a los sacerdotes, y les ganasen la voluntad y les avisasen lo que él quería que le respondiesen. Y de aquí vino que, entrando en el templo, los sacerdotes le salieron a recibir, saludándolo como hijo de Júpiter Amón. Y él muy alegre porque aquel dios lo tomaba por hijo, mando que dé ahí en adelante todos así lo llamasen, y por tal le tuviesen y acatasen. Preguntando si estaba vivo alguno de los que mataron a su padre, le respondieron los sacerdotes que su padre ni podía morir, ni nadie le podía matar; pero que el rey Filipo estaba enteramente vengado. Hecha la tercera pregunta del suceso de sus cosas se le respondió que habría de tener victoria en todas las guerras y ser señor de toda la tierra. Y también dijeron a sus compañeros que honrasen a Alejandro, no por rey sino por Dios. De aquí le creció mucho a él la presunción y la soberbia sobremanera, dejada la molestia y mansedumbre que por las letras de los griegos había aprendido, y las costumbres que las instituciones de los macedonios le habían enseñado. Después de tornado del templo de Amón, fundo aquella ciudad insigne que de su nombre llamo Alejandría, la cual quiso fuese cabeza de Egipto.
Tornando al rey Darío; que como fue dicho huyo de los campos Adrastos y se fue a la ciudad de Babilonia. Escribió una carta a Alejandro rogándole quisiese dar a rescate las mujeres que había tomado cautivas, prometiéndole dar por ellas una gran suma de dinero. A lo cual Alejandro respondió que, si él quería que se las tornase, le había de dar todo su reino a troque y rescate de ellas y no dinero u otra cosa ninguna. Andando más el tiempo, Darío torno otra vez a escribir a Alejandro, ofreciéndole una hija suya en casamiento y prometiendo en dote con ella una gran parte del reino. Alejandro le respondió que aquello ya lo tenía y no le ofrecía nada nuevo, que él debería venir humilde a hacer reverencia al vencedor y le diese el árbitro de todo el reino para que él lo dispensase como quisiere. Cuando Darío entendió que no había forma de hacer paz, acordó rearmarse para la guerra y tornar otra vez a pasar la ventura de la batalla. Y así de nuevo, torno a llegar a cuatrocientos mil hombres a pie y cien mil a caballo, con los cuales salió al encuentro de Alejandro. En el camino le dijeron como su mujer, que estaba embarazada cuando la prendieron, murió de aquel dolor. Y que Alejandro lloro en su muerte y la enterró, e hizo las exequias con mucha honra. Y esto no porque estuviese enamorado de ella, sino por su sobrada humanidad y nobleza. Lo cual constaba ser así, porque solo la había visto una vez yendo a consolar a la madre y a las hijas. Con la cual noticia Darío tuvo por cierto que había de ser vencido, viendo que aun después de haberlo vencido en tantas batallas, también lo sobrepujaba su enemigo en beneficios, y dijo que holgaba ya que no pudiese vencer, ser vencido de tal hombre y quiso tentar la paz por tercera vez, y escribió una carta en que le daba gracias por el buen tratamiento que a los suyos había dado, en no haberlos tratado a ellos como enemigos, sino como deudos y parientes. Y ofreciéndole también la hija por mujer, con la mayor parte del reino, conviene a saber, todo lo que hay desde Europa en su señorío hasta el rio Éufrates. Diciendo que también le daría por las otras cautivas treinta mil talentos en dinero. A esto Alejandro le respondió que las gracias que le daba eran demasiadas, que él no había hecho aquello por ganarle a él la voluntad ni el amor, ni por pensar que la guerra era dudosa y de final incierto queriéndole para entonces tener amansado y ganado, sino que todo era por su grandeza de ánimo, que sabia pelear contra las fuerzas de los enemigos, no contra sus calamidades y desdichas. A lo demás dicho que el usaría de la misma magnificencia de que siempre usaba y le concedería todo cuanto le pedía si él quisiese contentarse con ser segundo a él y no igual, y que, si esto no quisiese, le hacía saber que ni en el cielo se pueden compadecer dos soles, ni en la tierra dos iguales sin que todo se confunda y se pierda, por tanto, o que en aquel día se diese o para el siguiente se aparejase a la batalla ni le prometiese otra victoria sino la que en la batalla él había de ganar. El día siguiente el