Escarmientos para el cuerdoEscarmientos para el cuerdoTirso de MolinaActo II
Acto II
Salen doña MARÍA, de hombre,
y MANUEL de Sosa
MANUEL:
Son con tanto fundamento
tus quejas, doña María;
tan justo tu sentimiento,
tan grande la culpa mía,
tanto mi arrepentimiento,
que el silencio sólo puede
responderte, pues en él,
porque más confuso quede
de mi descuido cruel,
la pena el agravio excede.
¡Seis años de amor perdidos,
tus méritos ofendidos,
tus favores mal pagados,
sin premio tantos cuidados
y yo con tantos olvidos!
Si disculpas les buscara,
mayor mi delito hiciera,
más tu enojo provocara
y mayores causas diera
A que el mundo me afrentara.
¿De qué servirá alegar
olvidos de tanto amor
con la ausencia y con el mar,
si hago mi culpa mayor,
pudiéndome despertar
un hijo en cuyo retrato
contemplando cada rato
su hermoso original veía?
¡Ay, cara doña María,
dame muerte por ingrato!
MARÍA:
No digas más, que en quien ama,
Manuel, disculpa menor
basta a despertar su llama,
agravios perdona Amor,
que por eso dios se llama.
Siendo hombre tú, no me espanto
que ausente no correspondas,
a tus deudas y a mi llanto.
Tantos mares cuyas ondas
sepultaron bajel tanto,
¿qué mucho que puedan más
que yo? Disculpado estás,
que ya de la ley salieras
de amante ausente si fueras
más firme que los demás.
Yo perdono lo pasado
como enmiendes lo presente.
MANUEL:
No hay más amor bien logrado
que el que en belleza prudente
hace fácil su cuidado.
¡Qué discreta es tu hermosura,
generosa en perdonar
agravios de mi locura!
MARÍA:
No hay ciencia para tornar
atrás el tiempo, ni hay cura
que remedie lo pasado
sino sólo el escarmiento.
Manuel, ya estás perdonado;
culpas venideras siento;
sospechas me dan cuidado.
Hermosa es doña Leonor,
su padre gobernador,
hombre tú, yo tu mujer;
la riqueza y el poder
se oponen contra mi honor.
En el papel que te escribe
delitos de amor confiesa,
y a peligros te apercibe;
la venganza portuguesa
no en cera, en diamante vive;
cosa que no es para escrita
y que riesgos amenaza,
mal su opinión acredita,
si del secreto hace plaza,
que amor mostrar solicita.
No es mujer doña Leonor
que hiciera ofensa a su honor,
menos que estando segura
de la fe con que procura
burlar bellezas amor.
MARÍA:
Si ésta que cumplas espera
y en ser tu esposa se funda,
cristiano eres, considera
lo qué será la segunda
viva la mujer primera;
que tengo a Dios de mi parte
y un hijo hermoso en que estriba
mi acción para condenarte;
que es Diego, cédula viva
de que no podrás librarte.
Y si pagando mi amor
dejas a doña Leonor,
¿qué remedio han de tener
deshonras de una mujer,
iras de un gobernador?
MANUEL:
No he de negarte verdades
que entre tantas confusiones
acusan mis libertades.
Despeñáronme ocasiones,
cegáronme mocedades;
distancias de tu hermosura
peligros atropellaron,
que a plaza sacar procura
mi suerte. ¿Cuándo acertaron
el amor y la locura?
En Dío fue huésped mío
el gobernador, y en Dío,
con haber, mi bien, tan poco
de Dío a Dios, mi amor loco
al tirano señorío
de la belleza rendido,
sin resistencia al valor,
sin prevención al sentido,
la conciencia sin temor
y la mernoria en olvido,
al inviolable respeto
con que el huésped se asegura,
me atreví; fié al secreto
delitos que mi locura
saca en público. En efeto,
persuasiones amorosas,
frecuencias siempre dañosas,
promesas, seguridades,
y entre ellas, conformidades
de estrellas ya rigorosas,
en dos meses alcanzaron
conyugales permisiones
que palabras engañaron,
que dispusieron traiciones
y derechos profanaron.
MANUEL:
Partiéronse, y yo ignorante
llegué ayer, porque hoy castigos
padezca mi fe inconstante,
con dos hijos por testigos
y dos esposas delante.
Pero, en fin, doña María,
escoja la suerte mía
de dos daños el menor,
viviendo tú, no es Leonor
mi esposa, ni mi osadía
es bien que al cielo se atreva.
