Escarmientos para el cuerdoEscarmientos para el cuerdoTirso de MolinaActo I
Acto I
Música de todos géneros y entran por un palenque con los instrumentos de un bautismo en fuentes de plata, gentiles hombres bizarros en cuerpo; detrás de todos don JUAN, que lleva sobre una fuente un turbante y en él una corona, y en el remate una cruz.
Luego vestido a lo turquesco, de blanco, el rey SAFIDÍN, descubierta la cabeza; a su lado GARCÍA de Sá, viejo, gobernador, bizarro, en cuerpo a lo antiguo.
Por otro palenque SOLDADOS bizarros, uno de ellos con la banda de las Quinas de Portugal; y arcabuces, trompetas y cajas.
Detrás, arrastrando una pica, MANUEL de Sosa, muy bizarro, y delante de él DIAGUITO con arcabuz pequeño, espada y daga. Arriba, en un balcón despejado y grande, la reina ROSAMBUCA a lo indio, coronada, y a su lado doña LEONOR, muy bizarra, y doña MARÍA, de hombre, muy galán.
Va a besar la mano MANUEL, a GARCÍA, y tiénele
MANUEL:
A los triunfos portugueses,
cuyas belicosas quinas,
armas ya, primero estrellas,
tiembla el Asia, Europa envidia,
después que logró la iglesia
las católicas vigilias
de Enrique, glorioso infante,
que ocasiona las primicias
de este dilatado imperio
y en diez lustros vio su silla,
Portugal, triunfante en Goa,
freno absoluto de la India;
a sus triunfos, pues, eternos,
añada Vueseñoría,
gobernador generoso
de tanto emporio y provincias,
el que la fama le ofrece
con la victoria más digna
de perpetuarse en bronces
que conservó el tiempo escritas.
Quiso el gran Nuño de Acuña
dar fin dichoso a sus días
y gobierno, que en diez años
honraron tantas conquistas,
con la inexpugnable fuerza
de Dío, que vio cumplida,
a pesar de resistencias,
ya idólatras, ya moriscas.
MANUEL:
Diola cuatrocientas brazas
de ruedo, con perspectiva
y figura triangular,
y en sus ángulos fabrica
tres célebres baluartes,
sin otro, que predomina
en medio la plaza de armas;
y al cabo la fortifica
de fosos, muros, torreones,
portas, puentes levadizas,
armas, bastimento y cuanto
mostró el arte a la milicia.
Llamóla Santo Tomé,
apóstol que santifica
con su sangre a Meliapor
y a Oriente con sus relíquias.
Presidióla con mil hombres;
y dándome su alcaidía
premió en mí, cuando no hazañas,
lealtad que la califica.
MANUEL:
El Soldán de Cambayá,
que a la libertad antigua
de su imperio vio poner
tal yugo en su tierra misma,
e impaciente de que extraños
le registren las salidas
y entradas que al Indo mar
nuestro fuerte le limitan,
por tres años de gobierno
que estuve en aquella isla
procuró mi destrucción,
ya en fe de paces fingidas,
disimulando asechanzas,
ya en peligrosas caricias,
convidándome a sus fiestas
y frecuentando visitas,
ya, en fin, viendo mi cuidado
con descubierta malicia,
asaltándome de noche
varias veces; mas perdida
la esperanza de vencerme,
habiendo llegado un día
a Dío el gobernador
don Nuño con dos cuadrillas
de naves de guerra, apresta
el bárbaro la infinita
multitud de sus vasallos
--en secreto apercibida--.
MANUEL:
De paz al puerto se acerca
y con él concierta vistas
que don Nuño rehusó
diciéndole que venía
indispuesto; dióle fe
el Soldán, y con festivas
demostraciones, creyendo
hacer en él presa rica
y enviarle en una jaula
de hierro al Gran Turco, avisa
al capitán general
que sus gentes aperciba.
Despachó luego un presente
de diversas salvajinas,
como corzos y venados
al enfermo, y se convida
a entrar a verle a su nave;
mas antes de darle, quitan
a la caza pies y manos,
señal ordinaria en la India,
cuando tal regalo se hace,
de que ya es gente cautiva
sin pies ni manos aquella
a quien tal presente envían.
Disimuló su soberbia,
y admitiendo su visita
le hicieron bélica salva
bombardas y chirimías.
MANUEL:
Llegó en seis fustas el moro;
pero apenas subió arriba
por la escala al galeón
cuando manda que le embistan
trescientos juncos y paraos
--naves son de la milicia
indiana--con que en un punto
el mar, que de tanta quilla
se vió oprimido, espumando
cólera, montes enrisca
tan altos, que pudo en ellos
volverse la luna ninfa.