uno y el otro sacaron sus huestes, y antes que se diese la batalla vino a Alejandro una imaginación o pensamiento muy grande con el que se adormeció. Hasta tanto que ya estaban los dos ejércitos a punto para romper, que no faltaba sino Alejandro. Parmenio su capitán espantado de verle en tan profundo sueño, se llegó a él, y con mucha dificultad lo despertó, y preguntando que era la causa que en tiempo de tanto peligro se había dormido, cuando en otro tiempo aun estando ocioso y sin guerra nunca había tenido costumbre de hacerlo así. Respondió que se había liberado de un muy grande miedo, y que la súbita seguridad que a deshora le había sobrevenido le había hecho dormir de tal manera, y que el miedo había sido que había de haber más dilación de la que él quería en la guerra. El cual después se le había asegurado y aun de todo punto quitado con ver que se podía encontrar con todo el poderío de Darío. Aquel día antes del rompimiento se miraron mucho rato los de un ejército a los del otro. Y los macedonios se maravillaron de ver la muchedumbre de los enemigos y la grandeza de sus cuerpos y la riqueza y hermosura de sus armas. Los persas se espantaron de ver la poquedad de estos otros, y como tantos millares de los suyos habían sido vencidos por tan pocos. Pero los capitanes en esta sazón no cesaban de continuo de amonestar y andar rodeando a los suyos y visitando las escuadras. Darío dijo a los suyos que si se partiesen para cada uno de los enemigos había diez de ellos. Alejandro amonesto a los macedonios que no se espantasen por el numero de los contrarios, ni por la grandeza de cuerpo, ni la diversidad de colores, antes deberían recordar que aquellos eran los mismos con quienes la vez pasada habían peleado, que no pensaran que con el huir habían cobrado esfuerzo ni haberse hecho mejores. Por el contrario, venían mas acobardados y flacos con pensar y traer a la memoria la matanza que en ellos habían infligido, y la sangre que de los suyos por los campos se había derramado, y que cuanto Darío le excedía en número de gente, lo sobrepujaba él en el animo y esfuerzo suyo y de ellos. Les dijo también que tuviesen en poco la gente que a la batalla venia muy arreada y lucida con oro y plata. Porque más presa había en ella que peligro, pues es cierto que la victoria no se gana con hermosura y buen parecer de los ornamentos y atavíos, sino por la virtud de las espadas. Finalizando Alejandro estas palabras y otras semejantes, luego se trabo la batalla y se comenzaron a herir muy valientemente. Porque los macedonios como aquellos que ya otras veces habían vencido aquellos mismos enemigos, los tenían en poco, y se metían por las espadas. Por el contrario, los persas preferían morir que ser vencidos. De manera que muy pocas veces se vio derramar tanta sangre en una batalla como aquí. Y mucho rato estuvo la batalla en peso sin reconocerse ventaja de un campo a otro, más después los persas comenzaron a declinar. Lo cual visto por Darío quiso meterse mas entre la gente para morir antes que pasar por la vergüenza de ser vencido tantas veces. Pero los que estaban cerca no se lo permitieron, indicándole que huyese y él así lo hizo. Y le persuadieron para que derribase el puente del río Cidno para impedirle el camino a los enemigos que quisiesen seguirle, pero él respondió que dios nunca quisiese que de tal manera el mirase por su salud que dejase en peligro tantos millares de sus compañeros en poder de los enemigos, que mejor era que quedase el camino abierto para aquellos que también quisiesen huir como él lo había hecho. Alejandro por otra parte andaba en la batalla acometiendo los mayores peligros, metiéndose siempre donde veía que cargaban más los enemigos y donde estaba más trabada la batalla. Porque prefería peligrar antes el, a que peligrasen los suyos. Y bien le aprovecho su trabajo, porque en aquella batalla gano todo el imperio de la Asia, al quinto año después de comenzar a reinar. Y fue tanta su felicidad que ninguno de ahí en adelante se le oso alzar ni rebelar. Y los persas después de haber sido señores tantos años sufrieron en paciencia el yugo de su servidumbre. Hecho esto así, dejando holgar y recrear a los suyos por treinta y tres días continuos, les hizo