Si te das a conocer
harás en mi muerte prueba
del rigor de una mujer
deshonrada con tal nueva.
Sólo un medio se me ofrece
con que este daño excusemos.
Si difícil te parece
muera yo y acabaremos
la pena que me enloquece.
MARÍA:
Como perderte no sea,
propón peligros, y vea
el mundo en mi amor constante
sufrimientos de diamante
que admire, aunque no los crea.
MANUEL:
Dentro de una hora, don Juan
se ha de partir a Tanor,
de una armada capitán,
cuya amistad y valor
aliento a mis penas dan.
De su nobleza fiado,
haciéndole compañía,
saliéramos de cuidado;
pero daré, esposa mía,
sospechas, de ayer llegado,
si hoy me ausento y me despido,
regalado y persuadido
de don García,que ignora
agravios de honor, y ahora
que le asista me ha pedido.
Doña Leonor, si la dejo,
contará desesperada
lo que ha ocultado el consejo
e impedirá mi jornada
con mi vida airado el viejo.
Vete con don Juan, amores,
sin que descubras quién eres,
que en pasando estos rigores,
cuando algún tiempo me esperes
podrás con gustos mayores
premios debidos gozar
de mi amor, y yo mostrar,
si mudable te ofendí,
que sé volver sobre mí
como te supe olvidar.
MARÍA:
¿Pues qué inconveniente tiene
que yo me quede contigo?
MANUEL:
Muchos, si a saberse viene
mi insulto, cuyo castigo
será mortal; no conviene
que tú participes de él.
Don García es riguroso,
la vejez es siempre cruel,
si sabe que soy tu esposo
y a su noble sangre infiel,
alcanzaráte el rigor
de su enojo. Al darme el hijo,
triste fruto de mi amor,
un hombre oculto me dijo,
"Guárdaos del gobernador."
Quien me avisa que me guarde
de él, amores, ya hace alarde
de que su agravio recela;
siempre es vieja la cautela
como el delito cobarde.
Muera yo si ya está dada
la sentencia contra mí,
y no muerte duplicada
con la tuya: quede en ti
la imagen bella amparada
de un hijo en quien resucito;
luz hermosa que adoramos.
Mi bien, ¿no será delito
riguroso, si dejamos
los dos huérfano a Diaguito?
Claro está; mejor podré
ausentarme cuando esté
libre de ti, del rigor
que temo. Vete a Tanor,
que al punto te seguiré.
MARÍA:
¡Ay, Manuel, que estoy dudosa
de que quieres engañarme!
En Goa Leonor hermosa;
tú mudable y yo ausentarme
cuando se llama tu esposa
con un hijo? Si el postrero
estiman los padres más,
de tu olvido sólo espero
que ingrato añadir querrás
segundo agravio al primero.
MANUEL:
Plegue a Dios, prenda querida,
si llorases ofendida
mi lealtad y fe constante
que vengativo levante
peligros contra mi vida
cuanto esta máquina encierra.
Si navegase, la guerra
del mar llevándome a pique
naufragios no notifique
inauditos; si en la tierra,
entre caribes adustos,
abrasados arenales,
tigres del monte robustos,
rayos de nubes mortales,
rigores del cielo justos,
todos juntos homicidas,
verdugos de mis enojos,
en las prendas más queridas
ceben su furia a mis ojos,
porque me quiten más vidas.
MARÍA:
Basta, mi bien, que me pones
pasmo con las maldiciones
que trueque en dichas el cielo.
Amoroso es mi recelo,
grandes tus obligaciones.
Haz de mí lo que gustares,
que amante en todo te sigo;
mas consuela mis pesares
con permitir que conmigo
lleve a Diaguito.
MANUEL:
Que ampares
gusto yo en su compañía
soledades de mi amor
que peligran en la mía
si intenta el gobernador
mi muerte. Hermosa María,
a don Juan vamos a hablar.
MARÍA:
En fin, ¿me vuelvo a ausentar
de ti?
MANUEL:
Seguiréte luego.
A despedirme de Diego
voy.
MARÍA:
¡Qué de ello he de llorar!
MANUEL:
¿Y cuál, sin él y sin ti
he de quedar? En los dos
toda el alma dividí.
MARÍA:
Bien mío, líbrete Dios
de este peligro.
MANUEL:
¡Ay de mí!
Vanse.
Salen GARCÍA de Sá,
CARBALLO y dos CRIADOS
GARCÍA:
Cerrad con llave las puertas
de todas aquestas salas.