Seis mil flecheros disparan
a un tiempo jaras y grita
tanta, que sordos y ciegos
temió el oído y la vista;
pero haciéndose a la mar
los nuestros, las naves viran,
y, parteando preñeces
de bronce, las olas limpian
con las esconas de fuego,
cuyas pelotas derriban
mil cabezas para chazas
de la fama que eternizan.
Tembló la armada blasfema,
huyendo las que fulminan
nubes de metales roncos
los Falaris de sus vidas,
y el bárbaro que intentaba,
mientras sus flechas granizan,
prender al gobernador,
viendo la mortal ruina
de sus indios, temeroso
se arroja al agua, y encima
de sus olas con los brazos
lisonjas al mar dedica.
MANUEL:
Blanco de nuestros mosquetes,
llegó con tantas heridas,
que para escribir victorias
su sangre al mar prestó tinta.
Tomó puerto ya sin alma
el cuerpo infiel, y a la orilla,
en mausoleos de arena,
no echó menos los de Libia.
Saltamos en tierra todos,
y barriendo la marina
de la infinidad cobarde,
la venganza hizo tal riza
que, temerosas las almas
de la estrecha compañía
de sus cuerpos, diez mil moros
a la muerte hicieron rica.
Asaltamos la ciudad,
que de nuestro fuerte dista
dos leguas, y entrando en ella,
ni la inocente puericia,
ni la decrépita plata,
ni el sexo hermoso que priva
de las armas el furor
y vence a la cortesía,
admitió sus privilegios;
porque igualmente la ira
portuguesa añadió a Troya,
si no lástimas, cenizas.
MANUEL:
Satisfizo su hambre el fuego,
como su sed la codícia,
con los robados despojos,
y después que por tres días
unos lloran y otros cantan,
el gran Nuño fortifica
la plaza; añade soldados
a la fortaleza e isla;
encarga a Antonio Silveira,
persona tan noble y digna,
de su gobierno, que puede
serlo de esta monarquía.
Cumplidos ya mis tres años,
llevarme en su compañía
quisiera el gobernador;
pero la amistad antigua
del nuevo alcaide Silveira
pudo tanto, que me obliga
a militar a su sombra,
y la inclinación y estima
que a Dios y su fortaleza
tengo, pues fue hechura mía,
y yo su primer caudillo,
me compele a que le asista.
Murió el gran Nuño, si muere
quien, a pesar de la envidia,
en archivos de la fama
al tiempo se inmortaliza,
y entró el gran don Juan de Castro,
tercer virrey de la India,
que cargado de victorias
en flor la muerte marchita.
MANUEL:
Muerto, pues, el Soldán viejo,
Baduz de la fuerte dicha,
y siendo su sucesor
un sobrino--que no estiman
los hijos para herederos
en estas anchas provincias,
sino a los hijos de hermanas,
pues de este modo averiguan
ser su sangre y aborrecen
sospechosas bastardías
por las dudas de los padres,
que en la mujer no peligran--
deseando la venganza
del tío, en secreto envía
embajadores a Grecia
que al Turco favor le pidan
con que destierren del Asia
las portuguesas reliquias,
y sujetando el Oriente
usurpe su monarquía.
Es el bravo Solimán
el que agora tiraniza
el otomano gobierno;
aquél que tembló en Hungría
de la fortuna de Carlos,
y afrentoso se retira
de las águilas del César,
luz de Austria y sol de Castilla.
MANUEL:
Éste, pues, considerando
que si codicioso esquilma
las orientales riquezas,
sus drogas y especierías,
señor del globo terrestre
será fácil su conquista
y del un trópico al otro
no habrá nación que no oprima,
arroja al Bermejo mar
por las riberas egipcias
sesenta y cuatro galeras
y en ellas turcos alista.
Trece mil rumes--así
a los turcos apellidan
en estas partes, creyendo
que de Roma se originan--
genízaros los seis mil
y esotra gente escogida,
ejercitada en Europa,
los más de su guardia misma;
nómbrales por general
el Bajá de Egipto, digna
persona para tal cargo
por la experiencia y noticia
en las cosas militares;
pero de tan peregrina
crasitud y corpulencia,
que dicen que le caía
sobre los pechos la carne
de la barba, y que las tripas
con una faja al pescuezo
atadas, le daba grita
nuestra gente, y le llamaba
ganapán de su barriga.