muchas mercedes dando a cada uno según le parecía, informado de todo el botín que habían obtenido. Y en la ciudad allende de esto hallaron encerrados oncemil talentos. Luego combatió y tomo Persépolis, que era la cabeza del reino de Persia; ciudad muy antigua y noble que estaba llena de los despojos de todo el mundo. Los cuales en aquel tiempo se vieron por primera vez cuando ella se perdió. Aquí hallo Alejandro ochocientos griegos que habían estado cautivos y estaban amputados de algunos de sus miembros, los cuales le rogaron que, así como defendía y vengaba la Grecia, también los vengase a ellos, y los librase de la crueldad de sus enemigos. Alejandro les dio licencia para que pudiesen ir a sus tierras si quisiesen. Y ellos respondieron que querían más que les diese campos y hacienda en la que pudiesen vivir. Porque si se iban a su tierra, así, faltos de sus miembros y mancos, más pesar y no placer darían a sus padres. En este medio tiempo, Darío de sus propios parientes por ganar gracias del vencedor, fue atado con unas cadenas y grillos de oro en un lugar que se llamaba Tara, y los que le prendieron eran parientes suyos, llamado uno Bessos y el otro Nabarzanes. Aunque creo que esto debió ser voluntad de los dioses que quisieron que el reino de los persas se acabase en la tierra por aquellos que habían de sucederlo en el reino. Alejandro por consiguiente sobrevino con mucha prisa allí el día siguiente y le dijeron como Darío fue llevado allí de noche en un carro muy cubierto y cerrado, por lo cual el mando a su ejercito que viniese tras él. Y con siete mil jinetes lo siguió peleando en el camino, muchas veces y con gran peligro. Y habiendo pasado mucha tierra, como no hallase ningún rastro del rey Darío, acordó dar a los caballos algún descanso. Y aconteció que uno de los suyos, yendo a una fuente cerca del lugar donde habían pasado, hallo a Darío lleno de muchas puñaladas, llagado, aunque todavía vivo. El cual llegado a él llevando consigo a un cautivo; porque él no entendía su lengua, cuando al escucharlo Darío conoció que aquel era vasallo suyo, mostrando haberse halagado mucho dijo que gracias a dios porque se había acordado de el en consolarle en lo ultimo de su contraria fortuna y estado en el que se hallaba, que era haber traído por allí en tal sazón una persona que entendiese lo que hablaba porque el no muriese con lastima viendo que sus palabras iban baldías por los aires. Y entre muchas otras cosas que dijo, mando a este que de su parte dijese a Alejandro que el moría muy deudor y obligado suyo y no menos penoso por no haberle podido hacer ningún servicio en pago de aquella buena voluntad que había mostrado a su madre e hijas, tratándolas como rey y no como enemigo que conocía haber sido más dichoso en tener tal enemigo como el que no en los parientes. Porque a su madre e hijas, el siendo enemigo les había dado vida, y a él se la habían quitado sus propios parientes y aquellos a quienes él había dado vida, dignidades y reinos, por lo cual le rogaba le hiciese a él aquellas gracias siendo su vencido que el le hiciera a el si fuera vencedor. Porque en el presente no le podía hacer otras sino rogar a los reales dioses del cielo y de la tierra hasta el ultimo fin de su vida y principio de su muerte que el fuese vencedor, y alcanzase el señorío e imperio de toda la tierra. Y en cuanto lo que le tocaba a si, que mucho mas le suplicaba le hiciese justicia que muy grande ni magnifica sepultura. Pues ninguna de estas dos cosas que pedía, ya no eran para venganza suya, sino para dar ejemplo e instrucción común a todos los reyes, las cuales menospreciarse era feo y peligroso. Porque en lo uno había manifiesta justicia, y en lo otro se seguía también provecho, y que para señal y prenda de la real fe que el tomaba hizo aquel que allí estaba que le diese su mano en testimonio que diría todas aquellas cosas a Alejandro por él, y este dándole la suya expiro. Las cuales cosas sabidas por Alejandro, viniendo a ver el cuerpo por tal manera muerto, lloro diciendo que había padecido muerte muy indigna de tan gran persona. Y luego mando le fuesen hechas sus exequias y honras reales, y que el cuerpo fuese expuesto en la sepultura donde estaban los de sus antepasados.