CARBALLO:
(¿Cerrar las puertas? ¡Qué malas (-Aparte-)
nuevas!)
GARCÍA:
No dejéis abiertas
las ventanas.
CARBALLO:
(¿Eso más?) (-Aparte-)
GARCÍA:
A los dos nos dejad solos.
CARBALLO:
(Mal se ponen estos bolos; (-Aparte-)
Carballo, en peligro estás.)
GARCÍA:
En viniendo quien os dije
traedle también aquí. Vanse los dos CRIADOS
CARBALLO:
(Verdugo será, ¡ay de mí!) (-Aparte-)
GARCÍA:
Sosiégate ¿qué te aflige?
CARBALLO:
¿Yo afligirme? Los culpados
se aflijan.
GARCÍA:
Temblando estás.
CARBALLO:
Algunos gatos verás
que maúllan encerrados.
Tengo condición gatuna;
abran, porque yo, señor,
cerrado soy maullador
y alíviame el ver la luna.
GARCÍA:
Sosiégate.
CARBALLO:
Ya sosiego.
GARCÍA:
¿Eres bien nacido?
CARBALLO:
Sí;
dicen que cuando nací
mama y taita dije luego,
y que a las voces primeras
desocupé la posada
de una madre agallegada
anchísima de caderas.
GARCÍA:
¿Gallego eres?
CARBALLO:
De a caballo;
porque un rocín, aunque en pelo,
me jubilaba del suelo.
GARCÍA:
¿Cómo te llamas?
CARBALLO:
Carballo,
porque no sé en qué fayancas
mi madre, ausente el marido,
jugando pidió el partido
--Son las gallegas muy francas--
y un lencero algo molesto
que el matrimonio terció
perdiendo se levantó
y yo me quedé por resto.
Volvió el propietario a casa,
y como ausente de un año
vio que el devantal de paño
se ahovaba, dijo, "¿Esto pasa?
Mujer, ¿cómo habéis podido,
en doce meses de ausencia
sufrir tanta corpulencia?
"Porque hogaño no ha llovido,"
respondió, y según lo prueba,
el pronóstico del cura,
no ha de parirse criatura
hogaño mientras no llueva."
Él, viendo que averiguallo
era ofender a su honor,
dijo, "Escarballo es peor."
Por eso el hijo es Carballo.
GARCÍA:
Si sois gallego no dudo
publiquéis cualquier secreto
en viéndoos en aprieto.
CARBALLO:
Ninguno allá nace mudo.
GARCÍA:
Pues escuchad advertido
aquellos golpes que dan
allí fuera.
CARBALLO:
Oigo que están
desahuciándome el oído.
Sudando estoy por mil cabos.
¿Majan granzas ganapanes?
¿Por dicha en casa hay batanes?
¿Muelen maíz? ¿Plantan nabos?
GARCÍA:
Más riguroso es su oficio;
allí os tienen de enterrar,
si rehusáis el confesar,
hasta el día del juicio.
CARBALLO:
No le ha de haber para mí.
Pues diga ¿qué me faltara
si yo juicio esperara?
Moriré como nací;
porque en lo que toca al seso
tengo el celebro algo angosto.
¿Confesar? Sí; por agosto
y cuaresma me confieso,
que son cristianos respetos;
y cuando no lo mandara
la iglesia, me confesara
sólo por decir secretos.
Mas yo ¿por qué he de pagar,
pecador de mí, señor,
si mi sá doña Leonor
tan bien supo aprovechar
cosechas de su hermosura,
que lo que en Dío tomó
con renta en Goa pagó
colmado en una criatura?
Si yo no fui la comadre,
si yo no hice el cohombro,
¿es bien que me le eche al hombro?
¿Que muera yo sin ser padre?
¿Que me azadonen en vida?
¿Que me maten sin testar?
¿Y que haya yo de pasar
dolores de la parida?
GARCÍA:
No digas más; basta, sobra;
éntrate, villano, allí.
CARBALLO:
¡Plegue a Dios si te ofendí
por palabra, ni por obra...!
GARCÍA:
Entra, infame,
CARBALLO:
Aunque me entierren,
los santos están mirando
mi testamento. "Item: mando
que en Cacabelos me entierren,
y no como a los caballos,
sin clérigos y en corral,
al cuero colateral,
entierro de los Carballos."
Vase
GARCÍA:
Sentenciad la información,
honra, de vuestros agravios;
si a hijos matan padres sabios,
ponedla en ejecución.