MANUEL:
Éste, pues, aunque tan grueso,
inmóvil en una silla,
lo que en las fuerzas
le falta equivale
en lo que arbitra;
desembarcó en Cambayá
y recibióle en su orilla,
con aplausos y lisonjas,
el Soldán y su familia;
y deseosos los dos
de dejar la tierra limpia
de lusitanos estorbos,
marcharon al otro día,
llevando en entrambos campos,
sin chusma y gente baldía,
cuarenta y siete mil hombres,
los treinta de flechería,
los demás ejercitados
en el mosquete, la pica,
y los demás que en Europa
honra nuestra disciplina.
Llegados por tierra y mar
tercios y naves nos sitian,
y luego al asalto tocan,
porque no nos aperciban
la prevención y el sosiego;
pero al instante que arriman
escalas a la muralla,
las coronan por encima
portugueses que, animosos,
trescientos turcos derriban
a la ruciada primera
de nuestra mosquetería.
MANUEL:
Éramos sólo quinientos,
cincuenta mil la enemiga
multitud; contad ahora
a qué tantos nos cabría.
Matáronnos seis no más,
y cobardes se retiran
a las tiendas de Cogá,
general de la provincia.
Hubo entonces portugueses
a quien el valor anima
de suerte, que abren las puertas
y la retaguardia pican
hasta coger treinta de ellos,
que con música festiva
colgaron de las almenas,
para mayor ignominia,
con sus arcos a los cuellos,
cimitarras en las cintas,
turbantes en las cabezas,
vestidos de telas ricas.
Blasfemaba el bajá grueso,
que nuestro valor admira;
pero lo que sintió más
es ver que el mar solemniza
nuestra victoria de modo
que, aplaudiendo nuestra dicha,
montes de vidrio levanta
por que en los cascos embistan.
MANUEL:
Chocaron unos con otros
de suerte que, sumergidas
seis galeras, las demás,
destrozadas, se retiran
al puerto de Madrefaba,
cinco leguas más arriba
de Dío, donde ancorando,
cansancio y temor alivian.
Atrincheróse en el cerco
el campo; y la artillería,
a caballero plantada,
comenzó la batería;
y porque nuestros reparos
menos al esfuerzo sirvan,
una máquina echó al agua,
que puso al principio grima.
Era un galeón cargado
de pez, pólvora y resina,
de salitre y alquitrán,
que al fuerte del mar arriman,
para que, dándole fuego,
mientras le vuelven ceniza
las llamas, les den entrada,
y el humo que desatina
estorbe nuestra defensa.
MANUEL:
La traza era peregrina,
a no ser tan grande el peso,
que aguardaron aguas vivas
para poderle arrimar;
pero osó la valentía
de Francisco de Gobea,
capitán de infantería,
hacer una hazaña hasta hoy
sin ejemplar e inaudita,
española, temeraria,
portuguesa, ejecutiva.
Aguardó a la media noche,
y arrojándose en camisa
al agua con una mecha
dentro un cañón encendida,
y una bomba de alquitrán,
al galeón se avecina,
y en un instante le pega
la contagiosa malicia,
con que los tres elementos,
aire, tierra y fuego, lidian
sobre el cuarto de tal forma,
que reventando en astillas,
luminarias de esta hazaña
fue que al turco atemoriza.
MANUEL:
Quedó el bárbaro asombrado;
y ciego, al cuarto de prima,
el castillo de Rumeo
asalta, y a escala vista
le entró, perdiendo los nuestros
en su defensa las vidas,
sin quererse dar jamás,
y entre ellos la valentía
de su capitán Pacheco,
cuya muerte en bronce escrita,
siendo herencia de la fama,
a un tiempo alegra y lastima.
Diez asaltos generales
nos dieron en veinte días,
sin dejarnos sosegar
uno solo; pero diga
si ardides y estratagemas,
tiros, flechas, fosos, minas,
hallaron la vigilancia
de nuevo valor vestida.
Treinta hombres quedamos
solos de quinientos, mas suplía
el ánimo cantidades,
hasta que al fin nos animan
veinte fustas de socorro
que don Juan de Castro envía
con armas y bastimentos,
y de noche dieron vista
a nuestro fuerte, trayendo
con presencia ostentativa
cada uno cuatro faroles.
MANUEL:
Oyeron sus culebrinas
los turcos, y sospechando
tener a toda la India
sobre sí, pegando fuego
a su alojamiento, guían
a embarcar, tan temerosos,
que el bagaje, artillería
y cuatrocientos heridos
dejó, por que no le sigan.
Veinte mil le degollamos
en dos meses, cuyas vidas
nos costaron cuatrocientas,
a cincuenta bien vendidas.