En grado de apelación.
es superior tribunal
la clemencia natural;
declarad si la admitís.
¡Ay, honra! ¿Que no, decís?
Pero sois de Portugal.
Huésped que el honor profana
de quien en su casa vive,
que infama a los que recibe
sin ley divina ni humana;
hija noble que liviana
hace su afrenta mortal,
¿no es bien que con muerte igual
hallen el castigo en mí?
¿Qué decís, venganza? Sí;
pero sois de Portugal.
¿Qué proponéis vos, Amor,
porque lo segundo elija?
¿Que soy padre y que es mi hija
única doña Leonor?
¿Que ha de acabarme el dolor
de este irreparable mal?
¿Que no hay juez tan pedernal
que a sí se mate? Está bien;
no me espanto, que también
sois amor de Portugal.
GARCÍA:
Diga la prudencia ahora.
Si doy muerte a quien me infama,
¿no queda viva la fama
de afrentas publicadora?
Si se casan, ¿no mejora
mi discurso de consejo?
Si está manchado el espejo,
¿no es más cordura limpiarle
que perderle por quebrarle?
Si a mi nieto infame dejo,
¿a mí mismo no me infamo?
¿Así no le legitimo?
Triste en él, ¿no me lastimo
si bastardo vil le llamo?
Dudoso aborrezco y amo;
perdono a un tiempo y castigo;
soy padre y soy enemigo;
soy el juez y soy el reo.
Rehuso lo que deseo
y huyo lo mismo que sigo.
Venganza, sólo sois vos
ley del mundo sin prudencia;
ley de Dios sois vos, clemencia,
y yo el juez entre las dos.
Seguir al mundo y no a Dios
es necia temeridad;
rigor, filos embotad
y adquirid con mi mudanza,
no la honra en la venganza,
sino la honra en la piedad.
Sale MANUEL de Sosa y échase a sus pies
MANUEL:
Señor, mi mudo silencio
trae en mi temor escrito
procesos en mi delito.
Contra mí mismo sentencio.
Como juez te reverencio
y como padre los labios
humildes, pero no sabios,
te piden en culpa tanta.
GARCÍA:
Levanta, Manuel, levanta,
no despiertes mis agravios.
Mejor sabes defender
castillos que inclinaciones.
Vences bárbaras naciones
y no te sabes vencer.
Triunfa de ti una mujer,
¿y haces de triunfos alarde?
Ya llega el consejo tarde,
tu misma culpa te afrente.
Para los demás valiente,
¿para ti mismo cobarde?
Espérame aquí encerrado,
no salga la fama fuera;
aquí mi deshonra muera,
yo piadoso y tú casado.
Diversamente hospedado
serás de mi cortesía
que yo de ti el triste día
que me fue la suerte escasa:
yo, sin honor en tu casa;
tú, sucesor en la mía.
Vase
MANUEL:
Cerca conclusión incierta
del puerto le hallo más lejos,
donde ni sondan consejos
ni ve el discurso la puerta.
No es en el golfo tan cierta
la muerte como a la vista
de tierra, si el cielo alista
vientos que entre obscuridades
a escollos llevan crueldades
en nave que los embista.
Muerte merecida aguardo
si mi mal no determino,
en mil se parte un camino
y en cualquiera me acobardo.
De dos a un hijo bastardo
mi elección ha de ofender;
de dos dejo una mujer
deshonrada, y en las dos
a un padre ofendo o a Dios.
Elección: ¿qué hemos de hacer?
Si elijo a doña María
y a doña Leonor ofendo,
el sepulcro están abriendo
que encubra la ofensa mía;
dicho me han que don García
pretende--¡terrible aprieto!--
que en mí, en Leonor y en su nieto
un castigo corresponda,
una tierra nos esconda
y nos encubra un secreto.
MANUEL:
Poco importara en mi vida
satisfacer su rigor;
pero en la de mi Leonor
inocente y persuadida,
a mis engaños rendida,
en mis palabras fiada
y en un hijo retratada,
y que borre un daño igual
la copia y original,
no, Amor; no, Fortuna airada.
Perdone mi hermosa ausente;
hijo natural es Diego;
no es bien que en la elección ciego
bastardo a su hermano afrente;
si su madre olvidos siente,
sabia, peligros consulte,
monasterios en que oculte
la pena que la acongoja
tiene Portugal; escoja
uno que agravios sepulte.
Sale CARBALLO
CARBALLO:
¿Somos cristianos o moros?