Recogimos los despojos;
y con fiestas y alegrías
en procesión venerable
dimos las gracias debidas
a Dios y a su madre intacta.
No cuento, por infinitas,
hazañas particulares.
Los extraños las escriban.
Sólo digo que hubo esfuerzo
--el ánimo desatina--
de portugués que, faltando
la munición, se derriba
los dientes con el cañón
--es loca la valentía--
matando a turco por diente.
Estime vueseñoría
esta célebre victoria,
y valerosa prosiga
las hazañas portuguesas
porque el Asia se nos rinda.
GARCÍA:
Estando vuestro valor
en Dío, Manuel de Sosa,
la victoria era forzosa,
por más difícil mejor.
Safidín, rey de Tanor,
--provincia es de Malabar--
se ha venido a bautizar;
que mientras reino conquisto
en paz, también sabe Cristo
coronas a su ley dar.
Él y la reina han honrado
nuestra corte, y yo, padrino
de Safidín, determino
festejar tan gran soldado.
A buen tiempo habéis llegado;
ponga luminarias Goa,
y de la mejor canoa
hasta el mayor galeón,
con festiva ostentación
adornen de popa a proa.
MANUEL:
Déme a besar vuestra alteza
la mano.
SAFIDÍN:
Las vuestras dan
asombros a Solimán
y a Cambayá fortaleza.
Cristiano soy, la llaneza
de Portugal es la mía;
alistad desde este día,
sin reverenciar mi estado,
Manuel de Sosa, un soldado,
hermano de don García.
El nombre dejo primero
con la ley. Ya soy nuevo hombre;
en las obras y en el nombre
imitar vuestro rey quiero.
Déme don Juan el Tercero
con el suyo su valor;
don Juan soy, gobernador;
que este blasón inmortal
como ilustra a Portugal
ha de ilustrará Tanor.
Cuando en el agua divina
mi esposa vuelva a nacer,
el nombre le ha de poner
vuestra reina Catalina.
A Dios la cerviz inclina,
y a pesar del Alcorán,
pues ley y nombre nos dan
vuestros reyes, ¿qué más fama,
si Catalina se llama
y el Rey Safidín don Juan?
GARCÍA:
Gracia, señor, significa;
gracias al cielo se den,
pues en vos los nuestros ven
la gracia que os vivifica;
en cuerpo real alma rica
de virtudes; envidiar
os pueden A un tiempo y dar
parabienes mi contento:
reinar sin Dios es tormento,
servirá Dios es reinar.
JUAN:
Dadnos, capitán de Dío,
los brazos, si merecemos
los que vuestros triunfos vemos
gozarlos.
MANUEL:
¡Oh don Juan mío!
El alma que alegre os fío
con ellos es bien que os dé.
JUAN:
¡Grande valor!
MANUEL:
Corto fue,
y mis hazañas pequeñas
sin don Juan de Mascareñas,
columna de nuestra fe.
Mucho traigo que contaros.
DIAGUITO:
Si mi pequeñez merece
esa mano que ennoblece
a cuantos llegan a hablaros,
haga mis principios claros
y honre vuestra señoría
con ella la boca mía.
GARCÍA:
¿Quién sois vos, rapaz hermoso,
tan portugués en lo airoso,
tan hombre en la bizarría?
DIAGUITO:
Poca cosa en lo chiquito,
si grande en lo portugués;
hidalgo me dicen que es
mi padre, y yo soy Diaguito.
GARCÍA:
Manuel ¿es vuestro?
MANUEL:
Un delito
amoroso en Portugal
me le dejó por señal
y pena de mi ignorancia.
GARCÍA:
Qué, ¿hijo es vuestro?
MANUEL:
Es de ganancia.
GARCÍA:
Ganancia fué de caudal.
DIAGUITO:
Nadie diga que es mi padre;
que a mí nadie me engendró
en el mundo mientras yo
no sepa quién es mi madre.
Esa ganancia le cuadre
al que es torpe mercader,
y ninguno ose poner
en mí, con viles empleos,
que por o corpo de deos
que os bofes lle he de comer.
CARBALLO:
Tomaos con el rapacito.
SAFIDÍN:
¿Vióse donaire más bello?
GARCÍA:
Es portugués. Basta sello;
no haya más, señor Diaguito.
LEONOR:
Gusto me ha dado infinito.
MARÍA:
Subid al balcón, amores.
GARCÍA:
Las damas arrojan flores,
hagámoslas cortesía.
MANUEL:
Plegue al cielo, Leonor mía,
que no paren en rigores.