Cuerpo de Dios con la puerta.
MANUEL:
¿Qué es esto?
CARBALLO:
La puerta abierta,
yo en encierro, y no de toros.
MANUEL:
¿Carballo?
CARBALLO:
¿Qué carballeas
cuando lo que no comí
me cuentan?
MANUEL:
¿Qué haces aquí?
CARBALLO:
Cera hilada; tú te empleas
en gustos, y a mí, inocente,
un azadón me da prisa,
y sin responsos ni misa
vivo habrá cuerpo presente.
¿Han de enterrarte a ti y todo?
MANUEL:
¡Pluguiera, Carballo, a Dios!
CARBALLO:
Caminaremos los dos
mejor; que ahora no hay lodo
al otro mundo a la sombra,
sin riesgo de calenturas,
en hilando sepulturas
--sólo el pensarlo me asombra--
por ventas cuando las haya,
en carnes y a la ligera,
tú en tu muerte caballera
y yo en mi muerte lacaya.
Comiendo, en vez de perdices,
sapos avaros y feos,
culebras, y por fideos
gusanicos y lombrices.
Mas las puertas abren ya;
trocara yo esta ocasión
en moneda de vellón:
nuestro verdugo será.
Salen el gobernador, don GARCÍA de Sá y doña LEONOR
GARCÍA:
La vergüenza es provechosa
antes de hacerse el pecado;
tarde te has avergonzado.
Llega, y da a Manuel de Sosa
la mano.
LEONOR:
De aquesa suerte
moriré, aunque desdichada,
contenta a un tiempo y honrada.
CARBALLO:
¿Bodas hay, y luego muerte?
Pues cásenme a mí también,
no me entierren virginal.
GARCÍA:
Daros quiero bien por mal,
aunque indignos de este bien.
A don Juan de Mascareñas
escogía mi elección.
Ir contra la inclinación
ocasiona no pequeñas
dificultades después;
que el matrimonio desdoran
y necios los padres lloran
llevados de su interés.
Mi jurisdicción no llega
al alma, que el señorío
tiene en él libre albedrío.
Mientras que don Juan navega
honestad atrevimientos
dándoos las manos los dos,
y hallen los padres en vos,
Leonor, sabios escarmientos.
GARCÍA:
Hoy habéis de desposaros
y hoy también salir de Goa;
un galeón a Lisboa
despacho donde embarcaros
podréis. Lo más de mi hacienda
va en él, cuya estimación
llega a cerca de un millón;
dote es vuestro, no me ofenda
presencia que me ha quitado
el honor así adquirido,
hasta que encierre el olvido
enojos que me habéis dado
y llegue mi sucesor.
Cumpla así este medio sabio,
desterrándoos, con mi agravio;
desposándoos, con mi amor.
CARBALLO:
Eso si despido al cura
y pago en seco la cera;
señores; ¿habrá quién quiera
comprarme la sepultura?
MANUEL:
La justicia y la clemencia
en ti eternizan memorias;
perpetúe el tiempo historias;
dé estatuas a tu prudencia,
y tú a nosotros los pies.
GARCÍA:
Más vale que os deis las manos.
MANUEL:
¡Jesús! Tropecé; inhumanos
pronósticos; si al través
dais con mi dicha, ¿qué intento?
Desnudóseme la espada.
GARCÍA:
¡Manuel!, ¿qué es eso?
MANUEL:
No es nada.
Turbación de mi contento.
¡Ay cielos, dadme, Leonor,
ese cristal!
LEONOR:
Ya os rendí
con ella el alma. ¡Ay de mí!
¿Qué es esto? Mirad señor,
que os debéis de haber herido;
la mano me ensangrentaste
cuando a dármela llegaste.
MANUEL:
¡Ay, cielo, por mi ofendido!
¡Ay esposa despreciada!
Ya empiezan presagios tristes
a vengaros.
GARCÍA:
¿Os heristes?
MANUEL:
Un dedo al volver la espada.
LEONOR:
Ataos en él este lienzo.
MANUEL:
Esto es señal, mi Leonor,
que mezcla sangres amor,
y en la que a daros comienzo
veréis cuán unos los dos,
al yugo de amor atados,
la unidad de los casados
logramos, que dijo Dios.
GARCÍA:
No hay que mirar agüeros
ni miedos supersticiosos;
el cielo os haga dichosos;
poco tiempo hay, disponeros
para el viaje es razón;
ved lo que hay que apercibir,
que esta noche ha de salir
de la barra el galeón.
Venid, que no es bien me venza
de llanto que afrentas da.
LEONOR:
¡Ay Dios! ¿qué fin tendrá
boda que en sangre comienza?
CARBALLO:
¿Vivo y sano y enterrar?
¡Oh trágicos azadones!
MANUEL:
María mis maldiciones
ya me empiezan a alcanzar. Vanse. Salen doña MARÍA, de mujer, don JUAN y DIAGUITO
JUAN:
Aguardaréle en Tanor,
aunque dilate esperanzas
que martirizan tardanzas.
Ha de ser doña Leonor
mi esposa, y es cada día
siglo eterno mi deseo.
Manuel de Sosa hizo empleo,
hermosa doña María,
digno en vos de su nobleza.
Encubrióme vuestro ser,
mas no se puede esconder
disfrazada la belleza.
Más decente es ese traje,
hálleos en él quien os ama;
respétoos como a su dama,
si primero cono a paje
de mi Leonor os tenía
voluntad.
MARÍA:
Ya me prometo
dichas de feliz efeto
en la noble compañía
de amigo tan generoso.
Quiéreos mucho Manuel.
JUAN:
Paga mi fe; pero de él
vengo no poco quejoso,
pues no se fió de mí
ni quien érades me dijo.
Tal esposa y con tal hijo;
yo tan su amigo, ¿y así
encubrirme sus amores?
MARÍA:
La brevedad del viaje;
el andar yo en ese traje
y el riesgo de sus temores
disculpa le pueden dar.
JUAN:
¿Qué riesgo pudo temer
esposo de tal mujer
en Goa para ocultar
seguridades de amor;
y encubriéndolas así
querer que esperéis aquí?
MARÍA:
Hay quien le fía el honor
en Goa, en fe de promesas
imposibles de cumplir,
que rotas han de surtir
en venganzas portuguesas.
Tiene padre poderoso;
y en belleza, sangre y fama
es igual a vuestra dama.
Ved, con esto, si es forzoso
excusar tan ciertos daños.
DIAGUITO:
¿Dama y padre y que a Leonor
se iguala y fía su honor?
No hay voluntad sin engaños.
Logre la vuestra y con bien
le traiga a Tanor el cielo.
JUAN:
Señor Diaguito, recelo
que, según os halláis bien,
con vuestra ya conocida
madre, os habéis de olvidar
de vuestro padre y dejar
de llorar por él.
MARÍA:
Mi vida,
¿á quién queréis de los dos
más?
DIAGUITO:
Bueno es todo. A mi padre
como a cabeza; a mi madre
como alma suya.
MARÍA:
Y que en vos
logra toda su ventura.
Mucho os quiere Safidín.
JUAN:
La reina, su esposa, en fin,
es vuestra dama.
DIAGUITO:
Es figura.
MARÍA:
¿No os regala?
DIAGUITO:
Sí; mas besa
demasiado señora,
y tiene el olor de mora.
¡Si ella fuese portuguesa,
aún, vaya!
JUAN:
¿Vaya? Temprano;
de tal árbol fruto tal;
no os negará Portugal
por lo tierno y cortesano. Ruido de tiros
¡Salva en la playa! ¿Qué es esto? Sale CARBALLO
MARÍA:
¿Naves nuevas?
CARBALLO:
Linda tierra;
valle fértil, fresca sierra.
JUAN:
¿Carballo?
CARBALLO:
¿Señor?
JUAN:
¿Tan presto
vos aquí?
CARBALLO:
Y con mi señor.
MARÍA:
¿Qué dices?
CARBALLO:
La verdad pura:
altarimar cingladura,
tomando puerto en Tanor,
viento en popa y mar bonanza
sesenta embocamos leguas.
MARÍA:
Pesares, ya os daré treguas.
Amor, ya os daré esperanza.
CARBALLO:
¿Qué renunciación es ésa
de traje, señora mía?
¿De Acuña en doña María?
¿De soldado en portuguesa?
MARÍA:
Volver a mi natural,
pues en mis dichas he vuelto.
CARBALLO:
Mi señor viene resuelto
de vivir en Portugal.
Capitán de un galeón
el gobernador le ha hecho;
que no le ha visto, sospecho,
tan grande nuestra nación.
Desembarcará mañana
con un presente que envía
a Safidín don García
y a la reina, si es cristiana;
que hoy ya es tarde, y así salgo
a daros cuenta a los dos
de esta venida, y a vos,
señora, a deciros algo
que os regocije al oído.