Éntranse con música, como vinieron,
y quedan CARBALLO y BARBOSA
BARBOSA:
Pues, Carballo, ¿cómo ha ido
allá con tanto rebato?
CARBALLO:
Como tres con un zapato.
Poetas habemos sido.
BARBOSA:
¿Cómo?
CARBALLO:
Hicimos maravillas.
Entre los tiros diversos
hay unos llamados versos
que arrojaban redondillas.
Otros de mayor estima
que, porque si disparaban,
a ocho los arrimaban,
se llaman octava rima.
Poetizaba un culebrón
al turco de un parapeto
que se llamaba soneto,
mas dad al diablo su son;
porque derribaba a bulto,
echando su consonante,
cuanto topaba delante.
BARBOSA:
Ese tal debe ser culto.
CARBALLO:
Otro de una cota armado
con dos quintales de bola
de catorce pies.
BARBOSA:
¿Y cola?
Soneto fue estrambotado.
CARBALLO:
Pues ¿qué ciertos falconcillos
que enramados escupían
balas y piedras?
BARBOSA:
Serían
romances con estribillos.
CARBALLO:
De esto hubo abundantemente,
y más que si disparaban
todos ellos se preciaban
de poetas de repente,
asombrándose de vellos
en llegándose a entender.
BARBOSA:
Sátiras debían de ser
pues que todos huyen de ellos.
Ahora bien, señor Carballo,
si no tiene alojamiento,
el mío estará contento
de servirle y de hospedallo.
CARBALLO:
Beixo o as maos.
BARBOSA:
La amistad premia
con lo que tiene, y acá,
si en versos de bronce da
toda Goa es academia.
Vase.
Sale doña MARÍA en hábito de hombre
MARÍA:
¡Ah fidalgo!
CARBALLO:
Ése es mi nombre.
MARÍA:
Una palabra entretanto
que entran.
CARBALLO:
¡Jesu, corpo santo!
¿qué he visto? ¿Quién eres, hombre?
MARÍA:
¡Ah, Carballo! ¿quien podía
ser, sino una desdichada
sin honor y ya olvidada?
CARBALLO:
Señora doña María,
¿en la India vos? ¿Vos en Goa,
y en traje tan indecente?
MARÍA:
Mujer amante, y ausente
aborreciendo a Lisboa,
donde promesas y engaños
acaudalaron enojos,
pagando en llanto los ojos
olvido de tantos años;
cuando llegué a aventurar
lo menos, si ya perdí
lo más, ¿qué mucho que aquí
me halléis?
CARBALLO:
¿Que el inmenso mar
y sus peligros se atreva
a pasar una mujer?
MARÍA:
¿Qué mar como el bien querer?
¿Qué golfos como hacer prueba
en un hombre que olvidado
de obligaciones de amor,
cuando profesa valor,
su valor ha amancillado?
Salí por ver si hallaría
el que llama la confianza
cabo de Buena Esperanza,
mas no le tiene la mía.
Y no me anegó la suma
de tanto golfo y rigor;
que no anega el mar a amor
porque es nieto de su espuma.
Hombre con obligaciones
tan precisas de remedio,
con un hijo de por medio,
que suelen ser eslabones
que encadena voluntades,
y en él, el que trujo ha sido
Leteo para su olvido,
no para mis soledades.
MARÍA:
Sin escribirme en tres años
siquiera una letra sola,
registrando yo cada ola
y engañando desengaños
que apaciguaban deseos;
y por la ribera abajo
pidiendo cartas al Tajo,
creyendo que eran correos
las crecientes que a mis puertas
ondas daban sucesivas,
para todos aguas vivas
y para mi sola muertas.
Cansóse ya la paciencia;
nombre me dio de su esposa
mil veces Manuel de Sosa;
tomó como tal licencia
que aposesionaron ruegos.
Partióse y llevó consigo
de un año un solo testigo
de mis disparates ciegos.
Debiéronse de anegar
entre inmensidad de espumas,
palabras; que éstas y plumas
lleva el viento; ¿qué hará el mar?
CARBALLO:
La guerra y tiempo divierte
el ocio de esos cuidados;
no es amor para soldados
y la ausencia es otra muerte.
Mucho os quiso mi señor,
y viendo vuestra belleza
realzada con la fineza
de tanta lealtad y amor
le obligará, cosa es clara,
y si olvidarse es delito,
hará las paces Diaguito,
que es los ojos de su cara.
MARÍA:
¡Hijo de mi corazón!
Sus deseos solamente
causa ha sido suficiente
a mi peregrinación.
¿Quién duda que de su madre
olvidado, el capitán,
aquí sus gustos tendrán
empleo que más les cuadre?
CARBALLO:
No sé, aunque tientan a pares
las indianas hermosuras,
que pruebe sus aventuras
con las damas malabares;
que en la India, porque se note,
las caras que soplan brasas,
unas son ciruelas pasas
y otras son de chamelote.
Las daifas más estimadas,
y que aquí se solemnizan,
si no negras, mulatizan
y son ninfas nogueradas.
Ninguna el rostro se adoba,
no se perfuma ninguna,
las más huelen a grajuna
y todas son de caoba.
¿Qué voluntad amarilla
las ha de amar, si es discreta,
habiendo dama con teta
que la llega a la rodilla?
El gusto de mi señor
es de noble portugués;
llegad a hablarle después
que deje al gobernador;
que puesto que en su palacio
se aposenta, tiempo habrá
que amante os satisfará.
Ellos vienen; más despacio
podréis estimar, señora,
finezas de vuestra fe;
que si de repente os ve
le alborotaréis ahora.
Vanse.
Salen el gobernador GARCÍA de Sá
y MANUEL de Sosa
GARCÍA:
Cuando pasé ahora un año
por Cambayá, y la aseguré del daño
que Dío recelaba
con el bárbaro cerco que esperaba,
mi gobierno acabado
en Caúl, fui de vos tan regalado,
que mi Leonor no sabe
sufrir conversación que no os alabe.
Dice que lo que estuvo
con vos en Dío, a nuestra patria tuvo
de tal suerte olvidada,
que, en vuestra compañía agasajada,
ni echó menos a Goa
ni supo si en el mundo había Lisboa.
Ahora, pues, quisiera,
capitán, hospedaros de manera,
ya que os tiene en palacio,
que descansando en él por espacio
largo saliera de este empeño,
que según le encarece no es pequeño.
Su fiador he salido,
y así, mientras gobierno la India, os pido
que en nuestra compañia
cumpláis con mi deseo y su porfía.
MANUEL:
Términos portugueses
son pródigos en ella; por dos meses
que merecí hospedaros
en Dío y con deseos regalaros,
que con obras ya vía
que era imposible a vuesa señoría
en una fortaleza
tan pobre agasajar tanta nobleza,
por término tan breve
no es bien confiese deudas que no debe.
GARCÍA:
Es muy agradecida,
Leonor, y estáos, Manuel, reconocida;
mas no tratando de esto,
sabed, Manuel de Sosa, que he dispuesto
darla seguro estado;
yo estoy de canas y de vejez cargado;
Leonor es mi heredera
y única sucesora; en fin, quisiera
que la honrara un esposo
fidalgo en sangre, en obras generoso.
Para esto había elegido
a don Juan Mascareñas, conocido
por su valor y hazañas,
no sólo en su nación, en las extrañas;
mas repúgnalo tanto
que ofende su obediencia con su llanto.
Dice que mientras vivo
culpará mi crueldad si la cautivo,
pues en mí la dio el cielo
amparo, esposo y padre. Este desvelo
me causa pesadumbre,
y el dársela también, porque es la lumbre
y objeto de mis ojos
y llegárame a ellos darla enojos;
vos podéis persuadirla,
pues os tiene respeto, y reducirla
a lo que yo no puedo.
MANUEL:
(¡Ay cielos rigurosos!) (-Aparte-)
GARCÍA:
Ved que quedo
en vos, Manuel, confiado.
Don Juan es vuestro amigo, gran soldado,
su edad en primavera,
su sangre ilustre y que heredar espera
un mayorazgo rico;
galán, y en condición os certifico
que un ángel me parece;
decid que goce el bien que Dios la ofrece.
MANUEL:
Si en mis ruegos estriba
el daros gusto a vos, mi persuasiva,
señor, puesto que tosca,
procurará que humilde reconozca
lo mucho que en serviros
interesa.
GARCÍA:
Venid a divertiros
a la marina un rato
conmigo, si gustáis, que ya su ornato
la noche mercadera,
ausente el sol su opuesto, saca afuera
y apercibid mañana
razones concluyentes, que si allana
Leonor su resistencia
y por vos califica su obediencia,
deberáos don García,
una alegre vejez.
MANUEL:
(¡Ay Leonor mía; (-Aparte-)
siendo ya vos mi esposa
igualmente constante como hermosa
qué desacierto ha sido
hacer casamentero al que es marido!) Vanse. Salen doña LEONOR dando un papel a doña MARÍA
LEONOR:
Mira que de ti me fío,
Acuña.