MARÍA:
Señal que albricias esperas.
Al oído
CARBALLO:
¿Viste todas las quimeras
que los dos habéis temido
en Goa, la muerte al ojo
al creer que don García
el nieto parto sabía
y que fulminara enojo?
Pues, no sólo no lo sabe,
pero juzgando a favor
que el capitán, mi señor,
lleve a Portugal su nave,
el cargo le ha dado de ella,
y está esperando a don Juan
para que esposo y galán
de la Leonor, doncella
al uso, alegre su padre,
y aunque parió de esta traza
correrá como otras plaza
la tal, de virgen y madre.
MARÍA:
Todo lo dispone el cielo,
a mis suspiros clemente.
Mas doña Leonor, ¿qué siente
de eso?
CARBALLO:
Darála consuelo
el ver que secreto queda
su atrevimiento amoroso,
y que remudando esposo
sirve a su padre y le hereda.
MARÍA:
Buenas nuevas te dé Dios;
toma esta cadena.
CARBALLO:
Buenas
son nuevas que dan cadenas. A todos
Mientras que no os veis los dos,
que será en amaneciendo,
llevémosle allá a Diaguito
en vez de papel escrito,
pues en él está leyendo
el amor que le tenéis.
MARÍA:
Mañana ¿no le verá?
CARBALLO:
Triste con su ausencia está.
Si este regalo le hacéis
daréisle la mejor cena
que se puede imaginar.
DIAGUITO:
Madre, llévenme a embarcar
con mi padre.
MARÍA:
En hora buena.
JUAN:
Yo le voy a prevenir
refrescos, e iré con él
a cenar.
CARBALLO:
Amigo fiel,
en fin.
JUAN:
Débole servir.
MARÍA:
Diego: ¿en efecto, queréis
dejarme por vuestro padre?
DIAGUITO:
Mañana vendremos, madre,
a verla los dos.
MARÍA:
¿No veis
cuán mal dormiré sin vos?
DIAGUITO:
Madre, a fe que llore.
MARÍA:
Andad,
y estos abrazos le dad
de mi parte.
CARBALLO:
Adiós.
DIAGUITO:
Adiós. Vanse don JUAN, CARBALLO y DIAGUITO
MARÍA:
Ésta es la primer ventura,
cielos, que mi amor os debe.
Ya que es sola, no sea breve,
pues no lo es la que no dura.
¡Oh mar, tu golfo asegura,
siquiera en fe de mostrar
cuánto va de amor a mar,
color de cielos y celos;
deja éstos, sé de los cielos
retrato en no te mudar! Salen don JUAN y CRIADOS
JUAN:
Una falúa prevén
que me lleve al galeón,
y en ella el refresco pon
que te apercibo.
CRIADO 1:
Está bien.
JUAN:
Cúbrela de banderolas
que el aire alegren inquietas;
chirimías y trompetas
hagan aplauso a sus olas.
¿Queréis que vamos los dos
a verle esta noche?
MARÍA:
Sí.
CRIADO 2:
Esta carta es para ti,
y ésta también para vos.
Al embarcarse, el criado
que ahora en tierra saltó
que os las diese me rogó.
JUAN:
¿Cartas? ¿Cúyas?
MARÍA:
¡Ay cuidado!
Ésta es de Manuel de Sosa.
JUAN:
Su letra es ésta y su firma.
MARÍA:
Nuevos recelos confirma
mi desdicha rigurosa.
Quien a la lengua del agua,
pudiéndome ver, me escribe,
nuevas penas apercibe,
nuevas desventuras fragua.
JUAN:
Aguardar quien las traía
a embarcarse para darlas,
y en tierra disimularlas
viniendo a vernos, no fía
mucho su dueño de mí.
MARÍA:
Toda soy desasosiego.
¿Cartas y llevarme a Diego?
Leed, don Juan, ¡ay de mi!
Lee
JUAN:
"En Dio logró el secreto,
don Juan, una coyuntura
que dió en Goa a la hermosura
fruto, de su causa efeto;
don García tiene un nieto
con que remoza sus años,
esposa yo, amor engaños,
Leonor gusto, vos prudencia;
cura el tiempo, olvido ausencia,
y acuerdo los desengaños."
¡Oh aleve! ¡Oh Leonor ingrata!
¡Oh falso gobernador!
¡Oh celos, que es lo peor,
pues vuestro infierno me mata!