MARÍA:
Daré el papel
puntüal, secreto y fiel;
pues siendo vos dueño mío
y debiéndoos lo que os debo
desde que os entré a servir,
mi contento es asistir
a vuestro gusto.
LEONOR:
Me atrevo
en fe de esa confianza
a extrañas cosas por ti.
MARÍA:
No fuera no hacerlo así
tanta con vos mi privanza.
LEONOR:
Mi padre no hay que avisar,
si eres discreto.
MARÍA:
Ni es justo;
¿Llévoles cosas de gusto?
LEONOR:
No son sino de pesar.
Encárgole cierta cosa
difícil y de importancia.
MARÍA:
Perdónese mi ignorancia;
creí que Manuel de Sosa
era vuestro pretendiente
dichoso y correspondido
con asomos de marido.
LEONOR:
¡Jesús! Es tan diferente
de esto lo que le encomiendo,
que antes ha de disuadir
a mi padre e impedir
pretensiones.
MARÍA:
Ya lo entiendo;
no hay que declararos más;
cumpliré mi comisión
como tengo obligación.
LEONOR:
En el jardín me hallarás.
Vase
MARÍA:
Billete doña Leonor
para mi Manuel de Sosa,
de su padre recelosa
con tal secreto y temor.
Sospechas si no es amor,
¿qué puede ser?
¡Qué presto empiezo a temer!
Mas es del amor efeto,
¿papel secreto
sin verle yo y soy mujer?
Celos míos, eso no;
que para desestimaros
con indicios menos claros
sospecho mis males yo;
amor por oficio os dió
andar inquietos
y acechar siempre indiscretos
lo que no alcanzáis a ver;
donde hay mujer
y celos nunca hay secretos.
¿Yo, amante menospreciada;
doña Leonor cuidadosa;
papel a Manuel de Sosa;
mi amor y fama olvidada,
y qué no ha de saber nada
don García?
No, celosa pena mía,
más mal hay del que parece;
esto merece
mujer que en mujer se fía.
Rómpele.
MARÍA:
Lee
"Permisiones de mi amor
han dado causa a un delito
que, por no ser para escrito,
la pluma enfrena el temor.
Vuestra vida con mi honor
corren riesgo, don Manuel.
La honra es siempre cruel
que sus agravios conoce,
diréos viéndome a las doce
lo que no osó este papel."
¡Ay, ofendida esperanza!,
ya de vos no hay que hacer cuenta;
ten tierra, celos, tormenta?
¿En el mar, amor, bonanza?
Peligros de esta mudanza
ya los temieron mis daños.
¿Al cabo de tantos años
me anegan agravios, cielos?
Sí, que no son donde hay celos,
Santelmo los desengaños.
¿Qué dudo, si por escrito
confiesa doña Leonor
permisiones de su amor
que condena por delito?
Remedios que solicito
mis desengaños los borren,
riesgo le escribe que corren
su honor y vida--¡ay de mí!--
mi amor los corre, eso sí,
pues dichas no le socorren.
MARÍA:
¿Qué riesgos pueden correr
sin terceros sus amores?
Mas amor que esconde flores
mal puede el fruto esconder.
Ceben de echarse de ver
hurtos de su amor liviano;
y de su padre, no en vano
temerá la justa pena;
mas pues sembró en tierra ajena
que lo pague el hortelano.
Palabra me dió de esposo
y un hijo que en su resguardo
no le ha de afrentar bastardo;
don García es generoso;
ya, secretos, es forzoso
que os saque el peligro afuera;
a hablarle voy aunque muera;
que si se han dado los dos
las manos, para con Dios,
de palabras la primera. Vase. Salen don GARCÍA y don JUAN
GARCÍA:
Iréis, don Juan, con una escuadra mía
de galeras, armadas para guarda
del rey recién cristiano, cuando el día
salude el alba con su luz gallarda;
labraréis en Tanor la factoría
que Safidín ofrece, y si se tarda,
y su gente en negarla está resuelta,
cargaréis la pimienta y daréis vuelta.
JUAN:
............................. [-osa]
...............................[ -ida]
...............................[ -osa]
...............................[ -ida].
Si promete premiar, Leonor hermosa,
por ti--¡oh, señor!--la fe con que es querida,
corto trabajo a largo premio mides.
Los doce añade con que se honra Alcides.
Iré a Tanor, y como se me encarga,
persuadiré a su rey cuando le lleve,
al tributo, al presidio y a la carga
de especia y drogas que cumplirnos debe
la dilación que amor juzgará larga;
ya portugués Jacob, tendrá por breve
mi esperanza, aumentando en sufrimientos,
a mis servicios más merecimientos.