No quede nave en el puerto
que amarras no haga pedazos,
remos que a fuerza de brazos
no sigan a quien me ha muerto.
Velas que lleven venganza,
pues mas que los vientos corren;
balas, que esperanza borren
de quien me quita esperanza.
Quejas que cielos obliguen,
flechas que tiranos pasen,
y celos que los abrasen,
penas que ingratos castiguen.
Vase
MARÍA:
Mudos son mis sentimientos;
que las ansias que aliviarse
pueden, cielos, con quejarse
no son ansias, no tormentos.
Quítenme los instrumentos
con que el dolor se mitiga;
no suspire, no prosiga
lágrimas que salgan fuera,
quien porque en sí misma muera,
en sí misma se castiga.
Alma que su pena apoca
en el cuerpo que la hospeda,
sin darse muerte se queda
o viviendo no está loca.
Ciérrela el pesar la boca;
halle la salida escasa,
en los ojos ponga tasa
la pena, el llanto ya tarde,
y abrásese por cobarde
quien no osa salir de casa.
Veneno es este papel
como el traidor que le escribe.
Quien con tantas penas vive
podrá ser vivo con él,
a su fe y palabra infiel
e ingrato a Dios. ¿Qué esperáis,
alma, que no le miráis?
Si os es el vivir molesto,
vedle, mas con presupuesto
que muerte me deis y os vais.
MARÍA:
Lee
"Aprietos de don García,
inocencias de Leonor
y un sepulcro que el rigor
para tres cuerpos abría,
prenda mía, ya no mía,
a mi pesar injuriada,
mi fe castigan quebrada,
mas para cortas venturas
fundó el cielo en las clausuras
presidios de gente honrada."
No lo serán para mí
pues que sin honra me dejas,
ni el cielo, a mis llantos sordo,
pondrá en olvido su ofensa.
Ya está la adúltera nave,
menospreciando firmezas,
favoreciendo mudanzas
que imita al traidor que lleva,
sin recelo que les calme
el viento, hinchadas las velas
las ayudan mis suspiros,
que dan por la popa en ellas;
para atormentarme más,
las voces infames llegan
de los ministros villanos
a mis confusas orejas.
Dentro
VOZ:
¡Iza, que el viento se alarga! Dentro DIAGUITO
DIAGUITO:
¡Madre, señora! Sin ella,
¿dónde me lleva mi padre?
MARÍA:
¡Ay, cielo! ¡Ay, ansias! ¡Ay, penasl
¡Dejadme arrojar al agua,
mi bien, mis ojos1 ¿Qué intentan
los que sin vos lastimosa
mis desdichas acrecientan?
¿Que el rigor no me permita
este consuelo siquiera?
Diego mío, espejo hermoso,
¿que aun no gusta que me vea
en vos vuestro padre ingrato?
Mas si en vos se representa,
en vos veré ingratitudes,
amores, querida prenda.
DIAGUITO:
Madrecita de mis ojos
yo me echara al mar tras ella
si estos hombres me dejaran.
MARÍA:
¡Cielos santosl ¿No hay tormentas,
no hay calmas, no hay huracanes,
que ingratos al puerto vuelvan?
¿Todo ha de ser mar bonanza?
¿Todo viento en popa? Vengan
borrascas que el leño embistan,
piratas que le acometan,
rayos que le despedacen,
rémoras que le detengan,
ballenas que le trastornen,
bajíos que le hagan piezas.
¡Diego mío! Muy lejos
DIAGUITO:
Adiós, adiós.
MARÍA:
¡Plegue al cielo que no tengas,
cruel, próspero viaje!
El mar, enriscando sierras,
tus pilotos desatine;
desmenuce tus entenas,
tus velas al agua arroje,
tus jarcias todas revuelva,
no te quede mástil sano,
no te deje tabla entera;
diluvios sobre ti caigan
porque zozobres en ellos;
en su piélago agonices,
y si llegares a tierra,
estériles playas llore;
encuentres Libias desiertas,
caribes tu esposa agravien,
indios roben tus riquezas,
la sed mate a tus amigos,
de hambre tus ministros mueran.
Las prendas que más estimes,
ésas en pedazos veas
pasto de hambrientos leones,
de tigres mortales presas.
No sepan de ti las gentes,
ni otra sepultura tengas
que las silvestres entrañas
de las más bárbaras fieras.
Mas, ¡ay, cruel!, tus maldiciones mesmas
éstas, no te alcancen, que me llevas
la prenda más querida;
por ella ampare Dios tu ingrata vida.