GARCÍA:
Id, pues, don Juan amigo, a apercibiros,
que quiere Safidín salir mañana
antes que el sol.
JUAN:
¡Oh golfo de zafiros!
Dad prisa al alba de jazmín y grana;
no hay vientos que esperar donde hay suspiros;
no hay mares que temer cuando se allana
a quererme Leonor; de Alción los días
serán al mar las esperanzas mías.
Vase.
Sale doña ISABEL a una puerta con un niño en los brazos
ISABEL:
Si está avisado, él será.
GARCÍA:
¿Qué es esto, a tal hora abierta,
cielos, del jardín la puerta?
ISABEL:
Fidalgo, llegaos acá.
GARCÍA:
Disimular es mejor.
ISABEL:
¿Sois Manuel de Sosa?
GARCÍA:
Sí.
ISABEL:
¡Qué presto le conocí!
¿Dónde está el gobernador?
GARCÍA:
Rondando las portas.
ISABEL:
Bien;
lo mismo Acuña me dijo.
Poned en cobro este hijo
de que os doy el parabién;
que es tan parecido a vos
que en él se verá su padre;
riesgo ha corrido su madre,
mas ya está mejor. Adiós.
Cierra y vase
GARCÍA:
¿Sueño? ¿Estoy despierto o loco?
Durmiendo debo de estar;
mas, temor, si esto es soñar,
¿qué puede ser lo que toco?
A quimeras me provoco
que desmienten mi sentido.
¿Manuel de Sosa hoy venido
y con hijo que nace hoy?
No, cielos, durmiendo estoy.
Pero despierto y dormido
a un tiempo no puede ser...
¡Qué de sospechas colijo!
"Poned en cobro este hijo."
¡Y hoy venido, ausente ayer!
Donde es forzoso el creer
excusado es el dudar,
peligroso el sospechar,
afrentoso el permitir,
pusilánime el sufrir
y cuerdo el averiguar.
Nueve meses ha que en Dío
su alcaide nos hospedó;
¿si la posada pagó
a mi costa el honor mío?
Cuanto más de Leonor fío
menos hay que hacer caudal
de la que es más principal,
y más cordura el temer;
que es el vicio en la mujer
defecto trascendental.
GARCÍA:
Mas no ofendamos su estima
hasta aquí sólo iniciada;
en Dío entró acompañada
de doña Isabel, su prima.
Menos la bala lastima
que está del cañón más lejos;
procuren sanar consejos
lo que culpas informaron;
que no en balde se estimaron
en más los médicos viejos.
Mas nunca doña Isabel
me alabó tan oficiosa
y necia a Manuel de Sosa
como Leonor siempre en él.
Si noble, sólo Manuel
con la nobleza se alzó;
si discreto, él se llevó
la cátedra de los sabios...
¿Siempre Manuel en los labios
y no en el alma? Eso no.
¿De qué sirve en mi porfía
hacer discursos a obscuras,
si todas mis conjeturas
paran en deshonra mía?
Mi sangre a Leonor envía,
mi sangre, que no se infama;
de mi sangre, Isabel, rama,
corre también por mi cuenta;
pues si cualquiera me afrenta,
¿qué está dudando mi fama?
GARCÍA:
¡Oh, quién en tal confusión
sin riesgo de la prudencia,
imitara la sentencia
que hizo sabio a Salomón!
Supiera en la partición
del infante pleiteado
por dos madres, mi cuidado,
aunque dos partes le hiciera,
quién era la verdadera
y quédase yo vengado.
Pero yo sé que no osara
dar la sentencia que dió,
Salomón, si como yo
su infamia participara.
Callemos, que si a la cara
se asoma la enfermedad,
ella dirá la verdad
y yo vengaré mi mengua,
pues la discreción sin lengua
veneró la antigüedad.
Salen MANUEL de Sosa y CARBALLO
CARBALLO:
En paje se ha transformado;
mira, al tiempo que has venido.
MANUEL:
¡Qué para poco que ha sido
el mar, pues no la ha anegado!
En todo soy desdichado.
CARBALLO:
Si con dos has de casarte,
lo mejor será ausentarte.
GARCÍA:
(Éste es.) (-Aparte-)
MANUEL:
¡Ay, Leonor hermosa!
GARCÍA:
Capitán Manuel de Sosa,
una palabra aquí aparte.
MANUEL:
¿Quién sois?
GARCÍA:
Estaráos mejor
no saberlo.
MANUEL:
¿Otro cuidado?
GARCÍA:
Esto para vos me han dado;
guardáos del gobernador. Vase